Ortiz Puga, José (1902-1975).
Matador de toros mejicano, nacido en Guadalajara (en el estado de Jalisco) el 13 de diciembre de 1902, y fallecido en Ciudad de México el 16 de abril de 1975. Por la abismal diferencia de criterios con que fue valorada su arte taurina en España y en México, su trayectoria profesional constituye uno de los mejores paradigmas de las enormes dificultades con que se encuentran las figuras de Ultramar a la hora de probar fortuna en suelo ibérico.
Impulsado desde muy temprana edad por una acusada vocación taurina, el jovencísimo José Ortiz Puga se lanzó a foguearse por cuantas tientas y capeas se organizaban a su alrededor, con lo que pronto llegó a ser uno de los maletillas más conocidos de Jalisco. Llamó, entonces, la atención de algunos taurinos profesionales, que le consiguieron varios contratos en sucesivas novilladas locales. No desaprovechó el voluntarioso aprendiz estas bien ganadas oportunidades, y así, hacia las campañas de 1924 y 1925, llegó a ser considerado como uno de los novilleros punteros de su país, y una de las figuras en ciernes que más esperanzas de éxitos hacía albergar a la afición azteca.
Tanto prestigio ganó como novillero, que al término de la mencionada temporada de 1925 ya estaba en condiciones de ser honrado con el título de doctor en tauromaquia. La ceremonia de su alternativa tuvo lugar en la capitalina plaza de El Toreo, el día 2 de noviembre de 1925, fecha en la que su padrino, el coletudo sevillano Manuel Jiménez Vera («Chicuelo»), le cedió los trastos con los que había de dar lidia y muerte a estoque a un burel criado en las dehesas charras de Atenco.
Una vez doctorado, José Ortiz Puga decidió dar el salto definitivo en la carrera de cualquier torero hispanoamericano: cruzar el océano Atlántico y presentarse ante la severa afición española. Y así, precedido de la fama que pregonaba sus triunfos mejicanos, al poco tiempo de haber pisado suelo europeo tuvo la fortuna de recibir el obligado doctorado español, en una ceremonia que para sí hubiese querido cualquier toricantano del momento. Y es que el cartel del día de su alternativa, celebrada en las arenas de la Ciudad Condal el 20 de junio de 1926, estaba compuesto nada menos que por el genial espada hispalense Juan Belmonte García («El Pasmo de Triana»), presente en calidad de padrino, y el no menos célebre matador sevillano Ignacio Sánchez Mejías, que hacía las veces de testigo. El toro de la alternativa, que atendía a la voz de Guajiro, pertenecía a la ganadería de don Graciliano Pérez-Tabernero.
No había transcurrido un mes cuando José Ortiz Puga tuvo ocasión de confirmar, ante la primera afición del mundo, los méritos que le acreditaban como matador de reses bravas del escalafón superior. En efecto, el día 10 de julio de 1926 el diestro de Jalisco cruzó el redondel de la capital de España, dispuesto a confirmar su alternativa en una ceremonia donde ejerció el papel de padrino el matador madrileño José Roger Serrano(«Valencia»). En calidad de testigo, hizo también el paseíllo aquella tarde otro espada madrileño, Antonio Sánchez Ugarte, quien vio cómo José Ortiz Puga confirmaba su alternativa dando lidia y muerte a una res brava marcada con la divisa de Peñalver.
Pero, tras estos prometedores comienzos en España, el matador mejicano no logró alcanzar en ningún momento las cotas de prestigio y admiración que había rozado en su lugar de origen. Sin duda la mayor fiereza y corpulencia del ganado bravo español, la mayor severidad de público de la Península y la dura competencia con otros espléndidos matadores constituyeron unos listones demasiado elevados para el joven Ortiz Puga, quien pronto regresó a México para seguir siendo, allí, una de las figuras cimeras del escalafón. Dejó, eso sí, en España algunas muestras aisladas de su brillantez y eficacia en el manejo de los engaños, especialmente a la hora de jugar el capote, con el que conseguía lances admirables.