Eduardo Alberto Duhalde (1941–2012): El Arquitecto del Poder en la Argentina del Colapso

Primeros años y construcción de una vocación política

Contexto histórico y social: Argentina en la posguerra y el ascenso del peronismo

La Argentina en la que nació Eduardo Alberto Duhalde, el 5 de octubre de 1941 en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, se encontraba atravesando un periodo de profundas transformaciones políticas y sociales. La Segunda Guerra Mundial aún no había finalizado, pero sus efectos ya se hacían sentir en la economía y el comercio internacionales. En el plano interno, la década infame (1930–1943) comenzaba a llegar a su fin, dejando tras de sí una estela de gobiernos conservadores, marcados por el fraude electoral y la represión del movimiento obrero.

En ese clima de tensiones emergentes y demandas populares crecientes, se consolidaba la figura de Juan Domingo Perón, quien desde su cargo en la Secretaría de Trabajo y Previsión empezó a construir una relación directa con las masas trabajadoras. El surgimiento del peronismo como fuerza popular transformaría de manera irreversible el panorama político argentino, estableciendo una lógica de polarización que dominaría buena parte del siglo XX y que tendría un impacto profundo en la vida política de Duhalde.

La década de 1940 fue también un periodo de urbanización acelerada en el conurbano bonaerense, donde crecía el tejido social obrero-industrial, asentando las bases para la consolidación de una identidad peronista profundamente arraigada. En ese contexto, Lomas de Zamora, ciudad natal de Duhalde, se configuraba como una zona estratégica tanto por su cercanía a la capital federal como por su perfil industrial y comercial.

Orígenes familiares y entorno sociocultural en Lomas de Zamora

Duhalde se crió en un entorno de clase media baja, en una familia que no destacaba por su participación política activa, pero sí por su arraigo barrial y su fuerte vínculo con las instituciones comunitarias. Este origen modesto forjaría en él una temprana sensibilidad hacia las demandas populares y una habilidad instintiva para leer el pulso del electorado, especialmente en el vasto y diverso territorio bonaerense.

Durante su infancia y adolescencia, vivió de cerca los vaivenes políticos del país: el auge y la caída de Perón en 1955, la proscripción del peronismo y la alternancia inestable entre gobiernos civiles y militares. Estas experiencias formarían el núcleo de su identidad política: un peronismo pragmático, de base territorial, alejado de las disputas ideológicas abstractas pero profundamente conectado con el poder real.

Formación académica y primeros vínculos con el Derecho

Duhalde eligió el camino del Derecho, inscribiéndose en la Universidad de Buenos Aires y, posteriormente, en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, donde se graduó en 1970 como abogado y procurador. Este título no sólo le permitió acceder a espacios profesionales en el ámbito legal, sino que también se transformó en una plataforma para su involucramiento en la vida pública.

Durante estos años, ejerció como docente universitario en las materias de Instituciones de Derecho Público e Introducción al Derecho, transmitiendo su conocimiento en un contexto marcado por las tensiones sociales y la creciente polarización política. Al mismo tiempo, inició su carrera profesional en el Departamento de Asuntos Legales de su ciudad natal, construyendo redes con otros abogados comprometidos con la causa peronista.

Su liderazgo temprano se plasmó en cargos como la presidencia del Centro de Abogados Peronistas de Lomas, la vicepresidencia del Congreso de Abogados Peronistas de Buenos Aires, y más tarde la presidencia del Partido Justicialista en Lomas de Zamora. Estas posiciones, si bien locales, consolidaron su influencia en una zona clave del conurbano bonaerense.

Ingresos tempranos en la militancia peronista

La participación política activa de Duhalde comenzó en la primera mitad de la década de 1970, una época de creciente efervescencia social marcada por la inestabilidad institucional y el retorno de Perón al país. En 1973, fue elegido concejal de Lomas de Zamora, y al año siguiente, tras el fallecimiento del intendente en funciones, asumió la intendencia de su ciudad.

