Gálvez y Gallardo, José de (1729-1786).
Abogado y político español, nacido en Macharaviaya, pequeña aldea de Málaga, situada en la zona de La Axarquía, el 2 de enero de 1720 y muerto el 17 de junio de 1787 en la madrileña localidad de Aranjuez.
Fue bautizado el 7 de enero siguiente por el beneficiado Alonso de Carrión y Cáceres en la modesta iglesia local. Era el segundo hijo de los cuatro vástagos habidos del matrimonio formado por Antonio de Gálvez y Carvajal y Antonia Gallardo, quienes se casaron el 1 de julio de 1716. Aunque de orígenes hidalgos, la familia Gálvez gozaba de escasa fortuna, situación que se agravó con la muerte del padre, lo que obligó a los hijos a trabajar como pastores de cabras y ovejas para ayudar al mantenimiento de la casa.
De genio despierto y temprana inteligencia, el pequeño, que servía de monaguillo en la iglesia local, llamó la atención del obispo de Málaga, Diego Gónzalez del Toro y Villalobos, durante una visita episcopal a la pequeña aldea, en la que se detuvo para confirmar a un grupo de niños. Este episodio fue decisivo en el futuro de José de Gálvez, pues el prelado le facilitó una beca para que iniciase estudios eclesiásticos, y pudo así ingresar en el Seminario de Málaga el año 1733. También lo protegió el nuevo obispo malagueño, fray Gaspar de Molina y Oviedo, aunque José de Gálvez se decidió por los estudios jurídicos y abandonó los eclesiásticos. Comenzó así una etapa oscura en la vida de este personaje, pues no se ha encontrado expediente de sus estudios en ninguna universidad española, aunque la mayoría de sus biógrafos se decantan por convertirlo en licenciado por Alcalá de Henares o por Salamanca, tras una breve estancia en Granada.
El nombramiento de fray Gaspar de Molina y Oviedo como presidente del Consejo de Castilla, uno de los más importantes cargos de la Monarquía, facilitó la entrada de José en la administración borbónica. Instalado en Madrid, trabajó como abogado del ayuntamiento de Málaga ante la corte, cargo desde el cual defendió diversos pleitos. Más tarde sería nombrado letrado de los Reales Consejos. En esos primeros años madrileños contrajo matrimonio con María Magdalena Grimaldo y, viudo sin descendencia, en 1750 volvió a casarse un año con Luisa Lucía Romet y Richelin, dama española de padres franceses, lo que facilitó su entrada en los círculos galos de la corte, donde tuvo oportunidad de colaborar con varios embajadores y diplomáticos. La temprana muerte de su segunda mujer en 1753 le reportó, además de importantes contactos, una gran fortuna, lo que consolidó su posición en la corte. En 1751 fue nombrado gobernador de Zamboanga, en las islas Filipinas, con un sueldo de mil quinientos pesos, cargo que nunca ejerció, y en 1762 fue nombrado abogado de cámara del príncipe de Asturias. Más tarde pasó a colaborar con el ministro Jerónimo Grimaldi, quien lo nombró secretario particular, cargo que compatibilizó con el de fiscal general de la Regalía de Aposento, lo que permitió al joven abogado relacionarse con importantes casas de la nobleza, como con la del marqués de las Amarillas, virrey de México. Este vertiginoso ascenso se completaría con su nombramiento como Alcalde de Casa y Corte en 1764, y al año siguiente como visitador general del virreinato de la Nueva España. En el momento de su nombramiento, Gálvez tenía cuarenta y cinco años y una bien ganada reputación de hábil, trabajador y buen conocedor de la administración borbónica. Además, se había interesado por los problemas americanos, como demuestra el memorial enviado a Carlos III con el título Discurso y reflexiones de un vasallo sobre la decadencia de nuestras Indias Españolas, fechado alrededor de 1760.
