José Ortega y Gasset (1883–1955): Filósofo de la Razón Vital y Arquitecto del Pensamiento Moderno en España
José Ortega y Gasset nació el 9 de mayo de 1883 en Madrid, dentro de una familia profundamente vinculada al mundo de la prensa y la intelectualidad. Su abuelo materno, Eduardo Gasset y Artime, fue una figura destacada en el periodismo español, habiendo fundado El Imparcial y desempeñado roles importantes en la política de la Restauración. Su padre, Ortega Munilla, continuó con esta tradición y fue director del suplemento literario Los Lunes de El Imparcial, convirtiendo a la familia en un referente dentro del ámbito cultural y periodístico. Esta herencia intelectual marcó fuertemente la vida de Ortega, quien, en una ocasión, comentó que había nacido «en una rotativa».
Durante sus primeros años de formación, Ortega asistió a la escuela de los jesuitas en Miraflores de El Palo, en Málaga, entre 1891 y 1897, donde comenzó a forjarse su carácter y sus inquietudes intelectuales. Este paso por la institución jesuita fue crucial, pues le proporcionó las bases de la educación clásica y la formación en las artes liberales. Su siguiente etapa académica lo llevaría a la Universidad de Deusto en 1898, donde inició sus estudios en Filosofía y Letras. Este periodo no fue solo un camino de aprendizaje académico, sino también el momento en que comenzó a formarse la visión crítica de Ortega sobre la cultura y la sociedad española.
En 1900, Ortega se trasladó a la Universidad Central de Madrid, una de las más prestigiosas del país, donde completó su licenciatura en 1902. Fue allí donde se sumergió profundamente en el estudio de la Filosofía, especialmente en las corrientes de pensamiento contemporáneas, lo que le permitió forjar las primeras ideas que luego marcarían su pensamiento filosófico. En 1904, tras obtener el título de doctor en Filosofía, presentó su tesis doctoral titulada Los terrores del año mil. Crítica de una leyenda, un trabajo que reflejaba su incipiente interés por la historia de las ideas y las creencias que, en su opinión, condicionaban la forma de entender el mundo en cada época.
El año siguiente, 1905, fue decisivo en la vida de Ortega, ya que decidió ampliar sus estudios en Alemania, una decisión que resultaría fundamental para su evolución intelectual. Su primer destino fue la Universidad de Leipzig, donde comenzó a estudiar con el filósofo neokantiano Hermann Cohen. Durante su estancia en Alemania, Ortega tuvo la oportunidad de interactuar con los principales representantes de la filosofía idealista alemana, especialmente aquellos influidos por Immanuel Kant y la tradición neokantiana. Este periodo de estudios en Leipzig, y posteriormente en Marburgo, donde también profundizó en las ideas de Paul Natorp, marcó su transición de una filosofía teórica a una más concreta y pragmática, una transición que sería crucial para su pensamiento posterior.
El contacto directo con la filosofía alemana le permitió a Ortega comprender de manera profunda la importancia de la razón en la construcción del conocimiento, pero también le llevó a un enfrentamiento con la teoría de Kant. Ortega sentía que la concepción kantiana de la razón, con su énfasis en el sujeto como productor del conocimiento, no podía dar cuenta completamente de la complejidad de la realidad. De hecho, fue en estos años cuando Ortega comenzó a formular la idea de una filosofía más vinculada a la vida, una filosofía que no se limitara a la razón pura, sino que tuviera en cuenta la realidad vivida y la necesidad de entender al hombre en su contexto vital y social.
En 1907, después de haber completado su formación filosófica en Alemania, Ortega regresó a Madrid, donde inició su actividad intelectual y académica. Su regreso a España coincidió con una etapa de gran efervescencia en la vida cultural y política del país, marcada por los efectos del Desastre de 1898 y la posterior crisis de la Restauración. Ortega, quien ya había madurado sus primeras ideas filosóficas y políticas, se dispuso a ofrecer una nueva visión sobre los problemas que aquejaban a la sociedad española.
A partir de este momento, Ortega se convertiría en una de las voces más destacadas de la regeneración cultural y política de España, una figura que desde sus primeros años mostró una ambición por superar la crisis de la nación y aportar una nueva perspectiva para la construcción de una España moderna, europeizada y abierta a los debates filosóficos de su tiempo. A través de sus publicaciones, conferencias y escritos, Ortega se adentró en una crítica profunda del sistema político y social de su país, lo que le llevaría, en poco tiempo, a ocupar un lugar central en los debates intelectuales de la época.
