Jovellanos, Gaspar Melchor de (1744-1811).
Literato, jurisconsulto, poeta, economista, anticuario, magistrado y hombre político español, nacido en Gijón el 5 de enero de 1744 (en la que hoy es Casa-Museo de Jovellanos), durante el reinado de Felipe V, y fallecido en Vega (Asturias) en 1811, uno de los hombres más destacados del Siglo de las Luces .
Vida
Fue hijo de una familia hidalga de larga descendencia, que gozaba de una economía media. Su niñez se desarrolló en un ambiente de inquietud intelectual. Recibió su primera formación de latinidad en su ciudad natal. En 1757 comenzó sus estudios de filosofía en la universidad de Oviedo, donde conoció al P. Feijoo, monje benedictino que contaba entonces ochenta y cuatro años. Pasó después a hacer los estudios eclesiásticos en Ávila, en la universidad y en el seminario establecido creado en la ciudad castellana por el obispo asturiano don Romualdo Velarde y Cienfuegos. En junio de 1761 se graduó de bachiller en Cánones por la universidad de Osma, y en 1763 de licenciado en Cánones por la universidad de Ávila. Durante estos años se formó su espíritu de humanista con el aprendizaje del latín y lectura de los clásicos Horacio, Virgilio, Cicerón, Salustio, Plinio, entre otros.
En 1764 Jovellanos fue becado como colegial del Mayor de San Ildefonso de la universidad de Alcalá de Henares, tras aprobar los ejercicios correspondientes, para continuar sus estudios eclesiásticos. En esta ciudad conoció a Cadalso, al que probablemente orientó en el terreno literario, y a don Pedro Rodríguez de Campomanes, paisano suyo y una de las principales figuras de la Ilustración. Ese mismo año se graduó de bachiller en Cánones por la universidad de Alcalá y en junio de 1767 opositó sin éxito a una cátedra de Decreto de esa universidad. Decidido a seguir la carrera eclesiástica, tuvo intención de opositar a una canonjía doctoral de Tuy, pero cambió de opinión debido quizá a los consejos que recibió de Juan Agustín Ceán Bermúdez, historiador y crítico de arte y, más adelante, académico de San Fernando. Éste realizó un cabal retrato del Jovellanos de aquella época: “Era de estatura proporcionada, más alto que bajo, cuerpo airoso, cabeza erguida, blanco y rubio, ojos vivos, piernas y brazos bien hechos, pies y manos como de dama, y pisaba firme y decorosamente por naturaleza, aunque algunos creían que por afectación. Era limpio y aseado en el vestir, sobrio en el comer y beber, atento y comedido en el trato familiar, al que arrastraba con voz agradable y bien modulada […] y si alguna vez se distinguía con el bello, era con las de lustre, talento y educación, pero jamás con las necias y de mala conducta. Sobre todo era generoso, magnífico, y aun pródigo en sus cortas facultades: religioso sin preocupación, ingenuo y sencillo, amante de la verdad, del orden y de la justicia: firme en sus resoluciones, pero siempre suave y benigno con los desvalidos; constante en la amistad, agradecido a sus bienhechores, incansable en el estudio, y duro y fuerte para el trabajo” (Memorias para la vida del Excmo. Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos, 1814, pp. 12-13).
