José Joaquín de Mora (1783–1864): Intelectual Gaditano y Arquitecto del Pensamiento Liberal Hispanoamericano

Raíces ilustradas y vocación insurgente

Infancia y formación en el Cádiz ilustrado

José Joaquín de Mora nació en Cádiz el 10 de enero de 1783, en el seno de una familia de clase media ilustrada, hijo de un magistrado que supo inculcarle desde temprano el valor del conocimiento, la lógica y la elocuencia. Su ciudad natal, Cádiz, era entonces una de las urbes más abiertas y cosmopolitas de España, punto de contacto con América y cuna del primer constitucionalismo español. Este entorno influyó profundamente en su pensamiento posterior.

Tras sus primeros años de educación en su ciudad natal, se trasladó a Granada, donde completó su formación y obtuvo una cátedra en el colegio de San Miguel, institución de prestigio ligada a la Universidad de Granada. Allí ejerció como profesor de Lógica, enseñando y divulgando las doctrinas filosóficas de Jeremy Bentham y Étienne Bonnot de Condillac, figuras centrales del pensamiento ilustrado europeo. Estas referencias no eran meramente académicas: formaban parte del armazón teórico que definía a una nueva generación de jóvenes liberales comprometidos con la razón y el progreso.

Mora no tardó en integrarse en los círculos intelectuales granadinos y fue uno de los miembros activos de la Academia-tertulia que se reunía en casa del conde de Casas Rojas, espacio clave de sociabilidad literaria y política. Allí se debatían ideas ilustradas y se promovía el contacto con las vanguardias europeas, particularmente con el pensamiento racionalista y reformista francés.

De la Guerra de Independencia a las acusaciones de afrancesamiento

En 1808, estalló en España la Guerra de la Independencia, conflicto que marcó de forma definitiva la vida de Mora. Se incorporó al ejército como parte del escuadrón franco del ejército del Centro, alcanzando el grado de alférez. Su participación en la contienda fue valiente, aunque también tuvo un giro amargo: fue capturado en 1809 y trasladado por los franceses como prisionero a las ciudades de Autun y posteriormente a Tournus, en el interior de Francia.

En esos años de prisión y aislamiento, Mora profundizó en sus lecturas y comenzó a perfilar su pensamiento liberal. Fue en esta etapa cuando contrajo matrimonio con Françoise Delauneux, hija de su anfitrión en el exilio, lo que contribuyó a su integración cultural en el país que, a pesar de ser enemigo militar, era también la cuna de muchas de las ideas revolucionarias que él admiraba.

La vuelta a España no fue sencilla. Como muchos otros intelectuales que habían vivido bajo la ocupación francesa, Mora fue acusado de afrancesamiento, una imputación que podía arruinar carreras y vidas. Sin embargo, tras un proceso de purificación política llevado a cabo en 1816, logró desvincularse de tales sospechas, alegando que su estancia en Francia fue forzosa y que nunca apoyó activamente al régimen de José I Bonaparte.

El ideólogo liberal y su pulsión reformista

Ya libre de acusaciones y rehabilitado en su país, José Joaquín de Mora intensificó su actividad intelectual. Autodidacta en muchos aspectos, era un lector voraz y un pensador sistemático. Estaba firmemente convencido de que el progreso de las naciones dependía del conocimiento, la cultura y la educación pública, una idea que defendería toda su vida a través de sus escritos, sus actos y sus proyectos pedagógicos.

Desde sus primeras colaboraciones en la prensa y sus publicaciones en revistas como la Crónica Científica y Literaria, se mostró como un defensor tenaz de la libertad de expresión, el laicismo ilustrado y el pensamiento crítico. Aunque adscrito al Neoclasicismo en términos estéticos, Mora acogió con interés las nuevas formas del Romanticismo, especialmente por su capacidad de emocionar y movilizar, elementos útiles en el combate ideológico que se avecinaba.

