Lorenzana y Buitrón, Francisco Antonio de (1722-1803).
Eclesiástico español, obispo de Plasencia (Cáceres) y arzobispo de México y Toledo, nacido en León en 1722 y muerto en Roma en 1803.
Descendiente de una ilustre familia, Francisco Antonio fue bautizado en la ciudad de León el 22 de septiembre de 1722. Era el tercer hijo de Jacinto de Lorenzana y Varela, regidor perpetuo de la ciudad, y de María Josefa de Salazar Taranco, quienes tuvieron otros cuatro vástagos. Los padrinos fueron su tío Atanasio de Lorenzana, canónigo de la catedral de León, y Micaela, su hermana. Otro hermano, Tomás de Lorenzana, llegó a ser deán de la catedral de Zaragoza y obispo de Gerona. Huérfano de padre a la edad de nueve años, Francisco Antonio fue inscrito en el estudio de gramática que la Compañía de Jesús regentaba en su ciudad natal. Su tío Anastasio lo llevó posteriormente al convictorio del priorato benedictino de San Andrés de Espinareda, en el Bierzo leonés, donde recibió la tonsura, grado preparatorio para recibir órdenes menores, el 23 de abril de 1734. El 8 de marzo de 1739 obtuvo el grado de bachiller en artes, y un año después se trasladó a Valladolid para continuar sus estudios en la universidad. El 19 de noviembre de 1742 consiguió el grado de bachiller cesáreo civilista en la universidad de Santa Catalina de Burgo de Osma (Soria), y el 24 de noviembre de 1744, tras superar varias pruebas, ingresó en el Gimnasio Canónigo-Civil de Santo Tomás (Valladolid), escuela de práctica jurídica en la que tuvo de tutor a Juan Antonio Sáenz de Santa María, catedrático y futuro vicario general de la catedral de Toledo.
En el otoño de 1748, Lorenzana se trasladó a Salamanca para licenciarse en leyes. En esta ciudad permaneció tres años, durante los cuales residió en el elitista Colegio Mayor de San Salvador de Oviedo. En él conoció a personajes de la talla de José Nicolás de Azara, futuro embajador en Roma. En 1751 obtuvo por oposición una canongía en la catedral de Sigüenza, en donde realizó un inventario de los libros y documentos antiguos y un catálogo de las reliquias y alhajas de la diócesis. El 23 de julio de 1755, Lorenzana se trasladó a Toledo, en cuya catedral alcanzó notables puestos (vicario general, vicetesorero y deán). En el cabildo coincidió con importantes eclesiásticos de la España del XVIII, como José Javier Rodríguez de Arellano, Juan Sáenz de Buruaga o su amigo Francisco Fabián y Fueros. Con este último, a quien conoció en la catedral de Sigüenza, formó una academia de historia eclesiástica e inició varias investigaciones históricas y lingüísticas, que dieron como resultado la edición de primitivos concilios toledanos y la célebre Missa Gótica seu Mozarabica, misal mozárabe publicado en Puebla de Los Ángeles en 1770, durante su etapa mexicana.
En 1765, Lorenzana fue nombrado obispo de Plasencia (Cáceres) por Carlos III, ciudad en donde residió pocos meses, pues al año siguiente fue elegido vigésimo cuarto arzobispo de México. El 23 de julio de 1766 entró en la capital del virreinato de la Nueva España. Tomó posesión el 22 de agosto. En la travesía transatlántica había viajado con el nuevo virrey, marqués de Croix, quien entró en la capital mexicana semanas más tarde. Ambas autoridades colaborarían en diversas empresas, contando con la ayuda del obispo de la Puebla, Francisco Fabián y Fueros, y del visitador general José de Gálvez. Sin duda, la medida más difícil que tuvieron que afrontar estas autoridades del virreinato fue la expulsión de los jesuitas (24 de junio de 1767). En los meses siguientes redactaría hasta tres cartas pastorales para desterrar la doctrina de los jesuitas y detener el descontento popular por su destierro. La administración de las posesiones y bienes de los jesuitas y la sustitución de misioneros y sacerdotes en el centro y norte del virreinato crearon muchos problemas al arzobispo, cuya imagen salió muy perjudicada por los ataques y sátiras promovidos por los contrarios a la expulsión.
Las empresas y reformas de Lorenzana en México fueron muy numerosas, desde el toque de las campanas a lo largo del día a la disposición de los pobres a la entrada de la iglesia catedral. Mandó elaborar un nuevo atlas de su inmensa diócesis (doscientos dos curatos, dieciocho misiones, mil presbíteros y mil trescientos religiosos), la que visitó para mejorar la administración, y realizó una nueva división de las parroquias mexicanas. En estos trabajos contó con la colaboración del sacerdote ilustrado José Antonio de Alzate. También fundó una Casa de Expósitos y Hospicio de Pobres, cuyos internos llevaron el apellido Lorenzana en recuerdo del arzobispo.
Con el fin de restaurar la vida común en los conventos femeninos, Lorenzana escribió varias cartas pastorales y edictos con el fin de reducir las criadas, impedir la venta de celdas, conducir a las monjas a la oración y la comida en común y desterrar las doctrinas jesuitas, lo que provocó varios conflictos con las monjas rebeldes, llamadas “apasionadas”. También tuvo conflictos con la secularización de los curatos, cuestión que venía preocupando a otros antecesores en el cargo. Como colofón de estas empresas, impulsó la celebración del IV Concilio Mexicano (1771), en donde se debatió y legisló sobre la castellanización y evangelización de los indígenas, la reforma de los tribunales judiciales y de las ceremonias abusivas, la fijación de nuevos aranceles, el destierro de las doctrinas jesuitas, el estado de las órdenes religiosas, la disciplina eclesiástica, la beatificación de Palafox, la pintura de imágenes religiosas y la erección de un obispado en Nuevo León, situado al noreste del virreinato mexicano. Aunque contó con la colaboración de las autoridades locales, las relaciones con el virrey no siempre fueron buenas. Se enfrentaron por el apoyo del marqués de Croix al sacristán mayor de la catedral, José Antonio Pinedo, acusado de absentista, y se distanciaron por problemas de protocolo en la inauguración del IV Concilio Provincial.