El 31 de octubre de 1767 el Consejo de la Cámara propuso a Jovellanos para el cargo de Alcalde del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla, para el que fue nombrado el 13 de febrero de 1768, acaso por mediación de Campomanes. No tenía ninguna experiencia en la magistratura, pero estaba bien preparado intelectualmente, tenía una gran afición al estudio y un fuerte sentido de los valores de la justicia. Leyó con provecho a Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Beccaria…, al tiempo que aprendía el inglés leyendo en su lengua originaria a Milton y traduciendo a Young. En la ciudad andaluza tuvo su primer amor, una mujer nombrada poéticamente Enarda o Clori, que no podemos identificar, y aunque debió de ser un amor correspondido terminó esta relación en 1769 cuando ella abandonó Sevilla. Desde el ascenso al trono de Carlos III, en 1759, la política ilustrada entró en una fase de crecimiento. Campomanes, el conde de Aranda y Rodafueron los principales promotores de esta política, los cuales ejercieron una gran influencia entre los jóvenes reformistas que comenzaban a ocupar puestos de responsabilidad. En estos años Aranda impulsó la reforma de la universidad de Alcalá, y Olavidela de Sevilla. Estos años fueron muy importantes para la formación ideológica de Jovellanos, que se veía obligado a confrontar las leyes con los problemas diarios de la sociedad sevillana. Perteneció al grupo de los dirigentes ilustrados y participó de manera asidua en la tertulia que el intendente Olavide organizaba en su residencia del alcázar, donde Jovellanos tuvo la oportunidad de aquilatar su ideario ilustrado y de cultivar su afición a las letras. Redactó numerosos informes fiscales y escribió varias obras dramáticas para representar en el coliseo del palacio (la tragedia Pelayo, el drama sentimental El delincuente honrado, o la traducción de la tragedia de Racine Ifigenia en Aulide), y se arraigó su afición poética, mientras entraba en relación con Juan Meléndez Valdés, joven poeta de la Escuela Salmantina. Su valía profesional favoreció su ascenso, en 1774, al puesto de Oidor de la misma Real Audiencia, desde el que se convirtió en uno de los miembros más destacados de su Sala de Gobierno. Los diez años que Jovellanos pasó en Sevilla fueron de vital importancia para su formación profesional, intelectual, humana y literaria.
Nombrado Alcalde de Casa y Corte, abandonó Sevilla el 27 de agosto de 1778, y tomó posesión de su nuevo cargo en Madrid el 20 de octubre. En seguida comenzó a ser un personaje conocido en la corte en su doble faceta de magistrado y de hombre de letras, debido tanto a sus propios méritos, como a la protección de Campomanes. Ese mismo año ingresó en la Sociedad Económica Matritense, en la que colaboró activamente; en 1779 en la Academia de la Historia; en 1780 en la Academia de San Fernandocomo miembro de honor, y en la Sociedad Económica de Asturias como individuo honorario; en 1781 en la Academia Española y en 1782 en la de Cánones como honorario. Desarrolló una febril actividad durante estos años, formando parte de sociedades diversas, presidiendo reuniones, pronunciando discursos y elogios, elaborando informes y recibiendo, en general, todo tipo de encargos. Defendió numerosas causas ante el ministro Floridablanca, especialmente las relacionadas con su patria asturiana. Se manifestó siempre como un magistrado íntegro y de gran firmeza en la defensa de los principios del derecho. Jovellanos se fue convirtiendo poco a poco en uno de los personajes más destacados de la política ilustrada.
También realizó actividades en relación con las letras y las artes. Por vez primera fue retratado por Goya. Asistió a la tertulia política de Campomanes y él mismo reunía en su casa a sus amigos escritores. Escribió la “Epístola del Paular”, dos “Sátiras a Arnesto” (1786 y 87) y un Elogio de Carlos III (1789), alegato político a favor del conde de Aranda y en contra de Floridablanca. Participó en diversas polémicas literarias en defensa de la estética neoclásica. Viajó mucho, interesado por encontrar documentos históricos o manuscritos que leía y mandaba copiar enteros o extractados. Aceptó por encargo de la Academia de la Historia la redacción de una Memoria sobre los espectáculos, un meditado proyecto de reforma de las diversiones públicas.
Tras la muerte de Carlos III en 1788, y particularmente con la política que comenzaba a implantarse a causa de los efectos de la Revolución Francesa (1789) cambiaron las tornas para Jovellanos. Puesto que había trabajado durante varios años en el expediente de reforma de estudios en los Colegios de las Órdenes Militares en Salamanca, Carlos IV lo nombró en 1790 Visitador del de Calatrava. Emprendió el viaje el 5 de abril y una vez hecho el Reglamento literario e institucional volvió a la corte en el mes de agosto, en los días de la persecución contra Cabarrús, con la intención de defenderlo. Esto le granjeó la enemistad de Godoy y de la reina María Luisa. La Inquisición le abrió un proceso y el gobierno lo alejó de la corte y, con el pretexto de una visita a las minas de carbón de Asturias, fue desterrado a Gijón desde el 28 de agosto hasta el año 1797. Desde el punto de vista intelectual el destierro fue fructífero: redactó el Informe de la Ley Agraria, terminó la Memoria de espectáculos (que rehizo en 1796), fundó el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía (1794), leyó numerosas obras españolas y extranjeras, realizó diversos viajes y mantuvo una abundante correspondencia con sus amigos.