Desarrollo de una Filosofía Propia: De la Metafísica a la Crítica Cultural (1908–1921)
A partir de su regreso a España en 1907, José Ortega y Gasset se integró plenamente en la vida intelectual del país, consolidando su figura como un pensador crítico y renovador. En los primeros años de esta etapa, Ortega comenzó a desarrollar una filosofía profundamente influenciada por su formación alemana, pero que, al mismo tiempo, comenzó a tomar una dirección original y autónoma. Su primer gran trabajo en esta etapa fue Meditaciones del Quijote (1914), una obra en la que Ortega planteó lo que sería el núcleo de su pensamiento filosófico: la vida humana es el verdadero punto de partida para entender la realidad, y la razón no puede estar divorciada de las circunstancias y la experiencia vivida. Con esta obra, Ortega ya empezaba a distanciarse del enfoque abstracto y sistemático de la filosofía neokantiana, a favor de una aproximación más práctica y vital.
Meditaciones del Quijote no solo es un análisis literario de la obra de Cervantes, sino también una profunda reflexión filosófica sobre el sentido de la vida humana. Ortega utilizó al Quijote como metáfora de la condición humana, destacando cómo el hombre, al igual que el caballero andante, se enfrenta a una realidad que constantemente pone en cuestión sus ideales. La vida, para Ortega, no es algo dado ni estático, sino un proceso en constante transformación, que exige una actitud activa por parte del ser humano. Este enfoque vitalista será uno de los pilares de su filosofía en los años siguientes.
Al mismo tiempo que desarrollaba su pensamiento filosófico, Ortega se involucraba profundamente en la crítica de la cultura y la política españolas. En 1914, un año después de la publicación de Meditaciones del Quijote, Ortega fundó la Liga de Educación Política de España, una organización que tenía como objetivo la formación política de los ciudadanos españoles, en un contexto en el que el país atravesaba una grave crisis de identidad y una falta de una verdadera democracia política. En este contexto, Ortega pronunció su famosa conferencia Vieja y nueva política, donde criticaba el panorama político de la época, denunciando la falta de renovación y el predominio de una clase política obsoleta. En lugar de la política tradicional, Ortega abogaba por una política que surgiera de una verdadera reforma cultural y educativa, que permitiera al pueblo español tomar las riendas de su destino.
En 1916, Ortega comenzó a publicar una serie de ensayos en El Espectador, una revista que él mismo fundó, en la que abordaba temas culturales, políticos y sociales. Esta publicación, que se extendió hasta 1934, fue una de las plataformas en las que Ortega plasmó muchas de sus ideas filosóficas y culturales, y en la que se podía ver su intención de renovar profundamente la vida pública española. En sus ensayos, Ortega sostenía que la solución a los problemas de España no podía llegar de una mera reforma política, sino que era necesaria una transformación cultural profunda. En este sentido, la crítica cultural fue un aspecto central de su pensamiento en estos años, y sus textos fueron leídos como un llamado a la regeneración del país.
En este periodo también se observa el inicio de la reflexión orteguiana sobre la decadencia de España, un tema que Ortega abordaría de manera más explícita en su obra La España invertebrada (1921). En esta obra, Ortega realizó un análisis exhaustivo de las causas históricas y sociales de la debilidad estructural de la sociedad española. Para Ortega, España no había alcanzado nunca una verdadera «grandeza» como nación, y su desarrollo histórico había sido marcado por una falta de cohesión social y cultural. Según Ortega, la ausencia de minorías selectas y la debilidad de las élites españolas habían impedido que el país alcanzara una verdadera modernidad, lo que había dado lugar a una sociedad invertebrada, incapaz de afrontar los retos del futuro. Ortega veía en la falta de una estructura social coherente y en la corrupción de la clase dirigente las principales causas de la crisis que vivía España.