Como buen ilustrado, Lorenzana se preocupó por el pasado de México. En 1770 publicó la Historia de Nueva España escrita por su esclarecido conquistador, Hernán Cortés, aumentada con otros documentos y notas. En realidad, se trataba de una edición parcial de las cartas de relación que escribiese en el siglo XVI el célebre conquistador extremeño, ilustradas con 478 notas redactadas por el propio arzobispo, en las que demostró su interés por el pasado indígena y las peculiaridades geográficas del territorio. También editó las actas de los primeros concilios mexicanos, acompañadas de varias biografías de todos los arzobispos que le precedieron.
Nombrado arzobispo de Toledo, Lorenzana dejó la capital mexicana en marzo de 1772 y llegó a su nueva sede el 3 de octubre siguiente. De nuevo, el conocimiento del arzobispado (llegó a visitar Orán en 1786) y las reformas en la administración y las finanzas fueron completadas con un programa artístico e histórico que dejó profunda huella en Toledo. Partidario de los gustos neoclásicos, construyó varias capillas en la catedral, quitó adornos superfluos, adquirió lienzos de afamados autores (Francisco Bayeu y Mariano Maella, por ejemplo) y reformó las tres principales puertas del templo catedralicio: el Perdón, los Leones y el Niño Perdido o Reloj. Sin embargo, el impulso de Lorenzana se repartiría por toda la ciudad: el Alcázar (1774-1776), la Fonda de la Caridad (1774), el Nuevo Hospital de Dementes (1790-93), el Hospital de San Juan de Dios (1790), las reformas del palacio arzobispal, la universidad y los accesos hacia el Miradero desde la puerta de Biznaga. Para estas labores, Lorenzana contrató a artistas de la talla de Ignacio Haan o Ventura Rodríguez. Este último construyó, dentro del palacio arzobispal, varias dependencias destinadas a la biblioteca arzobispal y a gabinetes de historia natural y de antigüedades, en donde se dispusieron los fondos secuestrados a la Compañía de Jesús y otras donaciones particulares.
También Ventura Rodríguez sería el encargado de reconstruir el antiguo alcázar, incendiado por los portugueses durante la Guerra de Sucesión, para transformarlo en la Real Casa de Caridad. Las obras se iniciaron el 26 de febrero de 1774 y quedó inaugurado el 15 de julio de 1776. En el edificio se instalaron fábricas de seda, lino, lana y esparto, y una escuela para enseñar a los internos, quienes podían perfeccionar los oficios, tras cinco años de aprendizaje, en la Escuela de Nobles Artes con clases de arquitectura, pintura y escultura. El alcázar, destinado a educar y socorrer a los pobres, se convirtió en una institución modelo de la beneficencia ilustrada, que la Corona y la Iglesia intentaron expandir por España y América. Con el fin de socorrer a los pobres de Ciudad Real, se levantó la Real Casa de Caridad, que fue inaugurada por Lorenzana el 30 de abril de 1788.
Sus aficiones históricas adquirieron también nuevos impulsos, contando con las enormes riquezas de arzobispado. Estas obras se vieron completadas con la promoción de las devociones al Santo Niño de la Guarda, san Eugenio y santa Leocadia, y la edición del Breviarium gothicum secundum regulam Beatissimi Isidori Archiepiscopi Hispalensis (Madrid, imprenta de Joaquín Ibarra, 1775) y de las Obras Completas de los Santos Padres Toledanos (1793) empresa para la que se rodeó de varios eruditos como el padre Flórez o su bibliotecario, Pedro Manuel Hernández.
Seguidor de santo Tomás de Aquino y simpatizante de algunas de las máximas jansenistas, como la moralidad del clero, la vuelta al cristianismo primitivo y el reforzamiento de la jurisdicción episcopal frente a la autoridad de Roma, Lorenzana fue fiel al programa reformista de Carlos III y Carlos IV, si bien esta fidelidad no le privó del aislamiento y el ostracismo en los últimos años de su vida. Nombrado cardenal por Pío VI el 30 de marzo de 1789, fue enviado a Italia en 1797, tras un intento de procesar a Manuel Godoy, junto al arzobispo de Sevilla y al confesor de la reina. El 14 de septiembre de 1800 se instaló en Roma tras una breve estancia en Venecia para elegir al sucesor del papa Pío VI. El arzobispo se alojó en un palacio de la plaza de Venecia, y se dedicó a cumplir con los preceptos religiosos, deleitarse con los estudios literarios y practicar la beneficencia. El 17 de abril de 1804 murió a la edad de ochenta y dos años. Tres días después, su cuerpo fue enterrado en el coro de la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén. El 18 de septiembre de 1956, sus restos fueron trasladados a la cripta de arzobispos de la catedral de México. Durante su estancia en Roma, Lorenzana adquirió una parte de la colección de manuscritos que había coleccionado el cardenal Zelada.
Bibliografía
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Salvador Bernabéu Albert (Escuela de Estudios Hispanoamericanos, CSIC)