Carlos IV (1748–1819): El Rey de España que vivió entre la inestabilidad y el exilio

Carlos IV (1748–1819): El Rey de España que vivió entre la inestabilidad y el exilio

Los primeros años y la ascensión al trono

Carlos IV nació en el pequeño municipio de Portici, cerca de Nápoles, el 11 de noviembre de 1748, en una época en la que España se encontraba bajo el gobierno de su padre, Carlos III, quien, además de ser rey de España, había sido previamente monarca de Nápoles y Sicilia. Así, la infancia de Carlos IV transcurrió en Italia, lejos de las tierras que más tarde gobernaría. La familia real española se encontraba entonces en Nápoles, donde el joven Carlos vivió un entorno que marcó sus primeros años.

Su madre, María Amalia de Sajonia, fue una figura importante en su educación, siguiendo los patrones de la monarquía de la época, que valoraba la formación militar y la preparación para el gobierno. A pesar de su origen italiano y su infancia fuera de España, Carlos IV fue educado con la idea de que algún día gobernaría el vasto imperio español. La familia real española estaba muy unida, pero también marcaba una cierta distancia entre los reyes y sus hijos. Carlos IV, como su hermano mayor Carlos, príncipe de Asturias, vivió con una gran admiración hacia su padre, quien había desarrollado una política ilustrada en el gobierno de España.

En 1766, cuando Carlos IV tenía apenas 18 años, su vida dio un giro significativo. Fue designado para tomar el cargo de príncipe de Asturias tras la muerte de su hermano mayor, lo que lo colocó como el heredero al trono de España. En ese momento, su padre, Carlos III, se encontraba en una posición sólida, habiendo implementado numerosas reformas ilustradas y mejorado el desarrollo económico y político del país. Sin embargo, a pesar de estos avances, el joven Carlos IV se veía más interesado en otros aspectos, como las aficiones más personales que en el ámbito político. A los 40 años, cuando finalmente ascendió al trono tras la muerte de su padre el 14 de diciembre de 1788, España se encontraba en una situación diferente: su padre había dejado un legado que, aunque sólido, comenzaba a estar marcado por problemas internos y tensiones internacionales.

La subida al trono de Carlos IV fue recibida con muchas expectativas por parte de los sectores más conservadores de la corte, que pensaban que su ascensión podría significar el regreso de una monarquía más tradicionalista, alejada de las reformas e intrigas modernas. Sin embargo, en los primeros años de su reinado, Carlos IV no estuvo a la altura de esas expectativas. El nuevo rey parecía estar más interesado en la caza y en disfrutar de su tiempo en pasatiempos personales que en ocuparse de las complejidades políticas y sociales que demandaba su posición. Esto le granjeó la desaprobación de muchos miembros de la corte, especialmente los más activos políticamente, quienes veían en el monarca una figura pasiva, poco capaz de dirigir el destino de España.

La figura de Carlos IV contrastaba con la de su padre, Carlos III, cuya voluntad de gobernar y tomar decisiones con base en la razón ilustrada lo había convertido en un monarca respetado. Carlos IV, por el contrario, carecía del mismo ímpetu por participar activamente en la política. Según el testimonio de algunos contemporáneos, Carlos IV no solo era distante de los asuntos de gobierno, sino que se dedicaba a hobbies sencillos, como la carpintería, la reparación de relojes o incluso la afición por la música, en particular la obra de Luigi Boccherini, un compositor italiano, y la pintura de Francisco de Goya, quien lo retrataría en diversas ocasiones. En cuanto a su apariencia, Carlos IV era descrito como un hombre de elevada estatura, con una fisonomía que reflejaba tanto su bondad como su debilidad. Su rostro era caracterizado por una frente hundida, ojos apagados y una boca entreabierta, lo que generaba la sensación de un carácter amable pero algo falto de determinación.

En cuanto a su vida personal, Carlos IV se casó en 1765 con su prima hermana María Luisa de Parma, una joven que a pesar de su parentesco cercano, no compartía muchas de las aficiones o intereses del rey. La joven reina se reveló como una mujer con un carácter intrincado y una ambición desmedida. Desde el principio de su matrimonio, la reina fue una de las figuras más influyentes en la corte. Si bien Carlos IV estaba ocupado con sus pasatiempos y preocupaciones personales, María Luisa pronto comenzó a ejercer una gran influencia sobre las decisiones del gobierno, a menudo manipulando a su marido y ganándose la confianza del mismo. Aunque Carlos IV no fue un hombre de gran ambición política, su esposa encontró en él a un rey fácil de manejar, lo que le permitió involucrarse en las intrigas cortesanas y asumir, por momentos, el control del poder.

