Castilla Marquesado, Ramón (1797-1867).
Militar y político peruano, nacido en Tarapacá el 30 de agosto de 1797 y muerto en 1867. Su padre, Pablo Castilla, era un bonaerense cateador de minas, y su madre, Francisca Marquesado, era de origen genovés. Se educó en Chile, pero atraído por la carrera de las armas ingresó en el ejército español, en el que permaneció por cuatro años. En 1816 entró como cadete en el regimiento «Dragones de la Unión». Fue vencido en la batalla de Chacabuco, que se libró por la Independencia de Chile, y hecho prisionero junto con su hermano como consecuencia de ello, tras lo cual fue remitido a Buenos Aires. Logró huir a Montevideo y de allí viajó a Río de Janeiro, desde donde retornó al Perú siguiendo un itinerario que lo llevó a atravesar las selvas del Matto Grosso hasta Santa Cruz de la Sierra, en Charcas, y de allí a Lima, donde en 1818 se reincorporó al ejército realista. En 1822 se alineó en el bando patriota. Entonces, San Martín lo incorporó a un escuadrón de húsares de la “Legión Peruana de la Guardia”. Fue enviado al norte y poco después ascendió a teniente. Por aquel entonces contribuyó al logro del encarcelamiento de Riva Agüero. No luchó en Junín, pero sí en Ayacucho, donde fue ayudante del Estado Mayor del regimiento “Húsares de Junín” y recibió los elogios de Sucre por ser el primer combatiente que penetró en el campo realista y sufrir heridas de bala y lanza al transmitir las órdenes del comando.
Contrajo matrimonio en Arequipa con Doña Francisca de Diez Canseco. Su hijo Juan murió combatiendo en la batalla de San Juan, durante la Guerra con Chile, el 13 de enero de 1881. Su paisano Gutiérrez de la Fuente lo nombró prefecto de Tarapacá, por lo que volvió a la tierra que lo vio nacer. Ocupando ese cargo, se opuso a la Constitución Vitalicia de Bolívar y al proyecto político de crear la Federación de los Andes. Como el Congreso se había disuelto durante la dictadura de Bolívar, la Constitución que regiría el destino de la Federación se aprobaría a través de los Colegios Electorales. Todos la aprobaron, menos el de Tarapacá, debido a la oposición de Castilla.
Apoyó al liberal Orbegoso durante la rebelión del caudillo autoritario Pedro Bermúdez en 1834. Dicha rebelión tuvo su origen en la victoria obtenida por Orbegoso frente al candidato autoritario Bermúdez en las elecciones convocadas por la Convención Nacional ese mismo año. Poco tiempo después se opuso firmemente al Pacto de Junio de 1835, que permitía la entrada de Andrés de Santa Cruz en Perú con el objetivo de prestar ayuda militar al presidente peruano contra la sublevación de Felipe Santiago Salaverry. Entonces, decidió emigrar a Chile, donde conformó el grupo de emigrados peruanos que se oponían al proyecto de la Confederación Peruano-Boliviana. Con voluntarios peruanos sofocó el motín de Quillota contra el gobierno chileno. Secundó los planes del ministro Diego Portales y volvió con las expediciones restauradoras, determinando el éxito de la batalla de Yungay (1839), que puso fin al proyecto confederacionista. Durante el gobierno de Agustín Gamarra venció al general Vivanco en Cuevillas (1841), y se inició entonces entre ambos una rivalidad intensa que perduraría mucho tiempo después. También participó en la invasión de Bolivia, liderada por el caudillo cuzqueño, con el cargo de general en jefe del ejército, y cayó prisionero en la batalla de Ingavi. Fue enviado a Oruro; de allí pasó a Cochabamba y, por último, a Santa Cruz. Su prisión fue toda una odisea que duró hasta septiembre de 1842, fecha en la que pudo volver a Tacna.
A la muerte de Gamarra, el poder pasó a manos del vicepresidente Manuel Menéndez, con lo que se inició el tiempo de la Anarquía Militar. Castilla estuvo a favor de sostener a Menéndez en el poder y libró muchas batallas para conseguirlo. Finalmente, en 1845, derrotó a Vivanco en Carmen Alto, lo que supuso el fin del Directorio. Tras la victoria, repuso a Menéndez en el mando; pero se convocaron elecciones y Castilla subió al poder. Como afirma Basadre, en esa época la conquista de la presidencia era una campaña militar; se entraba al palacio de gobierno después de recoger la banda presidencial en las batallas; entonces, las condiciones de previsión estratégica y de valor personal eran fundamentales para triunfar y para conservar la presidencia. Castilla las tuvo como ningún otro caudillo militar en el Perú.
