Emilio Cotarelo y Mori (1857–1936): Erudito asturiano y custodio del teatro clásico español

Emilio Cotarelo y Mori (1857–1936): Erudito asturiano y custodio del teatro clásico español

Orígenes y formación académica

Emilio Cotarelo y Mori nació en Vega de Ribadeo, una pequeña localidad en la región asturiana de España, en el año 1857. Aunque su nombre está estrechamente vinculado a la erudición y al estudio detallado de la literatura y el teatro español, sus primeros años estuvieron marcados por una formación académica completamente distinta. Como muchos intelectuales de su época, Cotarelo comenzó su camino en el ámbito jurídico, cursando la carrera de Derecho Civil y Canónico en la Universidad de Oviedo, desde donde se graduó en 1877. Sin embargo, el destino y sus intereses fueron mucho más allá de la abogacía, y la verdadera vocación de Cotarelo no comenzó a aflorar hasta varios años después de finalizar su licenciatura.

A lo largo de los primeros años de su vida profesional, Cotarelo se sintió atrapado en una carrera que no era la suya. Pasó casi una década lidiando con la dura realidad de haber escogido un camino que no le ofrecía la satisfacción intelectual y personal que anhelaba. A pesar de haber completado su formación en Derecho, el joven Cotarelo experimentaba una creciente insatisfacción con su vida profesional, y la búsqueda de un sentido más profundo para su vida le llevó a replantearse sus prioridades. Fue en este contexto de indecisión y desilusión con su carrera cuando comenzó a descubrir su verdadera vocación: el estudio de la literatura española y la erudición histórica.

Este proceso de autodescubrimiento fue paulatino. En 1886, tras varios años de silenciosa reflexión, Cotarelo publicó su primer trabajo importante: un estudio biográfico y crítico sobre el Conde de Villamediana, un personaje literario y político del Siglo de Oro español. Esta obra, si bien no fue muy conocida en su tiempo, marcó el comienzo de la carrera académica que Cotarelo había estado buscando. El Conde de Villamediana, que vivió en una época de tensiones políticas y literarias, fue un personaje ideal para que Cotarelo pudiera volcar sus estudios y conocimientos en el análisis literario. La obra sirvió como una primera aproximación a la figura de Villamediana, al tiempo que permitió a Cotarelo dar sus primeros pasos en el mundo de la crítica literaria.

El trabajo sobre el Conde de Villamediana también marcó el principio de un largo silencio en la producción de Cotarelo. Durante siete años, no apareció ninguna nueva obra suya, lo que nos habla de un periodo de introspección y reflexión. Sin embargo, este tiempo de calma fue, en realidad, una etapa clave en la que Cotarelo maduró su enfoque académico y dio forma a su identidad como investigador. A medida que su pensamiento maduraba, fue reconociendo el ámbito en el que realmente se sentía cómodo: la historia literaria española. Durante estos años, su interés por el teatro, la poesía y la crítica se afianzaba de forma decidida.

Fue en 1893 cuando Cotarelo publicó su segunda obra significativa, que lo posicionaría como un erudito reconocido dentro de la literatura española. Este trabajo, titulado Tirso de Molina. Investigaciones bio-bibliográficas, supuso una renovadora biografía sobre uno de los grandes dramaturgos del Siglo de Oro español. Cotarelo no solo revisó la vida del fraile mercedario, sino que además, renovó completamente la visión tradicional sobre su obra, abriendo nuevas perspectivas de investigación sobre su figura. Tirso de Molina era un escritor fundamental en la época barroca, conocido principalmente por su comedia El burlador de Sevilla, una de las obras más representativas del teatro español. Sin embargo, Cotarelo rompió con los enfoques previos sobre la vida y obra de Tirso, ampliando su estudio con una profundidad y un rigor nunca antes visto.

El trabajo sobre Tirso de Molina no solo fue relevante para los estudios literarios, sino que también le otorgó a Cotarelo un reconocimiento académico que marcaría su futuro. Fue en este contexto cuando se comenzó a gestar la posibilidad de su ingreso en la Real Academia Española. El impacto de su investigación sobre Tirso consolidó su reputación como un académico minucioso y detallista, y comenzó a abrirle las puertas de la más alta institución literaria del país. Sin embargo, antes de que esto sucediera, Cotarelo aún debía enfrentarse a otros desafíos que marcarían su vida académica.

