Jean-François Marmontel (1723–1799): Poeta, Filósofo y Enciclopedista de la Ilustración Francesa

Jean-François Marmontel (1723–1799): Poeta, Filósofo y Enciclopedista de la Ilustración Francesa

La juventud y los primeros pasos en la literatura

Jean-François Marmontel nació el 11 de julio de 1723 en la pequeña localidad de Bort-les-Orgues, situada en la región de Limousin, en el sur de Francia. Proveniente de una familia humilde, su padre, un fabricante de prendas de vestir, no compartía el interés de su hijo por las humanidades. De hecho, el joven Marmontel enfrentó una gran oposición por parte de su padre cuando expresó su deseo de estudiar latín y seguir una formación literaria. Mientras su padre insistía en que debía seguir los pasos familiares y dedicarse a un oficio más práctico, su madre, por el contrario, apoyó decididamente las aspiraciones intelectuales de su hijo. Su madre se convirtió en la gran aliada de Marmontel, y fue quien le impulsó a continuar con su educación a pesar de las dificultades económicas que la familia atravesaba.

A los doce años, Marmontel ingresó en un colegio de la ciudad de Mauriac, regentado por los padres jesuitas. Esta etapa de su vida fue crucial para su formación, ya que estuvo marcado por el contacto con la enseñanza de la lengua latina y las disciplinas clásicas, que resultaron ser fundamentales en su desarrollo intelectual. Sin embargo, no fue un camino fácil. A los quince años, debido a la falta de recursos, Marmontel se vio obligado a abandonar el colegio y ser colocado como aprendiz en Clermont, un paso que le alejó de la educación formal y que parecía frustrar sus sueños. No obstante, su amor por el conocimiento era más fuerte que las adversidades de la vida, y pronto abandonó su puesto como aprendiz para regresar al colegio en Mauriac, donde, debido a sus limitados recursos, tuvo que empezar a colaborar como profesor ayudante.

A pesar de su escaso poder adquisitivo, Marmontel continuó cultivando su amor por la literatura, lo que le permitió, a lo largo de su formación, desarrollar una profunda admiración por los grandes clásicos. A los diecisiete años, formuló la idea de ingresar en la Compañía de Jesús, un deseo que fue impulsado por la influencia de los jesuitas en su vida. A pesar de que fue tonsurado en 1741, este paso en su carrera religiosa no fue largo ni firme; la vocación religiosa de Marmontel no era tan fuerte como su inclinación por las letras, y se limitó a este ritual sin llegar a recibir las órdenes menores.

La transición de la vida de estudiante a la de escritor no fue sencilla. Tras su paso por la Compañía de Jesús, Marmontel se trasladó a Toulouse, donde no solo completó su formación humanística, sino que también trabajó como inspector de estudios, lo que le permitió mantenerse económicamente mientras continuaba su educación y ayudaba a su familia. Fue durante esta etapa en Toulouse cuando Marmontel, ya aficionado a la poesía, presentó su oda L’invention de la poudre à canon a un certamen de la Académie des Arts Floraux, pero no obtuvo el premio esperado. Enfrentado a la decepción, Marmontel decidió escribir una carta a Voltaire, el célebre filósofo, enviándole su poema. Este gesto marcaría el comienzo de una relación de maestro y discípulo que sería fundamental para su carrera literaria.

Voltaire, siempre atento a los jóvenes talentos, respondió a Marmontel y se convirtió en su mentor. Gracias a la correspondencia con el filósofo, Marmontel recibió el aliento necesario para abandonar la vida provinciana y trasladarse a París, donde, según la promesa de Voltaire, encontraría mejores oportunidades. Este fue un punto de inflexión en la vida de Marmontel, que, a la edad de 22 años, llegó a la capital francesa en noviembre de 1745 lleno de esperanzas. Sin embargo, cuando llegó a París, se encontró con que las circunstancias no eran tan favorables como había esperado. El ministro Orry, quien había sido el contacto de Voltaire para proporcionar un empleo a Marmontel, acababa de caer en desgracia, dejando al joven poeta en una situación difícil y sin medios para subsistir.

