Pérez Galdós, Benito (1843-1920).
Novelista y dramaturgo español, nacido en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843, y muerto en Madrid el 4 de enero de 1920. Máximo representante -junto con Leopoldo Alas Clarín, «Clarín»- de la corriente realista que dominó la narrativa española de la segunda mitad del siglo XIX, Pérez Galdós está unánimemente reconocido como uno de los mayores novelistas de la literatura en lengua castellana.
Vida
Décimo hijo de una familia acomodada de origen vasco (su padre era Teniente Coronel del ejército), fue desde su infancia un niño retraído y observador que manifestó una temprana vocación por la lectura, la música y el dibujo. En 1862, unos amores con una prima, desaprobados por su familia, impulsaron a sus padres a enviarle a estudiar Derecho a Madrid, adonde llegó en otoño de dicho año.
A su llegada, el joven se sintió fascinado por la capital, de la que se convirtió en uno de sus mejores retratistas. Pronto sustituyó las clases por la vida literaria: comenzó a asistir a las sesiones del Ateneo y a tertulias más prestigiosas, como las de los cafés de Fornos o Suizo; publicó artículos periodísticos en La Nación y El Debate; y mostró una temprana inclinación al teatro (probó fortuna con algunos dramas y comedias tales como La expulsión de los moriscos, Quien mal hace bien no espere, El hombre fuerte y Un joven de provecho). Asimismo, tomó contacto con el joven movimiento krausista español, cuyo creador, Giner de los Ríos, Francisco, lo incitó a escribir novelas. En 1868, el joven Benito se decidió a probar fortuna con la narrativa. Así, en 1870 apareció La Fontana de Oro, novela histórica ambientada en las luchas entre absolutistas y liberales del período de Fernando VII, que tanto tenían en común con el período posterior a «La Gloriosa» en el que apareció la novela.
El éxito lo impulsó a seguir por el mismo camino. No llegó a terminar la carrera de leyes, pues su dedicación a la literatura pasó a ser plena y sólo se vio interrumpida por largos viajes a lo largo de España y de otros países. Solterón empedernido, mantuvo varias relaciones amorosas que nunca dieron qué decir al mundillo madrileño, ni siquiera la mantenida con la Emilia Pardo Bazán, descubierta a raíz de la correspondencia que mantuvieron. De entre sus amadas, se conocen los nombres de Concha-Ruth Morell, Lorenza Cobián González, y la que sería su último amor, Teodosia Gandarias. Del amor que mantuvo con la segunda de las mencionadas, nació una hija llamada María.
Su ideología progresista marcó sus novelas desde el comienzo. Así, la imagen que ofreció de los absolutistas en La Fontana de Oro marcó la pauta para una serie de personajes negativos de ideología conservadora que llenan sus primeras novelas; de entre ellos destaca la protagonista de Doña Perfecta, monstruosa síntesis del fanatismo religioso y la ideología ultraconservadora. Posteriormente, el perfeccionamiento de su técnica narrativa le llevó a abandonar este maniqueísmo extremo, aunque en la vida mantuviera una posición cada vez más radical, lo que le llevó al Congreso de los Diputados en dos ocasiones: la primera en 1886, por el partido liberal de Sagasta, y la segunda en 1907, por los republicanos. En 1909, llegó a ser, junto con Pablo Iglesias, cabeza de la coalición social-republicana.
Su ideología le causó numerosas críticas entre los sectores más conservadores de la sociedad española. Críticas que, si bien no impidieron su entrada en la Academia en 1889, sí que dinamitaron su candidatura al Premio Nobel en 1912. Sin embargo, la ideología nunca fue óbice para que mantuviera profunda amistad con Marcelino Menéndez y Pelayo, conocido por su conservadurismo a ultranza, y, más aún, sus amoríos con la Pardo Bazán, que tampoco destacó nunca por su liberalismo.
A partir de 1892, decidió volver al teatro adaptando novelas propias para, más adelante, componer ex-profeso para la escena. Su obra dramática supuso el primer intento de romper con la dramaturgia post-romántica que imperaba en la cartelera madrileña.
Sus últimos años fueron tristes: ciego, hubo de ser cuidado por una hija habida de una de sus relaciones y conoció ciertas dificultades económicas, así como un desprecio general por su obra en medio del intento de superación del realismo que se dio en los primeros años del siglo.
Obra
La obra de Pérez Galdós se divide en dos apartados, que corresponden a la novela y al teatro. Aparte quedan sus numerosos artículos periodísticos, no demasido bien estudiados; en 2004, los especialistas José Carlos Mainer y Juan Carlos Ara Torralba reunieron gran parte de estos escritos en un volumen titulado Prosa crítica.
