Pablo Curatella Manes (1891–1962): Vanguardista de la Escultura Moderna Argentina
Pablo Curatella Manes (1891–1962): Vanguardista de la Escultura Moderna Argentina
Infancia, formación y despertar artístico
La Argentina en la que nació Pablo Curatella Manes era un país en plena transformación. Hacia fines del siglo XIX, Buenos Aires se consolidaba como una metrópoli cosmopolita gracias a la fuerte inmigración europea, especialmente italiana y española, que no sólo modificó la fisonomía urbana, sino también el tejido cultural y artístico del país. El auge del positivismo, el desarrollo de las instituciones académicas y la influencia del arte europeo marcaban el rumbo de una sociedad que buscaba su lugar entre la tradición hispánica y la modernidad occidental. En ese contexto floreció una nueva clase media urbana, cultivada y aspiracional, que abrazaba el arte como un signo de progreso y distinción.
Orígenes familiares y primeras influencias
Pablo Curatella Manes nació el 14 de diciembre de 1891 en La Plata, ciudad capital de la provincia de Buenos Aires, que en ese entonces era un símbolo de modernidad y planificación urbana. Fue el séptimo de nueve hermanos en una familia con profundas raíces italianas. Su padre, Antonio Curatella, era un escultor decorativo originario de Italia, oficio que desempeñaba en iglesias y edificios públicos, lo que sin duda dejó una impronta temprana en Pablo. El ambiente familiar, aunque modesto, estaba impregnado de un respeto profundo por las artes manuales y el trabajo disciplinado.
Desde joven, Pablo mostró habilidades manuales notables. Su primer trabajo fue como tipógrafo en una imprenta, empleo que abandonó tras sufrir un accidente que lo obligó a reevaluar su futuro. Este suceso fue determinante para su entrada definitiva al mundo de la escultura. En 1905, la familia se trasladó a Buenos Aires, una ciudad ya consolidada como centro artístico nacional, lo que facilitaría sus primeros pasos en el ambiente artístico.
Formación escultórica y primeros aprendizajes
Una vez en la capital, Curatella Manes ingresó al taller del escultor Arturo Dresco, un reconocido maestro de la escultura académica en Argentina. Bajo su tutela, aprendió el oficio de manera intensiva, adquiriendo una técnica refinada en el modelado y una fuerte ética de trabajo. El taller de Dresco era más que un espacio de producción: era un punto de encuentro para artistas e intelectuales, y ese ambiente bohemio y erudito dejó una marca indeleble en el joven escultor.
Por recomendación de Dresco, en 1907 se matriculó en la Academia Nacional de Bellas Artes, donde cursó estudios formales. Sin embargo, su paso por la institución fue breve y conflictivo. Su espíritu crítico y su rebeldía ante los cánones académicos lo llevaron a mantener una actitud de franca oposición frente a sus profesores, lo que culminó con su expulsión de la academia. Este episodio, lejos de frenar su ímpetu creativo, lo consolidó como un artista dispuesto a romper con lo establecido.
Durante esta etapa temprana realizó una serie de bustos de sus hermanos, primeras obras en las que se percibe ya un manejo sensible del volumen y la forma, alejándose del simple retrato para buscar una expresión personal.
Primeras obras y colaboraciones iniciales
Entre 1908 y 1910, Curatella Manes trabajó junto al escultor Lucio Correa Morales, uno de los pioneros de la escultura nacional, ayudándolo en detalles secundarios de monumentos públicos. Esta colaboración le permitió introducirse en el mundo de las grandes obras escultóricas destinadas al espacio público, ganando experiencia en escala monumental y procesos técnicos complejos. Fue también una etapa de aprendizaje de la gestión artística en el ámbito estatal.
Simultáneamente, comprendió que necesitaba ampliar sus horizontes. La formación que había recibido en Argentina, aunque rica en técnica, no satisfacía sus inquietudes intelectuales ni su deseo de innovación. Fue entonces cuando surgió la idea de viajar a Europa.
