Alfonso IV de Aragón (1299–1336): El Rey Benigno en tiempos de tensiones y cruzadas fallidas

Orígenes, formación y ascenso

Contexto histórico del siglo XIV en la Corona de Aragón

El inicio del siglo XIV en la Corona de Aragón fue un periodo de consolidación territorial y expansión mediterránea, pero también de crecientes tensiones internas. Gobernada por la dinastía de los Anjou-Aragón, la Corona abarcaba una compleja red de reinos, condados y territorios —Aragón, Cataluña, Valencia, Mallorca, Sicilia y, más adelante, Cerdeña—, cada uno con sus propios fueros y particularismos. Este mosaico político obligaba a los monarcas a equilibrar sus decisiones entre los intereses regionales y la unidad dinástica.

En este contexto nació Alfonso de Aragón, el segundo hijo de Jaime II y Blanca de Anjou, en 1299, en el seno de una corte marcada por las tensiones sucesorias y las ambiciones mediterráneas. La política exterior del reino se enfocaba en expandir su influencia hacia el sur peninsular y el Mediterráneo occidental, mientras en el interior se libraban disputas nobiliarias por los privilegios y los derechos de herencia. Fue en este panorama donde se formó el futuro Alfonso IV, que habría de reinar en uno de los periodos más volátiles de la historia medieval de Aragón.

Los primeros años de Alfonso IV

Herencia familiar y situación dinástica

Alfonso no fue inicialmente el heredero designado al trono. Su hermano mayor, también llamado Jaime, era el primogénito de Jaime II, y estaba destinado a sucederlo. Sin embargo, Jaime renunció a sus derechos en 1319 debido a su frágil salud mental y su inclinación hacia la vida religiosa, hecho que alteró drásticamente la línea sucesoria. Esta renuncia abrió el camino para que Alfonso fuera reconocido como heredero en las Cortes de Zaragoza de 1320, evento que marcaría su destino político.

Ese mismo año, en una jugada que unía estrategia territorial y consolidación de poder, Jaime II otorgó a su hijo Alfonso el condado de Urgel, un enclave de vital importancia en el noreste de la península. La posesión de este territorio era no solo un signo de poder, sino una base clave para futuras campañas militares.

El condado de Urgel y su primer matrimonio

La adquisición del condado de Urgel fue acompañada por el matrimonio con Teresa de Entenza, heredera de la poderosa casa de Entenza y sobrina del anterior conde, Armengol X. Esta unión consolidó los derechos de Alfonso sobre el condado y reforzó su posición como heredero de la Corona. Sin embargo, su derecho al gobierno de Urgel no estuvo exento de conflictos. Ramón Folch de Cardona y Ramón de Ampurias, nobles rivales, atacaron sus tierras y disputaron su autoridad. Fue el propio Jaime II quien intervino militarmente para someter a los disidentes y asegurar el dominio de su hijo.

Estos acontecimientos demostraban que incluso antes de ascender al trono, Alfonso debía enfrentarse a los desafíos de la nobleza levantisca y las complejidades feudales que definían el sistema político aragonés. La administración del condado, que mantuvo hasta su coronación como rey, le sirvió como una especie de preparación para la gestión de una Corona mucho más vasta y conflictiva.

El infante Alfonso y la conquista de Cerdeña

Campaña militar y consolidación política

Uno de los hitos más relevantes del infante Alfonso antes de su coronación fue la conquista de Cerdeña, un ambicioso proyecto impulsado por su padre, Jaime II, con el respaldo del papado, que pretendía afianzar la influencia aragonesa en el Mediterráneo occidental. La isla, en manos de los pisanos y genoveses, era un objetivo estratégico de primer orden, tanto por su posición geográfica como por su potencial económico.

Desde finales de 1322, Alfonso supervisó los preparativos en Barcelona, y en mayo de 1323 partió al frente de una flota compuesta por 60 galeras, muchas de ellas mallorquinas. Durante la expedición, el infante demostró habilidades militares y diplomáticas: consiguió el apoyo de las principales familias sardas, como los jueces de Arborea, y evitó que las tensiones entre facciones locales degeneraran en guerra civil. Además, coordinó con éxito los ataques contra las principales plazas fuertes pisanas: Iglesias y Cagliari.

El asedio de Iglesias, que concluyó en febrero de 1324, fue especialmente duro. Una epidemia diezmó al ejército, provocando miles de muertes y afectando incluso al propio Alfonso y a su esposa. A pesar de ello, logró continuar la campaña y sitiar Cagliari, que cayó poco después, tras la derrota de las fuerzas de Manfredo de Donorático. La paz firmada con Pisa permitió a Alfonso regresar victorioso a la Península.

