Alfonso XI (1311–1350): El Justiciero de Castilla que Consolidó la Monarquía
Alfonso XI (1311–1350): El Justiciero de Castilla que Consolidó la Monarquía
I. La Minoría de Edad: Primeros Años de Alfonso XI
Alfonso XI de Castilla nació en agosto de 1311 en Salamanca, siendo hijo de Fernando IV, rey de Castilla y León, y de Constanza de Portugal. Su llegada al mundo fue marcada por la inestabilidad política que caracterizó su época, una época que se vería aún más alterada por los eventos que ocurrieron cuando era solo un niño. A la muerte de su padre, ocurrida el 7 de septiembre de 1312, Alfonso XI se convirtió en rey a la edad de poco más de un año, lo que colocó al joven monarca en una situación de vulnerabilidad ante los intereses de los poderosos nobles que gobernaban el reino.
Ante su incapacidad para gobernar por su corta edad, se tomó la decisión de nombrar un consejo de tutoría. La situación política de Castilla estaba profundamente dividida entre dos facciones rivales que buscaban ejercer control sobre el futuro del joven rey. Por un lado, estaba el infante Pedro, tío de Alfonso, quien contaba con el apoyo de la madre del rey, Constanza de Portugal; por otro, el infante Juan, hermano de Pedro, también aspiraba a asumir el rol de tutor, y se encontraba alineado con el influyente noble Juan Núñez de Lara. Ambos bandos se enfrentaban por la custodia del joven rey, lo que provocó una lucha por la influencia en la política del reino.
Los primeros años del reinado de Alfonso XI estuvieron marcados por las tensiones internas. En 1313, las Cortes de Palencia se dividieron en dos asambleas paralelas que intentaban legitimar a los tutores propuestos por cada uno de los bandos enfrentados. Mientras que los seguidores de Pedro y Constanza proponían a su candidato, los partidarios de Juan y Juan Núñez de Lara hacían lo mismo. La situación llegó a un punto crítico, pero fue la intervención de la viuda de Sancho IV, María de Molina, madre de Alfonso X y abuela del rey Alfonso XI, quien jugó un papel crucial en la pacificación del reino. Mediante un acuerdo realizado en Palazuelos en agosto de 1314, se llegó a un acuerdo por el cual María de Molina asumió la regencia del reino. A pesar de este pacto, la paz en Castilla no se consolidó por completo hasta finales de 1314, cuando se convocaron unas Cortes en Burgos para ratificar los acuerdos alcanzados.
María de Molina, quien ya había sido una figura clave en el reinado de su hijo Sancho IV, mantuvo una fuerte influencia sobre las decisiones políticas durante los primeros años de Alfonso XI. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, la lucha por la regencia no cesaba. A la muerte de la reina Constanza de Portugal en 1315, se abrieron nuevas negociaciones que involucraron a personajes como Juan Manuel, nieto de Fernando III, y María de Haro, viuda del infante Juan de Castilla, quien patrocinaba a su hijo, Juan de Haro el Tuerto. Las luchas entre estos nobles continuaron hasta la llegada de una nueva crisis a principios de la década de 1320, que dividió aún más a la nobleza castellana.
A pesar de las luchas internas, la reina María de Molina continuó ejerciendo su influencia sobre el joven Alfonso XI hasta su muerte en 1321. Tras su fallecimiento, el rey aún era un adolescente y las tensiones internas entre las distintas facciones no cesaron. El nuevo consejo de tutoría continuó siendo un campo de lucha entre los representantes de los distintos grupos de poder, como Juan Manuel y Juan de Haro, cuyas rivalidades marcaron la política castellana durante los primeros años del reinado de Alfonso XI.
En 1324, después de la muerte de sus tutores, Alfonso XI alcanzó la mayoría de edad, lo que le permitió finalmente asumir el control del reino de manera directa. Su llegada al poder fue marcada por una reorganización de la corte y la corte real, pero también por la creciente centralización del poder en sus manos. Sin embargo, el proceso de consolidación del poder del monarca no estuvo exento de obstáculos, ya que la nobleza seguía siendo un factor crucial en la política del reino. Estos eventos iniciales del reinado de Alfonso XI sentaron las bases de un reinado que buscaría reforzar la autoridad real y establecer un sistema de gobierno más centralizado.