Primer viaje a Europa: audacia juvenil y descubrimiento cultural
En 1910, Curatella Manes puso en marcha un plan audaz para financiar su educación artística. Con los ahorros familiares, fundió en oro una medalla con la efigie del vicepresidente Victorino de la Plaza. La entrega de este obsequio no fue en vano: el vicepresidente, impresionado por su talento y determinación, le otorgó una beca del gobierno de la provincia para estudiar en el extranjero. Fue así como, con apenas 19 años, viajó por primera vez a Europa.
Se instaló primero en Florencia y luego en Roma, donde se sumergió en el estudio de la escultura figurativa, trabajando incluso en piezas de tamaño monumental. Pero el academicismo italiano no lograba satisfacer su inquietud estética. Pronto descubrió que su verdadera formación no estaría en los talleres tradicionales, sino en los museos, iglesias y monumentos del viejo continente. Abandonó la academia formal y emprendió un recorrido autodidacta por Francia, Inglaterra, Alemania, Austria, Bélgica y Holanda, donde estudió las obras de los grandes maestros del arte clásico y moderno.
Este viaje fue decisivo: más que una etapa de estudio, fue una experiencia transformadora. Su contacto con las vanguardias europeas, el arte gótico, el Renacimiento y el expresionismo alemán comenzó a gestar en él un pensamiento estético moderno, donde la escultura no debía ser mera representación, sino un medio de expresión vital.
En 1912, ya de regreso en Argentina, expuso por primera vez en el Salón Nacional de Buenos Aires, logrando una favorable recepción. Al año siguiente, con renovadas energías y objetivos más claros, se instaló definitivamente en París, en el barrio artístico de Montparnasse, un hervidero de creatividad donde convivían pintores, poetas, escultores y músicos que revolucionaban el arte occidental.
Allí trabajó con Aristide Maillol, uno de los grandes escultores franceses del momento, y más adelante con Antoine Bourdelle, discípulo de Rodin, cuyas enseñanzas influirían notablemente en su lenguaje escultórico. Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 lo obligó a retornar a la Argentina, interrumpiendo temporalmente su formación parisina.
Lejos de desanimarse, en 1917 realizó su segundo viaje a Europa, matriculándose esta vez en la Academia Ranson, donde tuvo como maestros a Maillol, Maurice Denis y Sérusier, exponentes del simbolismo y el arte moderno. Fue también durante este periodo que emprendió un viaje a España, visitando Madrid y Barcelona, donde no sólo se empapó del arte ibérico, sino que también expuso sus obras por primera vez fuera del circuito franco-argentino.
Al regresar a Buenos Aires en 1918, su estilo había cambiado notablemente. Comenzaba a manifestarse en su obra un proceso de simplificación formal, alejándose de la representación naturalista para explorar una estética más sintética, acorde con los postulados de la escultura moderna. La semilla del vanguardismo ya estaba plantada.
Consolidación artística, vanguardia y diplomacia
París como epicentro artístico
En 1920, Pablo Curatella Manes emprendió su tercer viaje a Europa y regresó a París, ciudad que, tras la Primera Guerra Mundial, se había convertido en el núcleo de las vanguardias artísticas internacionales. Esta etapa representó un punto de inflexión en su carrera: no sólo se perfeccionó técnicamente, sino que definió su identidad estética. En esta ciudad convivían artistas que desafiaban los lenguajes tradicionales y experimentaban con nuevas formas de expresión, desde el cubismo y el futurismo hasta el constructivismo.
Curatella Manes trabajó nuevamente con Bourdelle, pero su desarrollo artístico se enriqueció sobre todo por el contacto cercano con los protagonistas del arte moderno. Juan Gris, Fernand Léger, Albert Gleizes, Gino Severini, Henri Laurens, Constantin Brancusi, Pablo Gargallo, Pierre Reverdy y Maurice Raynal fueron algunos de los creadores con los que compartió ideas, talleres y exposiciones. Estas relaciones no sólo influyeron en su estilo, sino que lo integraron en el círculo de los escultores más innovadores de su época.