El mayor logro de María Luisa de Parma durante este período fue su promoción del joven Manuel Godoy, un miembro de la corte con poca experiencia política, pero cuya habilidad para agradar a la reina lo catapultó al poder. Godoy fue ascendido a una posición de gran influencia en el gobierno, un fenómeno que generó gran controversia en la corte y que resultó ser una de las características definitorias del reinado de Carlos IV. Si bien Godoy no era el único personaje relevante en la corte, su relación con la reina y su acceso al rey lo convirtieron en una figura clave. Godoy llegó a ocupar una posición tan dominante que muchos de los actos de gobierno fueron ejecutados en su nombre, mientras que Carlos IV parecía retirarse cada vez más de la escena política.

El reinado de Carlos IV, por tanto, estuvo marcado desde sus inicios por una combinación de indiferencia hacia los asuntos de Estado, un gobierno débil y la creciente influencia de figuras como María Luisa de Parma y Manuel Godoy. A pesar de las expectativas que se habían depositado en él tras la muerte de Carlos III, el nuevo rey nunca mostró el tipo de determinación que sus antecesores habían exhibido. Este contexto se mantuvo en las primeras fases de su reinado y tuvo efectos de largo alcance en los años posteriores, especialmente cuando España se vio arrastrada por los turbulentos cambios que estaban ocurriendo en Europa.

Carlos IV se encontraba en una posición complicada: el país estaba lleno de tensiones internas y la situación internacional se volvía cada vez más inestable. La Revolución Francesa de 1789 había sacudido los cimientos de Europa, y España no pudo evitar verse arrastrada en la turbulencia de los eventos, a pesar de los esfuerzos de figuras como Floridablanca, el ministro más cercano a Carlos III, quien trató de mantener a España alejada de las influencias externas. Sin embargo, la incapacidad de Carlos IV para tomar decisiones claras y firmes, combinada con la creciente influencia de su esposa y su amante Manuel Godoy, llevó a un reinado lleno de ambigüedades y de falta de liderazgo.

El reinado de Carlos IV había comenzado con esperanzas de consolidación monárquica, pero pronto se vio que, más que un reinado activo, España se encontraba bajo el dominio indirecto de figuras como María Luisa y Godoy. A medida que pasaban los años, la falta de acción y las intrigas cortesanas sumieron a España en una serie de crisis que, lejos de resolverse, solo se profundizarían con el tiempo. Este periodo, sin duda, marcaría el principio del fin para la dinastía borbónica en España, que poco a poco iría perdiendo el apoyo popular a medida que los años avanzaban.

El reinado y las dificultades internas

Cuando Carlos IV ascendió al trono en 1788, España se encontraba en una situación de relativa estabilidad interna gracias a las reformas implementadas por su padre, Carlos III, quien había logrado, en su reinado, modernizar el país en muchos aspectos, tanto económicos como sociales. Sin embargo, el nuevo rey, alejado de la figura de su padre, no mostró el mismo interés ni dedicación por los asuntos de Estado, lo que permitió que la corte se viera rápidamente envuelta en intrigas y luchas de poder.

A pesar de ser un hombre de gran estatura física y presencia, la personalidad de Carlos IV contrastaba con la de su padre. Carlos III había sido un monarca de gran actividad, conocido por su voluntad de implementar reformas ilustradas, por su esfuerzo en mejorar la administración y la política interior del país. Carlos IV, en cambio, se mostró más interesado en los placeres personales que en los asuntos políticos, lo que creó un vacío de poder en la corte y facilitó la intervención de otras figuras cercanas a él. Así, mientras España avanzaba hacia el siglo XIX, la monarquía española se encontraba sumida en la pasividad.

En los primeros años de su reinado, Carlos IV continuó con la política de su padre al nombrar a José de Cabarrús y al conde de Floridablanca como ministros. Sin embargo, la relación entre el nuevo monarca y estos consejeros no fue particularmente estrecha. Floridablanca, quien había sido uno de los ministros más destacados de Carlos III, trató de seguir una política similar a la de su predecesor, centrada en la modernización y el mantenimiento del orden interno, pero sus esfuerzos se vieron pronto frustrados por las actitudes del rey y por las crecientes influencias de su esposa, María Luisa de Parma, y de Manuel Godoy, quien rápidamente ascendió a una posición de poder.

