Richard Burton (1925–1984): La Voz Trágica del Cine y el Teatro del Siglo XX
De Gales a los escenarios británicos: una voz nace
Infancia en Pontrhydfen y orígenes familiares
Richard Walter Jenkins, Jr., conocido mundialmente como Richard Burton, nació el 10 de noviembre de 1925 en Pontrhydfen, un pequeño pueblo minero del sur de Gales, en el seno de una numerosa y humilde familia obrera. Fue el duodécimo hijo de Richard Walter Jenkins Sr., un rudo minero del carbón que, además de una intensa devoción por el trabajo, también arrastraba una profunda adicción al alcohol. La figura paterna marcó profundamente a Burton, no tanto por una cercanía afectiva, sino por la imponente sombra de un hombre que se definía por la fuerza física y una dureza emocional casi infranqueable. La madre, Edith Maude, falleció cuando el futuro actor era aún un niño, lo que dejó al pequeño Richard en manos de sus hermanas mayores, quienes se hicieron cargo de su crianza con esfuerzo y ternura.
El ambiente de Pontrhydfen, duro y empapado de carbón y miseria, contrastaba con la sensibilidad precoz que el joven Burton demostraba. Creció en una comunidad fuertemente influida por la tradición galesa, tanto lingüística como culturalmente. De hecho, su primera lengua fue el galés, y no fue sino hasta los cinco años cuando comenzó a familiarizarse con el inglés, idioma que más tarde perfeccionaría con una dedicación obsesiva. Ya desde temprana edad, mostró una inclinación marcada por el lenguaje, por la sonoridad de las palabras, una sensibilidad que sería decisiva en su futura carrera.
El descubrimiento del talento
Fue en la adolescencia cuando un acontecimiento cambiaría radicalmente el rumbo de su vida: la entrada en escena de Philip Henry Burton, un profesor de secundaria con una visión casi profética del potencial de su alumno. Este maestro, impresionado por la voz, la dicción y la inteligencia de Jenkins, no solo se convirtió en su mentor, sino que lo adoptó legalmente, permitiéndole tomar su apellido. Más que un simple cambio nominal, “Richard Burton” se convirtió en una identidad artística que sintetizaba la transformación de un chico de origen obrero en un actor destinado a las cumbres del teatro y el cine.
Philip Burton fue mucho más que un educador: fue un guía intelectual, emocional y estratégico. Bajo su tutela, el joven Richard se libró de su marcado acento galés y adquirió una formación lingüística rigurosa, centrada en el dominio del inglés “estándar”, esencial para un futuro actor shakesperiano. Este entrenamiento vocal se completó con una educación clásica que incluía poesía, filosofía y literatura, y que cimentó su profundo respeto por el teatro como arte mayor.
Gracias a los esfuerzos de su mentor, Burton consiguió una beca a los 16 años para estudiar en Exeter College, perteneciente a la prestigiosa Universidad de Oxford. Allí, en plena Segunda Guerra Mundial, el joven se zambulló en un ambiente académico que contrastaba radicalmente con su origen. Oxford fue una revelación cultural y estética, pero también un espacio en el que Burton comenzó a comprender su ambivalente posición entre dos mundos: el de las élites educadas y el de la clase trabajadora de donde provenía.
Primeros pasos en la interpretación
La carrera actoral de Burton comenzó en paralelo con su vida académica. En 1943, a los 18 años, debutó en los escenarios teatrales con la obra “Druid’s Rest” del también galés Emlyn Williams, quien más tarde sería fundamental para su introducción al cine. Este primer papel fue lo bastante significativo como para que Burton tomara una decisión simbólica: adoptar oficialmente el nombre de su mentor. Desde entonces, Richard Walter Jenkins Jr. desapareció y nació Richard Burton, un nombre que resonaría con fuerza en las décadas siguientes.
En 1944, como muchos jóvenes de su generación, se alistó en la Royal Air Force británica, donde sirvió durante tres años. Aunque no llegó a participar en combates directos, esta experiencia militar dejó una marca en su carácter, reforzando su disciplina y también su sensibilidad hacia los conflictos éticos que, más adelante, caracterizarían algunos de sus papeles más importantes.