Narrativa
A pesar de lo abundante de su producción, no fue Galdós dado a escribir sobre el modo de novelar. Tan sólo un artículo, publicado en 1870 y titulado «Observaciones sobre la novela contemporánea en España» permite establecer algunos elementos teóricos, toda vez que en escritos como los prólogos a La Regenta, de «Clarín», o a El Sabor de la Tierruca, de Pereda, así como en su discurso de ingreso en la Academia, apenas va más allá de lugares comunes sobre el realismo y el naturalismo.
En el citado artículo, propone el autor como base de la novela la observación de un grupo social concreto, en su entender la burguesía urbana, y de sus ideales y aspiraciones. Al mismo tiempo, considera necesario desdeñar la novelística romántica, basada en prototipos y no en la observación de la realidad. Como maestros en el arte de narrar, destacó siempre Galdós a Balzac y a Dickens, al que llegó a traducir, aunque a partir de una versión francesa.
La novelística galdosiana presenta dos vertientes: la de las novelas independientes y la de los Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas en las que retrata la historia de la España del siglo XIX, agrupadas en cinco series de diez novelas, la última de las cuales no llegó a concluir.
Respecto de las novelas independientes, las primeras muestran ya a un gran novelista, aunque todavía adolezcan de ciertos elementos procedentes de la novela romántica de corte folletinesco, así como de un excesivo maniqueísmo ideológico que irá limándose en obras posteriores. Son estas obras La Fontana de Oro (1870), La Sombra (novela de carácter fantástico en la que, a pesar de apartarse de la línea general de lo que va a ser la obra de Galdós, introduce el personaje del loco, que desarrollará en la siguiente y que reaparecerá con frecuencia en sus obras como portavoz de la verdad o como manera de mostrar, a través de lo deforme, lo absurdo de la realidad), y El Audaz, que se publica, como la anterior, en 1871 y que retoma el asunto histórico y la cuestión ideológica de la defensa de la libertad contra el absolutismo.
La preocupación política y la tesis social, que sigue adoleciendo de cierto maniqueísmo, son los puntos fundamentales de sus siguientes obras, ambientadas ya en época contemporánea y, aunque todavía no se centren en la vida madrileña, cosa que sucederá más adelante. Son Doña Perfecta (1876), Gloria (1877), La Familia de León Roch y Marianela, ambas de 1878.
Tras un breve paréntesis, en 1881 publica La Desheredada, novela que marca el inicio de una segunda etapa, llamada habitualmente «etapa central» o «etapa naturalista». En ésta, el escenario va a ser habitualmente Madrid y los personajes se van a mover dentro del amplio espectro de la burguesía capitalina, desde los comerciantes ricos a los nuevos nobles, pasando por la nube de funcionarios que intentan aparentar lo que no tienen. El nombre de «naturalista» se debe a ciertas concomitancias observables entre estas novelas y las del naturalismo francés, observable en el determinismo de La Desheredada o Lo Prohibido (1884-85) o en la incorporación de determinadas descripciones desagradables, pero, básicamente, la visión de Galdós no es la de la novela naturalista, sistemáticamente pesimista y más preocupada por ser documento que obra literaria. A La Desheredada seguirán El Amigo Manso (1882), El Doctor Centeno (1883), Tormento y La de Bringas (ambas de 1884). Con El Doctor Centeno inicia el autor una técnica que tendrá amplia continuación a lo largo de su obra: el retorno del personaje. Felipín Centeno, aparecido en Marianela, se convierte en coprotagonista de esta novela junto con Alejandro Miquis, hermano del médico Augusto Miquis, que aparece en La Desheredada y que ha de aparecer en varias novelas más. Asimismo, aparecen otros personajes que han de tener parte principal en obras posteriores. De esta manera, logra el autor dar a su obra una sensación de unidad y verosimilitud mayor.
Al tiempo, comienzan a aparecer técnicas nuevas que demuestran a un narrador más maduro: monólogo interior, estilo indirecto libre, personaje narrador, diferentes perspectivas a través de diferentes personajes, todo ello al servicio de una mayor introspección en el análisis de los personajes. Paulatinamente, van a ser éstos quienes nos muestren la realidad a través de sus propias vivencias y reflexiones. De la misma manera, la introspección de los protagonistas ofrece una perspectiva diferente de los problemas de éstos. Dicha introspección se manifiesta, al tiempo, en el escenario, que pasa de las calles a los interiores, cuidadosamente descritos con frecuencia. Dentro del experimentalismo que supone la utilización de estas nuevas técnicas, es de destacar El Amigo Manso, en la que la introspección de un personaje creado y destruido por el narrador prefigura las «nivolas» unamunianas.
