Ignacio María de Allende y Unzaga (1769–1811): El Iniciador de la Independencia Mexicana
Ignacio María de Allende y Unzaga (1769–1811): El Iniciador de la Independencia Mexicana
En el convulso contexto de finales del siglo XVIII y principios del XIX, el territorio que hoy conocemos como México vivió una serie de transformaciones profundas. La estructura colonial, dominada por las autoridades españolas, era un sistema cada vez más cuestionado por los criollos, quienes veían con creciente desconfianza la centralización del poder en manos de los peninsulares. Las tensiones entre los diferentes grupos sociales se agudizaban y el malestar se iba extendiendo por todo el virreinato.
Orígenes familiares y entorno temprano
Ignacio María de Allende y Unzaga nació el 21 de enero de 1769 en la villa de San Miguel el Grande, en lo que hoy es el estado de Guanajuato. Fue el quinto hijo de Domingo Narciso de Allende y Ayerdi y María Ana de Unzaga y Menchaca. Su familia pertenecía a la elite criolla de la región, dedicada al comercio y a la cría de ganado bovino y lanar. Estos antecedentes, por tanto, situaban a Ignacio dentro de un contexto familiar próspero, que, aunque de origen español, ya comenzaba a sentir las tensiones sociales propias de la Nueva España.
La muerte prematura de su madre, cuando Ignacio tenía tan solo unos años, marcó una etapa temprana de su vida. Su padre, Domingo Narciso, asumió la responsabilidad de su educación y la de sus hermanos. En su niñez, Ignacio fue inscrito en la escuela del Oratorio de San Felipe Neri y más tarde, en el Colegio Salesiano. Estas instituciones no solo le brindaron una sólida formación en las artes y las ciencias, sino que también lo introdujeron en una red de relaciones entre las principales familias de la villa.
Infancia y primeras vivencias significativas
A pesar de su temprano desarraigo familiar por la muerte de su madre, Allende encontró un espacio para su desarrollo personal en la figura de su padre, un hombre profundamente involucrado en los asuntos de la localidad. Al crecer, Ignacio mostró una marcada inclinación por las actividades al aire libre, destacando por su habilidad para montar caballos y participar en las tradicionales corridas de toros. Su afición por la destreza ecuestre y su rol como uno de los «catrines» más destacados entre la élite de su pueblo, le permitió forjar vínculos con los jóvenes más influyentes de la región. Esta vida social, aunque aparentemente ligera, dejó huellas en su carácter y en su capacidad para desenvolverse en las futuras redes de apoyo que serían claves para su participación en los movimientos insurgentes.
A los 18 años, tras la muerte de su padre, Ignacio asumió un rol más activo en la vida adulta. Fue entonces cuando decidió ingresar al ejército. El 3 de enero de 1791, inició su carrera militar al formar parte del cuerpo de granaderos en el regimiento de su localidad, el cual se encontraba en San Miguel el Grande. En 1795, Allende alcanzó el grado de teniente de la tercera compañía, destacándose entre sus compañeros por su energía y disciplina. Era descrito como un joven «robusto» y «aptos para la carrera militar», lo que indicaba su gran capacidad física y mental para la formación militar.
Durante este período, Allende compartió su vida y carrera militar con varios de sus hermanos: Domingo y José María, quienes también fueron tenientes de granaderos, y con Juan de Aldama, quien, más tarde, se convertiría en uno de sus principales compañeros de lucha durante el movimiento insurgente. A lo largo de estos años de formación, Allende consolidó una sólida carrera como oficial del ejército, con gran destreza en el combate y el manejo de tropas. Sin embargo, su destino se modificaría profundamente cuando las tensiones políticas y sociales del virreinato comenzaran a influir en su vida.
Las primeras interacciones con la lucha social y política
A lo largo de sus primeros años en la milicia, Allende se destacó por su capacidad organizativa y su celo en el cumplimiento de las órdenes. A pesar de ser parte de la estructura colonial, las circunstancias políticas que se vivían en la Península Ibérica y sus implicaciones para el Virreinato de la Nueva España no pasaron desapercibidas para él. En particular, la invasión de las tropas napoleónicas en España y la posterior crisis política en torno a la renuncia de los reyes españoles, Carlos IV y Fernando VII, impulsaron la reflexión y la desconfianza entre muchos de los oficiales criollos que, como Allende, comenzaron a cuestionar el dominio de los peninsulares en el virreinato.
