Laurence Kerr Olivier (1907–1989): El Arquitecto del Teatro Clásico y la Épica Cinematográfica
Infancia y entorno familiar
Un hogar religioso y las primeras influencias culturales
Laurence Kerr Olivier nació el 22 de mayo de 1907 en Dorking, una localidad del condado de Surrey, Inglaterra, en el seno de una familia profundamente religiosa. Su padre, Gerard Kerr Olivier, era un pastor anglicano que ejercía con estricta disciplina su vocación clerical, y esa severidad moral marcaría las primeras experiencias de vida del futuro actor. Aunque este ambiente religioso podría haber sofocado inclinaciones artísticas en otro contexto, en el caso de Laurence se convirtió en una plataforma temprana para desarrollar su expresividad: desde pequeño estuvo expuesto a la oratoria y al ritual teatral del culto religioso, elementos que, sin duda, alimentarían su sensibilidad escénica.
La madre de Laurence falleció cuando él tenía apenas doce años, una pérdida temprana que afectó profundamente su carácter. En medio de ese dolor, encontró consuelo en el mundo del teatro escolar, donde su talento natural para la declamación y la interpretación comenzó a aflorar con fuerza. En una representación escolar de Julio César, con solo diez años, asumió el papel de Bruto, mostrando ya una madurez dramática que sorprendió a sus profesores. Aquel momento, aparentemente trivial, se convertiría en un presagio de una carrera colosal.
Primeros intereses por el teatro y debut en escena
La pasión de Olivier por la interpretación se manifestó desde muy temprana edad, alimentada tanto por sus lecturas como por su propia inclinación innata al drama. En una época en que la actuación era vista aún con cierto recelo en los círculos más conservadores, su decisión de convertirse en actor no fue bien recibida por su padre. Sin embargo, Gérard Kerr Olivier terminó por ceder, influido por el evidente talento de su hijo.
La sólida educación religiosa, lejos de entorpecer su camino artístico, le ofreció una base firme en el uso de la voz, el manejo de la emoción contenida y la gestualidad simbólica, características que definirían buena parte de su estilo interpretativo en años posteriores.
Educación y vocación artística
Abandono de Oxford y formación en el Elsie Fogerty Studio
Siguiendo un camino más tradicional, Olivier ingresó brevemente en la Universidad de Oxford, pero su vocación por el arte dramático era demasiado fuerte como para permitirle seguir la vía académica convencional. Pronto abandonó sus estudios universitarios para inscribirse en la Central School of Speech and Drama, más conocida entonces como el Elsie Fogerty Studio, ubicada en el Royal Albert Hall de Londres.
Allí, bajo la tutela de la exigente pero visionaria Elsie Fogerty, Olivier adquirió una sólida formación técnica. Fogerty defendía una concepción integral del arte actoral, combinando el trabajo vocal con el control físico y la exploración emocional. Esta formación rigurosa se convirtió en la columna vertebral de su estilo, caracterizado por un virtuosismo técnico que nunca sacrificaba la expresividad.
Durante esos años, Olivier comenzó a desarrollar una profunda admiración por William Shakespeare, a quien consideraba no solo el mayor dramaturgo de la lengua inglesa, sino también un autor que exigía y recompensaba al actor con mayor complejidad psicológica. Esa afinidad temprana marcaría toda su carrera.
Primeras experiencias teatrales y el salto al Old Vic
Su debut profesional en el teatro se produjo a finales de los años veinte, en producciones modestas pero que sirvieron de campo de entrenamiento. Pronto fue incorporado al Birmingham Repertory Theatre, donde se curtió en papeles variados, desde clásicos hasta contemporáneos. Este repertorio lo preparó para su ascenso al prestigioso Old Vic, una de las instituciones teatrales más importantes del Reino Unido.
En el Old Vic, Olivier se convirtió rápidamente en una figura central. Su capacidad para alternar registros —del trágico Hamlet al pícaro Ricardo III— lo convirtió en una de las grandes revelaciones del teatro británico de preguerra. El escenario se convirtió en su templo y laboratorio, donde experimentó con el lenguaje corporal, la voz y la construcción psicológica de los personajes. Fue allí donde su leyenda comenzó a forjarse de manera irrefutable.
Inicios cinematográficos y primeras dificultades
El cine como medio secundario y papeles heredados
Paralelamente a su despegue teatral, Olivier comenzó a incursionar en el cine, un medio que en aquel entonces era considerado por muchos actores de prestigio como menor. Su debut se produjo en 1930 en la película The Temporary Widow, dirigida por Gustav Ucicky, una obra poco destacada pero que marcó su entrada en la pantalla grande.