La lucha por el control del reino, la intervención de figuras como María de Molina, y la participación activa de la nobleza en las decisiones políticas son solo algunos de los elementos que caracterizan los primeros años de Alfonso XI. Estos conflictos políticos sentaron las bases de una de las fases más intensas de su reinado: el proceso de fortalecimiento del poder real frente a la nobleza. Este proceso no solo tuvo implicaciones políticas, sino también sociales y militares, pues la lucha por la influencia en el reino de Castilla se tradujo en importantes enfrentamientos y alianzas estratégicas que marcaron el futuro del país.
A lo largo de la minoría de edad de Alfonso XI, la figura de la nobleza fue fundamental en la construcción del panorama político castellano. Las facciones que luchaban por el control del reino no solo competían por el poder, sino que también construían las alianzas necesarias para enfrentar los desafíos internos y externos a los que se enfrentaba Castilla en el siglo XIV. En este contexto, el joven rey comenzó a ser testigo de un sistema feudal fuertemente marcado por la influencia de los nobles, lo que a su vez influyó en su visión sobre cómo debía gobernar el reino una vez alcanzada la mayoría de edad.
Los primeros años de Alfonso XI estuvieron marcados por las luchas internas, las alianzas de la nobleza y las tensiones en torno al poder real. A pesar de las divisiones políticas que caracterizaron la minoría de edad, fue este período el que permitió al joven rey forjar una comprensión más clara de las dinámicas de poder en Castilla, lo que le serviría en su consolidación de autoridad en los años posteriores. De esta manera, el reinado de Alfonso XI comenzó a tomar forma como un proceso de lucha constante por el fortalecimiento del poder real frente a una nobleza cada vez más desafiante.
II. La Época de los Validos: Inicios del Gobierno Propio de Alfonso XI
Con la llegada de Alfonso XI a la mayoría de edad en 1325, tras haber superado los años de su minoría y la regencia de su abuela María de Molina, el joven monarca asumió finalmente el control directo de su reino. Esta etapa representó un punto de inflexión en la historia de Castilla, pues no solo marcó el comienzo de la autonomía real, sino que también fue el inicio de un proceso de fortalecimiento del poder de la monarquía frente a la poderosa nobleza que había dominado los años previos.
El primer paso de Alfonso XI para consolidar su autoridad fue la reorganización de la corte. A lo largo de su minoría de edad, las luchas internas entre facciones de la nobleza, como los partidarios de Juan Manuel o los de Juan de Haro, habían dejado una profunda huella en la política castellana. Ahora, como rey adulto, Alfonso se vio obligado a lidiar con las consecuencias de esas divisiones y a intentar restaurar el orden en su reino.
Una de las primeras decisiones significativas fue la reorganización de su consejo, que pasó a estar dirigido por un hombre de confianza: Alvar Núñez de Osorio, quien se convirtió en uno de los principales consejeros del rey. Osorio, proveniente de una familia noble con vínculos en el círculo de Alfonso IV, fue una pieza clave en los primeros años del reinado de Alfonso XI. Aunque la figura de los «validos» o consejeros privilegiados no era algo nuevo en la política medieval, en este caso Osorio se destacó por su gran influencia sobre el monarca, lo que más tarde provocaría graves conflictos dentro de la corte.
Este periodo de estabilidad relativa se vio interrumpido por la intervención de Juan Manuel, nieto de Fernando III y uno de los más poderosos nobles de Castilla. Juan Manuel, quien ya había sido una figura influyente durante la minoría de edad del rey, comenzó a desafiar abiertamente la autoridad de Alfonso XI. Su influencia sobre la nobleza y su capacidad para forjar alianzas lo convertían en un rival formidable para el rey.
La relación entre Alfonso XI y Juan Manuel pasó por diversas etapas de tensión. Aunque el monarca inicialmente intentó mantener una relación pacífica con él, las ambiciones de Juan Manuel lo llevaron a buscar mayores poderes dentro del reino. Uno de los momentos más críticos de esta relación fue el matrimonio de Alfonso XI con Constanza, hija de Juan Manuel, en noviembre de 1325. Este matrimonio, que inicialmente parecía una jugada diplomática para apaciguar a Juan Manuel, terminó siendo el catalizador de una serie de enfrentamientos que marcarían la política de Castilla durante los años siguientes.
Por otro lado, la situación interna de la nobleza castellana se agravó aún más cuando Juan Manuel se enteró de que Osorio, el principal consejero del rey, estaba promoviendo la nulidad del matrimonio de Alfonso XI con su hija Constanza. Este acontecimiento desató una serie de conflictos que pusieron en jaque el reinado de Alfonso XI. Juan Manuel, que ya había sido un aliado clave del rey, se alió con Juan de Haro, otro noble que también se oponía a la influencia de Osorio y buscaba su propia porción de poder.