Sin trabajo y con pocos recursos, Marmontel se vio obligado a llevar una vida bohemia. Alternaba su tiempo entre París y Toulouse, traduciendo obras de autores como Alexander Pope, en particular su texto La boucle de cheveaux enlevée (El rizo robado), lo que le permitía obtener algunos ingresos. Además, en un intento por sobrevivir, comenzó a involucrarse en pequeñas transacciones comerciales, como la compra y venta de azúcar al por mayor, actividades que no le generaban grandes ganancias, pero le permitían mantenerse a flote mientras esperaba algún reconocimiento literario. Afortunadamente, la ayuda constante de Voltaire fue crucial para su desarrollo, y le permitió acceder a teatros y a una mayor exposición a la vida cultural de París. Fue en esta época cuando Marmontel empezó a tomar en serio la idea de dedicarse al teatro, un campo que parecía más lucrativo que la poesía en términos de recompensas económicas.

La suerte de Marmontel comenzó a cambiar cuando, en 1746, obtuvo un premio literario de quinientas libras otorgado por la Académie Française. Este galardón le proporcionó una estabilidad económica momentánea y le permitió centrarse en la escritura de su primera tragedia, Denys le Tyran (1748). La obra fue estrenada el 5 de febrero de 1748 en el escenario de París, donde logró un éxito rotundo, tanto entre la crítica como el público. En pocos días, Marmontel se convirtió en una figura respetada, y la obra fue representada dieciséis veces, lo que le generó una ganancia considerable. Este éxito le otorgó la fama y la riqueza que tanto había deseado.

Sin embargo, el dinero y la fama trajeron consigo problemas personales. Marmontel, a raíz de su éxito en el teatro, comenzó a llevar una vida amorosa agitada, lo que le causó conflictos con figuras poderosas de la corte. En particular, el mariscal de Saxe lo acusó de ser un poetastro insolente debido a las relaciones amorosas que había tenido con dos de sus amantes, lo que desató una disputa pública. Este incidente puso a Marmontel en una situación incómoda, ya que el mariscal amenazó con hacer públicos los detalles de sus relaciones, lo que podría dañar su reputación. Ante la presión, Marmontel decidió alejarse de París durante un tiempo y se refugió en la villa campestre de su mecenas, Monsieur de la Poplinière, donde continuó escribiendo y comenzó a trabajar en su segunda tragedia, Aristomène (1749). Esta obra también fue bien recibida y logró un éxito comparable al de su primera tragedia, consolidando su posición como dramaturgo destacado.

Aunque la carrera de Marmontel en el teatro parecía despegar, sus siguientes intentos en el género teatral no fueron tan afortunados. La tragedia Cléopâtre (1750) fracasó estrepitosamente, y su obra Les Héraclides (1752) apenas fue representada. A pesar de los fracasos, Marmontel siguió adelante, alentado por su relación con Voltaire y otros amigos cercanos. A esta altura, ya había adquirido una considerable experiencia en la vida literaria y había comenzado a explorar otros géneros, como la crítica literaria y la filosofía, campos en los que también destacaría más adelante.

El apogeo de la dramaturgia y la vida bohemia en París

Jean-François Marmontel había alcanzado una sólida posición en la escena literaria parisina gracias a su éxito temprano con obras teatrales como Denys le Tyran y Aristomène. A pesar de los fracasos que siguieron a estas primeras victorias, como Cléopâtre y Les Héraclides, Marmontel siguió en la vanguardia literaria del momento, inmerso en el mundo cultural y filosófico de la Ilustración francesa. En este período, se consolidó no solo como dramaturgo, sino también como un influyente escritor y pensador dentro de los círculos intelectuales que dominaban París.

Su estancia en París estuvo marcada por un continuo vaivén entre el fracaso y el éxito. Tras la debacle de sus últimas tragedias, Marmontel abandonó en gran parte la dramaturgia, que había resultado ser una fuente de éxitos y frustraciones en igual medida. En lugar de seguir por este camino, se adentró en la escritura de otros géneros literarios, como la narrativa y la crítica literaria, con un enfoque más filosófico que teatral. Sin embargo, el auge de su carrera llegó gracias a su vinculación con la Enciclopedia de Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert, proyecto intelectual en el que participaba activamente, y que aspiraba a reunir todo el saber de la época. Este fue un período en el que su relación con otros grandes de la Ilustración, como Voltaire, Rousseau, Diderot, Buffon, Holbach y Grimm, se consolidó.

Aprovechando su excelente relación con Voltaire, Marmontel se unió al proyecto de la Enciclopedia, para el cual redactó casi doscientos artículos en los campos de la literatura, la lingüística y la filosofía. A través de su participación en este monumental trabajo, Marmontel logró una influencia aún mayor en los círculos intelectuales y culturales de su tiempo. Su estilo de escritura, profundamente marcado por las ideas racionalistas de la Ilustración, se reflejaba en su crítica al absolutismo y su defensa de la educación universal y la igualdad, principios fundamentales que marcaron toda su obra.