Una de las propuestas más radicales de Ortega en este momento fue la idea de que la cultura española debía renovarse profundamente, no solo en términos políticos, sino también en el plano intelectual. Para ello, Ortega se alineó con los intelectuales de la Generación del 98, como Joaquín Costa, cuyas ideas regeneracionistas influyeron en su propia visión del país. Ortega asumió la tarea de reconstruir la identidad española a través de la creación de una élite intelectual capaz de guiar a la nación hacia la modernidad. A este propósito se dedicó también en la creación de El Sol, un diario fundado en 1917 junto al empresario Nicolás María de Urgoiti, que tuvo un papel destacado en la promoción de las ideas progresistas y regeneracionistas de Ortega.
En paralelo a estas iniciativas, Ortega también fundó la editorial Calpe en 1920, en la que dirigió la Biblioteca de ideas del siglo XX, una colección que fue clave para difundir las ideas filosóficas más innovadoras de la época, y en la que se incluyeron obras de autores influyentes como el filósofo alemán Oswald Spengler, cuya obra La decadencia de Occidente fue publicada en la colección bajo el prólogo de Ortega. Esta editorial se convirtió en un vehículo para la difusión del pensamiento orteguiano y de otros pensadores que compartían su visión de la modernización de la cultura española.
El periodo que abarca desde 1914 hasta 1921 es, por lo tanto, clave en el desarrollo de la filosofía y la acción pública de Ortega. Durante estos años, Ortega sentó las bases de su pensamiento filosófico, comenzó a involucrarse profundamente en la política y la crítica cultural, y se posicionó como una de las voces más influyentes en la España de su tiempo, promoviendo una regeneración de la sociedad española desde la cultura y el pensamiento.
Compromiso Político y Teoría Social: La España de los Años 20 y 30 (1921–1936)
En la década de 1920, José Ortega y Gasset se consolidó como una de las figuras más destacadas del panorama intelectual español. A medida que su pensamiento maduraba, también lo hacía su compromiso con la política y la transformación social de España. Para Ortega, la política no era solo un campo de acción práctica, sino una extensión de su proyecto filosófico y cultural. La sociedad española estaba atravesando una profunda crisis, y Ortega creía que la regeneración del país solo sería posible si se abordaban de manera integral los problemas sociales, políticos y culturales que la aquejaban. Este pensamiento se plasmó en sus obras y en sus acciones, marcando una etapa decisiva en su vida y en la historia del pensamiento español.
Una de las obras más influyentes de este periodo fue La España invertebrada (1921), un análisis crítico sobre las estructuras sociales y políticas de España. En este libro, Ortega denunció la falta de cohesión y de liderazgo dentro de la sociedad española, que le impedía afrontar los retos de la modernidad. Según Ortega, la falta de una élite intelectual y política capaz de guiar al país había condenado a España a una especie de «invertebración», donde las instituciones y la sociedad en general carecían de la solidez y estabilidad necesarias para avanzar. Ortega consideraba que el gran problema de España era la debilidad de sus minorías selectas, las cuales debían desempeñar un papel fundamental en la estructuración de la sociedad y en la conducción del país hacia un futuro de progreso. El diagnóstico de Ortega era claro: sin una clase dirigente sólida, España no podría superar sus problemas estructurales y seguiría atrapada en un ciclo de decadencia y estancamiento.
La crítica de Ortega a la situación española no solo se limitaba a las estructuras sociales y políticas. En sus escritos, también abordó la creciente masificación de la sociedad, que veía como una amenaza a la libertad individual y a la capacidad de la razón para orientar el rumbo del país. Esta reflexión culminó en su obra más conocida y polémica, La rebelión de las masas (1930), en la que Ortega analizaba el ascenso de lo que él denominaba la «masa», un nuevo tipo de hombre que, a medida que se expandía la democracia, se despojaba de la cultura y la capacidad crítica que antes habían sido exclusivas de las élites. Ortega veía en este fenómeno una amenaza para la libertad y la autonomía del individuo, pues la masa tendía a ser conformista, irracional y manipulable.
En La rebelión de las masas, Ortega no solo diagnosticaba los males de la sociedad europea, sino que también formulaba una crítica al sistema democrático tal como se estaba desarrollando en su época. Para Ortega, la democracia liberal estaba siendo invadida por una democracia de masas que carecía de la educación y la formación necesarias para tomar decisiones políticas informadas. La democracia, en su visión, debía ser un sistema donde el poder estuviera en manos de una minoría cualificada y responsable, y no de una mayoría que carecía de los recursos intelectuales para gobernar adecuadamente. Esta crítica a la democracia de masas no debe ser entendida como un rechazo total a la democracia, sino como un llamado a la creación de una democracia ilustrada, en la que la razón y la cultura desempeñaran un papel central en la vida política.