Las intrigas cortesanas llegaron a un punto culminante en 1326, cuando Osorio fue acusado de conspiración y, tras una serie de manipulaciones políticas, se le retiró del consejo real. Este evento desestabilizó aún más el ya complicado panorama político, pues los nobles, como Juan Manuel y Juan de Haro, intentaron tomar ventaja de la situación. La lucha por el control de la corte se intensificó, y Alfonso XI se vio obligado a hacer frente a las maniobras de estos poderosos rivales. Para hacer frente a esta situación, el rey recurrió a un método que se haría característico de su reinado: utilizar la negociación y la astucia política para controlar la situación.
En 1327, Juan Manuel y Alfonso XI llegaron a un acuerdo para evitar un conflicto abierto. Juan Manuel, que no aceptaba la subordinación del rey, firmó un pacto que le devolvía parte de los territorios que había perdido en los años anteriores, pero a cambio de su lealtad hacia el monarca. Sin embargo, este acuerdo no fue duradero. Juan Manuel no dejó de maniobrar en la corte, y a pesar de las negociaciones, continuó siendo un rival peligroso para el rey.
El reinado de Alfonso XI, por tanto, estuvo marcado por la constante lucha por consolidar su poder. Los conflictos internos en la corte no solo implicaban disputas entre la nobleza, sino que también afectaban directamente la gobernanza del reino. Alfonso XI se enfrentó a un escenario complejo: tenía que mantener el orden interno y la estabilidad de Castilla, mientras lidiaba con las ambiciones de los grandes nobles que no dudaban en desafiar la autoridad real.
Además de las intrigas cortesanas, el joven rey también debió enfrentarse a problemas externos. Desde su llegada al trono, la amenaza de los musulmanes del Reino de Granada seguía latente. La Guerra de Granada se había iniciado mucho antes de que Alfonso XI subiera al trono, pero durante su reinado se intensificaron los enfrentamientos con el reino granadino. La creciente influencia de los meriníes en el norte de África, que apoyaban a Granada, representaba un peligro directo para la estabilidad del reino castellano.
En 1326, Alfonso XI inició una serie de campañas militares contra Granada, con la esperanza de consolidar su autoridad y debilitar a los musulmanes en el sur. Durante este periodo, Alfonso XI demostró una habilidad estratégica notable al coordinar sus esfuerzos con Alfonso IV de Portugal, quien fue un aliado importante en estas batallas. Alfonso Jufré Tenorio, almirante mayor de la mar de Castilla, jugó un papel crucial en la victoria de las tropas castellanas sobre las fuerzas africanas que habían acudido en ayuda de Granada.
En 1328, Alfonso XI continuó con sus esfuerzos por debilitar a los granadinos y, al mismo tiempo, consolidó su control sobre las tierras del sur de Castilla. La conquista de la villa y el castillo de Olvera, Pruna y Aimonte fueron algunos de los logros de este periodo. No obstante, las tensiones internas entre los nobles seguían siendo un problema central, y la situación política del reino no se estabilizó por completo.
A lo largo de esta época, la figura de Juan Manuel continuó siendo un factor fundamental. A pesar de los acuerdos con el rey, Juan Manuel no dejó de conspirar y de buscar el apoyo de otros nobles, lo que llevó a nuevos enfrentamientos con Alfonso XI. En 1330, después de un nuevo conflicto entre las facciones nobles, el rey se vio obligado a tomar medidas drásticas, y las negociaciones con Juan Manuel se rompieron definitivamente.
El poder real de Alfonso XI, por lo tanto, fue consolidándose lentamente durante estos primeros años de su reinado, pero no sin obstáculos. Las luchas internas de la nobleza y los enfrentamientos con Juan Manuel y otros grandes nobles marcaron un periodo de intensos conflictos, tanto en el ámbito interno como en el externo. A pesar de ello, Alfonso XI fue capaz de mantener la estabilidad de su reino y continuar su labor de fortalecimiento de la monarquía.
III. Fortalecimiento del Poder del Rey: Reformas y Conquistas
A medida que avanzaba el reinado de Alfonso XI, su visión de un reino fuerte y centralizado se fue consolidando. Tras haber superado los conflictos internos de la corte y las luchas con la nobleza, el joven rey comenzó a fortalecer la autoridad de la Corona frente a la poderosa aristocracia castellana. A lo largo de esta etapa de su reinado, se destacaron importantes reformas administrativas, reformas jurídicas y una serie de conquistas militares, especialmente en el campo de la lucha contra el Reino de Granada.
