Juana de Austria (1532-1573).
Tercera hija del emperador Carlos V y de Isabel de Portugal, nacida en Madrid en el año 1535 y muerta en el Escorial en 1573. En 1552 contrajo matrimonio con el heredero al trono de Portugal, el infante Juan Manuel, con el que tuvo un hijo, el futuro rey portugués Sebastián I. Tras la muerte de su esposo, en 1554, regresó a España para ocupar el cargo de gobernadora de los reinos, mientras durase la ausencia de su hermano Felipe II, el cual marchó a Inglaterra para casarse con María Tudor. En 1560 fundó en Madrid el convento de las Descalzas Reales, lugar al cual se retiró para apartarse de la vida de la corte.
Los primeros años de Juana de Austria
El 24 de junio de 1535 nació la tercera y última hija de Carlos V e Isabel de Portugal. En estas fechas la emperatriz se encontraba en una propiedad real en las afueras de Madrid, antiguo palacio del contador del rey Alonso Gutiérrez. Una vez más, Isabel tuvo un parto difícil, quedando su frágil salud muy mermada por el esfuerzo. El emperador, por su parte, había partido el 29 de mayo de ese mismo año hacia el norte de África con el propósito de conquistar la Goleta y Túnez para frenar, de ese modo, el avance de los piratas turcos de Barbarroja. El 14 de julio la Goleta fue tomada al asalto y el día 21 de ese mismo mes fue conquistada Túnez, donde tras una batalla sangrienta, murieron treinta mil personas y más de dieciséis mil fueron hechas prisioneras, Carlos V restableció a Muley Hasan en el gobierno de Túnez y dejó a Bernardino de Mendoza a cargo de la Goleta. Barbarroja, ya sin apoyos, no tuvo más remedio que huir precipitadamente hacia la ciudad de Bona.
La infanta Juana fue bautizada algunos días después de su nacimiento, el 30 de junio, por el entonces arzobispo de Toledo, Juan Tavera, el cual había sido investido por el emperador el año anterior (1534). Los padrinos de la princesa fueron su hermano y heredero al trono, el futuro Felipe II; el príncipe del Piamonte y el Condestable de Castilla.
Siguiendo su costumbre la emperatriz Isabel intentó ocuparse personalmente del cuidado de la recién nacida y procuró que junto a sus dos hermanos, Felipe y María, recibiera una educación acorde con su posición en la corte. En este sentido fue fundamental el apoyo de una de sus damas honor, Leonor Mascareñas, la cual había llegado a España de la mano de Isabel tras su matrimonio con el emperador. A pesar de todo, apenas conoció Juana a su madre, puesto que ésta falleció cuando la infanta contaba cuatro años de edad, en 1539. La prematura muerte de la emperatriz supuso un duro golpe para Carlos V y para sus hijos, sobre todo para Felipe, que durante toda su vida permaneció muy unido a sus hermanas. A pesar de que el príncipe de Asturias tenía casa propia desde los seis años, por decisión de su padre que no quería que se educara rodeado de mujeres, fue frecuente que éste y las infantas pasaran juntos largas temporadas, así, encontramos a los príncipes en Ocaña celebrando la Navidad en 1540 o pasando unos días en Aranjuez en 1541.
El 1 de diciembre de 1542 los reyes de Portugal, Juan III y Catalina de Austria, establecieron definitivamente las condiciones para aceptar a Felipe II como marido de su hija María Manuela, como parte del acuerdo se concertó también el matrimonio de Juana con el heredero de Portugal, Juan Manuel. De este modo la infanta fue utilizada por su padre para asegurar la alianza con el país vecino y así, poder llevar a cabo uno de los sueños de los Reyes Católicos, unir bajo una misma corona todos los reinos de la Península Ibérica. La infanta Juana en ese momento tenía siete años y dada su extrema juventud se decidió posponer el enlace hasta que ésta llegara a la edad fértil.
