Mancera, Antonio Sebastián de Toledo, marqués de (1620-1715).


Político español, vigésimo quinto virrey de Nueva España, nacido en 1620 y muerto en 1715. Su nombre completo era el de Antonio Sebastian de Toledo Molina y Salazar, fue segundo marqués de Mancera y Grande de España. Hijo de Pedro de Toledo y Leyva y de doña María Luisa de Salazar y Enríquez, había acompañado a sus padres cuando estos se embarcaron en Cádiz, en mayo de 1639, rumbo a Perú. El primer marqués de Mancera desempeñó el cargo de virrey de Perú hasta el año 1648, fecha en que la familia regresó a la Península. Antonio Sebastián se distinguió como marino y en Perú alcanzó el grado de general de galeras. De regreso a Madrid fue mayordomo en Palacio y sirvió en la carrera diplomática, como embajador en Venecia y Alemania. Casó con Leonor Carreto, hija del marqués de Grana.

El Marqués de Mancera se había ganado a lo largo de su carrera la confianza de Felipe IV, que lo eligió para hacerse cargo del virreinato de Nueva Españay aunque aquél alegara su mal estado de salud, se firmó su nombramiento el 30 de diciembre de 1663, logrando así el monarca vencer su resistencia. Recibió las instruccciones para hacerse cargo del gobierno virreinal en Madrid, el 20 de febrero de 1664 y tras el viaje acostumbrado, llegó a Chapultepec e hizo su entrada solemne en la ciudad de México el 15 de octubre de 1664, para tomar posesión de su cargo ese mismo día, sin saber que el rey Felipe IV había muerto en Madrid el 17 de septiembre.

El Conde Mancera, según los cronistas de la época, fue un buen gobernante. Estuvo al mando del virreinato del 15 de octubre de 1664 al 20 de noviembre (aunque otro cronista se refiere al mes de septiembre) de 1673: Nueve años, un mes y cinco días. Las instrucciones que se le habían entregado como era habitual, antes de iniciar viaje, tenían un contenido muy semejante a las que recibió el conde de Baños, excepto en el apartado 62, por el que se le obligaba a dejar a su sucesor una relación diaria y circunstanciada de los negocios del reino. La Relación que escribió, destinada a su sucesor, es un modelo de obra bien hecha.

Se dice que fue un guadalupano eminente. Según los cronistas de la época, al llegar a Veracruz «mandó cambiar el viejo estandarte de la Concepción, bordado en Sevilla, por uno nuevo con la imagen de la virgen de Guadalupe«. Por su intermediación se promovieron las Informaciones de 1666, final de un proceso en forma, solicitado por la curia romana, para conceder a la Virgen de Guadalupe las tres gracias de «oficio, misa y fiesta propia«.

Desde el primer momento el nuevo virrey manifestó su prudencia y virtudes personales al ordenar que no se hiciera gasto alguno en su recepción, debido a la situación en que se encontraban las arcas virreinales. Continuaba la guerra contra Inglaterra y Portugal, iniciada en 1663 y eran constantes las peticiones que llegaban desde la corte solicitando remisión de fondos y ayudas de todo tipo, ya que los piratas británicos tenían en jaque las flotas y los intereses españoles en América.

John Morgan, pirata nacido en el país de Gales en 1635, era el terror de las Antillas. Había tomado Puerto Príncipe, Puerto Bello y Maracaibo, llegando a incendiar la ciudad de Panamá. Por esta razón el virrey se ocupó de continuar la política de su antecesor reforzando la armada de Barlovento y ordenando la construcción de barcos ligeros y bien armados, capaces de perseguir a los piratas y de atender a cualquier contingencia en el Golfo de México y las islas del Caribe.

En política interna, seguía pendiente de resolución el proyecto de obras del desagüe de la ciudad y el valle de México, para hacer frente a las inundaciones regulares del sistema de lagos en que se asentaba la ciudad. Fue positiva su resolución de volver a encargar a la orden de los franciscanos, en la persona de fray Manuel Cabrera, la superintendencia de este proyecto. Para lograrlo tuvo que mantener una copiosa y muy interesante correspondencia con la corte, en la que el Consejo de Indias y la reina madre intervinieron directamente. Ese nombramiento fue ratificado por real cédula de 22 de diciembre de 1670. El virrey, a lo largo de su mandato se preocupaba de visitar y supervisar personalmente las obras en curso de realización.