En 1922 contrajo matrimonio con la pintora francesa Germaine Derbecq, estableciéndose en el número 12 de la rue St. Gilles, donde montó su taller personal. Este entorno doméstico y artístico se convirtió en su refugio creativo durante casi una década.
Evolución estilística y etapas creativas
Entre 1920 y 1924, la escultura de Curatella Manes atravesó una etapa clave de depuración formal. Bajo la influencia de Bourdelle y de sus colegas vanguardistas, desarrolló un lenguaje plástico propio. La simplificación geométrica se convirtió en su premisa fundamental, inspirándose particularmente en las figuras articuladas de Juan Gris, pensadas originalmente para los ballets rusos.
Durante este período surgieron algunas de sus obras más emblemáticas, como El Guitarrista, El Acordeonista, El Hombre del Contrabajo, Mulata y Ninfa Acostada. Estas esculturas exhiben un estilo sobrio, con volúmenes reducidos al mínimo, donde la figura humana se estiliza hasta adquirir un carácter casi abstracto. Es un momento donde se distancia del cubismo barroco para concentrarse en los principios de síntesis formal y equilibrio visual.
Hacia 1925, su búsqueda se orientó hacia una mayor dinamización de las formas. Comenzó a explorar cómo la escultura podía expresar movimiento, luz y ritmo. Obras como Ícaro, La Danza, La Santa y Rugby representan esta evolución, mostrando una estructura más abierta, con filamentos entrelazados que fragmentan el volumen y sugieren una coreografía interna. Este período es considerado por muchos críticos como el más experimental y fértil de su trayectoria.
La escultura como conquista del espacio
Su concepción escultórica se alejó del objeto macizo y autónomo para convertirse en una interacción con el espacio circundante. El uso de líneas curvas, planos entrecortados y vacíos estructurales le permitió romper con la tradicional relación figura-pedestal. En lugar de representar un cuerpo, buscaba sugerir su presencia a través del ritmo de los volúmenes, logrando un efecto casi musical en sus composiciones.
Este enfoque lo posicionó como uno de los escultores más innovadores de América Latina, aunque su obra aún era más valorada en Europa que en su propio país. En 1925 expuso junto a otros escultores en la galería Vavin, y en 1926 obtuvo una medalla de plata en la Exposición Internacional de Artes Decorativas por su relieve Lancelot y Genevieve, obra que conjugaba elementos clásicos y modernistas con gran sensibilidad estética.
Ese mismo año fue nombrado canciller en la Embajada Argentina en París, un cargo diplomático que marcaría un nuevo rumbo en su vida, sin alejarlo del arte. Desde entonces, Curatella Manes combinaría su actividad escultórica con una carrera diplomática, sirviendo como puente cultural entre Argentina y Europa.
Su papel en la diplomacia cultural argentina
A través de su puesto diplomático, Curatella Manes se convirtió en un promotor estratégico del arte argentino en el exterior. En 1929 fue invitado a participar en la Primera Exposición de Escultura Moderna organizada por Teriade en la Galería Berheim, donde compartió espacio con los más importantes escultores del momento.
Su prestigio creció rápidamente. En 1933 recibió el Segundo Premio del Salón Nacional de Buenos Aires, y en 1934 nació su hijo Jorge, consolidando también su vida personal. Pero el punto culminante de su consolidación institucional llegó en 1937, cuando el Comité de Buenos Aires le encargó dos altorrelieves monumentales para el hall del Pabellón Argentino en la Exposición Universal de París. Las piezas, tituladas La Tierra Argentina y Los Dos Hemisferios, representaban no solo un homenaje geográfico, sino también una declaración de presencia cultural en el escenario global.
Su rol fue múltiple: además de autor de los relieves, fue asesor del jurado, comisario adjunto y miembro del jurado superior de Artes Plásticas. El gobierno francés le otorgó la Legión de Honor, reconociendo su contribución al arte internacional.
Vínculos con artistas y proyectos internacionales
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, fue ascendido a Canciller de primera clase y encargado de la sección de repatriación de ciudadanos argentinos residentes en Francia. Con el estallido del conflicto, fue trasladado a Vichy, sede del gobierno colaboracionista, donde continuó trabajando en condiciones precarias.
