Cirilo Villaverde (1812–1894): El narrador revolucionario que forjó la novela cubana desde el exilio

Cirilo Villaverde (1812–1894): El narrador revolucionario que forjó la novela cubana desde el exilio

Vocación temprana y formación humanística en la Cuba colonial

Infancia en San Diego Núñez y descubrimiento de las letras

La historia de Cirilo Villaverde comienza en una Cuba todavía profundamente inmersa en el régimen colonial español, una isla azucarera donde el poder económico y político se entrelazaba con el látigo de la esclavitud. Nacido el 28 de octubre de 1812 en el pequeño ingenio azucarero de Santiago, situado en la jurisdicción de San Diego Núñez, en la actual provincia de Pinar del Río, Villaverde pertenecía a una familia criolla que, aunque modesta, supo brindarle los medios para desarrollar su precoz talento intelectual. Su niñez transcurrió entre los cañaverales y el rumor de los ingenios, una infancia marcada por la convivencia cotidiana con el sistema esclavista que más tarde denunciaría con tanta lucidez y valentía en su obra narrativa.

Desde muy temprano mostró una inclinación natural hacia el estudio. Sus primeros pasos escolares se dieron en la propia localidad de San Diego Núñez, donde su aplicación y capacidad de aprendizaje llamaron la atención de sus maestros. A la edad de once años, en 1823, sus padres lo enviaron a La Habana, la capital del poder colonial en la isla, para continuar su formación. Este cambio de entorno fue decisivo: La Habana no solo ofrecía mejores oportunidades educativas, sino que se presentaba como el escenario donde el joven Cirilo descubriría su vocación definitiva por las letras y las humanidades.

En la ciudad, se matriculó inicialmente en la escuela del maestro Antonio Vázquez, donde consolidó su educación primaria. Luego ingresó en el colegio del padre Morales, institución en la que comenzó a estudiar latín, lengua fundamental en la formación intelectual del siglo XIX. En este colegio coincidió con otro joven prometedor: José Victoriano Betancourt, quien más adelante se convertiría en una de las voces más importantes del costumbrismo cubano. Ambos compartirían inquietudes literarias y políticas, anticipando el desarrollo de una generación intelectual profundamente comprometida con el devenir de su país.

Estudios en La Habana: del latín al derecho

Durante sus años formativos en La Habana, Villaverde amplió sus intereses hacia múltiples disciplinas. Ingresó en el Seminario de San Carlos, uno de los centros educativos más prestigiosos de la isla, donde cursó Filosofía, una materia que entonces servía de base para cualquier carrera intelectual. Al mismo tiempo, perfeccionaba sus habilidades artísticas en la Academia de San Alejandro, lo que revela su versatilidad y sensibilidad estética, aunque no conservaría una obra plástica conocida.

A mediados de los años 1830, su vocación comenzó a tomar un rumbo más definido. Aunque atraído por las humanidades, Villaverde decidió estudiar Derecho, una carrera que le ofrecía prestigio social y posibilidades de intervención pública. En 1834, obtuvo el título de Bachiller en Leyes, lo que le permitió ejercer brevemente como abogado en bufetes reconocidos, como los de Córdoba y Santiago Bombalier. Sin embargo, la práctica jurídica no colmó sus aspiraciones intelectuales ni su sensibilidad humanista. En poco tiempo, la vocación literaria se impuso sobre la abogacía, y Villaverde comenzó a escribir para diversos periódicos y revistas, al tiempo que se dedicaba a la docencia, una labor que nunca abandonaría del todo.

Primeras publicaciones y docencia como forma de vida

La década de 1830 fue clave para la formación del estilo y la identidad de Cirilo Villaverde como escritor. Durante esos años, publicó sus primeros relatos breves en publicaciones como Miscelánea de Útil y Agradable Recreo, donde aparecieron narraciones como “El ave muerta”, “La peña blanca”, “El perjurio” y “La cueva de Taganana”. Aunque estos textos evidenciaban cierta ingenuidad formal y un claro influjo del romanticismo europeo, ya mostraban su temprana voluntad de reflejar la realidad cubana, sus tipos sociales, sus paisajes y, sobre todo, las tensiones derivadas de la estructura esclavista. No eran solo ejercicios de ficción: eran observaciones críticas enmascaradas en el ropaje del cuento.

Villaverde también se destacó como educador, una labor que desempeñó con entusiasmo tanto en La Habana como en otras ciudades como Matanzas. Impartió clases en el Colegio Real Cubano, en el Colegio de Buenavista y en el centro de estudios La Empresa. Esta faceta de su vida no solo le proporcionaba un sustento económico, sino que también le permitía mantenerse en contacto con jóvenes generaciones y difundir sus ideas pedagógicas y literarias. Muchos de sus alumnos lo recordaron como un maestro apasionado y riguroso, que promovía el pensamiento crítico y el amor por la literatura.

