Fernando VII (1784–1833): El Rey Absolutista que Enfrentó Revoluciones, Guerras y el Declive del Imperio
Fernando VII nació el 14 de octubre de 1784 en el Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, en la Comunidad de Madrid. Era el noveno hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma, y aunque su familia ya contaba con varios herederos varones, la muerte prematura de sus hermanos lo convirtió en el siguiente en la línea de sucesión al trono. Desde su nacimiento, Fernando estuvo rodeado de una corte marcada por el absolutismo y los conflictos internos. Su infancia estuvo lejos de ser tranquila: sufrió numerosas enfermedades que marcaron su salud y su carácter durante toda su vida, incluidas afecciones graves desde temprana edad. A los cuatro años, sufrió una enfermedad que se diagnosticó como un «vicio de la sangre», cuya curación, según se decía, fue obra de la intervención de San Isidro, el patrón de Madrid. Esta enfermedad de su niñez dejó huellas tanto en su cuerpo como en su psique, y su salud delicada sería una constante a lo largo de su reinado.
Desde muy joven, Fernando fue expuesto a un ambiente político de gran tensión, donde las intrigas cortesanas y la influencia de figuras clave como el valido Manuel Godoy marcaron los primeros años de su vida. En una época en la que los reyes absolutistas, como su padre Carlos IV, gobernaban sin una consulta real con el pueblo, la corte se veía envuelta en conspiraciones y luchas de poder entre los diversos facciones de la nobleza y la política española. A pesar de las responsabilidades que conlleva ser el heredero al trono, Fernando creció en una atmósfera de desconcierto e incertidumbre. Fue educado principalmente por tutores y preceptores, entre los cuales destacó el canónigo Juan Escóiquiz, quien, debido a la influencia de Godoy, se encargó de su educación en los primeros años de su vida.
Juan Escóiquiz fue un personaje crucial en la formación del carácter de Fernando VII. De manera astuta, Escóiquiz fomentó el odio de Fernando hacia Godoy, el favorito del rey, al que consideraba el verdadero poder detrás del trono. Este trato, que favorecía a Escóiquiz más que a cualquier otro preceptor, influyó en la percepción de Fernando sobre las relaciones de poder. En lugar de recibir una educación orientada a los principios del absolutismo ilustrado o a una visión de un monarca justo y sabio, Fernando se educó en un ambiente de intriga, desconfianza y resentimiento. La relación entre el joven príncipe y sus padres fue, asimismo, distanciada y desconfiada. La figura de Carlos IV no inspiraba en Fernando la admiración que se podría esperar de un hijo hacia su padre, debido a la sumisión del rey a las maniobras de Godoy, quien se convirtió en el verdadero gobernante del país durante muchos años.
A lo largo de su infancia y juventud, Fernando VII no experimentó un acercamiento significativo a la cultura o a la política de forma activa. Su carácter parece haber sido moldeado por las circunstancias que lo rodeaban: la indiferencia y la intriga de la corte, la continua lucha por el poder entre las diferentes facciones, y una madre que, aunque amorosa, estaba influenciada por las maniobras políticas de su esposo. El crecimiento de Fernando estuvo marcado, además, por una profunda frustración: no solo por la situación política de España, sino también por el papel pasivo que se le asignó en la corte.
En 1802, Fernando se casó con María Antonia de Nápoles, hija de Fernando IV de Nápoles, en un matrimonio que no solo tenía una finalidad política sino también una estrategia para asegurar la sucesión. Aunque María Antonia era una mujer culta e inteligente, su vida en la corte de Madrid fue solitaria, debido a las tensiones políticas y la creciente desconfianza de Fernando hacia sus propios padres y hacia Godoy. El matrimonio, aunque aparentemente bien intencionado, no prosperó, y en 1806, tras la muerte de la reina, surgieron rumores que sugerían que las circunstancias de su fallecimiento no fueron naturales. La muerte repentina de María Antonia y la posterior muerte del boticario de la corte crearon un ambiente de paranoia, con rumores que sugerían incluso la posibilidad de un asesinato, lo cual solo aumentó la desconfianza de Fernando hacia los suyos.