Por un lado, esta situación marcó el comienzo de una creciente toma de conciencia sobre la necesidad de un cambio en la estructura política de Nueva España. Por otro lado, la violencia entre los distintos grupos políticos dentro del virreinato agudizó la división entre los criollos y los peninsulares. En este contexto, Allende empezó a interactuar con otros miembros del ejército y de la sociedad criolla que compartían sus inquietudes. Los primeros brotes de conspiraciones para independizarse de la corona española comenzaron a gestarse en el ámbito de los oficiales militares, que se sintieron desplazados y relegados por los intereses de la península.
De esta forma, la juventud y los primeros años de Ignacio Allende estuvieron marcados por una transición de su formación militar a su primer contacto con las ideas de autonomía e independencia. A lo largo de estos años, adquirió las experiencias necesarias que lo llevaron a dar el paso crucial hacia el levantamiento insurgente que transformaría la historia de México.
Formación académica y primeras decisiones
Formación en la milicia: la consolidación de un militar destacado
En 1791, Ignacio Allende inició formalmente su carrera militar, al ingresar al regimiento de granaderos de su ciudad natal, San Miguel el Grande. A esta edad, se comenzó a forjar la figura del hombre disciplinado y comprometido que habría de ser clave en los eventos de la independencia de México. A lo largo de los años, Allende ascendió rápidamente, alcanzando el grado de teniente en 1795 en la tercera compañía del regimiento, lo que le otorgó un puesto de liderazgo en la estructura militar. A pesar de la cercanía con los oficiales peninsulares, Allende logró ganar la confianza de sus compañeros y superiores, destacando por su capacidad organizativa y su disciplina en el servicio.
Durante sus primeros años como militar, Allende no solo demostró su capacidad para comandar y organizar tropas, sino también su destreza como jinete y su aguda percepción de la necesidad de formar una sólida unidad entre los oficiales criollos del ejército. De hecho, compartió su carrera con varios de sus hermanos, Domingo y José María, quienes también fueron tenientes en el mismo regimiento. Además, estableció relaciones cercanas con otros oficiales de su misma estirpe criolla, como Juan de Aldama, quien más tarde se convertiría en un aliado estratégico de Allende en la lucha por la independencia.
Entre 1800 y 1802, Allende participó en varias campañas militares de gran relevancia. En ese periodo, estuvo bajo el mando del coronel Félix María Calleja, a quien Allende acompañó en la lucha contra el bandido conocido como «Máscara de Oro». Esta campaña, que se desarrolló en San Luis Potosí, mostró a Allende como un hombre de gran capacidad organizativa, habilidad en el combate y férrea disciplina. A pesar de su éxito en estas misiones, Allende se encontraba cada vez más preocupado por la situación política del virreinato y la creciente crisis que se desataba en la Península Ibérica.
Primeros conflictos y experiencias
El virreinato de la Nueva España vivió importantes cambios en la primera década del siglo XIX. La invasión de las tropas napoleónicas en España y la abdicación de los reyes Carlos IV y Fernando VII generaron un vacío de poder que dejó a la colonia en una situación de incertidumbre. Fue en este contexto que los criollos, muchos de los cuales se encontraban en el ejército o en posiciones de poder, comenzaron a reflexionar sobre la posibilidad de desafiar el dominio de los peninsulares y buscar su autonomía política. Ignacio Allende, que ya había mostrado inquietudes respecto al futuro de Nueva España, no fue ajeno a este ambiente de creciente desconfianza hacia la Corona española.
En 1808, las noticias sobre los cambios en la Península llegaron rápidamente a las principales ciudades del virreinato, y comenzaron a generarse movimientos de resistencia ante las autoridades coloniales. Fue en este periodo cuando Allende, junto con otros oficiales criollos como Miguel Hidalgo y Juan de Aldama, comenzó a involucrarse en las primeras conspiraciones que cuestionaban la legitimidad del gobierno virreinal. Su participación en estas primeras reuniones secretas marcaría el inicio de su militancia en la causa independentista.
Inicios de su carrera: matrimonio y cambio de rumbo
En 1802, Allende regresó a San Miguel el Grande y se casó con María de la Luz de las Fuentes y Vallejo, una joven de la élite local. Sin embargo, este matrimonio fue breve, ya que su esposa falleció poco después de menos de un año de casados. La muerte de su esposa fue un golpe para Allende, que se encontraba en una etapa de su vida en la que las preocupaciones personales fueron quedando a un lado. Aunque el dolor de su pérdida afectó su vida emocional, pronto volvió a centrar su energía en la actividad militar y política, cada vez más involucrado en las intrigas que se desarrollaban en el seno de la élite criolla.