Su creciente prestigio intelectual lo llevó a colaborar con otras publicaciones relevantes de la época, como Recreo de las Damas, Aguinaldo Habanero, La Cartera Cubana, Flores del Siglo, La Siempreviva, El Álbum, La Aurora, El Artista y la Revista de La Habana. En todas ellas dejó huella de su estilo narrativo directo, su interés por los conflictos sociales y su habilidad para la crítica. Pronto se integró a los principales cenáculos literarios habaneros, como la famosa tertulia de Domingo López, donde escritores, periodistas e intelectuales debatían sobre el destino de Cuba y la función del arte en la transformación social.

Una publicación clave en su trayectoria fue El Faro Industrial de La Habana, rotativo en el que se consolidó como narrador mediante la publicación de relatos más complejos y maduros, como “El ciego y su perro” (1842) y “Generosidad fraternal” (1846). Estas obras, además de mostrar una evolución estilística, evidenciaban su creciente interés por la miseria urbana, la exclusión social y la moralidad popular. Villaverde comenzaba a perfilarse como un cronista agudo de los contrastes de la Cuba decimonónica.

Su literatura no solo se alimentaba de la observación directa de la realidad, sino también de su creciente compromiso político. Ya por estos años, Villaverde había adoptado una postura crítica frente al régimen colonial, aunque todavía no se había vinculado de forma directa con los movimientos separatistas. Sin embargo, el germen del disenso ya estaba presente en sus textos, especialmente en aquellos que abordaban, aunque fuera de forma indirecta, la violencia del sistema esclavista y la hipocresía de las clases dominantes.

La combinación de estos elementos —educación rigurosa, experiencia docente, participación en la prensa y los círculos literarios, observación de la realidad cubana— forjaron en Villaverde una conciencia literaria y política que se haría cada vez más explícita en las décadas siguientes. Era un escritor comprometido con su tiempo, pero también un forjador del lenguaje narrativo cubano, uno de los primeros en intentar captar la especificidad histórica, racial y social de la isla desde una perspectiva ficcional. Su obra sería, desde entonces, inseparable de su vida.

La semilla de Cecilia Valdés, su gran novela sobre la esclavitud y el mestizaje en Cuba, ya había sido plantada. Solo faltaban los acontecimientos históricos que lo empujarían a transformar la literatura en herramienta de denuncia y la pluma en arma política. Pero eso pertenece a otro capítulo de su biografía.

Emergencia de una voz nacional: literatura, esclavitud y crítica social

“El espetón de oro” y las leyendas románticas

La entrada de Cirilo Villaverde al panorama literario cubano no pasó desapercibida. Aunque sus primeros relatos mostraban una estética romántica heredada de Europa, pronto desarrolló una voz narrativa propia, fuertemente enraizada en la realidad de su país. Entre 1837 y 1839, Villaverde comenzó a forjar una identidad literaria que integraba el lirismo romántico con una mirada crítica sobre los estamentos sociales de la isla, lo que lo convirtió en un pionero de la prosa de ficción cubana.

Durante esta etapa inicial, su obra se nutrió de lo que en la época se conocía como “leyendas románticas”, cuentos breves con un marcado tono moralizante, en los que el amor trágico, la traición, la muerte y la fatalidad eran temas recurrentes. Publicadas en revistas como Miscelánea de Útil y Agradable Recreo o El Álbum, estas narraciones –entre ellas “El ave muerta”, “La peña blanca”, “El perjurio”, “La cueva de Taganana”, “Engañar con la verdad” y “El espetón de oro”– ofrecían a sus lectores escenarios cubanos que combinaban el exotismo de la isla con el drama humano.

Entre todas estas, destacó “El espetón de oro” (1838), una historia centrada en un triángulo amoroso y una muerte violenta ambientada en el mundo rural cubano. Su publicación, tanto en revista como en edición independiente, marcó un hito: fue una de las primeras narraciones cubanas editadas en forma de libro. Más allá de su tono romántico, el relato ponía en evidencia las tensiones entre clases sociales y el papel opresivo de la esclavitud, presentando un entorno lleno de contradicciones morales.

“El espetón de oro” también revelaba la preocupación de Villaverde por representar a Cuba desde una perspectiva nacional, con personajes, paisajes y conflictos propios. Esta voluntad de construir una literatura auténticamente cubana —y no simplemente una réplica de modelos europeos— será uno de los sellos distintivos de su obra y lo colocará como figura fundacional del realismo social en la narrativa del siglo XIX en la isla.

Nacimiento y evolución de Cecilia Valdés

Inspirado por el éxito inicial y animado por colegas como Ramón de Palma, Villaverde se embarcó en la que sería su empresa literaria más ambiciosa: Cecilia Valdés o La Loma del Ángel. Su primer esbozo vio la luz en 1839, en la revista La Siempreviva, como un relato breve. Pocos meses después, el texto fue ampliado y publicado en forma de libro como el primer volumen de una novela más extensa.