Paralelamente a su trabajo en la Enciclopedia, Marmontel se consolidó como un renombrado periodista y publicista. En 1754, gracias a la intervención de su amigo Louis Boissy, Marmontel comenzó a colaborar con el Mercure de France, una de las publicaciones más influyentes de la época. El periódico no solo era un medio de difusión de ideas, sino también un espacio en el que se discutían los temas más relevantes de la sociedad francesa. Marmontel contribuyó a la publicación con una serie de narraciones breves, que más tarde serían recopiladas bajo el título Contes moraux (Cuentos morales, 1763). Esta obra consistía en una serie de relatos filosóficos que examinaban la moral y la conducta humana, y a través de ellos, Marmontel mostraba las tensiones entre el hombre racional y los vicios inherentes a la sociedad. Su capacidad para combinar la narrativa con la reflexión filosófica lo convirtió en una figura clave de la literatura ilustrada.

La publicación en el Mercure de France también permitió a Marmontel afianzar su nombre en la vida intelectual de París, que en esos años estaba llena de movimientos y debates sobre los temas que dominarían el futuro de Francia. En su puesto como colaborador del periódico, Marmontel se convirtió en uno de los principales defensores de las ideas ilustradas. A través de sus artículos y narraciones, propugnaba el avance de la razón, la libertad y la igualdad, temas que se convertirían en pilares fundamentales durante la Revolución Francesa. Además, en sus publicaciones, defendió la educación como una herramienta clave para el progreso de la sociedad, una visión que se reflejaba en su trabajo con Diderot y en sus escritos filosóficos.

A mediados de la década de 1750, Marmontel también estableció una relación más estrecha con los círculos de la Enciclopedia, en especial con Diderot y Rousseau, dos figuras fundamentales en la Ilustración. A pesar de las diferencias filosóficas que existían entre ellos, el contacto con estos pensadores influyó enormemente en el pensamiento de Marmontel. Su participación en la Enciclopedia no solo amplió su horizonte intelectual, sino que le permitió tomar parte activa en los debates que marcarían la evolución del pensamiento europeo. Además, el ambiente intelectual parisino al que accedió a través de estos contactos consolidó su posición como una de las voces más respetadas en el debate cultural de la época.

No obstante, a pesar de su éxito y su creciente influencia intelectual, Marmontel no dejó de ser una figura rodeada de polémicas y tensiones. Aunque logró estabilidad económica gracias a sus actividades periodísticas y literarias, su vida personal seguía estando marcada por la inestabilidad. Los escarceos amorosos que comenzaron con su fama y éxito continuaron siendo una fuente de conflictos, como cuando el mariscal de Saxe lo acusó públicamente de robarle dos amantes, lo que llevó a Marmontel a enfrentarse a diversas críticas. Si bien la disputa con el mariscal no tuvo consecuencias devastadoras, sí dejó claro que el mundo en el que se movía estaba lleno de intrigas y rivalidades, y que, a pesar de su creciente éxito, los enemigos podían aparecer en cualquier momento.

En un intento por evitar más escándalos, Marmontel se alejó temporalmente del foco público y se refugió en la villa campestre de su mecenas Monsieur de la Poplinière, donde dedicó su tiempo a la escritura de su segunda tragedia, Aristomène (1749). Esta obra también alcanzó un notable éxito, representándose en diecisiete ocasiones durante el mismo año. Sin embargo, a pesar de estos triunfos, su tercera tragedia, Cléopâtre (1750), fracasó rotundamente. La puesta en escena de un autómata como serpiente al final de la obra provocó más risa que terror entre el público, un fiasco que Marmontel no olvidaría fácilmente. A partir de entonces, su carrera teatral sufrió un golpe considerable, y las representaciones de sus obras cayeron drásticamente.

Los fracasos teatrales de Marmontel no lo disuadieron de seguir buscando nuevas avenidas para su creatividad. Con la ayuda de sus contactos en la corte, fue nombrado Secretario de las Edificaciones del Rey en 1752, un cargo que le otorgó estabilidad económica y acceso a los círculos de poder. Gracias a esta nueva posición, Marmontel pudo explorar más a fondo su pasión por las artes y la cultura. Pasaba mucho tiempo en la Biblioteca del Rey, donde amplió sus conocimientos en diversos campos, incluidos la música, la pintura y la escultura. Este conocimiento adquirido en las artes le permitió colaborar con compositores de la talla de André Grétry, con quien escribió varios libretos para óperas cómicas, como Zémire et Azor (1771) y La Fausse Magie (1775).