Con su gobierno se inició el período del Apogeo Republicano, cuya base económica fue el guano. Este recurso ofreció ingentes ingresos al Estado y se convirtió en su principal fuente económica. En efecto, el Perú se había convertido en el primer exportador de guano a nivel internacional, que era el único fertilizante comercial disponible para la agricultura mundial. En un inicio fue Francisco Quiroz quien se percató de la potencialidad del fertilizante y arrendó al Estado peruano las islas guaneras por una corta suma. Más adelante, el Estado desarrolló el sistema de venta directa a las casas extranjeras, entre las que destacaba la Casa Gibbs. Sin embargo, fue durante la gestión de Castilla cuando se estableció un régimen más duradero, el de la Consignación del guano, que se basaba en la firma de contratos entre el Estado y empresarios, especialmente peruanos. Éstos habían conseguido hacerse con el negocio argumentando que eran los “hijos del país” y, que por ello, debían tener preferencia. A través de estos contratos los consignatarios explotaban el guano y le daban un porcentaje de las ganancias al Estado peruano. Dicho grupo se enriqueció porque la explotación no demandaba grandes inversiones, la mano de obra era, principalmente, china y sólo se necesitaban picos y palas, además de vehículos de carga, para transportar el producto. Este sistema de comercialización del guano duró hasta 1869, año en que se firmó un solo contrato con la Casa francesa Dreyfus.
El Estado peruano se vio entonces beneficiado por una bonanza fiscal cuyo efecto más importante fue la enorme expansión del gasto del gobierno. Por eso, el primer presupuesto republicano se elaboró en el primer gobierno de Castilla. Durante este período debió haberse producido un gran crecimiento; en cambio, como sostiene Shane Hunt, se dio un crecimiento lento. Ello se explica porque el gasto no fue destinado a actividades productivas, sino principalmente a la expansión de la burocracia civil y militar; obras públicas, entre las que destacan los ferrocarriles; la manumisión de los esclavos; la consolidación de la deuda interna y el pago de la deuda externa, entre otros. El derroche fiscal fue también importantísimo, tanto que algunos historiadores califican este período de “prosperidad falaz”. Toda la economía se orientó hacia un sólo producto (el guano) que se pensaba eterno, sin pensar en las consecuencias que luego traería esta política.
Con los ingresos que generaba el guano, el gobierno de Castilla empezó a cancelar la deuda externa peruana con Inglaterra, Estados Unidos y Chile. Al mismo tiempo, se dio la consolidación de la deuda interna, que había sido contraída por el Estado peruano durante las guerras de Independencia y las luchas caudillescas, a través de empréstitos forzosos y requisitorias. También se acrecentó la inmigración de coolies chinos, que llegaban a trabajar en las islas guaneras y en las haciendas de la costa a través de desventajosos contratos de trabajo.
Durante su gobierno, Castilla buscó profesionalizar y reforzar el ejército y la marina, por lo que fundó el Colegio Militar y la Escuela Naval de Bellavista. Asimismo, compró fusiles de chispa y concertó la adquisición de la fragata Mercedes, los bergantines Guisse y Gamarra, el transporte Alianza y el navío a vapor Rímac, el primero en llegar a una armada sudamericana. Por ese tiempo, terminaba de construirse en Nueva York la fragata Amazonas, que sería la primera nave de guerra peruana en dar la vuelta al mundo.
Entre 1847 y 1848 se organizó el Primer Congreso Americano en Lima. Intervinieron en el evento Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Chile; y sólo como oyentes Estados Unidos y Brasil. Se propuso el principio de solidaridad continental que establecía la necesidad de una alianza defensiva contra la intervención de enemigos externos. Siguiendo este principio, Castilla se opuso a la expedición del general venezolano Juan José Flores, que buscaba establecer la monarquía en Ecuador, Perú y Bolivia. Al mismo tiempo, el presidente favoreció la apertura de Embajadas y Consulados en el exterior, por lo que se le considera el fundador de la diplomacia peruana. En el plano educativo, durante su mandato se dio el Primer Reglamento de Instrucción Pública (1850). Una de sus más importantes obras públicas fue la construcción del ferrocarril Lima-Callao, que fue inaugurado en 1851.
Cuando finalizó su período de gobierno, fue sucedido por Echenique, quien continuó pagando la deuda interna. Entonces se produjo el escándalo de la consolidación de la deuda interna, debido a la corrupción que desencadenó y las acusaciones efectuadas contra el presidente, de quien se decía que había favorecido a sus parientes y amigos. En efecto, como señala Alfonso Quiroz, los comerciantes nativos y extranjeros influyeron en la legislación de la consolidación, promoviendo la especulación; entonces, los vales se concentraron en pocas manos. En medio de un clima general de descontento por el alza de precios, la consolidación desempeñó más un papel político que económico en las protestas populares del momento, que fueron aprovechadas por los opositores del gobierno conservador de Echenique. La crisis política provocó la sublevación de Castilla en 1854. Durante el conflicto, Castilla proclamó la abolición del tributo indígena y de la esclavitud. Finalmente, el conflicto culminó en La Palma, donde el caudillo logró la victoria y tomó el poder en 1855. Sin embargo, se vio obligado a amortizar en efectivo los reconocimientos excesivos y fraudulentos del período de Echenique.
