Rafael del Riego (1785–1823): Héroe del Liberalismo y Mártir del Constitucionalismo Español

Raíces ideológicas y formación de un insurgente liberal

Contexto histórico y familiar

A finales del siglo XVIII, España vivía un complejo entramado de tensiones sociales y políticas. La Ilustración, con sus promesas de razón y progreso, había penetrado parcialmente en los círculos intelectuales españoles, pero la rigidez del Antiguo Régimen frenaba cualquier intento de modernización estructural. Fue en este entorno de contradicciones donde nació Rafael del Riego y Núñez, el 24 de octubre de 1785, en Tuña, un pequeño enclave asturiano situado en el concejo de Tineo.

Su linaje pertenecía a la nobleza menor asturiana, una clase que, aunque sin grandes títulos, conservaba ciertas prerrogativas sociales. Su padre, Eugenio Antonio del Riego Núñez, era un literato de prestigio moderado, figura clave en la formación intelectual de su hijo. El ambiente familiar no solo ofrecía estabilidad económica, sino también un ideario progresista impregnado de los valores ilustrados. Este trasfondo fue esencial en la gestación del pensamiento político que caracterizaría a Rafael años más tarde.

La región asturiana, con una fuerte tradición de autonomía y resistencia, también influyó notablemente en la personalidad de Riego. Las Juntas locales y el sentimiento de defensa de las libertades provinciales serían más adelante elementos que encontrarían eco en sus acciones políticas y militares.

Juventud y primeras experiencias militares

Rafael del Riego realizó sus estudios primarios en Oviedo, donde aprendió las primeras letras y latinidad. Más tarde se recibió de bachiller en Filosofía, aunque no llegó a licenciarse completamente. Este paso académico, breve pero significativo, reflejaba una inquietud intelectual poco común entre los militares de su época. Su espíritu se fue formando entre la erudición paterna, la lectura de autores modernos y un entorno de crecientes tensiones entre absolutistas y liberales.

El 23 de mayo de 1807, tras superar el expediente de limpieza de sangre —requisito indispensable para ciertos cargos—, ingresó en la Compañía americana de tropas de la Real Persona, unidad de élite que escoltaba a la familia real. Este ingreso marcó su primer contacto directo con las estructuras del poder borbónico. Apenas un año después, participó en el Motín de Aranjuez (marzo de 1808), un levantamiento palaciego que forzó la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII. Riego, aún joven y poco conocido, vivió de primera mano uno de los episodios más turbios de la crisis dinástica.

Sin embargo, el contexto nacional cambió drásticamente tras el Dos de Mayo de 1808, cuando estalló en Madrid una rebelión contra la ocupación napoleónica. Riego fue confinado en Aranjuez por desobedecer órdenes de Murat, el representante francés. En lugar de acatar la sumisión, decidió trasladarse a Asturias, donde su padre participaba activamente en la Junta Suprema del Principado, organismo que coordinaba la resistencia contra los invasores.

Guerra de Independencia y cautiverio en Francia

Durante su viaje hacia el norte, Riego fue interceptado en Villalpando (Zamora) bajo la sospecha de ser un espía francés, pero logró aclarar el malentendido. El 8 de agosto de 1808 fue nombrado capitán del regimiento de Infantería de Tineo, y poco después ayudante del general Vicente Acevedo. Participó activamente en la batalla de Espinosa de los Monteros (10 y 11 de noviembre de 1808), un duro enfrentamiento contra las fuerzas napoleónicas. En ese combate, Acevedo resultó herido de gravedad, y Riego intentó salvarlo, sin éxito: ambos fueron capturados poco después por tropas francesas, que remataron al general herido.

Rafael fue trasladado como prisionero a Francia, y estuvo internado en diversos depósitos militares como Dijon, Autun y Châlons, donde permaneció más de cinco años. Esta larga reclusión ha sido tradicionalmente interpretada como el origen de su compromiso liberal, aunque diversos estudios modernos matizan esta idea. No fue el contacto con pensadores franceses lo que lo transformó, sino la maduración personal forjada en el sufrimiento, la humillación y la reflexión forzada que implicaba el cautiverio. Más que una influencia externa, su evolución fue fruto de un proceso interno, coherente con la tradición familiar y las circunstancias históricas que le tocó vivir.

En 1813 logró escapar y emprendió un largo y peligroso periplo por Lyon, Suiza, las riberas del Rin, Rotterdam y Harwich, hasta llegar finalmente a Londres y luego a Plymouth, desde donde embarcó rumbo a La Coruña. Su retorno a España coincidió con la caída del régimen josefino y la reinstauración del absolutismo borbónico, que desmanteló rápidamente los logros liberales de las Cortes de Cádiz.