Este primer cargo ejecutivo resultó clave para su formación como dirigente. Lo enfrentó con los desafíos concretos de la gestión pública en un municipio densamente poblado y con profundas necesidades sociales. El breve período que ocupó como jefe comunal coincidió con la agitación política nacional tras la muerte de Perón y la creciente violencia entre facciones internas del propio movimiento peronista.

El golpe militar de 1976, encabezado por el general Jorge Rafael Videla, truncó su mandato y lo empujó nuevamente al llano. Como muchos dirigentes peronistas, fue apartado del escenario político y se refugió en su profesión de abogado, aunque nunca abandonó del todo la militancia, que continuó en la clandestinidad.

Primeras responsabilidades institucionales: concejal, intendente y resistencia durante la dictadura

Durante los años de la dictadura (1976–1983), Duhalde evitó confrontaciones directas con el régimen militar, optando por una estrategia de resistencia silenciosa y trabajo barrial. Su experiencia como intendente le permitió mantener vínculos con dirigentes intermedios del peronismo bonaerense y consolidar su imagen como político de base.

En este periodo, también amplió sus actividades empresariales, especialmente en el sector inmobiliario, lo que le permitió obtener una base económica sólida que utilizaría más tarde en sus campañas políticas. A diferencia de otros líderes de su generación que fueron perseguidos, encarcelados o exiliados, Duhalde logró preservar su capital político e institucional, esperando el retorno de la democracia.

Con el regreso del régimen democrático en 1983, tras la derrota militar en Malvinas y el colapso del gobierno de facto, Duhalde capitalizó su experiencia y fue nuevamente elegido intendente de Lomas de Zamora. Esta victoria marcó el inicio de su trayectoria ascendente en el peronismo renovado y lo posicionó como uno de los líderes más prometedores del Gran Buenos Aires.

En 1987, dio un salto a la política nacional al ser elegido diputado nacional por la provincia de Buenos Aires. Desde su banca en el Congreso, mantuvo una postura combativa frente al oficialismo radical y se convirtió en uno de los articuladores del ala pragmática del peronismo que buscaba retomar el poder a nivel nacional. Fue en este contexto que inició su alianza con el entonces gobernador de La Rioja, Carlos Menem, con quien construiría un tándem político que lo catapultaría a la cima del poder en los años siguientes.

Consolidación política y liderazgo en tiempos de transformación

Ascenso nacional: de la intendencia a la vicepresidencia con Menem

La proyección nacional de Eduardo Duhalde tomó impulso definitivo cuando en 1988, el entonces gobernador de La Rioja, Carlos Saúl Menem, lo eligió como compañero de fórmula presidencial del Partido Justicialista (PJ) para los comicios generales de 1989. La elección de Duhalde respondía a una estrategia política clara: consolidar el voto peronista en la provincia de Buenos Aires, la más poblada del país, y al mismo tiempo equilibrar la fórmula con una figura vinculada al justicialismo ortodoxo, de base territorial y con experiencia de gestión.

La fórmula Menem-Duhalde venció con contundencia a la candidatura radical, y Duhalde se convirtió así en vicepresidente de la Nación, acompañando el primer gobierno peronista tras la dictadura militar. Su rol, sin embargo, no se limitó a funciones protocolares: Duhalde mantuvo una activa participación en la coordinación política y en el armado territorial del nuevo oficialismo, consolidando su influencia entre los intendentes del conurbano bonaerense, un bastión electoral clave.

Pero no tardarían en surgir tensiones dentro del binomio presidencial. Mientras Menem impulsaba un giro neoliberal en la economía —basado en la privatización de empresas estatales, la apertura al capital extranjero y la convertibilidad monetaria—, Duhalde adoptaba una postura más cautelosa, más afín al peronismo tradicional. Esta diferencia ideológica inicial prefiguraría una ruptura futura de consecuencias profundas.

