José Luis Feria Fernández «Galloso» (1953–VVVV): Torero de Cádiz que Desafió el Destino con Arte y Altibajos
Raíces, entorno y primeros pasos en el toreo
El Puerto de Santa María: cuna de toreros y tradición taurina
Situado en la provincia de Cádiz, El Puerto de Santa María es mucho más que una pintoresca localidad andaluza: es un enclave cargado de historia, profundamente arraigado en la cultura taurina española. A mediados del siglo XX, cuando nació José Luis Feria Fernández, la ciudad mantenía viva una larga tradición de festejos taurinos, no solo como entretenimiento popular, sino como una forma de identidad local. La plaza de toros portuense, conocida como una de las más emblemáticas de Andalucía, acogía con frecuencia corridas memorables que nutrían el imaginario colectivo de los jóvenes que, como José Luis, soñaban con enfundarse un día el traje de luces.
El entorno social y económico de la época favorecía esta inclinación. En un momento en el que las oportunidades laborales eran limitadas para la juventud de clase trabajadora, el toreo se ofrecía como un horizonte de gloria y progreso. La figura del torero exitoso representaba una vía de ascenso social que, aunque plagada de riesgos, desbordaba promesas de fama, riqueza y reconocimiento.
Infancia de José Luis Feria Fernández en un entorno taurino
José Luis Feria Fernández vino al mundo el 27 de agosto de 1953, en pleno auge del franquismo, en una España que buscaba en las tradiciones populares una forma de reafirmar su identidad nacional. Desde muy pequeño, José Luis, apodado con cariño “Galloso”, mostró una sensibilidad especial hacia el toreo, motivado en gran parte por el ambiente cultural de su ciudad natal. Su apodo artístico, “Galloso”, habría de convertirse más tarde en una de las firmas más reconocidas en los carteles taurinos de los años 70.
No provenía de una familia de grandes recursos ni de renombre taurino, lo cual hacía aún más meritorio su empeño. El entorno familiar y vecinal fue decisivo en sus primeras aproximaciones al mundo taurino: amigos, aficionados locales y viejos toreros retirados que aún habitaban en el Puerto contribuyeron a moldear su temprana vocación. En una época en la que los tentaderos y capeas eran casi ritos iniciáticos para los futuros matadores, el joven José Luis se fogueó en esos escenarios informales, aprendiendo a leer las intenciones de los novillos y a dominar el capote con temple y valentía.
Los primeros lances de “Galloso”: el despertar de una vocación
Fue en 1969, con apenas quince años, cuando José Luis vistió por primera vez el traje de luces en la plaza de Puerto Real. Aquella fecha —el 5 de junio— marcó el inicio oficial de su carrera taurina. Aquel primer terno de alamares no era simplemente un uniforme, sino el símbolo de su entrada en un mundo donde el arte, el peligro y el honor se entrelazaban con una intensidad única.
Las primeras novilladas sin picadores en las que participó fueron celebradas principalmente en el entorno meridional andaluz, donde su estilo natural y su capacidad para conectar con el público pronto le otorgaron notoriedad. Sus presentaciones eran seguidas con interés creciente, especialmente por los aficionados gaditanos, quienes reconocían en “Galloso” a un torero de estampa clásica, dotado de una gracia instintiva y una valentía serena.
El 22 de marzo de 1970, José Luis dio un paso clave en su carrera al debutar con picadores en Barcelona, en un festejo donde compartió cartel con Francisco Gabriel Pericás y Fernando Gracia. Enfrentándose a reses de la ganadería de Los Campillones, “Galloso” dejó ver destellos de una calidad que no tardaría en consolidarse.
Ascenso meteórico en el escalafón novilleril
Tras su exitoso debut con picadores, el ascenso de “Galloso” fue fulgurante. El 5 de abril de 1970, toreó nuevamente en Puerto Real, donde cortó tres orejas y un rabo, saliendo a hombros ante una afición enardecida. Este rotundo triunfo le abrió las puertas de plazas de mayor prestigio, como la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, donde actuó el 26 de abril y el 3 de mayo de ese mismo año. Su estilo elegante y natural se ganó la simpatía del exigente público sevillano, consolidando su figura como una de las más prometedoras del momento.
Durante esta etapa se gestaron rivalidades que acompañarían su trayectoria y que añadieron un componente épico a sus actuaciones. Entre sus contemporáneos se encontraban nombres que también aspiraban al trono taurino: el colombiano Jaime González Sandoval (“El Puno”) y el joven alicantino José María Dols Abellán (“José Mari Manzanares”), con quien compartió numerosas tardes de gloria y competencia.
