Croix, Carlos Francisco de (1699-1786).
Militar y virrey de Nueva España, nacido en Lille (Francia) en 1703 y fallecido en Valencia (España) en 1778.
Carlos Francisco era un noble flamenco al servicio de España. Nació el primero de enero de 1703 en Lille, capital del Flandes francés. La residencia familiar era el Château des Prévôtées, donde residía su hermano, el Marqués de Heuchin. A los veintiún años se incorporó al regimiento de Reales Guardias Walonas y, más tarde, a la Compañía Flamenca de Reales Guardias de Corps. En 1731 acompañó al infante don Carlos –futuro Carlos III- a Parma, siendo elegido para comunicar a Felipe V, que se encontraba en Sevilla, el buen estado en que quedaba su hijo. Sus numerosos servicios le valieron el reconocimiento real, ascendiendo de brigadier a coronel del regimiento de infantería de Flandes. Posteriormente fue nombrado mariscal de campo y teniente general. Participó en la toma de la ciudad de Pavía, sitio de Tortosa, Campo Santos y otras campañas de las guerras de Italia. Fue nombrado gobernador de la plaza de Ceuta y más tarde comandante general de Andalucía. Ocupaba la gobernatura y capitanía general de Galicia cuando fue elegido virrey de la Nueva España, nombramiento que le fue comunicado por el secretario Julián de Arriaga el 5 de noviembre de 1765.
El marqués de Croix se embarcó en Cádiz el 3 de mayo de 1766 en el navío “Dragón”, el mismo barco en el que se dirigía a México el nuevo arzobispo, Francisco Antonio de Lorenzana. Ambas autoridades desembarcaron en Veracruz el 10 de julio siguiente, aunque el marqués tuvo que esperar hasta el 25 de agosto para hacer su entrada en la ciudad de México. Este día fue recibido por las autoridades locales y juró su cargo en la sala del Acuerdo del palacio real. Con Croix habían llegado a la Nueva España numerosos criados, ayudantes y familiares, como su sobrino Teodoro de Croix, que fue castellano de Acapulco y comandante general de las Provincias Internas, antes de ser nombrado virrey del Perú.
A la llegada del marqués de Croix, la Nueva España se encontraba en una etapa de reformas impulsadas por Carlos III mediante dos funcionarios de primer orden: el visitador general don José de Gálvez y el inspector general Juan de Villalba, encargado de organizar las defensas del virreinato. Tras la rápida ocupación de La Habana y Manila por tropas inglesas (1762) en la Guerra de los Siete Años, el imperio había mostrado su debilidad y falta de organización, por lo que el Monarca y sus secretarios organizaron un plan de modernización que requería de expertos militares y administradores que buscasen nuevas fuentes de financiación. Estos fueron los principales cometidos de los citados visitador e inspector general, pero el desacuerdo entre ambos y los enfrentamientos con el virrey marqués de Cruillas (1760-1766) frenaron la eficacia y celeridad de las reformas. El marqués de Croix fue informado de todas estos enfrentamientos y desde el principio de su mandato apoyó al visitador Gálvez, quien aceleró la implantación de las reformas.
Una de las mayores preocupaciones del virrey Croix, heredada de su antecesor, fue la defensa de la Nueva España. Se adoptaron medidas para organizar las milicias, se completaron los regimientos existentes, se levantaron varios nuevos y se transportó desde España varios regimientos de extranjeros. No hubo tregua en los trabajos defensivos, realizándose obras en los dos principales puertos: Veracruz, en el Atlántico, y Acapulco, en el Pacífico. Durante el mandato de Croix no hubo guerras internacionales, aunque sí muchos rumores que llenaron de inquietud a los funcionarios coloniales, como el supuesto plan de invasión inglesas conocido a través de un misterioso arquitecto francés llamado Mr. Guiller (1766). Los temores no se cumplieron, permitiendo que las numerosas y costosas tropas reunidas fuese empleadas en campañas contra los indios del Norte, en preparar un asalto a la Sierra Gorda (Sonora), donde vivían numerosos indios alzados, en apoyar las expediciones misionales y científicas al Pacífico Norte, en conservar el orden público y en reprimir los motines y alzamientos originados en varias ciudades y pueblos del interior por diversas causas laborales y religiosas. La militarización de la Nueva España provocó sentimientos encontrados en sus habitantes: hubo quejas y enfrentamientos entre la tropa y la población civil, la cual protestó por las levas que se producían con destino a los castillos de las costas, que provocaban numerosas muertes por lo insaluble del terreno. También los comerciantes y los vecinos principales se vieron agraviados al no ser distinguidos de la plebe en las mediciones y, finalmente, muchas voces se levantaron contra la idea de un pueblo en armas, por las consecuencias negativas en el futuro.
