Juan O’Donojú y O’Rian (1762–1821): El último virrey liberal que selló la independencia de México
De Sevilla a la política liberal – Formación, Guerra de Independencia y persecución
Contexto de nacimiento y orígenes irlandeses en la España ilustrada
Juan O’Donojú y O’Rian nació el 30 de julio de 1762 en Sevilla, en el seno de una familia de origen irlandés que había emigrado a España en el contexto de la diáspora católica impulsada por las leyes represivas británicas contra los irlandeses. Como muchas otras familias gaélicas, los O’Donojú encontraron en la España borbónica del siglo XVIII una tierra propicia para desarrollarse, en especial dentro de las carreras militares y eclesiásticas, tradicionalmente abiertas a los extranjeros católicos.
La Sevilla de esa época era todavía un importante enclave comercial y cultural, aunque su esplendor económico ya había mermado desde el siglo anterior. En este ambiente urbano e ilustrado, O’Donojú se formó como parte de una élite militar en ascenso, caracterizada por su fidelidad a la monarquía borbónica, pero también por su contacto con las ideas reformistas que circularon entre los sectores más progresistas del ejército español.
Formación militar y primeras campañas en la Guerra de la Independencia
Desde joven, Juan O’Donojú se inclinó por la carrera de las armas, una elección natural en su contexto familiar y social. Pronto destacó por su disciplina y capacidad de liderazgo, ascendiendo al rango de teniente de húsares. Su primera gran oportunidad de demostrar su valía llegó con el estallido de la Guerra de la Independencia Española (1808–1814), cuando España se levantó contra la invasión napoleónica y la imposición del hermano del emperador, José Bonaparte, en el trono español.
Durante las campañas de Aragón en 1808, O’Donojú sirvió bajo las órdenes del general Blake, en el llamado Ejército de la Derecha. Participó activamente en la batalla de Alcañiz, donde las fuerzas españolas obtuvieron una victoria parcial, y también estuvo presente en los enfrentamientos posteriores en María y Belchite, que resultaron en derrotas dolorosas ante las tropas imperiales francesas. Estos primeros episodios forjaron su carácter y lo insertaron de lleno en las redes de militares ilustrados que combinaban fervor patriótico con una visión reformista del Estado.
Carrera política, masonería y confrontación con el absolutismo
La experiencia en la guerra no solo consolidó su reputación militar, sino que también lo acercó a círculos políticos liberales y masones, en los que rápidamente se convirtió en una figura destacada. A finales de 1813, en un contexto de reorganización institucional en plena guerra, fue nombrado ministro de la Guerra por el Consejo de Regencia, una posición de gran responsabilidad y poder.
Sin embargo, O’Donojú no tardó en mostrar su independencia de criterio. Renunció al cargo al oponerse al nombramiento del Duque de Wellington como jefe supremo de las tropas españolas en la Península, decisión que consideraba una cesión excesiva de soberanía nacional en favor del aliado británico. Esta actitud evidenciaba ya su nacionalismo español, combinado con un respeto por los principios liberales y constitucionalistas que marcarían el resto de su vida pública.
El retorno de Fernando VII en 1814 trajo consigo la restauración del absolutismo y la represión de quienes habían colaborado con el régimen constitucional gaditano. El 4 de mayo de ese año, tras un golpe de Estado palaciego, se instauró una política de persecución contra los liberales. O’Donojú fue incluido entre los principales objetivos. Una sentencia del 18 de diciembre de 1814 lo condenó a cuatro años de prisión en el castillo de San Carlos en Mallorca, y le impuso además la prohibición de residir en Madrid o sitios reales durante otros cuatro años. Fue declarado inhábil para el mando y se le vinculó con la llamada “conspiración del Triángulo”, supuestamente liderada por el general Renovales, aunque no existen pruebas concluyentes de su participación directa.
Durante su encarcelamiento y posterior vigilancia, O’Donojú se mantuvo vinculado al ideario liberal, consolidando su posición como uno de los referentes políticos más influyentes de la masonería española. Esta red secreta no solo le ofreció respaldo ideológico, sino también conexiones estratégicas que le serían útiles en los años venideros.
El regreso con el Trienio Liberal y los conflictos con Riego
El estallido del Pronunciamiento de Riego en enero de 1820 abrió una nueva etapa en la política española: el llamado Trienio Liberal. En este contexto de restauración constitucional, O’Donojú fue rehabilitado públicamente y recuperó su rango de teniente general. Fue nombrado jefe político de Sevilla, ciudad clave para el nuevo gobierno constitucional.