Aunque no logró completar la obra de inmediato, Villaverde continuó reelaborándola durante décadas. En 1847 apareció una segunda entrega que, sin embargo, no lo dejó satisfecho. Fue solo en 1882, ya exiliado en Nueva York, cuando publicó la versión definitiva de Cecilia Valdés, una novela de más de seiscientas páginas editada por la imprenta del periódico El Espejo.

“Cecilia Valdés” es mucho más que una historia de amor trágico. Su protagonista, una joven mulata de extraordinaria belleza, se enamora de Leonardo Gamboa, un joven blanco y aristócrata que resulta ser, sin saberlo, su medio hermano. La historia, profundamente melodramática, culmina con el asesinato de Leonardo por parte de José Dolores Pimienta, músico mulato también enamorado de Cecilia, tras descubrirse el incesto involuntario.

Pero el verdadero valor de la novela no radica únicamente en su intriga sentimental. Como señaló el intelectual Enrique José Varona en 1894, Cecilia Valdés es ante todo una “historia social de Cuba”, en la que desfilan personajes representativos de todos los estamentos de la sociedad colonial: desde el gobernador Miguel Tacón hasta los esclavos del cafetal, pasando por comerciantes, curas, músicos callejeros y criollos empobrecidos. Villaverde utiliza la ficción para mostrar el entramado racial, económico y moral que sostenía el orden esclavista y colonial.

El personaje de Cándido Gamboa, padre de Leonardo y Cecilia, es el arquetipo del comerciante español enriquecido mediante el tráfico de esclavos, mientras que los escenarios —La Habana urbana, los cafetales del interior, los espacios de la aristocracia y los barrios marginales— sirven para construir una cartografía social precisa de la isla. El uso del lenguaje también es notable: Villaverde incorpora diálogos en caló y expresiones populares, aportando realismo y musicalidad a la narración.

Aunque Cecilia Valdés fue recibida inicialmente con cierta frialdad por parte de la crítica cubana —algunos señalaron errores en la cronología histórica o incongruencias en la caracterización—, la obra fue ganando prestigio con los años. En 1883, el escritor Benito Pérez Galdós, gran figura de la novela realista española, le escribió a Villaverde para expresarle su admiración: “He leído esta obra con tanto placer como sorpresa, porque, a la verdad, no creí que un cubano escribiese cosa tan buena”. Aunque su comentario tenía tintes paternalistas, contribuyó a legitimar la obra en el ámbito hispánico.

La novela fue traducida al inglés, francés, alemán y ruso, y durante el siglo XX conoció adaptaciones teatrales, cinematográficas y musicales, entre ellas la zarzuela homónima de Gonzalo Roig, estrenada en 1932. Gracias a Cecilia Valdés, Villaverde consolidó su lugar como el narrador fundamental del siglo XIX cubano, al lado de Gertrudis Gómez de Avellaneda, autora de Sab, y Anselmo Suárez y Romero, creador de Francisco, completando así la tríada de las grandes novelas antiesclavistas de la literatura cubana decimonónica.

La prosa antiesclavista como reflejo de una Cuba dividida

El impulso narrativo de Cirilo Villaverde no se detuvo en Cecilia Valdés. A lo largo de los años 1840 y principios de los 1850, escribió otras novelas y cuentos que profundizaban en los mismos temas: el racismo, la desigualdad, la hipocresía social y la urgencia de una reforma estructural en la isla. Obras como Teresa (1839), La joven de la flecha de oro (1841), Comunidad de nombres y apellidos (1845), y Dos amores (1858) retomaban estos motivos, a menudo utilizando tramas sentimentales como vehículo para denunciar las injusticias del sistema colonial.

Al mismo tiempo, Villaverde cultivó el ensayo, la crónica de viaje y la crítica literaria. Su Excursión a Vuelta Abajo (1838-1842), por ejemplo, no solo es un texto de carácter testimonial, sino también una exploración de los paisajes, costumbres y tensiones de la región más occidental de Cuba. La capacidad del autor para describir entornos naturales y tipos humanos reafirma su talento como cronista de la nación.

Este compromiso con la representación crítica de la realidad cubana lo vincula con otros escritores y pensadores de su tiempo, como José Antonio Saco, con quien más adelante mantendría un intenso debate político. Mientras Saco defendía un proyecto autonomista para Cuba, Villaverde evolucionaría hacia posiciones primero anexionistas (pro EE. UU.) y luego claramente independentistas, aunque siempre desde un enfoque republicano y liberal.

Sus escritos de esta etapa, por tanto, deben leerse no solo como obras literarias, sino también como intervenciones políticas. En una isla donde la libertad de prensa estaba severamente restringida, la literatura se convertía en una de las pocas vías para expresar disenso, denunciar abusos y construir una conciencia nacional. Villaverde comprendió esto desde temprano y utilizó su pluma como un arma de crítica y resistencia.

