Jean-Baptiste Le Rond d’Alembert (1717–1783): El Sabio Polifacético de la Ilustración Francesa

Orígenes de un genio autodidacta en la Ilustración

Contexto social y cultural del París del siglo XVIII

Durante la primera mitad del siglo XVIII, París se consolidaba como el corazón cultural y político de la Ilustración europea, un movimiento que abogaba por la razón, el progreso científico y la crítica a las estructuras tradicionales, especialmente a la Iglesia y a las monarquías absolutas. En este entorno de efervescencia intelectual nacía en 1717 Jean-Baptiste Le Rond d’Alembert, uno de los principales exponentes de esta nueva era. Francia vivía una época de tensiones entre el dogma religioso y el pensamiento científico, donde las nuevas academias y salones literarios comenzaban a disputar la autoridad del clero y del trono. Este marco histórico no solo moldearía la personalidad de D’Alembert, sino también su visión crítica y racionalista, presente en todos sus escritos.

Nacimiento y circunstancias del abandono

Jean-Baptiste Le Rond d’Alembert nació en circunstancias poco convencionales. Fue abandonado al nacer en las escalinatas de la iglesia de Saint Jean le Rond, adyacente a la catedral de Notre Dame en París. Este hecho marcó su destino desde el primer instante. Su madre, Claudia Tencin, escritora y cortesana, había tenido una relación con Louis-Camus Destouches, oficial de artillería. La sociedad de la época, especialmente entre las clases altas, condenaba duramente los nacimientos ilegítimos, lo que probablemente motivó el abandono del niño por parte de su madre.

El recién nacido fue recogido por las autoridades eclesiásticas y entregado a un vidriero humilde de apellido Alembert, cuya esposa se encargó de criarlo como si fuera su propio hijo. Pese a que la madre desapareció del escenario, el padre biológico, al regresar y enterarse de lo ocurrido, se aseguró de que el niño recibiera una educación esmerada, proporcionando recursos económicos discretos a la familia adoptiva. Esta combinación de origen marginal y apoyo aristocrático secreto definirá en buena medida el carácter ambiguo y contradictorio de D’Alembert: formado entre la humildad social y el privilegio intelectual.

Formación temprana y descubrimiento de las matemáticas

La infancia de D’Alembert transcurrió lejos del boato aristocrático y más cerca del trabajo manual y la vida sencilla. No obstante, su agudeza intelectual fue evidente desde muy temprana edad, lo que llevó a sus tutores a inscribirlo en el Collège des Quatre Nations, también conocido como el Mazarin, una institución de tendencia jansenista que promovía una enseñanza rigurosa e introspectiva.

Durante sus años de formación escolar, D’Alembert mostró una gran inclinación por los estudios abstractos, en particular por las matemáticas. En esta etapa entró en contacto con las ideas revolucionarias de René Descartes, cuyo pensamiento mecanicista y racionalista lo influenciaría profundamente. Asimismo, se familiarizó con los trabajos de Pierre Varignon, que constituían una base sólida para su futura actividad científica.

En un gesto de afirmación personal y quizás como estrategia de diferenciación social, el joven adoptó el nombre de Jean d’Alembert, inspirado en su familia adoptiva, pero ya con una grafía que apuntaba a un estatus más elevado.

Autodidacta entre ciencias: del Derecho a la Medicina y la Matemática

Tras finalizar sus estudios secundarios en 1735, D’Alembert se enfrentó al dilema de elegir una carrera profesional. Si bien muchos de sus compañeros en el Collège se inclinaban hacia la Teología, él optó por una vía secular y pragmática: el Derecho. Obtuvo su título de abogado en 1738, pero nunca ejerció la profesión. Su verdadera pasión se encontraba en el terreno del conocimiento científico, al que se había entregado de forma autodidacta desde muy joven.

Simultáneamente, comenzó a estudiar medicina, pero no por interés profesional, sino como complemento a su visión integral del mundo natural. Sin una cátedra oficial ni mecenas académico, D’Alembert se sumergió en el estudio de las matemáticas puras y las físicas aplicadas, campos en los que pronto comenzaría a destacar por sus aportes originales y su capacidad para desafiar teorías establecidas.

Su independencia intelectual y su meticulosidad en el trabajo científico le permitieron formular críticas agudas a textos académicos como el Analyse démontrée de Charles René Reyneau, enviando en 1739 su primera nota a la Académie des Sciences de París, institución en la que años más tarde lograría un asiento. En 1740, su ensayo sobre mecánica de fluidos atrajo la atención de Alexis Clairaut, uno de los matemáticos más importantes de la época, quien elogió su enfoque analítico. Este reconocimiento fue el inicio de una brillante, aunque conflictiva, carrera científica que marcaría su vida durante las próximas décadas.

