Sor Juana Inés de la Cruz (1648–1695): La Décima Musa que Desafió la Fe, el Género y el Poder en el Virreinato de la Nueva España
Sor Juana Inés de la Cruz (1648–1695): La Décima Musa que Desafió la Fe, el Género y el Poder en el Virreinato de la Nueva España
Los Primeros Años de Sor Juana: De Niña Prodigio a Aspirante Intelectual
Sor Juana Inés de la Cruz nació el 12 de noviembre de 1648 en la aldea de San Miguel de Nepantla, en el Virreinato de la Nueva España, hoy en día en el Estado de México. Su fecha de nacimiento ha sido objeto de controversia, pues la mayoría de los biógrafos han señalado erróneamente el año 1651 basándose en las aseveraciones de la propia autora. Sin embargo, investigaciones recientes han confirmado que su bautizo fue realizado en 1648, como se puede verificar en la partida de bautismo encontrada en el Archivo Parroquial de Chimalhuacán. A pesar de esta confusión, lo que está claro es que Sor Juana perteneció a una familia de clase media baja, en la que los aspectos socioeconómicos y la falta de una educación formal no fueron impedimentos para que desarrollara una mente brillante y autodidacta.
La madre de Sor Juana, Isabel Ramírez de Santillana, fue una mujer decidida y avanzada para su tiempo. De origen criollo, Isabel tuvo seis hijos, tres con el capitán Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca, y tres más con otro capitán, Diego Ruiz Lozano. A pesar de ser madre soltera, Isabel administró con destreza la hacienda de Panoayán, asegurándose de que sus hijos recibieran un hogar con lo necesario. Aunque la figura del padre de Sor Juana no está claramente documentada, se sabe que su origen era vasco y que su presencia en la vida de Juana Inés fue prácticamente nula, lo que no impidió que ella se convirtiera en una figura literaria y culturalmente destacada en su tiempo.
Desde temprana edad, Sor Juana mostró un desmesurado afán por el conocimiento. En un contexto en el que las mujeres no podían acceder a la educación formal, ella se sumergió en los textos que encontraba a su alcance. Aprendió a leer y escribir a los tres años, usando los escasos materiales disponibles en la biblioteca de su abuelo materno. Este autodidactismo fue clave en su desarrollo intelectual y fue posible gracias al incansable apoyo de su madre, quien, a pesar de las convenciones sociales, le permitió acceder a libros que, aunque limitados, le ofrecieron el conocimiento necesario para potenciar su pasión por las letras.
Juana Inés demostró desde su infancia un talento natural para el estudio, lo que la llevó a aprender en solitario una gran cantidad de disciplinas, desde las ciencias hasta la literatura clásica. Mientras muchas niñas de su tiempo aprendían tareas domésticas, Sor Juana dedicaba horas a la lectura y el estudio. Su afición por los textos antiguos y su capacidad para analizarlos de forma profunda la convirtieron en una prodigio, admirada incluso por los adultos que la rodeaban. A los ocho años ya había compuesto su primera loa eucarística, un poema religioso, lo que muestra la intensidad de su vocación literaria y su devoción desde tan joven.
El fallecimiento de su abuelo materno en 1656 fue el catalizador para que, finalmente, Sor Juana pudiese trasladarse a la Ciudad de México. Antes de este momento, Juana había solicitado a su madre ser enviada a la capital para poder estudiar formalmente, pero esta había rechazado la solicitud, temerosa de que su hija se alejara de la vida que, como mujer, le correspondía. Sin embargo, la muerte de su abuelo y la situación de Juana Inés como huérfana de un padre ausente llevaron a su madre a consentir su traslado a la ciudad, donde encontró la oportunidad de desarrollarse como intelectualmente prodigiosa.
En la Ciudad de México, Juana Inés se instaló con unos parientes y, rápidamente, se ganó la admiración de los vecinos. Su inteligencia destacaba en cualquier reunión social, y fue entonces cuando comenzó a ser reconocida como una niña prodigio. A los 14 años, Sor Juana ya era famosa en la capital y, a los 17, se encontraba en la Corte Virreinal como doncella de honor de la virreina, la duquesa de Mancera, quien rápidamente se convirtió en su protectora. Durante los años en los que vivió en la Corte (1664–1669), Sor Juana se dedicó a ampliar sus conocimientos en diversos campos. Sus habilidades intelectuales no solo impresionaron a la sociedad virreinal, sino que incluso generaron una serie de exámenes públicos organizados por los cortesanos, en los que se sometió a pruebas de memoria y erudición. Estos eventos no solo causaron asombro, sino que también le granjearon una fama sin igual en la Nueva España.