Al iniciarse el año de 1666 llegó a la capital la noticia de la muerte de Felipe IV así como la información de que, durante la minoría de edad de Carlos II, gobernaría el imperio la reina madre Mariana de Austria. En la Catedral de México, todavía en construcción, se celebraron solemnes honras fúnebres, prólogo inmediato de la jura de fidelidad al nuevo rey de España y de las Indias. A continuación tuvieron lugar las celebraciones y festejos habituales.

A pesar de los problemas económicos con que se enfrentó, tratando de obtener recursos en apoyo de las actividades de la Corona, el marqués recurrió con frecuencia a suscripciones voluntarias entre eclesiásticos y seglares y logró algunos recursos, que también utilizó para completar el ornamento interior de la catedral metropolitana. Sin embargo y pese a sus esfuerzos, la corte entendía insuficientes sus envíos, por lo que se le reconvino con frecuencia, urgiendo un mayor esfuerzo de recaudación.

En estos años continuaron los intentos de expansión territorial por el noroeste, aunque el regreso del almirante Pinadero demostró la dificultad de conseguir algún éxito. En 1668 volvió a salir una nueva expedición, al mando del capitán Francisco Lunecilla, que tocó en el cabo San Lucas y desembarcó en el puerto de la Paz, abandonados poco después “en busca de tierras más fértiles”. Sin embargo, en estos viajes, solían acompañar a los oficiales algunos misioneros que desarrollaban una obra catequística. A pesar de todo, los dominios virreinales seguían ensanchándose por las provincias del norte, más allá de Monterrey, Saltillo y Chihuahua.

En octubre de 1670 se firmó la paz con Inglaterra, lo que trajo consigo un cambio de actitud entre los mandos de la armada británica apostados en Jamaica, que recibieron órdenes de no seguir apoyando a los piratas y corsarios de la zona. Sin embargo, la presión de cuantos merodeaban por el Golfo de México y las costas de Nueva España prosiguió, apoyándose en otras bases.

Fue, junto con su esposa, protector decidido y constante de Juana de Asbaje, conocida por Sor Juana Inés de la Cruz, una de las poetisas más eminentes de la época virreinal en México. Juana Inés había llegado a la corte virreinal a la edad de 16 años, elegida como dama de honor de la virreina, doña Leonor Carreto, undécima virrreina de Nueva España, a quien Sor Juana llamaría Laura en sus primeros poemas. Se dice que fue la dama predilecta de doña Leonor.

Espoleado por las dudas de la corte virreinal y de sus canónigos, que creían a Juana Inés inspirada por el demonio, el Marqués de Mancera decidió convocar a cuarenta sabios de la Universidad, con el fin de examinar a la muchacha. A pesar del apuro en que la pusieron, al parecer, contestó con todo éxito a sus preguntas. Más tarde, tras el regreso de los virreyes a la península, su confesor la convenció para que tomase el hábito religioso.

El Marqués de Mancera concluyó el interior de la catedral de México, en obras durante los años de 1664 a 1667, ya que presidió el cierre de la bóveda del templo, la nave que se encuentra sobre la portada. En su «Relación», al referirse a estas obras, menciona que «hice fenecer las bóvedas que halle comenzadas, edificar y perfeccionar tres de la nave principal y dos de las procesionales y repasar la de la capilla de San Miguel…»

La segunda dedicación del templo mayor, que se celebró el 22 de diciembre de 1667, se puede leer en una crónica de esta fiesta, que en realidad constituye una verdadera historia de la construcción de la catedral. Según los textos, comisionó para este acto al Lic. Don Francisco Calderón y Romero, el oidor más antiguo de la Audiencia, investido de plenas facultades. Se fijó el itinerario, se construyeron tablados y se levantaron «resplandores» a la altura de cada monumento».

La terminación definitiva de la Catedral de México, en 1813, sería obra del arquitecto valenciano Manuel Tolsá, quien también esculpió el famoso «Caballito» de la Ciudad de México, en honor de Carlos IV.

Enfrentado a los abusos que cometían los alcaldes y otras autoridades virreinales a costa de los indios se ganó su enemistad, actitud que resultó extremada cuando se negó a la trata de negros, a la que la mayoría de los interesados entendía como fuente de copiosos beneficios. Acusado por la Audiencia de cometer algunas trivialidades, enfermo y molesto por las críticas recibidas, solicitó varias veces su retiro que no le fue aceptado hasta julio de 1673.