Una vez en territorio español, Riego juró la Constitución de 1812 ante el general Lacy, reafirmando su compromiso con el liberalismo constitucional. Aunque no simpatizaba del todo con ciertos métodos de los golpistas que intentaron restaurar el orden liberal, aceptó un destino en el Regimiento de la Princesa, y el 6 de febrero de 1815 recibió la medalla de Sufrimiento por la Patria, un reconocimiento a su prolongada prisión.

Se le atribuyen vínculos con la masonería, lo que era habitual entre militares liberales de su tiempo. También participó desde Madrid en varias redes conspirativas orientadas a restaurar el sistema constitucional. Durante este periodo, entre 1815 y 1816, tradujo una obra de temática napoleónica, aunque el manuscrito que ha llegado hasta nosotros no permite identificar con claridad su autoría ni su fecha exacta.

En 1817 solicitó ser destinado al Ejército de Andalucía, lo que marcó un giro crucial en su carrera. En Cádiz, las tropas se preparaban para embarcar rumbo a América con el objetivo de sofocar los movimientos independentistas, pero el descontento entre los oficiales era generalizado. Fue allí donde se gestó una nueva conspiración liberal que no solo tenía como objetivo frenar la expedición, sino restaurar la Constitución de 1812 como fórmula para resolver la crisis nacional. Riego no solo participó en esa conspiración: la lideró en uno de los momentos más decisivos de la historia moderna española.

El pronunciamiento de Riego y la revolución constitucional

El regreso a España y el ambiente conspirativo

Tras su llegada a Cádiz, Rafael del Riego se encontró en el centro de un hervidero político. La ciudad, punto de partida de la expedición militar contra las colonias americanas sublevadas, albergaba miles de soldados mal alimentados, mal pagados y moralmente agotados, muchos de los cuales eran veteranos de la Guerra de Independencia. El malestar era evidente, y a este se sumaba la presencia de oficiales procedentes de América, que habían sido testigos de las luchas independentistas y retornaban con ideas liberalizadoras.

Riego, que había sido destinado como mayor en el Ejército de Andalucía en 1817, no tardó en integrarse en el círculo conspirativo. Su espíritu organizado y prudente le permitió destacar entre los demás. Su participación se intensificó tras la represión de 1819, cuando el gobierno absolutista desmanteló parte de la red revolucionaria y encarceló a varios conspiradores, como consecuencia de la traición del conde Enrique O’Donnell. Pese al golpe, la estructura de la insurrección sobrevivió y Riego decidió actuar sin esperar más.

Desde el inicio, el asturiano apostó por una estrategia simbólica y directa: proclamar la Constitución de 1812 como forma de deslegitimar el régimen absolutista. El momento era crítico: el país sufría crisis económica, censura, represión y un vacío de liderazgo liberal. La operación se lanzó con escasos recursos, pero gran determinación.

El pronunciamiento del 1 de enero de 1820

El 1 de enero de 1820, al frente del batallón de Asturias, Riego proclamó la Constitución en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan. Desde allí, instauró de inmediato ayuntamientos constitucionales y extendió el movimiento a otras ciudades andaluzas. La escena no tuvo un carácter épico militar, sino una fuerza política inmensa: por primera vez desde 1814, se desafiaba abiertamente al absolutismo en nombre de la ley constitucional.

La inercia revolucionaria encontró obstáculos desde el principio. La represión no tardó en activarse, y Riego adoptó tácticas de guerrilla y movilidad para mantener viva la llama. El 2 de enero capturó a varios mandos realistas en Arcos de la Frontera, pero comprendió que el estancamiento sería fatal. El 27 de enero inició una marcha por Andalucía, recorriendo localidades rurales en un intento de ampliar la revuelta. Sin embargo, la mayoría de los pueblos lo recibieron con simpatía pasiva, sin ofrecer reclutas ni apoyo activo.

Perseguido por José O’Donnell, sufrió un desgaste progresivo: pérdida de soldados por deserción, falta de suministros, aislamiento. A mediados de marzo intentó alcanzar la frontera portuguesa, pero fue interceptado. A pesar del fracaso táctico, la maniobra tuvo un impacto psicológico devastador en el régimen. Las noticias exageradas y fragmentadas de su marcha despertaron esperanzas y temores, provocando pronunciamientos espontáneos en varias partes del país. El 7 de marzo de 1820, ante la presión generalizada, Fernando VII se vio obligado a aceptar la Constitución de 1812.