Alejado de la corte, hubo un sector del gobierno que echaba de menos su trabajo y su capacidad intelectual y literaria, por lo que se empezó a añorar a Jovellanos y a buscar una disculpa para su retorno. Finalmente fue rehabilitado en 1797. Fue nombrado primero embajador en Rusia y luego Ministro de Gracia y Justicia, cargo que desempeñó sólo durante nueve meses en una situación difícil, a pesar de la cual sacó adelante varios proyectos educativos y una Representación al rey sobre el Santo Oficio, organismo que buscaba nuevamente el control de la sociedad española. Parece que los partidarios de la Inquisición y la antipatía que le profesaba la reina María Luisa fueron las causas inmediatas de su temprana destitución. Retornado a Gijón, se dedicó al Instituto que había fundado, a la lectura, a los paseos y a cultivar las relaciones de amistad. Fue un tiempo de tranquilidad, no exento de la incomprensión por parte de algunos.
En una nueva campaña contra los ilustrados se acusó a Jovellanos de heterodoxo. De nuevo fue arrestado y el 13 de marzo de 1801 fue condenado a sufrir destierro en la isla de Mallorca, conducido primero a la Cartuja de Valldemosa, y al año siguiente al castillo de Bellver en Palma, donde permaneció encarcelado hasta abril de 1808, sometido a toda clase de vejaciones. La soledad del destierro le sirvió para ampliar sus conocimientos y especializarse en temas antes desconocidos para él, como la historia de Mallorca. Tras el motín de Aranjuez, que acabó con el poder de Godoy, y poco tiempo después de subir al trono Fernando VII, se le dejó en libertad. Volvió a la península en las fechas en que comenzaba la Guerra de la Independencia. Ambos bandos quisieron contar con la experiencia política de Jovellanos. Mientras que el pueblo veía en Napoleón a un invasor, una gran parte de los ilustrados creía que con los Bonaparte podría fructificar definitivamente el «espíritu de las Luces» que situara a nuestro país en un nivel superior. Sin embargo, Jovellanos rechazó ser ministro del Interior del rey José I mientras que, por el contrario, aceptó el nombramiento del Principado de Asturias para representarle en la Junta Central, que dirigía la actuación política y militar contra los franceses. Tuvo que huir a Andalucía. Cuando en 1810 se instauró el Consejo de Regencia, el escritor pidió permiso para retirarse a su tierra natal. Se refugió en Galicia ante la imposibilidad de llegar a Asturias, ocupada por los franceses. Allí escribió la Memoria en defensa de la Junta Central, que se publicó en La Coruña en 1811. Ese mismo año llegó de vuelta a Gijón, que nuevamente tuvo que abandonar ante una nueva conquista por los franceses. Poco después enfermó de pulmonía y murió en Puerto de Vega (Asturias) a los 68 años.
La prosa de Jovellanos
La obra literaria de Jovellanos es abundante y variada. Gran parte de sus libros son ensayos que están en relación con las ocupaciones del autor. Los temas más frecuentes son los de economía, política y pedagogía, aunque se ocupó de otras cuestiones diversas. Como miembro de las Sociedades Económicas tuvo que realizar informes sobre asuntos variados: la legislación gremial, la importación de aceites, la construcción de caminos, la explotación de minas, la participación de las mujeres en la Matritense, elogio de la Bellas Artes, el estudio y la educación, sobre la colocación de las sepulturas fuera de los templos… Sus escritos combinan la aplicación de los principios de la nueva escuela ilustrada y liberal con la claridad de un estilo moderno, alejado de las viejas florituras barrocas.