La imagen de Sor Juana en la Corte fue la de una mujer excepcional. A pesar de las rígidas normas sociales y de la posición subordinada que ocupaban las mujeres en la sociedad virreinal, ella sobresalía por su brillantez. Sin embargo, este reconocimiento también vino acompañado de una especie de «fama peligrosa». La admiración que despertaba la convirtió en un objeto de interés, pero también en un sujeto cuya genialidad fue vista por algunos con recelo. La sociedad patriarcal de la época, aunque la celebraba por su inteligencia, le recordaba constantemente que su lugar no debía salirse de los límites que el género femenino imponía. Esto, sin duda, contribuyó a su creciente incomodidad dentro de ese mundo.
Pese a los halagos y el reconocimiento, Sor Juana comenzó a sentirse atrapada en una sociedad que, mientras celebraba su mente brillante, la mantenía encajada en los rígidos estereotipos de lo que se esperaba de una mujer. La presión social para que se casara, un destino inevitable para las mujeres de la época, la inquietaba profundamente. Sor Juana, lejos de rendirse ante estas expectativas, encontró en la vida religiosa una salida, un refugio que, además de proporcionarle el espacio necesario para seguir cultivando su intelecto, le permitiría evitar el matrimonio y la subordinación conyugal que tanto temía.
En 1667, alentada por su confesor, el escritor jesuita Antonio Núñez de Miranda, Sor Juana ingresó al convento de las carmelitas descalzas. Sin embargo, pronto abandonó esta comunidad debido a una enfermedad que requirió su regreso a la Corte. Algunos biógrafos sugieren que las estrictas reglas del convento, muy distintas de la vida que llevaba en la corte, fueron una causa principal de su salida. En su regreso, encontró consuelo en su cercanía con figuras de alto rango, como la marquesa de Laguna y condesa de Paredes, quien también desempeñó un papel fundamental en su vida. Estas relaciones fueron cruciales para que Sor Juana pudiera continuar su labor literaria sin ser incomodada por las restricciones de la sociedad patriarcal.
Este periodo temprano en la vida de Sor Juana fue clave para comprender la evolución de su pensamiento y su relación con el conocimiento. De una niña prodigio autodidacta a una mujer que luchaba por encontrar su lugar en una sociedad que la aplaudía y, al mismo tiempo, la limitaba, Sor Juana forjó su identidad intelectual en medio de las tensiones sociales y religiosas que marcaron su época. La búsqueda del saber y la decisión de entrar a la vida religiosa fueron pasos que reflejaban no solo sus necesidades espirituales, sino también su deseo de libertad intelectual. No obstante, el camino de Sor Juana no estuvo exento de obstáculos. A pesar de la dedicación a su obra, las restricciones impuestas a las mujeres en la Nueva España y la constante batalla contra las expectativas sociales seguirían acompañándola a lo largo de su vida.
Sor Juana en la Corte Virreinal: El Surgimiento de una Escritora Deslumbrante
La llegada de Sor Juana Inés de la Cruz a la Ciudad de México marcó un punto de inflexión en su vida. Si bien su educación autodidacta en San Miguel de Nepantla había sido sobresaliente, fue en la Corte virreinal donde su talento alcanzó proporciones legendarias. A los 16 años, Juana Inés ya era conocida por su asombrosa capacidad intelectual, que despertaba la admiración y curiosidad de la sociedad de la Nueva España. En la Ciudad de México, su vida dio un giro que no solo la colocaría en el centro de los círculos intelectuales de la época, sino que también le permitiría acceder a una red de relaciones que serían decisivas para el futuro de su obra literaria.
Una de las primeras figuras clave en el ascenso de Sor Juana fue la virreina de la Nueva España, la duquesa de Mancera. Esta mujer, de gran influencia social y política, se convirtió en la principal protectora de Sor Juana. La duquesa de Mancera no solo admiraba la extraordinaria capacidad intelectual de la joven, sino que también la vio como una especie de «curiosidad» que podía enriquecer las reuniones y eventos de la corte. La reputación de Sor Juana como niña prodigio, que dominaba las letras clásicas, la filosofía, la ciencia y las artes, pronto se extendió a lo largo y ancho de la capital virreinal.
Las reuniones y banquetes en el palacio virreinal se convirtieron en el escenario ideal para que Sor Juana mostrara su extraordinario conocimiento. Los cortesanos, sabios y filósofos de la época, que acudían al palacio, quedaron impresionados por sus conocimientos y destreza verbal. Sor Juana era capaz de recitar de memoria vastos pasajes de obras clásicas y responder preguntas complejas sobre literatura, filosofía y teología. En ocasiones, sus habilidades fueron puestas a prueba mediante exámenes públicos, que, con la pompa y la formalidad propias de la corte virreinal, mostraban la amplitud de su conocimiento. Estos exámenes eran presenciados por nobles, religiosos y eruditos de la época, quienes no podían evitar sentirse fascinados por la joven y su capacidad para integrar de manera fluida diversas disciplinas del saber.
