José de La Mar (1776–1830): El General de Dos Banderas que Soñó con Unir la Nación
José de La Mar (1776–1830): El General de Dos Banderas que Soñó con Unir la Nación
Contexto histórico y geopolítico del nacimiento de José de La Mar
La Cuenca colonial y las tensiones virreinales
La historia de José de La Mar, nacido el 12 de mayo de 1776 en Cuenca, se inscribe en un momento crucial del mundo hispanoamericano. A finales del siglo XVIII, la ciudad pertenecía a la jurisdicción del Virreinato del Perú, aunque más tarde sería incorporada al Virreinato de Nueva Granada, antes de integrarse definitivamente a lo que hoy es el Ecuador. Este vaivén administrativo no era menor: reflejaba el carácter fragmentario y tenso del dominio español en América, donde los intereses metropolitanos chocaban constantemente con las particularidades locales.
Cuenca era un centro intermedio de considerable importancia, pero el verdadero dinamismo económico y social se encontraba en el puerto de Guayaquil, ciudad clave en las rutas comerciales del Pacífico. Aunque su nacimiento ocurrió en el altiplano cuencano, La Mar se crió en Guayaquil, donde su entorno se alineaba más con los intereses del Perú virreinal que con los de la Nueva Granada. Esta doble filiación geopolítica —legalmente neogranadino, culturalmente peruano— marcaría el destino de La Mar tanto en sus ascensos como en sus caídas políticas.
Guayaquil y su conexión con el virreinato del Perú
En 1803, Guayaquil fue reincorporado al Virreinato del Perú, reforzando así los lazos entre esta región y Lima. Esta decisión administrativa tuvo implicaciones directas en la formación identitaria de La Mar, quien se consideró siempre más peruano que colombiano, a pesar de que su lugar de nacimiento sería utilizado por sus detractores como argumento para desacreditarlo. Este conflicto sobre su nacionalidad simboliza, en realidad, una disputa más profunda sobre la pertenencia, la soberanía y los proyectos de nación en una América Latina aún sin definir.
Familia, linaje y entorno de crianza
Influencias familiares: los Cortázar y el poder eclesiástico
La ascendencia de José de La Mar fue notable. Su padre, Marcos La Mar, fue administrador de las Reales Cajas de Cuenca, lo que le garantizó una posición económica sólida. Pero el poder más influyente en su vida provino del lado materno. Su madre, Josefa Cortázar, pertenecía a una familia vinculada estrechamente al poder político, militar y eclesiástico. Era sobrina del Teniente General Francisco de Requena, influyente gobernador de Maynas, y hermana de Isidro Cortázar, obispo de Cuenca, así como de Francisco Cortázar, oidor en Santafé y regente en Quito.
Esta red familiar tejía una malla de prestigio y autoridad que sin duda orientó el destino de José. En este ambiente, el acceso a la carrera militar no era simplemente una elección vocacional, sino una continuación natural de un linaje comprometido con el servicio imperial.
Gracias al prestigio de los Cortázar y al cargo de su padre, La Mar fue educado dentro de los valores del servicio a la corona, la honra familiar y la obediencia institucional, todos pilares del orden colonial. Esta formación lo dotó de una sólida base intelectual y moral, aunque también lo condicionó en momentos clave de su vida, generando conflictos entre su lealtad a la monarquía y su conciencia patriótica.
El poder de su tío Francisco de Requena fue decisivo para su traslado a España, donde iniciaría su carrera como cadete. El destino de José estaba ya marcado: sería un militar de carrera formado en los conflictos de Europa.
Formación militar en España y primeras campañas
Bautismo de fuego: Roselló y Zaragoza
El joven José de La Mar inició su formación en la península ibérica a principios de la década de 1790. Su bautizo de fuego tuvo lugar en la batalla de Roselló en 1792, en el marco de las guerras contra la Francia revolucionaria. Con apenas 16 años, demostró un temprano arrojo que lo llevaría a ascender con rapidez en la jerarquía castrense.
Durante las guerras napoleónicas, combatió en una de las plazas más célebres de la resistencia española: la defensa de Zaragoza. Allí, ya con el grado de teniente coronel, luchó contra las fuerzas invasoras de Napoleón con gran distinción. Su participación fue reconocida por sus superiores, pero también significó el inicio de una serie de experiencias traumáticas y formativas que moldearían su carácter.