En 1807, Fernando VII empezó a mostrarse más activo en los asuntos de la corte, rodeándose de un pequeño grupo de colaboradores que se oponían abiertamente a Godoy. Este círculo íntimo, que más tarde sería conocido como «La Camarilla», estaba compuesto por figuras como Juan Escóiquiz, el marqués de Ayerbe, el duque del Infantado y el conde de Montijo. Juntos conspiraron para derrocar a Godoy, el hombre que había dominado la política española durante el reinado de Carlos IV. Aunque el joven príncipe estaba involucrado en este complot, los intentos de golpe de Estado fueron rápidamente descubiertos, lo que llevó a una humillación pública de Fernando. En una muestra de poder, Godoy hizo que Fernando confesara su implicación en la conspiración, y el príncipe tuvo que pedir perdón a su padre por su comportamiento.
Aunque esta conspiración fracasó, la figura de Fernando VII fue ganando terreno entre los sectores opositores al poder de Godoy. La creciente popularidad del príncipe entre los disidentes lo convirtió en una figura central en las tensiones políticas del momento. La lucha por el poder entre los partidarios de la monarquía absolutista y aquellos que apoyaban reformas progresistas se intensificó, y Fernando VII se encontró en medio de esta lucha. Sin embargo, a pesar de su aparente liderazgo, el príncipe aún no estaba preparado para asumir las riendas del país.
La situación política de España en estos años fue cada vez más compleja. La monarquía española, enfrentada a los embates de la Revolución Francesa y la Guerra de Independencia contra Francia, se encontraba al borde del colapso. En 1808, Napoleón Bonaparte intervino directamente en los asuntos internos de España. A raíz de este conflicto, Fernando VII se encontró atrapado entre dos fuerzas poderosas: la familia real española, cuya legitimidad era cuestionada por las reformas napoleónicas, y Napoleón, que utilizaba su poder para controlar los destinos de Europa.
La Guerra de Independencia, que estalló en 1808, marcaría el principio de la caída de la dinastía de los Borbones, y Fernando VII sería testigo de la destrucción de su reino. A pesar de su juventud y su falta de preparación para asumir el liderazgo en esos momentos, la lucha por la libertad y la soberanía española que se desató durante la guerra tendría un profundo impacto en su vida y en su reinado futuro.
Ascenso al Trono y Crisis Inicial (1808)
En el contexto de 1808, España se encontraba sumida en una compleja situación política que se agravó con la intervención de Napoleón Bonaparte, quien intentó imponer su control sobre el país. A pesar de que Fernando VII ya había sido nombrado Príncipe de Asturias y asumía el liderazgo de la oposición a Manuel Godoy, la invasión de las tropas francesas y los acontecimientos que sucedieron en el país cambiarían el curso de la historia.
La abdicación de Carlos IV y la intervención francesa
El primer gran giro en la vida de Fernando VII ocurrió en marzo de 1808, cuando se produjo el llamado Motín de Aranjuez, una rebelión en la que un grupo de militares y nobles apoyó a Fernando VII en su lucha contra Godoy, el favorito de su padre, Carlos IV. La revuelta culminó con la destitución de Godoy y la abdicación forzada de Carlos IV, quien, presionado por la situación política, renunció a la corona a favor de su hijo Fernando. Este evento representó un punto de inflexión en la vida del príncipe, que, de ser un joven príncipe sometido a las maniobras de su padre y su tutor, se convirtió de repente en rey de España. Fernando VII fue proclamado rey el 19 de marzo de 1808, en un momento de gran agitación política, rodeado de un contexto de conspiraciones y traiciones.
Sin embargo, la situación no era tan simple como la abdicación de Carlos IV y la proclamación de Fernando VII como nuevo rey. A tan solo unos días de haber ascendido al trono, Fernando VII se enfrentó a la inesperada intervención de Napoleón Bonaparte, quien había aprovechado el caos en la corte española para imponer su voluntad. El emperador francés ya había establecido planes para manipular a los monarcas europeos, y España no iba a ser la excepción. El Tratado de Fontainebleau, firmado en octubre de 1807 entre España y Francia, permitía el paso de tropas francesas a través del país para invadir Portugal. Esta decisión fue tomada por Carlos IV y Godoy, quienes pensaban que al aliarse con Napoleón lograrían estabilizar la situación, pero lo que realmente hicieron fue abrirle la puerta a la ocupación francesa.
