Juana Núñez de Lara (ca. 1336–1358): La última señora real de Vizcaya en tiempos de fractura dinástica
Un linaje señorial en la encrucijada del poder
Los Núñez de Lara y los Díaz de Haro: nobleza castellana y tradición vizcaína
A lo largo del siglo XIV, el señorío de Vizcaya se situó en el epicentro de una tensa disputa entre la alta nobleza y la Corona castellana, que aspiraba a consolidar su autoridad sobre territorios hasta entonces autónomos. En ese contexto, Juana Núñez de Lara, nacida hacia 1336, encarnó el último vestigio de una legitimidad señorial profundamente arraigada en las estructuras medievales del norte peninsular.
Juana pertenecía a dos de las casas nobiliarias más influyentes del Reino de Castilla: por parte de padre, los Núñez de Lara, y por parte de madre, los Díaz de Haro, titulares históricos del señorío de Vizcaya. Esta doble filiación no solo garantizaba una posición de alto rango en la jerarquía feudal, sino también un derecho legítimo sobre uno de los territorios más estratégicos y disputados de la época.
Su padre, Juan Núñez de Lara IV, fue un poderoso magnate que ostentó el título de señor de Vizcaya durante los años previos al reinado de Pedro I de Castilla, mientras que su madre, María Díaz de Haro II, era hija del malogrado Juan el Tuerto, también señor de Vizcaya y víctima de una de las tantas purgas políticas impulsadas por la Corona. Esta genealogía colocaba a Juana en el corazón mismo de una tradición señorial autónoma que luchaba por su supervivencia frente al avance del centralismo regio.
El nacimiento de Juana y su lugar en la herencia señorial
Aunque los registros exactos sobre la infancia de Juana Núñez de Lara son escasos, se presume que nació en un entorno profundamente marcado por la política territorial y la cultura de linaje. Desde temprana edad debió percibir las tensiones que emanaban del conflicto entre las familias nobles y la voluntad absorbente de los monarcas castellanos.
Como hija mayor de Juan Núñez IV, Juana tenía una posición hereditaria privilegiada, pero la primogenitura femenina no garantizaba automáticamente el poder efectivo en una época dominada por una concepción marcadamente patriarcal del linaje. No obstante, su nombre, vinculado a la sangre de los señores vizcaínos, quedaría grabado como símbolo de legitimidad para los hidalgos del norte.
Tensión entre autonomía señorial y centralismo regio en el siglo XIV
La posición de Juana adquirió aún mayor relevancia por el marco histórico que le tocó vivir: el periodo inmediatamente posterior al reinado de Alfonso XI, un monarca enérgico que había logrado frenar momentáneamente las aspiraciones expansionistas del Islam en la península, pero que a su vez dejó una descendencia ilegítima numerosa y ambiciosa.
Al morir Alfonso XI en 1350, dejó tras de sí una estela de conflictos dinásticos que desembocarían en la futura Guerra Civil Castellana. El nuevo rey, Pedro I, apenas adolescente, heredaba un reino profundamente dividido, donde los señoríos como el de Vizcaya representaban no solo poder territorial, sino también una fuente de legitimidad política. Controlar Vizcaya era para Pedro I una prioridad estratégica, y la joven Juana, heredera directa del señorío, se convertiría en una figura clave en ese tablero de ajedrez político.
Disputas por la sucesión y ascenso al poder
La muerte de Juan Núñez de Lara IV y el conflicto por Vizcaya
La muerte de Juan Núñez de Lara IV en 1350 supuso una sacudida en el equilibrio de poderes del norte castellano. Aunque la lógica sucesoria indicaba que Juana debía asumir la titularidad del señorío, los mecanismos del poder feudal no respondían a criterios exclusivamente jurídicos. En su lugar, la nobleza regional y los intereses de la monarquía comenzaron a maniobrar para colocar al frente del señorío a un heredero más fácilmente manipulable.
Así, el título recayó en Nuño de Lara, hermano menor de Juana, que en ese momento apenas tenía tres años. Esta designación fue aprovechada por el influyente linaje vizcaíno de los Avendaño, quienes utilizaron la figura del niño como instrumento para aglutinar a la hidalguía vizcaína en una resistencia más clara frente a los intentos de absorción castellana.