La influencia de María Luisa de Parma fue crucial en este periodo. La reina consorte era una mujer ambiciosa y, en muchos aspectos, calculadora. Aunque inicialmente su papel en la corte fue el de una esposa sumisa y tradicional, pronto comenzó a actuar como una poderosa influenciadora detrás del trono. María Luisa fue fundamental para el ascenso de Manuel Godoy, un joven oficial de la guardia que, sin experiencia política, fue promovido a cargos de gran responsabilidad debido a su relación con la reina. Su ascenso desató una serie de tensiones y críticas en la corte, pues Godoy no solo carecía de la formación política necesaria, sino que además su relación con la reina era conocida por todos.

A pesar de las críticas y las tensiones generadas por Godoy, el joven oficial se convirtió en el principal consejero de Carlos IV. El rey, en lugar de actuar como un monarca activo, delegaba cada vez más en su ministro y en su esposa las decisiones políticas del país. Esta pasividad se convirtió en un rasgo característico de su reinado. Carlos IV, que no parecía interesado en tomar decisiones por sí mismo, permitió que otros dictaran los rumbos de la política española. Fue así como Godoy, que inicialmente fue nombrado para encargarse de la política exterior, terminó tomando las riendas del gobierno, transformándose en el personaje más poderoso de la corte española.

La promoción de Manuel Godoy no solo generó tensiones dentro de la corte, sino que también se reflejó en la política exterior del país. Durante su ascenso, España se encontraba en una Europa marcada por la Revolución Francesa y las tensiones entre las potencias europeas. La relación de Godoy con Francia, especialmente con Napoleón Bonaparte, se convirtió en uno de los aspectos más polémicos de su gobierno. A pesar de la hostilidad de muchos sectores de la corte hacia Francia y la Revolución Francesa, Carlos IV y Godoy optaron por un acercamiento a los franceses, lo que llevó a España a firmar varios tratados con la República Francesa.

El tratado más significativo fue el Tratado de San Ildefonso (1796), en el que España se alió con Francia en la lucha contra Gran Bretaña. Este acuerdo, que marcó el inicio de una serie de decisiones políticas que involucraban a España en los conflictos internacionales de Europa, fue uno de los primeros grandes fracasos de Carlos IV. La alianza con Francia, lejos de ser beneficiosa para España, resultó en una serie de derrotas militares, como la batalla de Trafalgar (1805), que significó una humillación para la marina española y dejó a España en una posición de debilidad frente a las potencias europeas.

En el ámbito interior, el reinado de Carlos IV también se caracterizó por una serie de crisis económicas y sociales. La deuda pública española aumentó considerablemente debido a los gastos derivados de las guerras con Francia y Gran Bretaña, lo que resultó en una creciente presión fiscal sobre los sectores más pobres de la sociedad. La administración de Godoy, al verse incapaz de manejar esta situación, implementó una serie de reformas económicas, que incluyeron la venta de bienes de la Iglesia y el clero, lo que exacerbó las tensiones con la Iglesia y las clases altas.

Además, durante este período, las ideas ilustradas comenzaron a calar más profundamente en la sociedad española. A pesar de los esfuerzos de Godoy para mantener el control de la corte y el gobierno, los intelectuales y reformistas españoles comenzaron a cuestionar el sistema político y social. La inquisición y las viejas estructuras del Antiguo Régimen se vieron desafiadas por las nuevas ideas, que empezaban a defender la libertad de pensamiento y una organización política más democrática. Sin embargo, Carlos IV no fue capaz de responder de manera efectiva a estas demandas, lo que llevó a un debilitamiento progresivo de su gobierno.

A nivel personal, Carlos IV parecía desconectado de los eventos políticos que se desarrollaban a su alrededor. Su falta de interés en los asuntos del gobierno y su dependencia de figuras como María Luisa y Godoy lo llevaron a ser considerado por muchos como un monarca débil e incapaz. En sus relaciones con Godoy, Carlos IV mantuvo una actitud de confianza y sumisión, lo que llevó a una creciente centralización del poder en manos del ministro, quien disfrutaba de una influencia sin precedentes. Mientras tanto, la reina María Luisa continuaba jugando un papel crucial, alimentando las ambiciones de Godoy y protegiéndolo de la creciente oposición en la corte.

El resultado de todo esto fue una corte sumida en las intrigas y la desconfianza, una política exterior desastrosa y una crisis interna cada vez más profunda. Carlos IV no parecía ser capaz de controlar los acontecimientos que se sucedían en su reinado, lo que dejó a España en una situación muy vulnerable. En sus últimos años de gobierno, la figura del rey se desdibujó aún más, mientras Godoy seguía consolidando su poder y la familia real se veía cada vez más desbordada por los eventos que se desarrollaban en Europa.

