Mejías Jiménez, Antonio, “Antonio Bienvenida” (1922-1975).


Matador de toros español, nacido en Caracas (Venezuela) el 25 de junio de 1922, y muerto en Madrid el 7 de octubre de 1975. En el Planeta de los toros es conocido por el sobrenombre de “Antonio Bienvenida”. Perteneció a la dinastía torera más importante del siglo XX: era nieto de un famoso banderillero del siglo XX, Manuel Mejías Luján; hijo del célebre matador de toros pacense Manuel Mejías Rapela (“Manuel Bienvenida” o “El Papa Negro”); y hermano de otros cuatro toreros: Manuel Mejías Jiménez (“Manuel -o Manolo– Bienvenida”), José Mejías Jiménez (“Pepe -o Pepote– Bienvenida”), Ángel Luis Mejías Jiménez (“Ángel Luis Bienvenida”), y Juan Mejías Jiménez (“Juan -o Juanito– Bienvenida”).

Antonio Bienvenida, educado en el estricto respeto hacia el mundo del toro que el “Papa Negro” infundió a sus hijos, fue el torero más importante de toda su larga dinastía, y, sin duda alguna, uno de las mayores figuras de la tauromaquia de todos los tiempos. Tras una fértil andadura novilleril, alentada por el apoyo de sus hermanos mayores y sabiamente dirigida por su padre, se presentó en las arenas de la plaza Monumental de Las Ventas (Madrid) el día 3 de agosto de 1939, inscrito en un cartel que completaban los novilleros Joselito de la Cal y Rafael Ortega («Gallito»); entre los tres dieron muerte a un encierro marcado con el hierro de Terrones.

Tres años después, el día 9 de abril de 1942, volvió a comparecer en dicho coso dispuesto a tomar la alternativa. Venía apadrinado por su hermano José (“Pepote Bienvenida”), quien, como prolegómeno de un emotivo mano a mano sostenido entre ambos, le cedió los trastos con los que había de dar lidia y muerte a estoque al toro Cabileño, perteneciente a la legendaria vacada de Miura.

En el transcurso de aquella temporada, cuando aún no llevaba cuatro meses como matador de toros, el toro Buenacara, que había pastado en las dehesas de don Ignacio Sánchez, le infirió una grave cornada en el coso de la Ciudad Condal (26 de julio de 1942). Este percance fue la causa de que Antonio Bienvenida acabase aquella campaña con tan sólo veintiún contratos cumplidos. En la de 1943 toreó veintisiete corridas, y veinticinco en la de 1944, marcando ya desde los comienzos de su carrera una tónica que no habría de abandonar ni en los años en que ocupaba los primeros puestos del escalafón taurino: la de no firmar un número excesivo de contratos.

Durante la temporada de 1945 sólo lidió algún festejo en México, pero en 1946 regresó a los ruedos españoles para intervenir en treinta y una corridas. La campaña siguente estaba llamada a convertirse en la de su consagración definitiva como figura cimera del toreo: el 21 de septiembre de 1947, sobre las arenas de la plaza Monumental de Las Ventas, despachó en solitario un encierro de la ganadería de don Antonio Pérez, ejecutando un toreo que le hizo merecedor de las más rendidas aclamaciones. Acabó esta temporada toreando en Perú y en Ecuador, y regresó de Ultramar para lidiar en suelo español, durante la campaña de 1948, un total de cincuenta y tres corridas, cantidad que no volvió a alcanzar en ninguna otra temporada.

En efecto, en 1949 sólo firmó en España treinta y un ajustes, aunque hizo después algunos paseíllos en Perú y en Venezuela. En la temporada de 1950 toreó diez corridas en la Península Ibérica, y diecinueve en 1951. Tras desplegar su arte por Perú y Colombia, afrontó una nueva campaña española en 1952, año en el que figuró en diecinueve carteles. En 1953 mató treinta lotes, treinta y cuatro en 1954, treinta y cinco en 1955, y treinta y tres en 1956. Volvió a cruzar el Atlántico al acabar la campaña española de aquel año, para intervenir en varios festejos colombianos.

En 1957 hizo el paseíllo en veintinueve ocasiones. El 17 de mayo de 1958, en las arenas de coso madrileño, un toro mansurrón perteneciente al hierro de don Juan Cobaleda le infirió una gravísima cornada en el cuello, a pesar de la cual pudo completar durante aquella temporada un total de veinticuato corridas. En 1960, año en el que tan sólo se anunció en doce carteles, fracasó en el intento de protagonizar una valiente gesta en la plaza de toros de Madrid, el día 16 de junio. Aconteció que, habiéndose anunciado para dar lidia y muerte en solitario a doce toros pertenecientes a diferentes ganaderías, a razón de seis en una corrida vespertina y otros seis en su prolongación nocturna, hubo de retirarse tras haber estoqueado el noveno toro, porque el agotamiento le impedía afrontar la lidia de los tres restantes.