José de Gálvez se embarcó en Cádiz el 26 de abril de 1765 rumbo a Nueva España. Además de visitador general, Carlos III lo había nombrado miembro honorario del Consejo de Indias. Llevaba con él varias instrucciones en las que se detallaban los principales objetivos de la visita (reformas hacendísticas, elaboración de nuevos reglamentos, enmiendas de errores, destitución de funcionarios corruptos, etcétera), así como el método que iba a emplear. El Rey le ordenaba ser contundente en sus actuaciones, pero siempre manteniendo buenas relaciones con el virrey, cargo que ostentaba el marqués de Cruillas (1760-1766). Sin embargo, desembarcado en Veracruz el 26 de abril de 1765, los enfrentamientos entre ambas autoridades no tardaron en aparecer, así que el visitador se alineó con otro funcionario enviado desde la Península para reformar el sistema defensivo de la Nueva España, el comandante general Juan de Villalba, inspector general de todas las tropas veteranas y de milicia de infantería y caballería. Estos conflictos continuaron hasta el nombramiento de un nuevo virrey, el marqués de Croix (1766-1771), si bien no impidieron que Gálvez acometiese las reformas que tenía ordenadas. Así, realizó un programa de enorme trascendencia en diversos ámbitos de la administración del virreinato, del que cabe destacar sus reformas de las rentas estatales (ramos de alumbres, cordobanes, alcabalas, tributos, salinas, tercias, naipes, papel sellado, fiestas de gallos, perlas, naipes, servicio de indios, lanzas y media annata), pues siempre buscó el aumento de los ingresos de la Corona. Dos de las innovaciones más importantes tuvieron como protagonistas al estanco de tabaco y la a minería (rebaja del precio del azogue y fundación del Real Colegio de Minería), si bien la presencia de Gálvez se dejó sentir en otros numerosos asuntos, desde el registro del galeón de Manila y la inspección personal de la feria de Jalapa, a las reformas de aduanas, salubridad y seguridad de las ciudades, reparto de tierras, fundación de puertos, barrios y poblados, etcétera. Hay que resaltar la ayuda de eficaces colaboradores, como el secretario Francisco Machado, que permitieron potenciar sus actuaciones durante la visita.
El entendimiento de Gálvez con el virrey Croix se puso de manifiesto con ocasión de las medidas que acompañaron a la expulsión de la Compañía de Jesús de la Nueva España. Los jesuitas fueron reunidos la madrugada del 25 de junio de 1767 y enviados al puerto de Veracruz, salvo los que trabajaban en las lejanas fronteras, que lo hicieron un año después. Las tropas, comandadas por personas próximas al visitador malagueño, ocuparon las iglesias, haciendas y edificios jesuitas, que pasaron a engrosar un Fondo de Temporalidades, depósito que financió diversas empresas ilustradas, pero que también malvendió numerosas propiedades de la orden a diversos comerciantes y mineros. Como otros funcionarios borbónicos, Gálvez consideraba a la Compañía de Jesús una amenaza y un obstáculo para la realización de las reformas, por lo que persiguió a sus miembros, simpatizantes y doctrinas, y encabezó una expedición punitiva que recorrió varias ciudades del centro de México, cuyo vecindario, exaltado por las consecuencias económicas y sociales de otras reformas borbónicas, retenían a los padres, impidiéndoles dirigirse al destierro.