El breve señorío de Nuño de Lara y la instrumentalización de los Avendaño
El episodio del señorío de Nuño de Lara fue breve pero revelador. Bajo el pretexto de proteger la continuidad de la casa señorial, los Avendaño trataron de reafirmar la autonomía de Vizcaya mediante un gobierno indirecto. Sin embargo, las tensiones internas y el inevitable conflicto de intereses entre los linajes vizcaínos minaron rápidamente esa estrategia.
La muerte prematura de Nuño en 1351 dejó de nuevo abierto el problema sucesorio. Esta vez, sin rivales varones en su estirpe inmediata, Juana Núñez de Lara fue reconocida como señora legítima por la Junta de Guernica, la asamblea de hidalgos que representaba la voz política del señorío. Este acto de reconocimiento tenía un fuerte valor simbólico y legal, pues colocaba en manos de una mujer la representación de la soberanía tradicional del territorio.
Reconocimiento de Juana como señora por la Junta de Guernica
La elección de Juana como señora de Vizcaya en los primeros días de 1352 marcó un hito en la historia política del territorio. No solo reafirmaba el derecho dinástico de la joven noble, sino que también enviaba un mensaje claro a la monarquía: Vizcaya mantenía su capacidad de autodeterminación interna, basada en sus propias estructuras tradicionales de gobierno.
No obstante, el apoyo de la Junta de Guernica no era suficiente para garantizar la estabilidad del señorío. La Corona, en manos del joven Pedro I, no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente un territorio de tanta importancia estratégica. La única manera de que Juana pudiera ejercer el señorío con el respaldo del rey era aceptar una condición impuesta desde la corte: casarse con Tello de Trastámara, hermano bastardo del monarca.
Con esta maniobra, Pedro I no solo garantizaba una alianza familiar con el señorío, sino que insertaba en él a un miembro de su propia estirpe, aunque ilegítima. Para Juana, la aceptación de ese matrimonio significaba renunciar a parte de su autonomía, pero al mismo tiempo conservar el reconocimiento legal de su soberanía.
Gobierno, alianzas y confrontación con Pedro I
Matrimonio político y consolidación del señorío
La estrategia de Pedro I: el matrimonio con Tello de Trastámara
La boda entre Juana Núñez de Lara y Tello de Trastámara, celebrada en Segovia en septiembre de 1353, fue mucho más que una unión conyugal: fue una jugada política cuidadosamente diseñada por Pedro I de Castilla para reforzar su control sobre el señorío de Vizcaya. Tello, uno de los numerosos hijos ilegítimos de Alfonso XI con Leonor de Guzmán, carecía de derechos legales sobre Vizcaya, pero su parentesco con el rey le convertía en un instrumento ideal para la estrategia regia.
Desde antes de su muerte, Alfonso XI había intentado vincular a Tello con el gobierno de Vizcaya, como forma de influir sobre un territorio históricamente rebelde. Pedro I, siguiendo las directrices testamentarias de su padre, no hizo sino consolidar esa estrategia: garantizar el reconocimiento oficial de Juana como señora legítima, pero condicionándolo a la aceptación de su matrimonio con un Trastámara.
La ceremonia en Segovia y el regreso a Vizcaya
El enlace fue organizado con pompa y bajo la supervisión directa de la corte. Una vez celebrada la ceremonia, Juana y Tello partieron hacia Vizcaya, donde el nuevo esposo fue también reconocido como señor del territorio, aunque su legitimidad derivaba exclusivamente de su vínculo con Juana. Este matiz sería crucial en los años posteriores, cuando la legalidad señorial se viera comprometida por la creciente inestabilidad política del reino.
Tello, sin tradición ni arraigo en Vizcaya, dependía por completo del respaldo de su esposa para consolidar su posición. Los hidalgos vizcaínos lo toleraban como consorte, pero seguían considerando a Juana como la verdadera heredera, única garante de la continuidad legal y simbólica del señorío.
Juana como garante de legitimidad frente a las imposiciones regias
Desde el primer momento, Juana no fue una figura pasiva en el nuevo gobierno señorial. Si bien la presencia de Tello implicaba una merma formal de su autonomía, ella continuó desempeñando un papel central en la gestión de los asuntos del señorío. Su linaje, su ascendencia y su aceptación entre los hidalgos la convertían en una figura imprescindible para sostener la legitimidad de cualquier autoridad sobre Vizcaya.