Consecuencias estratégicas para la Corona

La toma de Cerdeña fue celebrada como un éxito militar y político. Desde el punto de vista simbólico, confirmaba la pujanza de la Corona de Aragón en el escenario mediterráneo. Desde la perspectiva práctica, aseguraba una base naval estratégica frente a las ambiciones de Génova, Pisa y otras potencias. A Alfonso, le ofreció la posibilidad de demostrar liderazgo militar antes incluso de ser rey.

Sin embargo, este logro también sembró las semillas de futuros conflictos. La hostilidad genovesa por la pérdida de influencia en Cerdeña no tardaría en traducirse en apoyo a insurrecciones locales, que pondrían en jaque la autoridad aragonesa en la isla durante el reinado de Alfonso y más allá.

Al regresar a la Península, Alfonso consolidó su imagen como un infante capaz, respetado por las cortes y temido por sus enemigos, pero también marcado por el costo humano de su ambición. El prestigio militar que adquirió durante esta empresa le sirvió de plataforma para presentarse como un monarca legítimo y preparado, cuando la muerte de su padre y de su esposa en 1327 lo colocaron definitivamente al frente de la Corona.

El reinado y los proyectos militares

Acceso al trono y coronación singular

Tras la muerte de Jaime II en noviembre de 1327, Alfonso IV asumió la Corona de Aragón en un contexto tenso tanto a nivel personal como político. Apenas cinco días antes había fallecido su esposa, Teresa de Entenza, lo que envolvió su ascensión en un velo de luto y fragilidad emocional. Sin embargo, su coronación en la Pascua de 1328 en Zaragoza introdujo una novedad simbólicamente poderosa: el propio Alfonso se coronó a sí mismo, rompiendo con la tradición según la cual la consagración del monarca debía ser oficiada por un obispo.

Este gesto, recogido con sorpresa por cronistas como Ramón Muntaner, fue interpretado como una declaración de autonomía política respecto al poder eclesiástico, en un contexto en que la autoridad del papa aún era central en la legitimación del poder monárquico. Alfonso aclaró que no actuaba contra la Iglesia, pero sí dejó claro que su autoridad como rey emanaba de la tradición aragonesa y no requería sanción clerical.

Política interior y tensiones sucesorias

El inicio de su reinado estuvo marcado por la continuidad institucional y por su intento de preservar la integridad de la Corona, tal como su padre lo había estipulado en el compromiso de Daroca (1328). Este acuerdo reflejaba una de las principales preocupaciones de los monarcas aragoneses: evitar la fragmentación de los reinos y condados que conformaban su dominio. Sin embargo, la paz dinástica no duraría.

Alfonso IV entregó el condado de Urgel a su hijo Jaime I, aún menor de edad, asumiendo él mismo el gobierno provisional del territorio hasta que el infante fue declarado mayor en 1334. El acto parecía consolidar la sucesión, pero en realidad abrió una nueva etapa de conflictos.

El problema sucesorio se agravó cuando Alfonso, con la intención de garantizar el trono a su hijo primogénito, Pedro, solicitó en las Cortes de Zaragoza de 1325 que se reconociera a Pedro como heredero legítimo. Esta propuesta fue desafiada por su propio hermano, Pedro de Ribagorza, quien contaba con el respaldo de algunos barones. Aunque la postura del infante Pedro se impuso, el conflicto dejó heridas abiertas en el seno de la familia real y entre la nobleza.

La cruzada frustrada contra Granada

Alianzas, obstáculos y fracaso militar

Una de las grandes ambiciones del reinado de Alfonso IV fue la campaña contra el reino nazarí de Granada, concebida como una cruzada cristiana. Desde 1328, el rey se implicó en negociaciones con Alfonso XI de Castilla, con quien se entrevistó en Ágreda y Tarazona para establecer una alianza conjunta. La iniciativa tuvo respaldo papal: el monarca aragonés solicitó indulgencias y ayuda económica bajo la bandera de una cruzada, convocando incluso a príncipes extranjeros, como el rey de Polonia y Bohemia.

Sin embargo, las bases de esta empresa eran endebles. A diferencia de Castilla, la Corona de Aragón no tenía frontera directa con Granada, lo que dificultaba su capacidad operativa. El ejército aragonés optó por avanzar a través de Murcia, pero fue rechazado por la población de Lorca, que se negó a acoger a las tropas valencianas. Mientras tanto, Alfonso XI tomaba la delantera con una serie de victorias, como la conquista de Teba.