Gobernador de Buenos Aires: obras, políticas sociales y contradicciones económicas

En 1991, Duhalde renunció a la vicepresidencia para competir por la gobernación de la provincia de Buenos Aires, en lo que sería un nuevo capítulo en su ascenso político. Ganó las elecciones con una abrumadora mayoría y se convirtió en gobernador del distrito más complejo y estratégico del país. Durante sus dos mandatos consecutivos (1991–1995 y 1995–1999), llevó adelante una gestión ambiciosa, caracterizada por una fuerte inversión en obras públicas, especialmente en escuelas, hospitales y viviendas.

Duhalde promovió además un modelo de seguridad basado en la descentralización policial, con la creación de cuerpos municipales, y apostó por reforzar la infraestructura provincial para enfrentar los déficits históricos en salud, educación y transporte. Esta etapa marcó también el surgimiento de un grupo de intendentes fuertemente leales a su figura, conocido como los “barones del conurbano”, que se transformarían en el núcleo duro de su aparato político.

Sin embargo, su administración no estuvo exenta de críticas. Al finalizar su mandato, la provincia arrastraba una profunda crisis financiera, con altos niveles de endeudamiento y déficits fiscales, que Duhalde atribuyó a las políticas económicas de Domingo Cavallo, entonces ministro de Economía del menemismo. Sus adversarios, por el contrario, lo acusaban de clientelismo, mal manejo presupuestario y de no haber logrado cambios estructurales en una provincia históricamente postergada.

La pugna interna del peronismo y el intento presidencial de 1999

En el ocaso de su segundo mandato como gobernador, Duhalde se lanzó a competir por la presidencia de la Nación, encabezando la fórmula del PJ en las elecciones de 1999. Su candidatura fue resistida desde sectores menemistas, que proponían una reforma constitucional para habilitar un tercer mandato consecutivo de Menem. Esta lucha interna terminó de fracturar al peronismo, generando una polarización que debilitó al partido frente a la opinión pública.

Duhalde centró su campaña en la defensa del trabajo, la soberanía económica y la justicia social, postulándose como una alternativa moderada al modelo liberal de Menem. Sin embargo, la ciudadanía optó por el cambio y votó mayoritariamente por la Alianza, integrada por la UCR y el Frepaso, que llevó a Fernando de la Rúa a la presidencia. La derrota de Duhalde fue vista por algunos analistas como una consecuencia de la fatiga social con el peronismo, pero también como un reflejo del desgaste político de su liderazgo.

No obstante, Duhalde mantuvo su protagonismo político. En 2001, fue elegido senador nacional por Buenos Aires, en un contexto de creciente crisis económica y social. El gobierno de De la Rúa enfrentaba protestas masivas, altos niveles de desempleo, recesión y una peligrosa fragilidad institucional que terminaría por explotar en diciembre de ese año.

El colapso del Gobierno de De la Rúa y el llamado al rescate institucional

La madrugada del 20 de diciembre de 2001 quedará grabada en la historia argentina como el momento de quiebre definitivo del gobierno radical. Las protestas sociales, conocidas como el “cacerolazo”, habían estallado tras la imposición del llamado “corralito”, que restringía el retiro de dinero de los bancos. El país entero se vio envuelto en un clima de rebeldía popular, saqueos, represión policial y un sentimiento generalizado de abandono.

En ese contexto caótico, De la Rúa renunció y el país atravesó una insólita sucesión de presidentes interinos: Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Camaño ocuparon el sillón de Rivadavia en menos de dos semanas. La dirigencia del PJ, entonces, recurrió a Duhalde como figura de unidad y experiencia, para encabezar un gobierno de transición que completara el mandato hasta 2003.

Presidencia provisional: decisiones económicas clave y manejo de la crisis social

El 2 de enero de 2002, Eduardo Duhalde asumió como presidente provisional de la Nación Argentina. En su discurso inaugural anunció el fin de la convertibilidad peso-dólar, implementada en 1991, lo cual implicó una devaluación inmediata de la moneda argentina, que perdió el 30% de su valor. Esta decisión, si bien impopular en el corto plazo, fue vista como inevitable para reactivar una economía asfixiada por la rigidez del sistema anterior.