El 2 de mayo de 1808, un levantamiento popular en Madrid contra la presencia de las tropas francesas dejó claro que el pueblo español no aceptaba la ocupación extranjera. Fernando VII, que había sido recibido con entusiasmo en Madrid al principio de su reinado, no pudo hacer nada para evitar el avance de Napoleón. Las fuerzas francesas, bajo el mando de Joachim Murat, respondieron con brutalidad al levantamiento, y miles de españoles fueron asesinados. Mientras tanto, Fernando VII, atrapado en un torbellino de intriga política, decidió viajar a Bayona, donde Napoleón lo esperaba.
La abdicación forzada y la cesión del trono
El viaje de Fernando VII a Bayona, inicialmente pensado para buscar apoyo de Napoleón en su causa, terminó siendo una jugada maestra del emperador francés para despojar a la familia real española de su poder. En Bayona, Fernando VII fue presionado por Napoleón para que abdicara a favor de su padre, Carlos IV, quien a su vez fue obligado a abdicar en favor de Napoleón. Con esta doble abdicación, Napoleón se aseguró el control sobre el trono español y colocó a su hermano, José I Bonaparte, como rey de España. De esta manera, el imperio napoleónico consiguió lo que siempre había deseado: consolidar su dominio sobre toda Europa, incluidos los reinos españoles.
La humillación de Fernando VII fue total. En un proceso en el que los monarcas españoles no tuvieron más opción que ceder ante las presiones francesas, España dejó de ser una nación soberana y pasó a ser parte de los planes expansionistas de Napoleón. La familia real española fue detenida y confinada en Valençay, un castillo francés, mientras que el pueblo español, lejos de resignarse, comenzó una resistencia activa contra la ocupación francesa. Esta resistencia no solo fue militar, sino también política, al generar una creciente demanda de un gobierno legítimo y de la restauración de Fernando VII en el trono.
La Guerra de la Independencia
La noticia de la abdicación de Fernando VII y la colocación de José I Bonaparte en el trono de España desató la Guerra de la Independencia. A partir de mayo de 1808, las tropas francesas, bajo el liderazgo de Napoleón, se vieron envueltas en un conflicto prolongado en el que los españoles se levantaron en armas en defensa de su soberanía. Las primeras victorias de los ejércitos españoles fueron notorias, como la Batalla de Bailén, donde un ejército español, dirigido por el general Castaños, logró una victoria decisiva contra el ejército francés. Esta derrota fue un golpe a la confianza de Napoleón, que no esperaba una resistencia tan fuerte por parte de las tropas españolas.
El pueblo español, junto con algunas figuras militares como Palafox y Agustina de Aragón, se levantó en un acto de valentía y resistencia, contribuyendo a la caída de las fuerzas francesas en varias ciudades y regiones del país. Sin embargo, a pesar de estos primeros triunfos, las fuerzas napoleónicas no tardaron en reagruparse y lanzar una ofensiva más fuerte. La entrada en España de la Gran Armada de Napoleón con la Grande Armée, que sumaba cerca de 250.000 soldados, significó el comienzo de una serie de derrotas para las fuerzas españolas, que tuvieron que retirarse y refugiarse en territorios como Cádiz.
El papel de las Juntas y las Cortes de Cádiz
Con el avance de las tropas francesas y la creciente ocupación de las principales ciudades españolas, las Juntas Provinciales y la Junta Central asumieron el poder en varias regiones, creando un gobierno alternativo a la monarquía francesa. Fue en este contexto que se convocaron las Cortes de Cádiz en 1810, que representaron un intento de crear una constitución para el país y sentar las bases para la futura España. La Constitución de 1812, conocida como la Constitución de Cádiz, fue una de las primeras en el mundo en propugnar los principios liberales de soberanía popular y separación de poderes, aunque su implementación no fue fácil debido a las tensiones internas entre absolutistas y liberales.
El regreso de Fernando VII al trono tras la expulsión de las fuerzas napoleónicas, en 1814, fue recibido con entusiasmo por el pueblo español, que veía en su figura la restauración del orden y la unidad nacional. Sin embargo, la experiencia de la ocupación francesa y el desafío a la autoridad de la monarquía española habían dejado cicatrices profundas en la política del país.
