Alamán y Escalada, Lucas (1792-1853).
Historiador, político y diplomático mexicano, hijo de Juan Vicente Alamán y de María Ignacia Escalada, nació en Guanajuato el 20 de octubre de 1792. En la partida de nacimiento figura como “infante español”, ya que su padre era natural del valle de Salazar (Navarra) y su madre, descendiente de la familia Bustos, procedía del valle de Escaño (Burgos). Juan Vicente había llegado a Nueva España en 1770 y se instaló en Guanajuato atraído por la fama de sus minas de plata.
Hizo sus primeras letras en la escuela de Belén y su preceptor Francisco Cornelio Diosdado, alabó “el claro ingenio de Lucas, que en un sólo año cursó mínimos, menores y medianos, y en los diez meses del siguiente aprendió con perfección mayores, ejercitándose en traducir las epístolas de San Jerónimo, Cornelio Nepote, Quinto Curcio, Virgilio, Horacio y Ovidio, de cuyos autores presentó examen, en un acto público el 6 de septiembre de 1805”. Pocos meses antes había visitado, en compañía de sus padres, la capital del virreinato. Terminados los estudios de latín estudió matemáticas y muy pronto, como dice el propio Alamán, “mi padre me aplicó a la minería, llevándome todos los días a aprender el beneficio de metales”, en diversas haciendas de su propiedad.
Al cumplir quince años, sus padres lo enviaron a Nuevo Santander, donde era gobernador su hermano político don Manuel Iturbe, y a la muerte de su padre, ocurrida el 29 de abril de 1808, se trasladó con su madre a la ciudad de México a donde llegaron “cuando acababa de suceder la prisión del virrey Iturrigaray, a finales del mes de septiembre”. En la capital, Alamán se interesó por aprender dibujo, que había empezado a practicar en Guanajuato y estudió francés, en una academia en la que se leían libros entrados de contrabando en el virreinato. Volvió a su ciudad natal a finales de 1809 cargado de libros, con los que formó su primera biblioteca personal.
En Guanajuato ayudó a su madre, pero siguió estudiando por sí mismo, en especial matemáticas, dibujo y música, sin olvidar la lectura de los clásicos y las prácticas de francés. Participó en las tertulias del Intendente Juan Antonio de Riaño, marino ilustrado que dominó la vida social y política de Guanajuato durante dos décadas. Para el joven Alamán, Riaño fue un maestro del pensamiento y con él aprendió a amar las lenguas, la música, las pintura y las ciencias naturales.
Pocos meses más tarde, en septiembre de 1810, se vivieron en Guanajuato los sangrientos sucesos de la sublevación y el asalto del cura Hidalgo, que desde la villa de Dolores se dirigió a la ciudad, decidido a capturar y sacrificar al Intendente Riaño y a los “gachupines” influyentes, quienes se refugiaron en la Alhóndiga de Granaditas. La familia Alamán, íntima de los Riaño, sufrió la tragedia de su muerte y sólo la intervención personal del cura Hidalgo y del capitán Ignacio Allende, les permitió salvar la vida, cuando las huestes populares trataron de incendiar su casa. Tras la liberación de la ciudad por las fuerzas del general Calleja, que replicó a la crueldad de Hidalgo con similar ferocidad, la familia Alamán abandonó Guanajuato a comienzos de diciembre para volver a la capital. En la ciudad de México permaneció don Lucas hasta su salida con destino a Europa, a comienzos de 1814.
Aprovechó estos años para cursar los estudios de química y mineralogía en el Real Seminario de Minería y conoció a los hijos y amigos del librero Manuel del Valle, en los cursos de francés e inglés. Pero incurrió en las sospechas de la Inquisición, que lo interrogó durante varias semanas, tratando de explicar el por qué de sus lecturas de libros prohibidos o sospechosos de jacobinismo. Es de suponer que la intervención de su hermanastro Juan Bautista Arechederreta le permitió quedar libre de sospechas.
