González Lucas, Luis Miguel, o «Luis Miguel Dominguín» (1926-1996).
Matador de toros español, nacido en Madrid el 9 de diciembre de 1926, y fallecido en San Roque (Cádiz) el 8 de mayo de 1996. En el planeta de los toros es conocido por el sobrenombre de Luis Miguel «Dominguín», remoquete que heredó de su padre, el diestro toledano Domingo González Mateos. Miembro de una de las sagas taurinas más importantes del siglo XX, fue hermano de otros dos matadores de toros que también adoptaron como nombre artístico el apodo paterno: Domingo González Lucas («Dominguín») y José González Lucas («Pepe Dominguín»). Por su dominio de las técnicas del toreo, su calidad artística y su acusada personalidad dentro y fuera de las plazas, está considerado como una de las grandes figuras de la tauromaquia universal. A partir del día 1 de febrero de 1990, fecha en que se publicó en el Boletín Oficial del Estado un Real Decreto favorable a la petición del torero, Luis Miguel González Lucas pasó a llamarse oficialmente Luis Miguel Dominguín González, dando así carta de naturaleza legal al sobrenombre taurino que habían ostentado todos los miembros de su saga torera.
Todas las circunstancias eran propicias para que el jovencísimo Luis Miguel se decantara desde niño por seguir la profesión paterna. Así, aprovechando las buenas relaciones de su padre con destacados personajes del mundillo taurino, comenzó a visitar la ganadería escurialense de Méndez, en la que se midió por vez primera con algunas becerras. Pronto comenzó a participar en tientas y festivales, y el día 25 de junio de 1937, cuando aún no había cumplido los once años de edad, se vistió de corto en el coso lisboeta de Campo Pequeno, para lidiar una becerra en compañía de uno de sus hermanos mayores.
En la campaña de 1939, en las arenas de la plaza de toros de Jaén, estrenó su primer terno de luces. Un año después (concretamente, el día 11 de agosto de 1940), todavía en calidad de becerrista, se presentó por vez primera ante sus paisanos madrileños. Y durante la temporada de 1941 se fue curtiendo en la lidia merced a una serie de becerradas y novilladas que toreó en tierras hispanoamericanas, a las que se había trasladado en compañía de su padre y sus hermanos. Tan llamativa resultaba su precocidad, que en la plaza de toros de Bogotá (Colombia), el día 23 de noviembre de 1941 (es decir, cuando el joven Luis Miguel aún no había alcanzado los quince años de edad), se anunció en un cartel con cuatreños del hierro de Montero, para recibir un simulacro de alternativa de manos del espada toledano Domingo López Ortega («Domingo Ortega»), que se avino a este montaje por los estrechos lazos que le unían al clan de los «Dominguines» (había sido descubierto y apoderado por el padre de Luis Miguel, Domingo González Mateos). Naturalmente, esta prematura alternativa no tenía ninguna validez en suelo español, por lo que Luis Miguel Dominguín regresó a la Península para volver a enfrentarse, durante la campaña de 1942, a la lidia de novillos, a pesar de que en tierras colombianas había intervenido en cinco corridas de toros.
El día 5 de septiembre de 1943 volvió a hacer el paseíllo a través del redondel de la plaza Monumental de Las Ventas (Madrid), esta vez para tomar parte en su primera novillada asistida por el concurso de los varilargueros. Se jugaron aquella tarde cinco utreros pertenecientes al hierro de Cobaleda y un novillo marcado con la señal de García Boyero, en cuya lidia intervinieron, además de Luis Miguel, los jóvenes novilleros Rafael Perea («Boni») y «Angelete». Así las cosas, después de haber tomado parte en otras veinticinco novilladas picadas durante la primera mitad de la temporada de 1944, el día 2 de agosto del referido año se vistió de luces en La Coruña, para recibir allí el doctorado de manos del susodicho matador toledano Domingo López Ortega («Domingo Ortega»); el cual, bajo la atenta mirada del hermano mayor de Luis Miguel, Domingo González Lucas («Dominguín»), que comparecía en calidad de testigo, cedió al toricantano los trastos con los que había de muletear y estoquear a Cuenco, un morlaco criado en las dehesas de Samuel Hermanos.