Durante los años 20 y 30, Ortega también se involucró activamente en la política española. En 1927, comenzó a ser una figura influyente en la política universitaria y educativa, donde abogó por una profunda reforma del sistema educativo. Ortega creía que la universidad debía ser un espacio de libertad intelectual, capaz de formar a los líderes del futuro, y criticaba el control de la educación por parte de las instituciones religiosas y políticas conservadoras. En 1930, pronunció su famosa conferencia La misión de la universidad, en la que subrayó la necesidad de que las universidades españolas fueran reformadas para permitir la formación de un pensamiento libre, crítico y moderno. La Universidad de Madrid era, según Ortega, el lugar ideal para llevar a cabo esta transformación, ya que era la institución que debía encargarse de guiar a la sociedad española hacia una mayor integración en el mundo moderno y europeo.
En 1931, con la proclamación de la Segunda República, Ortega se sintió inicialmente esperanzado. Fue elegido diputado por León en las Cortes Constituyentes y apoyó con entusiasmo la creación de un nuevo marco político para España. Sin embargo, pronto se desencantó con los desarrollos que siguieron a la proclamación de la República. La quema de conventos, la radicalización de algunos sectores políticos y la falta de una dirección clara para el país lo llevaron a distanciarse del proyecto republicano. Ortega vio en la república una oportunidad para la regeneración de España, pero también observó con preocupación cómo el caos político y social amenazaba con desestabilizar el país. En este contexto, Ortega redactó su famoso discurso Rectificación de la República (1931), en el que expresaba su desilusión con la dirección que estaba tomando el proyecto republicano y abogaba por un enfoque más moderado y racional para la construcción de una España nueva.
En 1932, Ortega se retiró de la vida política activa, frustrado por la falta de unidad y claridad en el panorama republicano. Sin embargo, su pensamiento seguía evolucionando, y comenzó a centrarse en la teoría social y la filosofía de la historia, temas que marcarían sus últimos años en el exilio. Fue en este periodo cuando su filosofía adquirió una nueva dimensión, pues Ortega comenzó a integrar el análisis histórico y el pensamiento social en su obra, reflexionando sobre las grandes corrientes de la historia y su impacto en la vida de los pueblos.
En resumen, la década de 1920 y principios de los 30 fue una etapa de gran intensidad en la vida de Ortega, marcada por su implicación en los debates políticos y sociales, pero también por su profunda reflexión filosófica sobre los problemas de España y Europa. La crítica cultural y social de Ortega, expresada en sus obras más significativas, se consolidó como una de las aportaciones más valiosas del pensamiento español en el siglo XX.
El Exilio y la Maduración Filosófica: La Búsqueda de Europa (1936–1945)
La Guerra Civil Española de 1936 marcó un punto de inflexión definitivo en la vida de José Ortega y Gasset. Aunque su visión política ya había comenzado a distanciarse de la realidad española durante los primeros años de la República, la violencia y la división que trajo la guerra civil lo forzaron a abandonar España. Ortega se exilió primero en Francia, y más tarde en Argentina, donde permanecería hasta 1939. Su salida de España fue un retiro temporal, pero también el principio de una nueva fase en su obra filosófica, en la que su mirada se volvió más europea y más global.
En el exilio, Ortega mantuvo su intensa actividad intelectual, a pesar de la distancia de su patria. Su obra siguió evolucionando, y las condiciones históricas que rodeaban a Europa, especialmente la Segunda Guerra Mundial, le ofrecieron un nuevo campo de reflexión. En estos años, Ortega consolidó sus análisis sobre la historia y el pensamiento moderno, pero también reflexionó sobre los grandes temas de la técnica y la cultura, que comenzaban a ocupar un lugar central en el debate filosófico europeo.
Una de sus obras más significativas durante este periodo fue Historia como sistema (1941), en la que Ortega expuso su visión sobre la historia como un proceso continuo y sistemático, que va más allá de los simples hechos o de las interpretaciones aisladas. En esta obra, Ortega intentó mostrar que la historia humana no es una suma de acontecimientos desordenados, sino un proceso en el que las sociedades se desarrollan a través de la interacción entre la razón y la vida. A su juicio, comprender la historia era esencial para entender el presente, y este conocimiento debía formar parte de la formación intelectual de los ciudadanos.