Durante su mandato en la capital andaluza, O’Donojú mostró una actitud firme frente a los elementos eclesiásticos más reaccionarios. Ordenó la expulsión de varios canónigos y clérigos que conspiraban contra el régimen, lo que generó tensiones con sectores conservadores. Pese a compartir el ideario liberal con Rafael del Riego, su compañero de generación y símbolo de la revolución de 1820, surgieron entre ambos rivalidades personales y políticas. Se decía que O’Donojú envidiaba la popularidad de Riego, y el abate Marchena, uno de los ideólogos del liberalismo radical, lo acusó públicamente de agraviarlo, reflejando los conflictos internos del movimiento progresista.
A pesar de las disputas, su autoridad y experiencia fueron reconocidas tanto por el gobierno central como por los diputados americanos presentes en las Cortes. Fue en ese contexto en que su nombre comenzó a sonar como el candidato idóneo para una misión de altísima responsabilidad: pacificar la insurgencia en Nueva España, donde la independencia parecía ya irreversible.
Virrey en tierra en rebelión – Misión en Nueva España y el Tratado de Córdoba
Nombramiento y partida hacia una colonia al borde del colapso
En los primeros días de 1821, en un giro estratégico que buscaba abrir un nuevo canal de diálogo con las colonias americanas, las Cortes de Madrid aceptaron la propuesta de varios diputados liberales para designar a Juan O’Donojú como gobernador y capitán general de Nueva España, y poco después también como jefe político superior de las mismas provincias. La elección de O’Donojú no fue casual: era un militar de carrera, con convicciones liberales firmes, pero también leal a la monarquía constitucional.
El ministro de la Guerra, Cayetano Valdés, comunicó oficialmente su nombramiento, y la Secretaría de Gobernación de Ultramar le transmitió las instrucciones reservadas para el desempeño de su misión. En su respuesta, O’Donojú expresó una lealtad equilibrada: manifestaba su “amor y admiración al rey y a la Constitución”, y se declaraba dispuesto a realizar “toda clase de sacrificios por su conservación”.
Partió de Cádiz el 30 de mayo de 1821 a bordo del navío Asia, acompañado de su esposa, del secretario de gobierno Francisco de Paula Álvarez y de un pequeño grupo de colaboradores. La expedición llegaría a San Juan de Ulúa el 30 de julio, marcando el inicio de su breve pero decisivo papel como el último virrey de facto de Nueva España.
Diagnóstico de un virreinato colapsado
A su llegada, O’Donojú descubrió una situación crítica y desesperada. El país estaba completamente desarticulado: la capital, Ciudad de México, estaba sitiada; las fuerzas realistas se hallaban diezmadas y desmoralizadas, mientras que prácticamente todas las provincias habían proclamado la independencia. Los mandos militares españoles se encontraban divididos, y el pueblo armado, influido por las ideas liberales, apoyaba mayoritariamente a los insurgentes liderados por Agustín de Iturbide.
La carta que O’Donojú envió el 31 de agosto desde Córdoba (Veracruz) al secretario de Estado constituye uno de los diagnósticos más lúcidos y honestos del derrumbe del imperio español en América. En ella, afirmaba:
“Todas las provincias de la Nueva España habían proclamado la Yndependencia, todas las plazas habían abierto sus puertas por fuerza o por Capitulación á los sostenedores de la libertad; un Exercito de Treinta mil soldados…, un Pueblo armado…, dirigidos por hombres de conocimientos y de carácter y puesto á la cabeza… un Gefe que supo entusiasmarlos…”.
Refiriéndose a la capital, agregaba:
“Restaba aun México ¡pero en qué estado! El Virey depuesto por sus mismas tropas… su número no pasaba de dos mil y quinientos veteranos y otros dos mil patriotas; una autoridad intrusa…”.
Estas palabras revelaban la imposibilidad material de aplicar las 40 cláusulas de las instrucciones que traía desde Madrid. La situación había evolucionado con tal rapidez y profundidad que ya no existía una estructura colonial efectiva que sostuviera el poder español.
El acuerdo con Iturbide: Tratado de Córdoba
En un gesto de realismo político y visión conciliadora, O’Donojú decidió no resistirse militarmente a una guerra que consideraba ya perdida. El 3 de agosto, en Veracruz, publicó una proclama donde reconocía el restablecimiento de la Constitución y prometía atender las demandas de las provincias. Su tono liberal contrastaba con la tradición autoritaria del virreinato y demostraba su voluntad de construir un nuevo pacto político.
Sabedor de que el líder insurgente Agustín de Iturbide se encontraba en la ciudad de Córdoba, se comunicó con él para concertar una entrevista histórica. El resultado fue el Tratado de Córdoba, firmado el 24 de agosto de 1821, un documento que sellaba de facto la independencia de México y proponía un esquema monárquico moderado.