La Guerra de la Independencia y la Restauración de Fernando VII (1808-1814)
La Guerra de la Independencia (1808-1814) fue uno de los períodos más complejos y cruciales en la historia de España, tanto por las consecuencias que trajo consigo como por el impacto que tuvo en la figura de Fernando VII. Durante este conflicto, España luchó por mantener su soberanía frente a la ocupación de Napoleón Bonaparte y la imposición de su hermano José I Bonaparte en el trono. Aunque Fernando VII había sido proclamado rey tras la abdicación forzada de su padre Carlos IV, su reinado efectivo no comenzó hasta mucho después, debido a su cautiverio en Francia y los eventos de la guerra que sacudieron el país.
La ocupación francesa y el cautiverio de Fernando VII
A pesar de la proclamación de Fernando VII como rey de España el 19 de marzo de 1808, el contexto inmediato de su ascenso al trono era sumamente problemático. La intervención de Napoleón en los asuntos internos de España había desbordado las fronteras del país. El emperador francés, aprovechando la debilidad de la monarquía española y el contexto de las abdicaciones en Bayona, envió a sus tropas para imponer su dominio. Esto resultó en una invasión a gran escala, que llevó a los españoles a organizar una lucha de resistencia tanto en el campo de batalla como a nivel político.
La familia real española fue capturada y llevada a Francia. Fernando VII, junto con su padre Carlos IV, fue forzado a abdicar de forma humillante en favor de José I, hermano de Napoleón. A partir de ese momento, el nuevo monarca español sería considerado por los franceses como el nuevo rey legítimo, pero solo bajo la supervisión de la ocupación francesa. La familia real fue detenida en Valençay, un castillo francés, donde pasaron varios años bajo la custodia de Napoleón. El reinado de Fernando VII fue entonces más una ilusión que una realidad, ya que el poder estaba en manos de los ocupantes franceses, y el monarca legítimo no tenía más que un título vacío.
La resistencia popular y el nacimiento de las Juntas
A pesar de la cautividad de Fernando VII, el pueblo español no permaneció pasivo ante la ocupación extranjera. A partir de mayo de 1808, las ciudades españolas comenzaron a levantarse contra las tropas francesas. El 2 de mayo de 1808 se produjo el famoso levantamiento del pueblo madrileño contra las tropas napoleónicas, que tuvo como respuesta la brutal represión de los franceses. Este levantamiento marcó el inicio de una resistencia más generalizada en todo el territorio español. No solo las grandes ciudades, sino también las pequeñas localidades, comenzaron a organizarse en lo que se conocería como las Juntas Provinciales.
La constitución de las Juntas fue uno de los primeros pasos hacia la organización política de la resistencia española. Estas Juntas representaban la soberanía popular, ya que, al no poder contar con la presencia de una monarquía legítima, el poder pasó a manos de representantes locales. La Junta Central se constituyó en Aranjuez en septiembre de 1808, y en ella participaron diversas figuras destacadas de la política española, incluidas algunas que buscarían influir en el futuro político del país.
Por su parte, las Cortes de Cádiz, que se reunieron en 1810, fueron la expresión política más formal de la resistencia. Esta Asamblea, que surgió en un momento de debilidad del poder central, representó un intento por parte de los liberales de modernizar España y establecer un nuevo marco constitucional. Las Cortes de Cádiz fueron cruciales en la creación de la Constitución de 1812, también conocida como La Pepa, que establecía principios liberales, tales como la soberanía nacional, la división de poderes, la libertad de prensa y la igualdad ante la ley. Esta constitución fue la primera en la historia de España y se convirtió en el pilar de la lucha contra el absolutismo.
La intervención británica y la victoria en Bailén
Una de las claves para la victoria española durante la Guerra de Independencia fue la intervención de Gran Bretaña. Tras la derrota sufrida por las tropas napoleónicas en la Batalla de Bailén, el ejército francés se vio obligado a retirarse de ciertas zonas de España. La Batalla de Bailén (julio de 1808) fue una de las primeras victorias decisivas de las fuerzas españolas. En ella, el ejército francés comandado por el general Dupont fue derrotado por un ejército español bajo el mando de Castaños, lo que supuso un gran golpe para la moral de las fuerzas napoleónicas.