Entre 1893 y 1898, Cotarelo vivió una etapa de maduración y consolidación en su carrera. En estos años, su actividad literaria continuó en la misma dirección, aunque su producción no fue tan constante como la que desarrolló en su etapa posterior. Fue un periodo en el que, si bien las publicaciones no fueron numerosas, la calidad de las mismas fue innegable. A lo largo de este tiempo, Cotarelo siguió reflexionando sobre el teatro y la literatura española, especialmente sobre figuras tan fundamentales como Lope de Vega y Tirso de Molina. Su conocimiento sobre las obras y la vida de estos escritores se profundizó considerablemente, sentando las bases para las investigaciones que vendrían en su etapa de madurez.

En 1898, una de sus obras más destacadas, Iriarte y su época, alcanzó una gran repercusión. Este trabajo, que analizó la figura de Tomás de Iriarte y su contexto histórico y cultural, fue premiado por la Real Academia Española, lo que significó el reconocimiento público de Cotarelo como un erudito de peso en el panorama literario español. Su trabajo sobre Iriarte no solo fue un triunfo personal, sino también un indicador del cambio que se estaba produciendo en la Real Academia. Los académicos de la época ya no solo se dedicaban a la creación literaria, sino también a la crítica y la investigación profunda. Cotarelo se convirtió en uno de los mayores exponentes de esta nueva orientación académica.

Gracias a su creciente renombre, en 1898 la Real Academia Española lo eligió como miembro de pleno derecho, un logro que consolidó definitivamente su lugar en la historia de la erudición española. Durante este proceso, Cotarelo pronunció un discurso que resultó fundamental para su futuro dentro de la institución, ya que en él defendió la importancia de las Imitaciones castellanas del Quijote, un tema de gran relevancia para la crítica literaria española. La recepción de Cotarelo en la Academia, un acontecimiento que se celebró en mayo de 1900, le permitió no solo acceder a una nueva esfera de influencia académica, sino también entablar relaciones con grandes figuras del ámbito literario, como Alejandro Pidal y Mon, quien fue el encargado de responder a su discurso.

La entrada de Cotarelo en la Real Academia no solo significó el reconocimiento de su obra y su persona, sino también el inicio de una etapa decisiva en su carrera. Su trabajo en la institución académica le permitiría dedicarse plenamente a la investigación, un aspecto que se convertiría en el eje central de su vida en los años venideros. A partir de este momento, Cotarelo no solo sería un estudioso de la literatura, sino también un líder académico con un vasto conocimiento sobre la historia del teatro español.

Reconocimiento y primeros logros en la erudición

El ingreso de Emilio Cotarelo en la Real Academia Española en 1898 marcó el comienzo de una nueva etapa en su vida, una en la que su nombre se consolidó como uno de los más importantes en el campo de la erudición y la crítica literaria en España. A partir de este momento, Cotarelo no solo fue un miembro más de la institución, sino que comenzó a ejercer una influencia destacada sobre los estudios literarios y la historiografía española, convirtiéndose en uno de los principales referentes de la crítica del Siglo de Oro español. Su obra sobre Iriarte y su época fue un hito en este proceso, no solo por el reconocimiento de la Real Academia Española, sino también por su capacidad para reconfigurar la figura del autor dentro de su contexto histórico y cultural.

Una de las características que definió a Cotarelo a lo largo de su carrera fue su afán por documentar y estudiar a fondo los grandes autores del Siglo de Oro. Su trabajo sobre Tirso de Molina en 1893 había marcado una pauta en la investigación literaria española, pero sería con su obra sobre Lope de Vega y la creación de una serie de monografías sobre el autor madrileño cuando Cotarelo alcanzara una posición destacada entre los académicos y estudiosos de la época. En este sentido, uno de sus logros más relevantes fue la creación de la Segunda Serie de la edición académica de Lope de Vega, que pasaría a convertirse en una de las ediciones más completas y respetadas del dramaturgo. En sus estudios, Cotarelo no solo se limitó a realizar un análisis biográfico y bibliográfico de Lope, sino que también profundizó en los aspectos más complejos de la autoría de sus obras, defendiendo con ahínco su capacidad creadora frente a las críticas de quienes dudaban de la autenticidad de algunas de sus comedias.

