Villaverde y de la Paz, Cirilo (1812-1894).
Narrador, ensayista, periodista, traductor y político cubano nacido en San Diego Núñez (en la provincia de Pinar del Río) el 28 de octubre de 1812 y fallecido en Nueva York el 23 de octubre de 1894. Autor de Cecilia Valdés (1882), una de las tres grandes novelas antiesclavistas de la narrativa cubana decimonónica, está considerado como el padre de la prosa de ficción en la isla antillana.
Vida
Nacido en el pequeño cañamelar de Santiago, pronto se trasladó a la ciudad vecina de San Diego Núñez para cursar allí sus estudios primarios, en los que destacó enseguida por su innata capacidad intelectual. En 1823, con tan sólo once años de edad, pasó a La Habana y, tras completar su formación básica en la escuela de Antonio Vázquez, se matriculó en el colegio del padre Morales para adquirir conocimientos de latín; allí compartió aulas con José Victoriano Betancourt (1813-1875), otro joven estudiante llamado a convertirse en una de las figuras cimeras del artículo costumbrista en Cuba.
Impulsado por su ya manifiesta vocación humanística, ingresó luego en el Seminario de San Carlos para cursar estudios de Filosofía, al tiempo que perfeccionaba sus buenas dotes para el dibujo artístico en la Academia de San Alejandro. Ya en plena juventud, se interesó vivamente por el Derecho y, en 1834, recibió el título de Bachiller en Leyes, lo que le permitió emprender una primera fase de su trayectoria laboral dedicada plenamente al ejercicio de la abogacía. Prestó sus servicios en los bufetes de Córdoba y de Santiago Bombalier; pero al poco tiempo, alentado por su acusada inclinación hacia las Letras, comenzó a publicar sus primeras colaboraciones periodísticas y se consagró a la docencia, actividad que le dejó tiempo libre para el cultivo de la prosa de ficción.
Impartió, en efecto, clases como profesor de literatura en el Colegio Real Cubano y en el Colegio de Buenavista (ambos de La Habana), así como en un centro de estudios de Matanzas conocido como La Empresa. Entretanto, fue publicando numerosas colaboraciones periodísticas, primero en Miscelánea de Útil y Agradable Recreo (donde vieron la luz sus novelas breves «El ave muerta», «La peña blanca», «El perjurio» y «La cueva de Taganana»), y luego en otros muchos rotativos y revistas cubanos, como Recreo de las Damas, Aguinaldo Habanero, La Cartera Cubana, Flores del Siglo, La Siempreviva, El Álbum, La Aurora, El Artista y Revista de La Habana (en los que aparecieron tanto sus textos literarios como sus agudos artículos de crítica). Rodeado, merced a estos escritos primerizos, de un creciente prestigio intelectual, se incorporó a los principales foros y cenáculos literarios de su isla natal (como la famosa tertulia de Domingo López) y pasó a formar parte de la redacción de El Faro Industrial de La Habana, en el que dejó impresos otros relatos suyos que le proporcionaron gran celebridad, como «El ciego y su perro» (1842) y «Generosidad fraternal» (1846).
A mediados de la década de los años cuarenta, las opiniones separatistas de Cirilo Villaverde comenzaron a despertar las sospechas de las autoridades gubernamentales españolas, que pronto le tuvieron catalogado como uno de los principales enemigos políticos dentro del país. Amigo y colaborador del político independentista de origen venezolano Narciso López -que prestó su ayuda a los movimientos de emancipación de Cuba organizados a mediados del siglo XIX en los Estados Unidos de América-, participó en la conspiración de Trinidad y Cienfuegos y, el 20 de octubre de 1848, fue arrestado en su isla natal bajo el cargo de conspiración separatista, aunque logró evadirse del presidio y pasar a territorio norteamericano el 4 de abril de 1849. En los Estados Unidos, donde habría de residir durante la mayor parte de su vida, se convirtió en secretario personal del susodicho Narciso López, quien invirtió todo su esfuerzo y su fortuna en preparar tres expediciones militares a Cuba con el propósito de lograr su independencia. Tras el fracaso de las dos primeras (Round Island, 1849; y Cárdenas, 1850), López desembarcó en Bahía Honda en 1851, donde se halló completamente abandonado, a pesar de los apoyos que se le habían prometido; sostuvo entonces algunos enfrentamientos armados y permaneció huido durante varios días por las montañas, hasta que fue delatado por los habitantes del caserío donde se había refugiado. Tras su inmediata detención, fue conducido a La Habana y sometido a un Consejo de Guerra en el que se le halló culpable del delito de secesión, por lo que fue condenado a morir en el garrote, pena que se ejecutó sin mayor dilación el día 1 de septiembre de dicho año de 1851.