En esta época su pasión por la pintura le llevó a tratar a don Rafael Jimeno, director de la Academia de San Carlos, quien le sugirió hacer un viaje por Europa, en busca de las obras y los maestros más famosos. Se dice que en esta decisión influyó la lectura de los 17 tomos del Viaje por España, la monumental obra de Antonio Ponz. Se hizo a la mar en la primavera de 1814 rumbo a Cádiz, a donde llegó el día 30 de mayo. Su estancia en la península, que recorrió siguiendo la sabia guía de Ponz, se prolongó hasta finales de septiembre y, tras permanecer un mes en Cádiz, visitó Sevilla y Córdoba para llegar a Madrid a finales de julio. Aqui, de la mano de sus amigos mexicanos, don Pablo la Llave y en especial don Miguel de Santa María, distinguido militante liberal, frecuentó las tertulias del marqués de Villafranca. Abandonó Madrid el 27 de septiembre.
Tras un largo viaje de más de dos meses, entró en la capital imperial los primeros días de diciembre y allí se encontró con Fray Servando, que acababa de llegar desde Londres y le introdujo en el círculo del abate Grégoire. También se relacionó con el barón de Humboldt y conoció al duque de Montmorency, quien le tomó en gran aprecio y le presentó a Madame Recamier, Madame de Staël, Benjamín Constant y al propio Chateaubriand. Asistió a los cursos del Colegio de Francia, en el que enseñaban ilustres sabios de la época y a las sesiones del Ateneo, donde se inició en el conocimiento del alemán.
Pero al regresar Napoleón y reanudarse la guerra, abandonó París el 13 de abril para trasladarse a Inglaterra en compañía de Fray Servando, como dijo más tarde “para no dejarlo perecer en París, donde no tenía recursos ninguno”. La capital inglesa estaba plagada de refugiados y visitantes americanos y españoles, y muy pronto se relacionó con los mexicanos hermanos Fagoaga, familia de mineros como él y, a través de Fray Servando, con José María Blanco White, que tras cerrar El Español, vivía en Oxford. Alamán recuerda que “él fue quien me condujo a ver todos los establecimientos científicos de aquella célebre Universidad”. Permaneció en Londres hasta fin de año, en que decidió junto con con su amigo Francisco Fagoaga, la realización de un extraordinario recorrido europeo.
Comprometida la familia Fagoaga en la preparación de la Expedición a Nueva España de Javier Mina, a quien Alamán trató con esmero en su Historia de Méjico, ambos amigos, quedaron en encontrarse en Roma. Alamán pasó otra vez por París, donde reanudó sus contactos y estudios, pero el profesor Delametaire, que enseñaba mineralogía en el Colegio de Francia, le invitó a que viajaran juntos para recorrer los tesoros de Italia. En su compañía conoció Turín, Génova, Pavía y los campos de Marengo, la ciudad de Milán, Parma, Bolonia y Florencia, en la que se demoró algunos días, antes de llegar a Roma el día 26 de julio. Francisco Fagoaga llegó a Roma a finales de noviembre.
Constituían ambos amigos una pareja de jóvenes ilustrados, y durante casi todo el año de 1817 recorrieron Italia, Suiza y Alemania, deteniéndose en los lugares más afamados: Venecia, Mantua, Milán, el Lago Como, Ginebra, Lucerna y Chamonix, las fuentes del Rhin y finalmente Maguncia y Frankfurt. A finales de octubre, Fagoaga volvió a París mientras Alamán permanecía en Alemania, con la intención de conocer las últimas novedades en la explotación de las minas de Freyberg, cerca de Dresde. Un mes más tarde visitó Berlín, donde se encontró con el naturalista von Buch y el sabio español Agustín de Liaño, agregado a la Biblioteca Real de la capital. En Prusia conoció las minas de plomo, cobre y hierro del Alto Harz y posteriormente las de plata del Bajo Harz, antes de seguir viaje a Gotinga y Marburgo y, de regreso a Frankfurt, visitó Colonia y Aix la Chapelle. Posteriormente siguió viaje a Rotterdam, La Haya, Amsterdam y Bruselas, acabando este periplo en París el 21 de marzo de 1818.
En París residió durante todo un año, entregado al estudio, la práctica de idiomas, la frecuentación del Colegio de Francia, el inicio de su afición a la historia, las conversaciones en los salones más famosos y la convivencia con Francisco Fagoaga, que tenía casa abierta en la ciudad. Sin embargo, al cabo de dos años, al recibir la noticia de la crisis de los negocios familiares, decidió regresar a México. Preparó su vuelta con todo cuidado y con su obsesión por el futuro de la minería mexicana, recogió cuanta información le pareció útil para el tratamiento y apartado de la plata y oro; pasó por Madrid para solicitar los permisos del Consejo de Indias; solicitó ser retratado por el pintor don José Madrazo (tenía Alamán 27 años y quedó plasmado en la tela como un perfecto tipo byroniano) y el 15 de diciembre de 1819 embarcó en Le Havre, junto con la familia Fagoaga, de regreso a Veracruz.