El estudio sobre Lope de Vega se complementó con sus análisis sobre otros autores fundamentales del Siglo de Oro, como Calderón de la Barca, Tirso de Molina y Francisco de Rojas Zorrilla, quienes constituyen algunos de los pilares de la literatura española clásica. Cotarelo, con su exhaustivo trabajo de archivo, se convirtió en un especialista en la investigación de estos dramaturgos, abordando aspectos hasta entonces inexplorados y aportando nuevos materiales para la comprensión de sus vidas y sus obras. En su análisis de Tirso de Molina, por ejemplo, Cotarelo no solo se centró en la biografía del autor, sino que también contribuyó al estudio y edición de sus comedias, muchas de las cuales habían permanecido inéditas desde el siglo XVII. Esta labor de recuperación de obras olvidadas fue un pilar fundamental en su proyecto académico y un aspecto que lo distinguió de otros estudiosos contemporáneos.

Sin embargo, el verdadero reconocimiento público de Cotarelo no llegó solo a través de sus obras más conocidas, sino también por su contribución a la Academia Española. Durante estos años, Cotarelo desempeñó un papel esencial dentro de la institución, siendo un miembro activo de la misma y ejerciendo varios cargos importantes. Fue elegido bibliotecario en 1911 y Secretario Perpetuo en 1913, posiciones que le otorgaron una gran influencia dentro del cuerpo académico. Como bibliotecario, Cotarelo se encargó de organizar y catalogar los fondos de la Academia, un trabajo que lo mantenía constantemente en contacto con los textos más valiosos de la literatura española. Este rol no solo le permitió gestionar los recursos literarios de la institución, sino también estar al tanto de nuevas publicaciones y ediciones que enriquecieran los estudios literarios.

A medida que su carrera avanzaba, Cotarelo se fue consolidando como una figura indispensable en la Real Academia Española, no solo por su conocimiento profundo de la literatura española, sino también por su capacidad para conectar con otros eruditos y académicos de la época. Su ingreso a la Academia fue seguido por un creciente protagonismo en las actividades de la institución, lo que lo llevó a ocupar varias veces cargos importantes, entre ellos el de Senador por la Academia en tres ocasiones, en los años 1919, 1921 y 1923. Estas designaciones fueron un reconocimiento a su labor de investigación y a la importancia de sus trabajos en el ámbito académico.

Uno de los aspectos más destacados de su carrera dentro de la Real Academia fue su participación activa en la creación y publicación del Boletín de la Real Academia Española, una publicación que comenzó a publicarse en 1914 y que Cotarelo alimentó con una gran cantidad de sus propios trabajos. El Boletín fue una de las iniciativas más importantes de la Academia en el siglo XX, y Cotarelo fue su principal impulsor. A lo largo de los años, el Boletín se convirtió en un espacio donde se publicaron estudios fundamentales para el conocimiento de la literatura y la historia del Siglo de Oro, y Cotarelo desempeñó un papel central en su desarrollo. Fue, sin lugar a dudas, el alma del Boletín durante sus primeros años, y su trabajo incluyó una gran cantidad de ediciones críticas, estudios biográficos y bibliográficos, así como artículos sobre autores y obras fundamentales de la literatura española.

A medida que avanzaba en su labor académica, Cotarelo fue profundizando su interés por el teatro y, especialmente, por la evolución del teatro español clásico. Durante su vida, Cotarelo editó y publicó una gran cantidad de obras teatrales, algunas de las cuales, como Las obras de Lope de Rueda, se habían perdido o permanecían inéditas. Estos trabajos no solo pusieron al descubierto la riqueza del patrimonio teatral español, sino que también contribuyeron de manera decisiva al estudio del teatro como un reflejo de la sociedad española de su tiempo. Cotarelo fue uno de los primeros en considerar el teatro como un campo de investigación por derecho propio, analizando no solo las obras en sí, sino también los contextos sociales y culturales en los que se desarrollaban.

El hecho de que Cotarelo no solo se dedicara a la literatura de los grandes autores consagrados, sino también a los llamados dramaturgos menores, refleja su amplio interés por todos los aspectos del teatro clásico español. Su trabajo sobre autores menos conocidos, como Vélez de Guevara, Mira de Amescua o Juan Bautista Diamante, fue crucial para la historiografía literaria, ya que permitió que estos autores y sus obras salieran del olvido y fueran estudiados en su justa medida. Además, Cotarelo también llevó a cabo estudios profundos sobre Cervantes, especialmente en lo que respecta a su figura como dramaturgo, contribuyendo al conocimiento de un aspecto de la vida de Cervantes que hasta entonces no había sido suficientemente explorado.