El reconocimiento de su brillantez no solo se limitó a la Corte. Sor Juana comenzó a recibir elogios de todas partes del Virreinato. Entre los intelectuales y artistas de la época, su nombre ya era sinónimo de sabiduría y genialidad. Sin embargo, este reconocimiento también vino acompañado de una profunda ambivalencia en la sociedad colonial. Si bien se la celebraba por su inteligencia, a menudo se la veía como un «monstruo» o una excepción a las normas, una mujer que desafiaba las expectativas tradicionales sobre el rol de la mujer en la sociedad. Este fenómeno de admiración y rechazo a la vez se reflejó en la manera en que la escritora fue tratada por los poderes de la época. Fue reconocida, por un lado, como una intelectual de renombre, pero, por otro, era constantemente subrayada como un «fenómeno» cuyo lugar en la sociedad no estaba claro.
El aprecio que despertaba en la Corte virreinal le permitió a Sor Juana acceder a una cantidad considerable de recursos, tanto humanos como materiales, que no solo alimentaron su pasión por el saber, sino que también le proporcionaron los medios para seguir cultivando sus habilidades literarias. En este contexto, la joven escritora desarrolló gran parte de su obra, que la catapultó al estrellato como poetisa y dramaturga. Fue en esta etapa cuando Sor Juana consolidó su posición como la figura literaria más importante de la Nueva España, y su nombre comenzó a circular por los círculos literarios y científicos más influyentes de Europa.
La vida en la Corte también permitió que Sor Juana tuviera acceso a una vasta biblioteca de obras literarias, científicas y filosóficas. Aunque la monja vivía bajo el régimen de un convento, su protección en la Corte le permitió seguir cultivando su afición por los libros y las ideas. Sor Juana era una devoradora de textos; leía con voracidad tanto a los grandes autores de la antigüedad clásica como a los filósofos y teólogos contemporáneos. En su celda, mantenía una biblioteca que se convirtió en uno de los núcleos intelectuales más impresionantes del Virreinato de la Nueva España. Este acceso al saber le permitió ampliar y profundizar su conocimiento, lo que se reflejó en su prolífica producción literaria.
Uno de los aspectos más sorprendentes de Sor Juana es su capacidad para integrar en sus escritos elementos de la tradición literaria española, europea y americana. En su obra, se encuentra una rica combinación de la influencia de escritores clásicos como Luis de Góngora, con quien compartía un profundo amor por las complejidades del barroco, y la necesidad de expresar la realidad y los problemas de la sociedad mexicana de su tiempo. Sor Juana no solo se limitó a las formas tradicionales del barroco, sino que también buscó formas innovadoras de expresión literaria. Su poesía, por ejemplo, está marcada por una gran diversidad de estilos métricos, que van desde el soneto clásico hasta el romance, la décima y la redondilla. Esta riqueza formal le permitió explorar temas tan variados como el amor, la religión, la política y la crítica social.
El trabajo de Sor Juana también estuvo marcado por la crítica social y feminista. A pesar de vivir en una sociedad profundamente patriarcal, ella nunca dejó de cuestionar las limitaciones impuestas a las mujeres. Uno de sus textos más célebres, el poema Hombres necios que acusáis, es una crítica directa a las contradicciones del machismo y las expectativas sociales sobre las mujeres. En este poema, Sor Juana cuestiona las actitudes de los hombres que, por un lado, exigen la pureza de las mujeres, mientras que, por otro, incitan su perdición. La ironía y el sarcasmo que emplea en sus versos son una muestra de la profundidad de su crítica a una sociedad que, aunque admiraba su intelecto, intentaba limitar su libertad.
A lo largo de este periodo, Sor Juana se forjó una identidad como una de las escritoras más importantes de la Nueva España, y su obra comenzó a ser conocida fuera del territorio virreinal. El éxito de su obra fue tal que, en 1689, el gobernador de México, don Pedro de la Rosa, promovió la publicación de su primer gran volumen de poemas, bajo el título de Inundación castálida. Esta obra fue una recopilación de su poesía y fue muy bien recibida en España, lo que permitió que Sor Juana alcanzara una notoriedad aún mayor en el ámbito literario internacional.