No obstante, las tensiones entre la política local y las ambiciones de Pedro I no tardaron en resurgir. El rey, receloso del poder autónomo de los señores de Vizcaya, comenzó a diseñar nuevas maniobras para quebrar su influencia y asegurarse el control del territorio.
Rebelión, persecuciones y primeros años de tensión
La revuelta de 1354 y la maniobra con Isabel Núñez de Lara
En 1354, apenas un año después del matrimonio de Juana y Tello, la situación comenzó a deteriorarse. Tello, alineado con la nobleza descontenta, inició una rebeldía contra Pedro I. En respuesta, el rey trató de fragmentar aún más el linaje de los Núñez de Lara utilizando otra figura femenina de prestigio: Isabel Núñez de Lara, hermana de Juana.
Pedro I forzó un matrimonio entre Isabel y su primo, el infante Juan de Aragón, con la esperanza de establecer una nueva línea sucesoria vinculada a la Corona. Esta maniobra, sin embargo, fracasó: los hidalgos vizcaínos rechazaron de plano la imposición y reafirmaron su lealtad a Juana, desafiando abiertamente la autoridad del monarca.
Juana en Bermeo: gobierno autónomo durante la ausencia de Tello
Durante los años que siguieron, Juana residió en Bermeo, ciudad portuaria clave del señorío, desde donde ejercía el poder mientras Tello se encontraba ausente, implicado en alianzas y conflictos en otras partes del reino. La elección de Bermeo como residencia principal no fue casual: su posición costera ofrecía una posible vía de escape hacia Francia en caso de peligro, además de representar un núcleo estratégico para el comercio y el control marítimo.
En esos años, Juana gobernó en solitario de facto, reafirmando su rol central en la administración vizcaína. Las crónicas no registran demasiados detalles de su gestión cotidiana, pero su permanencia en el cargo y el respeto continuo de la hidalguía evidencian una capacidad de liderazgo sostenida y eficaz.
El cerco de Palenzuela y la huida hacia Aragón
La rebelión abierta contra Pedro I desembocó en una ofensiva militar por parte del rey. En 1354, Pedro I marchó hacia el castillo de Palenzuela, fortaleza clave del señorío de Aguilar, donde se habían refugiado Juana y Tello. Aunque su captura parecía inminente, ambos consiguieron escapar antes de que las tropas del rey llegaran al lugar.
Tello se refugió en la Corona de Aragón, buscando el apoyo de su hermano, Enrique de Trastámara, quien ya comenzaba a fraguar alianzas con el rey Pedro IV de Aragón en vistas de una guerra que se avecinaba: la Guerra de los Dos Pedros, entre Castilla y Aragón. Este conflicto sería solo un preludio de la Guerra Civil Castellana, en la que la figura de Juana jugaría un papel cada vez más simbólico, pero igualmente crucial.
Captura, prisión y desaparición: la última señora real de Vizcaya
La caída de Juana y el vacío de poder
La captura en Aguilar de Campóo y su prisión en Sevilla
En el año 1358, tras años de tensiones y huidas, Juana Núñez de Lara y Tello de Trastámara se encontraban nuevamente en el castillo de Aguilar de Campóo, lugar simbólico para los Trastámara y último refugio señorial frente a la creciente presión de Pedro I de Castilla. El rey, decidido a acabar con cualquier foco de resistencia, emprendió una nueva ofensiva.
Esta vez, su incursión fue más efectiva: Tello logró escapar de nuevo, pero Juana fue finalmente capturada. El canciller Pedro López de Ayala, en su «Crónica de Pedro I», ofrece un relato que confirma el valor político de Juana: su captura fue más significativa que la de cualquier otro miembro de la facción rebelde. La noble vizcaína fue trasladada a los alcázares de Sevilla, donde quedó prisionera bajo custodia real.
El impacto de su arresto fue inmediato: en Vizcaya, los hidalgos que hasta entonces habían respaldado a Tello por ser esposo de la legítima señora, comenzaron a reconsiderar su lealtad. La desaparición física de Juana dejaba un vacío simbólico que amenazaba la continuidad del orden tradicional en el señorío.
La respuesta de los hidalgos vizcaínos y la oferta a Juan de Aragón
Lejos de someterse al poder del monarca, la Junta de Guernica —órgano representativo de la hidalguía vizcaína— rechazó en 1359 la tentativa de Pedro I de imponer como señor a Juan de Aragón, primo del rey y esposo de Isabel Núñez de Lara. En un gesto de desafío político, los hidalgos no solo negaron su reconocimiento, sino que además exigieron la liberación de Juana, a quien seguían considerando su única señora legítima.