El número de condenados por esta expedición punitiva de Gálvez fue notable (85 a la pena máxima y otros 854 a destierro y azotes), lo que rompía una tradición más negociadora de los virreyes con los conflictos locales. Las críticas, que no se hicieron esperar, aumentaron con los pobres resultados de una segunda expedición del visitador general a los territorios más noroccidentales del virreinato (Guadalajara, Nayarit, California y Sonora), en donde Gálvez pensaba encontrar grandes riquezas y pacificar una antigua área de guerra con los indios con su sola presencia. Los resultados fueron adversos, pues aunque se consiguieron algunos logros (la fundación del departamento marítimo de San Blas de Nayarit, el aumento del control real en zonas fronterizas y la puesta en marcha de varios proyectos económicos, que se cumplirían más tarde), las expectativas creadas por Gálvez no se correspondieron a los numerosos gastos realizados. Sus ideas de fomento y gobierno de estas regiones fronterizas fueron recogidas en el Plan para la erección del gobierno y Comandancia General que comprende la península de California y provincias de Sinaloa, Sonora y Nueva Vizcaya (1768), cuya principal medida (la comandancia general) fue puesta en marcha tras su elección como Ministro de Indias. El resultado más trascendental de esta expedición de Gálvez fue la organización de la Santa Expedición, enviada a San Diego y a Monterrey para frenar los avances rusos en el Pacífico Norte. Organizada con dos barcos, al mando de los capitanes Juan Pérez y Miguel del Pino, y de dos partidas terrestres, bajo el mando del gobernador Gaspar de Portolá y fray Junípero Serra, los expedicionarios llegaron a San Diego en 1769, e iniciaron la colonización de la Alta California. Los preparativos de la jornada marítima se realizaron en el puerto de San Blas de Nayarit, fundado por José de Gálvez en el transcurso de su visita al Noroeste.
El esfuerzo titánico del visitador le hizo caer enfermo, y casi le llevó a las puertas de la muerte, lo que adelantó su regreso a México a través de Chihuahua, Zacatecas y Querétaro. Durante la enfermedad, Gálvez, víctima de una locura transitoria, protagonizó varios episodios suculentos, como el que sucedió en la misión y pueblo de Arizpe (Sonora), donde presidió un Juicio Final y se proclamó Dios Padre, San José y el obispo Juan de Palafox. Hay que recordar que tanto en la expedición del Noroeste, como en la campaña punitiva en El Bajío y Michoacán, el virrey marqués de Croix transfirió al visitador toda su autoridad y facultades, por lo que las actuaciones de José de Gálvez se multiplicaron en número y abarcaron desde la economía y la política a las costumbres y vida religiosa. A pesar de las críticas recibidas en Nueva España, Gálvez contó con el apoyo de Carlos III y de algunos de sus ministros, siendo nombrado ministro togado del Consejo de Indias por real orden de 23 de enero de 1768.
De regreso a la capital virreinal, y ya recuperado de sus afecciones, Gálvez obtuvo permiso para abandonar México, así que se embarcó en Veracruz el 29 de noviembre de 1771. Habían transcurrido seis años desde su nombramiento como visitador general, durante los cuales había sobrevivido a numerosos trabajos, expediciones y a una grave enfermedad. Ya en la corte, se incorporó al Consejo y Cámara de Indias, superando las pesquisas que se abrieron sobre su conducta en el virreinato. El 26 de febrero de 1774 fue nombrado miembro de la Junta General de Comercio, Moneda y Minas, además de Superintendente de Regalía de Corte, lo que demuestra el apoyo real a sus gestiones americanas. Un año después, el 23 de febrero de 1775, contrajo nupcias en tercera ocasión, esta vez con María de la Concepción Valenzuela, huérfana de los condes de Puebla de los Valles, de veinticinco años de edad, de quien nacería María Josefa de Gálvez y Valenzuela, única hija del político, muerta sin descendencia. Este matrimonio supuso la entrada de Gálvez en la nobleza, con lo que unió prestigio social a su ya amplia y brillante carrera política y a su elevada fortuna, ya que su nueva mujer aportó al matrimonio una pensión de seiscientos ducados.
En 1776, tras fallecer el secretario Julián de Arriaga, el ministerio de Indias y Marina fue dividido en dos. Al frente de este último, Carlos III eligió a Pedro Castejón, mientras nombraba a José de Gálvez como titular de la Secretaría de Indias, a cuyo mando estaban los asuntos civiles, militares, económicos y eclesiásticos de América y Filipinas. Durante el ejercicio de su cargo, que ostentaría hasta su muerte en 1787, aprobó numerosas reformas en América. Otros títulos reales que detentó fueron: gobernador pro tempore del Consejo de Indias, con derecho a voto en el Consejo de la Cámara desde 1776, y consejero de Estado (1780). Durante el primer año como secretario aprobó dos medidas trascendentales para la división administrativa de América: la Comandancia de las Provincias Internas de la Nueva España (1776), y el Virreinato del Río de la Plata, que reunía las provincias de Buenos Aires, Montevideo, Paraguay y Alto Perú. Los principales objetivos de estas novedades fueron el fomento económico, el poblamiento y la defensa del territorio, finalidades que también estuvieron en la implantación del sistema de intendentes en América y Filipinas, que suprimió los alcaldes mayores y el sistema de repartimientos.