Este triunfo no solo fue una victoria militar, sino también un símbolo de la determinación del pueblo español por recuperar su independencia. La retirada francesa de Andalucía y su retirada hacia el norte de España fue vista como una gran victoria por los patriotas españoles. No obstante, la guerra continuó, y las fuerzas napoleónicas, reforzadas por la llegada de nuevas tropas, se reorganizaron para contrarrestar la ofensiva española.
La ofensiva francesa y la vuelta de Fernando VII
La intervención de Napoleón para asegurar su dominio sobre España no cesó. A partir de 1810, las fuerzas francesas se reorganizaron bajo el mando de Napoleón mismo, quien asumió el control de las operaciones militares. La Grande Armée, con la cual Napoleón inició la invasión de España, estaba compuesta por más de 250.000 soldados, y su avance fue imparable en la primera fase de la guerra. Sin embargo, la valentía de la resistencia española, junto con el apoyo de fuerzas británicas bajo el mando de Arthur Wellesley, conocido como el Duque de Wellington, hizo que la balanza comenzara a inclinarse del lado español.
La guerra continuó hasta 1813, cuando finalmente las tropas napoleónicas se vieron obligadas a evacuar España tras una serie de derrotas clave. El Tratado de Valençay, firmado en diciembre de 1813, restableció a Fernando VII en el trono de España. El regreso de Fernando VII fue un evento esperado por la mayoría de los españoles, que lo vieron como el restaurador de la monarquía legítima. Fernando VII volvió a España en mayo de 1814, después de haber permanecido cautivo en Francia durante seis años, sin embargo, su retorno no significó la restauración de la monarquía absoluta que muchos esperaban.
El regreso de Fernando VII y la restauración del absolutismo
Al regresar a España, Fernando VII se enfrentó a una situación política profundamente dividida. Aunque muchos lo consideraban el rey legítimo, su regreso a un país que había estado gobernado por las Cortes de Cádiz y que había aprobado la Constitución de 1812 representaba un reto considerable. Las Cortes, que habían elaborado esta constitución durante la ocupación francesa, consideraban que España debía avanzar hacia un sistema más moderno y liberal.
Sin embargo, Fernando VII, al igual que su padre Carlos IV, era un monarca absolutista que no tenía intenciones de compartir el poder con nadie. La Constitución de 1812, que limitaba los poderes del rey y establecía un sistema parlamentario, no fue aceptada por Fernando VII, quien rápidamente proclamó su absolutismo al regresar al trono. El 4 de mayo de 1814, Fernando VII anuló la Constitución de Cádiz y restauró el absolutismo en su forma más pura, revocando todas las reformas liberales y consolidando su poder absoluto.
El Sexenio Absolutista y la Larga Lucha por el Poder (1814–1820)
La restauración del absolutismo por parte de Fernando VII en 1814 marcó el inicio de un periodo altamente conflictivo en la historia de España. Con el regreso al trono, el rey no solo deshizo las reformas liberales de las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812, sino que también se sumergió en un proceso de consolidación de su poder absoluto. El periodo conocido como el Sexenio Absolutista se extendió desde 1814 hasta 1820, y en él, España vivió momentos de grandes tensiones políticas, sociales y económicas, que enfrentaron a absolutistas y liberales en una lucha que definiría el futuro del país.
El regreso de Fernando VII y la restauración del absolutismo
Tras la victoria sobre Napoleón y la firma del Tratado de Valençay en diciembre de 1813, Fernando VII regresó a España en mayo de 1814. Su regreso fue recibido con entusiasmo por muchos, quienes lo consideraban el salvador de la monarquía y la única figura capaz de restaurar el orden después de los años de ocupación francesa. Sin embargo, lo que se esperaba como una restauración de la monarquía absoluta y el regreso de la “antigua España” se convirtió rápidamente en un proceso de centralización y represión.
Fernando VII no solo anuló la Constitución de Cádiz, sino que también liquidó cualquier intento de reforma liberal. El 4 de mayo de 1814, firmó un Real Decreto por el que proclamaba el retorno del absolutismo en toda su extensión, restableciendo los privilegios de la nobleza y la Iglesia, y anulando las reformas económicas, sociales y políticas impulsadas por los liberales. Con este acto, se destruyó lo que se había logrado durante la Guerra de Independencia y la resistencia contra Napoleón.
