Zorrilla y del Moral, José (1817-1893).


Poeta y dramaturgo español, nacido en Valladolid el 21 de febrero de 1817, y muerto en Madrid el 23 de enero de 1893.

Vida

Procedente de una familia defensora del absolutismo fernandino (su padre, que fue superintendente de policía durante el gobierno de Calomarde, ocupaba el cargo de relator en la audiencia de Valladolid en el momento de nacimiento del poeta), estudió en el Seminario de Nobles de Madrid desde 1827. Antes había pasado por escuelas diversas en Valladolid, Burgos y Sevilla, siempre siguiendo la carrera funcionarial de su padre. Estudió Derecho en Toledo y, posteriormente, en Valladolid, aunque sin llegar a concluir la carrera. Las desavenencias entre el padre y el hijo se hicieron pronto evidentes y no llegaron a arreglarse nunca. El viejo absolutista no entendió el liberalismo del joven, ni tampoco el magistrado logró comprender nunca al poeta. Ya desde los tiempos de Valladolid, el carácter romántico del joven causaba el asombro, y casi el susto, de los encargados de vigilar sus estudios, que acudieron con el cuento a su padre, desterrado de la corte desde la muerte de Fernando VII.

José Zorrilla.

Ante la presión del entorno, el joven escapó a Madrid, donde vivió días de bohemia romántica, de escondites y de disfraces, pues su padre lo buscaba. Colaboró en periódicos de carácter radical, como El Burro, que no tardó en ser cerrado por la policía. Tras la publicación, casi inadvertida, de varios poemas en revistas como El Artista, la fama le llegó merced a la elegía leída sobre la tumba de Larra el día del entierro del malogrado escritor (1837). A partir de este momento, su fama comenzó a ser efectiva: llevado en triunfo a la tertulia de «El Parnasillo», en ese mismo año se produjo su primer estreno dramático y publicó su primer libro de poesía. En 1839 contrajo matrimonio con Matilde O’Reilly, matrimonio que no fue demasiado afortunado. En 1840 publicó sus célebres leyendas en la colección Cantos del Trovador, y estrenó la primera parte de El Zapatero y el Rey, cuya segunda parte subió a escena al año siguiente. El estreno de Don Juan Tenorio, en 1844, supuso su consagración definitiva como el dramaturgo más destacado de su tiempo. Viajó después Francia, donde publicó Granada en 1852; tres años antes, había estrenado en Madrid otra de sus obras mayores, Traidor, inconfeso y mártir.

José Zorrilla, «Ese vago clamor que rasga el viento».

Viajó a México en 1854, en donde dio a la imprenta una curiosa visión, en verso y prosa, del país y su literatura (La flor de los recuerdos, 1858). A lo largo de esta larga estancia en tierras de Ultramar, tuvo también ocasión de conocer Cuba. Según sus propias palabras (no exentas de cierta «pose» romántica), me fui a América por pesares y desventuras que nadie sabrá hasta después de mi muerte, con la esperanza de que la fiebre amarilla, la viruela negra o cualquier otra enfermedad de cualquier color acabaran oscuramente conmigo en aquellas remotas regiones. Al conocer la noticia de la muerte de su esposa (1865), Zorrilla regresó a España, donde fue recibido con los honores reservados a quien, según el pueblo, ostentaba el cetro de Apolo en las letras castellanas de entonces. Instalado en Barcelona, en 1867 contrajo segundas nupcias con Juana Pacheco y dio a la imprenta su Album de un loco. En 1871 consiguió una beca que le permitió trasladarse a Italia para investigar; de allí pasó a Francia, donde se instaló en 1874 para, desatendiendo las obligaciones laborales que allí le habían llevado, dedicarse por entero a la literatura.

Vuelto a España, recibió de nuevo continuos agasajos: fue nombrado cronista oficial de su Valladolid natal, elegido miembro de la Real Academia Española (donde pronunció, en 1885, un discurso de ingreso escrito en endecasílabos) y distinguido con un pensión vitalicia que le concedieron las Cortes Generales en 1886. En 1889 y en Granada se produjo el homenaje de mayor importancia de todos los que se le ofrecieron, incluida esa triunfal entrada en la Academia: su coronación, por mano del duque de Rivas, como príncipe de los poetas españoles.

Sus últimos años, que conocemos por cartas a su amigo el doctor Thebussem -quien, además, relató sus confidencias y últimos días-, se vieron ensombrecidos por los problemas económicos y de salud (hubo de someterse a dos operaciones de cabeza). Asimismo, el cambio en la moda literaria lo convierte en un superviviente de sí mismo que tiene que contemplar el poco éxito de sus obras de teatro y de sus libros de poemas, en los que, por otra parte, tampoco ofrece nada nuevo. Su muerte se produjo el 23 de enero de 1893 en su casa de la calle de Santa Teresa de Madrid. La capilla ardiente -instalada en la Real Academia- y el entierro fueron testigos de una multitudinaria concurrencia formada tanto por hombres de Letras como por el vulgo iliterato.