A pesar de las buenas relaciones familiares y la aparente felicidad, fueron muy frecuentes los problemas económicos de las infantas, producidos por los excesivos gastos militares y el gran endeudamiento acumulado durante el reinado de Carlos V. El conde de Cifuentes, mayordomo mayor de Juana y María, manifestó en varias ocasiones su preocupación, ya que el presupuesto asignado para la casa de estas, no cubría todas sus necesidades. En 1544, el conde de Cifuentes, escribió una carta al príncipe Felipe informándole que sus hermanas no podían salir de Madrid puesto que sus deudas no les permitían financiar un nuevo traslado, además no encontraban a nadie que les adelantara más dinero ni tenían nada más que vender. Situaciones tan desesperadas pudieron solventarse gracias a la ayuda de algunos nobles y altos cargos de la iglesia, como el obispo de Osuna Pedro Alvarez Acosta, que financiaron los viajes de las princesas o saldaron sus cuentas pendientes.
Fue el mismo Conde de Cifuentes el que años después, en 1547, escribió otra carta, esta vez dirigida al emperador, informándole de los progresos de su hija pequeña. Juana que contaba con doce años, estaba llegando a la edad casadera por lo que era necesario proteger su virtud, puesto que se acercaban sus esponsales con Juan Manuel y cualquier indiscreción de la princesa podía suponer la ruptura del compromiso, si esto se producía crearía un grave problema diplomático con Portugal. De este modo se tomaron medidas para limitar las apariciones en público de ésta, así como su contacto con los jóvenes de la corte.
Ese mismo año el futuro Felipe II partió desde las Cortes de Monzón hacía Alcalá de Henares para informar a su hermana María que se había concertado su matrimonio con su primo y futuro emperador, el archiduque de Austria Maximiliano, la noticia fue acogida con gran alegría por parte de ambas infantas, que comenzaron a realizar los preparativos de la boda. Tras los esponsales de María, ambas hermanas apenas se vieron en los años posteriores, aunque siguieron manteniendo su relación a través de una nutrida correspondencia. El emperador opinaba que el ambiente cortesano en el que vivía su hija mayor, ya casada con Maximiliano, podía perjudicar a la infanta Juana, por lo que intentó que ambas no coincidieran en la misma ciudad mientras María de Austria permaneció en España.
Muy importante para la infanta Juana durante los años anteriores a su matrimonio fue su relación con su sobrino Carlos, ya que tras los esponsales de su hermana María con el archiduque Maximiliano, fueron contadas las ocasiones en las que se vieron, a pesar de que antes de abandonar definitivamente España en 1551, María permaneció algunos años en la península junto a su esposo, pero parece que el emperador dio instrucciones precisas para que las visitas de la futura emperatriz a la infanta fueran controladas. Desde la muerte de María Manuela de Portugal en 1545, su hijo había permanecido junto a sus tías ya que el futuro Felipe II opinaba que estas podían hacerse cargo del infante; de este modo se decidió que algunas de las damas de la difunta princesa pasaran a formar parte del servicio de la casa de las infantas, puesto que era necesario mantener buenas relaciones con Portugal ya que estaba pendiente el matrimonio de Juana con el heredero Juan Manuel y en caso de que este muriera sin descendencia era muy posible que los derechos al trono pasaran al hijo del príncipe Felipe. Algunos historiadores opinan que Juana, en cierta manera, asumió el papel de madre de su sobrino, el cual apenas veía a su padre, ocupado en ejercer el poder en los reinos peninsulares mientras el emperador permanecía en Europa. Juana y su sobrino residieron por orden de Carlos V durante un tiempo en Aranda de Duero para trasladarse posteriormente a Toro. Un año después de la marcha de María de Austria, en 1552, Juana partió hacia Portugal para contraer matrimonio, tenía dieciséis años en ese momento y casi obligada tuvo que separarse de su sobrino, el cual quedó desconsolado ante la partida de la infanta.