El rey, en lugar de intentar modernizar el país o mejorar la situación económica, prefirió mantener su poder absoluto, reprimiendo cualquier intento de oposición. La decisión de Fernando VII de rechazar la constitución y de restablecer el antiguo régimen trajo consigo una serie de medidas autoritarias que afectaron profundamente a las clases medias y bajas, además de generar un ambiente de represión política.
El autoritarismo del monarca y las tensiones políticas
Durante los primeros años de su reinado absoluto, Fernando VII gobernó con un poder absoluto, sin aceptar ninguna forma de limitación a su autoridad. Las Cortes de Cádiz habían establecido principios liberales, como la soberanía nacional y la división de poderes, que representaban una clara amenaza al absolutismo del rey. Por lo tanto, Fernando VII hizo todo lo posible por erradicar cualquier vestigio de la influencia liberal en el país. En este sentido, Fernando VII no solo se mostró como un monarca autoritario, sino también como un rey decidido a restaurar el orden de la antigua monarquía, basado en la tradición, la religión y el absolutismo.
El rey rodeó su gobierno de absolutistas convencidos, que se encargaron de centralizar el poder y reprimir cualquier intento de disidencia. Fernando VII no solo liquidó la Constitución de 1812, sino que también expulsó a los liberales del gobierno y desterró a aquellos que representaban la oposición política. La represión se ejerció de manera contundente contra aquellos que promovían las reformas, lo que resultó en una creciente polarización política en el país.
Además de las tensiones internas, Fernando VII tuvo que enfrentarse a la constante amenaza de las potencias extranjeras, que se mostraron inquietas ante los movimientos liberales en España. Durante este periodo, España perdió gran parte de su influencia en Europa, ya que el país se encontraba aislado tanto política como económicamente. Las Cortes de Cádiz habían intentado integrar a España en el sistema político europeo, pero el absolutismo de Fernando VII llevó a España a una creciente desconexión con el resto de Europa.
La crisis económica y la opresión de los liberales
A nivel económico, España sufría las secuelas de las guerras napoleónicas. La deuda pública había aumentado considerablemente, y el país se encontraba en una situación de bancarrota. Fernando VII no hizo esfuerzos por reformar la economía ni por mejorar las condiciones de vida de los españoles, lo que agravó la crisis. Además, las medidas absolutistas y el desprecio por las ideas liberales obstaculizaron cualquier intento de modernización económica.
Por otro lado, el clima de represión política y social generó un gran malestar en las clases medias y bajas del país. El partido liberal, que había surgido durante la Guerra de Independencia y las Cortes de Cádiz, se organizó clandestinamente en diversas sociedades secretas. La más influyente de ellas fue la Sociedad de los Amigos del País, que agrupaba a intelectuales, políticos y militares que abogaban por reformas políticas, económicas y sociales. Sin embargo, este movimiento fue constantemente perseguido por el régimen absolutista, que se encargó de desarticularlo y silenciar a sus líderes.
En el ámbito militar, las tensiones también eran palpables. Los militares liberales que habían combatido en la guerra y luchado por la independencia del país estaban descontentos con el giro hacia el absolutismo. Muchos de ellos fueron forzados al exilio o encarcelados, y aquellos que permanecieron en el país vivieron en un ambiente de represión. La falta de consenso entre los militares y el gobierno de Fernando VII llevó a una creciente desconfianza y división dentro de las fuerzas armadas.
La oposición interna y la creciente disidencia
La oposición a Fernando VII se fue organizando cada vez más en dos grandes bloques: los liberales y los absolutistas más moderados. Los liberales, aunque en menor número, eran una fuerza considerable que representaba las aspiraciones de una España más moderna, constitucional y participativa. Por su parte, los absolutistas más moderados estaban divididos entre aquellos que deseaban una monarquía absoluta sin limitaciones y aquellos que apostaban por una monarquía más moderada, que pudiera compartir algo de poder con una estructura parlamentaria.
La represión de Fernando VII contra los liberales y su rechazo de la Constitución de Cádiz propició una creciente polarización en la sociedad española. A pesar de que las tensiones entre absolutistas y liberales se mantenían latentes, los primeros años del Sexenio Absolutista estuvieron marcados por la falta de un gobierno estable y la incapacidad de Fernando VII para encontrar una solución a los problemas del país.