En la Corte virreinal, Sor Juana también encontró protección en figuras clave del clero, como el obispo de Puebla, quien fue uno de sus primeros patrocinadores y quien permitió que su obra se difundiera por toda la región. Sin embargo, a pesar de estos éxitos, Sor Juana continuó enfrentándose a una creciente presión para que dejara de escribir y se concentrara en los asuntos religiosos. Como mujer, su lugar en la sociedad estaba limitado por las expectativas del momento. La situación de la escritora comenzó a tornarse más compleja cuando la crítica de sus contemporáneos se volvió más mordaz, y la Iglesia empezó a cuestionar su dedicación a la literatura y su crítica a la autoridad eclesiástica.
La Búsqueda de la Independencia Intelectual: Vida Religiosa y Conflictos con la Iglesia
Tras su deslumbrante paso por la Corte virreinal, Sor Juana Inés de la Cruz comenzó a cuestionar profundamente su lugar en la sociedad. Aunque disfrutaba de gran prestigio como escritora y erudita, la presión social sobre su vida personal y las expectativas sobre el matrimonio se volvieron cada vez más intensas. A principios de 1667, Sor Juana ya había decidido que su camino en la vida sería distinto al de la mayoría de las mujeres de su época, quienes se veían obligadas a cumplir con las rígidas normas de la sociedad patriarcal. Mientras la vida matrimonial y el rol de madre eran las únicas opciones aceptadas para las mujeres, Sor Juana comenzó a sentir que esa era una senda de la que prefería escapar.
A pesar de su admiración por el mundo literario y su brillantez intelectual, Sor Juana era consciente de que su futuro, como el de muchas mujeres, estaba determinado por las expectativas de la sociedad. En una sociedad que celebraba su genio, pero que al mismo tiempo le imponía limitaciones por ser mujer, Sor Juana comenzó a pensar en una solución que le permitiera continuar con su vocación sin verse constreñida por los límites sociales y familiares que se le imponían. De esta forma, la vida religiosa parecía ofrecerle la posibilidad de combinar su devoción y su deseo de dedicarse al estudio sin ser presionada por la necesidad de casarse.
El primer paso hacia la vida religiosa fue su ingreso al convento de las carmelitas descalzas en 1667. Sin embargo, su experiencia en esta orden fue breve y problemática. A pesar de su deseo de abrazar una vida monástica para poder estudiar y escribir con mayor libertad, las estrictas reglas del convento no se ajustaban a su carácter ni a su necesidad de libertad intelectual. Algunos biógrafos sugieren que la razón principal de su salida del convento no fue solo la enfermedad que la afectó, sino también la excesiva rigidez de la vida carmelita, que le impedía la libertad que tanto anhelaba para seguir desarrollando su pensamiento y su obra literaria.
Fue, por tanto, en 1669, cuando Sor Juana optó por ingresar en el convento de la Orden Jerónima, una comunidad cuyo régimen era más flexible que el de las carmelitas. Esta nueva elección le permitió un mayor margen de libertad para seguir cultivando su vida intelectual, a la vez que podía cumplir con los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia. A pesar de su entrada al convento, Sor Juana no dejó de ser una figura destacada dentro de la sociedad virreinal, y su fama como intelectual continuó creciendo.
Sor Juana vivió en el convento de San Jerónimo con un espacio relativamente amplio para su estudio y su escritura. Sin embargo, su vida religiosa nunca fue completamente acorde con las expectativas eclesiásticas. Su devoción no se limitaba a los actos de oración y servicio, sino que también incluía su incansable búsqueda del conocimiento. En este contexto, la monja erudita construyó una biblioteca impresionante, que incluía miles de libros y obras en diversos campos del saber. Sus estudios abarcaban desde la literatura clásica hasta las ciencias naturales, la filosofía, la teología, la historia y la música. La biblioteca de Sor Juana se convirtió en un centro de investigación y un espacio donde la escritora podía profundizar en sus intereses intelectuales.
El convento, por tanto, le permitió un entorno propicio para el cultivo de su vocación, pero también le planteó desafíos significativos. En ese sentido, su vida religiosa no estuvo exenta de tensiones. Aunque la vida monástica le ofreció la posibilidad de estudiar y escribir sin las restricciones de la sociedad patriarcal, también la puso en conflicto con la jerarquía eclesiástica. Durante este periodo, Sor Juana desarrolló una profunda relación con la figura de Antonio Núñez de Miranda, su confesor y un importante apoyo en sus decisiones espirituales. El padre Núñez de Miranda alentó a Sor Juana a continuar con su labor literaria, pero a la vez, le hizo sentir la necesidad de encauzar sus escritos dentro de los límites de la doctrina religiosa.