D’Alembert, nacido fuera del sistema, estaba listo para penetrar en sus más elevados círculos gracias a la fuerza de su intelecto. A pesar de su origen humilde y de las sombras que rodeaban su nacimiento, su genialidad lo colocaría en el centro del pensamiento ilustrado europeo, donde ciencia, filosofía y literatura empezaban a redefinir el destino del hombre moderno.

Trayectoria científica y participación en la Enciclopedia

Primeros logros matemáticos y entrada en la Academia de Ciencias

En 1741, a la edad de 23 años, Jean-Baptiste Le Rond d’Alembert fue admitido en la prestigiosa Academia de Ciencias de París, un hito notable para alguien sin padrinos académicos formales. Su tesis de ingreso versó sobre el cálculo integral, área en la que ya había demostrado un dominio extraordinario. Su aceptación en esta institución no fue un punto de llegada, sino el comienzo de una década intensa de producción intelectual que lo posicionaría como uno de los padres fundadores de la física matemática moderna.

En 1743, publicó su primera obra maestra: el Traité de dynamique (Tratado de dinámica), donde enunciaba el famoso “principio de D’Alembert”, una reformulación innovadora de las leyes del movimiento de Newton desde una perspectiva analítica. Esta aportación ayudó a resolver interrogantes persistentes sobre la conservación de la energía cinética y constituyó una herramienta fundamental para el desarrollo posterior de la mecánica clásica. D’Alembert concebía la mecánica no como una rama de la física, sino como una parte integral de las matemáticas puras, bien dentro del álgebra, bien de la geometría.

Este enfoque puramente racional, casi sin apelar a la experimentación empírica, generó tensiones con otros científicos de su época, como el suizo Daniel Bernoulli y, especialmente, Alexis Clairaut, con quien compartía cierto paralelismo teórico pero una marcada rivalidad personal. Estas fricciones enturbiaron su pertenencia a la Academia, obligándolo incluso a dejar de leer públicamente su obra y llevarla directamente a imprenta.

Avances en física matemática y disputas con contemporáneos

En 1744, D’Alembert dio otro paso notable con el Traité de l’equilibre et du mouvement des fluides, donde aplicó su principio a los fluidos en movimiento, formulando por primera vez ciertas ecuaciones diferenciales parciales, aún sin resolver completamente. Esta obra pretendía ser una alternativa teórica a las posiciones sostenidas por Bernoulli, con quien mantuvo una disputa constante sobre el valor de la observación empírica. Mientras Bernoulli confiaba en la experiencia y el dato, D’Alembert defendía que todo debía derivarse de principios lógicos.

En 1746, publicó su premiada Théorie générale des vents, por la que fue distinguido por la Academia de Berlín. Esta obra captó la atención del rey Federico II de Prusia, quien le ofreció la presidencia de dicha academia. Sin embargo, D’Alembert rechazó el cargo, en parte por su poco interés en los honores y en parte por no querer abandonar París, su entorno intelectual natural.

Durante esta etapa también se acrecentó su enemistad con Leonhard Euler, uno de los matemáticos más influyentes del siglo. Aunque en un inicio colaboraron e intercambiaron ideas, los roces personales y las diferencias metodológicas derivaron en un distanciamiento. La disputa se agravó cuando Samuel König y otros académicos prusianos cuestionaron los aportes de D’Alembert, provocando que éste abandonara por completo sus colaboraciones con la academia alemana.

Entre 1746 y 1758, recopiló sus trabajos científicos en una monumental colección titulada Opuscules mathématiques, compuesta por ocho volúmenes. En ella aparecen desarrollos clave como la prueba del cociente de D’Alembert, relacionada con el análisis de series infinitas, y el teorema de D’Alembert, que sería más tarde formalizado y demostrado por Karl Friedrich Gauss. Además, abordó cuestiones astronómicas en su obra Recherches sur la précession des équinoxes (1749), donde trató la rotación del eje terrestre y la precesión de los equinoccios, temas centrales de la mecánica celeste.

D’Alembert y la Encyclopédie: Ciencia, razón y prestigio

Si la matemática fue su pasión primera, la Encyclopédie representó su consagración intelectual ante la sociedad ilustrada. A partir de 1751, D’Alembert se convirtió en uno de los principales colaboradores de este ambicioso proyecto liderado por Denis Diderot. Su rol oficial era coordinar los artículos de matemáticas y astronomía, pero en la práctica su influencia abarcó mucho más.