Cuando llegó a la ciudad de México, enterado del triunfo de la revolución de Riego y la restauración de la Constitución de Cádiz, su vida cambió radicalmente. Llamado por el virrey Juan Ruiz de Apodaca para formar parte de una recién instalada “Junta de Sanidad”, se interesó por la politica y fue electo diputado a Cortes por la provincia de Guanajuato. Por esta razón regresó a España en febrero de 1821, embarcando en Veracruz con una veintena más de diputados, muchos de los cuales serían políticos de renombre años más tarde. Asistió, en compañía de su amigo José Francisco Fagoaga y de Lorenzo de Zavala y José María Michelena, a las Cortes ordinarias de 1821 y a las extraordinarias que se inicaron a finales de septiembre, desarrollando una intensa actividad parlamentaria: presentó iniciativas de interés industrial y científico, pero también fue elegido por sus compañeros para redactar una propuesta política sobre la situación en Nueva España, como consecuencia del Tratado de Córdoba y de las actuaciones del virrey don Juan O’Donojú.
Al fracasar sus iniciativas, la mayoría de los diputados regresó a México a mediados de 1822, haciéndolo Alamán junto con Fagoaga y el poeta Manuel Eduardo de Gorostiza, más tarde afamado diplomático, vía Irún y París, donde volvió a demorarse, para adquirir nuevos métodos sobre el laboreo de las minas, la creación de una compañía mercantil con capital inglés y la ampliación de sus estudios en mineralogía, sin descuidar la visita de los amigos y los salones más concurridos. Embarcó con Fagoaga y, pasando antes por Martinica, a la que llegaron recomendados por el ministro francés Polignac, a mediados de marzo de 1823 desembarcaron en Veracruz. Coincidiendo con la caída del emperador Agustín de Iturbide y el triunfo de la revolución, Alamán iba a iniciar una larga carrera política de más de tres décadas.
A lo largo de ellas, vivió triunfos y fracasos políticos, etapas de persecución y de polémica, momentos de exaltación y otros de oprobio, en un rosario interminable de propuestas, planes y proyectos que se realizaron a medias. Dominó la escena política mexicana con resolución y elegancia intelectual, convertido en apasionado defensor de la monarquía y el conservadurismo, en busca de la mejor fórmula para el desarrollo de la industria y la agricultura y la reconstrucción de un país, que salía completamente destrozado tras las turbulencias de la independencia.
Fue Secretario de Estado y de Relaciones Exteriores en el primer Poder Ejecutivo formado tras la caída del emperador Iturbide y a este ministerio regresó con frecuencia a lo largo de las tres décadas siguientes, con distintos gobiernos. Su política se caracterizó siempre por la elevación de objetivos, la argumentación intelectual más rigurosa, la obsesión por la modernización y el progreso de México, peleando por su más completa autonomía e independencia, en el marco de las relaciones internacionales. Desde el primer momento trató de negociar la mejor fórmula para que España reconociera la independencia de las nuevas naciones, buscando el apoyo norteamericano y el de Inglaterra.
Pronto se convirtió en el centro de actividad y equilibrio del gobierno, como una marca que le acompañaría a lo largo de toda su carrera. Supo contener la ambición norteamericana en Texas, al tiempo que favoreció la independencia de Guatemala y se opuso desde el primer momento a quienes propugnaban el federalismo. Ante los primeros brotes de xenofobia antiespañola, ocultó los restos de Cortés y defendió la estatua de Carlos IV, el famoso “caballito” de la actualidad. Pero al mismo tiempo, aprobó la exhumación de los restos de los caudillos de la Independencia, entre ellos el de Javier Mina, que fueron enterrados en 1823 al pie del altar mayor de la Catedral.