Durante la guerra, Curatella Manes no dejó de crear. Sin taller ni materiales tradicionales, recurrió a dibujos y maquetas realizadas en plastilina, cartón y metales reciclados. En ese entorno de limitaciones técnicas, desarrolló uno de sus conceptos más originales: la Estructura Madre, una especie de arquetipo modular a partir del cual podía generar distintas obras escultóricas según el material y el contexto.
Tras la liberación de Francia en 1945, se trasladó a Boulogne-sur-Mer con el objetivo de restaurar la casa del General San Martín, dañada por los bombardeos. Este gesto patriótico refuerza su perfil de artista diplomático, profundamente comprometido con la memoria cultural argentina.
En los años siguientes participó en los Salones de los Independientes, en París (1946-1949), y en 1949 obtuvo el Primer Premio del Salón Nacional de Artes Plásticas de Buenos Aires. Ese mismo año integró una exposición en la galería Denise-René, junto a figuras como Arp, Calder, Giacometti, Laurens y Picasso, reafirmando su pertenencia al núcleo de la escultura contemporánea.
También fue destinado a Oslo y luego a Atenas, donde ejerció funciones diplomáticas de alto nivel. Ese año donó 31 obras en yeso al Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, pero la donación no fue aceptada oficialmente hasta 1955, cuando finalmente fueron incorporadas al Museo Nacional de Bellas Artes.
Madurez, legado escultórico y proyección histórica
Años de guerra, introspección y nueva estética
Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, Pablo Curatella Manes enfrentó una etapa crítica que, paradójicamente, dio lugar a una de las fases más innovadoras de su producción escultórica. Sin un taller propio, con escasez de materiales y alejado de los círculos artísticos habituales, se replegó hacia una investigación introspectiva del lenguaje plástico. En este contexto nació la Estructura Madre, un modelo conceptual que él mismo definió como “el resumen de todos los imperativos que se exigen a una escultura”.
Este arquetipo le permitió trabajar sobre una base común desde la cual desplegó diversas variantes, ajustadas a materiales y conceptos diferentes. Realizadas entre 1940 y 1945, estas obras muestran una lógica interna rigurosa y una economía formal que explora los límites entre la figura y la abstracción. Entre las piezas que conforman esta serie se encuentran El pájaro con los planos llenos (en bronce), Falena (con materiales acrílicos), Tango, Proyección 7 (en bronce dorado), Proyección 8, Construcción Espacial (en chapa metálica) y Dos Formas en Una.
Cada una de estas esculturas es un experimento en la relación entre volumen, espacio y materialidad. A pesar de las restricciones del contexto bélico, estas obras representan una síntesis refinada del pensamiento plástico de Curatella Manes, reafirmando su lugar como uno de los escultores más visionarios del siglo XX.
Etapa postbélica y regreso a la Argentina
Tras la guerra, Curatella Manes intensificó su labor diplomática sin abandonar su carrera artística. En 1951 fue llamado a regresar a Buenos Aires por la Cancillería argentina, lo que marcó el inicio de su última etapa creativa en el país. Comenzó a trabajar con nuevos materiales, entre ellos metales livianos y estructuras más aéreas, buscando ampliar la expresividad formal de sus esculturas.
En 1952 participó en la Bienal de Venecia, uno de los certámenes artísticos más prestigiosos del mundo, donde su obra fue bien recibida por la crítica internacional. Al año siguiente, organizó la Exposición de Arte Contemporáneo Argentino, que recorrió Chile, Perú y Ecuador, actuando como embajador cultural del país. Esta muestra itinerante permitió dar a conocer el arte argentino moderno en el exterior y consolidó a Curatella Manes como un referente de la vanguardia nacional.
Dos de sus obras más representativas de esta etapa, Torso Femenino y Tierra Argentina, fueron exhibidas en el Museo Nacional de Arte Moderno de París, lo cual significó un importante reconocimiento internacional. Su presencia en espacios consagrados del arte europeo confirmó que su lenguaje escultórico, nacido de una profunda reflexión estética y filosófica, tenía resonancia más allá del ámbito latinoamericano.