Durante los años siguientes, Marmontel continuó trabajando en su producción literaria y en su vinculación con los círculos ilustrados de París, ganándose la admiración de pensadores como Buffon, Holbach y Grimm. A través de su trabajo en la Enciclopedia y sus colaboraciones literarias, se consolidó como uno de los pensadores más importantes de la Ilustración francesa. Sin embargo, su vida seguía estando marcada por altibajos personales y profesionales. Los fracasos en el teatro y las polémicas personales nunca desaparecieron completamente, aunque, a medida que pasaban los años, Marmontel fue alcanzando una mayor madurez tanto en su vida personal como en su obra.

El retorno a la filosofía y la entrada en la Academia Francesa

A medida que avanzaba en su carrera, Jean-François Marmontel se alejaba de la dramaturgia y se centraba más en su faceta como pensador, filósofo y periodista. La vida literaria de París en la segunda mitad del siglo XVIII, impulsada por la Ilustración, estaba marcada por el afán de cambiar el mundo a través de las ideas, y Marmontel fue uno de los grandes exponentes de esta corriente. Después de los altibajos en su carrera teatral, el escritor de Bort-les-Orgues comenzó a consolidarse como una figura fundamental en los círculos intelectuales franceses, no solo por su producción literaria, sino también por sus contribuciones al mundo de la política, la filosofía y la ciencia.

La transición de Marmontel de dramaturgo a filósofo no fue un simple cambio de género literario; fue una profundización en las ideas racionalistas y en el compromiso con la sociedad. Esta fase de su vida fue especialmente significativa, ya que su pensamiento estuvo marcado por una constante reflexión sobre la educación, la moral y la política. Su cercanía con figuras clave de la Ilustración como Voltaire, Rousseau, Diderot, Buffon y Helvetius influyó profundamente en su obra. Marmontel no solo compartía las ideas de sus contemporáneos, sino que también se convirtió en un defensor activo de la libertad, la igualdad y la fraternidad, principios que más tarde se plasmarían en los movimientos revolucionarios que transformarían a Francia.

Uno de los momentos decisivos de esta etapa de su vida fue su relación con Diderot y su participación en la Enciclopedia, un proyecto monumental que reunía los saberes del mundo y que aspiraba a ser la obra de referencia del siglo XVIII. Marmontel se unió al proyecto como redactor de artículos sobre literatura, gramática y filosofía, lo que le permitió estar en contacto con los grandes pensadores del momento. A través de su trabajo en la Enciclopedia, Marmontel tuvo la oportunidad de consolidar su posición como un defensor de la razón y de las ideas progresistas, a la vez que se ganaba el reconocimiento de los círculos intelectuales más prestigiosos de Europa.

Durante este período, Marmontel comenzó a distanciarse de la tragedia y el drama, géneros en los que había trabajado con cierto éxito en su juventud, y se adentró más en la escritura filosófica y en el ensayo literario. Su obra más conocida de este período es Bélisaire (1767), una novela filosófica que se presenta como un manual para la educación de los príncipes. En ella, Marmontel defendía la idea de que la libertad, la igualdad y la justicia social no dependían tanto del sistema político, sino de la educación del gobernante, quien debía estar formado en los principios racionales y morales de la Ilustración. Bélisaire fue un gran éxito en su momento, y a pesar de la controversia que suscitó, especialmente en las élites monárquicas y clericales, se convirtió en una de las obras más representativas de la Ilustración.

El impacto de Bélisaire no fue solo literario, sino que también reflejaba las tensiones sociales y políticas del momento. En la obra, Marmontel enfatizaba la necesidad de una educación basada en los principios de la razón, el progreso y la justicia, principios que desafiaban las estructuras tradicionales de poder en Francia, como la monarquía absoluta y la nobleza. Aunque Marmontel nunca se comprometió abiertamente con los revolucionarios, su obra sirvió como base para los ideales de igualdad y libertad que más tarde influirían en los movimientos revolucionarios. En este sentido, Bélisaire se puede leer no solo como una reflexión filosófica sobre la educación de los príncipes, sino también como un manifiesto a favor de un nuevo orden social.