El nuevo equipo económico, liderado por Jorge Remes Lenicov, intentó contener la crisis mediante la continuidad del “corralito” y la emisión de bonos a cambio de depósitos bancarios, lo que generó nuevas protestas. La presión social aumentó cuando, el 26 de junio de 2002, una movilización piquetera en Avellaneda terminó con la muerte de dos jóvenes manifestantes a manos de la policía. Este hecho conmocionó al país y erosionó gravemente la legitimidad del gobierno.

Frente a este escenario, Duhalde anunció un adelanto electoral para abril de 2003, como forma de preservar la gobernabilidad y canalizar institucionalmente la crisis. Renunció a toda aspiración de reelección y se dedicó a tejer una transición ordenada. Nombró a Roberto Lavagna como nuevo ministro de Economía, quien logró estabilizar gradualmente la situación financiera y sentó las bases para la posterior recuperación económica.

En paralelo, Duhalde promovió la candidatura presidencial de un entonces desconocido gobernador patagónico: Néstor Kirchner, a quien veía como una figura leal y sin vínculos con el menemismo. La elección, sin embargo, se vio empañada por la fragmentación del peronismo, que presentó tres candidatos. Kirchner alcanzó la segunda vuelta junto a Menem, quien terminó retirándose, dejando el camino libre para que Duhalde le colocara la banda presidencial el 25 de mayo de 2003.

El legado político y las tensiones del liderazgo peronista

El final del mandato y el ascenso de Kirchner: transición pactada

El 25 de mayo de 2003, Eduardo Duhalde entregó la banda presidencial a Néstor Kirchner, cumpliendo así con su compromiso de no presentarse a la reelección y de garantizar una transición democrática en medio de una de las peores crisis de la historia argentina. El traspaso de poder fue más que un acto simbólico: representó la culminación de una etapa crítica y la apertura de una nueva era política que Duhalde había contribuido a diseñar.

La elección de Kirchner como su delfín político fue, en parte, una maniobra de contención: Duhalde necesitaba preservar su influencia dentro del Partido Justicialista sin arriesgar una nueva polarización con el menemismo. La retirada de Carlos Menem antes de la segunda vuelta electoral fue decisiva, permitiendo una victoria de Kirchner sin necesidad de confrontación directa y legitimando el resultado ante la opinión pública.

Duhalde creyó que podría conservar un rol rector desde las sombras, utilizando su poder territorial en el conurbano bonaerense y sus vínculos con los gobernadores e intendentes. Sin embargo, subestimó la determinación de Kirchner para construir su propia hegemonía. En los primeros meses de gobierno, el nuevo presidente comenzó a distanciarse abiertamente de su mentor, desplazando figuras duhaldistas y consolidando el kirchnerismo como una corriente autónoma dentro del justicialismo.

Fragmentación del Partido Justicialista y confrontación con el kirchnerismo

La ruptura entre Duhalde y Kirchner se profundizó en los años siguientes, dando lugar a una guerra interna por el control del PJ. En 2005, la disputa llegó a su punto más álgido durante las elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires. Duhalde respaldó a su esposa, Hilda «Chiche» González de Duhalde, como candidata al Senado, mientras Kirchner impulsó a Cristina Fernández de Kirchner. El resultado fue una contundente victoria del kirchnerismo, lo que representó una derrota simbólica para Duhalde y marcó su declive político.

Ese mismo año, una jueza federal ordenó la intervención del PJ, ante la situación de acefalía generada por las disputas internas. El peronismo entraba en una fase de transformación estructural: el Frente para la Victoria (FPV), liderado por Kirchner, se imponía como la nueva cara del movimiento, desplazando a los sectores tradicionales representados por Duhalde.

Este proceso de desplazamiento no fue inmediato ni absoluto. Duhalde intentó resistir, promoviendo candidaturas alternativas y manteniendo sus redes en municipios clave, pero el avance del kirchnerismo fue constante. En los años siguientes, su figura pasó a representar el ala conservadora y ortodoxa del peronismo, asociada al “aparato” y a una forma de hacer política basada en el territorio, la lealtad y el control institucional.

