José Rebolledo de Palafox y Melzi (1775–1847): El Duque de Zaragoza que Encarnó la Resistencia Española
Contexto histórico y formación militar
El despertar de una España convulsa: finales del siglo XVIII
El nacimiento de José Rebolledo de Palafox y Melzi el 28 de octubre de 1775 en Zaragoza coincidió con una etapa de grandes transformaciones en Europa. España, aún bajo el reinado de Carlos III, comenzaba a experimentar tensiones internas y externas derivadas de un modelo ilustrado que intentaba modernizar sin romper con las estructuras del Antiguo Régimen. Hijo de una familia noble, Palafox creció en un entorno social privilegiado, lo que le permitió acceder a una educación de élite y, con ello, a una temprana carrera en la milicia. Su contexto familiar y su pertenencia a la alta sociedad aragonesa le facilitaron el ingreso en cuerpos militares exclusivos como los Guardias de Corps, símbolo de fidelidad y cercanía al poder real.
La Revolución Francesa, estallada en 1789, supuso un giro radical para las monarquías europeas, incluida la española. Las ideas de libertad, igualdad y soberanía popular no solo pusieron en jaque al poder absolutista francés, sino que empezaron a filtrarse en las conciencias políticas del continente. España, aliada momentánea y luego adversaria de la Francia revolucionaria, vivió la conmoción de un nuevo orden político en ciernes. Fue en este clima, entre reformas ilustradas y amenazas externas, donde se gestó la formación ideológica y profesional de José de Palafox.
Origen noble y primeros pasos en la milicia
Su carrera militar comenzó oficialmente el 18 de julio de 1792, cuando ingresó en el cuerpo de Guardias de Corps, uno de los más prestigiosos del Ejército español. Con apenas 17 años, Palafox comenzaba un recorrido que, aunque inicialmente discreto, le llevaría a protagonizar algunos de los episodios más heroicos y simbólicos de la historia española del siglo XIX.
En los años siguientes, participó en la campaña del Rosellón contra la República francesa, una confrontación que fue parte de la llamada Guerra del Pirineo (1793–1795), en el marco de la Primera Coalición. Estas campañas no solo consolidaron sus habilidades tácticas y de liderazgo, sino que también le expusieron a los rigores del combate en condiciones desfavorables. Para mediados de 1807, había alcanzado el grado de segundo teniente, lo que equivalía entonces a brigadier. Aunque su ascenso fue progresivo, su nombre aún no resonaba en los círculos de poder o entre el pueblo.
De Guardias de Corps a oficial de campaña: campañas previas a la guerra
La situación política de España se tensó drásticamente con la invasión napoleónica y la abdicación de los Borbones. El vacío de poder tras la renuncia de Carlos IV y Fernando VII dejó al país en manos de José I Bonaparte, hermano del emperador Napoleón. Este acto de imposición extranjera, considerado ilegítimo por amplios sectores de la sociedad española, fue el detonante de la Guerra de la Independencia en mayo de 1808.
Durante este periodo de inestabilidad, José de Palafox se encontraba en Madrid, próximo a la corte, lo que le permitía acceder a información privilegiada y estar al tanto de los movimientos políticos. Sin embargo, sería su regreso a Aragón lo que marcaría el verdadero inicio de su leyenda. Allí, una movilización popular sin precedentes lo empujó a aceptar el cargo de capitán general de Aragón, aunque inicialmente lo rechazó por considerar que no contaba con la legitimidad ni la preparación para asumir un mando de tal magnitud.
El estallido de la Guerra de la Independencia
Zaragoza y la irrupción del liderazgo popular
El 25 de mayo de 1808, los ciudadanos de Zaragoza, alarmados por los acontecimientos que sacudían Madrid y el resto del país, clamaron por una autoridad que canalizara la resistencia frente a los franceses. La figura de José de Palafox emergió como una opción natural por su condición de noble, su formación militar y su lealtad monárquica. Aunque su nombramiento no fue producto de un nombramiento real, el clamor popular le confirió un carisma de legitimidad revolucionaria.
Esta paradoja —ser un aristócrata puesto por la presión del pueblo— marcó su papel a lo largo de toda la contienda. Convertido en capitán general de Aragón casi por imposición espontánea, Palafox supo conectar con las masas mediante un uso estratégico de la comunicación escrita y verbal, elemento clave para la movilización colectiva en un momento donde las estructuras estatales tradicionales se hallaban colapsadas.