Su Relación, fechada el 22 de octubre de 1673, un mes después de que su sucesor Pedro Nuño Colón de Portugal, duque de Veragua, tomase posesión del mando, es una de las piezas mejor redactada por los virreyes. Está bien organizada y resulta amplia y sincera. La estructuró, de acuerdo con las funciones que tenía asignadas, en Gobierno, dividido en gobierno temporal, gobierno eclesiástico secular y gobierno eclesiástico regular. A continuación, Patronato y después Hacienda. Finalmente, indicaba que recibió el virreinato en mal estado, tanto por la situación externa de la política europea, como por los errores de sus antecesores, los que trató de remediar, a pesar de la incertidumbre que le produjo el nombramiento de su sucesor, en la persona del marqués de Villafranca, que finalmente no llegó a trasladarse al virreinato, cediendo este puesto al duque de Veragua.

Dejaba advertido a su sucesor que se pusiera en guardia sobre «los sujetos cavilosos, los principales caudillos y motores de desórdenes, sus autores y aliados, manifiestos y ocultos, los voluntarios, los estipendiados, los naturales, los desertores y los únicamente atentos al saco y al despojo…«

Esta relación, según de la Torre Villar, tiene otra virtud: la de contener una buena descripción de la sociedad mexicana en general. Hace un excelente análisis de los diversos grupos sociales: del pueblo bajo, de la administración civil y eclesiástica, de los criollos, de los peninsulares, de las clases inferiores, etc.

Regresó a la península cuando don Fernando Valenzuela, el Duende de palacio, acababa de ser elegido favorito de la reina y fue mayordomo mayor de Mariana de Austria y recadero entre ésta y Carlos II, que había accedido al trono en 1675, cuando cumplió los 15 años de edad. En aquel momento se enfrentaban dos bandos de nobles, los seguidores de Juan José de Austria y quienes apoyaban a Valenzuela, convertido en hombre fuerte de palacio. Mancera, adicto a la reina, tras la marcha victoriosa de don Juan José a Madrid, fue confinado al destierro en la primavera de 1678.

La muerte de Juan José de Austria en 1679, tras la firma de la paz de Nimega y la bancarrota económica subsiguiente, abrió en el reinado de Carlos II la llamada Década de las reformas, dominada por las políticas del duque de Medinaceli y del conde de Oropesa, reformistas y buenos administradores, quienes llamaron a su lado a hombres de experiencia administrativa y de gobierno, como el conde de Mancera, perdonado por el rey a mediados de 1679. Un año más tarde accedió al cargo de consejero de Estado, en el que permaneció largos años, como celoso defensor de los intereses y la política de doña Mariana.

Aunque inicialmente había sido partidario de la candidatura austríaca, en las discusiones y enfrentamientos de 1698, siguiendo a Manuel de Portocarrero, obispo de Toledo, se decidió por la sucesión en la persona de Felipe de Anjou, más tarde Felipe V, tomando parte en las intensas discusiones que tuvieron lugar en el Consejo de Estado. El cardenal Portocarrero fue quien le nombró Presidente del Consejo de Italia en 1701, en recompensa por su adhesión a la nueva dinastía, y poco después se le designó para formar parte del Consejo del Gabinete de Felipe V, presidido por el cardenal.

En los enfrentamientos posteriores, a lo largo de la Guerra de Sucesión Española, se adhirió al descontento de parte de la nobleza, que rechazaba las formas de gobierno del Borbón, por lo que cayó en desgracia, pero en 1704 fue exonerado de todos sus cargos y en 1706, siguiendo a la reina y a los tribunales, adherido nuevamente a la corte borbónica, se retiró a Burgos, mientras el pretendiente Carlos entraba temporalmente en Madrid.

Retirado de toda actividad, murió en Madrid, cuando contaba 95 años de edad, al llegar el año de 1715.

Bibliografía

  • GUADALUPE GONZÁLEZ-HONTORIA Y ALLENDESALAR, M. de. El Marqués de Mancera, virrey de Nueva España. Madrid. 1948.

  • OROZCO Y BERRA, M. Historia de la dominación española. México, 1938.

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  • RUBIO MAÑÉ, I. Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España. México, Ediciones Selectas, 1959.

  • TORRE VILLAR, E. de la. Instrucciones y Memorias de los virreyes de la Nueva España. Editorial Porrúa. México, 1991.

Manuel Ortuño