A lo largo de estos primeros años de su carrera académica, Cotarelo no solo se consolidó como un gran erudito, sino también como un hombre de influencia dentro del círculo de los estudios literarios en España. Su vasta labor en la Academia y su trabajo en la recuperación de obras olvidadas lo situaron como un líder intelectual, cuya obra sería decisiva para los estudios literarios del siglo XX. Sin embargo, su influencia no se limitó únicamente a su país, ya que sus investigaciones fueron reconocidas a nivel internacional. Su erudición rigurosa y su capacidad para descubrir nuevos aspectos de la literatura española fueron fundamentales para la generación de una visión más amplia y profunda de los autores del Siglo de Oro.

El apogeo en la Academia y su influencia en la crítica literaria

Durante los primeros años del siglo XX, Emilio Cotarelo alcanzó la cúspide de su carrera académica y erudita. Con su ingreso en la Real Academia Española y la consolidación de su posición dentro de la institución, su influencia comenzó a expandirse más allá de los límites de la Academia. Cotarelo pasó a ser reconocido como uno de los máximos exponentes de la crítica literaria en España, especialmente en lo que respecta al Siglo de Oro y al teatro clásico. Durante este periodo, se le encargaron importantes trabajos de investigación y edición, destacando su labor en la recuperación de textos y la edición crítica de obras esenciales para la historia de la literatura española.

En 1911, Cotarelo fue elegido bibliotecario de la Real Academia Española, un cargo que le permitió tener acceso a una vasta cantidad de materiales y documentos. Este rol fue crucial para el desarrollo de su obra, ya que le permitió profundizar en los archivos de la Academia y realizar investigaciones inéditas sobre autores y obras fundamentales. La biblioteca de la Real Academia fue una fuente invaluable para Cotarelo, quien pasó largas horas investigando y recopilando materiales para sus estudios. No solo se limitó a editar textos, sino que también llevó a cabo investigaciones en archivos y bibliotecas de todo el país, lo que le permitió realizar un trabajo de documentación minucioso y exhaustivo.

Uno de los grandes logros de Cotarelo durante su etapa como bibliotecario fue la realización de la edición crítica de las obras de Lope de Vega, uno de los más grandes dramaturgos españoles. A través de su labor en la edición académica de Lope de Vega, Cotarelo no solo recopiló y catalogó las obras de este autor, sino que también aportó nuevos enfoques para su interpretación, destacando aspectos que habían sido pasados por alto en ediciones anteriores. La minuciosidad con la que Cotarelo abordó la obra de Lope no solo se limitó a la recopilación de textos, sino también a la reconstrucción de su contexto histórico, cultural y literario, lo que le permitió ofrecer una visión más completa y profunda de la figura del Fénix de los Ingenios.

Además de su labor como bibliotecario y editor, Cotarelo asumió el cargo de Secretario Perpetuo de la Real Academia Española en 1913, una de las posiciones más influyentes dentro de la institución. Este cargo le otorgó una enorme autoridad y le permitió seguir contribuyendo al desarrollo de la Academia y sus publicaciones. En su rol como Secretario, Cotarelo desempeñó una función clave en la gestión de los trabajos académicos, y fue el encargado de supervisar la publicación de muchos de los estudios y monografías que se produjeron durante esos años. Entre sus responsabilidades estaba la organización de las comisiones de trabajo y la coordinación de los estudios literarios que se publicaban en los boletines académicos.

Una de las publicaciones más destacadas de la época fue el Boletín de la Real Academia Española, que Cotarelo ayudó a fundar en 1914 y al que dedicó una gran parte de su tiempo y esfuerzo. El Boletín se convirtió en una de las principales plataformas para la difusión de la crítica literaria y los estudios sobre la literatura española. Cotarelo no solo contribuyó con sus propios trabajos, sino que también coordinó las colaboraciones de otros académicos y estudiosos de la época. Bajo su dirección, el Boletín alcanzó un alto nivel de calidad y se convirtió en una fuente indispensable para cualquier investigador de la literatura española.

A lo largo de los años, Cotarelo demostró ser un gran defensor de los estudios literarios históricos y del enfoque historicista de la crítica literaria, una corriente que se oponía a las nuevas tendencias modernas y vanguardistas que comenzaban a ganar fuerza en Europa. En una época en que las vanguardias literarias arrasaban con la tradición y renovaban los cánones estéticos, Cotarelo se mantuvo firme en su posición de historiador literario, siguiendo el modelo positivista que había caracterizado su obra desde sus primeros trabajos. Para él, la literatura debía ser entendida en su contexto histórico, y la investigación debía centrarse en la documentación rigurosa y en la reconstrucción fiel de los hechos. Este enfoque lo convirtió en una figura clave en el campo de la erudición y la crítica histórica.