Tras completar aquella campaña de 1944 con un total de nueve corridas de toros en su haber, Luis Miguel Dominguín dio inicio a la de 1945 con la intención de presentarse en Las Ventaspara confirmar su grado de doctor en tauromaquia ante la primera afición del mundo. Y, en efecto, el día 14 de junio de aquel mismo año hizo de nuevo el paseíllo a través de la arena madrileña, acompañado esta vez por el espada cordobés Manuel Rodríguez Sánchez («Manolete»), que comparecía en calidad de padrino, y por el coletudo sevillano José Luis Vázquez Garcés («Pepe Luis Vázquez»), que había de atestiguar la confirmación de alternativa del joven matador madrileño. El toro que hizo posible aquella ceremonia, criado en las dehesas de don Antonio Pérez, atendía a la voz de Secretario.
A partir de entonces, la figura de Luis Miguel Dominguín se fue agigantando en el desolado panorama taurino de la posguerra, al tiempo que iba eclipsando en la valoración de los aficionados el recuerdo de los triunfos de su padre y las presencias de sus dos hermanos mayores (que acabarían por convertirse en empresarios y trabajar al servicio de la imparable carrera de Luis Miguel). Pronto se vio que sus cualidades dentro y fuera de los ruedos habían de convertirle en una de las personalidades más destacadas de la realidad socio-cultural hispánica, en cualquiera de sus facetas, aunque tal vez no se intuyera desde un principio esa desmesurada proyección internacional que en poco tiempo alcanzó su peripecia vital, y no sólo en lo tocante al ámbito taurino. Amigo de artistas e intelectuales de reconocido prestigio universal, en determinados círculos fue considerado como uno más de ellos, con lo que situó al Arte de Cúchares en el mismo plano en que podían hallarse el cine, la pintura o la literatura. A todo ello contribuyeron no sólo sus virtudes como matador de toros, sino la inevitable dimensión propagandística con que solía acompañar todos sus actos públicos y, desde luego, el constante ejercicio de sobreafirmación de personalidad de que hacía gala en cualquier circunstancia.
Pero lo cierto es que, en su trayectoria profesional, brilló con luz propia en el conocimiento del oficio y, consecuentemente, en el dominio al que era capaz de someter a cuantas reses caían bajo el mando de sus engaños. Largo de repertorio, aunque demasiado austero para ser encuadrado en la categoría de los diestros artistas, tan pronto era capaz de ejecutar una faena técnicamente irreprochable como de salvar un difícil compromiso por medio de ciertos recursos de lidiador campero, de los que sabía echar mano cuando resultaban imprescindibles.
A la conclusión de la campaña en que había confirmado su alternativa, Luis Miguel Dominguín había cumplido cuarenta y un contratos. En la temporada de 1946 alcanzó la cabeza del escalafón superior, después de haber toreado setenta y dos corridas, y en la siguiente campaña (en la que tuvo lugar la trágica cogida de «Manolete», en un cartel en el que también figuraba Luis Miguel Dominguín) llegó a vestirse de luces en setenta y tres ocasiones. Al término de la temporada de 1948 volvió a situarse en el primer puesto del escalafón de los matadores de toros, después de haber cumplido los cien ajustes acordados. En 1949 toreó setenta y siete corridas, para pasar a continuación a Hispanoamérica, donde extendió su toreo por Perú, Venezuela, Colombia y Ecuador. Precisamente en el transcurso de dicha temporada (concretamente, el día 17 de mayo de 1949) efectuó uno de esos alardes propagandísticos que tanta difusión alcanzaron, cuando en la plaza de toros de Madrid, después de haber ejecutado una soberbia faena, levantó en alto el dedo índice de su mano derecha y se proclamó a sí mismo el número uno del toreo de su tiempo. Otra de sus extravagancias dentro de un coso consistió en ordenar a uno de sus picadores que desmontase de su cabalgadura, para encaramarse él sobre el penco y ejecutar, acto seguido, la suerte de varas.
El primer bache de esta vertiginosa y agresiva carrera tuvo lugar durante la temporada de 1950, en la que sólo intervino en cuarenta funciones. Y aunque a la conclusión de la campaña de 1951 parecía haber alejado cualquier sombra de declive (pues volvió a colocarse en el primer puesto del escalafón, con noventa y ocho festejos toreados), durante aquella temporada de 1951 y a lo largo de la de 1952, tal vez molesto con el progresivo aumento de sus detractores (que lo eran más de su irritante personalidad que de su estilo artístico), no quiso comparecer en Las Ventas; a pesar de ello, acabó el año de 1952 con cincuenta y seis corridas en su haber.