En carta dirigida al general José Dávila, O’Donojú justificaba el acuerdo con palabras de profundo idealismo:
“Tiene por objeto la felicidad de ambas Españas y poner fin á los horrorosos desastres de una guerra intestina; él está apoyado en el derecho de las Naciones…, el liberalismo de nuestras Cortes…, y las intenciones benéficas de nuestro Gobierno…”.
A su vez, en la comunicación oficial al secretario de Estado en Madrid, O’Donojú fue tajante:
“La Yndependencia ya era indefectible sin que hubiese fuerza en el Mundo capaz de contrarrestarla; era preciso pues acceder á que la America sea reconocida por Nacion Soberana e independiente y se llame en lo sucesivo Ymperio Mexicano”.
El tratado contemplaba que el trono del nuevo imperio fuera ofrecido en primer lugar al rey Fernando VII, y en su defecto, a otros príncipes españoles. Si ninguno aceptaba, la elección recaería en quien designasen las Cortes mexicanas. Este modelo buscaba conjugar la legitimidad monárquica con el principio de soberanía nacional.
Implicaciones políticas y visión liberal del acuerdo
Consciente de lo delicado de su decisión, O’Donojú envió a dos emisarios a España para comunicar el contenido del Tratado y rogar al rey su aprobación. Alegaba que, aunque no tuviera facultades explícitas para reconocer la independencia, su acción obedecía a la realidad incontestable del terreno y a la voluntad mayoritaria de los pueblos americanos.
En espera de la respuesta oficial, se acordó la formación de una Junta Provisional de Gobierno, en la que O’Donojú sería parte, manteniendo sus funciones como capitán general. Aunque su autoridad real era ya limitada, su presencia fue clave para dar credibilidad internacional y una transición ordenada al naciente Imperio Mexicano.
Los generales realistas más duros, como José Dávila en Veracruz y Pedro Francisco Novella en Ciudad de México, se resistieron a aceptar el tratado. No obstante, O’Donojú logró negociar un armisticio, reconocerse como autoridad legítima y facilitar una entrevista entre Novella e Iturbide, lo que allanó el camino para el fin definitivo del conflicto.
El 16 de septiembre, desde Tacubaya, emitió una proclama anunciando el fin de la guerra, y el 27 de septiembre de 1821 ingresó a Ciudad de México en medio de un desfile triunfal encabezado por Iturbide, con el entusiasmo popular desbordado.
El día siguiente, se constituyó oficialmente la Junta Provisional Gubernativa, compuesta por 38 miembros de variados perfiles: juristas, aristócratas, militares y clérigos. Se redactó una Declaración de Independencia, y se creó una Regencia de cinco miembros presidida por Iturbide, en la que O’Donojú figuró junto a Manuel de la Bárcena, José Isidro Yáñez y Manuel Velázquez de León. También se estructuró el nuevo gobierno con cuatro ministerios y cinco distritos militares, mientras la Real Audiencia seguía operando como tribunal de justicia.
O’Donojú, el emisario del liberalismo español, se convirtió en uno de los pilares del nuevo orden político, aun sabiendo que su legitimidad estaba sujeta al juicio posterior del gobierno peninsular.
Últimos actos y legado negado – Muerte en México y condena en España
Transición al nuevo régimen y funciones en la Junta Provisional
El ingreso triunfal a Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821 marcó no solo el final del dominio español en el virreinato, sino también el punto culminante en la trayectoria de Juan O’Donojú. Aunque enfermo y debilitado físicamente, asumió plenamente sus funciones dentro del nuevo aparato de gobierno. Su inclusión como miembro de la Regencia del Imperio Mexicano reflejaba el equilibrio que buscaban los moderados: un liberal ilustrado español que garantizara continuidad institucional, mientras se asentaba la naciente soberanía.
La Junta Provisional Gubernativa, con O’Donojú como figura central junto a Agustín de Iturbide, articuló rápidamente las bases administrativas del nuevo Estado. Se consolidaron ministerios civiles, se designaron jefaturas militares regionales y se mantuvieron ciertas estructuras heredadas del virreinato, como la Real Audiencia, que seguía operando como máximo tribunal de justicia. Esta dualidad de continuidad y ruptura, en la que O’Donojú jugó un papel moderador, fue clave en las primeras semanas del México independiente.
No obstante, el nuevo gobierno también enfrentaba tensiones internas. Los conflictos latentes entre los antiguos borbonistas, los federalistas criollos, y los republicanos, comenzaban a hacerse visibles. En este contexto, la autoridad de O’Donojú, como figura neutral y puente entre dos mundos, se tornaba cada vez más valiosa, aunque su salud comenzaba a deteriorarse.