Uno de los primeros pasos de Alfonso XI para consolidar su poder fue la reforma del sistema judicial y administrativo del reino. En las Cortes de Madrid de 1329, el monarca llevó a cabo una reorganización que buscaba poner fin a la corrupción y al desorden que habían afectado la administración de la justicia en el pasado. En aquellos tiempos, la compraventa de oficios y el arrendamiento de cargos públicos eran prácticas habituales, lo que generaba una profunda desconfianza en las instituciones. Alfonso XI se comprometió a erradicar estas prácticas y a mejorar la administración del reino. Para ello, convocó unas Cortes que no solo sirvieron para reforzar la autoridad real, sino también para establecer nuevas normativas que aseguraran una mayor justicia y equidad.
En términos de justicia, Alfonso XI buscó crear un sistema más eficiente, en el cual los tribunales reales fueran los encargados de decidir los casos más importantes. Al mismo tiempo, se crearon nuevos procedimientos judiciales para regular las disputas y la administración de la ley en los territorios de la Corona. Estas reformas, aunque inicialmente resistidas por la nobleza, fueron cruciales para fortalecer el poder del monarca y restablecer el orden en un reino donde la nobleza se había acostumbrado a ejercer su propia autoridad local sin mucha intervención del rey. De hecho, una de las mayores conquistas de Alfonso XI fue precisamente la reducción del poder de la nobleza en la gestión judicial, lo cual dejó claro el deseo del monarca de gobernar de manera más directa y centralizada.
En este contexto de reformas internas, el rey de Castilla también se dedicó a una serie de conquistas militares que le permitieran consolidar su poder sobre los territorios fronterizos y asegurar el control de los pasos estratégicos hacia el sur. Uno de los mayores desafíos de Alfonso XI fue la guerra contra el Reino de Granada, que desde la muerte de Sancho IV había representado una constante amenaza para los territorios castellanos en el sur de la península.
Las tensiones con Granada, sumadas a la creciente influencia del imperio meriní en el norte de África, llevaron a Alfonso XI a tomar decisiones estratégicas clave en la política exterior. A lo largo de su reinado, el rey castellano se embarcó en una serie de campañas militares con el fin de frenar la expansión musulmana en la península ibérica y consolidar el dominio cristiano en el sur.
En 1330, Alfonso XI logró una victoria significativa al obtener la colaboración del rey de Portugal, Alfonso IV, en una serie de operaciones militares conjuntas. Este pacto de alianza permitió a Castilla realizar incursiones más efectivas en territorio granadino. Durante este periodo, Alfonso XI no solo intensificó sus esfuerzos bélicos en el sur, sino que también estableció una política de “guerra de desgaste” para debilitar al Reino de Granada. En ese sentido, las victorias en el campo de batalla fueron acompañadas de una astuta política diplomática que buscaba aislar al reino musulmán mediante acuerdos con otros reinos cristianos.
En 1333, Alfonso XI tomó el control de varias plazas fuertes clave en la frontera granadina. Algeciras, un importante puerto musulmán, fue uno de los objetivos más ambiciosos de su campaña. La toma de Algeciras significaba no solo un golpe estratégico contra los musulmanes, sino también el control de una zona vital para el comercio en el estrecho de Gibraltar. El sitio de Algeciras fue una de las batallas más largas y complejas de su reinado. El rey utilizó todos los recursos de su reino para rodear la ciudad, utilizando las Órdenes Militares y a los ricoshombres que lo apoyaban para reducir las fuerzas granadinas y africanas.
La victoria en Algeciras en 1344 fue un hito en la historia de Castilla, pues supuso el control de uno de los puntos más estratégicos de la península. Aunque la conquista de Algeciras no puso fin a la amenaza musulmana, sí fortaleció la posición de Alfonso XI frente a sus enemigos internos y externos. La toma de Algeciras permitió al rey cristiano consolidar su dominio sobre el estrecho de Gibraltar, lo que tuvo implicaciones no solo para la guerra contra Granada, sino también para el control de las rutas comerciales entre Europa y África.
Sin embargo, esta victoria no estuvo exenta de dificultades. La campaña de Algeciras fue larga y costosa. El desgaste de las fuerzas cristianas durante el sitio de la ciudad fue considerable, y el rey tuvo que recurrir a recursos externos, como pedir préstamos a la Santa Sede y a los reyes de Portugal y Francia. Estos préstamos fueron esenciales para mantener el esfuerzo bélico, y muestran cómo la política exterior de Alfonso XI fue clave para la continuación de su guerra contra los musulmanes.