En sus estudios más significativos, Cotarelo no solo se dedicó a recuperar y estudiar obras de autores consagrados como Lope de Vega, Tirso de Molina o Calderón de la Barca, sino que también se centró en los llamados dramaturgos menores del Siglo de Oro, aquellos cuya obra había quedado en la sombra de los grandes nombres. Entre estos dramaturgos, Cotarelo estudió a autores como Vélez de Guevara, Mira de Amescua, Juan Bautista Diamante, Álvaro Cubillo de Aragón, y muchos otros, cuya obra fue ignorada o subestimada por la crítica de su tiempo. A través de su trabajo de archivo y análisis, Cotarelo rescató muchas de las obras olvidadas de estos autores, permitiendo que fueran conocidas y estudiadas por nuevas generaciones de estudiosos.

Uno de los mayores logros de Cotarelo fue su capacidad para estudiar y contextualizar el teatro barroco español. En su enfoque de la literatura española, especialmente el teatro, Cotarelo no se limitó a analizar las obras como textos aislados, sino que se adentró en los contextos sociales y culturales en los que estas se desarrollaron. Su análisis del teatro del Siglo de Oro reflejó su profundo conocimiento de la época y su capacidad para entender la literatura como un fenómeno social y cultural. Además, su estudio de la vida de los actores y de las circunstancias históricas que rodearon la producción de las obras fue fundamental para una comprensión más completa del teatro español de ese tiempo.

En el campo de la crítica teatral, Cotarelo fue pionero al estudiar no solo a los autores, sino también a los actores, cuyas vidas y trayectorias muchas veces pasaban desapercibidas para los estudiosos de la época. Fue uno de los primeros en documentar la vida de figuras como Sebastián de Prado, uno de los grandes actores del Siglo de Oro, así como de otros artistas y personajes relacionados con el teatro. Su labor como investigador y editor de textos teatrales permitió que muchos aspectos de la vida teatral española fueran comprendidos en toda su complejidad.

A lo largo de estos años, Cotarelo también trabajó en la recopilación de obras inéditas o poco conocidas, como las comedias de Lope de Rueda y los sainetes de Ramón de la Cruz, que pasaron a formar parte de su vasta colección de estudios. Su obra más ambiciosa en este sentido fue su trabajo sobre la historia de la zarzuela, un género musical español que, aunque en su época ya comenzaba a perder fuerza, Cotarelo consideraba de vital importancia para la historia del teatro español. En 1917, Cotarelo publicó la Historia de la Zarzuela, un estudio exhaustivo que abarcaba hasta finales del siglo XIX. Aunque la obra quedó inconclusa debido a su muerte prematura, su investigación fue clave para sentar las bases del estudio de la zarzuela y la música teatral en España.

El enfoque historicista de Cotarelo, si bien contribuyó a la preservación de una gran parte del patrimonio literario y teatral español, también lo enfrentó a las tendencias más modernas y vanguardistas que comenzaron a tomar fuerza en el ámbito intelectual. Mientras que otros estudiosos se centraban en las corrientes estéticas contemporáneas y en la renovación del lenguaje literario, Cotarelo se mantuvo fiel a su metodología de investigación basada en el archivo, la documentación y el análisis riguroso de los textos. Este contraste con las tendencias modernistas de la época colocó a Cotarelo en una posición algo aislada, pero su obra perduró como una de las más importantes dentro del panorama académico de su tiempo.

El historicismo positivista y su postura frente a las vanguardias

A medida que Emilio Cotarelo avanzaba en su carrera académica, su obra se fue consolidando como un referente fundamental en la historiografía literaria española. Sin embargo, su enfoque de la investigación y su visión de la literatura española se mantuvieron fieles a una tradición historicista y positivista que lo colocó en una posición particular frente a las nuevas corrientes intelectuales que comenzaban a surgir a comienzos del siglo XX. Mientras las vanguardias artísticas irrumpían con fuerza en el panorama cultural europeo, Cotarelo continuó siguiendo una metodología rigurosa basada en la documentación, la investigación de archivos y el análisis histórico de los textos literarios. Esta postura le permitió preservar una tradición de estudio y erudición que, aunque algo alejada de los nuevos movimientos artísticos, dejó una huella indeleble en los estudios literarios de la época.