En definitiva, entre 1837 y 1847, Cirilo Villaverde pasó de ser un joven narrador romántico a un cronista incisivo de la Cuba esclavista, un intelectual comprometido con la emancipación de su país, aunque todavía sin militar directamente en la causa separatista. Esta evolución literaria sería la antesala de su implicación política más decidida, que se desataría con fuerza en la siguiente década.

De la conspiración al exilio: el escritor como activista político

Participación en la conspiración de 1848 y fuga a EE. UU.

Hacia mediados de la década de 1840, Cirilo Villaverde ya no era solo un destacado narrador y ensayista. Su voz se había convertido en una presencia incómoda para el poder colonial español. Su literatura no solo denunciaba las desigualdades de la Cuba esclavista; comenzaba también a entrever un proyecto de emancipación nacional. Ese tránsito del escritor al activista fue una evolución natural para alguien que había dedicado su obra a examinar críticamente las estructuras sociales de su país. Pero dar ese paso tendría un precio elevado.

La situación política de Cuba se tornaba cada vez más tensa. La represión del pensamiento liberal, el férreo control de la censura, y el empobrecimiento de sectores criollos contrastaban con el enriquecimiento de la oligarquía esclavista, mayoritariamente aliada al poder peninsular. En este contexto, emergió la figura de Narciso López, un militar venezolano exiliado en los Estados Unidos que concibió un ambicioso plan para liberar a Cuba con el apoyo de fuerzas voluntarias.

Villaverde, ya simpatizante de los ideales separatistas, se integró en la conspiración de Trinidad y Cienfuegos en 1848, una trama subversiva organizada en la isla con el objetivo de preparar un levantamiento contra las autoridades coloniales. La conjura fue descubierta antes de materializarse. El 20 de octubre de 1848, Villaverde fue arrestado por las autoridades españolas bajo el cargo de conspiración separatista, acusado de haber colaborado directamente con emisarios de Narciso López.

Encerrado en un presidio habanero, Villaverde permaneció bajo constante vigilancia durante varios meses. Pero en una acción audaz, logró fugarse de la cárcel y embarcarse clandestinamente rumbo a los Estados Unidos. El 4 de abril de 1849, logró llegar a territorio norteamericano. Este escape marcaría el inicio de su prolongado exilio político, que se extendería por casi toda la segunda mitad de su vida.

Cercanía con Narciso López y los intentos de independencia

Ya en los Estados Unidos, Villaverde se convirtió en uno de los colaboradores más cercanos de Narciso López, quien lo designó como su secretario personal. Desde su nuevo hogar, el escritor cubano se sumergió en los círculos revolucionarios del exilio, muchos de ellos establecidos en Nueva York, Nueva Orleans y otras ciudades del sur norteamericano. Allí, los exiliados cubanos promovían la idea de una Cuba libre, a menudo combinando el ideario independentista con un proyecto anexionista orientado hacia los Estados Unidos.

López organizó tres expediciones militares entre 1849 y 1851 con el objetivo de liberar Cuba del dominio español. Villaverde participó activamente en los preparativos de todas ellas. La primera, en Round Island (1849), fue abortada por presión diplomática. La segunda, en Cárdenas (1850), fracasó tras un breve enfrentamiento con las tropas españolas. La tercera, en Bahía Honda (1851), resultó fatal.

En esta última incursión, López desembarcó con un pequeño contingente esperando recibir apoyo de simpatizantes en la isla. Pero los refuerzos nunca llegaron. Aislado, el grupo resistió durante algunos días, pero finalmente fue capturado. Narciso López fue arrestado, juzgado y ejecutado por garrote vil en La Habana el 1 de septiembre de 1851, convirtiéndose en un mártir de la causa cubana.

Villaverde, al conocer la noticia, quedó profundamente conmocionado. Había perdido no solo a un líder político, sino a un amigo entrañable con quien había compartido sueños, riesgos y derrotas. Su dolor se transformó en escritura. Ese mismo año publicó en Nueva York el panfleto “General López the Cuban Patriot”, donde rindió homenaje al venezolano y expuso las motivaciones ideológicas de la lucha por la independencia. Esta obra, redactada en inglés para captar la simpatía del público estadounidense, fue uno de los primeros testimonios documentales de las expediciones filibusteras desde la mirada de un cubano.

Prensa, exilio y amor revolucionario: matrimonio con Emilia Casanova

Lejos de rendirse, Villaverde intensificó su labor propagandística y política desde el exilio. En Nueva York colaboró con el periódico La Verdad, medio de clara orientación separatista, del que llegó a ser director. Más tarde se trasladó a Nueva Orleans, otro centro importante de exiliados cubanos, donde fundó y editó el periódico El Independiente, una publicación cuya línea editorial hacía honor a su nombre.