El matrimonio de Juana de Austria y Juan Manuel de Portugal
Las negociaciones con los reyes de Portugal se iniciaron de forma oficial en 1542. En representación del emperador acudió al país vecino Juan de Idiáquez, secretario de Estado, para iniciar las conversaciones, aunque fue el embajador español destacado en Lisboa, Luis Sarmiento de Mendoza, quien se encargó de ultimar todos los detalles. Las capitulaciones fueron en principio muy lentas puesto que Juan III de Portugal era reacio a que su hija María Manuela se casara con el heredero Español; ya que tenía previsto casar a esta con su hermano el infante Luis y de este modo ahorrarse su dote. Tras la intervención de Catalina de Austria a favor de su sobrino, don Juan cambió de opinión y aceptó, por el bien de su hija, y por los beneficios que el enlace podía reportar a su reino. Pero a pesar de todo el matrimonio tuvo que hacer frente a la oposición de un nutrido grupo de nobles que veían cercana la posibilidad de que ambas coronas se uniera, puesto que la salud del infante Juan Manuel era muy frágil y la muerte de este podría suponer la llegada al trono de un rey español. Como cláusula del acuerdo matrimonial firmado por los reyes de Portugal y el emperador, se acordó que la infanta Juana se casara con el heredero al trono portugués, de este modo se mantenía una tradición muy arraigada desde la época de los Reyes Católicos, encaminada a la unión de las dos coronas; por tanto fueron frecuentes en esta época los dobles matrimonios entre miembros de las familias reales de la Península Ibérica, así, tras el matrimonio de Carlos V con Isabel de Portugal se casaron también la hermana de éste, Catalina de Austria, con el hermano de la emperatriz Juan III.
Juana en el momento en que su compromiso se hizo oficial, 1 de diciembre de 1542, contaba con siete años de edad. El prometido de la infanta, Juan Manuel, por su parte era también muy joven en estas fechas, ya que apenas había cumplido cinco años. Nacido en Évora el 3 de junio de 1537, fue jurado heredero del trono portugués en 1544 en la ciudad de Almeirim. Dada la juventud de los príncipes los reyes de Portugal y el emperador acordaron posponer el enlace entre Juana y el infante Juan Manuel hasta que alcanzaran la edad casadera, según el derecho español de la época una mujer se encontraba en edad casadera a los doce años o cuando llegara a la edad fértil. Por su parte, María Manuela y Felipe se casaron en 1543, como fruto de su matrimonio nació el infante Carlos al que tan unido estuvo Juana desde su infancia puesto que cuando este nació tenía 9 años.
En el año 1551 se iniciaron los preparativos de la boda de la infanta, el primer paso fue formar el cortejo nupcial que debía acompañarla hasta la frontera con Portugal, para ello el futuro Felipe II no escatimó en gastos, a pesar de las dificultades económicas por las que atravesaba el reino. Antes de abandonar España la infanta Juana debía casarse por poderes con Juan Manuel, puesto que antes de dejar la casa de su padre su esposo debía convertirse en su tutor legal y por tanto en responsable de sus actos. En Portugal también comenzaron los preparativos para el recibimiento de la esposa del heredero, el 21 de diciembre de ese mismo año se otorgaron las acreditaciones necesarias a Lorenzo de Pires de Tabora para representar a Juan Manuel en el citado matrimonio por poderes celebrado el 11 de enero de 1552 en la ciudad castellana de Toro. El príncipe de Asturias asistió al acontecimiento, visiblemente emocionado, como testigo. Juana tras la ceremonia, intentó por todos los medios retrasar su salida de España, ya que no quería abandonar a su sobrino Carlos, al que había cuidado casi desde su nacimiento, tras la muerte de su madre María Manuela.
La infanta llegó a Badajoz el 13 de noviembre de 1552 tras un largo viaje, acompañada del duque de Escalona y el obispo de Osma. Tras cruzar la frontera de ambos reinos y levantarse el acta de entrega, la infanta pasó a la custodia del duque de Aveiro y del obispo de Coimbra. El 5 de diciembre el rey de Portugal, Juan III, se unió a la comitiva que acompañaba a Juana a Lisboa. La boda oficiada por el cardenal-infante Enrique, que años más tarde ocuparía el trono portugués tras la muerte de su sobrino Sebastián I, se celebró en Pazos da Ribeira, pero la infanta no recibió una cálida acogida, ya que existían numerosas dudas en el pueblo y en algunos nobles sobre la conveniencia de este matrimonio para los interese de Portugal, puesto que la intervención castellana podía ser enorme dada la frágil salud del heredero, de este modo si la pareja tenía descendencia y Juan Manuel moría prematuramente, el cargo de regente por ley correspondería a la hija del emperador. Por otro lado si Juan Manuel moría sin descendencia el trono de la casa de Avis pasaría por derecho al infante Carlos, hijo de Felipe II y de la hija mayor de los reyes de Portugal María Manuela.