Proclamas y bandos: la palabra como arma patriótica
Desde los primeros días de su mando, José de Palafox comprendió el poder de la palabra. El 27 de mayo de 1808, lanzó su primera proclama, titulada simplemente “Aragoneses”, llamando al alistamiento popular. Esta iniciativa tuvo una repercusión inmediata, y en días sucesivos publicó nuevos textos con el mismo título (el 29 de mayo), además de bandos y manifiestos (el 30 y 31 de mayo, respectivamente), todos ellos destinados a cimentar la legitimidad del levantamiento y a organizar la defensa territorial. Sus escritos fueron reproducidos en publicaciones clave como la Colección de papeles interesantes y el Diario Mercantil de Cádiz, lo que le otorgó notoriedad más allá de Aragón.
La constante producción de textos, muchos de ellos dirigidos directamente al pueblo o a otros centros de poder, evidencian una concepción moderna del liderazgo, donde el mando no se ejercía solo con armas sino también con ideas. En sus cartas, manifiestos y proclamas, Palafox aparecía como defensor de la unidad nacional y portavoz de un sentimiento compartido de resistencia.
Primer ascenso y primeras decisiones estratégicas
El prestigio ganado en esos primeros días se tradujo en su ascenso a mariscal de campo el 6 de junio de 1808, lo que consolidó su posición de autoridad y le permitió organizar formalmente la defensa de Zaragoza, ciudad que pronto se convertiría en un símbolo de la lucha nacional.
El primer Sitio de Zaragoza fue una epopeya de resistencia urbana, donde el pueblo, bajo su dirección, logró repeler a las tropas napoleónicas en condiciones extremas. Palafox no solo coordinó a las milicias y al ejército, sino que también promovió la creación de instituciones como el Tribunal de Seguridad Pública, fundado en septiembre de ese mismo año. Esta institución tenía como fin salvaguardar el orden interno y evitar traiciones o infiltraciones, lo que muestra su preocupación tanto por la defensa externa como por la cohesión social interna.
Durante el sitio, sus comunicaciones fueron incesantes. Respondió al general Lefebvre rechazando rendirse, informó a las Juntas provinciales del avance enemigo y propuso ciudades alternativas para la creación de una Junta Central que pudiera organizar la resistencia nacional. También promovió incentivos a la valentía mediante decretos de recompensas al valor y patriotismo, y dedicó palabras a los soldados tras acciones específicas, como la de Nardués.
Sus proclamas no solo eran instrumentos militares, sino también medios de persuasión ideológica. Por ejemplo, su carta a los “benéficos madrileños” agradeciendo su ayuda humanitaria revela una sensibilidad que iba más allá del rigor castrense, y que lo acercaba al imaginario heroico del defensor del pueblo. Esta estrategia retórica ayudó a consolidar la imagen de José de Palafox como símbolo de la resistencia, más allá de los campos de batalla.
El alma de los Sitios de Zaragoza
La defensa como gesta heroica
El primer Sitio de Zaragoza, iniciado en junio de 1808, fue un momento decisivo tanto en la vida de José de Palafox como en la historia de la resistencia española frente al dominio napoleónico. El coraje colectivo desplegado por la población zaragozana, bajo el mando de su joven capitán general, se convirtió en un símbolo de la capacidad del pueblo para resistir, aun sin una preparación militar profesional adecuada ni un ejército numeroso y bien armado.
Palafox organizó a soldados y civiles, reforzó los bastiones de la ciudad y convirtió templos, edificios y casas en trincheras improvisadas. Su bando del 18 de junio, publicado en la Gazeta de Zaragoza, establecía la organización defensiva en detalle, marcando una de las primeras muestras de su liderazgo táctico real. Aquel asedio fue finalmente levantado por los franceses en agosto de 1808, momento que Palafox aprovechó para enviar comunicaciones a todas las juntas provinciales del país, proponiendo la creación de una Junta Central en ciudades como Teruel, Cuenca, Guadalajara o Toledo.
El tono de sus escritos no era únicamente informativo: transmitían determinación, confianza y una visión nacional de la lucha. El manifiesto «Dos meses ha», fechado el 13 de agosto y traducido al alemán por el filósofo Friedrich Schlegel, denota hasta qué punto su discurso tenía eco internacional. También se recuerda su manifiesto a la ciudad de Tudela, en el que agradecía el apoyo y reconocía el esfuerzo conjunto como clave del éxito militar y moral.
Estrategia, resistencia y desgaste
La victoria provisional del primer asedio no supuso una tregua larga. Pronto Zaragoza se vio cercada nuevamente. El segundo Sitio, iniciado a finales de 1808, se desarrolló en condiciones mucho más duras: enfermedades, escasez de víveres, bombardeos constantes y un número creciente de bajas humanas deterioraron física y moralmente tanto a la población como a sus líderes.