Otra medida trascendental fue la aprobación del Reglamento y Aranceles para el Comercio Libre de España a Indias (1778), cuyo principal objetivo era desarrollar el tráfico mercantil protegido entre España y los territorios ultramarinos con el fin de revitalizar la agricultura, la industria y la navegación. Con el decreto se ampliaba la política liberalizadora de su antecesor, Arriaga, y se habilitaban, además de Montevideo y Buenos Aires -ya anteriormente liberalizados-, siete puertos mayores (La Habana, Cartagena, Valparaiso, Concepción, Arica, Callao y Guayaquil) y otros trece menores (Puerto Rico, Santo Domingo, Montecristo, Santiago de Cuba, Trinidad, Margarita, Campeche, Santo Tomás de Castilla, Omoa, Santa Marta, Rio de la Hacha, Portobello y Chagres). Los puertos peninsulares que quedaron abiertos al tráfico americano, amén de Cádiz y Sevilla, fueron Barcelona, Málaga, Cartagena, Alicante, Santander, Gijón, La Coruña, Almería, Los Alfaques de Tortosa, Palma de Mallorca y Santa Cruz de Tenerife. Además de este gran sistema comercial, Gálvez impulsó la creación de la Real Compañía de Filipinas y aprobó medidas complementarias para potenciar la construcción de barcos y el desarrollo de industrias locales; persiguió también el contrabando y redactó un nuevo reglamento sobre el tráfico negrero.
Durante su mandato se aprobaron varias expediciones científicas a América y el Pacífico, entre ellas las botánicas de Ruizy Pavón, Mutis y Sessé y Mociño, que reportaron numerosas informaciones naturalistas y perfeccionaron los mapas y derroteros del Atlántico y el Pacífico. El deseo de conocimiento también impulsó otra institución importante: el Archivo General de Indias. José de Gálvez, a su regreso de la visita novohispana, se dirigió a Simancas (Valladolid) para buscar documentación sobre el prelado Juan de Palafox y Mendoza, virrey de México y obispo de Puebla, que había sostenido una cruda polémica con la Compañía de Jesús. El malagueño planeó entonces organizar un archivo en donde se custodiasen y catalogasen los documentos que tuvieran relación con los territorios ultramarinos, empresa que se culminó con la elección de la Casa de la Lonja (Sevilla) para tal fin y con la remesa de legajos desde Simancas (Valladolid) en 1785. A este gran conjunto documental se agregarían otros repertorios procedentes de distintas ciudades, si bien las ordenanzas no fueron aprobadas hasta 1790. Menos éxito tuvo otra iniciativa de Gálvez: la redacción de una nueva recopilación de Leyes de Indias, revisada y comentada, que sustituyese a la entonces vigente, publicada en 1680.
La labor como secretario de Indias incluye otras medidas para defender las fronteras, recuperar las posesiones americanas perdidas con los ingleses, reformas jurídicas, pacificación de sublevaciones (la más importante fue la de Tupac Amaruen el Perú), implantación de diversas instituciones ilustradas, envío de un visitador general al virreinato del Perú, impulsor de la minería, etcétera, en una labor tan vasta que sería imposible resumir. De nuevo surgieron las críticas en América y España, y se repitieron las acusaciones de favorecer a sus paisanos y familiares en detrimento de otros candidatos mejores, aunque la Corona siguió favoreciéndolo hasta su fallecimiento, pues los ingresos fiscales aumentaron notablemente durante su secretaría, especialmente gracias a la minería y al comercio. Hay que recordar su entrada en la Orden creada por Carlos III en 1775 y la concesión de cuatro mil pesos fuertes anuales en perpetuidad a él y a sus descendientes sobre el fondo del Real Cuerpo de Minería de Nueva España. Todos sus servicios a la Corona, además de dinero, serían recompensados con el nombramiento de marqués de Sonora y vizconde de Sinaloa en 1785, y con la autorización de crear un mayorazgo (10 de abril de 1787), que recayó en su única hija y, a su muerte, en la hija de su sobrino Bernardo, llamada Matilde de Gálvez y Saint-Maxent.