Percepciones públicas, homenajes y críticas a su gestión

La figura de Eduardo Duhalde genera opiniones divididas en la sociedad argentina. Para algunos, fue un estadista pragmático que asumió la conducción del país en un momento límite, y que logró estabilizar una situación de colapso absoluto con medidas audaces pero necesarias. Su decisión de devaluar el peso, su negativa a buscar la reelección y su rol en la transición hacia el kirchnerismo son vistos como gestos de responsabilidad institucional.

Para otros, en cambio, fue un dirigente que encarnó el viejo peronismo, más preocupado por conservar el poder que por impulsar transformaciones reales. Su cercanía con los «barones del conurbano», su tolerancia frente a prácticas clientelistas y su manejo personalista del PJ son frecuentemente señalados como síntomas de un modelo agotado.

Los homenajes oficiales tras su muerte en 2012 fueron moderados. Si bien se le reconoció su papel clave durante la crisis de 2001–2002, el kirchnerismo gobernante evitó enaltecer su figura, privilegiando la narrativa de Néstor Kirchner como el verdadero artífice de la recuperación nacional. En el ámbito académico, sin embargo, su presidencia comenzó a ser revalorada como un momento bisagra entre dos eras: la del neoliberalismo menemista y la del Estado intervencionista que resurgiría con los Kirchner.

Relecturas históricas y análisis de su figura en la política argentina

A más de una década de su muerte, la figura de Eduardo Duhalde ha sido objeto de relecturas historiográficas que buscan comprender su papel más allá de la coyuntura. Los historiadores coinciden en señalar que su presidencia marcó un punto de inflexión: fue el dirigente que enfrentó el “fin del modelo” neoliberal y tuvo que improvisar, en tiempo récord, un esquema de contención política, económica y social.

Su pragmatismo, su capacidad para leer el clima social y su vínculo con el aparato territorial del peronismo lo convirtieron en un dirigente de transición, pero también en un símbolo de los límites del viejo modelo. Mientras algunos lo describen como un político eficaz en tiempos de crisis, otros lo critican por no haber promovido reformas estructurales más profundas ni haber asumido responsabilidades por la violencia institucional durante su mandato.

Desde una perspectiva histórica, Duhalde aparece como el último gran caudillo del peronismo tradicional, capaz de unir al movimiento en situaciones extremas, pero incapaz de renovarlo. Su legado sigue siendo objeto de debate, tanto por lo que hizo como por lo que eligió no hacer.

Eduardo Duhalde como símbolo de orden en tiempos de colapso: luces y sombras

La vida política de Eduardo Alberto Duhalde estuvo atravesada por momentos de altísima tensión y decisiones cruciales. Desde sus inicios en Lomas de Zamora hasta su presidencia provisional en uno de los momentos más oscuros del país, su carrera fue una continua búsqueda de orden, estabilidad y poder. Supo construir un liderazgo basado en la proximidad con las bases, el manejo del aparato justicialista y una intuición política que, durante años, lo mantuvo en el centro del tablero.

Pero su misma concepción del poder, centrada en la estructura y en la negociación permanente, terminó por mostrar sus limitaciones frente a los nuevos desafíos del siglo XXI. El ascenso del kirchnerismo evidenció una renovación generacional y cultural que desplazó a figuras como Duhalde, marcando el final de una época.

Así, Duhalde permanece en la memoria colectiva como un hombre de acción más que de ideas, un operador político hábil que supo leer las urgencias del momento, pero que no logró construir una visión de largo plazo. En el convulsionado escenario argentino, su figura representa tanto la eficacia del peronismo tradicional en tiempos de crisis como sus dificultades para adaptarse a los cambios estructurales de la democracia contemporánea. Un dirigente clave para entender las luces y sombras del poder en la Argentina moderna.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Eduardo Alberto Duhalde (1941–2012): El Arquitecto del Poder en la Argentina del Colapso". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/duhalde-eduardo-alberto [consulta: 28 de septiembre de 2025].