Durante este segundo sitio, Palafox continuó al frente del esfuerzo defensivo, pero su salud comenzó a deteriorarse gravemente. A pesar de ello, no abandonó el mando ni renunció a enviar cartas de aliento y proclamas dirigidas a las tropas y al pueblo. El 2 de noviembre de 1808, fue ascendido a teniente general, reconocimiento a su heroísmo y perseverancia. En su proclama del 27 de noviembre, dirigida a su “ejército de reserva”, expresaba confianza y exhortación a la resistencia.
Una de las piezas más simbólicas de esta fase fue su carta del 4 de enero de 1809 al coronel fray Teobaldo Rodríguez, donde afirmaba rotundamente estar “sitiado, pero no me rindo”, frase que condensaría su figura histórica en la memoria colectiva. Sin embargo, la realidad se impuso: el 20 de febrero de 1809, tras casi dos meses de sitio ininterrumpido, Zaragoza capituló.
Palafox, ya gravemente enfermo, fue apresado y trasladado a Francia, escoltado constantemente por dos centinelas. A pesar del respeto que le profesaban por su valor, se negó rotundamente a jurar lealtad a José I Bonaparte, lo que motivó su reclusión en la prisión de Vincennes. Allí, en condiciones duras y sometido a un control constante, permaneció hasta el final de la guerra.
De la gloria al cautiverio: capitulación y prisión en Francia
El paso del heroísmo en Zaragoza a la prisión francesa representó un giro amargo. El trato de los franceses hacia él fue ambivalente: por un lado, respetaban su fama como defensor feroz, pero por otro, lo consideraban peligroso por su negativa a colaborar. Durante su cautiverio, fue objeto de una artimaña militar cuando, según relataban las Noticias del Reino, las autoridades napoleónicas lo obligaron a escribir una carta dirigida al gobernador de Mequinenza para que entregase la plaza; sin embargo, el gobernador desobedeció la orden, preservando el honor de la causa.
Su prestigio, sin embargo, no quedó intacto. En 1810, el militar Luis de Villava publicó su libro Noticias sobre el segundo Sitio de Zaragoza, en el que atacaba duramente a Palafox, acusándolo de ser “ignorante, altanero, injusto” y de haber cometido “tremendos desatinos” desde el punto de vista militar. Concluía de forma demoledora: “su memoria será siempre odiosa”. Este juicio afectó la imagen pública de Palafox, aunque otros sectores lo defendieron con pasión.
Pese a estas críticas, Palafox fue considerado por muchos como un símbolo de la resistencia nacional, especialmente por el pueblo aragonés, que lo siguió venerando incluso durante su largo periodo de silencio institucional.
Reputación y polémica tras la guerra
La crítica de Villava y el golpe a su imagen
La polémica con Villava no fue un hecho aislado, sino reflejo de un debate más amplio sobre los errores y aciertos del liderazgo durante la Guerra de la Independencia. El texto de Villava circuló ampliamente y caló entre ciertos sectores liberales y militares que reclamaban una visión crítica del heroísmo oficial. La figura de Palafox quedó en entredicho, y aunque muchos seguían viéndolo como un referente del valor popular, su papel fue analizado cada vez más bajo una lente menos épica y más técnica.
Sin embargo, los sectores más conservadores, especialmente en Aragón, mantuvieron su admiración. La imagen del “Duque de Zaragoza” siguió adornando edificios, proclamas y documentos públicos. El conflicto entre la leyenda popular y la evaluación militar profesional quedó sin resolverse por completo.
Influencia en la restauración fernandina
Con la caída de Napoleón y la restauración de Fernando VII en 1814, Palafox fue finalmente liberado. Corrió a Valençay, donde el monarca se encontraba todavía exiliado, y pasó con él una semana entera. Esta estancia generó muchos rumores sobre la supuesta influencia que Palafox habría ejercido sobre Fernando VII, aunque no hay pruebas concluyentes de que su cercanía se tradujera en decisiones políticas concretas.
Tras su regreso a España, respondió a un escrito de la Diputación Provincial de Aragón, reafirmando su lealtad a la causa nacional. El intercambio fue publicado por la Abeja madrileña el 9 de abril de 1814, lo que marca su retorno formal a la vida pública.