Viajó entonces a tierras hispanoamericanas, por donde anduvo toreando durante un lustro, sin querer vestirse de luces en las arenas peninsulares. Finalmente, el día 4 de agosto de 1957 volvió a hacer el paseíllo en un redondel español, el de El Puerto de Santa María (Cádiz), y sumó al final de dicho año un total de veintidós festejos toreados en España (entre ellos, el de su retorno a Madrid, verificado el día 29 de septiembre). En 1958 se vistió de luces en la Península en cuarenta y cuatro ocasiones, pero volvió a rehuir el compromiso con la primera afición del mundo, circunstancia difícil de admitir en quien aspira a ganar la consideración de gran figura del toreo.
A lo largo de 1959 protagonizó una bien orquestada rivalidad con su cuñado, el torero rondeño Antonio Ordóñez Araujo, rivalidad que surtió de argumentos al libro The dangerous summer (El verano sangriento, 1960), del Premio Nobel norteamericano Ernest Hemingway. Posteriormente volvió a viajar a Hispanoamérica, y a su regreso a España emprendió una campaña de 1960 que dio por concluida después de haber participado en cuarenta y dos funciones. En la última de ellas, celebrada en El Puerto de Santa María (Cádiz) el día 13 de octubre, Luis Miguel Dominguín, que se había encerrado en solitario con seis reses bravas, cortó cuatro orejas y un rabo. Ésta fue la postrera corrida toreada en España por el diestro madrileño en su primera etapa, pues después de ella viajó a tierras de Ultramar y, a su regresó a la Península, anunció su retirada de los ruedos.
Volvió a vestirse de luces el día 10 de junio de 1971, en la plaza de toros de Las Palmas de Gran Canaria, donde cortó una oreja a su primer enemigo. Los toros corridos aquella tarde pertenecían a la divisa de don Samuel Flores (con un remiendo de don José María Soto), y los espadas que acompañaron a Luis Miguel en su retorno fueron el madrileño (aunque nacido accidentalmente en Caracas) Antonio Mejías Jiménez («Antonio Bienvenida»), y el malagueño Miguel Márquez Martín.
Durante aquella campaña de su reaparición protagonizó la extravagancia taurina de hacer dos paseíllos consecutivos (los días 2 y 3 de octubre) en el estadio Tasmajdan de Belgrado (Yugoslavia), habilitado como una improvisada plaza de toros. Posteriormente viajó a México para torear en Monterrey (el día 10 de aquel mismo mes), y puso fin a la temporada a consecuencia de una lesión en la mano derecha, tras haberse vestido de luces en cuarenta y dos ocasiones. En 1972 firmó treinta y cuatro ajustes en España, el último de los cuales, verificado en las arenas de la Ciudad Condal el día 12 de septiembre, ante reses de Sepúlveda y en compañía de Francisco Ruiz Miguel y Julio Robles, se convirtió en su definitiva despedida de los ruedos españoles. En efecto, el día 1 de diciembre de dicho año de 1972, en la plaza de toros de Quito (Ecuador), un toro perteneciente a la ganadería de Galache le causó una fractura de peroné, lo que precipitó su abandono del ejercicio activo del toreo.
En 1994, con motivo del cincuentenario de su toma de alternativa, Luis Miguel Dominguín fue objeto de un multitudinario homenaje en Madrid.
Bibliografía
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ABELLA, Carlos. Luis Miguel Dominguín (Madrid, 1995).
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DOMÍNGUEZ ANTIGÜEDAD, Alfredo. Y el nombre se hizo renombre. La novela de Luis Miguel (Madrid, 1949).
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GUILLÉN, Curro (pseudónimo). Dos dinastías famosas de toreros. Los Bienvenida. Los Dominguín (Madrid: A. Vassallo, 1961).
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PORTOLÉS, Alfredo. Luis Miguel Dominguín. (Anécdota, arte y triunfo… del torero madrileño) (Madrid: Tall. José Celorio Ortega, 1946).