En ese mismo 1970, José Luis cerró la temporada participando en un total de 61 novilladas picadas, una cifra que hablaba no solo de su popularidad, sino de su resistencia y dedicación. Era ya una figura codiciada en los carteles de toda la Península Ibérica, y su estilo comenzaba a ser estudiado y comentado por la crítica especializada.
Con este ritmo imparable, 1971 se perfilaba como el año de su consagración definitiva. No obstante, “Galloso” decidió antes poner a prueba su valía frente al exigente público madrileño, que históricamente ha consagrado o destruido carreras con su veredicto. Fue en la Monumental de Las Ventas, el 6 de junio de 1971, donde el joven novillero gaditano firmó una actuación memorable: desorejó a sus dos toros y salió por la Puerta Grande, un hito reservado solo a los más grandes.
Este logro le valió repetir en el mismo coso apenas cuatro días después, el 10 de junio, en un mano a mano con José Mari Manzanares. De nuevo, “Galloso” brilló cortando otras dos orejas y dejando claro que estaba listo para el paso definitivo: la alternativa como matador de toros.
Con todos los elementos a su favor —prestigio, experiencia, madurez artística y una afición entregada—, el siguiente gran capítulo de su vida estaba a punto de comenzar. El 18 de julio de 1971, en su ciudad natal, recibió la alternativa de manos del legendario Antonio Mejías Jiménez (“Antonio Bienvenida”), con Sebastián Palomo Martínez (“Palomo Linares”) como testigo, lidiando un toro de los herederos de Carlos Núñez llamado “Inclusero”. Fue una ceremonia cargada de simbolismo, en la que el niño que había jugado al toro en las calles del Puerto se convertía en matador en la misma plaza que lo vio crecer.
La consagración y el peso del éxito
El año de la revelación: 1971 y la alternativa soñada
El 18 de julio de 1971, en su tierra natal, José Luis Feria Fernández “Galloso” culminó una etapa y dio comienzo a otra más exigente: la de los matadores de toros. La alternativa, uno de los ritos más solemnes del toreo, fue oficiada por Antonio Bienvenida, uno de los diestros más respetados de la historia taurina, y con el testimonio de Palomo Linares, símbolo de la modernidad en los ruedos. El toro de la ceremonia fue “Inclusero”, de los herederos de Carlos Núñez, y con él “Galloso” enfrentó el primer gran desafío de su nueva condición profesional.
Durante aquella temporada, el recién doctorado torero toreó 41 corridas en España, un número que certificaba su buena acogida entre empresarios y aficionados. Su presencia despertaba interés y su estilo, elegante y serio, comenzaba a consolidarse en la memoria taurina nacional. Al finalizar la campaña peninsular, “Galloso” emprendió el viaje a América, como era tradición entre las figuras del toreo, para presentarse ante las aficiones del otro lado del Atlántico.
Confirmaciones y consolidación en la élite taurina
El siguiente gran hito en su trayectoria fue su confirmación de alternativa en México, el 2 de marzo de 1972. Sin embargo, la jornada se tornó dramática: fue herido de gravedad en la región inguinal, en uno de los percances más serios de su carrera. La cornada, además de poner en riesgo su vida, interrumpió momentáneamente su ascenso, imponiéndole un proceso de recuperación física y emocional.
Una vez restablecido, “Galloso” regresó a España con el objetivo de confirmar su alternativa en la plaza de toros de Las Ventas, la más importante del mundo taurino. El 17 de mayo de 1972, bajo el apadrinamiento de Francisco Camino Sánchez (“Paco Camino”) y con Francisco Rivera Agüero (“Curro Rivera”) como testigo, “Galloso” lidió a “Colino”, de la ganadería de José Luis Osborne. Lamentablemente, su actuación aquella tarde no alcanzó las expectativas depositadas en él.
Sin embargo, apenas una semana después, el 24 de mayo, cortó su primera oreja como matador en Madrid, resarciéndose del sabor amargo del debut. La temporada de 1972 concluyó con un balance extraordinario: 68 festejos toreados, situándolo en los primeros puestos del escalafón. Era, sin duda, uno de los nombres más relevantes de aquel año. Su estilo se caracterizaba por una combinación de sobriedad, clasicismo y un punto de inspiración melancólica que conectaba con el público más exigente.