Parece que el príncipe Juan Manuel que contaba con catorce años en el momento del matrimonio, se quedó prendado de la belleza de su prima, que por entonces había cumplido dieciséis años. El infante en contra de los consejos de sus médicos, acudía frecuentemente a los aposentos de la princesa ya que no soportaba estar lejos de ella por mucho tiempo. Juana quedó embarazada rápidamente y en agosto de 1553 anunció de forma oficial que esperaba un hijo, no por ello Juan Manuel dejó de visitar a su esposa por el contrario acudía a sus aposentos tres veces al día. La salud del heredero se fue deteriorando cada vez más y en el mes de octubre de ese mismo año quedó postrado en la cama debido a que sufría de fuertes fiebres.
El 2 de enero de 1554 murió don Juan Manuel tras una larga agonía; de este modo la sucesión de Portugal quedaba en el aire. Juana por su parte se encontraba en un avanzado estado de gestación y desconocía el destino de su esposo, ya que por el bien de la futura madre se decidió ocultarle la noticia, de este modo las damas de la corte debían cambiar sus vestimentas de luto si visitaban a la princesa y se sucedieron las manifestaciones religiosas implorando que el parto de Juana fuese propicio y que diera a la corona un heredero varón. El día 20 de enero Juana dio a luz a su primer y último hijo, el futuro rey Sebastián I. El bautizo del nuevo heredero al trono de Portugal se celebró el día 28 de enero en la capilla do Paço.
Juana estuvo apenas cuatro meses junto a su hijo, ya que tras la muerte de su esposo, su hermano Felipe solicitó que volviera a España para ser nombrada gobernadora. El heredero español debía marchar a Inglaterra a contraer matrimonio con María Tudor, el emperador en principio se mostró contrario a que su hija pequeña ocupara un cargo de tan elevada responsabilidad y abandonara Portugal, pero no le quedó más remedio que aceptar la decisión de su heredero. Juana estaba decidida a acatar la petición de su hermano, pero se negó a abandonar a su hijo y decidió que lo llevaría junto a ella a Valladolid. La reina Catalina convenció a Juana para que partiera sola, no sólo por los inconvenientes y peligros que suponía para un niño tan pequeño realizar un viaje tan largo, sino también porque el futuro heredero a la corona de Portugal no podía abandonar su reino. De este modo Juana marchó de regreso a España dejando a cargo de su tía y suegra a su hijo Sebastián, al cual no volvería a ver más, a pesar de sus intentos posteriores de regresar a Portugal y convertirse en la regente del reino. Sebastián llegaría al trono a la edad de tres años, tras la muerte de Juan III en 1557, siendo regente del reino Catalina de Austria, su abuela, hasta que fue declaro mayor de edad en 1568. En el año 1578 partió, con un ejército de diecisiete mil hombres, hacía Arcila, donde encontró la muerte en la batalla de Alcazarquivir.
La regencia de Juana de Austria en España
Tras conocerse la muerte de Juan Manuel a principios de 1554 en España, el heredero al trono mandó a la corte portuguesa a Luis Venegas de Figueroa con una carta suya para la princesa viuda Juana. En dicha carta Felipe solicitaba a su hermana que volviera a Castilla puesto que él se veía obligado a partir hacia Inglaterra para casarse con María Tudor. Juana aceptó el encargo y tras intentar sin éxito, que su hijo recién nacido partiera junto a ella, inició su viaje el 16 de abril.