En paralelo, comenzó a ejercer nuevamente como docente de literatura, lo que le permitió establecer vínculos con otros intelectuales y educadores del exilio. Fue precisamente en este entorno que conoció a Emilia Casanova, una joven cubana también exiliada, con una férrea vocación política. Casanova, nacida en una familia acomodada de origen habanero, había abrazado la causa separatista con convicción. Era conocida por su militancia activa, sus escritos, y su constante labor de apoyo a los conspiradores.

Villaverde y Casanova se casaron en 1855 en Filadelfia, ciudad a la que se habían trasladado poco antes. Su unión fue más que sentimental: fue también una alianza ideológica, un compromiso compartido con la libertad de Cuba. Emilia no solo fue su esposa, sino también su colaboradora intelectual, su compañera de lucha, y una figura clave en la red de apoyo a los independentistas desde los Estados Unidos.

Ese mismo año, el matrimonio se instaló definitivamente en Nueva York, ciudad que se convirtió en su centro de operaciones literarias, pedagógicas y políticas. Villaverde volvió a dar clases en el colegio de M. Peugne, y más adelante ofreció enseñanza privada en su propio hogar, junto con Emilia. Allí fundaron un pequeño colegio en Weehawken (1864), donde impartían clases a jóvenes cubanos y latinoamericanos exiliados.

Durante esta etapa, Villaverde no abandonó la producción literaria. Escribió obras como “El señor Sacc con respecto a la Revolución de Cuba” (1852) y “Dos amores” (1858), que reafirmaban su visión crítica del régimen colonial y su apuesta por una transformación social profunda. Su literatura se tornaba cada vez más política, cada vez más inseparable de su experiencia vital como exiliado y luchador.

La amnistía decretada en 1858 por el gobierno español le permitió regresar temporalmente a la isla. Villaverde no desaprovechó la oportunidad. Se instaló nuevamente en La Habana, donde retomó su actividad editorial. Fundó la imprenta La Antilla, colaboró en la revista Cuba Literaria y co-dirigió el periódico La Habana. Aprovechó esta estadía para impulsar la publicación de autores como Anselmo Suárez y Romero, y promovió la circulación de textos críticos sobre la esclavitud y el sistema colonial.

Sin embargo, su regreso a la isla fue breve. La situación política seguía siendo inestable y la represión no había desaparecido. A finales de 1859, Villaverde y su esposa regresaron a Nueva York, donde continuaron su vida en el exilio. La etapa cubana le permitió constatar la persistencia de la injusticia social en la isla, lo que reforzó aún más su convicción de que la independencia no podía esperar.

En 1861, comenzó a colaborar con la revista La América, y poco después con el Frank Leslie’s Magazine (1863), consolidando su prestigio como periodista bilingüe. Sus escritos eran leídos tanto por el público hispanohablante como por los lectores estadounidenses, lo que le permitió internacionalizar su mensaje. En 1865, se unió a la Sociedad Republicana de Cuba, y desde sus publicaciones, como La Ilustración Americana (1865-1869), preparó el terreno ideológico para lo que sería la gran insurrección cubana de 1868.

Al cerrar esta etapa, Villaverde no era ya solo el narrador de Cecilia Valdés. Era un intelectual comprometido, un militante revolucionario, un editor incansable, y un puente entre Cuba y su diáspora. Había transformado su exilio en una trinchera cultural y política, y su literatura en un acto de resistencia. La pluma, en sus manos, había dejado de ser únicamente herramienta estética: se había convertido en arma para la libertad.

Una voz transnacional: prensa, pedagogía y regreso temporal a Cuba

Etapa neoyorquina y fundación de escuelas

Durante la segunda mitad del siglo XIX, Nueva York se consolidó como un núcleo vital para la intelectualidad cubana en el exilio, y Cirilo Villaverde fue una de sus figuras más influyentes. Lejos de su patria, pero nunca alejado de sus luchas, Villaverde utilizó cada medio disponible —la prensa, la escuela, la palabra escrita— para continuar la resistencia desde el pensamiento, la educación y el activismo cultural.

En 1864, en compañía de su esposa Emilia Casanova, fundó una escuela en Weehawken (Nueva Jersey), un espacio donde, además de ofrecer formación académica a jóvenes latinoamericanos, se debatían abiertamente las ideas independentistas. El colegio se convirtió en un centro informal de pensamiento patriótico, donde la enseñanza de la literatura y la historia no solo cultivaba el intelecto, sino también la conciencia política.

Villaverde no era un pedagogo neutral. Como educador, creía en el poder transformador de la educación, y en su capacidad para formar ciudadanos libres. Los programas que dirigía incluían literatura cubana y americana, historia comparada, geografía, y ejercicios de escritura orientados a la argumentación política. Era una formación dirigida a futuros líderes del exilio y, eventualmente, de una Cuba liberada.