Una vez concluido su servicio, en 1948, regresó al mundo de la interpretación, instalado en Londres, donde comenzó a hacerse un nombre en el competitivo universo teatral británico. Sin embargo, fue en 1949 cuando su carrera cinematográfica despegó, nuevamente de la mano de Emlyn Williams, quien lo eligió para su debut en la gran pantalla en “The Last Days of Dolwyn”, un drama que ya anticipaba la intensidad emocional que Burton era capaz de proyectar. En esta película, interpretó al hijo de una mujer que, para protegerlo, se ve envuelta en una tragedia mayor: la destrucción de un pueblo galés entero. Esta actuación fue considerada por muchos como una de las más logradas de su primera etapa.
En paralelo, Burton siguió desarrollando una sólida carrera teatral, especialmente vinculado a la prestigiosa compañía Old Vic, donde interpretó obras de Shakespeare, consolidando su reputación como un actor de técnica refinada y voz privilegiada. En 1954, su Hamlet fue especialmente aclamado por la crítica, que lo comparó favorablemente con grandes figuras de la escena británica como Laurence Olivier. Para entonces, su voz grave y resonante, dotada de una musicalidad hipnótica, ya era considerada una de las más extraordinarias del teatro del siglo XX.
El reconocimiento de su talento no tardó en cruzar el Atlántico. En 1952, fue contratado por 20th Century Fox, lo que supuso su ingreso al sistema de estudios de Hollywood. Su primer papel en la meca del cine fue en “My Cousin Rachel” (1952), una adaptación de la novela de Daphne du Maurier, dirigida por Henry Koster, que le valió su primera nominación al Oscar. A partir de ese momento, Burton comenzaría a compaginar una exigente carrera teatral en Reino Unido y Estados Unidos con incursiones en el cine comercial de gran escala.
Esta primera etapa, de formación y descubrimiento, culminó con su participación en una serie de películas históricas que lo consagraron ante el gran público. Sin embargo, el dilema entre el teatro —que consideraba su verdadera vocación— y el cine —que lo convertía en estrella internacional— marcaría el resto de su vida artística.
El ascenso y la conquista de Hollywood
Consolidación como actor teatral
La carrera de Richard Burton en el teatro británico continuó evolucionando con rapidez después de sus primeros éxitos en la pantalla. A pesar de sus incipientes logros en Hollywood, Burton nunca dejó de considerar el teatro como su verdadera pasión. Durante los primeros años de su carrera, alternó el cine con trabajos teatrales en Londres, especialmente con la compañía Old Vic, donde se forjó como un actor principal en el repertorio de Shakespeare. Fue en este ambiente en el que realmente pudo mostrar el rango completo de su talento, convirtiéndose en uno de los mejores intérpretes del dramaturgo inglés en su generación.
El Hamlet de 1954 fue una de sus mayores conquistas teatrales. Su interpretación de este príncipe atormentado, marcado por la duda y la tragedia personal, fue alabada por su profundidad psicológica y la riqueza emocional que Burton aportaba a su personaje. La crítica se rindió ante su capacidad para mezclar el patetismo del personaje con una brutal honestidad emocional, una combinación que lo convirtió en el heredero de grandes actores británicos como Laurence Olivier. A pesar de sus compromisos en el cine, el Old Vic seguía siendo su lugar de referencia, y durante este periodo Burton se convirtió en un emblema del teatro británico, cuya voz profunda y su presencia magnética en el escenario eran incomparables.
Sin embargo, las tensiones entre el teatro y el cine se fueron haciendo cada vez más evidentes. Mientras que sus éxitos teatrales lo mantenían en la élite británica, Hollywood comenzaba a mostrar un interés creciente por él, aunque no siempre de la manera que Burton hubiera deseado.
Hollywood y la pantalla grande
Burton ya había llegado a Hollywood en 1952, cuando fue fichado por 20th Century Fox. Su primer gran éxito en la meca del cine fue en “My Cousin Rachel” (1952), una adaptación de la novela de Daphne du Maurier que, aunque hoy es recordada por su atmósfera gótica, no fue un éxito de taquilla inmediato. A pesar de ello, esta película le valió su primera nominación al Oscar, un hito en su carrera que le permitió obtener una mayor visibilidad dentro de la industria.