Pero no solo la historia fue objeto de su reflexión. Durante su estancia en Argentina, Ortega también se centró en el concepto de técnica, un tema que más tarde se desarrollaría en su obra Meditación de la técnica (1939). Ortega comprendió que la técnica había transformado radicalmente la vida humana, desde la agricultura hasta la industria, pasando por las ciencias, la política y las relaciones sociales. En este contexto, Ortega trató de dar un sentido filosófico a la técnica, no como algo meramente utilitario, sino como un fenómeno cultural profundamente implicado en la evolución de las sociedades. Según Ortega, la técnica no era solo una herramienta de poder y control, sino un medio para transformar la vida humana y darle nuevas posibilidades.
Durante estos años de exilio, Ortega también continuó participando activamente en conferencias y clases en universidades europeas y americanas. Su visión de Europa, especialmente en relación con los grandes problemas de la modernidad, cobró fuerza. En su obra En torno a Galileo (1942), Ortega reflexionó sobre la revolución científica y la figura de Galileo, quien, a su juicio, simbolizaba el paso de una visión medieval del mundo a una comprensión moderna, basada en la observación y la razón. Ortega veía en Galileo un símbolo del nuevo hombre moderno, capaz de comprender y transformar el mundo a través de la ciencia y la técnica.
El regreso a Europa en 1945 marcó una nueva etapa en su vida, pues Ortega regresó a Lisboa, donde se asentó definitivamente y comenzó a dar conferencias y clases en diversas universidades. Aunque su vida en el exilio había sido productiva y fecunda, la experiencia le permitió también madurar su pensamiento sobre la necesidad de un proyecto europeo más allá de las naciones individuales. En este sentido, Ortega seguía manteniendo su idea de que la única salida para Europa, devastada por las guerras y el nacionalismo, era la creación de una unión de Estados que superara las fronteras nacionales.
La idea de la Unión Europea como una supernación, algo que ya había planteado en sus escritos de los años 30, se convirtió en una de las preocupaciones principales de Ortega en sus últimos años. A medida que Europa se acercaba al final de la Segunda Guerra Mundial, Ortega veía que el continente necesitaba superar los viejos conflictos nacionales y buscar una solución común que garantizara la paz y el progreso. Este sueño de una Europa unificada y renovada fue, para Ortega, la única forma de evitar la autodestrucción que los nacionalismos y las ideologías extremas estaban generando en el continente. Su reflexión sobre Europa adquirió una gran profundidad y resonó especialmente en sus conferencias en Berlín, como la De Europa meditatio quaedam pronunciada en 1949 en la Universidad Libre de Berlín. En esta conferencia, Ortega sostuvo que Europa solo podría salvarse si los pueblos del continente se unían en una supranación capaz de afrontar los desafíos del futuro.
El exilio, por tanto, no fue solo una separación física de su tierra, sino un período de reflexión profunda y de maduración de su pensamiento, en el que Ortega se convirtió en una figura clave del pensamiento europeo, preocupado tanto por el destino de su propio país como por el futuro de Europa en su conjunto. A través de sus escritos y conferencias, Ortega continuó siendo una voz de autoridad en el debate sobre los grandes temas de la cultura, la política y la ciencia, tratando de ofrecer una perspectiva crítica que uniera lo mejor de la tradición filosófica europea con las demandas de la modernidad.
Legado y Últimos Años: El Fin de una Era (1946–1955)
A partir de 1945, tras una larga estancia en el exilio, José Ortega y Gasset regresó a España, pero ya no con la misma esperanza política que había tenido en su juventud. Su regreso coincidió con un momento de tensión en la historia del país, marcado por el final de la Guerra Civil y el inicio de la dictadura de Franco. Ortega, aunque ya no involucrado en la política activa, continuó siendo una figura intelectual relevante que influyó en la cultura española y europea. Su retorno fue un momento de reencuentro con su país y con la nueva generación de pensadores que comenzaban a surgir en la España postguerra, muchos de los cuales habían sido influenciados por su obra.