A pesar de la trágica aventura de su amigo, Cirilo Villaverde continuó, desde los Estados Unidos de América, trabajando de forma incansable en pro de la causa separatista. En Nueva York, fue colaborador y más tarde director del rotativo separatista La Verdad; luego pasó a Nueva Orleáns y editó allí el diario El Independiente, cuya mera cabecera dejaba bien manifiesto su ideario político. Hacia mediados de la década de los cincuenta, pasó a Filadelfia (1854), donde volvió a ejercer la docencia en calidad de profesor de Literatura y contrajo nupcias con Emilia Casanova (1855), una mujer bien conocida entre los exiliados cubanos en Norteamérica merced al constante y sostenido apoyo que prestaba a los conspiradores independentistas. A finales de 1855, el matrimonio se instaló en Nueva York, donde Cirilo Villaverde reanudó sus labores docentes en el colegio de M. Peugne, luego continuadas en el ámbito de la enseñanza privada.
La amnistía decretada en 1858 por el gobierno español le permitió regresar a Cuba en el transcurso de aquel mismo año, para emprender allí una vigorosa actividad intelectual que le llevó a hacerse cargo de la imprenta La Antilla, a co-dirigir la publicación literaria La Habana (en la que también ejerció como redactor) y a colaborar en otras publicaciones de gran prestigio y difusión, como la revista Cuba Literaria. Siempre atento a la vida cultural de su nación, fue uno de los valedores de la publicación de los Artículos de Anselmo Suárez y Romero (1818-1878), autor de otra de las tres grandes novelas anti-esclavistas de la literatura cubana decimonónica, titulada Francisco (1838). Completa esta ilustre tríada, junto a su ya mencionada Cecilia Valdés, la narración Sab, de Gertrudis Gómez de Avellaneda, aparecida en suelo español en 1841.
A partir de 1860, ya afincado otra vez en Nueva York, siguió desplegando una intensa actividad periodística como redactor en La América (1861-1862) y colaborador en el Frank Leslie’s Magazine (1863). Su vocación pedagógica le impulsó, en 1864, a abrir en Weehawken un colegio que regentó en compañía de su laboriosa mujer; más no relegó por ello sus intereses políticos, como lo prueba el hecho de su integración, en 1865, en la Sociedad Republicana de Cuba, en cuyo órgano oficial de difusión, la revista Publicaciones, dejó estampados varios artículos. Pasó luego a dirigir La Ilustración Americana (1865-1869), y, en 1868, al estallar la primera Guerra de Independencia en Cuba, se incorporó a la junta revolucionaria (que había fijado su sede en Nueva York). Al tiempo que desarrollaba estas misiones políticas, seguía cultivando con feracidad el periodismo, ya como director del El Espejo (desde 1874), ya como colaborador habitual en otras publicaciones como La Familia, El Avisador Hispanoamericano, El Fígaro y Revista Cubana. Fue célebre la polémica que mantuvo con el político e historiador cubano José Antonio Saco, uno de los más feroces enemigos del proyecto de anexión de Cuba a los Estados Unidos, y al mismo tiempo partidario del establecimiento de un gobierno autonomista en la isla antillana; por su parte, Cirilo Villaverde seguía defendiendo unos criterios anexionistas de raíz patriótica que, a la postre, acabarían derivando hacia el independentismo. Difundió estas ideas políticas en su «Advertencia» y sus «Notas» al folleto de Saco Cuestión de Cuba.