El reinado de Carlos IV fue, en muchos aspectos, una etapa de declive para la monarquía española. La falta de acción política, combinada con la creciente influencia de personajes como Manuel Godoy, sumió al país en una crisis interna que, junto con los conflictos exteriores, marcaría el fin de la estabilidad que había conocido España bajo el gobierno de Carlos III.

La Revolución Francesa y las guerras

El reinado de Carlos IV estuvo marcado de manera decisiva por los cambios profundos que tuvo lugar en Europa durante la Revolución Francesa de 1789, un acontecimiento que sacudió los cimientos de las monarquías absolutas de la época. A medida que los ideales revolucionarios de libertad, igualdad y fraternidad se extendían por Europa, España se vio atrapada en un conflicto que no solo afectó su política exterior, sino también su estabilidad interna.

En sus primeros años de reinado, Carlos IV se encontraba relativamente aislado de los cambios que se estaban produciendo en el continente europeo, centrado más en sus aficiones y en la vida cortesana que en los asuntos políticos. No obstante, la Revolución Francesa obligó a la corte española a tomar decisiones difíciles, particularmente a medida que las tensiones con Francia aumentaban. La reacción de España ante la Revolución fue inicialmente uno de miedo y desconcierto. La idea de una revolución que amenazara las monarquías tradicionales resultaba particularmente inquietante para una nación tan monárquica como España.

El entonces ministro de Carlos IV, José de Floridablanca, fue uno de los principales responsables de las decisiones políticas en este periodo. Floridablanca, profundamente influenciado por su amor a la tradición y a la estabilidad del régimen monárquico, adoptó una postura decididamente conservadora frente a los eventos revolucionarios. Su principal objetivo fue evitar que las ideas revolucionarias llegaran a España y que el país fuera arrastrado al caos. Para lograrlo, Floridablanca impuso una censura estricta, temeroso de que los ideales republicanos pudieran sembrar desorden en una nación que ya enfrentaba ciertas tensiones internas. Este periodo de censura se ha conocido como el “pánico de Floridablanca”, y se extendió a lo largo de los primeros años del reinado de Carlos IV.

Sin embargo, el poder de Floridablanca comenzó a debilitarse cuando la situación política de España se complicó aún más. La presión internacional, especialmente la de Francia, y los conflictos bélicos que se desataron en Europa afectaron el equilibrio interno de la corte. El temor de una propagación de la revolución francesa dentro de España se intensificó a medida que las victorias de los ejércitos franceses avanzaban por Europa, y la proclamación de la República en Francia en 1792 puso en alerta a todas las monarquías absolutas de Europa, incluida la española.

A pesar de la inestabilidad externa, España no estaba preparada para involucrarse directamente en el conflicto. Carlos IV prefería mantener la neutralidad, pero las circunstancias lo llevaron a tomar decisiones que tendrían consecuencias duraderas. El cambio fundamental en la política exterior española tuvo lugar en 1793, cuando Carlos IV decidió declarar la guerra a la Francia revolucionaria, principalmente por la presión de las circunstancias políticas y la necesidad de apoyar a su pariente Luis XVI, el rey de Francia, quien había sido derrocado y ejecutado por los revolucionarios franceses.

Este conflicto, conocido como la guerra contra la Francia revolucionaria, tuvo una serie de consecuencias desastrosas para España. La guerra comenzó en 1793, pero las fuerzas españolas, mal preparadas y desorganizadas, no pudieron hacer frente a las fuerzas francesas. Las derrotas militares, como la batalla de Valmy y la batalla de Fleurus, pusieron en evidencia las debilidades del ejército español y la falta de estrategia efectiva de los mandos españoles. La derrota militar fue acompañada por una crisis económica, ya que las arcas del Estado se vaciaban rápidamente debido a los elevados costos de la guerra. Este periodo de derrotas y dificultades financieras sentó las bases de lo que se conocería como la “era de las calamidades” en España.

Por otro lado, la guerra también tuvo consecuencias a nivel social y político. La creciente impopularidad de Carlos IV y Manuel Godoy como responsables del fracaso de la guerra provocó el descontento en muchos sectores de la sociedad española. La figura de Godoy, que había llegado al poder gracias a su relación con la reina María Luisa de Parma, se hizo cada vez más controvertida. Aunque había sido nombrado por el rey como primer ministro, su falta de experiencia y su incapacidad para manejar las complicaciones bélicas y diplomáticas lo convirtieron en el chivo expiatorio de la crisis.