A pesar de los éxitos en la guerra, las tensiones internas seguían marcando el curso del reinado de Alfonso XI. La nobleza, aunque comprometida en la lucha contra Granada, no dejaba de ser un desafío constante para el rey. En 1337, a raíz de las dificultades financieras provocadas por la guerra, se crearon nuevos impuestos, como la alcabala, un impuesto temporal sobre las mercancías. La alcabala fue impopular entre los ciudadanos y la nobleza, quienes vieron en este impuesto un intento del rey por consolidar su control sobre los recursos del reino. A pesar de la oposición, Alfonso XI logró imponer este gravamen con el objetivo de financiar sus campañas militares y mantener el poder de la Corona frente a una nobleza cada vez más resistente a su autoridad.
Uno de los aspectos más importantes de este periodo fue el fortalecimiento de la autoridad real que logró Alfonso XI. A través de sus reformas administrativas, las victorias militares en el sur y su política de alianzas, el monarca consolidó una monarquía más centralizada y fuerte. La lucha contra la nobleza, aunque en ocasiones complicada, no fue en vano: el rey había logrado reducir significativamente el poder de la aristocracia local, lo que permitió a la monarquía establecerse como el centro del poder político en Castilla.
El reinado de Alfonso XI también estuvo marcado por su capacidad para movilizar los recursos del reino. No solo utilizó a la nobleza y a las Órdenes Militares en su lucha contra los musulmanes, sino que también recurrió a los concejos de las ciudades, que le proporcionaron dinero, tropas y apoyo logístico. Esta política de alianzas entre la monarquía y las ciudades fue fundamental para el éxito de sus campañas, ya que permitió al rey contar con los recursos necesarios para sostener una guerra prolongada en el sur.
El proceso de consolidación de Alfonso XI no solo estuvo marcado por reformas internas y victorias militares, sino también por un cambio profundo en la relación entre el rey y su nobleza. Las reformas en la administración, la justicia y la política exterior le otorgaron al monarca un poder absoluto que fue decisivo para el futuro de Castilla. Durante su reinado, la figura del monarca dejó de ser una figura mediadora entre los intereses de los nobles, convirtiéndose en el centro del poder político y militar en el reino.
IV. La Guerra de Granada: Enfrentamiento con los Musulmanes
Uno de los pilares del reinado de Alfonso XI fue su lucha contra el Reino de Granada, un enfrentamiento que no solo definió su gobierno, sino que también tuvo un impacto duradero en la historia de la península ibérica. A lo largo de su reinado, Alfonso XI buscó no solo frenar la expansión del reino musulmán en el sur, sino también consolidar el poder de la Corona de Castilla y asegurar el control de los pasos estratégicos hacia el estrecho de Gibraltar. La guerra contra Granada fue una lucha prolongada, que involucró tanto enfrentamientos militares directos como estrategias diplomáticas complejas que marcaron la evolución de la política castellana en el siglo XIV.
En los primeros años de su reinado, la relación entre Castilla y Granada era compleja. El reino musulmán, dirigido por los Nasridas, era una entidad poderosa pero fragmentada, que constantemente buscaba nuevas alianzas con los reinos musulmanes del norte de África. Las incursiones granadinas en territorio castellano fueron una constante fuente de conflicto, y Alfonso XI, desde el comienzo de su gobierno, decidió que la lucha contra Granada debía ser uno de los ejes fundamentales de su política exterior. Sin embargo, a pesar de la amenaza constante, Alfonso XI también entendió que la guerra no podía librarse solo con la fuerza militar, sino que requería una estrategia combinada de intervenciones bélicas y acuerdos diplomáticos con otros actores cristianos.
Uno de los momentos clave en este conflicto fue la alianza de Castilla con Portugal en 1330. Alfonso IV de Portugal, quien había sido un rival de Castilla en el pasado, se unió al monarca castellano en la lucha contra Granada y sus aliados musulmanes del norte de África. Esta coalición fue crucial para las primeras victorias contra el reino granadino, pues las fuerzas combinadas de ambos reinos pudieron ejecutar incursiones más coordinadas en el sur. Durante este período, Alfonso XI también recibió el apoyo de Pedro IV de Aragón, quien temía la expansión de las fuerzas musulmanas en el Mediterráneo y la península ibérica.