Marmontel, sin embargo, no solo fue un escritor y pensador que reflexionaba sobre la política y la educación; también fue un gran defensor de la cultura y el arte, y su labor como periodista y editor contribuyó al florecimiento de la vida intelectual en Francia. En 1754, gracias a la intervención de su amigo Louis Boissy, Marmontel se incorporó al equipo de redacción del Mercure de France, una de las publicaciones más influyentes del momento. Este periódico se convirtió en un vehículo clave para la difusión de las ideas ilustradas, y Marmontel se encargó de redactar artículos sobre literatura, arte, ciencia y filosofía. Fue a través de su trabajo en el Mercure de France que Marmontel consolidó su reputación como uno de los grandes intelectuales de su tiempo.

Su papel como editor del Mercure de France también le permitió estar en contacto con los grandes nombres de la Ilustración y formar parte de los debates más importantes de la época. En sus artículos, Marmontel defendía las ideas de Voltaire, Diderot y Helvetius, pero también mantuvo sus propias opiniones sobre la política, la educación y la moral. Su estilo de escritura, claro y persuasivo, le permitió influir en la opinión pública y consolidarse como una figura clave del pensamiento ilustrado.

En 1763, la influencia de Marmontel en los círculos intelectuales de París alcanzó su punto culminante cuando fue elegido miembro de la Académie Française, el máximo honor literario en Francia. Este reconocimiento le permitió acceder a una nueva fase de su carrera, en la que se consolidó como una de las figuras más importantes de la vida cultural francesa. Su entrada en la Academia también significó la culminación de su carrera como escritor y pensador, ya que pasó a ser considerado un miembro de pleno derecho del selecto grupo de intelectuales que definían el rumbo cultural y filosófico de la época.

Su trabajo en la Académie no fue solo una distinción honorífica, sino que le permitió continuar con su labor como escritor y filósofo. A lo largo de los años siguientes, Marmontel continuó escribiendo, publicando ensayos literarios, críticas literarias y obras filosóficas que seguían los principios de la Ilustración. Entre sus proyectos más destacados de esta época se encuentra la traducción de Lucano (un filósofo romano) y su ensayo sobre la poesía francesa, Poétique Française. Estas obras reflejaban su dominio del pensamiento filosófico y su profundo compromiso con la tradición clásica y la moral ilustrada.

A pesar de sus logros en el mundo literario, la vida de Marmontel no estuvo exenta de problemas personales y desafíos. Durante este período, enfrentó varias dificultades, tanto en su vida personal como profesional. Uno de los mayores problemas fue la pérdida de su antiguo mentor Voltaire, quien falleció en 1778. La muerte de Voltaire significó el fin de una era en la que Marmontel había sido uno de los discípulos más cercanos del filósofo. Sin embargo, aunque Voltaire ya no estaba físicamente presente, sus ideas seguían siendo una gran influencia en el pensamiento de Marmontel, y el escritor de Bort-les-Orgues continuó defendiendo sus principios.

En esta etapa de su vida, Marmontel también tuvo que enfrentar las tensiones que surgieron dentro de la Academie Française, así como las crecientes divisiones políticas que se estaban gestando en Francia. Si bien siempre defendió la educación y la moral como elementos esenciales para el progreso social, la Revolución Francesa aún estaba lejos de producirse, y Marmontel continuó enfocándose en sus escritos filosóficos y en su labor como miembro de la Academie.

Los años de la Revolución Francesa y la pérdida de influencia

La Revolución Francesa, que estalló en 1789, significó un cambio profundo para toda la sociedad francesa y también para aquellos intelectuales que, como Jean-François Marmontel, se habían formado en los ideales de la Ilustración. Si bien Marmontel había sido un defensor de la libertad, la igualdad y la educación como medios para transformar la sociedad, la violencia y los giros inesperados de los eventos revolucionarios lo sumieron en un estado de confusión y desconcierto. La misma Revolución que había abrazado las ideas por las que él había luchado con tanto fervor lo colocó en una situación difícil, entre la necesidad de adaptarse a una nueva realidad política y el temor al desenlace sangriento que se estaba desarrollando en las calles de París.