Prisión en Francia y retorno a la península
Durante la campaña de Valencia, La Mar fue hecho prisionero de guerra y trasladado a Saumur, en Francia. Su fuga fue digna de novela: atravesó Suiza e Italia, llegando a Nápoles, donde obtuvo pasaje hacia Cádiz gracias al apoyo del Príncipe de Castelfranco. Finalmente, regresó a España en 1814, coincidiendo con la restauración absolutista del rey Fernando VII, quien recompensó su lealtad y trayectoria con el ascenso a brigadier.
Este retorno lo convirtió en parte de la élite militar del restaurado absolutismo, y con este título fue enviado de nuevo a América como Subinspector del virreinato del Perú, un destino que acabaría por definir su papel en la historia de la independencia.
Ascenso en el ejército realista y llegada al Perú
Nombramiento como Subinspector y relación con los virreyes
El virreinato del Perú vivía en tensión constante ante los avances revolucionarios. La Mar llegó en un momento crítico y rápidamente se ganó la confianza del virrey Pezuela, quien lo ascendió a Mariscal de Campo, el máximo rango militar antes de la jubilación. Su carrera parecía llegar a un cierre glorioso dentro del aparato colonial, pero el motín de Aznapuquio en 1821, que derrocó a Pezuela, alteró todo el equilibrio.
A pesar de ser Inspector General del Ejército y comandante del Real Felipe del Callao, La Mar no asumió el mando, que fue otorgado a José de La Serna, quizás señal de sus limitaciones políticas o de su prudencia calculada.
Ambigüedad ideológica y defensa del Real Felipe
Durante el asedio patriota al Callao, La Mar vivió uno de los episodios más complejos de su vida. A pesar de sus simpatías liberales, se mantuvo fiel al rey durante los primeros meses del sitio, resistiendo con bravura incluso los cañoneos de Lord Cochrane. Esta postura, sin embargo, fue interpretada por muchos como una forma de vacilación moral y política. La tentación de unirse a los independentistas era constante, pero La Mar aguardó el momento estratégico para hacerlo.
Transición al bando patriota
La capitulación del Callao y adhesión a la causa independentista
En septiembre de 1821, tras la retirada de Canterac, San Martín exigió la capitulación del fuerte del Callao. La Mar aceptó. Sus «sentimientos por la patria», como dirían sus biógrafos, prevalecieron sobre su lealtad al rey. Este acto no sólo marcó su ingreso formal al bando patriota, sino que lo convirtió en un símbolo de la transición entre el viejo orden y el nuevo.
Participación en la Junta Gubernativa y el ascenso de Riva Agüero
El Congreso lo eligió miembro y presidente de una Junta Gubernativa que debía gobernar hasta que se consolidara la independencia. Compartió el poder con Manuel Salazar y Baquíjano y Felipe Antonio Alvarado, pero el verdadero estratega era el clérigo Francisco Xavier de Luna Pizarro, quien ejercía un control ideológico sobre el Congreso.
La fragilidad del nuevo gobierno se evidenció pronto: el motín de Balconcillo, en febrero de 1823, lo derrocó. Su reemplazo fue José de la Riva Agüero, y más tarde, Simón Bolívar asumiría el control militar y político. Sin embargo, La Mar no desaparecería del escenario: ahora, como aliado de Bolívar, comenzaba una nueva etapa de su carrera.
Desarrollo de la carrera política y militar de José de La Mar
Colaboración con Bolívar y organización del ejército
Alianzas estratégicas y liderazgo regional
Tras la caída de la Junta Gubernativa y el ascenso de José de la Riva Agüero, José de La Mar eligió alinearse con Simón Bolívar, cuya figura empezaba a consolidarse como el eje de la independencia sudamericana. Bolívar necesitaba líderes capaces de movilizar recursos y tropas en regiones específicas, y La Mar fue nombrado responsable de organizar el ejército en el norte del Perú. Esta tarea implicaba reclutar soldados, asegurar provisiones y garantizar la moral de los contingentes, en un país desgarrado por las guerras y plagado de defecciones.