La guerra contra Granada fue particularmente intensificada en los años 1330 y 1331. Alfonso XI utilizó sus recursos para hacer incursiones directas en el territorio granadino, llevando a cabo una serie de victorias militares que marcaron un punto de inflexión en la lucha por el control de la región. En 1333, tras un exitoso ataque sobre Teba y otras localidades en la frontera, las fuerzas castellanas lograron debilitar significativamente las defensas musulmanas. Sin embargo, estas victorias, aunque notables, fueron solo el principio de una guerra prolongada y costosa, tanto en términos de recursos como de vidas humanas.
El estudio estratégico de las incursiones y los asedios demuestra que Alfonso XI estaba decidido a completar la tarea de someter al Reino de Granada, pero también era consciente de las limitaciones de su poder. A lo largo de su reinado, el monarca se vio obligado a hacer uso de las diplomacias externas, al mismo tiempo que intentaba mantener la unidad dentro de sus propios dominios. A pesar de las alianzas con Portugal y Aragón, la nobleza castellana seguía siendo una fuerza poderosa e impredecible. En varias ocasiones, Alfonso XI tuvo que lidiar con la desconfianza de los nobles, quienes no siempre estuvieron dispuestos a comprometerse en campañas lejanas si no veían una recompensa inmediata.
A mediados de la década de 1330, el conflicto alcanzó su punto culminante con la famosa Batalla del Salado en 1340. Esta batalla, librada en el río Salado, fue uno de los enfrentamientos más decisivos de la guerra contra Granada y sus aliados meriníes. Las fuerzas de Castilla, bajo el mando directo de Alfonso XI, se enfrentaron a una coalición de fuerzas musulmanas lideradas por el sultán Abul Hassan de Fez. La victoria cristiana en este enfrentamiento fue un hito importante en la lucha contra los musulmanes. La derrota infligida a las fuerzas meriníes y granadinas tuvo consecuencias de gran alcance, pues, por primera vez, los musulmanes se vieron obligados a detener su expansión en el norte de África y a reconocer la superioridad de Castilla en la península ibérica.
La victoria en el Salado permitió a Alfonso XI establecer un control más firme sobre el estrecho de Gibraltar y garantizar que los musulmanes no pudieran recibir apoyo de sus aliados en el norte de África. Sin embargo, la guerra continuó, pues los musulmanes del reino de Granada no se dieron por vencidos tras esta derrota. A lo largo de los años siguientes, el rey castellano aprovechó esta victoria para continuar su ofensiva contra las ciudades y fortificaciones musulmanas, pero también se enfrentó a la escasez de recursos y la necesidad de mantener el apoyo de sus nobles, que comenzaron a sentirse agobiados por las prolongadas exigencias militares.
Uno de los aspectos más significativos de la Guerra de Granada fue la consolidación del poder real en Castilla. Durante la confrontación, Alfonso XI logró estrechar la relación entre el rey y las Órdenes Militares, que jugaron un papel fundamental en las campañas contra los musulmanes. Las órdenes como los Caballeros de Calatrava y Alcántara proporcionaron no solo tropas, sino también recursos cruciales para mantener la guerra a largo plazo. Además, el conflicto permitió que el rey centralizara aún más el poder en sus manos, pues la necesidad de un mando único en la guerra contra Granada obligó a los nobles a seguir las directrices del monarca.
El proceso de conquista de los territorios musulmanes en el sur de la península tuvo una gran importancia en la configuración del mapa político de la época. Las ciudades tomadas, como Algeciras y Ronda, se convirtieron en puntos clave para el control de la zona sur y para la proyección del poder castellano en la región del Magreb. Al mismo tiempo, la victoria en la Batalla del Salado otorgó a Alfonso XI un gran prestigio, tanto a nivel interno como internacional. Los aliados cristianos, como el Reino de Aragón, vieron en Alfonso XI un líder capaz de unir a los reinos cristianos frente a la amenaza común de los musulmanes.
A pesar de las victorias militares, la guerra contra Granada no estuvo exenta de dificultades. El costo humano y económico de las campañas fue altísimo. La nobleza, que ya estaba insatisfecha por las cargas fiscales impuestas por el rey para financiar la guerra, comenzó a cuestionar la viabilidad del conflicto, especialmente a medida que la peste negra, que comenzó a propagarse por Europa en 1347, llegó también a Castilla. Esta pandemia, que devastó la población castellana, ralentizó la capacidad del reino para continuar con las operaciones militares y afectó profundamente a la economía.