El gran giro en la vida de Marmontel ocurrió en 1792, cuando se produjo el arresto y encarcelamiento de la Familia Real, lo que marcó un punto de no retorno para la Revolución. Para alguien como él, que había vivido toda su vida bajo el régimen monárquico y había sido testigo del esplendor de la corte, el cambio fue estremecedor. La radicalización de los revolucionarios y la creciente violencia política marcaron el final de una era, tanto para la monarquía como para las figuras más conservadoras de la sociedad, y Marmontel se encontró en medio de este torbellino.

En agosto de 1792, en medio de la creciente ola de fervor revolucionario, Marmontel decidió retirarse a una pequeña aldea en las afueras de París. Allí se estableció con su familia, buscando alejarse de la agitación política y proteger a sus seres queridos de los riesgos que corría vivir en la capital. La Revolución había dejado de ser un proyecto de cambio social pacífico para convertirse en un conflicto violento, que amenazaba a las figuras más moderadas de la sociedad. Este retiro en la aldea de Abloville, una localidad tranquila, fue su intento de mantener la calma en medio de una tormenta política que él no comprendía completamente.

A pesar de su deseo de mantenerse alejado de los conflictos revolucionarios, la situación cambió para él en 1797, cuando fue sorprendentemente elegido como representante de los electores del departamento de Eure en el Conseil des Anciens (Consejo de Ancianos), una de las dos cámaras del nuevo Directorio revolucionario. Este órgano había sido creado en el marco de la nueva constitución de 1795, que estableció un gobierno más moderado después de la caída de Robespierre y el fin del Terror. A pesar de su desaprobación hacia la Revolución, el prestigio de Marmontel dentro de la sociedad francesa era tan grande que su nombre fue propuesto sin que él lo hubiera solicitado. Esta nominación lo obligó a regresar al ámbito político, un campo que él había evitado con mucho esfuerzo debido a su desconfianza hacia los extremos de la Revolución.

El regreso de Marmontel a la política no fue fácil. En el Consejo de Ancianos, Marmontel se vio obligado a confrontar las nuevas realidades del país. A pesar de su inicial reluctancia, no dudó en defender con vehemencia la causa de la religión católica y la libertad de culto, lo que lo convirtió en un defensor del conservadurismo en una época de agitación revolucionaria. Esta postura lo alejó de aquellos revolucionarios más radicales que defendían la separación total de la Iglesia y el Estado. Marmontel, por otro lado, mantenía la creencia de que una sociedad equilibrada debía estar basada en los principios cristianos, algo que le valió tanto admiración como desprecio por parte de sus contemporáneos.

Sin embargo, su paso por el Conseil des Anciens fue breve, ya que el golpe de estado del 4 de septiembre de 1797, conocido como el Coup de Fructidor, disolvió esta cámara y eliminó a gran parte de sus miembros. Marmontel, aunque ya de vuelta en su refugio en Abloville, pudo respirar tranquilo, ya que su participación en la Revolución había sido mínima y su regreso al campo le permitió evitar las purgas políticas que afectaron a muchos de sus colegas.

Después de este retiro forzoso de la vida pública, Marmontel se dedicó nuevamente a la escritura. Aprovechó los años de aislamiento para reflexionar sobre los eventos que habían marcado su vida y las transformaciones que Francia había sufrido. En este periodo, escribió sus Mémoires (Memorias), un testimonio de su vida que fue publicado póstumamente. A través de estas memorias, Marmontel no solo narraba su propio recorrido personal, sino también la evolución política y social de su país, y cómo la Revolución Francesa había transformado a la sociedad francesa, arrastrándola en una espiral de cambios que él consideraba peligrosos. Esta obra sirvió como un intento de comprender los procesos históricos de su tiempo y cómo su propia vida se había entrelazado con esos eventos.

El aislamiento de Marmontel no fue solo físico, sino también intelectual. En su retiro, se alejó de la efervescente vida política de París y pasó sus últimos años dedicado a la educación de sus hijos. Escribió varios tratados sobre gramática, lógica y moral para ellos, con la esperanza de que sus descendientes pudieran continuar su legado de pensadores ilustrados. Su obsesión por la educación se convirtió en uno de los pilares fundamentales de su vida en sus últimos años, al igual que su interés por la preservación de los valores ilustrados que defendió a lo largo de su vida.

A pesar de los continuos retos, Marmontel mantenía la firme creencia de que la educación era la clave para un futuro mejor para Francia. Esta visión le permitió seguir escribiendo hasta sus últimos días, aún cuando las circunstancias del país parecían desmoronarse. Sin embargo, sus trabajos eran cada vez más introspectivos y orientados a la reflexión personal. A lo largo de su vida, había sido un defensor de la razón y la ciencia, pero en sus últimos años se sentía cada vez más desconectado de los cambios que se estaban produciendo en su país, especialmente debido al auge de la violencia revolucionaria.