El más interesante es el Informe en el expediente de la Ley Agraria, modelo de exposición metódica hecha con cierta amenidad, teniendo en cuenta lo árido del tema. El Informe fue solicitado por el Consejo de Castilla a la Sociedad Económica de Madrid, que se lo encargó a Jovellanos, el cual, tras varios años de estudio, lo entregó en 1794 y fue publicado al año siguiente en la imprenta de Sancha. El autor pone de manifiesto en él la decadencia de la agricultura, las causas que la han motivado y los estorbos que se oponen a su progreso. La obra no fue bien acogida por algunos estamentos de la sociedad, especialmente por el eclesiástico, pues consideraba que era un ataque a los privilegios de la Iglesia.
Por encargo de la Academia de la Historia, a la que se la había pedido el Consejo de Castilla para reformar la legislación, escribió Jovellanos la Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y su origen en España. Tras una primera versión de 1790, tuvo su versión definitiva en 1796. Es un estudio dividido en dos partes: la primera, de carácter histórico, trata sobre el origen y desarrollo de las diversiones públicas en nuestro país; la segunda, más crítica y reformista, propone soluciones a las limitaciones que tiene el pueblo en las formas de diversión. Son muy interesantes sus propuestas para la reforma del espectáculo teatral.
En algunas de las obras en prosa el autor expone su pensamiento político. Su ideal fue la monarquía constitucional y, en lo social, la defensa de la existencia de un pueblo industrioso en el que la propiedad estuviese distribuida equitativamente, que gozara de máxima libertad en sus costumbres y en sus actividades económicas. Así le parecía que se combinaban el orden, la libertad y los derechos del individuo. Condenaba los abusos de autoridad y el incumplimiento de los deberes por parte de los dirigentes. Destacan obras como Discurso… sobre el establecimiento de un Montepío para los nobles de la Corte y la Memoria en defensa de la Junta Central, de 1810, una de las últimas obras que escribió Jovellanos.
Ligada con el pensamiento económico y el político está el tema de la enseñanza, que aparece en varios discursos sobre la necesidad modernizarla y de fomentar los estudios: Reglamento para el Colegio de Calatrava (1790), Memoria sobre educación pública (1802), una acalorada defensa de la educación como instrumento de progreso, o Bases para la formación de un plan general de instrucción pública (1809).
La Descripción del castillo de Bellver fue escrita por Jovellanos en 1805 para enviársela a su amigo Juan Agustín Ceán Bermúdez, historiador de arte. Le interesaba la arquitectura de las piedras, la fauna y la flora que había en el lugar, y el pasado humano que se asociaba a ellas. Contemplaba el paisaje que rodeaba el castillo, fijándose en la belleza natural y en los cultivos.
El epistolario de Jovellanos es muy abundante, ya que la correspondencia ocupó un lugar primordial en su actividad intelectual. En él aparecen todos los problemas que preocuparon al escritor, por lo que es importante para comprender su pensamiento e incluso interpretar algunos de sus escritos. De 1782 son las Cartas del viaje de Asturias, escritas por incitación de Antonio Ponz, de gran importancia en el aspecto artístico, económico y antropológico de su tierra chica.
El escritor asturiano dejó inéditas unas interesantísimas carpetas en las que recogía sus Diarios (1790-1801), publicados posteriormente, que incluyen una minuciosa e interesante información de su biografía de estos años. Su lectura es necesaria para aclarar algunos de los problemas vividos estos años, sus intereses políticos y culturales, y las relaciones que tuvo el autor con determinadas personas.
Jovellanos, poeta
El gusto por la poesía y las lecturas poéticas acompañaron siempre a Jovellanos. Leyó a los clásicos griegos y latinos, a los que citaba en numerosas ocasiones; a los italianos (Petrarca, Tasso, Ariosto, Guarini); y sobre todo a los poetas del Renacimiento español: Garcilaso de la Vega y fray Luis de León, al que consideraba el más recomendable de todos.