Obra

La obra de Zorrilla supone la culminación del llamado Romanticismo tradicional, es decir, aquel que, dando de mano a los problemas filosóficos o ideológicos que movieron a los primeros autores del movimiento, se limitan a reiterar una serie de procedimientos poéticos y narrativos asociados al mantenimiento de una serie de valores, por lo común ya caducos, y a la añoranza de una supuesta edad de oro nacional. En tal campo, fue la idea principal de Zorrilla la de llevar a la nueva escena española los rasgos del teatro áureo, frente a la invasión de teatro francés que se podía observar en la cartelera madrileña de los años cuarenta del siglo pasado.

Dos géneros son los que ocuparon básicamente a Zorrilla: la lírica y el teatro. Su producción en prosa se limita a varios artículos periodísticos, entre ellos la serie titulada Recuerdos del tiempo viejo, publicada entre 1880 y 1883 en Los lunes del Imparcial. Su actividad literaria se concentró en los años que van de 1837 a 1850.

Lírica

La poesía fue para Zorrilla una efusión espontánea en la que se volcaban sus sentimientos más íntimos. De esta manera aparecen, ya en 1837, sus Poesías, que ampliará en sucesivas ediciones hasta 1841, fecha en la que ocupaban seis volúmenes. Son poemas de carácter lírico marcados por un pesimismo de escuela al que falta sinceridad. De entre ellos se ha destacado el dedicado «A una calavera».

Con frecuencia dedicó sus versos a cantar asuntos patrióticos o leyendas tradicionales (así en sus Romances tradicionales, título poco adecuado para un romancero de novísima factura), en las que se mostró seguidor de la huella iniciada por el duque de Rivas y de las que se mostró particularmente orgulloso. Así, de su obra poética, y siguiendo el propio criterio del autor, son lo más destacado aquellos poemas que tienen un componente narrativo. A esta faceta responden títulos como los Cantos del trovador. Colección de leyendas y tradiciones históricas (1840-1841); Vigilias de estío (1844); La Azucena silvestre (1845); El desafío del diablo (1845); María (1849), en colaboración con Heriberto García de Quevedo; Una historia de locos (1852); Dos rosas y dos rosales (1859), fruto de su breve estancia en Cuba de camino para Méjico; El álbum de un loco (1867), fruto de su estancia en Méjico; El drama del alma (1867) y Ecos de las montañas (1868), a los que se sumó una edición póstuma de Últimos versos inéditos y no coleccionados (1908).

Su técnica poética ha sido considerada como introductora de algunos rasgos de los que, más adelante desarrollaría como propios el Modernismo. Con todo, su obra poética es más la de un versificador hábil que la de un verdadero poeta, toda vez que pocas veces alcanza un aliento sincero en los poemas de carácter intimista y los poemas narrativos carecen de él.

De entre sus leyendas destacan «A buen juez, mejor testigo», sobre la leyenda del Cristo de la Vega de Toledo; «El Capitán Montoya», que recoge el tema tan caro a los románticos del que ve pasar su propio entierro; y «Margarita la tornera», que sería adaptada a la ópera con música de Ruperto Chapí. La importancia de las dos últimas estriba, además, en haber sido, además, origen del Tenorio. Los temas de los romances están tomados de la tradición y recogen una amplia variedad de tradiciones, vidas de santos, crónicas, dramas del Siglo de Oro y argumentos arábigo-andaluces:

ORIENTAL

«Corriendo van por la vegaa las puertas de Granadahasta cuarenta gomelesy el capitán que los manda.Al entrar en la ciudad,parando su yegua blanca,le dijo éste a una mujerque entre sus brazos lloraba:-Enjuga el llanto, cristiana,no me atormentes así,que tengo yo, mi sultana,un nuevo Edén para ti […].-¿Qué me valen tus riquezas,respondióle la cristiana,si me quitas a mi padre,mis amigos y mis damas?Vuélveme, vuélveme, moro,a mi padre y a mi patria,que mis torres de Leónvalen más que tu Granada [...].-Si tus castillos mejoresque nuestros jardines son,y son más bellas tus flores,por ser tuyas, en León,y tú diste tus amoresa alguno de tus guerreros,hurí del Edén, no llores,vete con tus caballeros […]».

En sus últimos años publicó dos poemas largos que abundan en las líneas de poesía panegírica y narrativa ya señaladas: La leyenda del Cid (1882) y Granada mía (1885) en el que trata de versificar el contenido de las Guerras civiles de Granada de Pérez de Hita.