En 1817, los liberales comenzaron a organizarse en torno a las primeras conspiraciones y pronunciamientos en favor de la Constitución de Cádiz. Estas conspiraciones, que se gestaron principalmente en el ámbito militar, estaban formadas por oficiales de bajo rango que eran simpatizantes de las ideas liberales. Aunque las primeras conspiraciones fracasaron, contribuyeron a aumentar el descontento con el régimen absolutista de Fernando VII.
La presión externa: intervención de las potencias extranjeras
Mientras las tensiones internas se agudizaban, las potencias europeas también presionaban para que Fernando VII adoptara una postura más moderada. En 1820, la Santa Alianza, una coalición de monarquías absolutistas, envió tropas a España con el fin de restaurar el orden. Sin embargo, esta intervención no fue suficiente para evitar el creciente descontento de la población.
El Sexenio Absolutista terminó con el pronunciamiento de Riego en 1820, cuando el militar Rafael del Riego encabezó una rebelión en favor de la Constitución de Cádiz. Fernando VII, presionado por la situación, se vio obligado a jurar la Constitución de 1812 y restaurar el sistema parlamentario. Sin embargo, este compromiso no sería duradero, y las tensiones entre liberales y absolutistas continuarían marcando el destino de España durante las siguientes décadas.
El Trienio Liberal y la Década Ominosa (1820-1833)
El reinado de Fernando VII fue testigo de algunos de los momentos más turbulentos y contradictorios de la historia de España, y su vida estuvo marcada por profundos cambios políticos, crisis internas y presiones internacionales. La última fase de su gobierno, desde el Trienio Liberal hasta su muerte en 1833, estuvo llena de tensiones, revoluciones y divisiones que forjaron el destino de la nación. Esta parte de su reinado es conocida, principalmente, por la instauración y posterior anulación de la Constitución de 1812, el fin de la resistencia liberal y la represión brutal contra los opositores.
El Trienio Liberal: 1820-1823
En 1820, la situación política en España dio un giro dramático. Durante el reinado de Fernando VII, el país había sido marcado por la represión del liberalismo y la restauración del absolutismo en 1814, cuando el rey anuló la Constitución de Cádiz de 1812. Sin embargo, las tensiones internas seguían creciendo, y la situación en el país era cada vez más insostenible. El 1 de enero de 1820, el pronunciamiento de Riego en Cabezas de San Juan (provincia de Sevilla) fue el catalizador que dio lugar a un cambio en el curso de la historia de España.
Rafael del Riego, un teniente coronel del ejército, encabezó una rebelión militar a favor de la Constitución de 1812 y de un sistema político más liberal. La revuelta fue apoyada rápidamente por las tropas y, tras una serie de enfrentamientos, Fernando VII se vio obligado a aceptar la restauración de la constitución que había rechazado en 1814. Este acontecimiento, conocido como el Trienio Liberal, representó un breve periodo de apertura política, en el que los liberales consiguieron imponerse en el gobierno y se dio paso a una nueva etapa en la política española.
El retorno de la Constitución de Cádiz implicó la creación de un sistema parlamentario, una monarquía constitucional y la separación de poderes. Fernando VII tuvo que jurar la constitución bajo la presión de los militares y los liberales. Sin embargo, el monarca, aunque aceptó la situación formalmente, se mostró profundamente hostil a cualquier tipo de limitación a su poder. A pesar de que el Trienio Liberal representó una victoria para los liberales, el reinado de Fernando VII no sufrió grandes cambios sustantivos; el rey intentó socavar la constitución siempre que tuvo oportunidad.
A lo largo de este periodo, los liberales comenzaron a avanzar en la construcción de un sistema político más democrático, mientras que Fernando VII buscaba, sin éxito, restaurar el absolutismo con la ayuda de los absolutistas y la Santa Alianza, un conjunto de monarquías absolutistas europeas que favorecían la restauración del antiguo régimen en todos los países afectados por las revoluciones.
La intervención extranjera: Los Cien Mil Hijos de San Luis
La situación en España en 1822 alcanzó su punto crítico cuando Fernando VII, acosado por los liberales, solicitó ayuda a las monarquías absolutistas de Europa, temeroso de perder todo el control de su trono. La Santa Alianza intervino, y en 1823 envió una expedición militar a España para restaurar el poder absoluto del rey.