Paralelamente, Villaverde siguió colaborando con medios de prensa en Nueva York y otras ciudades. Entre 1861 y 1862, participó como redactor en la revista La América, y en 1863, colaboró con el Frank Leslie’s Magazine, publicación en inglés que le permitió llegar a un público más amplio con ideas sobre la situación cubana. Estos textos no eran meras crónicas: eran auténticos alegatos en favor de la causa separatista, redactados con una prosa clara, precisa, y cada vez más política.

Viaje a Cuba tras la amnistía de 1858

El año 1858 representó un breve paréntesis en su exilio. Aprovechando la amnistía proclamada por el gobierno español, Villaverde regresó a La Habana, donde desplegó una intensa actividad intelectual. Si bien su estancia en la isla no fue larga, tuvo un impacto significativo. Su regreso coincidió con un momento de efervescencia cultural, en el que diversos sectores literarios y editoriales buscaban reformular el papel del escritor en la sociedad colonial.

Villaverde no tardó en integrarse en este movimiento. Fundó la imprenta La Antilla, desde donde impulsó la publicación de obras propias y ajenas, con especial énfasis en la literatura antiesclavista. En este contexto, fue uno de los promotores de la reedición de los Artículos de costumbres de Anselmo Suárez y Romero, autor de la influyente novela Francisco. También colaboró activamente en la revista Cuba Literaria, un espacio donde confluían ideas reformistas y estéticas avanzadas.

Durante este periodo, Villaverde también participó en la redacción y dirección del periódico La Habana, un órgano de expresión donde combinó su labor de crítico literario con sus convicciones políticas. Su estilo, incisivo y a menudo polémico, le granjeó tanto admiradores como enemigos. Sus artículos abordaban desde la decadencia del romanticismo hasta los abusos del sistema esclavista, siempre con una mirada crítica hacia las estructuras de poder.

Sin embargo, la Cuba de entonces seguía dominada por una clase criolla esclavista aliada con el poder colonial. El control policial, la censura y la vigilancia hacia los antiguos exiliados lo convencieron de que su permanencia en la isla era insostenible. A finales de 1859, Villaverde regresó a Nueva York, donde se reencontró con Emilia Casanova, retomó sus labores educativas y amplió su acción política.

Publicación y reedición de obras; debates políticos con José Antonio Saco

Ya de vuelta en el exilio, Villaverde redobló su compromiso con la causa cubana desde el ámbito cultural. Una de sus prioridades fue revisar, editar y reeditar sus obras narrativas y ensayísticas. Sabía que su literatura debía estar al servicio de la memoria nacional y de la denuncia del régimen colonial. En este sentido, trabajó incansablemente en la consolidación de su legado literario.

Uno de los momentos más intensos de esta etapa fue la reedición definitiva de Cecilia Valdés en 1882, realizada por la imprenta de El Espejo. Villaverde no se limitó a recuperar el texto original de 1839; lo reescribió, lo amplió, lo actualizó. En esta versión —la más completa y compleja—, incorporó pasajes sobre el funcionamiento del aparato esclavista, diálogos más verosímiles y descripciones detalladas del sistema de castas raciales vigente en la Cuba colonial. Fue una forma de hacer historia desde la ficción.

Pero la palabra escrita también lo llevó a debates públicos. A partir de la década de 1860, Villaverde se vio envuelto en una polémica con el historiador y político cubano José Antonio Saco, defensor de un proyecto autonomista para la isla. Mientras Saco promovía la idea de una Cuba con cierto grado de autogobierno dentro del marco español, Villaverde defendía posturas inicialmente anexionistas —con la mirada puesta en los Estados Unidos— que con el tiempo evolucionaron hacia un independentismo radical y republicano.

Esta confrontación de ideas se plasmó en una serie de artículos y notas que Villaverde publicó como “Advertencia” y “Notas” al folleto de Saco Cuestión de Cuba. En estos textos, no solo rebatía los argumentos históricos del autonomismo, sino que también denunciaba la ambigüedad moral de mantener vínculos con un poder colonial que sostenía la esclavitud. Para Villaverde, cualquier forma de dependencia era incompatible con la justicia, la libertad y el progreso social.

En 1865, integró la Sociedad Republicana de Cuba, organización que promovía la independencia total de la isla bajo un sistema republicano y democrático. Desde su órgano de difusión, la revista Publicaciones, Villaverde escribió algunos de sus artículos políticos más relevantes, combinando su experiencia como narrador con una aguda capacidad de análisis sociopolítico.

Revistas, periodismo y expansión de su influencia

La década de 1860 y principios de 1870 fue un periodo de gran prolífica actividad periodística. Villaverde dirigió la revista La Ilustración Americana entre 1865 y 1869, donde publicó tanto ensayos políticos como crónicas culturales. La revista se convirtió en un referente entre los exiliados y tuvo gran impacto en los lectores cubanos que accedían clandestinamente a sus páginas desde la isla.