En 1961 firmó diecisiete contratos, y tan sólo trece en la temporada siguiente. Se recobró un tanto en la campaña de 1963, en la que, tras hacer veintiún paseíllos en España, viajó a Venezuela para torear en su ciudad natal. En la temporada de 1964, en la que lidió veinticinco corridas, Antonio Bienvenida protagonizó otra tarde memorable sobre las arenas del madrileño coso de Vista Alegre: encerrado en solitario con seis toros de la ganadería de don Félix Moreno de la Cova, realizó varias faenas espléndidas y obtuvo el galardón de cinco orejas.

En la campaña de 1965 lidió veintisiete festejos, y cincuenta y dos en la de 1966 -año de su primera retirada-, que remató en Lima, Bogotá y Tariba (Venezuela). Un poco antes, el 16 de octubre de dicho año, decidido a abandonar el ejercicio activo de la profesión, compareció ante la afición que más le había apoyado y aplaudido, la de la plaza de Las Ventas. Dispuesto a solemnizar su despedida por medio de otra de sus gestas, Antonio Bienvenida se encerró en solitario con seis toros pertenecientes a diversas ganaderías: uno de Urquijo de Federico, otro de don Graciliano Pérez-Tabernero, otro de doña María Montalvo, otro de don Salvador Guardiola y dos de El Pizarral. Tras rematar el festejo habiendo conseguido tres apéndices auriculares, se cortó la coleta ayudado por su hermano José (“Pepote Bienvenida”).

Después de un paréntesis de cuatro temporadas en la inactividad, el 18 de mayo de 1971 reapareció en las arenas de “su” plaza de Madrid, para conferir el grado de doctor en tauromaquia al coletudo mejicano Francisco Rivera Agüero (“Curro Rivera”), bajo la atenta mirada del espada zamorano Andrés Mazariegos Vázquez (“Andrés Vázquez”), y frente a las reses bravas de don Samuel Flores. Pocos días después, el 30 de mayo, logró un triunfo clamoroso en las misma arenas madrileñas, tras haber despachado cuatro toros por cogida del susodicho Andrés Vázquez, con quien se había anunciado aquella tarde en un emocionante mano a mano. Y aunque salió a hombros por la Puerta de Madrid con cuatro orejas en su haber, culminó esta temporada de 1971 habiendo dado lidia a tan sólo veintisiete lotes.

En 1972, Antonio Bienvenida, firmó veinte ajustes; en 1973, diecisiete; y en 1974, once. El día 5 de octubre de este último año, en el ruedo madrileño de Vista Alegre, convirtió un brindis a su hermano Ángel Luis en el anuncio de su despedida definitiva del toreo. La afición de su tiempo lamentó muy de veras la retirada de uno de los toreros más finos, elegantes y -aparentemente- fáciles que había conocido, y sus compañeros de profesión tardaron mucho en reponerse del vacío que dejaba el torero que más les había defendido dentro y fuera de los cosos. Porque, si bien era cierto que durante el transcurso de la corrida no había nunca nadie en la plaza más atento a los avatares de la lidia que Antonio Bienvenida (torero siempre en la arena y en el callejón, presto como un relámpago al quite salvador tanto como a su propio lucimiento), no era menos verdadero que, fuera de la plaza, su lucha en favor de los espadas menos afortunados había dejado una de las huellas más señaladas al frente del Montepío de Toreros (de hecho, por su labor en la presidencia de esta institución fue condecorado con la Orden Civil de Beneficencia en 1956).Un año después de su sentida retirada, el día 4 de octubre de 1975, sobrevino la inesperada tragedia que aún causa pasmo y desazón entre los buenos aficionados al toreo. Varios miembros de la dinastía “Bienvenida”, en compañía de otros amigos, se hallaban en la finca escurialense de doña Amelia Pérez-Tabernero, tentando algunas vacas y pasando un animado día de fiesta campera. De improviso, una becerra que atendía al nombre de Conocida, después de haber sido encerrada, topó con un portón mal cerrado e irrumpió súbitamente en la pequeña plazuela de la finca. Antonio Bienvenida, que se hallaba descuidado en el ruedo atendiendo a otras faenas de la tienta, recibió por la espalda la tremenda embestida de la vaca, que lo volteó con saña y le propinó un violento revolcón. Al caer al suelo, Antonio sufrió una gravísima lesión vertebral que acabó con su vida al cabo de tres días. Así, una tragicómica ironía del destino se encargó de que uno de los toreros más grandes de todas las épocas, que se había enfrentado con los ganaderos y empresarios de su tiempo porque sólo quería lidiar ganado bravo y con las defensas intactas, viniera a morir a consecuencia de la embestida de una triste vaquilla.