A pesar de este apoyo, la situación de Sor Juana en el convento comenzó a volverse tensa debido a las críticas que recibía por su dedicación a la literatura. Las autoridades eclesiásticas, quienes esperaban que las monjas se dedicaran exclusivamente a la vida contemplativa, empezaron a cuestionar la dedicación de Sor Juana a los estudios. Esta situación le generó un conflicto interno. Por un lado, su amor por el conocimiento y su vocación literaria eran más fuertes que nunca, pero por otro, la estructura rígida de la Iglesia y las crecientes tensiones con la jerarquía religiosa la empujaban a una reflexión más profunda sobre su papel en la sociedad y en la Iglesia.
El conflicto entre su deseo de libertad intelectual y las expectativas impuestas por la Iglesia culminó en 1690, con la publicación de la Carta Athenagórica. En este escrito, Sor Juana se atrevió a desafiar una figura importante de la Iglesia, Padre Antonio Vieira, un jesuita de renombre. Sor Juana, en su carácter de erudita, cuestionaba las ideas de Vieira, quien había pronunciado un sermón sobre el pecado original. Esta crítica, aunque filosófica y teológica en su fondo, fue vista como una osadía por las autoridades eclesiásticas. A través de este escrito, Sor Juana desafió las normas de la Iglesia al atreverse a cuestionar y contradecir a una figura prominente de la misma, lo que desató una gran controversia.
La Carta Athenagórica tuvo un gran impacto y, en lugar de ser recibida como una contribución intelectual, fue vista como un desafío abierto a la autoridad religiosa. La controversia aumentó cuando Manuel Fernández de Santa Cruz, el obispo de Puebla, decidió publicar en 1690 una respuesta a Sor Juana bajo el seudónimo de «Sor Filotea de la Cruz». En esta carta, el obispo aconsejaba a Sor Juana que dejara de escribir sobre temas teológicos y se centrara únicamente en los asuntos religiosos. La crítica no solo venía de una figura religiosa de gran poder, sino también de un miembro influyente de la jerarquía eclesiástica que representaba las expectativas de la Iglesia hacia las mujeres y su participación en la esfera pública.
La respuesta de Sor Juana, conocida como Respuesta a Sor Filotea, fue una de las piezas literarias más poderosas que escribió en su vida. En ella, Sor Juana defendió el derecho de las mujeres a la educación y a la libertad intelectual, argumentando que, al igual que los hombres, las mujeres también tenían el derecho de estudiar y escribir. Esta carta, además de ser una respuesta directa al obispo, es también una reflexión filosófica profunda sobre las condiciones de las mujeres en la sociedad colonial, y particularmente sobre el trato desigual que recibían en el campo del conocimiento. Sor Juana apelaba a la igualdad intelectual entre hombres y mujeres y defendía su derecho a escribir sobre cualquier tema, sin que su género fuera un obstáculo para su acceso a la sabiduría.
Este acto de desafío no solo marcó un punto culminante en la vida intelectual de Sor Juana, sino que también reflejó el conflicto central que atravesaba su existencia. Por un lado, la monja erudita seguía siendo un referente de sabiduría y conocimiento en su tiempo, pero por otro, estaba atrapada en las tensiones entre su vida religiosa y su deseo de independencia intelectual. Este episodio puso en evidencia la contradicción entre los intereses de la Iglesia y el creciente deseo de las mujeres de acceder al conocimiento y a la producción literaria.
A partir de 1693, las presiones sobre Sor Juana aumentaron, y su vida religiosa comenzó a ser aún más conflictiva. El apoyo que había recibido de los virreyes y otros protectores empezó a decaer, y Sor Juana se vio obligada a retirarse del ámbito literario para dedicarse completamente a la vida monástica. Sin embargo, aunque dejó de escribir públicamente, no dejó de pensar y reflexionar sobre los temas que la habían apasionado toda su vida.
El Conflicto de la Escritora con la Autoridad Eclesiástica: Carta Athenagórica y Respuesta a Sor Filotea
El periodo más turbulento y decisivo en la vida de Sor Juana Inés de la Cruz se desencadenó a raíz de su enfrentamiento con la jerarquía eclesiástica. A pesar de haber alcanzado una notable fama como escritora y pensadora, su vida monástica, que debía ser de dedicación a la fe y al servicio de Dios, entró en un conflicto directo con su inquebrantable vocación intelectual. En este contexto, Sor Juana vivió una intensa crisis que se refleja en sus escritos, especialmente en dos documentos fundamentales que marcaron su vida: la Carta Athenagórica y la Respuesta a Sor Filotea.