Con el fin de obtener información directa de los movimientos independentistas que estaban en plena ebullición en Cuba a finales del siglo XIX, entre 1888 y 1894 realizó frecuentes viajes breves a su país natal. Inmerso en esta febril actividad, la muerte le sorprendió en Nueva York, en el otoño de 1894, a los ochenta y dos años de edad, sin darle tiempo a conocer la Independencia de su patria.
Obra
Autor fecundo y polifacético, Cirilo Villaverde se sirvió a lo largo de su vida de diferentes pseudónimos con los que enmascaró algunos de sus escritos periodísticos y literarios, como «El Ambulante del Oeste», «Un Contemporáneo», «Simón Judas de la Paz», «Sansueñas» o, simplemente, «V» (inicial de su primer apellido). Al margen de su obra de creación, desplegó una fructífera labor como comentarista del panorama literario cubano de su tiempo, en la que cabe destacar -además de sus numerosos artículos- su prólogo a la edición de la Colección de Artículos satíricos y de costumbres (1847), de José María de Cárdenas, uno de los humorísticas más críticos con la sociedad cubana decimonónica. En su brillante faceta de traductor, vertió al castellano y difundió en Cuba algunas obras tan significativas de la literatura universal como la Autobiografía de David Copperfield (La Habana, 1857), de Charles Dickens; El tamborcito; Amor filial. Libro de lecturas para niños (La Habana: Imprenta Soler, 1857); La hija del avaro (La Habana, 1859); Historia del primer año de la Guerra del Sur (Nueva York: Imprenta de L. Hauser, 1863), de Eduardo A. Pollard; y María Antonieta y su hijo (Nueva York: Appleton, 1878), de Luisa Muhlbach -pseudónimo de la escritora Clara Mundt-. Según parece, también tradujo a su lengua vernácula Los miserables, de Victo Hugo, aunque no se ha conservado este trabajo de Cirilo Villaverde, como tampoco ha quedado rastro de los poemas que escribió a lo largo de su dilatada carrera literaria.
La importancia alcanzada por algunas de las narraciones extensas del escritor de San Diego Núñez propició la traducción de éstas a distintos idiomas de tanto alcance mundial como el inglés, el francés, el alemán y el ruso. Ya en el siglo XX, su obra maestra, la novela Cecilia Valdés, alcanzó una notable difusión internacional merced a la versiones cinematográficas que se hicieron de ella, así como a la zarzuela homónima de Gonzalo Roig. Antes de abordar el estudio de esta gran novela y recorrer, de paso, las distintas etapas que configuraron el quehacer literario de Cirilo Villaverde, conviene ofrecer un apresurado recuento de las obras de creación original (narraciones y ensayos, fundamentalmente) que el escritor cubano vio impresas en forma de libro:
–El espetón de oro (novela cubana). La Habana, 1838; reeditada en varias ocasiones en vida del autor (La Habana, 1839; La Habana, 1859; etc.).-Cecilia Valdés o La Loma del Ángel (novela cubana). La Habana: Imprenta Literaria, 1839; t. I.-Teresa (novela original). La Habana: Imprenta de Oliva, 1839.-La joven de la flecha de oro. Historia habanera. La Habana: Imprenta de Oliva, 1841; publicada aquel mismo año en otra edición impresa en Matanzas.-Compendio geográfico de la Isla de Cuba. La Habana, 1845.-Comunidad de nombres y apellidos (novela original). La Habana, 1845.-El librito de los cuentos y las conversaciones. La Habana, 1847; obra reeditada al cabo de diez años bajo el título de El librito de los cuentos (obra escrita espresamente [sic] para servir de testo [sic] de lectura a niños de siete a diez años de edad). La Habana, 1857.-General López the cuban patriot. Nueva York, 1851.-El señor Sacc con respecto a la Revolución de Cuba. Nueva York: Imp. de La Verdad, 1852.-Dos amores (novela original cubana). La Habana: 1858; editada también en España (Barcelona, 1887).-La revolución de Cuba vista desde Nueva York (informe redactado en julio último para su remisión al Presidente de la República Carlos Manuel de Céspedes, y anotado a tiempo de su publicación en esta fecha). Nueva York, 1869.-Apuntes biográficos de Emilia Casanova de Villaverde. Escritos por Un Contemporáneo. Nueva York, 1874.-El penitente (novela histórica cubana). New York: Manuel M. Hernández, Editor, 1889.-El guajiro (cuadro de costumbres cubanas). La Habana: Imp. La Lucha, 1890.-Palenques de negros cimarrones. Introd. del Diario oficial del rancheador de cimarrones D. Francisco Estévez, en el quinquenio de 1837 a 1842, cafetal último esfuerzo, lomas de S. Blás, partido de S. Diego de Núñez. La Habana, 1890.-Excursión a Vuelta Abajo. La Habana, 1891.