La Mar demostró gran eficacia en este encargo. Su experiencia como organizador y su capacidad para coordinar con los distintos actores locales le permitieron reconstruir una fuerza operativa crucial para las campañas posteriores. Además, su moderación política y su sobriedad personal lo convirtieron en un interlocutor confiable para Bolívar y Antonio José de Sucre, con quienes mantendría una relación estratégica, aunque no exenta de tensiones.
Enfrentamiento con la defección de caudillos
El proceso de consolidación del ejército patriota se vio complicado por las continuas defecciones de líderes peruanos. Primero fue el propio Riva Agüero, y luego José Bernardo de Torre Tagle, quien abandonó la causa por conveniencia personal. Estas traiciones dejaron a La Mar como el único jefe militar confiable de origen peruano, hecho que aumentó su prestigio, pero también su vulnerabilidad.
Cuando surgieron fricciones entre Sucre y Bolívar tras la batalla de Junín, Bolívar llegó a considerar a La Mar como candidato para liderar la ofensiva final hacia el sur. Aunque esta propuesta no se concretó por la reconciliación entre los jefes venezolanos, el hecho de haber sido considerado para tan alto mando reafirmaba la posición de La Mar como figura central del proceso independentista.
Ayacucho: liderazgo y táctica
La decisión de combatir y su papel en la Junta de Generales
La cúspide de la carrera militar de La Mar fue, sin duda, su participación en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Aunque había estado en Junín, no participó activamente en el combate. En Ayacucho, en cambio, fue decisivo. En la Junta de Generales previa a la batalla, cuando Sucre dudaba en entrar en combate debido a la superioridad numérica española, fue La Mar quien defendió con firmeza la necesidad de luchar.
Expuso que una retirada era inviable tanto por razones logísticas como morales: el enemigo controlaba el camino hacia Huánuco y los pueblos de la costa eran hostiles a las fuerzas patriotas. Además, el terreno favorecía una defensa efectiva, ya que forzaba a los españoles a atacar en desorden. Su análisis táctico fue clave para que Sucre decidiera enfrentar al enemigo.
Derrota de Valdés y la capitulación de Canterac
En la batalla, La Mar comandó la legión peruana contra las tropas del experimentado general Jerónimo Valdés. La victoria patriota fue aplastante y marcó el fin del dominio español en Sudamérica. La Mar no solo demostró su competencia táctica, sino que también desempeñó un papel diplomático crucial al convencer a Canterac de rendirse, lo que permitió una capitulación ordenada y evitó mayores derramamientos de sangre.
Este triunfo cimentó su imagen como un militar capaz, prudente y patriota. Fue la única gran victoria personal en el campo de batalla, pero bastó para inscribir su nombre entre los forjadores de la independencia.
Presidencia de La Mar
Elección frente a Santa Cruz y el inicio del mandato
Tras la retirada definitiva de Bolívar del Perú en septiembre de 1826, se abrió un nuevo capítulo en la historia política peruana. El Congreso debía elegir un presidente que encabezara la naciente república sin la tutela directa del Libertador. Los principales candidatos eran Andrés de Santa Cruz y José de La Mar. Gracias a las maniobras políticas de Luna Pizarro, La Mar obtuvo una sólida mayoría: 58 votos contra 29.
Así, en junio de 1827, se convirtió en el primer presidente tras el ciclo bolivariano. Su elección fue vista como un gesto de moderación y reconciliación, pues representaba a un militar de prestigio sin vínculos radicales ni ambiciones caudillistas evidentes. Sin embargo, su mandato estaría marcado por inestabilidad interna y un nuevo conflicto internacional que aceleraría su caída.
Influencias políticas: Luna Pizarro y el gobierno constitucional
Aunque formalmente en el poder, La Mar continuó siendo influenciado por Luna Pizarro, quien seguía controlando el Congreso y los resortes ideológicos del nuevo régimen. Esta subordinación política debilitó su liderazgo y lo hizo parecer un presidente tutelado, incapaz de ejercer una autoridad autónoma.