Capítulo aparte merece Fortunata y Jacinta (1887), la más lograda de las novelas del autor, en la que el fresco de la sociedad madrileña es más amplio. La historia enfrenta a dos mujeres enamoradas del mismo hombre, Juanito Santa Cruz, prototipo del señorito gandul que malgasta el dinero que sus padres, comerciantes del centro de Madrid, han conseguido ahorrar. En este triángulo el autor refleja la situación nacional en la que todo se destruye sin aprovecharlo: Juanito abandona a Fortunata, muchacha de clase baja que hubiera sido feliz y útil casándose con alguien similar a ella, para casarse con su prima Jacinta, con la que le sólo le une un cierto afecto y que, además, no puede darle los hijos que, en cambio, le da Fortunata. Todo ello aparece enmarcado en el Madrid de los años que van desde «La Gloriosa» (1868) a la Restauración (1875), años en los que, como en la novela, todas las esperanzas de regeneración nacional se frustraron. La complicada trama de esta obra recorre la mayor parte de la ciudad y refleja un número de estados sociales mucho mayor que el del resto de la obra galdosiana.
Benito Pérez Galdós. Fortunata y Jacinta
Después de Fortunata y Jacinta, publica Galdós Miau (1888), La incógnita, Torquemada en la hoguera y Realidad (las tres de 1889) y Ángel Guerra (1891). En esta etapa de su producción, comienza a cobrar importancia el mundo de lo soñado, que se mezcla con lo real de modo que los protagonistas llegan, en su introspección, a vivir en mundos aparte del presente. No se trata ya tanto de locos como los arriba comentados cuanto de personas que viven con una obsesión sobrenatural que mezclan con su vivir cotidiano. Es el caso de las apariciones de Dios a Luisito Cadalso en Miau, la convicción de Torquemada de que un San Pedro de talla al que tiene particular devoción se ha encarnado en un sacerdote conocido suyo o las manías místicas de las protagonistas de Miau o Ángel Guerra. El tema religioso, que obsesionó siempre a Galdós, se manifiesta desde estas novelas como una fuente de consuelo ante una realidad de la que se quiere huir y, al mismo tiempo, una forma de conducta civil que impulsa a obrar por el bien de los demás, tal y como obra el Orozco de La incógnita y Realidad, novelas que suponen, además, el retorno a la perspectiva múltiple y la utilización de técnicas que, como la epistolar, o la dramática, permiten demostrar lo difícil de conocer, precisamente, la realidad.
La figura del usurero, que tiene su encarnación galdosiana en Torquemada -personaje que ya había aparecido en Fortunata y Jacinta y en Lo Prohibido-, da lugar a una tetralogía integrada por las novelitas tituladas Torquemada en la hoguera (1889), Torquemada en la cruz (1893), Torquemada en el Purgatorio (1894) y Torquemada y San Pedro (1894). El protagonista logrará, al paso del tiempo, ascender socialmente hasta ser marqués y senador del reino, aunque continúe siendo tan primitivo como en sus orígenes y se niegue a cualquier tipo de evolución interna a pesar de estar atormentado por dudas espirituales. La actitud del usurero, opuesta a la evolución espiritual del protagonista de Ángel Guerra, sirve como transición a la siguiente etapa de la novelística de Galdós, que se suele fechar en 1892 con la publicación de Tristana. A ésta seguirán Nazarín y Halma, continuación de la anterior, ambas de 1895, y Misericordia (1897). En esta etapa, los problemas éticos que plantean las novelas se entrecruzan con la cuestión de la realidad imaginada frente a la vivida. De ellas, destacan especialmente Nazarín y Misercordia, que presentan a dos héroes al margen de la sociedad burguesa en la que, hasta entonces se había movido: la primera es un sacerdote que decide irse por los pueblos a predicar el Evangelio y a vivir según la doctrina de Cristo, lo que le llevará a chocar con el entorno, que no cree en su mensaje y que, además, lo maltrata. El recorrido por pueblos cercanos a Madrid se presenta como un itinerario quijotesco en el que el protagonista no puede sino sucumbir.
Misericordia está protagonizada por la criada «Benina», que, vista la situación de miseria en la que vive su señora, decide ponerse a pedir limosna para mantenerla. La figura de la sirvienta mendiga se engrandece hasta ser equiparada con la de Jesucristo en las páginas finales de la novela. Como en las obras anteriores, tenemos aquí dos realidades paralelas, la constituida por las excusas con las que la criada justifica ante su señora el dinero obtenido de limosna (que acabarán cruzándose en la realidad) y la que el moro Almudena, mendigo amigo de «Benina», cuenta a la protagonista sobre tesoros ocultos bajo tierra que podrían conseguir mediante ensalmos, que también acabarán haciéndose realidad, aunque por muy diferentes caminos y para muy diferentes fines.