Ascenso político y símbolo del liberalismo

Con el triunfo de la revolución constitucional, Rafael del Riego fue elevado a los altares políticos. Aunque rechazó el ascenso a mariscal de campo, el gobierno lo forzó a aceptarlo, junto con la gran cruz de San Fernando. También fue nombrado ayudante de campo del rey. Su popularidad alcanzó dimensiones insólitas: el Himno de Riego, creado en su honor, se convirtió en un emblema patriótico, entonado en plazas, teatros y desfiles.

Sin embargo, la consolidación del régimen liberal fue mucho más complicada. Las tensiones entre moderados y exaltados dentro del liberalismo erosionaron la estabilidad. Desde el primer momento, los enemigos de Riego dentro del poder conspiraron contra él. Nombrado capitán general de Galicia, no pudo ejercer el cargo debido a la disolución del ejército de la Isla de León —un cuerpo revolucionario clave— por orden del marqués de las Amarillas.

Riego, intentando defender a su tropa, viajó a Madrid, donde fue recibido como un héroe por el pueblo, pero hostigado políticamente. El 3 de septiembre de 1820 fue acusado de haber entonado el Trágala, una canción revolucionaria, durante una representación teatral, lo que fue usado como excusa para vetarlo en las Cortes y destituirlo de todos sus cargos. Enviado a Asturias, quedó en una situación marginal.

La persecución continuó. Romero Alpuente y otros diputados lo acusaron veladamente de republicanismo, una etiqueta peligrosa en el contexto de una monarquía constitucional. A pesar de las protestas, no se le restituyeron sus derechos. El 28 de noviembre fue nombrado capitán general de Aragón, cargo que asumió a principios de 1821. Allí comenzó a redactar una crónica personal de los hechos revolucionarios, texto que lamentablemente se ha perdido.

Casado por poderes con su prima María Teresa del Riego y Riego, se involucró en la política aragonesa, luchando contra la reorganización de los serviles, defensores del absolutismo. Sin embargo, volvió a ser víctima de maniobras políticas: el 29 de agosto de 1821 fue cesado y enviado a Lérida y Castelló de Farfaña, arrastrado por las intrigas urdidas por Francisco Moreda, su sucesor.

La presión popular evitó su completa marginación. En 1822, gracias al apoyo de las sociedades patrióticas, fue elegido presidente de las Cortes, posición desde la cual denunció al exministro Ramón Feliú. Ese mismo año, fue nuevamente blanco de rumores de conspiración y acusado de liderar una célula masónica conocida como la “primera Torre de los comuneros”. Su nombre masónico, según fuentes del Archivo General de Palacio, era Washington, en referencia directa a su ideal de libertad republicana.

Riego volvió a las armas en julio de 1822, participando en la defensa de Madrid contra un golpe absolutista. Pero el deterioro del régimen liberal era ya evidente. La fractura interna, la presión internacional y la incapacidad de consolidar una estructura de gobierno sólida auguraban un desenlace fatal. El destino trágico de Rafael del Riego se perfilaba en el horizonte, y los enemigos que no pudieron silenciarlo con argumentos comenzarían a buscar su caída definitiva.

Caída, ejecución y legado simbólico de Rafael del Riego

Últimos combates y traición interna

El 7 de abril de 1823 se inició la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, una fuerza enviada por la Santa Alianza bajo el mando del duque de Angulema para restaurar el absolutismo en España. Esta operación, respaldada por el mismo Fernando VII, fue el golpe final al Trienio Liberal. Ante la amenaza extranjera, Rafael del Riego fue uno de los pocos líderes liberales que asumió el reto de resistir militarmente la ofensiva.

El 24 de junio fue nombrado comandante del 2º Ejército de Operaciones, pero apenas tres días después fue sustituido. Esta cesión repentina refleja la falta de cohesión y confianza dentro del propio gobierno constitucional. Aun así, el 18 de agosto reapareció en escena, esta vez al frente del 3º Ejército de Operaciones, con el que intentó organizar la resistencia en Andalucía.

Las condiciones eran desesperadas: el ejército realista avanzaba con apoyo francés, las tropas liberales estaban desorganizadas, y la población permanecía mayoritariamente expectante. Para colmo, Riego fue víctima de una doble traición: la del general Francisco Ballesteros, que pactó con los invasores, y la de sectores moderados del gobierno, que empezaban a ver en Riego más un problema que una solución.

El 14 de septiembre de 1823, tras un fallido intento de reorganización, se refugió en el cortijo del Pósito, cerca de Torre Pedro Gil (Jaén). Allí fue delatado y llevado a Arquillos, donde el alcalde lo hizo prisionero. Comenzaba así el capítulo más oscuro de su vida.