No obstante, su gobierno promovió reformas orientadas a consolidar el estado republicano, y trató de mantener un equilibrio entre las facciones militares y civiles. Pero las tensiones no tardaron en estallar, alimentadas por acusaciones de que La Mar era extranjero, un tema recurrente utilizado por sus enemigos para minar su legitimidad.
La guerra con la Gran Colombia
Disputa por Guayaquil, Jaén y Maynas
Durante su presidencia, estalló el conflicto con la Gran Colombia, liderada por Bolívar. Las causas fueron múltiples: el Perú ocupaba los territorios de Jaén y Maynas, que Colombia reclamaba; además, se exigía el pago de contribuciones y la devolución de hombres que habían luchado en la independencia peruana. También se denunciaban agravios diplomáticos, lo que encendió el ánimo en ambos países.
Para defender los intereses del Perú y quizás consolidar su identidad nacional, La Mar impulsó una campaña militar para recuperar Guayaquil y Cuenca, zonas que alguna vez consideró parte natural del Perú. Este movimiento fue interpretado como una reafirmación patriótica, pero también provocó una respuesta bélica inmediata por parte de Colombia.
Derrotas en Tarqui y consecuencias diplomáticas
El ejército de La Mar avanzó con decisión, pero fue derrotado en Saraguro (12 de febrero de 1829) y luego en la decisiva batalla de Portete de Tarqui (27 de febrero). Allí se produjo un episodio legendario: el duelo de lanzas entre Domingo Nieto y el colombiano Camaraco, ganado por el peruano. Sin embargo, la batalla terminó con una derrota táctica para el Perú, y los prisioneros capturados fueron ejecutados con crueldad, incluyendo la decapitación del coronel Raulet.
Estas acciones extremas causaron conmoción en el Perú y debilitaron la moral del ejército. Además, se denunció la pasividad de Agustín Gamarra, quien, en lugar de apoyar a las fuerzas peruanas en combate, se retiró con el pretexto de reagrupar tropas. La sospecha de traición comenzó a cernirse sobre él.
Derrocamiento y exilio
La traición de Gamarra y el motín en Lima
La Mar, tras su derrota, se replegó hacia Piura con el objetivo de reorganizar sus fuerzas. Mientras tanto, en Lima, el general La Fuente, actuando bajo órdenes de Gamarra, ocupó la capital y declaró la destitución del presidente. Era un golpe de estado en toda regla. Las tropas gamarristas avanzaron hacia Piura, capturaron a La Mar y lo embarcaron hacia el exilio en una goleta mal equipada llamada Las Mercedes.
Viaje forzado a Costa Rica y últimos días
El exilio de La Mar lo llevó a San José de Costa Rica, donde arribó el 23 de junio de 1829. Allí fue recibido con honores de jefe de Estado, gesto que contrastaba dramáticamente con su trato en el Perú. Sin embargo, su salud se deterioró rápidamente. En octubre de 1830, falleció en la ciudad de Cartago a los 54 años.
A su lado estuvo Pedro Bermúdez, también desterrado, y su vida personal conoció un nuevo capítulo en estos años: se casó por poder con Ángela Elizalde, aunque jamás llegaron a convivir.
Últimos años, legado y disputas sobre la memoria de José de La Mar
Muerte y recepción en el exilio
Fallecimiento en Cartago y homenajes en San José
La vida de José de La Mar terminó lejos de su patria adoptiva, en el exilio que le impusieron sus propios compatriotas. El 23 de junio de 1829 desembarcó en San José de Costa Rica, donde fue recibido con honores de Estado por el gobierno local, que lo reconocía como el legítimo presidente destituido del Perú. Esta muestra de respeto contrastaba agudamente con el trato que había recibido en su tierra, donde fue derrocado, capturado y embarcado en una nave ruinosa rumbo al destierro.
En Cartago, adonde se trasladó posteriormente, su salud empezó a deteriorarse rápidamente. Aislado de la política y acompañado solo por su reducido círculo cercano, José de La Mar murió el 12 de octubre de 1830, a los 54 años de edad. Su fallecimiento fue silencioso, sin resonancia inmediata en el Perú, que aún se debatía entre luchas internas y caudillismos militares. Sin embargo, la comunidad costarricense le rindió los honores que su historia merecía.