En primavera de 1331, cuando Alfonso IV se preparaba para lanzar su ofensiva, recibió la noticia de que Castilla había firmado una paz separada con Granada. Esto representó un duro revés diplomático y militar: el rey aragonés se encontró abandonado por su aliado, expuesto y sin margen de maniobra. No solo quedó en evidencia su debilidad ante Castilla, sino que sus esfuerzos por implicar a fuerzas extranjeras quedaron en nada.

Finalmente, Alfonso IV tuvo que aceptar la nueva paz, y en 1335 firmó una tregua con Granada. La campaña se cerró sin gloria, dejando una estela de frustración y resentimiento.

Financiación, implicaciones sociales y económicas

El fracaso de la cruzada no fue solo militar, sino también económico. Alfonso IV recurrió a subsidios extraordinarios, que provocaron malestar entre los distintos territorios de la Corona. La mayor parte de los fondos provinieron del reino de Valencia y de las aljamas judías, mientras que Cataluña, pese a ser el centro fiscal de la Corona, aportó mucho menos.

Según el historiador Manuel Sánchez Martínez, el rey recaudó apenas la mitad de lo solicitado, y gran parte de lo obtenido no ingresó en la tesorería real, sino que fue absorbido por exenciones y donaciones graciosas. En este contexto, los impuestos indirectos comenzaron a jugar un papel cada vez más importante, señalando una transformación en la fiscalidad de la monarquía aragonesa.

A nivel militar, Alfonso IV movilizó a las Órdenes Militares, los barones, las milicias urbanas y las tropas almogávares, reforzadas por una armada que debía servir de apoyo logístico. Sin embargo, todos estos dispositivos se mostraron ineficaces o desertaron. La milicia feudal, poco dispuesta a participar en empresas lejanas, se retiró; las Órdenes Militares, creadas precisamente para combatir en cruzadas, presentaron excusas para no intervenir, lo que indignó profundamente al monarca.

En un intento de salvar la situación, Alfonso IV profesionalizó parcialmente el ejército, contratando soldados a sueldo, lo cual implicaba una modernización en la concepción militar de la monarquía. Pero esta solución tuvo un límite claro: la falta de dinero para pagar los salarios causó numerosas deserciones.

Finalmente, la crisis cerealística de 1332–1333, que generó hambrunas en buena parte de la península, hizo inviable cualquier aprovisionamiento militar. La conjunción de factores climáticos, políticos y económicos condujo al colapso definitivo del proyecto.

Conflictos exteriores y la crisis con Génova

El levantamiento en Cerdeña y la guerra con Génova

Apenas repuesto del fracaso de la cruzada granadina, Alfonso IV tuvo que enfrentar un nuevo foco de inestabilidad en uno de los territorios que más había contribuido a su prestigio: la isla de Cerdeña. La conquista, llevada a cabo por el infante Alfonso antes de su ascensión al trono, no había conseguido estabilizar el dominio aragonés en la región. El reparto de cargos y tierras entre catalanes y aragoneses, en detrimento de las elites locales, provocó un clima de tensión permanente.

Este descontento fue explotado hábilmente por Génova, una potencia rival que aspiraba a controlar las rutas marítimas del Mediterráneo occidental. En 1329, Génova apoyó el levantamiento de la poderosa familia Doria, enfrentada directamente con los Donorático, aliados de Aragón. El conflicto derivó en una guerra abierta, en la que los aragoneses perdieron el control efectivo de buena parte de la isla, quedando reducidos a las ciudades de Cagliari, Sassari e Iglesias.

Frente a esta pérdida de influencia, Alfonso IV intentó una respuesta audaz: una expedición naval directamente contra Génova, cuyo puerto fue bloqueado por una flota catalana comandada por Guillermo de Cervelló. La osadía no logró disuadir a los genoveses, que iniciaron contraofensivas marítimas atacando las costas de Aragón y Cataluña, lo que llevó la guerra a territorio peninsular.

Diplomacia con el papado y desgaste final

El rey buscó legitimar su control sobre Cerdeña y contrarrestar la ofensiva genovesa mediante la diplomacia. En 1335, envió a su hermano Ramón Berenguer, conde de Prades, a rendir homenaje al papa Benedicto XII por la posesión de Cerdeña y Córcega, buscando así el respaldo pontificio frente a Génova. Además, solicitó la condonación del diezmo eclesiástico, argumentando los altos costes del mantenimiento militar de las islas.