Durante los últimos años de su reinado, Alfonso XI se enfrentó a una situación complicada tanto a nivel interno como externo. La guerra contra Granada seguía siendo una prioridad, pero la peste y la presión de los nobles sobre el rey le obligaron a tomar decisiones difíciles. A pesar de los desafíos, Alfonso XI continuó con la lucha, y el proceso de expansión territorial cristiana no se detuvo. Finalmente, en 1344, logró la toma de Algeciras, un objetivo clave en la estrategia castellana, consolidando aún más su dominio sobre el sur.
Al final de su reinado, Alfonso XI dejó un legado de fortaleza real, control sobre el sur de la península y una marcada influencia en la lucha contra el reino de Granada. Sin embargo, también dejó un reino debilitado por la peste y las tensiones internas. A pesar de estos desafíos, su política exterior, centrada en la guerra contra Granada, fue fundamental para la expansión territorial de Castilla y para la consolidación de su poder en la región.
V. Últimos Años de Reinado: Crisis, Reformas y Muerte
Los últimos años del reinado de Alfonso XI estuvieron marcados por una combinación de crisis internas, reformas jurídicas y administrativas, y la continua lucha por asegurar el dominio de Castilla sobre sus territorios, tanto frente a la nobleza como a los enemigos externos. Sin embargo, al mismo tiempo, el reino estaba marcado por la creciente amenaza de la peste negra, una pandemia que afectó gravemente a la población europea y que llegó a Castilla en 1347, influyendo considerablemente en la vida política, social y económica del reino. La vida de Alfonso XI, uno de los monarcas más activos de su época, terminó prematuramente en 1350, durante el cerco de Gibraltar, dejando un legado de poder centralizado, reformas jurídicas y una marcada historia militar.
Las Reformas Jurídicas y Administrativas de los Últimos Años
A lo largo de su reinado, Alfonso XI tuvo que lidiar con las tensiones internas causadas por la nobleza, que, en muchas ocasiones, buscaba aumentar su poder a expensas de la autoridad real. A medida que la situación del reino se estabilizaba tras las grandes victorias contra Granada y los esfuerzos por pacificar los territorios del sur, Alfonso XI dirigió sus esfuerzos hacia la creación de un sistema judicial más centralizado y eficiente.
Uno de los logros más importantes en este sentido fue la promulgación del Ordenamiento de Alcalá de 1348, considerado uno de los hitos legales más significativos de su reinado. Este cuerpo legislativo fue diseñado para unificar la administración de la justicia en todo el reino de Castilla, y representó un importante paso hacia la centralización del poder real. En este ordenamiento, Alfonso XI estableció la jerarquía de las leyes en Castilla, priorizando la ley real por encima de los fueros locales y los privilegios de la nobleza. Esto permitió que el rey tuviera un mayor control sobre los tribunales y la administración, lo que redujo la influencia de los nobles sobre las decisiones judiciales.
A nivel administrativo, el rey también promovió la centralización del gobierno, estableciendo nuevas normativas para regular la cobranza de impuestos y la organización de los recursos dentro de los territorios castellanos. La alcabala, un impuesto sobre las mercancías que había sido introducido durante los primeros años de su reinado para financiar la guerra contra Granada, se consolidó como una fuente de ingresos importante para la Corona. A pesar de la resistencia de las ciudades y de la nobleza, este tipo de medidas contribuyó a fortalecer el poder económico de la monarquía, ayudando a financiar tanto las campañas militares como los proyectos de consolidación territorial.
Sin embargo, a pesar de estas reformas y esfuerzos por centralizar el poder, el rey nunca logró vencer completamente las resistencias internas. La nobleza seguía siendo un desafío constante para la autoridad real, y aunque Alfonso XI había logrado disminuir su poder en ciertos aspectos, su capacidad para controlar completamente a los nobles fue limitada. La falta de recursos, exacerbada por la peste, y la permanente lucha por el poder entre los grandes linajes, continuaron siendo factores que complicaban la situación interna.
La Peste Negra y sus Efectos en Castilla
En 1347, Castilla no fue ajena a la gran pandemia que asoló Europa, la famosa peste negra. La enfermedad, que se extendió rápidamente por todo el continente, cobró millones de vidas y tuvo un impacto profundo en la sociedad medieval, tanto en términos demográficos como económicos. Alfonso XI no escapó de esta crisis, y la peste tuvo un impacto considerable en el curso de su reinado.