Últimos proyectos y homenajes
En los últimos años de su vida, Pablo Curatella Manes se dedicó a realizar obras de gran escala para instituciones culturales. En 1958, ejecutó dos altorrelieves para el Teatro General San Martín de Buenos Aires, titulados El Drama y La Comedia. Estas obras, concebidas como piezas arquitectónicas integradas al edificio, demuestran su dominio del relieve escultórico y su capacidad para conjugar lo decorativo con lo simbólico.
Su actividad no se limitó a la producción plástica. En 1961 fue nombrado comisario general en la Bienal de París, cargo que le permitió seguir influyendo en las políticas culturales desde un lugar de gestión institucional. A través de su doble rol de artista y diplomático, logró tender puentes entre las artes visuales y las representaciones nacionales, posicionando a Argentina como un actor relevante en el campo del arte moderno.
En 1962, poco antes de su fallecimiento, se organizó una muestra en la Galería Creuze titulada Pablo Manes y treinta argentinos de la nueva generación. Esta exposición no sólo celebró su trayectoria, sino que lo situó como mentor simbólico de una nueva camada de escultores argentinos. Ese mismo año, el Museo de Arte Moderno de París adquirió su obra El Guitarrista, pieza emblemática de su período de madurez artística.
Impacto artístico en su época y legado institucional
Durante su vida, Curatella Manes fue ampliamente reconocido en los círculos artísticos internacionales, aunque su figura tardó más tiempo en obtener pleno reconocimiento institucional dentro de Argentina. Su carrera diplomática y sus largas estancias en el extranjero, si bien enriquecieron su obra, también contribuyeron a cierta distancia con el medio artístico local. Sin embargo, a partir de la década de 1950, comenzó una revalorización de su producción, tanto en el ámbito académico como en el institucional.
En 1949, había hecho una donación de 31 obras en yeso al Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, que recién fue aceptada por decreto en 1955, incorporándose finalmente al acervo del Museo Nacional de Bellas Artes. Esta colección permitió preservar un corpus importante de su obra temprana y consolidó su figura en el imaginario escultórico nacional.
El reconocimiento internacional, por su parte, fue constante. Fue distinguido por el gobierno francés con la Legión de Honor, por el gobierno belga con el título oficial de la Orden de Leopoldo, y participó activamente en bienales y exposiciones clave, como las de Venecia, San Pablo y París. Estas distinciones no sólo celebraban su maestría técnica, sino también su papel como pionero de una escultura moderna latinoamericana.
Revalorización contemporánea y herencia plástica
Tras su muerte el 14 de noviembre de 1962, la figura de Pablo Curatella Manes no tardó en ser objeto de revisiones críticas y homenajes. Diversas instituciones y museos han reexaminado su obra a la luz de los desarrollos contemporáneos, destacando su capacidad para integrar tradición y modernidad, su visión de la escultura como estructura espacial y su versatilidad formal.
Su influencia se manifiesta en generaciones posteriores de escultores argentinos, muchos de los cuales encontraron en él un modelo de artista íntegro, que supo conjugar una práctica estética rigurosa con un fuerte compromiso cultural y político. La variedad de su obra —que va desde el retrato naturalista hasta la abstracción geométrica— ofrece un repertorio rico y desafiante para la crítica y la historiografía del arte latinoamericano.
Hoy se lo considera un precursor de la escultura moderna argentina, un pionero que supo dialogar con las corrientes internacionales sin perder su identidad local. Su legado va más allá de sus piezas materiales: está en su actitud de ruptura, en su insistencia por una escultura que piense y se piense, en su valentía para explorar los límites del volumen y del espacio.
Pablo Curatella Manes fue un artista del pensamiento, un poeta del vacío y la forma, cuya obra aún resuena en el cuerpo plástico del arte argentino, como una arquitectura de lo esencial.
MCN Biografías, 2025. "Pablo Curatella Manes (1891–1962): Vanguardista de la Escultura Moderna Argentina". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/curatella-manes-pablo [consulta: 28 de septiembre de 2025].