Uno de sus principales aportes fue su colaboración con el editor Rodolfo Ackermann, para quien escribió una serie de Catecismos educativos, destinados especialmente a los públicos de América Latina. Obras como la Gramática Castellana, la Geografía o la Gramática Latina y Geografía (esta última redactada en Chile en 1829) tuvieron una enorme repercusión en los procesos de alfabetización y educación cívica en Hispanoamérica, proyectando a Mora como un pensador continental más que local.

Sus inquietudes lo llevaron también a explorar el terreno de la traducción política y literaria, acercando al público hispanohablante textos clave del pensamiento europeo. Traducía con agilidad y fidelidad tanto obras filosóficas como literarias: del francés Chateaubriand (De Bonaparte y los Borbones) al inglés y latín, pasando por autores como Charles Brifaut o Héricault Destouches. Este trabajo no solo era académico: constituía una labor de mediación cultural, una forma de democratizar el acceso a los grandes debates contemporáneos.

Misiones diplomáticas y conspiraciones pre constitucionales

A comienzos de la década de 1820, Mora asumió funciones diplomáticas informales a instancias del príncipe Galitzin, quien lo envió a Italia en 1819 con el objetivo de entrevistarse con Ioannis Capodistrias, figura relevante del independentismo griego. Aunque no consiguió ese encuentro, sí logró establecer lazos con liberales y radicales de Francia e Inglaterra, lo que lo convirtió en un observador privilegiado del desprestigio del régimen absolutista español de Fernando VII.

Estos contactos, unidos a su experiencia en tertulias clandestinas y círculos patriotas —como los celebrados en Madrid entre 1817 y 1819—, le hicieron desarrollar una visión crítica del sistema español. Fue uno de los primeros en advertir que sin reformas estructurales, el país estaba condenado al aislamiento y a la decadencia. Estas convicciones lo llevarían a sumarse con entusiasmo al movimiento constitucionalista que se abrió paso en 1820, inaugurando el Trienio Liberal, periodo clave en su trayectoria.

Así, para cuando el movimiento liberal estalla, Mora ya no era un intelectual marginal, sino una figura preparada, articulada, y profundamente conectada con las redes internacionales del pensamiento moderno. Sus próximos años estarían marcados por una intensa actividad periodística, un compromiso público radical y, finalmente, un largo periplo por América Latina, donde su ideario iba a influir en generaciones enteras.

Periodismo de combate y exilio militante

El periodista del Trienio Liberal

Cuando se proclamó la Constitución de 1812 en 1820, marcando el inicio del Trienio Liberal, José Joaquín de Mora se convirtió rápidamente en una de las voces más activas del periodismo político español. Su pluma se puso al servicio de la libertad y del pensamiento reformista, desplegando un esfuerzo titánico como redactor, editor y polemista.

Fue editor de la Crónica Científica y Literaria entre 1817 y 1820, y luego participó directamente en la dirección de varios periódicos emblemáticos del periodo como El Constitucional, La Minerva Nacional y El Correo General de Madrid. En todos ellos defendió principios de soberanía popular, separación de poderes, libertad de prensa y reformas educativas, a la vez que atacaba los resabios del absolutismo.

Sin embargo, su activismo le generó enemigos. En junio de 1820 fue condenado por supuestas injurias al Ayuntamiento de Madrid, y en diciembre de ese año su presencia en el Café de Malta lo involucró en la llamada «causa de Malta», un proceso judicial de cariz político. Mora denunció públicamente las irregularidades judiciales del caso y pidió a las Cortes la apertura de una investigación contra el juez instructor, aunque la Comisión Parlamentaria desestimó su petición. Esta experiencia lo radicalizó aún más y consolidó su figura como defensor de las garantías constitucionales.