El positivismo que guiaba el enfoque de Cotarelo no solo se limitaba a la recopilación y el análisis de datos concretos, sino que implicaba también una concepción de la literatura como un fenómeno histórico, social y cultural. Para él, la literatura no podía ser entendida de manera aislada o abstracta, sino que debía situarse dentro de su contexto histórico, ideológico y cultural. Esta perspectiva lo llevó a desarrollar una profunda admiración por la documentación y la minuciosidad en la investigación, que se reflejaron en todos sus trabajos. Sus estudios sobre autores del Siglo de Oro, como Tirso de Molina, Lope de Vega y Calderón de la Barca, no se limitaron a ser una simple recolección de hechos biográficos o análisis de obras, sino que fueron un esfuerzo por comprender la literatura como un proceso dinámico e interconectado con su entorno histórico.

Este enfoque se oponía a las tendencias más modernas que comenzaban a ganar terreno en Europa, especialmente en España. A principios del siglo XX, las vanguardias literarias y artísticas, con figuras como Miguel de Unamuno, Ramón María del Valle-Inclán, y el Grupo de los Noventa y Nueve, rechazaban las tradiciones anteriores y proponían una renovación radical del lenguaje y de las formas literarias. En un contexto marcado por la ruptura con el pasado, los escritores vanguardistas abogaban por una literatura experimental, que desafiaba las convenciones y los cánones establecidos. El modernismo y, más tarde, las tendencias surrealistas y futuristas, defendían una literatura que buscaba la libertad de la expresión individual y la ruptura con las normas tradicionales de la narrativa y la poesía.

Frente a esta corriente, Cotarelo se mantenía firme en su defensa de una metodología histórica y documental. Para él, la literatura debía ser comprendida desde un punto de vista científico, a través del estudio riguroso de los textos y de los contextos que los rodeaban. Aunque algunos de sus contemporáneos lo acusaban de ser un defensor del pasado, su enfoque no era conservador, sino profundamente respetuoso con la historia y los legados culturales. Cotarelo no rechazaba la innovación, pero consideraba que la renovación debía basarse en un conocimiento profundo del patrimonio literario y cultural de España, que a su juicio debía ser preservado y estudiado antes de ser reinterpretado.

Uno de los aspectos más significativos de la postura de Cotarelo frente a las vanguardias fue su defensa del historicismo positivista, un enfoque que, según él, ofrecía una mayor comprensión y objetividad al estudio de la literatura. En lugar de ver la literatura como una expresión subjetiva y emocional del autor, Cotarelo creía que la obra literaria debía ser entendida dentro de su contexto histórico y social. El análisis debía centrarse en los hechos, en los datos verificables y en la documentación que permitiera reconstruir el pasado de manera fiel. Así, sus estudios se convirtieron en una especie de arqueología literaria, en la que el erudito excavaba en los archivos y en los textos antiguos para descubrir las capas de la historia literaria que otros pasaban por alto.

Esta visión de la literatura como un fenómeno histórico también lo llevó a rechazar la interpretación emocional o simbólica de los textos, que comenzaba a ser defendida por algunos escritores y críticos contemporáneos. Cotarelo consideraba que los estudios literarios no debían ser simplemente una cuestión de interpretación subjetiva, sino una tarea objetiva de reconstrucción histórica. Este enfoque lo llevó a mantenerse distante de las interpretaciones románticas de la literatura, que se centraban en el genio individual del autor, y en lugar de eso, enfatizaba el análisis de los factores sociales, culturales y políticos que influían en la creación literaria.

Uno de los grandes logros de Cotarelo en este sentido fue su trabajo sobre el teatro español del Siglo de Oro, en el que no solo se centró en las obras de los grandes autores como Lope de Vega, Calderón de la Barca y Tirso de Molina, sino que también estudió las figuras menos conocidas del teatro de la época. En sus investigaciones sobre dramaturgos menores como Vélez de Guevara, Mira de Amescua y Juan Bautista Diamante, Cotarelo no solo rescató obras olvidadas, sino que también analizó las condiciones sociales y culturales que dieron lugar a estos autores y sus obras. Para él, el teatro era un reflejo de las tensiones sociales y políticas de la época, y cada obra debía ser entendida en su contexto.