Vida personal y vínculos con Francisca Otoya y Ángela Elizalde
La vida íntima de La Mar fue discreta. Estuvo casado en primera instancia con Josefa Rocafuerte, una dama guayaquileña de alta sociedad. El matrimonio no dejó descendencia conocida. En Piura, donde pasó parte de sus últimos años en Perú, mantuvo una relación afectiva con Francisca Otoya, mujer que cuidó de él en momentos críticos y que luego jugaría un papel relevante en la repatriación de sus restos.
Durante su estancia en Costa Rica, contrajo matrimonio por poder con Ángela Elizalde, otra dama guayaquileña, aunque no llegaron a convivir. Estas uniones reflejan su continuo vínculo con el Ecuador, tierra de su origen natal y afectivo, lo que acentuaría después las disputas por la posesión de su legado y su memoria.
Repatriación de los restos y conflicto por su memoria
Reclamaciones ecuatorianas y peruanas
Tras su muerte, sus restos quedaron en tierra extranjera durante varios años. En 1834, el presidente peruano Luis José de Orbegoso inició trámites para su repatriación, sin éxito. Recién en 1843, un marino alemán llamado Eduardo Wallerstein recibió los restos en nombre de Francisca Otoya, quien los reclamaba desde Piura. Sin embargo, la situación no era sencilla: el gobierno ecuatoriano también reclamaba el cuerpo de La Mar, al considerarlo un hijo ilustre de Cuenca. A este reclamo se sumaba también Ángela Elizalde, la viuda reconocida por matrimonio legal.
Este triple conflicto de memoria ponía de relieve la ambigüedad de la identidad de La Mar. ¿Era peruano, ecuatoriano, o simplemente americano? Esta pregunta, sin respuesta definitiva, reflejaba la complejidad del proceso de formación nacional en América Latina.
Pompas fúnebres y mausoleo en Lima
Finalmente, en 1845, Francisca Otoya entregó los restos al gobierno peruano, que decidió rendirle los honores que le habían sido negados en vida. El presidente Ramón Castilla organizó una serie de pompas fúnebres solemnes y depositó los restos en el Cementerio General de Lima, donde se erigió un mausoleo en su memoria.
Este acto de reparación post mortem no resolvía los dilemas identitarios que había suscitado La Mar en vida, pero sí cerraba simbólicamente un ciclo: el Perú reconocía en él a uno de sus constructores institucionales y militares, aunque de forma tardía y condicionada por el clima político de reconciliación de mediados del siglo XIX.
Imagen en la historiografía republicana
La figura del “puente” entre realismo y patriotismo
La posición de La Mar en la historia ha sido, por naturaleza, intermedia. Su trayectoria lo ubica como un «puente» entre dos mundos: el de la fidelidad al rey y el del ideal de libertad. Su formación en la España borbónica, su participación en las guerras napoleónicas, y su adhesión tardía a la causa patriota han llevado a muchos historiadores a presentarlo como un personaje de transición, un militar que encarnaba el drama moral del cambio de época.
Esta visión no siempre ha sido halagüeña. Algunos lo acusan de vacilante y débil, mientras otros lo reivindican como prudente y reflexivo, capaz de asumir el riesgo del cambio sin caer en el extremismo de otros líderes de su tiempo. En cualquier caso, su papel en la batalla de Ayacucho y su intento de crear un gobierno constitucional lo colocan entre las figuras fundacionales de la república.
Debilidades personales y oportunidades desaprovechadas
Uno de los grandes cuestionamientos a La Mar ha sido su falta de carácter decisivo en momentos clave. Durante el motín de Aznapuquio, su silencio fue visto como complicidad o pasividad. Como presidente, no supo imponerse a caudillos como Gamarra o La Fuente, y fue derrocado sin ofrecer resistencia significativa. Estas debilidades fueron ampliamente explotadas por sus enemigos, que lo tachaban de «extranjero sin energía».
Sin embargo, estas mismas características lo hacían, paradójicamente, más apto para el cargo en una etapa que exigía ;strong data-end=»5286″ data-start=»52
MCN Biografías, 2025. "José de La Mar (1776–1830): El General de Dos Banderas que Soñó con Unir la Nación". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/la-mar-jose [consulta: 18 de octubre de 2025].