La incapacidad de Carlos IV para tomar decisiones firmes y la creciente influencia de su mujer y de su amante Manuel Godoy generaron una creciente hostilidad hacia el gobierno. Mientras tanto, Carlos IV parecía más preocupado por su propia seguridad y bienestar que por la suerte de su reino. Esta actitud de pasividad ante los problemas de Estado agravó aún más la situación y llevó a muchos a cuestionar la legitimidad de su reinado. Durante este periodo, la falta de liderazgo efectivo permitió que las intrigas cortesanas y los intereses personales de figuras como Godoy tomaran protagonismo sobre las decisiones políticas del país.

La situación empeoró aún más con la intervención de Napoleón Bonaparte, quien, tras ascender al poder en Francia, se convirtió en una figura decisiva en la política europea. La relación de Carlos IV con Napoleón fue ambigua. A pesar de las tensiones y la guerra con Francia, el rey español fue incapaz de rechazar la influencia de Napoleón, quien veía a España como un aliado potencial en sus proyectos expansionistas. En 1796, Godoy firmó el Tratado de San Ildefonso con Francia, comprometiendo a España a aliarse con el gobierno francés en su lucha contra Gran Bretaña. Esta alianza, aunque estratégica en apariencia, tuvo consecuencias negativas para España, ya que Carlos IV y su ministro se vieron atrapados en los intereses expansionistas de Napoleón.

A pesar de los intentos de España de mantener una política de neutralidad, la relación con Francia llevó a una serie de compromisos que arrastraron al país a la guerra de manera más decisiva. En 1805, tras varias derrotas, la marina española sufrió un golpe devastador con la batalla de Trafalgar, donde la flota española fue derrotada por la armada británica. Esta derrota no solo humilló a España, sino que también comprometió gravemente la posición de Carlos IV y su gobierno.

Durante estos años, Carlos IV también se vio acosado por las presiones internas. El descontento de la aristocracia y de las clases altas, sumado al creciente malestar popular debido a las derrotas militares y la crisis económica, comenzó a tomar forma en movimientos de oposición al gobierno. Manuel Godoy, aunque aclamado en su juventud como “Príncipe de la Paz” por su papel en las negociaciones, pronto se convirtió en un personaje profundamente impopular debido a su incapacidad para lidiar con los desafíos políticos y militares que enfrentaba España.

En medio de estas dificultades, Carlos IV trató de mantener su trono, pero las presiones externas e internas se volvieron cada vez más fuertes. La monarquía española, que había sido una de las más poderosas de Europa, se encontraba ahora en una posición de debilidad. Las tensiones con Francia, las derrotas militares, y el creciente descontento de los ciudadanos hacia la corte española hicieron que el reinado de Carlos IV estuviera cada vez más amenazado.

Este período de su reinado, marcado por la Revolución Francesa y las guerras, fue fundamental para entender el colapso de la monarquía borbónica en España. La incapacidad de Carlos IV para manejar las crisis internas y externas de su reinado dejó a España vulnerable, y preparó el terreno para los eventos que culminarían con la invasión de Napoleón Bonaparte y la eventual abdicación del rey.

La intervención de Napoleón y el colapso interno

El reinado de Carlos IV ya estaba profundamente marcado por la inestabilidad interna y las presiones externas cuando las tensiones con Napoleón Bonaparte llegaron a su punto álgido. Tras las derrotas sufridas por España en el campo de batalla, particularmente la catastrófica derrota en la batalla de Trafalgar en 1805, el monarca español se vio atrapado en una red de intrigas internacionales, manipulaciones y presiones que pusieron en peligro la supervivencia de la monarquía borbónica en España. La relación entre Carlos IV y Napoleón comenzó siendo de cooperación, pero rápidamente se transformó en una relación de subordinación.

El Tratado de San Ildefonso (1796) entre España y Francia había sido firmado en el contexto de una política de alianzas, en un intento de protegerse de las amenazas externas, principalmente Gran Bretaña. Manuel Godoy, el hombre más influyente en la corte, había sido quien facilitó esta alianza con Napoleón, lo que consolidó su posición como primer ministro. Sin embargo, este acuerdo no hizo más que aumentar la dependencia de España respecto a Francia. A medida que las ambiciones de Napoleón se expandían por Europa, su control sobre España se hizo cada vez más evidente. Napoleón no tardó en percatarse de que España era un actor clave en su proyecto imperial, y empezó a presionar a Carlos IV y Godoy para que se alinearan más estrechamente con sus intereses.