El texto inaugural de la obra, el célebre Discours préliminaire, fue escrito íntegramente por D’Alembert y se convirtió en una de las piezas filosóficas fundamentales del siglo XVIII, donde se exponían los principios racionales y enciclopédicos del conocimiento. Este prefacio recibió elogios de figuras como George Leclerc, conde de Buffon, por su claridad sistemática y visión del progreso humano.

En los años siguientes, D’Alembert escribió la mayoría de los artículos científicos de los primeros 28 volúmenes de la Encyclopédie, en especial aquellos dedicados a la geometría, la probabilidad, el cálculo diferencial y otros campos de la matemática aplicada. Su estilo era claro, riguroso y pedagógico, lo que permitió acercar teorías complejas a un público más amplio.

Pese a sus contribuciones inmensas, su relación con Diderot se fue deteriorando, en parte por divergencias filosóficas y en parte por la presión de los censores y las disputas internas. En 1758, D’Alembert decidió abandonar la dirección editorial, aunque nunca renegó públicamente del proyecto.

Proyección internacional y distinciones recibidas

La reputación de D’Alembert trascendió rápidamente las fronteras francesas. A lo largo de su vida, recibió ofrecimientos de Federico II de Prusia para presidir la Academia de Berlín en al menos tres ocasiones, todos ellos rechazados. También Catalina II de Rusia le propuso ser tutor de su hijo, el futuro zar Pablo I, oferta que igualmente declinó.

En 1754, fue aceptado en la Academia Francesa, una distinción que sellaba su integración en la élite intelectual del país. Más tarde, en 1772, sería nombrado secretario perpetuo, posición desde la cual influyó en las decisiones literarias y filosóficas de la institución hasta su muerte.

Su labor como académico no se limitó a la producción de obras, sino que abarcó una visión crítica del saber y de las instituciones. Su obra Différentiel (1754), publicada en la Encyclopédie, introducía la importancia de la teoría de los límites en el análisis, una intuición que sería esencial para el cálculo infinitesimal moderno.

D’Alembert también se interesó en problemas complejos como la atracción gravitatoria entre tres cuerpos, una cuestión que desafiaba a los científicos desde Newton. Aunque no ofreció una solución definitiva, sus planteamientos sirvieron de base para investigaciones posteriores en mecánica celeste.

Con su obra científica consolidada y su papel en la Encyclopédie asegurado, D’Alembert comenzaba una nueva etapa en su vida intelectual: la de filósofo escéptico, crítico de la metafísica y defensor de la razón ilustrada.

Filosofía, escepticismo y legado de un ilustrado

Transición hacia la filosofía y la literatura

A partir de 1765, los problemas de salud comenzaron a limitar la capacidad de Jean-Baptiste Le Rond d’Alembert para realizar trabajos complejos en matemáticas. Esta circunstancia, lejos de retirarlo de la vida intelectual, lo empujó hacia otras formas de reflexión, especialmente la filosofía y la literatura, campos que cultivó con igual dedicación y brillantez.

Sus primeros escritos filosóficos se remontan a los años 1750, cuando ya había comenzado a publicar sus ideas en los volúmenes de la Encyclopédie. Entre 1753 y 1767, recopiló sus reflexiones en una serie de volúmenes titulados Mélanges de littérature et de philosophie, donde abordaba temas variados como el conocimiento humano, el arte, la educación y la moral. Aunque no fue considerado un filósofo sistemático en el sentido de Kant o Rousseau, su agudeza crítica y su estilo elegante le aseguraron un lugar en el pensamiento ilustrado.

En 1759, publicó el Essai sur les éléments de philosophie, donde proponía una filosofía del sentido común, racionalista y escéptica. A diferencia de otros ilustrados, como Diderot o Holbach, D’Alembert mantenía cierta moderación pública en sus afirmaciones metafísicas, aunque sus escritos privados muestran una evolución progresiva hacia el materialismo. En Éclaircissements (1765), manifestó una posición ambigua sobre el origen de la inteligencia, sugiriendo que esta no podía explicarse solamente desde la materia, aunque en privado ya dudaba abiertamente de la existencia de Dios.

Su escepticismo no era estridente, sino más bien racional y sereno, un rasgo que lo distinguía dentro de un panorama filosófico cada vez más polarizado entre teístas y ateos militantes.

Aportes en teoría musical y reflexiones metafísicas

D’Alembert también exploró con profundidad la teoría musical, un campo en el que aplicó principios matemáticos para explicar fenómenos acústicos. En 1747, comenzó a estudiar el comportamiento de las cuerdas vibrantes, lo que culminó en su tratado Éléments de musique théorique et pratique, suivant les principes de M. Rameau (1772). Esta obra consolidaba las teorías musicales de Jean-Philippe Rameau desde una perspectiva científica, aportando al campo de la acústica y a la sistematización del lenguaje musical.