No obstante, la exigencia emocional y física del toreo empezó a hacer mella. La temporada de 1973 mostró un descenso abrupto en el número de contratos firmados: solo 36 corridas, una caída significativa respecto al año anterior. La crítica comenzó a señalar signos de apatía y desmotivación, una amenaza silenciosa que afectaba especialmente a los toreros que alcanzaban el éxito muy jóvenes.
Entre la cima y el abismo: altibajos y lucha interna
El declive progresivo se acentuó en las temporadas de 1974 y 1975, en las que solo participó en 24 y 15 festejos, respectivamente. La figura de “Galloso” parecía desvanecerse, víctima de una lucha interna entre el deseo de seguir en la cúspide y el peso de una profesión implacable. Su nombre seguía teniendo resonancia, pero sus actuaciones no eran constantes, y la crítica comenzaba a relegarlo a una segunda línea.
En un gesto desesperado por recuperar su lugar, el 12 de octubre de 1975 decidió enfrentarse en solitario a seis toros en la plaza de su pueblo natal. Esta gesta, reservada solo para los valientes y los desesperados, pretendía reconectar con su origen y demostrar que su temple seguía intacto. La respuesta del público fue positiva, pero no lo suficiente como para devolverle automáticamente al primer plano.
Un año más tarde, el 17 de junio de 1976, repitió la hazaña, esta vez en la exigente plaza de la Maestranza de Sevilla. Entre ambas gestas, logró dos triunfos resonantes en el mismo ruedo sevillano: el 18 de abril y el 27 de mayo, tardes en las que cortó dos orejas cada vez, un logro que alimentó la esperanza de una resurrección artística. La temporada de 1976 se cerró con 27 paseíllos realizados, confirmando una ligera recuperación.
Resurgimientos y reafirmaciones
El año 1977 fue el de la recuperación definitiva. Galloso toreó en 34 ocasiones, incluyendo tres actuaciones en Las Ventas: dos durante la Feria de San Isidro y una más en la corrida extraordinaria de la Prensa. También regresó triunfalmente a Sevilla el 12 de octubre, en una faena que fue celebrada por crítica y público como una muestra de su madurez artística y capacidad de conexión emocional con los tendidos.
En 1978, alcanzó uno de los momentos más notables de su carrera. Durante el mes de mayo, ofreció una faena memorable en Madrid frente a un toro de don Samuel Flores. Aunque el fallo con la espada le impidió cortar trofeos, el reconocimiento generalizado del público y los críticos le devolvió un aura de figura. Tan positiva fue su actuación, que fue llamado nuevamente a participar en la prestigiosa Corrida de la Beneficencia, compartiendo cartel con Francisco Ruiz Miguel y Pedro Fernández Gómez (“Niño de Aranjuez”).
Ese año también dejó huella en Zaragoza, donde “Galloso” volvió a mostrarse inspirado. En total, la temporada de 1978 se saldó con 50 actuaciones, consolidando su regreso al primer plano y recordando a todos que seguía siendo un torero capaz de emocionar.
En 1979, aún conservaba el tirón de los años anteriores y actuó en 60 festejos, una cifra notable. Sin embargo, al año siguiente, una grave cornada en un muslo recibida en El Puerto de Santa María el 18 de mayo de 1980 interrumpió de nuevo su progresión. El percance fue tan severo que lo alejó por un tiempo de los ruedos y reactivó el fantasma de la indolencia, su viejo enemigo.
Aquel accidente marcó un punto de inflexión. La recuperación física fue compleja, pero más aún lo fue el retorno emocional a un ruedo que exigía cada tarde una entrega total. Aunque no se retiró oficialmente, la intensidad de su carrera volvió a diluirse en una sucesión de altibajos y tardes irregulares.
Últimos años, legado y huella taurina
Persistencia en los ruedos y nuevas dificultades
La década de 1980 arrancó para José Luis “Galloso” con la sombra de la cornada sufrida en 1980 aún latente. Aunque regresó a los ruedos, sus actuaciones carecían de la continuidad y el fulgor de antaño. Sin embargo, aún era capaz de gestas aisladas que recordaban al torero inspirado de los años setenta. El 26 de septiembre de 1982, por ejemplo, cortó las orejas a un toro de Victorino Martín en Valladolid, una faena que demostró que su arte no se había extinguido, solo dormía.
En adelante, su carrera siguió marcada por la irregularidad, con temporadas grises intercaladas por tardes de inspiración. En 1985, protagonizó uno de sus últimos grandes triunfos en la plaza de la Maestranza de Sevilla frente a un temido toro de la ganadería de Miura, célebre por su dificultad. En una demostración de valor y temple, “Galloso” recuperó momentáneamente el aplauso fervoroso del público sevillano. Un año más tarde, el 15 de mayo de 1986, también dejó una faena notable en Madrid ante un astado de Pablo Romero, otra de las vacadas de mayor prestigio por su bravura.