Jovellanos cultivó la poesía desde su juventud. Sus composiciones más antiguas son de 1768, un año después de su llegada a Sevilla, aunque fue entre 1779 y 1787 cuando escribió las más famosas. En vida del autor solamente se publicaron siete poemas, uno identificado como suyo, dos firmados y el resto anónimos. Se conservan sesenta poemas, algunos traducidos, y otros cinco fragmentos y borradores, además de once poesías de atribución discutible. Son de tema amoroso, versos de ocasión, sátiras sobre temas sociales y contra personas concretas, epístolas, etc. Las formas métricas que utilizó fueron el soneto, el romance, el romancillo, la estrofa sáfica y el terceto, aunque prefirió los endecasílabos sueltos en los que creía que se manifestaba mejor el ritmo poético.
Cuando empezó a escribir sus primeros versos ya estaba en completa decadencia la lírica barroca y se practicaba una poesía sencilla, sin metáforas ni juegos de ingenio, de estilo neoclásico. El contacto con Cadalso, gran impulsor de la nueva poesía en su época, orientó sus gustos poéticos. Ambos ejercieron el magisterio para los componentes de la Escuela Salmantina (Meléndez Valdés, fray Diego Tadeo González, José Iglesias de la Casa, Juan Fernández de Rojas…). A estos poetas les escribió Jovellanos en 1776 desde Sevilla la “Carta de Jovino a sus amigos salmantinos”, del género didáctico, en la que pretendía convencerles de que abandonaran la insustancial poesía pastoril y anacreóntica, y se dedicaran a temas filosóficos que le parecían más útiles. Al abandonar Sevilla, compuso la “Epístola de Jovino a sus amigos de Sevilla”, en la que expresa su tristeza por abandonar esta ciudad en la que había vivido momentos felices.
El tema amoroso fue uno de los preferidos por Jovellanos en la primera época. En sus poemas aparecen numerosos nombres poéticos femeninos: Enarda, Clori, Marina, Belisa, Galatea, Alcmena; quizá algunos de ellos fueran dados a una misma dama en momentos distintos. Una de las composiciones más tempranas, la “Elegía a la ausencia de Marina”, de 1769 ó 1770, centrada en el tema de la ausencia, recuerda el canto de Salicio de la Égloga I de Garcilaso. En 1779 escribió uno de sus mejores poemas líricos, la “Epístola de Jovino a Anfriso” o “Epístola de El Paular”, cuyo tema es el recuerdo de las infidelidades de Enarda a la que no puede olvidar en el marco del paisaje tranquilo de El Paular. El poema es transformado por completo al año siguiente, quizá por un deseo de no exteriorizar sus sentimientos más íntimos.
Jovellanos también cultivó la poesía satírica en las dos sátiras dirigidas “A Arnesto”, que son un alegato contra el desorden sexual de la alta sociedad, causado acaso por la afición al lujo y a la moda que viene de Francia. La “Sátira contra la mala educación de la nobleza” critica a los nobles que no cumplían su función en la sociedad (los aplebeyados, los afrancesados, los degenerados…). De tema filosófico es la “Epístola a Batilo”, centrada en la descripción del paisaje que se divisa desde San Marcos de León, y aconseja a su amigo Meléndez que abandone las aulas para contemplar esa belleza. Otros poemas que han de recordarse son: “Epístola a Inarco”, “Epístola a Bermudo”.
Gaspar Melchor de Jovellanos. «A Arnesto» (Sátira primera).
Obra dramática de Jovellanos
En 1769 escribió la tragedia La muerte de Munuza (o Pelayo). La corrigió entre 1771 y 1772, según afirma el autor en el prólogo, y pensó en editarla antes de su estreno. Pero quedó inédita, aunque era conocida por sus amigos. Parece que fue representada en 1782 en Gijón por un grupo de aficionados, y más tarde en Madrid en 1792 con el título Munuza. Según el autor en ella imitó a Racine y Voltaire, aunque la imitación consiste sobre todo en seguir la preceptiva neoclásica derivada, en último término, de la Poética de Aristóteles. Está dividida en cinco actos. El tema es histórico y narra los sucesos que tienen lugar la víspera de la batalla de Covadonga. Los personajes son de clase elevada y la versificación es en romance endecasílabo, preferido por varios autores trágicos de la época. Fue traductor de la tragedia de Racine, Ifigenia en Aulide, que se representó en la tertulia de Olavide en Sevilla.