El estudio de la música fue para D’Alembert una manera de unir el arte y la ciencia, demostrando que incluso los fenómenos estéticos podían analizarse desde una lógica racional. Esta postura era coherente con su visión enciclopédica del saber, donde todas las disciplinas estaban interconectadas y respondían a un mismo impulso explicativo: el uso de la razón como instrumento universal.

En sus últimos años, profundizó en temas como la educación, la moral pública y la organización del conocimiento, siempre desde una óptica crítica hacia los dogmas y las instituciones tradicionales.

D’Alembert ante el poder y la religión

Uno de los rasgos más destacados de D’Alembert fue su independencia frente al poder. A pesar de haber sido admirado por figuras como Federico II de Prusia y Catalina II de Rusia, y de haber recibido múltiples ofertas para ocupar puestos destacados en academias extranjeras, nunca abandonó París ni aceptó cargos que lo alejaban de su círculo intelectual.

Su relación con el catolicismo fue distante y crítica. Apoyó decididamente la expulsión de los jesuitas en Francia, al considerar que su influencia en la educación y en la política era incompatible con los ideales ilustrados de libertad de pensamiento y autonomía de la razón. En sus escritos, aunque evitaba confrontaciones abiertas con la religión, se trasluce un claro anticlericalismo y una apuesta por la laicización del saber.

D’Alembert también se pronunció contra los privilegios del Antiguo Régimen, criticando las jerarquías hereditarias y defendiendo una sociedad basada en el mérito y el conocimiento. Aunque falleció seis años antes del estallido de la Revolución Francesa, muchos de sus escritos sirvieron de base ideológica para quienes, en 1789, levantarían la bandera de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Últimos años y muerte sin nombre

En la última etapa de su vida, D’Alembert se mantuvo activo en la Academia Francesa, donde ejercía como secretario perpetuo desde 1772. Su presencia era habitual en los salones literarios de París, en particular en los organizados por su amiga y posible amante Julie de Lespinasse, una figura clave en la vida emocional e intelectual del filósofo. En estos encuentros, D’Alembert intercambiaba ideas con otros ilustrados como Voltaire, con quien mantuvo una relación de mutua admiración.

Sin embargo, su salud fue deteriorándose progresivamente. En 1783, falleció en París a causa de una enfermedad en la vejiga. Fiel a sus convicciones ilustradas y escépticas, rechazó recibir los últimos sacramentos, por lo que no fue enterrado en un cementerio consagrado. Su cuerpo fue sepultado en una fosa común sin nombre, un gesto coherente con su visión del mundo y su rechazo a los rituales religiosos.

Este final austero, lejos de disminuir su figura, la elevó a símbolo de la coherencia intelectual, uno de los valores más estimados entre los ilustrados. Murió como vivió: guiado por la razón, independiente y fiel a sus principios.

Legado científico, filosófico y cultural

El legado de Jean-Baptiste Le Rond d’Alembert es múltiple y profundo. En el campo de las matemáticas, su principio de dinámica sigue siendo una piedra angular en la enseñanza y práctica de la física teórica. Sus desarrollos sobre cálculo diferencial, ecuaciones en derivadas parciales y mecánica celeste influenciaron directamente a generaciones de científicos, incluidos Lagrange, Laplace y Gauss.

En el ámbito filosófico, aunque no dejó un sistema cerrado ni una doctrina formal, sus escritos contribuyeron decisivamente a difundir el escepticismo ilustrado, una postura crítica frente a las verdades reveladas y una defensa del conocimiento basado en la razón empírica. Su participación en la Enciclopedia marcó un antes y un después en la historia de la divulgación del saber, siendo la obra colectiva más ambiciosa de su siglo.

Culturalmente, D’Alembert simboliza al hombre moderno, aquel que se emancipa de la tradición sin caer en el nihilismo, que cree en la razón sin deshumanizarse, y que busca entender el mundo no para dominarlo, sino para habitarlo con mayor conciencia.

En una época en la que ciencia, filosofía y arte comenzaban a redefinir el lugar del ser humano en el universo, D’Alembert supo tejer esos hilos con una lucidez excepcional. Fue, sin duda, uno de los arquitectos de la modernidad ilustrada, y su vida, marcada por la razón y la independencia, sigue siendo ejemplo de integridad intelectual en tiempos de transformación.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Jean-Baptiste Le Rond d’Alembert (1717–1783): El Sabio Polifacético de la Ilustración Francesa". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/alembert-jean-baptiste-le-rond-d [consulta: 17 de octubre de 2025].