En 1868, estalló la Guerra de los Diez Años, la primera gran insurrección armada contra el dominio español en Cuba. Villaverde se unió de inmediato a la junta revolucionaria establecida en Nueva York, desde donde participó en campañas de apoyo, recaudación de fondos, difusión de noticias y coordinación con los combatientes en la isla. Su casa y su imprenta se convirtieron en centro de operaciones revolucionarias.

A la par, siguió escribiendo para revistas como El Espejo (que dirigió desde 1874), La Familia, El Avisador Hispanoamericano, El Fígaro y Revista Cubana. En estos espacios, su estilo alcanzó una madurez notable: equilibraba la denuncia con la elegancia narrativa, el análisis político con el tono literario. Era ya, indiscutiblemente, el decano de las letras cubanas en el exilio.

Sus crónicas también abordaban la situación internacional, los cambios políticos en América Latina, y las tensiones entre las potencias europeas y el continente americano. Era un hombre de mundo, pero siempre con la mirada puesta en Cuba. Esa dualidad —la del intelectual transnacional que nunca deja de pensar en su patria— fue una de sus marcas más distintivas.

Con el paso del tiempo, su figura comenzó a ser reverenciada no solo entre los cubanos exiliados, sino también entre los jóvenes escritores de la isla. Algunos lo consideraban ya como el padre de la novela cubana, y su obra era leída como una forma de memoria viva, como un archivo emocional y social de una Cuba en busca de su destino.

Villaverde no cesó de escribir, enseñar y conspirar. Su vida fue una larga jornada de palabras, ideas y acciones. Y aunque el tiempo comenzaba a pasarle factura física, su mente seguía lúcida, comprometida, ferozmente activa.

El último esfuerzo: entre la lucha y la memoria

Periodismo y agitación revolucionaria en la Guerra del 68

Cuando estalló la Guerra de los Diez Años en 1868, la noticia sacudió profundamente a Cirilo Villaverde, que había esperado durante décadas un alzamiento de semejante magnitud. La sublevación en Yara, encabezada por Carlos Manuel de Céspedes, marcaba el inicio de una etapa nueva y decisiva en la lucha por la independencia de Cuba. Aunque ya con más de cincuenta años, Villaverde se sumó de inmediato a las tareas organizativas del exilio en Nueva York, actuando como una de las voces principales en la articulación del discurso revolucionario desde el exterior.

Como parte de la junta revolucionaria cubana con sede en esa ciudad, Villaverde se convirtió en un operador clave entre los frentes militares de la isla y los círculos políticos e intelectuales del exilio. Escribía sin descanso, organizaba reuniones, buscaba apoyos económicos y diplomáticos, y mantenía una intensa correspondencia con los líderes cubanos en armas. Sus artículos en medios como El Espejo, La Ilustración Americana y Revista Cubana eran leídos con atención tanto en la isla como en la diáspora.

En 1869, redactó y publicó un informe titulado “La revolución de Cuba vista desde Nueva York”, dirigido al propio Céspedes, entonces presidente de la República en Armas. En este documento, Villaverde expresaba tanto su entusiasmo por el levantamiento como sus preocupaciones por las divisiones internas y la falta de claridad en los objetivos del movimiento. Sus reflexiones mostraban una comprensión profunda de los desafíos estratégicos, políticos y morales que enfrentaba la naciente república insurgente.

Ese mismo año, también publicó “Apuntes biográficos de Emilia Casanova de Villaverde”, firmados con el seudónimo “Un Contemporáneo”. Más que un homenaje personal, el texto era una forma de dar visibilidad a la labor de su esposa como activista incansable del exilio, resaltando el papel de las mujeres cubanas en la causa patriótica. Emilia, quien había fundado clubes femeninos independentistas como el Club Las Hijas de Cuba, fue reconocida incluso por el gobierno insurgente por sus contribuciones a la causa.

El matrimonio Villaverde-Casanova representaba una unión de ideales y acción, un modelo singular de compromiso intelectual, afectivo y político que iba más allá de las convenciones de su tiempo. Ambos trabajaban codo a codo en la escuela, en la imprenta, en los comités de ayuda, en los salones literarios y en las manifestaciones públicas, convirtiéndose en una referencia moral dentro del exilio.

Obras finales y traducciones de Charles Dickens y Victor Hugo

A pesar del esfuerzo revolucionario y las tareas organizativas, Cirilo Villaverde nunca abandonó la escritura literaria. Durante las décadas de 1870 y 1880, publicó varias obras que combinaban la crítica social con la exploración narrativa, destacando especialmente por su preocupación por la historia, la moralidad y los conflictos raciales en la sociedad cubana.

En 1889, apareció “El penitente”, una novela de corte histórico que refleja su madurez narrativa. Al año siguiente, en 1890, publicó “El guajiro”, un cuadro de costumbres sobre la vida rural cubana, y también “Palenques de negros cimarrones”, una obra con fuerte carga documental sobre las comunidades de esclavos fugitivos. En 1891, dio a conocer “Excursión a Vuelta Abajo”, en la que recoge impresiones de viaje y observaciones etnográficas de la zona occidental de la isla. Estas publicaciones consolidaron su imagen como cronista de la Cuba profunda, atento a los procesos históricos y a las realidades marginales.