A lo largo de 1821 y 1822, continuó con su frenética producción periodística. Fue redactor de La Antorcha Española, El Independiente, El Patriota Español, El Tribuno, El Indicador y otros. Su estilo directo, racional y apasionado lo convirtió en uno de los publicistas más respetados del liberalismo español. Además, escribió un folleto autobiográfico en 1822, donde narraba su trayectoria intelectual y política hasta ese momento, revelando con crudeza los dilemas del liberalismo frente a la reacción absolutista.

También fue traductor del Ensayo sobre las preocupaciones de D’Holbach, una obra clave del pensamiento ilustrado francés. Esta traducción, publicada en 1823, reafirmó su papel como divulgador del pensamiento ilustrado y anticlerical, en un momento en que el absolutismo regresaba con fuerza a España tras la invasión francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis.

Londres y América: un liberal en tránsito

La represión absolutista forzó a Mora al exilio en Inglaterra en 1823, como tantos otros liberales españoles derrotados. En Londres encontró un entorno propicio para continuar su labor como escritor y pedagogo, trabajando para su antiguo colaborador Rodolfo Ackermann. En la capital británica publicó los «No me olvides» (1824-1827), colaboró con el Museo Universal de Ciencias y Artes, y editó el Correo Literario y Político de Londres.

En este periodo también publicó la traducción de las Memorias de la Revolución de México, del estadounidense William Davis Robinson, una obra de divulgación que incluía observaciones sobre la conexión interoceánica entre los océanos Pacífico y Atlántico. Este interés por América no era nuevo: para Mora, el continente americano representaba un espacio fértil donde los ideales ilustrados podían encontrar realización efectiva.

Fue en Londres donde conoció al argentino Bernardino Rivadavia, figura clave del reformismo rioplatense, quien lo invitó a trasladarse a Buenos Aires. Mora aceptó la invitación y en 1827 viajó a Argentina, convencido de que el Sur del continente ofrecía una oportunidad para aplicar sus ideas sobre educación, ciudadanía y libertad.

En Buenos Aires participó activamente en la vida intelectual del país. Redactó artículos para la Crónica Política y Literaria de Buenos Aires y el efímero El Conciliador. También colaboró con el sistema educativo promoviendo el modelo lancasteriano, basado en la enseñanza mutua entre pares. Su visión pedagógica lo llevó a integrarse al Colegio Argentino, donde dejó huella como educador y promotor de una enseñanza moderna, laica y racional.

No obstante, el clima político era inestable. Los federalistas hostigaron a Mora por su cercanía a Rivadavia y sus ideas centralistas y cosmopolitas. Al caer el gobierno rivadaviano, aceptó la invitación del vicepresidente chileno Francisco Antonio Pinto y se trasladó a Chile, buscando un nuevo escenario para continuar su labor intelectual.

La experiencia chilena: educación, política y expulsión

En 1828 llegó a Santiago de Chile, donde encontró una situación política tensa, pero también oportunidades. Pinto, un presidente progresista, lo integró como Oficial Mayor de la Secretaría de Estado, y le permitió desplegar su visión reformista. Participó en la redacción de la Constitución de 1828 y fue fundamental en la reorganización del aparato educativo del país.

Con apoyo del gobierno, fundó el Liceo de Chile, un centro de enseñanza avanzada para varones, mientras su esposa abría un colegio para señoritas, una rareza en la época. También organizó la Sociedad de Lectura, promoviendo la circulación de ideas ilustradas entre las élites juveniles chilenas. Desde las páginas de El Mercurio Chileno —que codirigió con José Passamán— difundió textos de política, literatura, derecho natural y poesía, consolidando su influencia.

La ciudadanía chilena le fue concedida como reconocimiento a sus aportes, pero su liberalismo militante generó conflictos. Colaboró en periódicos de oposición como El Defensor de los Militares Denominados Constitucionales y El Trompeta, lo que provocó su arresto en 1831. Su enfrentamiento con el conservadurismo triunfante, especialmente con Andrés Bello y el ministro Diego Portales, resultó en su expulsión del país ese mismo año.