En 1806, después de la muerte de su esposa, Allende fue destinado a varias localidades del Estado de Veracruz, como Jalapa, donde conoció a otros oficiales comprometidos con las causas criollas, como José Mariano Michelena e Ignacio Aldama. Allí, en su estancia y en las diferentes tareas que desempeñaba como militar, Allende comenzó a tomar decisiones clave que lo conducirían hacia la lucha por la independencia de México.
A lo largo de este tiempo, Allende comenzó a forjar alianzas con otros criollos que compartían sus inquietudes sobre la situación política en Nueva España. La situación en la Península Ibérica, marcada por la invasión francesa y la crisis del poder en la Corona, fue el catalizador de muchos de los primeros movimientos conspirativos que, más tarde, se transformarían en el grito de independencia. Allende, que siempre se había destacado por su disciplina y sentido del deber, comprendió que las instituciones coloniales estaban al borde del colapso, y que la hora de tomar una decisión drástica había llegado.
El contacto con Miguel Hidalgo y el despertar de un líder
Fue en este ambiente de conspiración y desconfianza donde Allende encontró a su gran compañero de lucha: Miguel Hidalgo y Costilla, el cura de Dolores. Allende, admirador de las ideas ilustradas de Hidalgo, comenzó a tener varias reuniones con él en las que discutieron la posibilidad de organizar un levantamiento contra el gobierno colonial. Aunque Allende era consciente del riesgo que implicaba cualquier acción de este tipo, sentía que el momento era propicio, pues el creciente malestar popular y la fragilidad del gobierno virreinal brindaban una oportunidad única para dar un paso hacia la independencia.
Así, con el ánimo de un líder maduro y decidido, Allende se alineó con Hidalgo, quien era considerado el hombre adecuado para encabezar el movimiento. La relación entre ambos se fortaleció con el tiempo, y fue en ese contexto en el que Allende aceptó ceder la supremacía en el mando a Hidalgo, reconociendo en él una figura de gran capacidad de movilización popular. Este compromiso con la causa de la independencia marcaría el inicio de un camino lleno de sacrificios, desafíos y enfrentamientos con las autoridades virreinales.
Consolidación profesional y vocación insurgente
El despertar del pensamiento independentista
En 1808, la situación política de Nueva España experimentó un giro trascendental con los eventos ocurridos en la Península Ibérica. La invasión de las tropas napoleónicas, la renuncia de Carlos IV y Fernando VII al trono, y el vacío de poder que se generó en el virreinato se convirtieron en el caldo de cultivo para las primeras conspiraciones de independencia. Para muchos criollos, como Ignacio Allende, esta crisis abrió una ventana de oportunidad para cuestionar el control colonial y buscar una autonomía real.
El virrey José de Iturrigaray, quien ocupaba el poder en ese momento, intentó maniobrar para preservar el orden y evitar que las ideas de independencia se extendieran. Sin embargo, su destitución en 1808, tras un golpe de Estado orquestado por los peninsulares, dejó claro que los criollos, cada vez más descontentos con el sistema, no estaban dispuestos a seguir subordinados a las autoridades coloniales. En este contexto, Allende y varios otros oficiales comenzaron a involucrarse activamente en las conspiraciones que buscaban derribar el gobierno virreinal y proclamar la independencia.
Fue en 1808, durante su estancia en Jalapa, donde Allende se unió a un grupo de oficiales criollos que comenzaron a discutir abiertamente sobre la necesidad de un cambio radical en la estructura política de Nueva España. Durante estas reuniones, se establecieron las bases de lo que más tarde se convertiría en el movimiento insurgente, y Allende jugó un papel clave en la formación de estas redes secretas. En los años siguientes, su influencia en los círculos conspirativos de la región del Bajío se fortaleció, y comenzó a establecer contacto con figuras clave como Miguel Hidalgo y Costilla.
La organización del levantamiento y el Grito de Dolores
A medida que las conspiraciones se desarrollaban, la situación se volvía cada vez más tensa. En 1810, los planes para un levantamiento se habían concretado y Allende, junto con Hidalgo, Aldama y otros conspiradores, decidió que era el momento adecuado para actuar. El 16 de septiembre de 1810, tras descubrirse la conspiración en Querétaro y la aprehensión de varios de los implicados, Allende y sus compañeros decidieron adelantar el levantamiento y dar lo que se conocería como el Grito de Dolores.