Otras dos obras suyas inéditas en el siglo XIX, La tejedora de sombreros de yarey y La peineta calada, vieron la luz en la capital cubana alrededor de cien años después de su fecha de redacción (La Habana, 1962).
1ª etapa (1837-1839)
La publicación, en Aguinaldo Habanero, de dos narraciones breves de Ramón de Palma (1812-1860), amigo íntimo de Cirilo Villaverde, animó a éste a escribir una serie de «leyendas románticas» que vieron la luz entre las páginas de Miscelánea de Útil y Agradable Recreo en el transcurso del año 1837. Se trata de «El ave muerta», «La peña blanca», «El perjurio» y «La cueva de Taganana», cuatro narraciones tremendistas de acusado aliento romántico, cuyo escasa calidad literaria no ocultaba, empero, su intención manifiesta de captar con su pluma los ambientes característicos de su isla natal y la idiosincrasia de sus nativos. Idéntico esfuerzo quedó bien patente en sus dos relatos siguientes, «Engañar con la verdad» y «El espetón de oro», ambos aparecidos en El Álbum en 1838, y ambientados -respectivamente- en La Habana y la zona rural de la región occidental de Cuba, dos espacios que habrían de convertirse en escenarios recurrentes en sus narraciones posteriores.
Sin duda alguna, el texto más destacable de esta etapa inicial de la producción narrativa de Cirilo Villaverde es «El espetón de oro», un romántico relato de amor y muerte que, localizado en un ámbito rural, mostraba ya el interés del autor de San Diego Núñez por el tema de la esclavitud. Esta historia trágica, recibida con entusiasmo por numerosos lectores, le granjeó un merecido prestigio literario y propició su edición en forma de libro en 1838, lo que convirtió a Villaverde en uno de los primeros narradores de las Letras cubanas que vieron sus obras en los anaqueles de las librerías.
2ª etapa (1839-1842)
Alentado por el éxito de «El espetón de oro», a finales de los años treinta Cirilo Villaverde escribió la primera versión de su celebérrima novela Cecilia Valdés, publicada como un relato -o novela breve- en la revista La Siempreviva. Corría, a la sazón, el año de 1839, y antes de que concluyera este período de tiempo el escritor cubano reeditó, con algunas variaciones, el mismo texto, ahora concebido ya como libro autónomo y anunciado como el tomo primero de una obra mucho más extensa, todavía en proceso de redacción. La segunda entrega de esta historia, que no apareció hasta 1847, no satisfizo plenamente a Cirilo Villaverde, quien, hacia 1858, decidió revisar la suma de lo publicado hasta entonces y refundir todo el material novelesco en una nueva versión -a la postre, editada en un volumen de más de seiscientas páginas- que no estuvo lista hasta 1882; la edición, pues, definitiva de Cecilia Valdés en la que salió de la imprenta neoyorquina El Espejo en este último año.