Teatro

Su teatro destaca, precisamente, por la habilidad dramática con la que el autor maneja personajes, situaciones y metros varios. Es ésta, sin duda, la causa de que, todavía en la actualidad, se mantenga en los escenarios Don Juan Tenorio, pues, aunque la tradición de representarlo en la noche de difuntos haya ayudado a ello, no hubiera sido posible tan larga permanencia sobre las tablas sin un aliciente para un público por completo alejado del que contempló su estreno. De esta manera, su éxito viene en buena medida marcado por la propia teatralidad de las situaciones, que crean un drama brillante y efectista en el que los abundantes ripios se salvan, si están bien recitados, merced a la excelente construcción dramática. Lo mismo cabe decir del resto de su producción dramática, que con frecuencia se puede entender como un juego en el que los personajes intentan engañarse unos a otros. Buen ejemplo es Traidor, inconfeso y mártir, sobre la leyenda del pastelero de Madrigal de las Altas Torres que se hizo pasar por el desaparecido rey don Sebastián de Portugal. La duda constante sobre la personalidad de Gabriel, nombre dado al protagonista, es lo que mantiene vivo el drama.

Su obra dramática se inició en 1837 con el estreno de Vivir loco y morir más, de escaso valor, al que siguieron dos imitaciones de comedias de capa y espada en los que alcanzó una calidad mayor: Ganar perdiendo, de ascendencia calderoniana desde el título, y Más vale llegar a tiempo que rondar un año. Con todo, hasta 1839 no logrará un éxito con Juan Dándolo, escrita en colaboración con García Gutiérrez, y otras dos imitaciones del teatro áureo: Cada cual con su razón y Lealtad a una mujer, que subiría a las tablas ya en 1840, año también de la primera parte de El zapatero y el rey, que fue su primer gran éxito y del que dio a las tablas una segunda parte en 1841. Siguen otras seis obras en el mismo año, entre ellas una alegórica Apoteosis de Calderón, pero su siguiente gran éxito será El puñal del godo, estrenado en 1843, año en el que también realiza, además de otras siete obras, dos intentos de acercarse al campo de la tragedia clásica en Sofronia y La copa de marfil.

En 1844, se produce el clamoroso estreno de Don Juan Tenorio, su obra maestra y la más conocida y apreciada por el título. Con ella, logró desterrar de la escena a la comedia de Zamora que durante el XVIII había desterrado, a su vez, a la comedia original de Tirso. Dos elementos nuevos son fundamentales en la obra de Zorrilla: la concentración del drama en la historia de doña Inés de Ulloa, prescindiendo de todo el correr anterior en pos de aventuras, que es narrado por el protagonista en el primer acto en un conocidísimo monólogo, muestra suficiente de la habilidad para versificar de Zorrilla; y, especialmente, el cambio de final, más acorde con la sensibilidad romántica y, sobre todo, heredero de las últimas escenas del Fausto de Goethe.

José Zorrilla. Don Juan Tenorio.

Respecto del problema teológico que planteaba la obra original, poco queda en el drama de Zorrilla, más interesado en la figura del aventurero arrepentido y enamorado al que la falta de comprensión de la sociedad, encarnada en don Luis Mejía y, sobre todo, don Gonzalo de Ulloa, llevan a una vida errabunda que sólo puede alcanzar la paz en el retorno a las raíces y al amor de doña Inés, que será quien lo salve del destino al que su vida de pecados lo llevaba. No estaría de más pensar cuánto se acerca con esto Zorrilla (probablemente sin quererlo) al Enrico de El Condenado por Desconfiado de Tirso. Con todo ello, Zorrilla da una formulación menos fiel al mito original que las anteriores y, probablemente, también menos honda en el terreno teológico, pero mucho más adecuada al pensamiento romántico, a ese caminante que aparece constantemente en la poesía de los poetas alemanes de fines del XVIII (el propio Goethe no es ajeno a ello) y que es incapaz de hallar la paz en parte alguna.

Respecto de su popularidad, como ya hemos indicado, lo anticuado de muchas escenas y los numerosos ripios (de los que con tanta frecuencia se lamentó el poeta) no son óbice para un éxito que se renueva de forma anual y que demuestran que se trata de una obra que el público considera como propia. En tal aspecto abundan hechos como el fracaso de la ópera preparada por el propio Zorrilla sobre el texto original en 1877, con música de Nicolás Manent, y que el público entendió como una profanación.

De vuelta a la obra dramática de Zorrilla, no será hasta 1849 cuando logre un nuevo éxito con Traidor, inconfeso y mártir, ya comentada. Posteriormente, apenas estrenó; sólo en 1850 escribió dos obras más, esta vez en colaboración con Heriberto García de Quevedo María: el libro de poemas ya citado y Un cuento de amores, y en 1877, mismo año de la versión operística de Don Juan, dio a la escena su Poncio Pilatos, un drama sacro que no obtuvo éxito alguno.

Bibliografía

  • ALONSO CORTÉS, Narciso. José Zorrilla. Su vida y sus obras (Valladolid: 1942).

  • AULLÓN DE HARO, Pedro. «La Poesía en el siglo XIX (Romanticismo y Realismo)», en Historia crítica de la Literatura Hispánica, 15 (Madrid: 1988).

  • PEÑA, Aniano. Ed. de Don Juan Tenorio (Madrid:1986, 8ª ed).

G. Fernández San Emeterio.