A pesar del exilio, su paso por Chile fue determinante. Influenció a jóvenes figuras clave de la futura vida cultural y política chilena, como José Joaquín Vallejo y José Victorino Lastarria, sembrando semillas que germinarían décadas después en los movimientos reformistas. Su enfrentamiento con Bello, sin embargo, marcó un giro: Mora fue visto por algunos sectores como un forastero excesivamente vehemente, mientras que otros lo consideraban un mártir de la causa liberal.

A su salida de Chile en 1831, se embarcó en un nuevo periplo por América del Sur, reafirmando su vocación como intelectual transnacional y su convicción de que la lucha por la libertad y la educación era una causa continental.

Últimos viajes y legado intelectual

Perú y Bolivia: los años andinos

Tras su expulsión de Chile en 1831, José Joaquín de Mora se dirigió a Perú, donde desplegó una intensa actividad cultural, literaria y pedagógica. En Lima, capital del virreinato convertido en república, fundó el Ateneo del Perú, una institución dedicada a la difusión del pensamiento ilustrado y a la promoción de las artes y las letras. Esta iniciativa buscaba formar una ciudadanía educada, crítica y moralmente autónoma, acorde con el ideario liberal que había guiado toda su vida.

Durante su estancia en Lima, Mora imprimió sus apuntes sobre Lógica y Ética, dirigidos a estudiantes y docentes, y comenzó la redacción de un ambicioso poema titulado Don Juan, inspirado en la obra de Lord Byron. Esta adaptación del personaje byroniano a las realidades americanas era, en el fondo, una reflexión alegórica sobre la libertad, el destino y el conflicto entre tradición y modernidad.

Sin embargo, las luchas intestinas entre facciones políticas en Perú lo colocaron en una situación de vulnerabilidad. En 1834, temiendo por su seguridad, abandonó Lima y zarpó del Callao rumbo a La Paz, en el Alto Perú. Allí se integró a la vida académica como catedrático de Literatura en la Universidad de San Andrés, una de las principales instituciones educativas de la región. Durante esta etapa, escribió intensamente: poesía, ensayos filológicos y textos políticos, demostrando una vez más su versatilidad.

En La Paz, Mora se puso al servicio del presidente Andrés Santa Cruz, arquitecto de la Confederación Peruano-Boliviana, proyecto que buscaba una integración política y económica regional. Santa Cruz reconoció en Mora a un intelectual comprometido con los ideales de progreso y le otorgó la tarea de representar a la Confederación en Europa. En 1838, Mora viajó nuevamente a Londres para actuar como agente personal de Santa Cruz, promoviendo la causa de la Confederación frente a los gobiernos europeos y la opinión pública.

Durante su estancia en la capital británica publicó la obra Leyendas españolas (1840), una colección de poemas narrativos que combinaban el romanticismo literario con un fondo de crítica social. Este libro fue bien recibido en los círculos hispanoamericanos exiliados, reafirmando su papel como mediador cultural entre Europa y América.

Retorno a Europa y consagración literaria

En 1843, tras la disolución de la Confederación y el progresivo colapso del proyecto de Santa Cruz, José Joaquín de Mora regresó definitivamente a España. Su retorno coincidió con un periodo de relativa estabilidad en el país, lo que le permitió reintegrarse a la vida cultural y académica sin persecuciones.

Fue entonces cuando asumió la dirección de la Revista Ecléctica Española (1844), una publicación que reunía textos de filosofía, crítica literaria, traducciones y artículos políticos. En ella, Mora expresó su adhesión al eclecticismo, corriente filosófica que promovía la síntesis crítica de diversas escuelas del pensamiento. La revista fue un espacio de diálogo entre ilustrados, románticos y liberales moderados, donde Mora consolidó su imagen como intelectual equilibrado pero firme en sus principios.