Durante su estancia en Sevilla, en 1773, escribió Jovellanos otra obra dramática, El delincuente honrado, que se representó con éxito en 1774 en el teatro de los Reales Sitios, Caso González no puede concretar si en Aranjuez o en San Ildefonso. Se publicó primero en una edición no autorizada por el autor y luego, en 1787, bajo el seudónimo de Toribio Suárez de Langreo. Desde 1786 consta claramente la autoría de Jovellanos. La obra sigue las unidades dramáticas: acción única que dura aproximadamente un día y que sucede en el Alcázar de Segovia, aunque en distintas partes del edificio. Ofrece algunas novedades: está escrita en prosa; los personajes pertenecen al mundo de la magistratura y se expresan no sólo por palabras sino también por gestos y actitudes que ya aparecen especificados en las acotaciones; no sigue la regla neoclásica que distinguía entre los géneros dramáticos por la clase social de sus personajes. También el título ofrece un contraste, que se manifiesta también en el juez, obligado a contravenir sus convicciones personales y a actuar contra sus instintos humanos. Estas características corresponden a un nuevo género teatral que existía en Francia y en Inglaterra, la tragedia urbana o comedia lacrimosa. Jovellanos pretende con esta obra demostrar la injusticia de una ley que condenaba a los dos participantes en un duelo, retado y retador, fuesen o no culpables. Critica así la manera de entender la justicia.
Bibliografía Fundamental
Ediciones
Antología, ed. J. M. Caso González. Barcelona: Planeta, 1992.Diario, ed. Miguel Artola. Madrid: Rivadeneyra, 1956 (2 vols).Escritos literarios, ed. J. M. Caso González. Madrid: Espasa Calpe, 1987.Memoria sobre espectáculos y diversiones públicas. Informe sobre la Ley Agraria, ed. Guillermo Carnero. Madrid: Cátedra, 1996.Obras completas, ed. J. M. Caso. Oviedo: Instituto Feijoo, 1984-1990 (6 vols).Poesía, ed. J. M. Caso González. Oviedo: IEA, 1961.Poesía. Teatro. Prosa literaria, ed. J. H. R. Polt. Madrid: Taurus, 1993.
Estudios
AGUILAR PIÑAL, Francisco: La Sevilla de Olavide, 1767-1778. Sevilla: Ayuntamiento, 1966.———————————-: Sevilla y el teatro en el siglo XVIII. Oviedo: CE Feijoo, 1974.———————————-: La biblioteca de Jovellanos (1778). Madrid: CSIC, 1984.ANDIOC, René: Teatro y sociedad en el Madrid del siglo XVIII. 2ª ed. Madrid: Fundación Juan March-Castalia, 1988.ARCE, Joaquín: La poesía del siglo ilustrado. Madrid: Alhambra, 1981.BARAS ESCOLÁ, F.: El reformismo político de Jovellanos. Zaragoza: Universidad, 1993.CASO GONZÁLEZ, José Miguel: La poética de Jovellanos. Madrid: Prensa Española, 1972.———————————-: Jovellanos. Barcelona: Ariel, 1998.FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Manuel: Jovellanos. Madrid, 1988.GALINDO, F.: El espíritu del s. XVIII y la personalidad de Jovellanos. Oviedo: IDEA, 1971.PALACIOS FERNÁNDEZ, Emilio: El teatro popular español del siglo XVIII. Lleida: Milenio, 1998.POLT, John H. R.: Gaspar Melchor de Jovellanos. Nueva York: Twayne, 1971.RICK, Lilian L.: Bibliografía crítica de Jovellanos (1901-1976). Oviedo: Cátedra Feijoo, 1977 (Textos y Estudios del siglo XVIII, 7).
EMILIO PALACIOS FERNÁNDEZ