Ese mismo año fue nombrado capitán general de Aragón, asumiendo nuevamente un mando de gran responsabilidad. Su presencia era simbólica y funcional: representaba la continuidad de la resistencia y la restauración del orden monárquico, al mismo tiempo que reconstruía su deteriorada imagen pública. En una de sus proclamas de julio de 1814, dirigida a los “nobles zaragozanos”, reconocía el descontento social pero pedía confianza en el nuevo orden establecido por el Rey.
Reincorporación militar y papel institucional
El 14 de diciembre de 1814, el pintor Francisco de Goya finalizó un retrato de Palafox, elaborado de memoria. La elección de Goya no fue casual: ambos eran aragoneses, y el artista veía en él una representación viva del pueblo que tanto había retratado en su serie de los Desastres de la Guerra. Este retrato es una de las representaciones más famosas del general, destacando su figura erguida, firme y sobria.
Palafox retomó funciones institucionales en los años siguientes. El 2 de enero de 1815, pronunció un discurso inaugural ante la Real Audiencia de Aragón. Más allá de lo ceremonial, estas acciones demostraban su reintegración en la vida política y jurídica del país. En 1816, al disolverse el ejército revolucionario, publicó las proclamas “Aragoneses” y “Soldados”, con las que daba por finalizado su rol activo en la lucha armada y asumía un perfil más institucional. Posteriormente fue designado miembro de la Junta de Fortificación y camarista nato de la Cámara de Guerra, cargos que refrendaban su peso en la jerarquía militar.
Su paso a un segundo plano en el ejército coincidió con el inicio de una fase más burocrática de su carrera, sin perder nunca la conexión emocional con el pueblo aragonés ni el respeto de muchos sectores del ejército. De esta manera, Palafox cerró un ciclo de lucha y reconstrucción personal, demostrando que incluso las figuras más controvertidas pueden reinventarse dentro del sistema que una vez desafiaron.
Trayectoria institucional y últimos años
Capitán general, legislador y miembro del Ateneo
En los años posteriores a la Guerra de la Independencia y durante el reinado de Fernando VII, José de Palafox continuó desempeñando una variedad de cargos civiles y militares que lo mantuvieron presente en la vida pública española. Si bien ya no volvería a tener el protagonismo dramático de los Sitios de Zaragoza, su nombre se mantenía como un símbolo del patriotismo aragonés y como referencia obligada en las instituciones del Estado restaurado.
Entre 1816 y 1820, ocupó varios puestos en la Junta de Fortificación y en la Cámara de Guerra, destacando por su conocimiento técnico y por su papel consultivo. Aunque su protagonismo ya no era de campo de batalla, su influencia en la organización militar se mantenía a través de su rol como camarista nato, es decir, miembro por derecho propio de este órgano asesor.
En 1820, tras el estallido del Trienio Liberal, se unió al Ateneo de Madrid el 14 de mayo, institución cultural de gran relevancia en la España ilustrada y liberal. Esta adhesión demuestra su inquietud intelectual y su voluntad de seguir participando en la construcción de la nación, incluso en momentos políticamente delicados. También en 1820, fue uno de los fundadores de la Asociación Nacional de Seguros contra Incendios, llamada “de San Fernando”, con sede en Madrid. Su papel como fundador en este tipo de iniciativas muestra una faceta menos conocida: la del funcionario ilustrado, preocupado por los asuntos civiles, administrativos y de interés público.
De las proclamaciones al retrato de Goya
Aunque sus proclamas más célebres pertenecen a la época de la guerra, Palafox continuó utilizando la palabra impresa como herramienta de liderazgo. En 1822 y 1823, fue nombrado capitán general del cuerpo de Alabarderos, uno de los regimientos más simbólicos del ejército, encargado de la guardia real y los actos oficiales. Durante esos años, su figura oscilaba entre la de un veterano respetado y la de un símbolo activo del orden constitucional.
Uno de los momentos más notorios de su vida institucional fue la obtención del premio real a su conducta el 7 de julio de 1823, reconocimiento otorgado por su lealtad y rectitud durante los años difíciles del Trienio Liberal. Sin embargo, este periodo liberal también trajo consigo suspicacias. En 1834, fue detenido brevemente por el llamado “asunto de la Isabelina”, relacionado con conflictos en torno a la sucesión de Isabel II. Aunque fue liberado a los pocos días, el incidente dejó claro que su figura, aunque histórica, seguía inmersa en los vaivenes políticos del presente.