Pese a estos intentos, la situación militar en la isla empeoró rápidamente. Las tropas genovesas lograron importantes avances en Cerdeña, desafiando la autoridad aragonesa, y en la península, el descontento social por las campañas y el endeudamiento comenzó a hacerse sentir. Alfonso IV, agotado física y políticamente, optó por abrir negociaciones de paz con Génova, pero falleció en 1336, antes de alcanzar un acuerdo definitivo.

El conflicto sardo-genovés, lejos de cerrarse con la muerte de Alfonso, se prolongaría durante décadas, simbolizando la dificultad de la monarquía aragonesa para consolidar su expansión en el Mediterráneo frente a potencias marítimas como Génova y Venecia.

La política militar y fiscal de Alfonso IV

Las órdenes militares y el descontento feudal

Uno de los aspectos más reveladores del reinado de Alfonso IV fue la transformación progresiva del modelo militar de la Corona de Aragón. La tradicional estructura basada en la milicia feudal se mostró ineficaz tanto en la cruzada contra Granada como en la defensa de Cerdeña. Alfonso fue testigo del desinterés de la nobleza y de las órdenes militares por involucrarse en campañas que no afectaban directamente sus intereses territoriales.

El caso de las Órdenes Militares, especialmente, generó una amarga desilusión en el monarca. Fundadas con el objetivo de luchar contra los musulmanes, estas instituciones se excusaron de participar en la cruzada de Granada, alegando falta de recursos o condiciones inapropiadas. Alfonso IV, profundamente molesto, no dudó en manifestar su decepción públicamente, y esta ruptura simbólica con las órdenes marcó un antes y un después en la relación entre la monarquía y las estructuras militares religiosas.

La profesionalización del ejército y sus límites

En vista de estos fracasos, el rey comenzó a experimentar con un modelo más moderno: el reclutamiento de soldados profesionales mediante salario. Esta práctica, que se estaba expandiendo por Europa en el siglo XIV, pretendía suplir las carencias del sistema feudal. Alfonso recurrió a la contratación de almogávares, tropas fronterizas, e incluso a elementos de la burocracia civil para llenar las filas del ejército.

Aunque esta estrategia apuntaba hacia la profesionalización militar de la Corona, sus límites eran evidentes. La falta de recursos fiscales, la escasa participación de Cataluña en los subsidios, y los problemas de cobro debido a exenciones y donaciones, hacían inviable mantener una fuerza permanente bien pagada. La deuda del tesoro real con los soldados fue motivo de constantes deserciones y de malestar en los territorios implicados.

Estos fallos evidenciaron una realidad que pesó sobre todo el reinado de Alfonso IV: el monarca tenía ideas estratégicas ambiciosas, pero carecía de los medios políticos, económicos y humanos para ejecutarlas eficazmente. Ni el sistema feudal tradicional ni la incipiente burocracia real pudieron sostener sus planes de guerra, lo que reforzó la percepción de que su reinado fue un periodo de transición entre dos épocas de la monarquía aragonesa.

Intrigas cortesanas, muerte y legado

El segundo matrimonio y la influencia de Leonor de Castilla

Una de las decisiones más controvertidas del reinado de Alfonso IV fue su segundo matrimonio con Leonor de Castilla, celebrado en febrero de 1329. Esta unión no fue un mero asunto sentimental, sino una operación política compleja. Leonor era hija del rey Fernando IV de Castilla y hermana del poderoso Alfonso XI, y había sido públicamente humillada años atrás, cuando Jaime, el hermano mayor de Alfonso, la abandonó en el altar. El casamiento entre Alfonso y Leonor fue visto como una forma de reparar ese agravio, pero también como un gesto de acercamiento entre las coronas de Castilla y Aragón.

Sin embargo, el matrimonio tuvo consecuencias desestabilizadoras. Leonor de Castilla pronto se convirtió en una figura dominante en la corte, ejerciendo una influencia política directa sobre el rey. Su principal objetivo fue garantizar una herencia territorial sólida para sus propios hijos, en detrimento de Pedro, el heredero legítimo nacido del primer matrimonio del rey.

Disputas sucesorias y concesiones territoriales

La estrategia de Leonor se tradujo en una serie de concesiones territoriales que rompían el compromiso de unidad dinástica acordado en Daroca (1328). Alfonso IV cedió a su hijo Fernando, nacido de Leonor, Tortosa con título de marqués, y posteriormente Alicante, Orihuela, Guardamar, Albarracín, así como importantes enclaves del reino de Valencia: Játiva, Murviedro, Alcira, Burriana y Castellón, entre otros.