Esa madrugada, Miguel Hidalgo, como líder indiscutido, pronunció las célebres palabras que marcarían el inicio de la lucha por la independencia de México: “¡Viva la América, Viva Fernando VII, Muera el mal gobierno!” Acompañado de Allende y Aldama, y con una multitud de campesinos y simpatizantes, comenzó la marcha hacia San Miguel el Grande, la ciudad natal de Allende. El levantamiento, que inicialmente se caracterizó por un fuerte componente de movilización popular, rápidamente cobró dimensiones imprevistas. La causa que impulsaba a Allende y sus compañeros ya no solo se trataba de una lucha por la autonomía criolla, sino de una guerra total contra el régimen colonial español.
Durante las primeras horas del levantamiento, Allende demostró su capacidad organizativa y su sentido de disciplina. A medida que la columna insurgente avanzaba hacia San Miguel, se enfrentó a las primeras resistencias de los regimientos coloniales y de las fuerzas realistas, pero su liderazgo permitió mantener la moral alta entre los insurgentes. Sin embargo, los primeros signos de descontrol comenzaron a asomar cuando las turbas, sin la organización adecuada, se entregaron al saqueo, lo que provocó el malestar en los comandantes insurgentes.
En San Miguel, Allende, preocupado por el caos, reprendió duramente a Hidalgo, quien mostró una actitud más relajada frente a los desórdenes. El episodio de los saqueos fue un claro indicio de que la insurgencia no contaba aún con la estructura militar necesaria para sostener la lucha a largo plazo. A pesar de estos desórdenes, Allende y sus compañeros decidieron continuar con la marcha, con el objetivo de llegar a la ciudad de Guanajuato, considerada una de las plazas más importantes del Bajío.
La toma de Guanajuato y los desafíos internos
El 28 de septiembre de 1810, la columna insurgente llegó a Guanajuato, donde se libró una dura batalla en las cercanías de la Alhóndiga de Granaditas. La ciudad fue tomada por los insurgentes, pero el asalto descontrolado y el saqueo generalizado provocaron la pérdida de muchos simpatizantes entre los sectores más ilustrados y los criollos que, aunque críticos del gobierno virreinal, no compartían los métodos violentos de las turbas. Allende, junto con Hidalgo y Aldama, trató de mantener la disciplina dentro de las filas insurgentes, pero la falta de control y la escasa preparación de las masas de campesinos generó tensiones que no fueron fáciles de resolver.
El saqueo y los excesos de la toma de Guanajuato, aunque estratégicamente significativos, generaron un rechazo en algunos sectores de la sociedad criolla que se habían mantenido al margen del conflicto. Los efectos de esta toma y la posterior represión en las ciudades cercanas provocaron un deterioro en la imagen de los insurgentes, quienes, a pesar de los éxitos iniciales, comenzaban a enfrentar serios desafíos internos. La falta de unidad y disciplina se hizo evidente, lo que ponía en peligro la consolidación de un frente común.
A pesar de estos obstáculos, la marcha continuó hacia otras ciudades del Bajío. La resistencia realista, bajo el mando de Felix María Calleja, no se hizo esperar, y pronto se desataron nuevas batallas, como la batalla del Monte de las Cruces, donde Allende y sus compañeros, a pesar de un notable triunfo inicial, se vieron obligados a retirarse por la falta de unidad y la creciente presión de las fuerzas realistas.
Últimos años, caída y legado
La retirada y enfrentamientos posteriores
A medida que la lucha por la independencia se intensificaba, las divisiones internas dentro del ejército insurgente se fueron haciendo cada vez más evidentes. Tras el fracaso en la batalla de Monte de las Cruces y la decisión de Hidalgo de retirarse hacia Querétaro o Valladolid para reorganizar las fuerzas, la moral de los insurgentes sufrió un golpe considerable. Allende, quien en este punto ya había demostrado su capacidad de liderazgo y organización, no estaba de acuerdo con la retirada, especialmente porque la victoria en la batalla de Monte de las Cruces había dejado a las fuerzas realistas, lideradas por Felix María Calleja, muy debilitadas.