Durante esta década, su carrera se diversificó en cargos de administración militar, muchos de ellos relacionados con cuerpos veteranos y unidades especiales. Fue director general de Inválidos, inspector de Milicias provinciales, comandante general de la Guardia Real provincial (entre 1836 y 1838), y más tarde, en 1841, comandante de la Guardia Real exterior de todas las armas. Su regreso como director de Inválidos en 1843 y nuevamente en 1847, poco antes de su muerte, demuestra su papel como figura institucional de largo aliento.
En paralelo, la difusión de su imagen se consolidaba. El retrato que Francisco de Goya había pintado en 1814 comenzó a adquirir estatus icónico. No era solo un retrato militar: era la cristalización visual del “duque de Zaragoza”, símbolo de la resistencia popular y del orgullo aragonés. La memoria artística e institucional de Palafox se mantenía viva, no solo en documentos sino también en lienzos y monumentos.
Cargos honoríficos y últimas responsabilidades
A lo largo de su madurez, José de Palafox recibió numerosas distinciones honoríficas. Fue presidente de las asambleas de San Fernando y San Hermenegildo, órdenes nobiliarias de fuerte contenido simbólico. Poseía las grandes cruces de ambas instituciones desde 1815, lo que lo situaba en la cúspide del escalafón honorífico de su tiempo.
Pese a los vaivenes políticos que caracterizaron las décadas de 1830 y 1840 en España —con el final del absolutismo, el inicio del reinado de Isabel II y los primeros pasos del Estado liberal—, Palafox logró mantener una posición institucional estable. El sistema respetaba su figura como símbolo del pasado heroico, incluso aunque su rol real en el presente fuera más ceremonial o técnico.
Murió en Madrid, el 15 de febrero de 1847, a los 71 años, ocupando todavía el cargo de director general de Inválidos. Su fallecimiento marcó el fin de una vida larga, activa y profundamente ligada a los grandes acontecimientos que transformaron a España entre el Antiguo Régimen y el liberalismo constitucional.
Memoria, autobiografía y legado
Reivindicación personal y publicación de sus memorias
En sus últimos años, y especialmente tras su muerte, comenzó a crecer el interés por revisar su papel en la historia nacional. Aunque durante mucho tiempo su figura había estado dividida entre el héroe patriótico y el militar criticado por sus decisiones tácticas, una serie de publicaciones ayudaron a reivindicar su trayectoria desde una perspectiva más personal y humana.
Dejó escrita una autobiografía, que fue publicada inicialmente por José García Mercadal en Madrid, 1966, y más tarde en una edición ampliada y corregida por Herminio Lafoz Rabaza, bajo el título “Memorias” (Zaragoza, Ayuntamiento, 1994). Este documento personal ofrece una visión íntima de su experiencia, sus dudas, sus logros y sus fracasos. En ella se observa un tono reflexivo y apasionado, pero también una clara voluntad de explicar su versión de los hechos, especialmente frente a las acusaciones que había recibido tras los Sitios de Zaragoza.
La publicación de sus memorias fue clave para reequilibrar su imagen histórica. A través de su propia voz, el lector accede a los dilemas morales y decisiones tácticas de un hombre que enfrentó una de las mayores crisis militares de la historia de España moderna sin los recursos ni la preparación adecuados.
Entre la veneración y la crítica histórica
El juicio histórico sobre Palafox ha oscilado entre dos polos: la veneración popular y la crítica profesional. Para muchos ciudadanos, especialmente en Zaragoza y en Aragón, su figura sigue siendo motivo de orgullo local. Las calles, plazas y estatuas que llevan su nombre lo consagran como símbolo del valor colectivo frente a la opresión extranjera. Su nombre permanece inscrito en los libros escolares, en los desfiles conmemorativos y en la iconografía patriótica del siglo XIX español.
Por otro lado, los historiadores han sido más cautelosos. Aunque reconocen su carisma, su iniciativa temprana y su resistencia, también han señalado errores estratégicos, una cierta tendencia al personalismo, e incluso momentos de ineficiencia militar. No obstante, muchos coinciden en que su liderazgo fue fundamental para sostener el ánimo de la población durante los Sitios, y que sin él la resistencia en Zaragoza habría colapsado mucho antes.
El contraste entre la imagen mitificada del “Duque de Zaragoza” y el análisis frío de sus acciones revela un fenómeno común en las figuras históricas que combinan poder, tragedia y narrativa épica.
El Duque de Zaragoza en la memoria colectiva;
MCN Biografías, 2025. "José Rebolledo de Palafox y Melzi (1775–1847): El Duque de Zaragoza que Encarnó la Resistencia Española". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/rebolledo-palafox-y-melzi-jose [consulta: 15 de octubre de 2025].