A pesar del tono melodramático de los hechos narrados y del influjo innegable de la novela romántica europea, Cecilia Valdés presenta unos acontecimientos y unos personajes plenamente arraigados en la realidad cubana decimonónica, hasta el extremo de que el gran poeta y crítico literario Enrique José Varona la definió, en 1894, como «la historia social de Cuba». La novela relata los amores inadvertidamente incestuosos entre la mulata Cecilia Valdés y el rico hacendado Leonardo Gamboa, quien es asesinado por José Dolores Pimienta (un músico mulato enamorada también de la protagonista) al salir de la iglesia en la que acaba de contraer matrimonio con Isabel Ilincheta, una joven perteneciente a su grupo social. El progreso de la trama acaba descubriendo que Cecilia y el malogrado Leonardo, a pesar de sus diferencias sociales, eran hermanos, pues ambos habían sido engendrados por Cándido Gamboa, un comerciante español que había amasado una gran fortuna merced al tráfico de esclavos. El negrero de origen hispano, casado con la criolla Rosa Sandoval, había tenido una hija ilegítima fruto de sus escarceos adulterinos con una criada mulata; años después, el señorito Leonardo Gamboa, que ignoraba estos amoríos de su progenitor, siguió sus mismos pasos y se hizo amante de la joven Cecilia, lo que desencadenó a la postre la truculencia melodramática de la historia narrada. Al hilo de este argumento central, desfilan por las páginas de esta espléndida novela numerosos personajes que reflejan a la perfección los distintos estamentos sociales de la Cuba del siglo XIX, desde Vives, el capitán general de la isla, hasta los esclavos del cafetal de la familia Ilincheta y los que trabajan en el cañamelar La Tinaja, propiedad de los Gamboa.
En 1883, un año después de su definitiva edición neoyorquina, Cirilo Villaverde envió un ejemplar de Cecilia Valdés al escritor canario Benito Pérez Galdós(1843-1929), quien dirigió por vía epistolar al autor cubano estas elogiosas palabras: «He leído esta obra con tanto placer como sorpresa, porque, a la verdad (lo digo sinceramente, esperando no lo interprete V. mal), no creí que un cubano escribiese cosa tan buena«. A pesar del matiz colonialista de este juicio, la valoración positiva de Pérez Galdós se difundió por todos los foros y cenáculos literarios cubanos y acabó consagrando esta obra de Cirilo Villaverde como la novela cubana más importante del siglo XIX, a pesar de los reproches iniciales de una parte considerable de la crítica local, que señalaba varios desajustes en el desenvolvimiento de la trama novelesca y afeaba ciertos descuidos del autor de San Diego Núñez en la expresión lingüística y en la ambientación histórica de los hechos narrados.
Cabe citar también, dentro de esta segunda etapa en la trayectoria literaria de Villaverde, otras obras suyas de notable interés, como las novelas Teresa (1839) y La joven de la flecha de oro (1841); las narraciones breves «Lola y su periquito», «Una cruz negra» y «Amores y contratiempos de un guajiro»; y su magnífico libro de viajes Excursión a Vuelta Abajo, publicado en dos partes (1838 y 1842) que recogen sus impresiones y experiencias obtenidas en sendas excursiones que realizó desde La Habana hasta tierra natal. En ambas entregas, la asombrosa capacidad de Cirilo Villaverde para captar los ambientes, los paisajes y los tipos humanos de su entorno da pie a numerosas situaciones de claro aliento narrativo.
3ª etapa (1842-1847)
En este tercer momento de su quehacer literario, marcado también por su interés en el reflejo animado de la realidad cubana de su tiempo, Cirilo Villaverde contó con la experiencia derivada de su empleo como colaborador fijo del cotidiano Faro Industrial de La Habana, donde acabó dominando a la perfección las técnicas constructivas del folletín por entregas. En dicho rotativo publicó excelentes relatos breves como «El ciego y su perro» -protagonizado por un mendigo y ambientado en los barrios marginales de La Habana-, «Vanidad» y «El misionero de Caroní» -cuento que constituye una excepción entre el conjunto de su obra, ya que su acción no transcurre en Cuba, sino en el sur de Venezuela-; y también otras narraciones de mayor extensión, como «Cartas de Isaura a Indiana», «Generosidad fraternal», «La peineta calada», «Comunidad de nombres y apellidos», «El penitente», «La tejedora de sombreros de yarey» y «Dos amores», obra -esta última- que mereció el elogio unánime de la crítica y gozó del favor de numerosos lectores.
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