En 1690, Sor Juana publicó la Carta Athenagórica, un texto que desató un gran escándalo dentro del mundo eclesiástico y que marcó un antes y un después en su relación con la Iglesia. En esta carta, dirigida al obispo de Puebla, Sor Juana se atrevió a impugnar públicamente las opiniones de Padre Antonio Vieira, un influyente teólogo portugués, en relación a un sermón que este había pronunciado sobre el pecado original. Aunque la carta se presentó como un ejercicio de reflexión filosófica y teológica, la respuesta de la Iglesia no se hizo esperar. El hecho de que una monja de su condición, sin formación formal en teología, se atreviera a desafiar a uno de los teólogos más prestigiosos del momento fue percibido como un acto de insolencia que no podía ser tolerado por las autoridades eclesiásticas.
La Carta Athenagórica no solo desafiaba la interpretación teológica de Vieira, sino que, al hacerlo, también tocaba un tema central en la historia de la Iglesia: la capacidad de las mujeres para participar en la reflexión intelectual. A través de este escrito, Sor Juana reafirmó su postura de que las mujeres debían tener los mismos derechos que los hombres para acceder al conocimiento y la sabiduría, y se mostraba decidida a defender su derecho a escribir sobre cualquier asunto, incluso aquellos de naturaleza teológica, que tradicionalmente se consideraban reservados a los hombres. A este acto de desafío intelectual se le sumó el tono de su crítica, que resultó más audaz debido al contexto social y religioso en el que se encontraba: una sociedad virreinal profundamente patriarcal y clerical, que veía la intelectualidad femenina como una amenaza a su orden establecido.
El impacto de la Carta Athenagórica fue inmediato y rotundo. No solo desató la ira de las autoridades eclesiásticas, sino que también fue vista por muchos como un acto de desafío directo a la estructura jerárquica de la Iglesia, donde las mujeres ocupaban un papel subordinado, limitado a la vida religiosa, sin acceso a la reflexión teológica o filosófica. La reacción fue feroz: el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, se sintió obligado a responder, pero lo hizo de manera indirecta, publicando una carta bajo el seudónimo de «Sor Filotea de la Cruz», en la que recomendaba a Sor Juana que dejara de escribir sobre temas teológicos y se dedicara exclusivamente a los asuntos religiosos. Esta carta fue presentada como un consejo fraternal, pero en realidad constituía una reprimenda directa a la monja, acusándola de abandonar su misión religiosa al dedicarse a la literatura secular.
El hecho de que el obispo usara un seudónimo femenino para criticar a Sor Juana fue un acto simbólico que revelaba la intención de humillar a la escritora. Al hacerlo, trataba de hacerla parecer como una mujer que no comprendía los límites de su rol en la sociedad, reforzando la idea de que las mujeres no debían aspirar a la erudición ni a la reflexión teológica. En este contexto, la respuesta de Sor Juana a esta carta se volvió inevitable. En 1691, publicó su famosa Respuesta a Sor Filotea, un texto de una gran complejidad intelectual, en el que defendió de manera enérgica su derecho a escribir y a reflexionar sobre cualquier tema, sin que su género fuera un obstáculo.
La Respuesta a Sor Filotea es una de las obras más significativas de Sor Juana. En ella, la monja se muestra decidida a defender su derecho a la educación y a la expresión intelectual, y lo hace desde una perspectiva profundamente filosófica y teológica. A lo largo de la carta, Sor Juana aborda cuestiones fundamentales sobre la igualdad de los géneros en el ámbito del conocimiento y la importancia de la libertad intelectual. Utiliza, para ello, una retórica potente y erudita, que no solo refuerza su postura, sino que también pone en evidencia las contradicciones de la sociedad que la juzgaba. Sor Juana argumenta que, si Dios ha dotado a las mujeres de la misma capacidad intelectual que a los hombres, no hay razón alguna para que ellas no puedan acceder al conocimiento y participar en la reflexión teológica.
Además de su defensa del derecho de las mujeres a la educación, la Respuesta a Sor Filotea también revela la aguda crítica de Sor Juana a las normas sociales de su tiempo, que restringían el acceso al conocimiento a las mujeres, especialmente a aquellas que, como ella, deseaban dedicar su vida a la escritura y la reflexión. La carta no solo es una respuesta a la reprimenda del obispo, sino una profunda reflexión sobre la vida intelectual femenina y su lugar en la historia del pensamiento. Sor Juana, en su escrito, recurre a citas de la Biblia, a la tradición filosófica y a la historia de las mujeres eruditas para argumentar que la exclusión de las mujeres del ámbito del conocimiento no tiene justificación alguna. De este modo, su carta se convierte en un manifiesto que reivindica el derecho de las mujeres a acceder al saber sin que su género sea un impedimento.
Sin embargo, a pesar de la profundidad de su defensa, Sor Juana también muestra una cierta humildad en su respuesta. A lo largo de la Respuesta a Sor Filotea, deja claro que, aunque está dispuesta a defender su derecho a escribir, lo hace dentro de los límites de su fe y su devoción religiosa. Sor Juana, al mismo tiempo que defiende la independencia intelectual de las mujeres, reconoce la importancia de la vida monástica y la dedicación a Dios. Esta dualidad de su personalidad, que combina la erudición con la devoción religiosa, se convierte en una de las características más singulares de su obra y de su vida.