En el campo económico estaba convencido de que la minería era uno de los factores más influyentes de la riqueza nacional, junto con la explotación racional de la agricultura, la introducción de maquinaria y la aplicación de nuevos cultivos. Particularmente, trató de explotar algunas de las minas más conocidas, apoyado en su Compañía de Minas, que había concertado con los ingleses hermanos Hullet.
En 1824, antes y después de la elección del presidente Guadalupe Victoria, volvió a ocupar el mismo cargo, insistiendo en los temas del reconocimiento español, las relaciones con Inglaterra y el apoyo a la independencia de la isla de Cuba, en la que España había acumulado efectivos militares. El presidente Victoria lo convirtió en la figura clave de su gabinete y en 1825 consiguió que Inglaterra reconociera al nuevo país, mientras se endurecía la presión estadounidense, que envió a México al embajador Poinsett. Por su parte, Alamán impulsó la convocatoria del Congreso de Panamá, que se celebró en 1826, en un intento por establecer, de acuerdo con Bolívar, la federación de las naciones hispanoamericanas. Mientras en política interior se endurecían las posturas de los grupos inicialmente llamados escoceses y yorkinos, que acabaron por constituirse como partidos conservador y liberal, su enemistad con Poinsett que apoyaba al partido yorkino, le obligó a dimitir en el mes de septiembre.
Se iniciaba un largo periodo de cuatro años, en el curso de los cuales los yorkinos en el poder trataron de inculparle con todo tipo de pretextos, sistemáticamente rechazados por el Senado. En cambio, aprovechó este tiempo para dedicarse a su obra más querida: la industrialización del país, impulsando la actividad minera, pero también la industrialización textil, mediante la creación de una fábrica en Celaya, dotada de los telares más modernos traídos de Inglaterra. En julio de 1826 el duque de Monteleone, descendiente de Cortés, lo nombró apoderado de sus bienes en México, actividad que desplegó hasta el final de su vida. Se estaba convirtiendo en el gran promotor del desarrollo agrícola del Bajío, con éxito económico irregular, mientras dejaba la Compañía de Minas, debido a su enfrentamiento con los socios ingleses y a graves quebrantos en su hacienda personal.
A finales de 1829 el país se encontraba al borde de la quiebra institucional, mientras se ahondaban las diferencias entre los dos partidos y Alamán aparecía como líder indiscutible del partido conservador. Apoyó el golpe de Estado del vicepresidente Bustamante, fue incapaz de impedir el asesinato del expresidente Vicente Guerrero y, durante dos años, formuló y llevó a cabo un proyecto político centralista y unificador, con el propósito de restablecer la tranquilidad y la confianza de los ciudadanos. Aunque permanecía en la sombra, alternativamente alejado pero omnipresente, Alamán mantuvo siempre las mejores relaciones con el general Santa Anna, el presidenciable permanente.
Entre sus realizaciones de estos años, nombrado Ministro de Relaciones Interiores y Exteriores por Bustamante, tras contener y limitar la actividad de sus opositores, concentró sus esfuerzos en el reconocimiento de la independencia por el gabinete de Madrid, ordenando a Gorostiza, ministro en Londres, que buscara el apoyo de Inglaterra, para librarse del peligro de una nueva invasión. Algo similar estaba ocurriendo respecto de Estados Unidos que, al llegar el embajador Anthony Butler para sustituir a Poinsett, reclamó la adquisición de Texas. Como contrapartida, Alamán se dispuso a establecer un ambicioso plan de recolonización, que nunca pudo lograr.
Los informes de Alamán al Congreso, en 1830 y en 1831, son piezas documentales básicas que permiten conocer la trascendencia de sus planes: Impulsó el industrialismo, la sanidad y la educación a todos los niveles; inventarió los recursos de la República; ordenó el levantamiento de una carta geográfica general y de un plan nacional de meteorología; formuló el proyecto de un Banco de Avío, inversor y promotor del comercio y la industria, dispuesto a la compra de maquinaria europea; puso en marcha la Compañía Industrial de Celaya; fomentó el progreso de los ingenios azucareros; estableció nuevos aranceles y planeó una amplia reforma de la hacienda nacional, a la que acompañó un proyecto de ley de Repartimiento de Parcialidades, incipiente reforma agraria que no se llevó a cabo. Ordenó el levantamiento de un censo de población que cifró en algo más de seis millones el número de los habitantes de la nación.