En los primeros años, Olivier fue elegido frecuentemente para papeles rechazados por otros actores. Fue, por ejemplo, la segunda opción después de Ronald Colman o Leslie Howard en varios títulos. Aunque esto podría haber sido motivo de frustración, Olivier aprovechó cada oportunidad como una forma de explorar nuevas posibilidades expresivas, conscientes ya de que el cine, aunque aún limitado técnicamente, ofrecía una intimidad emocional distinta a la del teatro.
Durante los años treinta, participó en proyectos desiguales, como Moscow Nights (1935), dirigida por Anthony Asquith, y 21 días juntos (1937), de Basil Dean, en los que su presencia escénica ya empezaba a destacar pese a los altibajos de guion y producción.
Primeros reconocimientos y el impacto de Cumbres borrascosas
El gran punto de inflexión en su carrera cinematográfica llegó en 1939 con la adaptación de William Wyler de Cumbres borrascosas, donde interpretó al atormentado Heathcliff. Esta vez, el papel le fue asignado también tras el rechazo de otro actor —Ronald Colman nuevamente—, pero Olivier lo asumió con una intensidad dramática que lo catapultó al estrellato internacional.
La interpretación de Heathcliff le valió su primera nominación al Oscar, y más importante aún, lo hizo reconsiderar el cine no solo como una extensión del teatro, sino como un lenguaje propio y con enormes posibilidades de comunicación emocional. Wyler fue clave en este cambio de percepción. Olivier reconocería siempre que fue el director estadounidense quien le mostró cómo actuar para la cámara, cómo reducir gestos y adaptar la interpretación a la escala íntima del primer plano.
Desde ese momento, su relación con el cine dejó de ser funcional y pasó a ser estratégica: un medio para ensanchar su arte y llegar a públicos que nunca habrían pisado el teatro.
Hollywood, prestigio y redefinición de carrera
Éxitos iniciales: Rebeca y consolidación internacional
Tras el éxito de Cumbres borrascosas, Laurence Olivier consolidó su presencia en Hollywood con un papel igualmente icónico: el enigmático y atormentado Maxim de Winter en Rebeca (1940), dirigida por Alfred Hitchcock y producida por David O. Selznick. La cinta, basada en la novela de Daphne du Maurier, fue un hito cinematográfico que combinó suspenso, romance gótico y drama psicológico, y se convirtió en la primera producción estadounidense de Hitchcock.
Olivier compartió escena con Joan Fontaine, cuya vulnerabilidad contrastaba perfectamente con el aire frío y autoritario de su personaje. El trabajo actoral de Olivier fue nuevamente reconocido con una nominación al Oscar al Mejor Actor, consolidando su estatus como uno de los intérpretes más importantes de su generación.
Sin embargo, a pesar de su éxito rotundo en la industria norteamericana, Olivier comenzó a sentirse incómodo con la dirección que su carrera estaba tomando. Rechazó la idea de convertirse en una figura puramente comercial o en un galán al estilo de Cary Grant, declarando: “No quiero llegar a ser un Cary Grant”. Esta declaración reflejaba un conflicto existencial profundo entre el artista y la estrella, entre el compromiso cultural y la fama superficial.
Distanciamiento de la imagen de galán y elección de Shakespeare
A partir de ese momento, Olivier adoptó una actitud más selectiva con sus proyectos y decidió embarcarse en una cruzada artística: llevar las obras de Shakespeare al cine con una calidad técnica y una fidelidad textual sin precedentes. Esta elección no fue solo una inclinación personal, sino una declaración de principios que pretendía elevar el cine a la altura del gran teatro clásico.
Para ello, Olivier necesitaba autonomía creativa, y la consiguió asumiendo múltiples roles en sus proyectos: actor, director, guionista e incluso productor. En este proceso, el cine dejó de ser un mero escaparate y se transformó en un instrumento cultural, capaz de democratizar el acceso al patrimonio literario británico.
Olivier como director y visionario
La epopeya de Enrique V y sus desafíos
El primer gran resultado de esta nueva etapa fue Enrique V (1944), una ambiciosa adaptación cinematográfica del drama histórico de Shakespeare. Olivier quiso contar con William Wyler para dirigir la cinta, pero al no lograrlo, asumió él mismo la dirección. Esta decisión marcaría un hito en su carrera, ya que transformó una obra compleja en una experiencia visual rica, con una puesta en escena vibrante y una estética inspirada en la pintura renacentista.
La cinta fue filmada durante la Segunda Guerra Mundial y funcionó también como instrumento propagandístico, exaltando el liderazgo y la unidad nacional británica. La fotografía de Robert Krasker y el uso pionero del color dotaron al film de una identidad única. Aunque su recepción comercial fue modesta, Olivier recibió un Oscar Honorífico por la película, que lo consagró como un innovador del cine literario.