Sin embargo, a pesar de su disconformidad con la retirada, Allende siguió las órdenes de Hidalgo y aceptó la nueva dirección del movimiento. Este desacuerdo marcó el principio de un distanciamiento entre ambos líderes, que ya no compartían la misma visión estratégica. Mientras Hidalgo prefería retirarse para reorganizarse, Allende y otros oficiales como Juan Aldama pensaban que la victoria estaba al alcance de la mano si mantenían la presión sobre la Ciudad de México.
La desorganización y la falta de disciplina durante la retirada de los insurgentes pronto se convirtieron en un problema significativo. Las deserciones aumentaron, y la falta de cohesión en el ejército insurgente fue evidente. La situación empeoró cuando las fuerzas realistas, encabezadas por Calleja, atacaron a los insurgentes en la batalla de Aculco, el 7 de noviembre de 1810, donde la derrota fue desastrosa para los rebeldes. Ante la derrota, muchos insurgentes abandonaron la causa, y los que permanecieron se retiraron hacia Valladolid, donde Hidalgo y sus generales intentaron reorganizar las fuerzas para continuar la lucha.
La traición y captura
En el invierno de 1811, la situación de los insurgentes se complicó aún más. Después de las derrotas sufridas, Allende y sus compañeros comenzaron a replegarse hacia el norte en busca de nuevas fuerzas y recursos. Sin embargo, el 21 de marzo de 1811, en la hacienda de Acatita de Baján, cerca de Monclova, la suerte de los insurgentes cambió trágicamente. Ignacio Elizondo, un oficial que había sido parte de las filas insurgentes, traicionó a Allende y a los demás líderes. Sin previo aviso, Elizondo atacó y arrestó a Allende, Miguel Hidalgo, Juan Aldama, y otros insurgentes, entregándolos a las fuerzas realistas.
Tras su captura, Allende y los demás prisioneros fueron trasladados a la ciudad de Chihuahua, donde, después de un juicio sumarísimo, fueron condenados a muerte. Este juicio fue un proceso puramente formal, ya que el destino de los insurgentes ya estaba sellado. La rapidez con la que las autoridades virreinales ejecutaron a los líderes insurgentes demuestra la importancia simbólica que tenía su captura y ejecución.
El juicio y fusilamiento
El 26 de junio de 1811, Ignacio Allende fue fusilado en la Plazuela de los Ejercicios, en Chihuahua, junto con Juan Aldama, uno de sus compañeros más cercanos en la lucha. Sus cuerpos fueron decapitados y sus cabezas, junto con las de Hidalgo y José Mariano Jiménez, fueron enviadas a Guanajuato, donde fueron exhibidas en los torreones de la Alhóndiga de Granaditas como un recordatorio del poder de la monarquía española y la crueldad con la que tratarían a los rebeldes.
La ejecución de Allende, Aldama y Hidalgo fue un golpe mortal para el movimiento insurgente en ese momento. Sin embargo, a pesar de su muerte, su sacrificio no fue en vano. La figura de Ignacio Allende y los otros mártires del movimiento de independencia se convirtió en un símbolo de la lucha por la libertad, que inspiraría a las generaciones futuras.
Legado y percepción histórica
A lo largo de la historia, la figura de Ignacio Allende ha sido vista como la de uno de los principales iniciadores del movimiento de independencia de México. Aunque su papel en los primeros momentos de la lucha no fue tan mediático como el de Miguel Hidalgo, Allende fue un líder clave en la organización y ejecución de las primeras acciones insurgentes. Su renuncia al liderazgo en favor de Hidalgo, su carácter decidido y su valentía en el campo de batalla lo convierten en un héroe nacional de la independencia mexicana.
La percepción histórica de Allende ha ido evolucionando, y hoy en día es considerado uno de los pilares del movimiento de independencia. A pesar de la falta de un liderazgo unificado en los primeros momentos del conflicto, la valentía y el sacrificio de los insurgentes como Allende y Aldama fueron fundamentales para inspirar a otros a unirse a la causa.
El sacrificio de Allende, y la forma en que su historia fue conservada por los historiadores y la memoria colectiva, subraya su importancia no solo en los primeros días de la independencia, sino también en la construcción de una identidad nacional mexicana que, siglos después, sigue siendo un faro de orgullo y unidad.
MCN Biografías, 2025. "Ignacio María de Allende y Unzaga (1769–1811): El Iniciador de la Independencia Mexicana". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/allende-y-unzaga-ignacio-maria-de [consulta: 18 de octubre de 2025].