A mediados de 1831 la tormenta política y el enconamiento de los grupos opositores llegó a límites insospechados, mediante campañas de prensa, distribución de panfletos, levantamientos militares y algaradas ciudadanas, que acusaban a Alamán de haber ordenado el fusilamiento de Guerrero, pretender el establecimiento de la monarquía, rechazar el federalismo y la autonomía estatal, fomentar la corrupción, anular la libertad de prensa y todos los males de la patria. Decidido Santa Anna a apoyar el levantamiento militar, Alamán dimitió a mediados de marzo de 1832.
Durante dos años, acusado por un Gran Jurado del Congreso, se ocultó y estuvo perseguido por todo el país, dedicado a escribir su Defensa, documento de caracter jurídico y el Examen imparcial de la Administración de… Anastasio Bustamante, escrito político de gran aliento ideológico. Según sus biógrafos, surgía ahora un analista profundo, un pensador brillante, pronto convertido en historiador y moralista de la realidad nacional. En 1834, al acceder el general Santa Anna a la presidencia de la República, y en respuesta a una sentida carta de Alamán, suspendió las actuaciones inculpatorias y permitió su regreso al hogar familiar. Defendido ante el Congreso por Carlos María Bustamante, fue absuelto el 17 de marzo de 1835.
Durante toda una década, se dedicó al desarrollo industrial y al fomento de nuevas empresas mercantiles, tanto en Celaya como en Cocolapan y a la producción de tabaco en Orizaba, ocupándose de la administración de los bienes del duque de Monteleone. Aceptó la propuesta del presidente, que lo nombró miembro de la Academia de la Historia y de la Academia de la Lengua, recientemente creadas, pasó largos periodos de residencia en su hacienda de Trojes y ocupó su tiempo en proyectar una nueva fábrica de hilados en Orizaba. Por entonces se dijo que permanecía a la sombra del poder de Santa Anna, quien le profesaba profunda admiración.
Fueron años oscuros y difíciles, entre los que se sitúa la derrota del general Santa Anna en San Jacinto, cuando Alamán no regateó su colaboración con el poder ejecutivo, redactando informes y programas y aceptando su nombramiento como miembro del Consejo de Gobierno, un nuevo poder moderador establecido en las reformas a la Constitución. Los próximos años, hasta su integración en la Junta de Fomento de la Industria creada en 1840, vieron la materialización de sus proyectos de desarrollo industrial y el funcionamiento a pleno rendimiento de las empresas personales (Cocolapan, Celaya y Orizaba). Durante estos años colaboró con los ministros Gorostiza y Guadalupe Victoria, encargados de negociar el contencioso con Estados Unidos. A finales de 1839 sus enemigos volvieron a acusarle de conspirar para la restauración de la Monarquía en México.
Llamado por el presidente Bravo para redactar en 1842 un plan para el desarrollo de la industria nacional, en el que pretendía coordinar el Estado con los empresarios privados, fue nombrado director de Industria, dedicando su entusiasmo al fomento de nuevas producciones, establecer un sistema de selección de semillas, fomentar el cultivo del lino y del algodón, la importación de arados modernos y de aparatos para la destilación del aguardiente y a la apertura de nuevas fábricas. En el curso de un sólo año había logrado establecer 56 Juntas de fomento en los Estados.
Cumplidos los 50 años, miembro del recientemente creado Ateneo de México, en 1844 propuso en este centro un plan para el estudio de la historia nacional, desde la conquista por los españoles hasta nuestros días que, aprobado por la junta de socios, le permitió iniciar un ciclo de Disertaciones, que fue leyendo todos los domingos del año y concluyeron en la publicación de los dos primeros tomos de un libro que lleva este mismo título.
Sin embargo, nuevas turbulencias políticas le obligaron a regresar a la actividad política. Había aparecido una nueva generación, los herederos de la Independencia, y en el país se formaron dos bloques irreductibles, que se convirtieron en los partidos Conservador y Liberal. En 1845 la sublevación del general Paredes y Arrillaga y la publicación de El Tiempo, inspirados en el ideario alamanista, convocaron a los elementos de orden y al estamento burocrático, que formaba un bloque frente al llamado partido militar reunido en torno al ideario liberal. Los conservadores de El Tiempo proclamaban: “Deseamos una monarquía representativa…para extender las fronteras de la civilización, que van retrocediendo ante la barbarie. Deseamos un gobierno estable que inspire la confianza a la Europa y nos proporcione alianzas en el exterior para luchar con los Estados Unidos, si se obstinan en destruir nuestra nacionalidad”.