Hamlet y Ricardo III: del reconocimiento al perfeccionismo
Olivier prosiguió con su proyecto shakespeareano con Hamlet (1948), un título mucho más introspectivo y sombrío. A pesar de sus dudas iniciales —consideraba que su estilo se adaptaba mejor a personajes “duros” que al introspectivo príncipe danés—, su interpretación fue aclamada por la crítica y el público. La película se alzó con cuatro premios Oscar, incluidos los de Mejor Película (la primera vez que una producción británica obtenía este galardón) y Mejor Actor.
El cierre de esta trilogía shakesperiana llegó en 1956 con Ricardo III, una adaptación que Olivier consideró su trabajo más logrado en este ciclo. El proyecto fue ofrecido inicialmente a Carol Reed, quien lo rechazó, lo que llevó a Olivier a tomar nuevamente las riendas como director. La película fue reconocida por su fidelidad al texto y su complejidad psicológica, representando a Ricardo como una figura carismática y monstruosa a la vez. Su caracterización —con joroba, andar torcido y una sonrisa siniestra— quedó grabada en la historia del cine.
Teatro, matrimonio y relaciones clave
Vivien Leigh: pasión y colaboración compleja
En paralelo a su desarrollo cinematográfico, la vida personal de Olivier también era foco de atención mediática. En 1940 se casó con Vivien Leigh, tras divorciarse de su primera esposa, Jill Esmond. Leigh, ya célebre por su papel como Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, se convirtió en su pareja artística en varios proyectos, tanto en teatro como en cine.
La relación, sin embargo, fue turbulenta. Leigh padecía de trastorno bipolar, lo cual afectaba tanto su salud como sus colaboraciones profesionales. Aunque participaron juntos en producciones como Romeo y Julieta, las tensiones personales y profesionales erosionaron el vínculo. Olivier siempre defendió la capacidad actoral de Leigh, pero reconocía las dificultades que implicaba trabajar juntos. La relación terminó formalmente en 1960, aunque Olivier mantuvo una lealtad emocional hacia ella hasta el final de sus días.
Ralph Richardson y la gestión del Old Vic
Durante los años cuarenta, Olivier codirigió el Old Vic Theatre junto a Ralph Richardson, otro gigante del escenario británico. Ambos compartían una visión artística centrada en la renovación del repertorio clásico y la formación de nuevos talentos. Bajo su gestión, el Old Vic se convirtió en una cuna de excelencia interpretativa, lugar de paso obligatorio para cualquier actor que aspirara a la grandeza escénica.
La colaboración entre Olivier y Richardson fue una de las más fructíferas en la historia del teatro británico. Su enfoque combinaba rigor técnico, riesgo estético y una fe profunda en la relevancia contemporánea del teatro clásico. Esta etapa marcó no solo el cénit de su trabajo en escena, sino también su transición hacia una figura de liderazgo institucional en las artes.
Últimas grandes actuaciones y papeles memorables
Del Free Cinema a Kubrick: versatilidad tardía
A partir de la década de 1960, Laurence Olivier experimentó un cambio notable en su carrera. Si bien continuó siendo una figura preeminente en el teatro, en el cine comenzó a aceptar papeles más variados, algunos de los cuales lo llevaron a explorar personajes menos asociados a su imagen de gran actor shakesperiano. En este período, su capacidad para adaptarse a nuevos géneros y estilos de interpretación se hizo aún más evidente.
En 1960, participó en Espartaco de Stanley Kubrick, un film épico de gran escala que reflejaba las luchas de los esclavos en la Roma antigua. Olivier interpretó al villano Craso, un papel que, a pesar de ser secundario, le permitió ofrecer una interpretación memorable de un hombre poderoso, calculador y cruel. La película, que incluyó a Kirk Douglas en el papel principal, fue un éxito tanto comercial como crítico, y Olivier destacó por su presencia intimidante.
Unos años más tarde, en 1966, participó en Kartum de Basil Dearden, un film sobre el conflicto anglo-egipcio en Sudán. Olivier interpretó al Mahdi, una figura religiosa y militar que lideraba la rebelión en el desierto. Aunque su caracterización fue algo exagerada y se alejaba de su estilo habitual de interpretación, su esfuerzo por abordar personajes complejos y multidimensionales siguió siendo evidente.
En 1976, Olivier aceptó el papel de Szell, un nazi sádico en Marathon Man, dirigida por John Schlesinger. Este thriller psicológico, que protagonizó junto a Dustin Hoffman, se alejó por completo de sus trabajos anteriores y marcó una interesante exploración de un papel oscuro y perturbador. La intensidad de su interpretación como Szell dejó una huella perdurable en el cine de suspenso.