Este episodio de confrontación con las autoridades eclesiásticas también marca el comienzo de la disminución del apoyo que Sor Juana había recibido de sus protectores en la Corte. A partir de 1693, la situación de la monja en la vida religiosa se fue deteriorando. La presión sobre ella aumentó, y la relación con la Iglesia se volvió más tensa. A pesar de los sacrificios que hizo, incluidas sus renuncias a la vida literaria, Sor Juana no logró conciliar completamente su amor por la escritura con su vocación religiosa. Esta lucha interna comenzó a reflejarse en su vida cotidiana. A lo largo de los últimos años de su vida, Sor Juana cedió ante las presiones y se sometió más a las expectativas de la Iglesia, abandonando prácticamente su producción literaria. Los biógrafos han debatido si esta sumisión fue un acto de arrepentimiento genuino o si, por el contrario, fue resultado de la presión externa y el miedo a las represalias.
A pesar de este retiro forzado de la escritura, Sor Juana siguió siendo una figura fundamental en la historia del pensamiento y la literatura de su tiempo. Aunque dejó de publicar, su legado como defensora de los derechos de las mujeres y de la libertad intelectual perduró a lo largo de los siglos. La Respuesta a Sor Filotea y la Carta Athenagórica siguen siendo textos fundamentales para comprender su lucha por la educación y por el lugar de las mujeres en la historia del pensamiento.
El Último Periodo: La Abnegación y Silencio Literario de Sor Juana
El último periodo de la vida de Sor Juana Inés de la Cruz es, sin duda, el más complejo y enigmático de su biografía. Si bien los años anteriores a 1693 estuvieron marcados por su florecimiento literario, su reconocimiento internacional y la continua tensión entre su vocación religiosa y su pasión por el conocimiento, los últimos años de su vida estuvieron marcados por una transformación radical. El aislamiento intelectual al que se vio sometida tras la creciente presión de la Iglesia y la renuncia a la escritura representan una de las paradojas más profundas de la vida de esta gran intelectual. Al final de su vida, Sor Juana pasó de ser la «Décima Musa» y figura literaria central del Siglo de Oro de la Nueva España, a una mujer que se retiró de la esfera pública, entregándose a un silencio autoimpuesto que solo se explica a través de las presiones externas y su lucha interna.
El cambio de rumbo: la presión eclesiástica y el retiro de la escritura
El último periodo de Sor Juana está estrechamente ligado a su confrontación con las autoridades eclesiásticas, que alcanzó su punto culminante con la publicación de la Carta Athenagórica y su subsecuente respuesta, Respuesta a Sor Filotea. A partir de estos eventos, la vida de Sor Juana cambió radicalmente. Tras la polémica generada por estos escritos, las relaciones de la monja con la jerarquía eclesiástica se volvieron cada vez más tensas. La presión sobre Sor Juana se intensificó y, a partir de 1693, su obra y su escritura fueron sometidas a un proceso de silenciamiento. Se considera que fue en este año cuando Sor Juana tomó la decisión de retirarse por completo de la vida literaria. La monja dejó de publicar, y en sus últimos años se dedicó exclusivamente a la vida monástica, una vida que se fue cargando de sacrificios y abnegación.
El retiro de Sor Juana de la producción literaria no fue una decisión espontánea. Si bien su profundo amor por el conocimiento y la escritura nunca desapareció, el creciente acoso por parte de la Iglesia y la necesidad de cumplir con los estrictos requisitos de su orden religiosa la obligaron a optar por el silencio. En ese momento, la situación política y religiosa en la Nueva España no era favorable a las figuras que, como Sor Juana, rompían las convenciones establecidas. La respuesta a la Carta Athenagórica de Sor Juana, que defendía la igualdad intelectual de las mujeres, y sus desafíos al poder clerical le costaron caro. La presión fue tan fuerte que la escritora se vio obligada a disminuir su presencia pública y a alejarse de su labor literaria, adoptando una postura mucho más sumisa y devota.
La conversión y el retiro espiritual
La transformación de Sor Juana hacia una vida de mayor reclusión y abnegación puede ser entendida también como un proceso de conversión espiritual. A lo largo de su vida, Sor Juana había mantenido una postura crítica frente a las limitaciones impuestas a las mujeres por la Iglesia y la sociedad. Sin embargo, en los últimos años de su vida, Sor Juana adoptó una actitud más centrada en la humillación y la sumisión. Algunas interpretaciones sostienen que este cambio fue un reflejo de un auténtico arrepentimiento religioso, en el que Sor Juana, después de haber vivido un periodo de intensos cuestionamientos y desafíos a la autoridad, decidió someterse a la voluntad de Dios y a los dictámenes de la Iglesia.