Parece que el emperador no consideró la decisión de su hijo muy acertada, pero se vio obligado a acatarla dado que el viaje a Inglaterra no podía posponerse por mucho tiempo y era necesario que alguien ocupara el poder en ausencia del heredero y de él mismo. Carlos V consideraba que su hija no debía abandonar Portugal de forma tan precipitada puesto que en caso de muerte de Juan III, antes que el infante Sebastián llegara a la mayoría de edad ella sería la regente y ocuparía el poder en nombre de su hijo; por otro lado si el mencionado infante fallecía era necesario defender los derechos del príncipe Carlos en la corte portuguesa. Hay que señalar además que el emperador no tenía un buen concepto de su hija pequeña, ya que ésta durante el tiempo que pasó en Portugal había gastado gran cantidad dinero para el mantenimiento de su casa, por tanto aconsejó a Felipe que vigilara atentamente los movimientos de su hermana en el gobierno. El heredero por su parte tenía mejor opinión de su hermana aunque dejó establecido un consejo de regencia, siendo destacable la figura de Juan Vázquez de Molina, para que controlara sus acciones y para que la ayudara en el ejercicio del poder.
Juana partió de la corte portuguesas y tras cruzar la frontera de ambos reinos se encontró con su hermano Felipe en Alcántara, el cual la esperaba para poder aconsejarla sobre sus nuevas responsabilidades. El príncipe Felipe, había mandado a su séquito a La Coruña para que fueran preparando el viaje hacia Inglaterra, así junto a un grupo de nobles de confianza y en contra de los deseos del emperador, acudió en busca de su hermana para escoltarla durante algunos días. Juntos se dirigieron a Tordesillas, donde Juana I se encontraba muy enferma, es posible que Felipe quisiera saber el verdadero estado de su abuela, ya que parecía que el emperador quería retirarse y su ansiado relevo en la cumbre debía esperar a la muerte de su madre, la cual aunque legalmente declarada loca era la reina legitima de Castilla. Tras pasar unos días juntos, Juana se dirigió a Valladolid acompañada por García de Toledo, el obispo de Osma y el de Badajoz; por su parte Felipe emprendió a caballo su camino hacia La Coruña.
Felipe durante los días que pasó junto a Juana le indicó que debía mantener todos los viernes una reunión con las juntas del Consejo, para conocer los asuntos más urgentes, además la emplazaba para que solicitara la opinión del secretario Juan Vázquez de Molina, hombre de su total confianza. Le pidió que vigilase las fronteras y que tuviera preparadas las galeras por si surgía algún problema en este sentido. Debía cuidar mucho las formas en la corte, llevando una vida ordenada y escuchar misa en público todos los días, además tenía que conceder audiencia a todos los que así lo solicitasen, no precipitándose en sus resoluciones y acudiendo a sus consejeros en caso de tener alguna duda. Era necesario por otro lado mantener el orden en el clero de todos los reinos peninsulares, vigilando que los obispos ocuparan sus sedes y que no se aprovecharan su ausencia para que legitimar, si los tuviesen, a sus hijos naturales.
Juana ocupó su puesto de gobernadora sin ninguna dificultad y algún tiempo después recibió la noticia de que el matrimonio de su hermano con María Tudor se había celebrado con éxito y que Inglaterra había retornado al seno de la Iglesia Católica. Para ella fue motivo de gran alegría y comentó a Felipe por carta sus deseos de que en Alemania se consiguieran los mismos resultados, aunque sus esperanzas fueron vanas puesto que el emperador no consiguió que los protestantes retornaran a la obediencia a Roma y en la Paz de Augsburgo (1555) se vio obligado a reconocer la libertad religiosa.
En 1555 la situación económica del reino preocupaba a Juana, puesto que el apoyo prestado a los católicos ingleses y la guerra abierta por el emperador en Francia (1552-1556), para ocupar Mertz, Toul y Verdum, consumían todos los ingresos que recibía la corona. La gobernadora se veía incapaz de conseguir seiscientos mil ducados que su hermano le solicitaba desde Inglaterra y expresaba la necesidad de firmar la paz en todos los frentes, ya que sin ella la hacienda se encaminaba hacia la bancarrota. La llegada de una importante remesa de plata a Sevilla en 1556, procedente de unas nuevas minas descubiertas en Guadalcanar, proporcionó un respiro a los problemas económicos de Carlos V, el cual en 1551 debía a sus banqueros, los Fugger, los Welser y los Spínola, la elevada cifra de siete millones de ducados, y las deudas seguían aumentando. En 1558 la situación económica era tan mala que los banqueros de Amberes se negaron a prestar más dinero a Felipe II, por su parte los comerciantes sevillanos no querían entregar a Juana parte de los lingotes de oro y plata que recibían de América y ésta, siguiendo las indicaciones de su padre, los encerró en Simancas como escarmiento.