La Historia de la Zarzuela, uno de sus trabajos más ambiciosos, fue otro ejemplo de su enfoque historicista. Cotarelo no solo documentó el desarrollo de este género musical en España, sino que también se preocupó por entender sus raíces en la tradición teatral y musical española, así como su evolución a lo largo del tiempo. Aunque el género de la zarzuela había perdido popularidad en el siglo XIX, Cotarelo consideraba que su estudio era esencial para comprender la evolución del teatro español, y su trabajo sobre la zarzuela se convirtió en una referencia fundamental para estudios posteriores.

Otro aspecto importante de la labor de Cotarelo fue su defensa del estudio crítico de los archivos, algo que lo distinguió de muchos de sus contemporáneos, que se centraban más en la interpretación estética de los textos. Cotarelo era un ferviente defensor de la investigación documental, y pasaba largas horas en los archivos de Madrid y otras ciudades españolas, buscando manuscritos y documentos que pudieran aportar nuevos datos sobre los autores y las obras del Siglo de Oro. En este sentido, su enfoque historicista no era solo una cuestión de metodología, sino una verdadera pasión por descubrir y preservar el patrimonio literario.

Por otro lado, Cotarelo no fue ajeno a las tensiones sociales y políticas de su tiempo. La primera mitad del siglo XX estuvo marcada por grandes cambios en España, incluyendo la instauración de la dictadura de Primo de Rivera y la Guerra Civil. Aunque Cotarelo fue siempre un defensor de la cultura española y su legado, su postura frente a los nuevos movimientos políticos y culturales fue más cautelosa. En lugar de alinearse con los movimientos de renovación radical que surgían en la política y la cultura, Cotarelo se centró en preservar el legado cultural de España y en defender la importancia de la historia literaria en un momento de profunda transformación social.

Muerte, legado y la desaparición de una era

El 27 de enero de 1936, Emilio Cotarelo y Mori, uno de los grandes eruditos españoles de la literatura del Siglo de Oro, falleció en Madrid, dejando un vacío que sería difícil de llenar. Su muerte marcó no solo el fin de su vida, sino también la desaparición de una era en la historiografía y la crítica literaria española. Cotarelo, junto a Rodríguez Marín, fue uno de los últimos grandes representantes de un tipo de erudición rigurosa y meticulosa que dominó la investigación literaria en España durante más de un siglo. Con su partida, se cerraba un capítulo esencial en la tradición académica española, un capítulo en el que la crítica literaria se basaba en la documentación exhaustiva, la recopilación de fuentes y el análisis detallado de los textos históricos.

Cotarelo murió tras una intensa jornada de trabajo. La tarde del sábado 25 de enero, asistió como siempre a las comisiones académicas de la Real Academia Española, participando activamente en las labores de la institución. El domingo 26 estuvo presente en la recepción pública de Blas Cabrera, un evento que reflejaba su continuo compromiso con la vida intelectual y académica del país. Aquella noche, Cotarelo se retiró a su residencia en la Academia, donde se sintió indispuesto. Pese a la presencia de médicos, no pudo superarse. A las dos de la madrugada del lunes 27 de enero, el erudito falleció, dejando atrás una obra monumental que había dedicado casi toda su vida a perfeccionar.

La noticia de su muerte no solo conmocionó a la Real Academia, sino también a la comunidad intelectual española en general. Cotarelo había sido un miembro fundamental de la Academia, ocupando puestos clave como bibliotecario, secretario perpetuo y senador, y fue el motor de varias iniciativas que transformaron el trabajo académico en España. Su desaparición, especialmente en un momento tan crítico para el país, marcó también el cierre de una época, una época en la que el historicismo positivista y la erudición rigurosa fueron los principios rectores de la investigación literaria.

Emilio Cotarelo fue, en muchos sentidos, un anacrónico en una época de transformación. Mientras la modernidad se abría paso con fuerza, con las vanguardias literarias buscando nuevas formas de expresión y con la política española sumida en la agitación, Cotarelo permaneció fiel a su enfoque historicista, casi aislado de las corrientes más innovadoras de la época. A lo largo de su vida, fue testigo de la llegada de un nuevo tipo de intelectual que buscaba reconfigurar las bases de la literatura y el arte, pero él se mantuvo firme en su método: el estudio de los textos literarios dentro de su contexto histórico y social, la documentación exhaustiva y el análisis positivista.

Este enfoque le permitió dejar una obra monumental, en la que destacó la recuperación y edición de obras esenciales para la historia de la literatura española. A lo largo de su carrera, Cotarelo no solo escribió sobre Tirso de Molina, Lope de Vega y otros grandes autores del Siglo de Oro, sino que también se dedicó a rescatar a dramaturgos menores cuya obra había sido olvidada, como Vélez de Guevara, Mira de Amescua, y Juan Bautista Diamante, entre otros. Su labor editorial y crítica fue crucial para dar a conocer muchos de los textos fundamentales de la época y para reconstruir la historia del teatro y la literatura española de una manera detallada y completa.