Sin embargo, el predominio conservador duró muy poco y aunque fue nombrado presidente de la Junta Superior de Hacienda y se le designó miembro de la Cámara de Diputados, la caída de Paredes y Arrillaga, al que sucedió un gobierno liberal, le obligó a abandonar la capital y a retirarse a su hacienda de Trojes, renunciando a todos sus cargos públicos. Meses después regresó a México, pero permaneció encerrado en su casa, al tiempo que iniciaba la redacción del primer tomo de la Historia de Méjico, su obra más conocida, que tuvo como fuente principal un manuscrito original de su hermanastro Arechederreta, titulado Apuntes históricos de la revolución del reino de Nueva España.
Al estallar la guerra con Estados Unidos en 1847, Alamán se enfrentó al llamado bando de la guerra y presenció desde su casa el bombardeo y sitio de la ciudad, que abandonó en agosto, mientras hacía su entrada el general Winfield Scott, amigo y protector de Javier Mina en 1816. El gobierno mexicano se había instalado en Querétaro. Meses después volvió a su casa en el centro de la capital, para proseguir la redacción de nuevos capítulos de las Disertaciones y de la Historia de Méjico. En noviembre de 1848 escribió la biografía de Carlos María Bustamante, fallecido pocos meses antes. México vivía ahora sumido en la derrota y el fracaso, tras la capitulación y entrega a Estados Unidos de la mitad del territorio nacional.
Mas, a pesar de su enfermedad y abatimiento, aún fue capaz de orientar ideológicamente al nuevo Partido Conservador, dirigido por los halcones del alamanismo, dispuesto a la conquista de los municipios, como primer paso para dominar la política nacional. En las elecciones de julio de 1849, con el apoyo eficaz del periódico El Universal, Alamán fue elegido Presidente del Ayuntamiento de la ciudad de México, con un amplio programa de reformas y planes de desarrollo en todos los aspectos: hacienda, sanidad, educación, transportes, conducción de aguas, etc. Sin embargo, sus enemigos arreciaron en sus campañas de difamación y denuncia, obligándole a renunciar a la Presidencia Municipal cinco meses más tarde. Le acusaron de antipatriota, enemigo de la independencia, borbonista y absolutista, asegurando que escribió la Historia de Méjico para preparar el restablecimiento del Imperio. Dejó este cargo en enero de 1850, simultáneamente a su renuncia a la Cámara de Diputados.
Repuesto de sus dolencias, tuvo fuerzas suficientes para seguir escribiendo los tomos IV y V de la Historia de Méjico, que publicó en 1851 y 1852, colaborar con el gobierno moderado y enfrentarse a la aguda crisis nacional que culminaría en la guerra civil de 1853. Consecuencia de este conflicto fue el regreso del exilio del general Santa Anna, que el día 20 de abril hizo su entrada triunfal en la ciudad de México. Inmediatamente, entregó el gobierno del país a don Lucas Alamán, ministro de Relaciones por última vez.
Mientras se redactaba una nueva Constitución, Alamán presentó unas bases para la administración de la República, en las que se mostraba imaginativo y creador: fundó el Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio; estableció el Consejo de Estado; propuso una ley de imprenta basada en “orden, obediencia y moralidad”; reorganizó el cuerpo diplomático; revisó los aranceles aduanales, etc. Entre tanto, sus enemigos declaraban que la elección de Alamán frustra todas las esperanzas de un México progresista.
Pero mientras el alamanismo en el poder se mantuvo hasta final del gobierno de Santa Anna, la enfermedad iba a acabar con él. Sus dolencias se agudizaron el 27 de mayo y al amanecer del 2 de junio de 1853 expiró. Sus exequias constituyeron una impresionante manifestación de duelo popular.
Bibliografía
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Moisés González Navarro. El pensamiento político de Lucas Alamán. El Colegio de México. México, 1952
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Jorge Gurría Lacroix. Las ideas monárquicas de D. Lucas Alamán. Instituto de Historia. México, 1951
Manuel Ortuño