Estas donaciones alarmaron a la nobleza y a las ciudades, ya que significaban una desmembración real del reino de Valencia y abrían la puerta a una posible intervención castellana en los asuntos aragoneses. Además, Leonor intentó también arrebatar el condado de Urgel a Jaime I, hijo del primer matrimonio de Alfonso IV, aunque no logró consumar la operación. Aun así, fragmentó parte del condado, creando el marquesado de Camarasa para su hijo Fernando, en clara contravención de la voluntad dinástica anterior.

Oposición nobiliaria y el conflicto con Pedro IV

El avance de los intereses de Leonor fue resistido con fuerza por amplios sectores de la nobleza y por el entorno del príncipe Pedro, heredero legítimo de la Corona. Uno de los episodios más significativos de esta resistencia se produjo en Valencia, cuando una delegación de notables, encabezada por Guillém de Vinatea, se presentó ante el rey para exigir el respeto de la integridad del reino y de los derechos del infante Pedro.

Las palabras de Vinatea, que según la tradición se ofreció a morir antes que permitir el desmembramiento del reino, marcaron un punto de inflexión. Aunque Alfonso IV no rectificó inmediatamente, este acto de dignidad cívica fue altamente simbólico. Posteriormente, cuando la oposición se hizo más firme, Leonor emprendió una persecución contra los partidarios de Pedro, quien se vio obligado a refugiarse en las montañas de Jaca, temiendo por su seguridad.

El conflicto dinástico había alcanzado un punto crítico. La figura del rey, cada vez más eclipsada por los intereses familiares y dividido entre su esposa y su hijo, perdió autoridad efectiva en los últimos años de su vida.

Enfermedad, muerte y herencia política

A finales de 1335, Alfonso IV cayó gravemente enfermo. En una muestra de la descomposición de la corte, Leonor huyó a Castilla, temiendo represalias si Pedro ascendía al trono. El rey murió el 24 de enero de 1336 en Barcelona, atendido únicamente por sus hermanos Pedro de Ribagorza y el conde de Prades, mientras su esposa y su heredero estaban ausentes.

Con su muerte, se cerró un reinado breve pero profundamente convulso. Pedro IV, apodado el Ceremonioso, accedió al trono con la legitimidad reforzada por la oposición a los abusos de su madrastra y con el apoyo de buena parte de la nobleza aragonesa y catalana. Una de sus primeras medidas fue anular las donaciones hechas a los hijos de Leonor, restaurando en parte la cohesión de la Corona.

Revisión histórica del reinado de Alfonso IV

El «rey Benigno»: ¿debilidad o prudencia?

Alfonso IV ha pasado a la historia con el sobrenombre de “el Benigno”, un calificativo que ha suscitado interpretaciones diversas. Algunos cronistas lo consideraron un monarca de carácter afable, inclinado a la conciliación y respetuoso con los fueros. Otros han visto en esa “benignidad” una falta de firmeza, especialmente frente a los desafíos internos planteados por su segunda esposa y los conflictos sucesorios.

Su actitud conciliadora, sin embargo, también puede interpretarse como una estrategia de supervivencia política en un contexto especialmente delicado. En una Corona fragmentada, con intereses contrapuestos y fuerzas externas hostiles, el equilibrio entre poder central y autonomía regional era extremadamente difícil de mantener.

Evaluación de un reinado de transición

En retrospectiva, el reinado de Alfonso IV puede considerarse como un periodo de transición entre dos etapas bien diferenciadas: la consolidación expansiva bajo Jaime II y el autoritarismo reformista de Pedro IV el Ceremonioso. Su gobierno estuvo marcado por grandes ambiciones exteriores que fracasaron —la cruzada, la campaña en Cerdeña—, y por una política interior debilitada por intrigas familiares.

No dejó un legado institucional duradero ni reformas estructurales. Sin embargo, su reinado permitió vislumbrar las tensiones crecientes entre centralización y autonomía, entre la monarquía y la nobleza, entre los intereses dinásticos y el equilibrio territorial. Estas tensiones se convertirían en el eje del reinado de su hijo Pedro IV.

La figura de Alfonso IV, a menudo eclipsada por otros reyes más carismáticos o exitosos, merece ser recordada como la de un monarca atrapado entre dos épocas, que intentó reinar en paz, pero cuya benevolencia no fue suficiente para detener el avance del conflicto dinástico ni las ambiciones externas de la Corona.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Alfonso IV de Aragón (1299–1336): El Rey Benigno en tiempos de tensiones y cruzadas fallidas". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/alfonso-iv-rey-de-aragon [consulta: 29 de septiembre de 2025].