Además de su producción original, Villaverde desempeñó un papel central en la difusión de la literatura universal en Cuba, especialmente mediante la traducción. Entre sus aportes más destacados figuran la versión en español de la “Autobiografía de David Copperfield” de Charles Dickens, publicada en La Habana en 1857, y la traducción de obras pedagógicas como “Amor filial. Libro de lecturas para niños” y “La hija del avaro”.

También tradujo textos históricos y literarios como “Historia del primer año de la Guerra del Sur” de Edward A. Pollard, y “María Antonieta y su hijo” de Luisa Mühlbach, seudónimo de Clara Mundt. Según fuentes contemporáneas, Villaverde habría traducido también “Los miserables” de Victor Hugo, aunque esta versión se ha perdido. Estas traducciones revelan su convicción de que la educación literaria debía tener un carácter formativo, cívico y emancipador, y confirman su rol como puente entre la cultura cubana y la literatura europea.

El influjo de Charles Dickens y Victor Hugo fue más allá de la traducción: ambos autores inspiraron su sensibilidad social, su denuncia de la desigualdad, y su interés por los destinos trágicos de los más vulnerables. Villaverde, como ellos, supo usar la narrativa para despertar conciencias y movilizar afectos, con un estilo que combinaba la emoción romántica con la crítica realista.

Viajes a Cuba, legado póstumo y muerte en el exilio

A finales de su vida, entre 1888 y 1894, Villaverde realizó varios viajes breves a Cuba, motivado por la necesidad de recoger información de primera mano sobre la situación política y social de la isla. Aunque su presencia pasaba inadvertida para muchos, su regreso fue seguido con atención por los sectores intelectuales y por algunos antiguos alumnos, que lo consideraban ya una figura patriarcal de las letras nacionales.

Durante estas estancias, Villaverde no solo recabó testimonios sobre la vida en el campo y la ciudad, sino que también promovió nuevas ediciones de sus obras, revisó manuscritos antiguos, y alentó a jóvenes escritores y periodistas. Estos viajes, realizados con el sigilo propio de un hombre perseguido durante buena parte de su existencia, fueron también una forma de despedida silenciosa de su tierra, que nunca dejó de amar.

La salud de Cirilo Villaverde comenzó a deteriorarse hacia 1893. A pesar de ello, continuó escribiendo y participando en tertulias del exilio. Mantuvo su columna en El Espejo, asistió a actos patrióticos, e incluso proyectó nuevas obras que no pudo concluir. La noticia de su fallecimiento en Nueva York, el 23 de octubre de 1894, a cinco días de cumplir los 82 años, conmovió a la comunidad cubana dentro y fuera de la isla.

Murió sin haber visto la independencia de Cuba, que solo se materializaría oficialmente en 1902, y tras una guerra devastadora que culminó con la intervención estadounidense en 1898. Sin embargo, su legado ya era insoslayable: había sido el arquitecto de la novela cubana moderna, un periodista comprometido, un educador incansable, y un revolucionario de las letras.

Su obra maestra, Cecilia Valdés, continuó siendo reeditada, adaptada y discutida durante todo el siglo XX. La zarzuela homónima de Gonzalo Roig, estrenada en 1932, convirtió a la novela en parte del patrimonio musical cubano. Las versiones cinematográficas de mediados del siglo XX llevaron su historia a nuevos públicos, y los estudios literarios más recientes la han revalorizado como una obra clave para entender no solo la literatura de la colonia, sino también las complejidades del mestizaje, la esclavitud y el poder en la historia de Cuba.

Villaverde fue también objeto de numerosas biografías, reediciones críticas y homenajes. Autores como Enrique José Varona, Cintio Vitier, y más recientemente, estudiosos como Roberto Friol, han analizado su influencia en la narrativa cubana y su papel como intelectual de frontera, que supo combinar el romanticismo europeo con una sensibilidad profundamente americana.

Hoy, su figura representa la síntesis del intelectual comprometido con su época, capaz de ver en la literatura no solo una forma de arte, sino un instrumento de transformación social. Su vida —cruzada por la cárcel, el exilio, la lucha armada y el trabajo pedagógico— encarna el dilema del escritor latinoamericano del siglo XIX: vivir entre la pluma y la espada, entre la cátedra y la revolución.

La memoria de Cirilo Villaverde permanece viva en cada relectura de Cecilia Valdés, en cada evocación del periodismo independentista, y en cada intento por narrar la historia de Cuba desde la justicia, la libertad y la dignidad.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Cirilo Villaverde (1812–1894): El narrador revolucionario que forjó la novela cubana desde el exilio". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/villaverde-y-de-la-paz-cirilo [consulta: 29 de septiembre de 2025].