En 1807, la situación alcanzó un punto crítico. Napoleón estaba decidido a forzar a España a seguir sus políticas expansionistas, particularmente en lo que respectaba a la invasión de Portugal, un aliado británico. España, que ya se encontraba comprometida con Francia por el Tratado de San Ildefonso, fue arrastrada a la llamada Guerra de las Naranjas, un conflicto que tuvo lugar entre enero y marzo de 1801. Aunque este conflicto resultó en una victoria española, la guerra fue un preludio de la presión creciente que Napoleón ejercería sobre España.

En 1807, Napoleón Bonaparte ideó un plan para invadir Portugal, y para ello necesitaba el apoyo de Carlos IV. El Tratado de Fontainebleau (octubre de 1807) fue la pieza clave de este acuerdo. En virtud de este tratado, España cedió parte de su territorio a Francia para permitir el paso de tropas francesas hacia Portugal. El tratado también estipulaba que, en caso de que Napoleón decidiera invadir Portugal, las tropas francesas podrían usar el territorio español como base de operaciones. Este acuerdo, sin embargo, fue sumamente perjudicial para España, pues no solo implicaba la colaboración con el régimen napoleónico, sino que además dejaba al país bajo la influencia directa de Francia.

La decisión de firmar el Tratado de Fontainebleau fue uno de los errores más significativos de Carlos IV. La creciente subordinación de España a Napoleón no pasó desapercibida en la corte, y el descontento con la monarquía se fue incrementando. La relación de Carlos IV con su hijo Fernando también se deterioró, ya que el joven príncipe de Asturias veía con creciente desconfianza las políticas de su padre y, en particular, el creciente poder de Godoy, quien era considerado el principal responsable de la alianza con los franceses. La desconfianza y el descontento popular hacia el reinado de Carlos IV y su relación con Napoleón terminaron por generar un ambiente insostenible en la corte.

El punto de quiebre definitivo llegó en 1808. Napoleón, en su afán de consolidar su control sobre la península ibérica, utilizó las tensiones internas en España para impulsar su intervención. El 17 de marzo de 1808, estalló el Motín de Aranjuez, un levantamiento popular que fue impulsado por el malestar generalizado hacia el gobierno de Godoy. En este motín, la familia real fue presa del descontento de los cortesanos y la población. El pueblo de Aranjuez, cansado de la influencia de Godoy y de las decisiones equivocadas de Carlos IV, se levantó en protesta, y la situación se tornó insostenible para el rey.

En ese contexto, el 19 de marzo de 1808, Carlos IV, abrumado por los acontecimientos, decidió abdicar en favor de su hijo Fernando VII, conocido como el Príncipe de Asturias. Sin embargo, este gesto no fue suficiente para calmar los ánimos. A los pocos días, Carlos IV invalidó su renuncia y trató de recuperar el control, en una clara muestra de su falta de capacidad para tomar decisiones firmes y gestionar la crisis.

La abdicación de Carlos IV y la ascensión de Fernando VII al trono no hicieron sino agravar la situación. Napoleón Bonaparte, observando el caos que se había desatado en España, aprovechó la oportunidad para intervenir de manera decisiva. El 20 de abril de 1808, Napoleón organizó una entrevista en Bayona con Fernando VII, a quien, tras presionarlo y manipularlo, obligó a abdicar a favor de él. En este proceso, Napoleón logró que Carlos IV y su hijo Fernando VII renunciaran a la corona española en su favor, y, como resultado, Napoleón impuso a su hermano José Bonaparte como rey de España, con el nombre de José I.

Este acto de imposición por parte de Napoleón desencadenó una respuesta popular en todo el país. La noticia de la abdicación forzada de Carlos IV y la imposición de José Bonaparte como rey generaron una enorme resistencia en todo el territorio español. El 2 de mayo de 1808, la ciudad de Madrid se levantó en armas contra las tropas francesas que ocupaban la ciudad, dando inicio a la Guerra de la Independencia Española.

El conflicto, que se prolongó hasta 1814, fue una lucha feroz contra la ocupación francesa. El pueblo español, en su mayoría, rechazó la imposición del régimen napoleónico, y comenzaron a formarse juntas de gobierno en diversas regiones del país, como la Junta Central que se estableció en Cádiz. La resistencia popular y militar contra los franceses se intensificó, y España se sumió en un conflicto devastador que provocó enormes sufrimientos y pérdidas para la nación.