Esta intervención, conocida como la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis, fue una invasión militar encabezada por el Duque de Angulema, quien dirigió un ejército de aproximadamente 100,000 hombres para aplastar la resistencia liberal en España. La expedición fue prácticamente un paseo militar. Las fuerzas liberales no pudieron resistir el avance de las tropas absolutistas, y en poco tiempo, Fernando VII fue restaurado en su poder absoluto.
El regreso del absolutismo fue una derrota amarga para los liberales, quienes vieron desvanecerse sus aspiraciones de un gobierno representativo. Fernando VII deshizo rápidamente todas las reformas liberalistas que se habían implementado durante el Trienio Liberal, anuló la Constitución de 1812 nuevamente, y restauró el absolutismo en su forma más pura. La represión que siguió fue feroz y sistemática, y las fuerzas liberales fueron perseguidas, encarceladas y, en muchos casos, ejecutadas.
La Década Ominosa: 1823-1833
La década de 1823 a 1833, conocida como la Década Ominosa, fue el último periodo del reinado de Fernando VII y uno de los más oscuros en la historia de España. Durante esta fase, el país vivió bajo una rígida dictadura absolutista, caracterizada por una brutal represión contra los liberales, la disolución de las Cortes, y la restauración de un régimen feudal y clerical que profundizó la crisis económica y social de España.
El rey, apoyado por la Iglesia y los absolutistas, emprendió una serie de medidas represivas que tuvieron consecuencias devastadoras para el país. Los opositores políticos fueron perseguidos, encarcelados y exiliados, y la represión alcanzó su punto máximo con las Juntas de Fe, que actuaron como tribunales para juzgar a los liberales y cualquier persona que se opusiera al régimen. La censura fue generalizada, y se prohibieron casi todas las publicaciones que no fueran favorables al absolutismo.
Además de la represión política, Fernando VII no realizó ninguna reforma económica significativa para enfrentar los graves problemas del país, como la pobreza generalizada, la deuda externa y la falta de industrialización. España se encontraba en una profunda crisis económica, y la inestabilidad política solo empeoró la situación. Las colonias españolas en América, que habían comenzado a rebelarse contra el dominio español a principios del siglo XIX, se separaron definitivamente de la madre patria durante este periodo. La guerra de independencia de las colonias significó una pérdida irreparable de recursos y territorios para España.
La sucesión al trono: el problema dinástico
Una de las consecuencias más importantes de la Década Ominosa fue el problema dinástico que surgió debido a la falta de un heredero claro al trono. Fernando VII no tenía un hijo varón que pudiera sucederlo, lo que generaba una incertidumbre acerca de la sucesión. A lo largo de los años, su esposa, María Cristina, dio a luz a varias hijas, pero no a un heredero varón. Esto dio lugar a la Pragmática Sanción de 1830, que permitía que una mujer pudiera ascender al trono, algo que no era común en las monarquías europeas de la época.
En 1833, Fernando VII murió sin un heredero varón, dejando el trono a su hija Isabel II. Sin embargo, la Pragmática Sanción y la designación de Isabel II como reina generaron fuertes disputas dentro de la familia real y la nobleza. El hermano de Fernando, Carlos María Isidro, se opuso a la decisión y reclamó el trono, lo que dio origen a la Guerrra Carlista, un conflicto civil que dividió a España durante décadas.
La muerte de Fernando VII y el legado de su reinado
Fernando VII murió el 29 de septiembre de 1833, dejando un país profundamente dividido y marcado por años de represión, retroceso y conflictos. Su reinado, aunque estuvo marcado por la restauración del absolutismo y el desdén por los avances liberales, también fue testigo del despertar de un movimiento constitucional que, aunque no logró triunfar durante su vida, sentó las bases para el futuro político de España.
El legado de Fernando VII es objeto de controversia. Mientras que algunos lo consideran un defensor de la monarquía absoluta, su lucha contra el liberalismo y su perpetuación de un sistema anacrónico, su reinado también representó la frustración de una nación que no pudo avanzar hacia la modernidad durante gran parte de su tiempo en el poder.
MCN Biografías, 2025. "Fernando VII (1784–1833): El Rey Absolutista que Enfrentó Revoluciones, Guerras y el Declive del Imperio". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/fernando-vii-rey-de-espanna [consulta: 15 de octubre de 2025].