En el ámbito de la zarzuela, Cotarelo también dejó un legado innegable. Su estudio sobre la evolución del género, que abarcó desde sus orígenes hasta finales del siglo XIX, ha sido una referencia fundamental para el estudio del teatro musical español. Su obra sobre la zarzuela, que quedó inconclusa debido a su fallecimiento, marcó un antes y un después en el estudio de este género. Cotarelo no solo documentó las obras y autores más destacados, sino que también los contextualizó dentro de la tradición teatral y musical española, algo que pocos estudiosos habían hecho hasta su momento.

El amor de Cotarelo por Lope de Vega, uno de los pilares del Siglo de Oro, es otro de los aspectos que define su legado. Fue un ferviente defensor de la autoría de Lope, en especial en relación con la comedia La Estrella de Sevilla, a la que defendió con pasión frente a las críticas que ponían en duda la autoría de Lope sobre la obra. La crítica de Cotarelo no solo estaba basada en el análisis de los textos, sino también en una profunda admiración por la figura del autor y su importancia para la historia literaria española. Esta pasión por Lope fue central en su carrera, y sus estudios sobre el autor han sido considerados fundamentales para el conocimiento de su obra.

El Diccionario Histórico de la Real Academia Española, del que Cotarelo fue uno de los principales responsables, es otro de los grandes hitos de su vida. Este diccionario, que documentaba a los escritores y obras más relevantes de la literatura española, fue casi completamente destruido durante la Guerra Civil. No obstante, el trabajo de Cotarelo en su preparación sigue siendo una de sus contribuciones más destacadas al mundo académico. A pesar de la destrucción de gran parte de este esfuerzo, el legado de Cotarelo en la creación de este diccionario sigue siendo reconocido como uno de sus mayores logros.

A lo largo de su vida, Cotarelo también fue un incansable trabajador de archivo. Pasaba meses revisando documentos, explorando bibliotecas y archivos, y desentrañando los secretos de la literatura española. Este trabajo en los archivos le permitió descubrir textos inéditos, corregir errores históricos y contribuir a la mejor comprensión del Siglo de Oro. Su pasión por la erudición lo llevó a pasar muchos veranos en Madrid, donde tenía acceso a los archivos más relevantes, trabajando sin descanso en su misión de recuperar y conservar la historia literaria de España.

Sin embargo, la Guerra Civil Española truncó no solo la vida de Cotarelo, sino también la de una generación de eruditos que vieron en su trabajo una forma de preservación del legado cultural español. Con su muerte, la erudición tradicional que Cotarelo representaba comenzó a ser desplazada por nuevas formas de estudio más vinculadas con las vanguardias, las ciencias sociales y la crítica literaria moderna. Si bien la influencia de Cotarelo perduró durante algún tiempo, su enfoque de la literatura como un fenómeno históricamente determinado y su insistencia en el valor del archivo y la documentación no pudieron frenar el avance de las nuevas corrientes literarias que dominarían la investigación en décadas posteriores.

Aunque Cotarelo vivió en un momento de grandes cambios culturales y sociales, su legado sigue siendo fundamental para los estudios literarios en España. A lo largo de los años, su trabajo ha sido revisado y reevaluado por académicos que reconocen su importancia en la creación de un conocimiento riguroso sobre el Siglo de Oro. Sus estudios sobre Tirso de Molina, Lope de Vega y otros autores esenciales siguen siendo citados y utilizados por los estudiosos contemporáneos, lo que demuestra la profundidad de su erudición y la relevancia de su obra para la comprensión de la literatura española.

El legado de Emilio Cotarelo y Mori es, sin lugar a dudas, uno de los más importantes en la historia de la erudición literaria española. A través de su dedicación a la investigación histórica y su enfoque meticuloso del estudio literario, Cotarelo dejó una huella indeleble en la historia de la crítica literaria. Su trabajo sigue siendo un referente fundamental, y su influencia se extiende más allá de la academia, marcando un periodo crucial en la historia de la literatura y la cultura española.


Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Emilio Cotarelo y Mori (1857–1936): Erudito asturiano y custodio del teatro clásico español". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/cotarelo-y-mori-emilio [consulta: 29 de septiembre de 2025].