Este proceso de conversión, o al menos de sumisión a las autoridades eclesiásticas, fue acompañado por un giro hacia la austeridad. Sor Juana abandonó su labor literaria y se concentró en cumplir con los votos de obediencia, castidad y pobreza que le exigía su vida religiosa. Aunque su biblioteca seguía siendo un espacio de conocimiento, la monja ya no se dedicaba a la creación literaria ni a la reflexión filosófica. En lugar de seguir cultivando su pasión por la literatura y las ciencias, Sor Juana se dedicó a los quehaceres monásticos. Uno de los cargos que ocupó en el convento fue el de contadora, una función administrativa que implicaba la gestión de recursos y la supervisión de las finanzas de la comunidad.
El abandono de la escritura y el sacrificio personal que Sor Juana asumió en estos años fueron profundos. Es posible que la presión externa, especialmente la presión ejercida por la Iglesia, haya sido el principal factor detrás de esta conversión. Sin embargo, algunos biógrafos sugieren que esta transformación también reflejaba una forma de agotamiento personal, una fatiga espiritual y emocional provocada por la lucha constante entre su amor por la literatura y su deseo de ser una fiel religiosa.
La epidemia de peste y la muerte de Sor Juana
La vida de Sor Juana, que ya había estado marcada por un continuo conflicto interno entre su devoción religiosa y su pasión por el conocimiento, llegó a su fin el 17 de abril de 1695. En ese momento, la epidemia de peste que asolaba la Ciudad de México alcanzó también el convento de San Jerónimo, donde Sor Juana residía. La monja, que siempre se había mostrado dispuesta a cuidar a sus hermanas y a asumir responsabilidades dentro de la comunidad, se dedicó a atender a las hermanas enfermas. A pesar de sus esfuerzos y de su dedicación a las demás monjas, Sor Juana no pudo evitar ser afectada por la enfermedad que rápidamente se propagaba por el convento.
La muerte de Sor Juana a la edad de 46 años fue un hecho que conmocionó a la sociedad virreinal, y también dejó un vacío en el mundo literario y cultural de la Nueva España. Aunque había decidido retirarse de la vida pública y dedicarse a la vida religiosa en sus últimos años, el legado intelectual de Sor Juana nunca desapareció. Su influencia como escritora, pensadora y defensora de los derechos de las mujeres perduró en la memoria colectiva, y su obra siguió siendo estudiada y admirada, tanto en su época como en los siglos posteriores.
El legado de Sor Juana Inés de la Cruz: La resurrección de su obra
Aunque Sor Juana falleció en circunstancias dolorosas y aisladas, su legado literario fue recuperado y revalorizado en los siglos posteriores. Durante el siglo XVIII, la obra de Sor Juana fue desestimada en gran parte debido a la reacción neoclásica contra las excesivas formas barrocas que caracterizaban su estilo. Sin embargo, el siglo XIX trajo consigo un renovado interés por su obra, especialmente por su poesía y su crítica social, que comenzaban a ser vistas bajo una luz más progresista.
El verdadero resurgimiento de la figura de Sor Juana ocurrió en el siglo XX, cuando intelectuales y escritores, entre ellos el mexicano Octavio Paz, comenzaron a recuperar y analizar la obra de la monja de manera más profunda. Paz, en su ensayo Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1983), jugó un papel fundamental en la revalorización de Sor Juana como una figura clave en la historia del pensamiento feminista y en la literatura hispanoamericana. Este ensayo ayudó a resaltar la complejidad de su vida y su obra, al mismo tiempo que colocaba a Sor Juana en un lugar destacado dentro de la tradición literaria mundial.
El legado de Sor Juana no solo se limita a sus textos literarios, sino también a su lucha por los derechos de las mujeres a acceder al conocimiento y participar en la producción intelectual. Su vida y obra siguen siendo una inspiración para generaciones de mujeres y hombres que luchan por la igualdad de derechos y el acceso a la educación. Su historia, que fusiona la erudición y la devoción religiosa, la lucha intelectual y la sumisión a las autoridades, la convierte en una figura compleja y profundamente humana, cuyo impacto sigue siendo relevante en la actualidad.
MCN Biografías, 2025. "Sor Juana Inés de la Cruz (1648–1695): La Décima Musa que Desafió la Fe, el Género y el Poder en el Virreinato de la Nueva España". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/juana-ines-de-la-cruz-sor [consulta: 18 de octubre de 2025].