En 1946, Ortega inauguró el Ateneo de Madrid con la conferencia «Idea del Teatro», un análisis sobre la función cultural y educativa del teatro en la sociedad. Esta intervención marcó su vuelta al circuito intelectual español tras su exilio y su distanciamiento de la política. El Ateneo, junto con el Instituto de Humanidades que fundó en 1948 junto a su discípulo Julián Marías, fue un espacio donde Ortega pudo volver a interactuar con la nueva generación de intelectuales y ofrecerles sus perspectivas filosóficas sobre los grandes problemas que atravesaba España. Estos espacios fueron fundamentales para la consolidación del pensamiento orteguiano en los pasillos universitarios y en la cultura intelectual del país, que, aunque aún bajo el régimen de Franco, comenzaba a encontrar formas de reabrir el debate sobre el futuro de España.
Ortega se convirtió, en los últimos años de su vida, en un faro para muchos jóvenes intelectuales, que veían en su obra un referente de claridad y profundización en los grandes temas del pensamiento moderno. Las conferencias y los cursos extrauniversitarios que impartió en las décadas de 1940 y 1950 fueron clave para la formación de una nueva visión crítica de la realidad española, que contrastaba con la realidad política del régimen franquista. Su obra comenzó a ser leída y discutida más que nunca, especialmente por aquellos que no se conformaban con las limitaciones impuestas por la dictadura.
A pesar de su enfermedad, Ortega continuó impartiendo conferencias y reflexionando sobre la Europa y el mundo que había conocido a lo largo de su vida. La influencia de su pensamiento no solo se extendió por España, sino también por otros países europeos y americanos. En sus últimos años, su enfoque europeo se intensificó, particularmente en sus escritos sobre la unificación europea y su visión de una Europa unida que trascendiera los nacionalismos y las ideologías extremas que habían devastado el continente en la primera mitad del siglo XX. Ortega seguía viendo en la creación de los Estados Unidos de Europa la única posibilidad de superar los conflictos que habrían marcado la historia de Europa y garantizar la paz y el progreso.
Sin embargo, la salud de Ortega comenzó a deteriorarse gravemente. Tras años de enfermedad, el filósofo murió el 18 de octubre de 1955 en Madrid, dejando un vacío en la vida intelectual de España. Su muerte fue un acontecimiento importante no solo para la filosofía, sino también para la política y la cultura española, ya que representaba el fin de una era. A pesar de su desaparición física, su legado intelectual perduró y continuó influyendo en generaciones posteriores de pensadores y políticos.
La figura de Ortega no solo fue la de un filósofo, sino también la de un hombre profundamente comprometido con su tiempo, que buscó, a través de su obra, ofrecer soluciones a los grandes problemas de la sociedad española y europea. Su diagnóstico de la situación española y su proyecto para una España más moderna y abierta a Europa siguen siendo un referente para quienes buscan comprender los desafíos de la nación en el siglo XX.
Tras su muerte, sus Obras inéditas fueron publicadas, lo que permitió a nuevas generaciones de estudiosos profundizar aún más en su pensamiento. Obras como Meditación del pueblo joven (1958), La idea de principio en Leibniz (1958) y Sobre la razón histórica (1979) contribuyeron a consolidar a Ortega como una de las figuras más importantes del pensamiento filosófico de su tiempo.
El legado de Ortega y Gasset perdura hoy en día no solo en la academia, sino también en la vida pública, donde sus ideas sobre la modernización de España, su concepto de Europa y su crítica al populismo siguen siendo relevantes en los debates contemporáneos. Como señaló su discípulo José Luis Abellán, Ortega fue una figura central en los orígenes de la transición democrática en España, pues sus escritos influyeron en la reflexión que acompañó el paso de la dictadura franquista a la democracia, un proceso que culminó con la Constitución de 1978.
En este sentido, Ortega no solo fue un filósofo de la razón y la reflexión intelectual, sino también un resonador de las voces más innovadoras de Europa, capaz de traducir los grandes debates filosóficos en claves accesibles para la realidad española. A través de su vida y obra, Ortega y Gasset dejó una huella indeleble en la cultura española y europea, que sigue siendo motivo de estudio y admiración.
MCN Biografías, 2025. "José Ortega y Gasset (1883–1955): Filósofo de la Razón Vital y Arquitecto del Pensamiento Moderno en España". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/ortega-y-gasset-jose [consulta: 16 de octubre de 2025].