Marmontel también dedicó sus últimos años a la producción literaria, completando algunas de sus obras más complejas, como la edición final de sus Mémoires, y continuando con su trabajo en los géneros más ligeros que lo habían hecho famoso en su juventud. Si bien la Revolución lo había apartado de la esfera pública, su obra continuó ganando popularidad en círculos intelectuales menos afectados por los estragos del nuevo régimen. Al final, Marmontel dejó una huella imborrable en la literatura y el pensamiento francés, a pesar de que, en la Revolución, su perspectiva moderada lo había dejado en una posición de aislamiento.

La Revolución, que había arrancado el antiguo orden social y político, también había terminado por despojar a Marmontel de sus ilusiones sobre el futuro de Francia. Sin embargo, antes de morir, tuvo la oportunidad de reflexionar sobre su vida y su obra. A lo largo de su carrera, se había mantenido firme en sus principios ilustrados, pero también se vio atrapado en los vientos de cambio que barrían el país. Para él, la Revolución fue un fenómeno inevitable, pero lleno de contradicciones, un proceso que, a pesar de sus nobles intenciones de libertad y justicia, acabó por devorar a aquellos que más habían soñado con ella.

La última etapa de su vida, la familia y el legado

La última etapa de la vida de Jean-François Marmontel estuvo marcada por el aislamiento, la reflexión y una serie de acontecimientos que, aunque tranquilos en comparación con las décadas anteriores, trajeron consigo algunos cambios significativos tanto en su vida personal como en su legado intelectual. Tras su retirada de la vida política en 1797, con la disolución del Conseil des Anciens, Marmontel encontró una nueva paz en su hogar, ubicado en la pequeña localidad de Abloville. Este retiro no solo le permitió alejarse de la agitación de la Revolución Francesa, sino que también le dio la oportunidad de centrarse en su familia y en su labor literaria. A pesar de los desafíos personales y políticos de los últimos años, Marmontel continuó su trabajo, ya sea en la educación de sus hijos o en la redacción de sus memorias, que reflejaban no solo los detalles de su vida, sino también sus pensamientos sobre los eventos de su tiempo.

En su vida familiar, Marmontel encontró consuelo y propósito. En 1777, ya entrado en la cincuentena, sorprendió a muchos al contraer matrimonio con Marie Adélaïde de Montigny, una joven de solo 18 años. La diferencia de edad entre ambos fue notable, pero el matrimonio resultó ser una unión feliz y armoniosa. A pesar de las dificultades y los cambios sociales que ocurrían en el país, el matrimonio entre Marmontel y Marie Adélaïde fue sólido, y juntos tuvieron tres hijos. Marmontel, que siempre había sido un hombre comprometido con el avance de la educación y el conocimiento, dedicó sus últimos años a impartirles la educación más completa posible a sus descendientes. Redactó varios tratados de moral, lógica, gramática y filosofía, con el deseo de que sus hijos pudieran seguir sus pasos intelectuales y, quizás, continuar con su legado. Esta faceta paternal de Marmontel es particularmente significativa, ya que a lo largo de su vida, él mismo había recibido la ayuda y el apoyo de su madre para lograr sus objetivos educativos. Ahora, él hacía lo mismo con sus propios hijos, convencido de que la educación era la base del progreso social.

A pesar de este entorno familiar relativamente estable, los años de Marmontel en el retiro no estuvieron exentos de desafíos. Si bien la Revolución Francesa ya había alcanzado su punto álgido, el autor seguía siendo una figura de referencia en los círculos intelectuales, aunque en un contexto ya muy diferente al que había conocido en su juventud. A medida que las tensiones políticas en Francia crecían, Marmontel se sintió cada vez más desconectado de la realidad social del país, lo que lo llevó a concentrarse aún más en su trabajo escrito, tratando de encontrar respuestas a los interrogantes que surgían en su mente.