Al principio, la peste comenzó a propagarse en las ciudades portuarias del Mediterráneo, y a través del comercio y las rutas marítimas, se extendió por la península ibérica. Las consecuencias fueron devastadoras. Se calcula que alrededor de un tercio de la población europea pereció a causa de la enfermedad, y Castilla no fue una excepción. En Sevilla, donde la peste fue especialmente virulenta, el número de muertes alcanzó proporciones alarmantes. La nobleza y las clases altas, al igual que la población en general, no pudieron evitar el contagio, lo que creó un vacío de poder en muchas ciudades.
A pesar de las medidas desesperadas adoptadas por Alfonso XI para combatir la enfermedad, como el aislamiento de las ciudades y la limitación de los contactos con el exterior, la peste continuó propagándose. La crisis sanitaria agravó las tensiones sociales y económicas en el reino, dificultando la capacidad del monarca para sostener sus campañas militares en el sur y cumplir con los objetivos políticos internos.
El impacto de la peste también afectó directamente a las fuerzas de Alfonso XI en su lucha contra los musulmanes en Granada y en sus esfuerzos por consolidar el control de Gibraltar. La pérdida masiva de vidas humanas y la escasez de recursos humanos y materiales dificultaron el avance de las tropas cristianas y comprometieron el éxito de las campañas en el norte de África. Aunque el rey continuó con sus esfuerzos militares, los resultados fueron más limitados y costosos.
El Cerco de Gibraltar y la Muerte de Alfonso XI
Alfonso XI se encontraba en el cerco de Gibraltar en 1350, en la última gran ofensiva contra los musulmanes antes de su muerte. Gibraltar, que era considerado un punto estratégico clave en el estrecho de Gibraltar, había sido un objetivo de larga data para la monarquía castellana. Sin embargo, el asedio se vio complicado por varios factores, no solo por la resistencia feroz de los defensores musulmanes, sino también por la situación sanitaria en el campamento castellano, afectado por la peste.
Durante el asedio, Alfonso XI cayó gravemente enfermo, y aunque se dice que intentó continuar con las operaciones de guerra, la enfermedad lo postró en cama. La naturaleza de la peste en ese momento dificultó la identificación precisa de la enfermedad que sufrió, pero se sabe que la fiebre y la rápida caída del rey indicaban una enfermedad altamente contagiosa. Según las crónicas, Alfonso XI murió el 27 de marzo de 1350, sin haber podido completar el cerco de Gibraltar.
Su muerte ocurrió en un momento crítico para el reino, ya que el rey no solo había estado ocupado con la guerra, sino también con la administración de su vasto reino. Su sucesión fue también problemática: Pedro I, su hijo, quien asumió el trono tras la muerte de Alfonso XI, aún era un joven príncipe y su reinado estuvo marcado por tensiones internas y la lucha por el poder. La muerte de Alfonso XI significó la conclusión de una era de consolidación del poder real en Castilla, pero también dejó un reino dividido, enfrentado a una nobleza que aún no estaba completamente sometida al control de la monarquía.
Legado de Alfonso XI
Alfonso XI dejó un legado complejo. En el ámbito militar, sus victorias en la lucha contra Granada y la conquista de Algeciras fueron fundamentales para consolidar la presencia castellana en el sur. En cuanto a la administración, las reformas que implementó contribuyeron a una mayor centralización del poder, pero las tensiones con la nobleza persistieron a lo largo de su reinado. La alcabala, aunque controvertida, fue una de las primeras medidas fiscales que consolidaron la capacidad económica del reino.
A nivel personal, Alfonso XI fue conocido por su apodo, el Justiciero, debido a sus esfuerzos por reformar el sistema judicial y fortalecer la autoridad de la Corona frente a los abusos de poder de la nobleza. Sin embargo, el legado de su gobierno fue ensombrecido por las luchas internas que marcaron la política castellana y la crisis provocada por la peste.
En resumen, aunque Alfonso XI fue un monarca activo, decidido y ambicioso, su reinado terminó de manera prematura debido a la peste. Su muerte dejó un vacío de poder que afectó a Castilla durante los primeros años del reinado de su hijo, Pedro I, conocido como Pedro el Cruel. No obstante, la base que había sentado para la centralización del poder y su éxito en las conquistas militares aseguraron su lugar en la historia como uno de los monarcas más importantes del siglo XIV.
MCN Biografías, 2025. "Alfonso XI (1311–1350): El Justiciero de Castilla que Consolidó la Monarquía". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/alfonso-xi-rey-de-castilla-y-leon [consulta: 16 de octubre de 2025].