Captura, juicio y ejecución

Detenido por las autoridades absolutistas, Riego fue trasladado a Madrid. Primero fue encarcelado en el Seminario de Nobles, luego en la cárcel de la Corona y finalmente en la de la Corte. A pesar de su rango de mariscal de campo, no recibió tratamiento especial: se le negó el derecho al fusilamiento militar, y su proceso fue una parodia jurídica destinada únicamente a justificar su muerte.

El juicio estuvo a cargo del alcalde de Sala, Alfonso Cavia, y se le acusó principalmente de haber votado la suspensión temporal de Fernando VII como diputado en las Cortes. Esta imputación, tomada fuera de contexto, sirvió de base para condenarlo a muerte y descuartizamiento, una pena que evocaba tiempos inquisitoriales y buscaba dar un escarmiento ejemplar.

El 7 de noviembre de 1823, Rafael del Riego fue ejecutado en la plaza de la Cebada de Madrid. La escena fue presenciada por una multitud silenciosa, en contraste con las leyendas que luego hablarían de vítores y abucheos. No existen pruebas firmes de que su cuerpo fuera descuartizado, ni de que se haya retractado de sus ideales la víspera, como sugerían algunos panfletos reaccionarios posteriores.

El silencio del pueblo que presenció la ejecución —lejos del morbo o el escarnio— es una muestra del respeto popular que aún conservaba. Incluso sus enemigos más encarnizados reconocieron su integridad moral y su coherencia ideológica hasta el final.

Mito, memoria e himno de Riego

Con la muerte de Riego no solo caía un hombre, sino también el proyecto constitucional de 1812, una visión de España como nación moderna, parlamentaria y plural. Sin embargo, su figura no desapareció: por el contrario, se transformó en símbolo. Ya en vida había sido objeto de mitificación, pero tras su ejecución su nombre pasó a ocupar un lugar central en el panteón liberal.

Las sociedades patrióticas, los exiliados, los republicanos del siglo XIX y los liberales de todas las tendencias adoptaron su nombre como bandera. El Himno de Riego, compuesto en su honor, se convirtió en la música oficial de la Primera y Segunda República Española, y fue entonado por progresistas, federalistas y demócratas como emblema de la lucha contra el autoritarismo.

El himno, cuyo estribillo comienza con «Soldados, la patria nos llama a la lid, juremos por ella vencer o morir», condensaba el ideal revolucionario en una forma accesible y movilizadora. Fue prohibido, reintroducido y vuelto a prohibir múltiples veces, dependiendo de quién ocupara el poder. Aún hoy, su música resuena como eco simbólico de la resistencia democrática española.

Historiadores como Gil Novales o Carlos de Burgos han subrayado su papel no tanto como militar táctico, sino como héroe ético y político. Riego nunca ambicionó el poder personal, ni se proclamó caudillo. Aceptó cargos por deber, se negó a intrigar por ascensos y rechazó las vías violentas o dictatoriales, incluso cuando tenía la fuerza para imponerlas.

Este comportamiento, poco frecuente entre los líderes revolucionarios, consolidó su imagen como mártir del constitucionalismo. Su legado ha sido objeto de diversas reinterpretaciones: para los moderados era un símbolo del exceso exaltado; para los republicanos, un precursor; para muchos españoles, un ejemplo de coherencia entre pensamiento, acción y sacrificio.

La represión borbónica no pudo borrar su memoria. Su retrato se paseaba por las calles de Madrid durante su prisión, y su nombre fue invocado durante la revolución de 1836, el Bienio Progresista, la Gloriosa de 1868 y la Segunda República. En la actualidad, su figura sigue presente en homenajes institucionales, nombres de calles y monumentos.

Más allá de los hechos históricos, Riego representa la tensión persistente entre libertad y absolutismo que ha marcado la historia moderna de España. Su biografía, cargada de contrastes, desde el idealismo juvenil hasta el sacrificio final, constituye una tragedia cívica, una historia que enseña sobre la dificultad de transformar un país desde principios éticos sin caer en el sectarismo ni el oportunismo.

Su vida y su muerte nos hablan de un momento fundacional: el intento de construir una España constitucional, enfrentando no solo al enemigo externo, sino también a los prejuicios internos, las traiciones, las rivalidades y el miedo al cambio. En ese esfuerzo titánico, Rafael del Riego se elevó como uno de los grandes personajes de la historia española: una figura que vivió por convicción, y murió por lealtad a un ideal.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Rafael del Riego (1785–1823): Héroe del Liberalismo y Mártir del Constitucionalismo Español". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/riego-y-nunnez-rafael-del [consulta: 15 de octubre de 2025].