Los servicios prestados por Gálvez abarcaron otros ámbitos burocráticos, aparte de los americanos. Así, actuó como notario en los contratos matrimoniales de las bodas del infante Gabriel, con María Victoria, hija de la reina de Portugal, y de la princesa Carlota, con el príncipe, también lusitano, D. Juan. Carlos III, además de las recompensas ya mencionadas, le autorizó a firmar con estampilla todas las órdenes, avisos, cédulas reales, patentes y despachos reales, poniendo media firma en las órdenes y oficios, y sólo la firma entera en los documentos importantes.
José de Gálvez murió el 17 de junio de 1787 en la ciudad de Aranjuez y fue enterrado en la iglesia de Ontígola. El testamento, redactado dos meses antes de su deceso, nombraba heredera a su hija María Josefa, a quien legaba, además del mayorazgo y de una pensión vitalicia de seis mil pesos, varias acciones de la Real Compañía de Filipinas y del Banco de San Carlos, numerosas casas y fincas en la ciudad y provincia de Málaga, la mayor parte en Macharaviaya y sus alrededores. El amor de Gálvez por su patria chica se tradujo en la implantación de numerosas reformas y la fundación de organismos para potenciar la economía local y la educación de la juventud malagueña, como el Real Colegio de Náutica de San Telmo, el Consulado del Mar, la Compañía de Navieros, el Montepío de Viñeros, escuelas de primeras letras, la fábrica de naipes de Macharaviaya, el Banco Rural, etcétera. Como buen ilustrado, Gálvez se preocupó por las infraestructuras y el urbanismo de la provincia y, así, impulsó la construcción del Acueducto de San Telmo, los caminos de Antequera y Vélez, la alameda malagueña, la rehabilitación del puerto y la construcción de la catedral, que no se pudo terminar debido a que los fondos se desviaron para la independencia de los Estados Unidos. Por último, también mejoró el templo de Macharaviaya, en cuyo panteón familiar fueron trasladados sus restos en 1791. Como premio a sus desvelos, el ayuntamiento de Málaga lo nombraría regidor vitalicio y, posteriormente, perpetuo.
Desde una situación modesta, Gálvez logró convertirse en uno de los políticos más poderosos de la Ilustración española, la que contribuyó decisivamente a implantar en la América española. Fue un hombre trabajador y sagaz, pero también ambicioso y despótico, que ordenó ejecutar a los sublevados mexicanos y persiguió con saña a los servidores que no cumplían sus mandatos. Enmendó de forma enérgica los errores de los corruptos, pero favoreció el nepotismo con sus allegados. Además, intervino de forma eficaz en el encumbramiento de su poderosa familia: su hermano Matías eligió la carrera de las armas y fue nombrado gobernador de Canarias y virrey de México; otro hermano, Antonio, también militar, llegó a ser comandante de la bahía de Cádiz; un tercero, Miguel, el favorito de José, fue embajador en Rusia y Prusia; y su sobrino Bernardo, hijo de Matías, también accedió al virreinato de Nueva España sucediendo a su padre. José de Gálvez, cabeza de este singular clan de malagueños, conoció como nadie los resortes de la administración borbónica tanto de España como en América, aunque siempre soñó con retirarse a la pequeña aldea de Macharaviaya. En una ocasión, enfermo por los caminos de Sonora, escribió su propio epitafio: “José de Gálvez, loco para el mundo, infeliz para él. Rueguen a Dios que sea feliz en el otro”.
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