En medio de este caos, Carlos IV, en lugar de enfrentarse a Napoleón, se retiró del escenario político. Tras su abdicación, se exilió en Francia, donde vivió bajo la protección de Napoleón. Su falta de liderazgo y su pasividad durante los eventos que condujeron a la ocupación de España fueron factores determinantes en el colapso de su reinado. La figura de Carlos IV pasó de ser un monarca incapaz de gobernar a ser un símbolo de la debilidad de la monarquía borbónica.

Mientras tanto, Fernando VII, quien había sido aclamado como rey tras la abdicación de su padre, se vio atrapado en una compleja lucha por el poder. Napoleón había impuesto a su hermano José Bonaparte, pero la resistencia popular al nuevo régimen fue tan fuerte que, al final de la guerra, Fernando VII recuperaría el trono en 1813, tras la derrota de Napoleón.

El reinado de Carlos IV, marcado por la intervención de Napoleón, la abdicación forzada, y el colapso interno del gobierno español, fue uno de los períodos más convulsos y trágicos en la historia moderna de España. La monarquía borbónica, que durante siglos había sido la piedra angular del país, sufrió un golpe devastador que cambiaría para siempre el curso de la historia española.

El exilio y la muerte de Carlos IV: el ocaso de una monarquía

Tras los dramáticos acontecimientos de 1808, que culminaron con la abdicación en Bayona y la imposición de José Bonaparte como rey de España, la figura de Carlos IV desapareció prácticamente del escenario político. Mientras en la península se libraba la Guerra de la Independencia Española, el antiguo monarca y su esposa, María Luisa de Parma, iniciaron una vida errante en el exilio, marcada por la incertidumbre y la dependencia de las decisiones de Napoleón Bonaparte, quien controlaba no solo el destino de España, sino también la situación personal de la familia real borbónica.

El inicio del exilio: Compiègne y Marsella

Después de entregar la corona a Napoleón, Carlos IV, acompañado de María Luisa y de su inseparable Manuel Godoy, fue trasladado primero a Compiègne y posteriormente a Marsella. Allí, el antiguo monarca vivió bajo la protección del emperador francés, pero también bajo su control absoluto. La familia real se convirtió en rehén político, aunque disfrutaba de ciertas comodidades. Las tensiones entre Carlos IV y su hijo Fernando VII se hicieron evidentes: el padre consideraba que había sido traicionado por Fernando, quien no dudó en negociar por su cuenta con Napoleón para asegurar su propia posición.

En Marsella, la relación entre Carlos IV y Godoy se mantuvo inalterada, a pesar de las críticas y rumores que circulaban por toda Europa. El favoritismo hacia Godoy continuaba siendo motivo de escándalo, aunque para el rey y la reina, Godoy seguía representando la figura de un consejero fiel. Este vínculo sería inseparable hasta el final de sus vidas. Mientras tanto, España ardía en la guerra contra las tropas napoleónicas, y la monarquía borbónica se tambaleaba en el exilio, sin poder influir en el desarrollo de los acontecimientos.

El peregrinaje por Europa: Valençay y Roma

Tras la firma del Tratado de Valençay en 1813, que devolvía la corona española a Fernando VII después de la derrota de Napoleón, Carlos IV y María Luisa comprendieron que no había lugar para ellos en la nueva España. Aunque Fernando VII restauró el absolutismo y se presentó como el salvador del país, no mostró interés en reconciliarse con sus padres, con quienes mantenía una relación marcada por la desconfianza y el resentimiento.

En 1814, la familia se instaló en Valençay, en la región francesa de Indre, una localidad que Napoleón había preparado para recibir a los Borbones exiliados. Sin embargo, su estancia allí fue breve. Después de la caída de Napoleón en 1815, la familia real española se desplazó hacia Italia, un lugar más acorde con su pasado y sus conexiones dinásticas. Así, comenzaron a residir entre Roma y otras ciudades italianas, alejados del poder y del protagonismo político que alguna vez ostentaron.

En Italia, Carlos IV llevó una vida discreta, alejada de las intrigas políticas que tanto habían marcado sus años en el trono. Dedicaba su tiempo a la música, la carpintería y la religión, sus grandes pasiones personales. Continuaba siendo un hombre profundamente piadoso, lo que le llevó a mantener una relación cercana con el papado. Pío VII, el papa que había sufrido la opresión napoleónica, mostró respeto y consideración hacia el antiguo monarca, concediéndole facilidades para residir en los Estados Pontificios.