En 1556 tras firmar la paz con los protestantes alemanes y en Francia, el emperador abdicó, cediendo el gobierno de Alemania a su hermano Fernando y a su hijo Felipe sus territorios en la Península Ibérica, Italia, Borgoña y América. Carlos V agotado por los años de gobierno se dirigió al monasterio de Yuste, donde permanecería hasta su muerte. En un principio se pensó en que éste sustituyera a Juana como regente, pero esta situación hubiese sido un tanto irregular y se descartó rápidamente. A pesar de todo el emperador lejos de retirase del mundo estuvo permanentemente informado de los asuntos importantes y sus hijos recibieron sus indicaciones hasta el final de sus días.
Un problema importante al que debió enfrentarse la princesa como gobernadora fue la aparición de un foco luterano en Castilla, en concreto en Valladolid y Sevilla. Carlos, preocupado, le dirigió una carta a su hija para que intentara cortar de raíz la llegada del protestantismo a España. Juana por su parte informó a su hermano y a su padre sobre las sospechas que albergaba hacia el círculo del obispo Carranza, ya que según le había informado el inquisidor Fernando de Valdés, era frecuente que muchos inculpados le mencionaran en sus confesiones. Personajes importantes fueron acusados de herejía, tras ser juzgados por un tribunal del Santo Oficio y confesar, fueron declarados culpables y entregados a la justicia seglar. El 21 de mayo de 1559 se celebró en la plaza mayor de Valladolid un auto de Fe, presidido por la gobernadora Juana y por su sobrino Carlos, quince personas fueron quemadas aunque sólo una de ellas fue conducida a la hoguera viva, ya que todos los demás se arrepintieron durante el juicio. En 1558 Juana escribió una carta al rector de la Universidad de Salamanca para que revisara los libros de la biblioteca y evitara el contacto de los estudiantes con libros que atacaran los principios del catolicismo.
Vida cortesana y retiro a las Descalzas Reales
Juana abandonó el cargo de gobernadora tras la llegada del rey Felipe II a España en 1559. No volvió durante su vida a ocupar otro cargo de responsabilidad aunque residió junto a su hermano y sobrino en la corte de Madrid, de este modo disponía en el Alcázar, residencia oficial del rey, de sus propias habitaciones, las cuales se encontraban próximas a las del infante Carlos.
Ese en ese mismo año (1559) se produjo el enlace matrimonial de Felipe II con Isabel de Valois una de las hijas de Enrique IIde Francia y Catalina de Médicis. Juana gozó de la máxima consideración y fue la madrina de la tercera boda de su hermano, además fue elegida para que ocupara el puesto de dama de honor de la nueva reina, junto con la esposa del duque de Alba y la princesa de Éboli, Ana de Mendoza.
Juana e Isabel mantuvieron una gran amistad durante los años que duró el matrimonio de ésta, gracias a su gran vitalidad y a pesar de la diferencia de edad entre ambas, compartieron juegos y aficiones en la corte. Era por tanto frecuente encontrar a la reina y a su dama cantando en los jardines del palacio, representando farsas para el rey o bailando en los aposentos privados de Isabel. Ambas iban a la misa diaria juntas, acudían a visitar los conventos de la localidad donde se encontraban y a contribuyeron generosamente en obras de caridad, fueron estos años sin duda los más felices del monarca.