Muerte prematura y crisis política
Apenas unos días después de los fastos de la independencia, O’Donojú enfermó gravemente. El clima de Ciudad de México, junto al desgaste acumulado durante las semanas previas y la tensión emocional de su posición, precipitaron su caída. Fue diagnosticado con una pleuresía severa, enfermedad que rápidamente se agravó. El 8 de octubre de 1821, tan solo once días después del desfile independentista, fallecía el último virrey liberal en plena capital del nuevo imperio.
La muerte de O’Donojú fue percibida como un golpe doloroso por muchos sectores. Según el historiador Ernesto de la Torre, su desaparición “debilitó al gobierno provisional”, ya que su figura representaba un equilibrio delicado entre el legado español y la institucionalidad del nuevo orden. Para los españoles aún residentes en el país, O’Donojú era una garantía de moderación y legalidad, y su muerte dejaba un vacío difícil de llenar en una coyuntura llena de incertidumbre.
Condena póstuma y reinterpretación histórica
Mientras en México su imagen se asociaba al gesto conciliador que permitió una independencia ordenada y pactada, en España la reacción fue radicalmente opuesta. El gobierno de Madrid recibió con indignación la noticia del Tratado de Córdoba. El 7 de diciembre de 1821, se emitió una declaración oficial en la que se negaban absolutamente las facultades de O’Donojú para reconocer la independencia de cualquier provincia americana. El tratado fue declarado nulo y sin valor, y se censuró al general por haber actuado más allá de sus atribuciones.
La reprobación no terminó allí. El 13 de febrero de 1822, las Cortes españolas ratificaron el rechazo al tratado, profundizando el aislamiento de cualquier intento de negociación con las colonias insurgentes. Finalmente, en mayo de 1824, cuando Fernando VII promulgó un indulto general para los implicados en los movimientos independentistas, se incluyó una excepción explícita que mencionaba a los “españoles europeos que tuvieron parte en el convenio o tratado de Córdoba”. El documento hablaba de Juan O’Donojú con la expresión “de odiosa memoria”, reservando para él una condena moral póstuma que sellaba su exclusión del relato oficial del Estado español.
Este juicio condenatorio buscaba no solo castigar su actuación, sino borrar simbólicamente su figura del panteón del honor militar español. Sin embargo, en América y particularmente en México, su papel ha sido objeto de una revalorización progresiva, que lo muestra como un político de convicciones liberales, dispuesto a anteponer la realidad histórica al dogmatismo imperial.
De virrey a traidor o visionario: el debate sobre su figura
La figura de Juan O’Donojú y O’Rian ha sido interpretada desde ángulos opuestos, dependiendo del prisma ideológico y geográfico. En España fue visto durante décadas como un traidor a la causa realista, responsable de “entregar” un territorio clave a los insurgentes. Sin embargo, esa narrativa no resiste un análisis más objetivo. O’Donojú no fue un renegado oportunista, sino un liberal pragmático que entendió que la supervivencia de los vínculos entre la península y América requería una transformación profunda.
En México, aunque durante los primeros años del Imperio fue recordado como copartícipe de la independencia, su figura quedó parcialmente eclipsada por el protagonismo de Iturbide. No obstante, historiadores como T. E. Anna, J. Delgado o Rubio Mañé han rescatado su papel esencial como mediador político, defensor del constitucionalismo y artífice de una transición sin baños de sangre en una de las regiones más complejas del antiguo imperio español.
O’Donojú representa una figura límite y trágica: enviado por un gobierno liberal, llega a una tierra en revolución, pacta con los insurgentes por convicción y necesidad, y muere antes de recibir la condena que su patria le tenía reservada. Es un caso excepcional en la historia de la descolonización hispanoamericana: el único virrey que firmó la independencia del territorio que gobernaba.
Su legado, más allá de los juicios morales, está en su comprensión de los procesos históricos irreversibles y en su decisión de actuar en consonancia con ellos. En tiempos en que otros optaban por la represión, O’Donojú apostó por el diálogo, la legalidad y el reconocimiento de la voluntad popular. Su vida, marcada por el liberalismo ilustrado, el servicio militar y la alta política, se cerró en un momento fundacional de América Latina, con el acto más inesperado y audaz que jamás realizó un virrey español.
MCN Biografías, 2025. "Juan O’Donojú y O’Rian (1762–1821): El último virrey liberal que selló la independencia de México". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/o-donoju-y-o-rian-juan [consulta: 18 de octubre de 2025].