La situación económica en el exilio

Aunque Carlos IV había reinado sobre uno de los imperios más grandes del mundo, sus últimos años estuvieron marcados por la precariedad económica. El antiguo rey y su esposa dependían en gran medida de las pensiones que les otorgaban diferentes gobiernos europeos, así como de la ayuda de algunos familiares. Las propiedades y rentas que poseían en España fueron confiscadas o quedaron bajo la administración de terceros, lo que limitó considerablemente sus recursos.

Godoy, quien también vivía en el exilio, compartía la misma suerte. El que fuera Príncipe de la Paz había pasado de ser uno de los hombres más poderosos de Europa a convertirse en un personaje despreciado por la opinión pública y olvidado por la política. Sin embargo, nunca se alejó del círculo íntimo de los reyes, permaneciendo fiel a Carlos IV y María Luisa, quienes le consideraban prácticamente parte de la familia.

La salud del rey y la muerte de María Luisa

En sus últimos años, Carlos IV sufrió diversos problemas de salud, agravados por la edad y las tensiones vividas en los últimos años de su reinado. Pese a su fortaleza física, su ánimo estaba deteriorado, consciente del fracaso de su gobierno y del desprecio con el que era recordado en España. A ello se sumó el profundo dolor por la muerte de su esposa, María Luisa de Parma, quien falleció en Roma el 2 de enero de 1819. Su relación había estado marcada por la controversia, pero también por un vínculo inquebrantable. La desaparición de la reina dejó al rey sumido en la tristeza, lo que precipitó su propio final.

La muerte en Roma

Poco después de la muerte de María Luisa, el 19 de enero de 1819, Carlos IV murió en Roma, a los 70 años de edad. Sus últimos momentos transcurrieron en la más absoluta tranquilidad, acompañado por algunos miembros de su entorno y por Manuel Godoy, quien fue testigo de la decadencia de un monarca que alguna vez había ostentado la corona de España. Fue enterrado en la iglesia de San Pedro in Montorio, aunque años más tarde sus restos serían trasladados al Monasterio de El Escorial, donde reposan junto a otros reyes de la dinastía borbónica.

El legado de Carlos IV

El reinado de Carlos IV ha sido objeto de severas críticas por parte de historiadores y contemporáneos. Considerado por muchos como un monarca débil, incapaz de enfrentarse a los desafíos de su tiempo, su figura suele asociarse con la decadencia de la monarquía española y la pérdida de prestigio internacional del país. Bajo su gobierno, España pasó de ser una potencia influyente a convertirse en un escenario de intervención extranjera y ocupación militar.

Sin embargo, reducir su reinado únicamente a la incompetencia personal sería simplificar la complejidad de la época. Carlos IV reinó en uno de los periodos más turbulentos de la historia europea: la Revolución Francesa, las Guerras Napoleónicas, y el nacimiento de los movimientos liberales marcaron el fin del Antiguo Régimen en todo el continente. A ello se sumaron las tensiones internas, la crisis económica y la debilidad estructural del Estado español, factores que hicieron casi imposible un gobierno estable.

En el plano cultural, su reinado dejó huellas significativas. La protección de las artes y el mecenazgo hacia figuras como Francisco de Goya dieron lugar a obras inmortales, entre ellas el célebre retrato “La familia de Carlos IV”, una pintura que, con su crudeza y realismo, ha sido interpretada como una sutil crítica a la mediocridad y la decadencia de la corte.

Reflexión final

La vida de Carlos IV fue la historia de un monarca atrapado por las circunstancias. Le tocó reinar en un tiempo en que la monarquía absoluta agonizaba y el mundo entraba en una nueva era. Su falta de carácter y decisión lo convirtieron en un rey vulnerable, manejado por su esposa y por Manuel Godoy, y sometido finalmente a la voluntad de Napoleón Bonaparte. Su exilio, lejos de ser glorioso, fue el símbolo de la caída de una dinastía que había dominado Europa durante siglos.

Con su muerte en Roma, el 19 de enero de 1819, se cerraba un capítulo oscuro para la monarquía española, pero también se abría otro lleno de desafíos: la restauración absolutista de Fernando VII y el inicio de las guerras de independencia en América. Así, el reinado de Carlos IV no solo marcó el final de una era, sino que también dio paso a una nueva España, convulsa y dividida, que se debatía entre la tradición y la modernidad.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Carlos IV (1748–1819): El Rey de España que vivió entre la inestabilidad y el exilio". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/carlos-iv-rey-de-espanna [consulta: 15 de octubre de 2025].