Durante la temporada de 1986, alcanzó las 40 corridas, una cifra significativa que hablaba de su capacidad de mantenerse activo en un escalafón que se renovaba constantemente. Sin embargo, la llama no ardía con la misma fuerza. En adelante, los síntomas de desgana volvieron a hacerse evidentes y, salvo momentos muy concretos, su nombre empezó a sonar con menor frecuencia en las ferias de renombre.
La lenta retirada: apatía y desaparición progresiva
En los últimos años de la década de los ochenta, la figura de “Galloso” fue apagándose paulatinamente. Participó en pocas corridas, generalmente en plazas de segundo orden o en festejos benéficos. Su entrega, alguna vez absoluta, se volvió vacilante. La crítica, que años atrás le había considerado una de las grandes esperanzas del toreo, ya no le incluía entre los nombres fundamentales del momento. La nueva generación de toreros, como Espartaco, Ortega Cano o Manzanares hijo, empezaba a dominar los carteles.
La década de 1990 marcó definitivamente su salida del circuito principal. Aunque nunca hubo un anuncio formal de retirada, la ausencia de su nombre en los carteles de las ferias importantes confirmó el declive definitivo de una carrera que había conocido momentos brillantes, pero también prolongados periodos de indiferencia.
A pesar de esta salida silenciosa, “Galloso” no cayó en el olvido entre los aficionados. En El Puerto de Santa María, su figura siguió siendo una referencia del arte taurino local, y muchas de sus actuaciones continuaron siendo comentadas y recordadas con admiración.
Repercusiones y análisis de su trayectoria
La trayectoria de José Luis Feria Fernández ha sido motivo de análisis tanto por su fulgurante inicio como por los contrastes que marcaron su carrera. Para algunos críticos, “Galloso” encarnó el talento natural no del todo gestionado; un artista dotado de gracia y técnica, pero vulnerable ante el cansancio psicológico que a menudo acompaña a los que llegan demasiado pronto a la cima.
El público siempre valoró su estilo sobrio, elegante y clásico, una forma de torear que apelaba más a la emoción contenida que a la espectacularidad. Su pase natural, su templanza con el capote y su capacidad de transmitir con gestos mínimos le situaban en la escuela más ortodoxa del toreo, aquella que valora más la armonía que el efectismo.
En comparación con otros toreros de su generación, como José Mari Manzanares o Paco Ojeda, “Galloso” mostró menos continuidad, pero fue capaz de momentos artísticos de gran altura. Su lugar en la historia del toreo no se define por estadísticas o récords, sino por la intensidad emocional de algunas de sus faenas.
La figura de “Galloso” en la historia del toreo
Galloso es un torero que simboliza la complejidad del arte taurino, donde el éxito no depende solo de la técnica o del valor, sino también del equilibrio mental, la motivación constante y la capacidad de reinventarse. Su historia se parece a la de muchos artistas que brillaron intensamente durante un tiempo, y luego eligieron un camino más íntimo y silencioso.
En El Puerto de Santa María, su figura está íntimamente ligada a la identidad taurina de la ciudad. Allí, cada nueva generación de aspirantes al toreo encuentra en “Galloso” un modelo que demuestra que desde un entorno modesto es posible alcanzar las cumbres de la tauromaquia. Su presencia en los archivos de la Maestranza de Sevilla y de Las Ventas, así como en la memoria popular, confirma que su paso por los ruedos no fue efímero.
Incluso sin una despedida formal, su legado perdura en las fotografías, crónicas y testimonios de quienes presenciaron sus mejores faenas. Los aficionados veteranos aún evocan con entusiasmo su puerta grande en Las Ventas en 1971, sus tardes heroicas en Sevilla, y su voluntad de remontar cuando todo parecía perdido.
Más allá de los números o del palmarés, José Luis Feria Fernández “Galloso” representa la figura del torero que supo convertir el arte en destino, y el ruedo en confesionario emocional. Su carrera, hecha de luz y sombra, refleja las complejidades de un oficio donde cada tarde puede ser la última, pero también la más gloriosa.
MCN Biografías, 2025. "José Luis Feria Fernández «Galloso» (1953–VVVV): Torero de Cádiz que Desafió el Destino con Arte y Altibajos". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/feria-fernandez-jose-luis [consulta: 18 de octubre de 2025].