En esos años publicó Ejercicios de lectura (Cádiz, 1845), obra destinada a la enseñanza básica, y el poema narrativo El Gallo y la Perla (Madrid, 1847), en el que combinó humor, política y romanticismo. Estas obras reflejan una transición hacia un estilo más accesible y pedagógico, coherente con su vocación formadora.

En 1848, fue admitido como miembro de la Real Academia Española (RAE), uno de los mayores reconocimientos a los que podía aspirar un hombre de letras en el siglo XIX. En su discurso de ingreso, Mora defendió la riqueza, flexibilidad y unidad de la lengua castellana como herramienta de cohesión entre España y América. La ocasión fue celebrada con la publicación de los Discursos pronunciados en la sesión de la R.A.E. celebrada el 10 de diciembre de 1848, que recogían su intervención y la de sus padrinos académicos.

Ese mismo año fundó la Revista Hispano-Americana, que buscaba reforzar los vínculos culturales entre España y las repúblicas americanas surgidas de la independencia. Mora insistía en que, más allá de la separación política, la comunidad de lengua y cultura debía ser motivo de cooperación intelectual y moral. Este proyecto, aunque ambicioso, tuvo dificultades para sostenerse a largo plazo debido a los cambios políticos y económicos.

En los años siguientes, continuó colaborando en diversas publicaciones como la Revista Española de Ambos Mundos (1853) y La América (1857). También trabajó en obras lingüísticas como la Colección de sinónimos de la lengua castellana (1855), muestra de su rigor filológico, y publicó textos religiosos como Oración matutina y vespertina (Londres, 1855), que combinaban piedad ilustrada con poesía devocional.

Herencia americana y figura histórica

La vida de José Joaquín de Mora fue un largo periplo que lo llevó de Cádiz a Londres, de Buenos Aires a Santiago, de Lima a La Paz, y finalmente de regreso a Madrid. Su existencia estuvo marcada por el compromiso con la difusión del pensamiento ilustrado y liberal, así como por una firme vocación pedagógica. En cada lugar donde residió, Mora dejó una huella intelectual duradera, tanto en instituciones como en generaciones de discípulos.

En América Latina, su legado se manifestó especialmente en el campo educativo. Fue un promotor incansable del método lancasteriano, defensor de la enseñanza laica y de la formación cívica de los ciudadanos. Su labor fundacional en escuelas y liceos en Chile, Argentina, Perú y Bolivia influyó decisivamente en la profesionalización del magisterio y en la transformación de los sistemas educativos.

Asimismo, su figura como publicista y traductor contribuyó a que los pueblos hispanoamericanos tuvieran acceso a las ideas modernas del liberalismo europeo. Su capacidad para adaptar, traducir y divulgar textos de autores como Chateaubriand, D’Holbach o Byron fue clave en la construcción de una cultura política transatlántica, en la que se entrelazaban los ideales de libertad, justicia, razón y educación.

Pese a su importancia, Mora fue durante años una figura semiborrada de la historia oficial, quizás por su carácter itinerante y por no haber ejercido el poder político de manera directa. Sin embargo, en el siglo XX e inicios del XXI, su obra ha sido revalorada por historiadores e intelectuales interesados en el papel de los mediadores culturales entre Europa y América. Estudios como los de Luis Monguió han destacado su rol en el Perú, mientras que otros analistas han subrayado su capacidad de anticipar debates sobre identidad, educación y modernidad que marcarían el siglo XIX iberoamericano.

La figura de José Joaquín de Mora emerge hoy como la de un arquitecto del pensamiento liberal hispanoamericano, un hombre que, a través de la palabra y la educación, ayudó a moldear las nociones de ciudadanía y cultura política en un continente en formación. Su vida es un testimonio de cómo la escritura, la docencia y el compromiso ético pueden ser armas poderosas al servicio de la libertad.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "José Joaquín de Mora (1783–1864): Intelectual Gaditano y Arquitecto del Pensamiento Liberal Hispanoamericano". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/mora-jose-joaquin [consulta: 18 de octubre de 2025].