En su segundo gobierno, el Congreso proclamó la Constitución de 1856, de corte liberal. En octubre de 1856 estalló en Arequipa una reacción conservadora que tuvo como líder a Vivanco, pero el resto del país apoyó al gobierno. Luego se promulgó la Constitución de 1860. En este período se dio el tercer ciclo doctrinario entre los conservadores liderados por Bartolomé Herrera, rector de San Carlos, y los liberales, entre los que destacaban los hermanos Gálvez y Benito Laso.
El decreto de abolición de la esclavitud dado por Castilla fue, indudablemente, una medida muy importante para el Perú de mediados del siglo XIX. Sin embargo, preferimos hablar, siguiendo a Carlos Aguirre, de una desintegración de la esclavitud, más que de una abolición de la misma. En efecto, el término abolición nos lleva a pensar solamente en una medida legal o política impuesta desde arriba a los pasivos esclavos. Esta medida coyuntural habría respondido, para muchos testigos de la época e historiadores contemporáneos, al oportunismo o humanitarismo de Castilla. En realidad lo que se produjo fue la culminación de un proceso gradual de desintegración del sistema. No sólo el desarrollo del capitalismo mundial o el avance del liberalismo explicarían su declinación, ya que también fueron fundamentales las estrategias desplegadas por los mismos esclavos, que fueron minando poco a poco la estabilidad del sistema. Este proceso se vio favorecido por el hecho de que los ingresos del guano permitieron al Estado pagar indemnizaciones a los hacendados por la libertad de sus esclavos.
La abolición del tributo indígena fue otra de las disposiciones que se vio favorecida por el auge guanero que permitió al Estado prescindir de los ingresos generados por esta carga tributaria. Desde la iniciación de la República, este decreto había sido dictado durante los gobiernos liberales, pero sin llegar a hacerse efectivo, pues cuando subían al poder gobiernos de corte autoritario derogaban esa disposición y seguían manteniendo vigente el tributo. Todo esto expresaba no sólo conflictos a nivel de ideologías políticas, sino también la necesidad de reformas en el aspecto tributario.
Durante su segundo gobierno, el Mariscal debió enfrentar el conflicto con el Ecuador. Éste se originó porque el presidente ecuatoriano Francisco Robles firmó en 1857 un acuerdo con sus acreedores británicos cediéndoles territorios peruanos entre los ríos Pastaza y Bombonaza. El diplomático peruano Juan Celestino Cavero reclamó su proceder al gobierno de Quito, que no le ofreció ninguna explicación. Es por eso que el Perú retiró a su representante diplomático y el presidente Castilla tomó una actitud enérgica frente a tales hechos. Se bloqueó toda la costa ecuatoriana, en especial la de Guayaquil, que luego fue ocupada por las tropas peruanas. En ese contexto, se produjo una anarquía en el Ecuador, que culminó con la victoria del general Guillermo Franco, quien firmó el Tratado de Mapasingue (1860). En dicho documento se anuló la cesión de territorios peruanos realizada por Ecuador.
El gobierno de Castilla rechazó la intervención extranjera en países americanos, mediante el ofrecimiento a éstos de apoyo económico o diplomático. Es así como apoyó a Nicaragua contra los planes del norteamericano William Walker, enviando la Misión Gálvez. En México habían intervenido España y Francia, que habían instaurando en el trono al príncipe Maximiliano de Austria. A través de la Misión dirigida por el diplomático Nicolás Corpancho, el gobierno de Castilla expresó su rechazo a tal actitud y su apoyo al país americano. De la misma forma, protestó contra el proyecto de García Moreno de establecer un Protectorado inglés sobre Ecuador.
Castilla se ocupó de desarrollar una verdadera política amazónica, que se orientó a la ocupación efectiva del territorio para evitar el avance brasileño e integrar la Amazonia al territorio nacional. Se creó el Departamento de Loreto, y una Escuela Náutica y un Apostadero Naval en Iquitos. Se celebró la Segunda Convención Fluvial del Amazonas en 1858, que ratificaba la libre navegación por el curso del río hasta su desembocadura en el Atlántico. Impulsó la navegación fluvial comprando una flota para el control de la zona, que estuvo compuesta por los vapores Napo, Putumayo, Pastaza, Morona. También en este período Castilla realizó innumerables obras públicas, como el ferrocarril Lima-Chorrillos, el alumbrado a gas, el telégrafo Lima-Callao, el agua potable y el sello postal.
Fue elegido senador por Tarapacá y presidente de su Cámara. Protestó contra la ocupación española de las Islas Chincha. El presidente Pezet lo desterró a Gibraltar en febrero de 1865, temiendo que liderara una revolución contra él. Volvió al Perú y, en el ocaso de su vida, con más de sesenta años, se levantó en 1867, en Tarapacá, contra los intentos de Mariano Ignacio Prado, que buscaba su reelección; pero lo sorprendió la muerte cuando avanzaba a caballo por el desierto, cerca de Tiliviche. En 1868, los restos de esta gran figura de la historia peruana fueron traídos a Lima y reposan en el Cementerio General Matías Maestro.