Los preparativos defensivos y la organización del ejército aumentaron los gastos, que se incrementaron por las cuantiosas remesas que las cajas de la Nueva España debían de aportar para la defensa de La Habana, Guatemala, Luisiana y las Filipinas: los llamados “situados”. Este incremento llevó a una crisis hacendística que el virrey y el visitador abordaron con medidas de gran calado, aunque algunas de ellas no produjesen resultados inmediatos o causaran gran alarma social. Uno de los casos más ilustrativo fue el del estanco del tabaco, que la Corona administró directamente adquiriendo todo el tabaco cultivado y vendiéndolo en puntos autorizados con suculentas ganancias. A mediados de 1767, las cajas matrices novohispanas tenían una deuda de más de dos millones de pesos. Sin embargo, la situación mejoró poco a poco y a finales del mandato se había disminuido las deudas gracias al aumento de los ingresos por las nuevas rentas que incorporó la Corona, como naipes, bulas, pólvora, aguardiente, etcétera, lo que permitió que se enviasen a España importantes cantidades: millón y medio de pesos en 1770. A pesar de estos envíos, la situación siguió grave y Antonio María de Bucareli, sucesor del marqués, encontró una hacienda frágil y desordenada en parte por las numerosas reformas puestas en marcha. Virrey y visitador se emplearon a fondo para erradicar viejos procedimientos, eliminar el contrabando y las operaciones fraudulentas y situar a personas que siguieran sus directrices. En Veracruz fueron cesados numerosos oficiales reales y en Acapulco, Teodoro de Croix descubrió numerosos fraudes cuando llegó la fragata “San Carlos Borromeo” procedente de Manila en enero de 1767. Junto a las economías y el celo en la administración, otro aspecto que repercutiría en el aumento de los ingresos fue el crecimiento de la plata novohispana gracias a la rebaja en el azogue, ingrediente necesario en la operación para extraer la plata.
Gran parte de las reformas y de los proyectos que se idearon durante el gobierno de Croix, como el plan de división de la Nueva España en once intendencias, cuya realización sería realizada más tarde, fue posible gracias al entendimiento entre virrey y visitador. Sin embargo, ese acuerdo no se produjo con la Audiencia de México, surgiendo numerosas discrepancias. Una de las más sonadas fue con motivo de la promulgación de varios bandos para regular las armas personales, evitar la ociosidad y los escándalos, y sacar a los delincuentes de los lugares sagrados. Estas medidas iban dirigidas a mejorar el orden público y la seguridad, pero el virrey no contó con el acuerdo de los miembros de la Audiencia, por lo que surgieron problemas y tensiones, ya que se vieron desairados con la actitud autoritaria del virrey. Las quejas de unos y otros fueron enviadas a la Corona, quien pidió reiteradamente armonía entre ambas instituciones. Una de las acusaciones de los oidores fue que el virrey no los recibía y que realizaba los reales acuerdos en su vivienda en lugar de realizarlo en la sala de palacio que estaba habilitada para ello. El marqués de Croix respondió que solo lo había hecho con ocasión de la expulsión de los jesuitas, por el sigilo y secretismo exigido por el propio rey.
En la madrugada del 24 al 25 de junio de 1767, gracias a una operación cuidadosamente planeada por Croix y Gálvez, los colegios, iglesias y misiones jesuitas fueron ocupadas por tropas reales. Los padres fueron obligados a dirigirse a Veracruz y, en varias expediciones, fueron enviados a España vía La Habana. La operación se dilató por varios meses debido a la lejanía de algunas misiones, sobre todo las bajacalifornianas. Las protestas populares generada por la contundencia de la medida real evolucionaron en varios lugares a abiertas rebeliones y desafíos a la autoridad real. El virrey envió una expedición punitiva, encabezada por Gálvez, que pacificó San Luis de la Paz, Guanajuato, San Luis Potosí y Michoacán, pero con un balance muy negativo: 85 ejecuciones a muerte y 854 condenados a destierro y trabajos forzados.
Tras regresar de esta expedición, Gálvez preparo otra con destino al Noroeste. El virrey le había otorgado plenos poderes y los resultados fueron muy notables. En poco más de tres años (1768-1771), el impetuoso malagueño fundó el puerto de San Blas, en Nayarit, visitó el sur de la península de Baja California, organizó las expediciones marítimas y terrestres que ocuparon los puertos de San Diego y Monterrey (1769), y recorrió amplias áreas de Sonora hasta que una enfermedad lo obligó a retornar a México. En esta expansión, la citada ocupación de San Diego y de Monterrey, futura capital de la Alta o Nueva California, se convirtió en un hito que el virrey y el visitador difundieron ampliamente para compensar otros fracasos de su excursión norteña. Además de las actividades en el Pacífico, Croix también se interesó por el Noreste. Envió al mariscal Juan Fernando Palacio a las cololonias de Nuevo Santander para hacer una visita, funcionario que sería nombrado, a su vuelta, gobernador de Veracruz.
El marqués de Croix fue sustituido por el sevillano Antonio María de Bucareli, quien llegó a Veracruz el 23 agosto. La trasmisión de mando se realizó el 22 de septiembre. Durante su mandato había sido nombrado capitán general de los ejércitos de Carlos III (1770). El 29 de noviembre abandonó la Nueva España en compañía de su sobrino Teodoro. El rey lo autorizó a dejar el virreinato sin celebrarse el juicio de residencia obligatorio, para el cual nombraría a una persona de su confianza con poderes. Gracias a esta medida real, el marqués llegó a Cádiz el 20 de mayo en el navío “San Rafael”, siendo llamado a la Corte inmediatamente. En 1774, Carlos III le concedió doce mil pesos por sus servicios y desinterés. Murió el 28 de octubre de 1778 cuando ejercía el cargo de capitán general de Valencia. Tenía una deuda de ciento setenta y seis mil reales que dejó a su hija Fernanda de Croix y Vergel. Croix protagonizó uno de los momentos más decisivos de la historia virreinal de México, aunque su labor quedase eclipsada por la decisiva personalidad de José de Gálvez.
Bibliografía
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Salvador Bernabéu Albert