Este rechazo dejaba claro que la legitimidad del poder en Vizcaya no podía construirse sin la aceptación del linaje original de los Díaz de Haro y los Núñez de Lara. La autoridad de Tello, aunque aceptada como consorte, carecía de sustento sin la figura de Juana. Pedro I, consciente de esa limitación, comenzó a buscar nuevos aliados externos para reforzar su posición.
El fallido intento de Pedro I de entregar Vizcaya al Príncipe Negro
En 1366, en pleno desarrollo de la Guerra Civil Castellana, Pedro I recurrió a la diplomacia internacional para sostener su causa. En los acuerdos de Libourne, ofreció al Príncipe Negro, Eduardo de Gales, el señorío de Vizcaya a cambio de apoyo militar contra Enrique de Trastámara.
La cesión de un territorio como Vizcaya a un príncipe extranjero evidenciaba hasta qué punto Pedro I estaba dispuesto a sacrificar la integridad del reino con tal de conservar el trono. No obstante, este plan también fracasó: los hidalgos vizcaínos se resistieron a la idea de ser gobernados por un extranjero y reforzaron su lealtad a la memoria de Juana y al linaje tradicional.
Una muerte silenciada y una identidad usurpada
El intento de Tello de suplantar a Juana
En un último intento por retener el señorío de Vizcaya, Tello de Trastámara acudió en 1366 al territorio acompañado de una mujer a la que intentó hacer pasar por su esposa, Juana Núñez de Lara. La maniobra tenía como objetivo mantener los derechos de señorío presentando una falsa “cesión de poderes” de Juana hacia él.
Pero los hidalgos no fueron fácilmente engañados. La suplantación fue descubierta, y la indignación recorrió Vizcaya. La farsa puso en evidencia que Juana había muerto tiempo atrás, y que Tello era plenamente consciente de ello, pero necesitaba mantener la ficción para conservar el poder.
El testimonio del canciller Ayala y el asesinato confirmado
El relato más esclarecedor sobre el destino de Juana lo ofrece nuevamente Pedro López de Ayala en sus crónicas. Allí se detalla que Juana fue asesinada en Sevilla por orden de Pedro I, poco después de su captura en 1358. Su cuerpo fue enterrado en secreto, y el hecho mantenido oculto por años.
El propio Martín López de Córdoba, cuando fue apresado en Carmona, confesó la muerte de Juana y señaló el lugar exacto de su enterramiento. Este testimonio confirmó las sospechas de los vizcaínos y selló definitivamente la tragedia de una dama cuyo único “crimen” fue encarnar una soberanía hereditaria contraria al proyecto centralista del rey.
El fin de la línea señorial autónoma y la absorción por la monarquía
La desaparición de Juana sin descendencia legítima marcó un punto de inflexión irreversible para el señorío de Vizcaya. Aunque Tello de Trastámara continuó titulándose señor hasta su muerte en 1370, la base jurídica de su poder estaba rota. La voluntad de los vizcaínos de preservar su tradición política sin traicionar la memoria de Juana se fue desdibujando ante las presiones de una realidad política más amplia y conflictiva.
Finalmente, el título fue absorbido por la monarquía castellana a través de Juana Manuel, esposa de Enrique II, y más tarde en la persona de Juan I. La línea sucesoria tradicional de Vizcaya se extinguía, y con ella una forma de gobernanza territorial que había resistido durante siglos a la centralización monárquica.
El siglo XIX, en pleno auge del romanticismo histórico, rescataría la figura de Juana Núñez de Lara como la última señora real de Vizcaya, símbolo de una nobleza fiel a sus raíces y víctima de un tiempo en que la violencia política y la traición fueron moneda corriente. Su trágico destino cristalizó en la memoria colectiva como el final de una era, la del señorío autónomo, sustituido por una integración definitiva en la monarquía castellana.
MCN Biografías, 2025. "Juana Núñez de Lara (ca. 1336–1358): La última señora real de Vizcaya en tiempos de fractura dinástica". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/nunnez-de-lara-juana-sennora-de-vizcaya [consulta: 17 de octubre de 2025].