En este período de su vida, Marmontel comenzó a trabajar en su obra más importante de los últimos años, Mémoires d’un père pour servir l’instruction de ses enfants (Memorias de un padre para la instrucción de sus hijos), publicada póstumamente en 1807. Este libro no solo fue un testamento literario, sino también una reflexión profunda sobre los temas que habían dominado su vida: la educación, la moral, la familia y la sociedad. A través de estas memorias, Marmontel intentó dejar un legado filosófico para sus hijos, al mismo tiempo que ofrecía una visión de los eventos políticos que marcaron la Revolución Francesa y su impacto en la sociedad francesa. En este sentido, las Mémoires son una obra profundamente personal, en la que el escritor reflexiona sobre sus propias luchas y triunfos, pero también sobre la historia reciente de su país y el futuro incierto que esperaba a su nación.

Marmontel también continuó siendo una figura respetada en los círculos académicos y culturales de Francia. Su relación con la Académie Française, en la que había ingresado en 1763, seguía siendo una parte importante de su vida. En los años finales de su carrera, además de sus escritos filosóficos, Marmontel publicó varios ensayos sobre literatura y cultura, buscando siempre preservar las ideas de la Ilustración en un contexto marcado por los cambios sociales y políticos de la Revolución. Si bien la Revolución le había arrebatado muchas de las certezas que había tenido en su juventud, él continuaba defendiendo los principios fundamentales de la razón y la educación como instrumentos para el progreso.

En la década de 1780, aunque su salud ya comenzaba a deteriorarse, Marmontel disfrutó de ciertos honores y distinciones. En 1783, fue nombrado Secretario Perpetuo de la Académie Française, un cargo prestigioso que había ocupado D’Alembert antes de él. Este honor reflejaba el reconocimiento a su larga y exitosa carrera como escritor y pensador. Además, en 1785, se le concedió el título de Historiador de las Edificaciones Reales, otro reconocimiento a su contribución al patrimonio intelectual de Francia. Estos cargos y distinciones, aunque significativos, no pudieron evitar la creciente sensación de desconexión que Marmontel sentía respecto a la Revolución y el cambio que se estaba produciendo en Francia. Aunque fue respetado por su obra literaria, la agitación política y los cambios sociales comenzaron a alejarlo de las corrientes más modernas de pensamiento que surgían a su alrededor.

En los años previos a su muerte, Marmontel se preocupó principalmente por el bienestar de su familia y el futuro de sus hijos. A pesar de los desafíos personales y políticos que había enfrentado, se dedicó a preparar su legado para las generaciones futuras. Su preocupación por la educación se reflejó en sus escritos, que ya no solo abordaban la literatura y la filosofía, sino también la vida cotidiana y la moral de la sociedad en la que vivió. En un país convulsionado por la Revolución, Marmontel siguió siendo una voz moderada que abogaba por la razón y la equidad, valores que, en su opinión, podían salvar a la humanidad de los excesos de la política y la guerra.

Jean-François Marmontel falleció en la noche del 31 de diciembre de 1799, a los 76 años de edad, en su hogar en Abloville. Aunque su muerte coincidió con el fin del siglo XVIII y el advenimiento de una nueva era bajo el régimen de Napoleón Bonaparte, su legado literario e intelectual perduró mucho después de su desaparición. Sus Mémoires fueron publicadas póstumamente y se convirtieron en una fuente valiosa de información sobre los eventos que marcaron su vida, además de ofrecer un testimonio de las profundas tensiones que atravesó la sociedad francesa en su época.

Marmontel no vivió para ver cómo sus ideas sobre la educación y la moral eran adoptadas por las generaciones futuras, pero sus escritos continuaron siendo leídos y respetados en los siglos XIX y XX. De hecho, su obra más conocida, Les Incas (1777), fue la que logró un mayor reconocimiento tras su muerte. Esta novela filosófica, que relata la historia de la conquista del Imperio Inca y la brutalidad que sufrieron los pueblos indígenas a manos de los colonizadores, fue una obra adelantada a su tiempo. Marmontel usó la historia de los Incas como una metáfora de la opresión y la injusticia, temas que seguirían siendo relevantes a lo largo de los siglos.

La vida y obra de Marmontel nos recuerdan la importancia de la educación y la reflexión filosófica en tiempos de agitación social y política. Aunque su perspectiva moderada lo llevó a ser un tanto eclipsado por los radicalismos de la Revolución Francesa, su legado perdura como uno de los grandes intelectuales del siglo XVIII, defensor de los ideales de la Ilustración y de un orden social más justo, basado en la razón, la moral y el respeto por los derechos humanos.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Jean-François Marmontel (1723–1799): Poeta, Filósofo y Enciclopedista de la Ilustración Francesa". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/marmontel-jean-francois [consulta: 29 de septiembre de 2025].