En 1560 Felipe II comenzó a estudiar la posibilidad de que su hijo Carlos contrajera matrimonio. La primera candidata fue la hermana de la reina, Margarita de Valois. Catalina de Medicis, regente de Francia, aprovechando la posición de su hija Isabel pidió a ésta que intercediera por su hermana y que concertara también el matrimonio del duque de Orleans, futuro Enrique III, con la princesa viuda Juana. Otra de las posibles candidatas para casar a don Carlos fue su prima Ana de Austria, hija de la emperatriz María de Austria, que años después contraería matrimonio con Felipe II y sería madre del futuro Felipe III. Por último Felipe pensó en casar a su hijo con Juana, a pesar de la diferencia de edad, era nueve años mayor que su sobrino, mantenía excelentes relaciones con Carlos desde su infancia en Toro y le había cuidado desde la muerte de su madre María Manuela. Carlos en todo momento se negó a contraer matrimonio con su tía, no por su parentesco sino porque a pesar de su belleza, Juana fue considerada como una de las mujeres más bellas de la corte, ésta no era virgen y el infante no quería casarse con una mujer probada.
Juana en multitud de ocasiones demostró el gran cariño que sentía por su sobrino Carlos, incluso algunos embajadores extranjeros con residencia en la corte en esta época sostenían que esta mantenía un romance con él y que la negativa por parte de este a contraer matrimonio con ella le causó una gran pena. Algunos historiadores mantienen que Juana aceptó este matrimonio por la posibilidad de ser nombrada reina en el futuro y no porque estuviese enamorada de su sobrino. En 1568 Carlos sufrió un grave accidente en Alcalá de Henares, tras caer por unas escaleras cuando iba persiguiendo a la hija de un sirviente con la que parece que tenía relaciones; Juana rezó constantemente por la salvación de su sobrino e incluso acudió descalza como penitente al monasterio de la Consolación. Durante los meses que Carlos permaneció encerrado por orden de su padre en el Alcázar de Madrid fueron constantes los intentos de Juana por ir a visitarle a pesar de la prohibición del rey.
Tras la muerte del infante Carlos e Isabel de Valois en 1568, la princesa Juana comenzó a mostrarse cada vez menos en la corte, a pesar de que tras el matrimonio de Felipe II con Ana de Austria, ejerció nuevamente como madrina de boda y fue nombrada dama de honor de la reina.
Fue una mujer muy piadosa durante toda su vida, gracias a la educación recibida, había financiado la fundación de conventos y dio grandes donativos para el socorro de los pobres, en este sentido destaca la fundación del colegio de san Agustín en Alcalá de Henares y del convento de las Descalzas Reales en Madrid. Las obras en el convento de las Descalzas Reales fueron iniciadas en 1560 y se concluyó su construcción cuatro años después. Diseñado por el arquitecto real Juan Bautista de Toledo, iniciador de las obras del Escorial, se trata de un convento de clausura, construido en ladrillo y mampostería. La infanta Juana decidió ceder para la construcción de dicho convento los terrenos donde se encontraba la casa donde nació en 1535 y se cree que en el altar mayor se encontraba la pila donde fue bautizada. Tras la muerte de su cuñada, Isabel de Valois, Juana pasó largas temporadas meditando y rezando en estas instalaciones, además autorizó a su hermano para que depositara en ellas los restos mortales de Isabel, hasta que se concluyeran las obras en el panteón del Escorial. Hay que destacar que su hermana, la emperatriz de Austria María, a su regreso a España quiso permanecer los últimos años de su vida recluida en el mencionado convento, y decidió ser enterrada en ese mismo lugar, quizá para demostrar el enorme cariño que sentía por su difunta hermana pequeña.
La infanta Juana murió el 8 de septiembre de 1573 en San Lorenzo del Escorial, tras acompañar durante casi toda su vida al rey Felipe II y haberle prestado importantes servicios. El dolor del Felipe fue inmenso ya que no sólo perdió el cariño de su hermana, sino también el apoyo de una gran amiga en los últimos y difíciles años de su reinado.
Bibiografía
JOVER ZAMORA, J.M. (dir) «España en tiempo de Felipe II», en Historia de España de Menéndez Pidal. Vol XXII. Primera parte. Madrid, Espasa Calpe, 1994.FERNANDEZ ALVAREZ, MANUEL. Felipe II y su tiempo. Madrid, Espasa Calpe, 1998.
CGS