A partir de 1892, Galdós vuelve al teatro y desde 1898 a los Episodios Nacionales, lo que le deja poco espacio para novelas independientes. Son las últimas de éstas El Abuelo (1897) Casandra (1905), El caballero encantado (1909) y La Razón de la Sinrazón (1915). En ellas, el mundo imaginado triunfa sobre el real anticipándose a la búsqueda de consuelo de Unamuno en aquello que uno quiere creer.
La redacción de los Episodios Nacionales ocupó al autor desde 1873, año en que publicó el primero de ellos, Trafalgar, hasta 1912, fecha de Cánovas, el último que el autor llegó a concluir. De las cinco series que forman la colección, las dos primeras (correspondientes a la Guerra de la Independencia y al reinado de Fernando VII, respectivamente) pasan por ser las mejores, toda vez que presentan dos historias unitarias: las de Gabriel Araceli en la primera y la de Salvador Monsalud en la segunda (aunque en ésta aparezcan ya varios protagonistas más, como Juan de Pipaón o Genara de Barahona, que permiten conocer desde varios puntos de vista la problemática situación nacional de la época fernandina). La segunda serie fue concluida en 1879 y el autor decidió no continuar, arguyendo la excesiva cercanía de los hechos del reinado de Isabel II, hasta cuya proclamación llegaba el último episodio publicado (Un faccioso más y algunos frailes menos). Dicha cercanía le habría impedido realizar una obra ecuánime desde el punto de vista histórico. Hasta 1898 no vuelve a ocuparse de los Episodios; en efecto, en este año sale a la luz Zumalacárregui, primero de los dedicados a las guerras carlistas y a la minoría de Isabel II. En esta serie y en las dos restantes, los protagonistas varían y no tienen siempre la misma conexión de las dos primeras series. Además, la técnica narrativa no es ya la misma, sino que el mundo del ensueño invade también a los personajes (así, el enloquecido escribano que redacta una historia de España como él cree que debería ser) y lo problemático de la realidad se manifiesta a través de la presencia, sobre todo en la quinta serie, de personajes simbólicos como la musa Clío, que acompaña al protagonista durante el breve reinado de Amadeo de Saboya. Por otra parte, tampoco nos encontramos con una técnica narrativa unitaria, sino que las memorias y las novelas en tercera persona se mezclan con casos como las novela epistolar, de la que es excelente ejemplo La Estafeta Romántica.
Benito Pérez Galdón: Episodios Nacionales. Bailén.
Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales. Trafalgar.
Teatro
Tras los intentos iniciales citados, Galdós retorna al teatro en 1892. Su afición por el género y la técnica dramática se puede apreciar en las frecuentes referencias e, incluso, en las escenas dialogadas de novelas como La Desheredada o Realidad. Así, en 1892 estrena Realidad, adaptación de la novela homónima, a la que siguen, en 1893, La loca de la casa, que constituyó un éxito, así como Gerona, adaptaciones ambas de las novelas homónimas. A estas siguieron La de San Quintín (1894), Los condenados (1895) y Voluntad (1895). En 1896 vuelve a adaptar una de sus novelas, Doña Perfecta, con la que también cosecha un notable éxito.
No volverá Galdós al teatro hasta 1901, año del estreno de Electra, que constituyó un éxito que fue acompañado de un resonante escándalo. A ésta seguirán Alma y vida (1902), Mariucha (1903), y El abuelo (1904), de nuevo adaptación de novela y de nuevo al servicio de la toma de conciencia ante el estado social del país. En El abuelo, como antes en Mariucha, se critica el orgullo de casta que impide a los nobles arruinados ganarse la vida trabajando y, simultáneamente, el orgullo de sangre, toda vez que al abuelo abandonado no lo acompañará en su huida sino la nieta bastarda que no pertenece a su estirpe.
Posteriores son Bárbara y Amor y Ciencia (1905), Zaragoza (1907), Pedro Minio (1908) y Casandra (1910), su mejor obra dramática, de nuevo adaptación de una novela y de nuevo ataque a la religión mal entendida.
Sus últimas obras serán Celia en los infiernos (1913), Alceste, tragicomedia de 1914, Sor Simona (1915), El tacaño Salomón (1916) y Santa Juana de Castilla (1918). Póstuma, y concluida por los Hermanos Álvarez Quintero, se representó Antón Caballero en 1921.
Bibliografía
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CASALDUERO, Joaquín: Vida y Obra de Galdós (1843-1920), Madrid, 1961.
-
GULLÓN, Ricardo: Galdós, novelista moderno, Madrid, 1987.