Roles breves pero impactantes: Espartaco, Marathon Man
A lo largo de la década de 1970, Olivier continuó interpretando personajes complejos, algunos de los cuales fueron más breves pero igualmente impactantes. En 1977, participó en Los niños del Brasil de Franklin J. Schaffner, una película sobre un experimento nazi para clonar a Adolf Hitler. Aunque su presencia en el film no era central, su interpretación del Dr. Josef Mengele —el médico nazi conocido por sus crueles experimentos en los campos de concentración— fue una de las más inquietantes de su carrera, un testimonio de su capacidad para encarnar figuras de gran complejidad moral.
Otro de sus papeles destacados fue en Un pequeño romance (1979), una película sentimental dirigida por George Roy Hill, donde interpretó a un anciano que aconseja a dos jóvenes en una historia de amor prohibido. Esta película, en un tono más ligero, contrastó con algunos de los papeles más oscuros que Olivier había interpretado en años anteriores, mostrando la versatilidad del actor para moverse entre géneros.
Liderazgo institucional y televisión
Fundación del National Theatre y sus apuestas escénicas
A lo largo de su vida, Laurence Olivier no solo se dedicó a la interpretación, sino también a la dirección y gestión de importantes instituciones teatrales. En 1963, Olivier fue nombrado director artístico de la National Theatre Company de Inglaterra, un cargo que le permitió poner en marcha una serie de innovaciones tanto artísticas como institucionales. En su tiempo al frente de esta compañía, impulsó producciones memorables, incluyendo interpretaciones de clásicos de Shakespeare, así como de autores contemporáneos. Su dirección del National Theatre se destacó por su enfoque en la accesibilidad, llevando las grandes obras del repertorio británico a audiencias amplias, al tiempo que experimentaba con nuevas formas de puesta en escena.
Olivier fue una figura clave en la revitalización del teatro británico, ayudando a transformar al National Theatre en una de las instituciones más importantes del mundo, que sigue siendo un símbolo de la grandeza escénica británica.
Olivier en la televisión: clásicos adaptados y nuevas audiencias
Olivier también se dedicó a la televisión, participando en varias adaptaciones de obras literarias y teatrales. En 1958, participó en la serie de televisión John Gabriel Borkman, y en 1963, hizo su versión de Tío Vanya para la BBC. Durante este período, Olivier aprovechó la televisión para llegar a audiencias más amplias, adaptando algunos de los trabajos más complejos de la literatura británica.
En 1970, presentó su versión de David Copperfield, y en 1973 interpretó a Shylock en El mercader de Venecia, una de las obras más conocidas de Shakespeare. Además, su participación en la serie histórica El mundo en guerra (1974) le permitió profundizar en la narración de historias humanas a través de la pantalla pequeña, alcanzando nuevas generaciones de espectadores.
Reconocimientos, últimos años e influencia duradera
Distinciones y consagración como “Sir”
A lo largo de su carrera, Laurence Olivier recibió numerosos premios y distinciones, que reflejaban no solo su contribución al arte dramático, sino también su impacto cultural a nivel mundial. En 1960, fue nombrado Sir por la Reina Isabel II en reconocimiento a su contribución al teatro y el cine británicos. Esta distinción fue solo uno de los muchos galardones que coronaron su carrera, incluyendo un total de nueve nominaciones al Oscar a lo largo de su vida, así como una estatua en su honor en la National Gallery de Londres.
La crítica, sus memorias y el juicio histórico sobre su figura
Spencer Tracy, uno de los grandes actores de Hollywood, resumió perfectamente la magnitud de Olivier cuando dijo: “el mejor actor de cine de todos los tiempos”. Para el escritor y crítico teatral Kenneth Tynan, Olivier no solo fue un actor excepcional, sino una figura que cruzaba el abismo entre una buena actuación y una que se quedaría para la historia. Esta capacidad única de Olivier para crear momentos memorables en la pantalla y en el escenario le asegura un lugar en la historia como uno de los artistas más influyentes del siglo XX.
Olivier falleció el 11 de julio de 1989 en Steyning, condado de Sussex, dejando atrás un legado que sigue siendo referencia para actores, directores y espectadores. Su trabajo sigue vivo en las múltiples grabaciones de sus actuaciones y en la influencia que ejerció sobre generaciones de artistas y cineastas, que continúan recordando la majestuosidad de su arte.
MCN Biografías, 2025. "Laurence Kerr Olivier (1907–1989): El Arquitecto del Teatro Clásico y la Épica Cinematográfica". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/olivier-laurence-kerr [consulta: 18 de octubre de 2025].