No obstante, Burton se enfrentaba a un dilema constante: ser tratado como una estrella comercial o mantener su integridad como actor. En los años siguientes, Burton participó en una serie de superproducciones históricas como “La túnica sagrada” (1953) y “Demetrius and the Gladiators” (1954), pero muchos críticos consideraron que estos proyectos desperdiciaban su potencial dramático al encasillarlo en roles superficiales, sin permitirle explotar la profundidad de su talento.
Uno de los papeles más ambiciosos de esta época fue su interpretación de Alejandro Magno en la película de Robert Rossen “Alexander the Great” (1956). A pesar de las expectativas, la película fue un fracaso crítico y la interpretación de Burton fue duramente criticada por su enfoque declarativo y excesivamente teatral. A muchos les pareció que Burton, con su formación shakesperiana, no se tomaba en serio el papel, simplemente usando su característica voz profunda para lanzar monólogos grandilocuentes.
Sin embargo, Burton no dejó que estas críticas lo desanimaran, y siguió alternando entre películas comerciales y más proyectos serios. Su papel en “Bitter Victory” (1957), un drama bélico dirigido por Nicholas Ray, se considera uno de sus mejores trabajos en este período, donde su capacidad para interpretar personajes torturados por la guerra y sus dilemas internos salió a relucir de forma conmovedora.
Crisis y reinvención en Broadway
Tras un período en el que las ofertas de Hollywood se volvieron mediocres y convencionales, Burton tomó una decisión que cambiaría su vida: abandonar Hollywood por completo. Aunque seguía siendo una estrella reconocida, se encontraba insatisfecho con el tipo de papeles que Hollywood le ofrecía, y comenzó a explorar nuevas oportunidades en el teatro estadounidense. Fue entonces cuando Broadway lo recibió con los brazos abiertos, y Burton vio en este espacio una oportunidad para reivindicar su talento actoral y recuperar el brillo que a veces se perdía en las películas.
En 1960, debutó en Broadway con la obra “Camelot”, donde interpretó al Rey Arturo. Esta adaptación musical de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe, basada en la leyenda del rey Arturo, se convirtió en un éxito rotundo, y Burton recibió elogios por su carisma y presencia escénica. Aquí, se destacó por su capacidad para transmitir la gravedad y la humanidad del rey, que lidia con la traición de su mejor amigo, Lancelot, y el amor perdido con su esposa, Ginebra. La producción de Camelot permitió a Burton ganarse el respeto del público estadounidense como actor de teatro más que como una estrella de cine.
Poco después, en 1964, Burton volvió a la escena con una nueva interpretación de Hamlet, que revitalizó su carrera en el teatro. Esta versión de la obra de Shakespeare, dirigida por Tony Richardson, recibió elogios entusiastas, especialmente por la profundidad con la que Burton abordó el personaje del príncipe danés, atrapado entre la duda y la acción. Para muchos, esta fue una de sus mejores interpretaciones teatrales, un momento cumbre de su carrera actoral que le permitió alejarse del cine comercial y enfocarse en el trabajo más gratificante para él: el teatro.
Pasión, escándalo y talento compartido con Elizabeth Taylor
Cleopatra y la transformación personal
En la década de los 60, Richard Burton alcanzó un hito que marcaría no solo su carrera, sino su vida personal: su participación en la película “Cleopatra” (1963). Este proyecto, que reunió a las grandes figuras de Hollywood, fue uno de los más costosos de la historia hasta ese momento y se convirtió en un símbolo de las extravagancias y problemas de la industria del cine. La producción sufrió constantes retrasos, sobrepresupuesto y caos organizativo, pero, al final, resultó en una película de éxito comercial que recaudó lo suficiente para justificar los costos.
Sin embargo, el rodaje de “Cleopatra” estuvo marcado por escándalos personales y una intensa relación de amor entre Burton y su compañera de reparto, Elizabeth Taylor. El romance entre los dos actores se convirtió en uno de los más míticos y mediáticos de la historia del cine, debido a que ambos ya estaban casados con otras personas en el momento del rodaje. La prensa sensacionalista, ávida de chismes, no tardó en capitalizar este escarceo amoroso, lo que trajo consigo una tremenda presión mediática sobre ambos actores.
Este amor, que comenzó como una pasión arrolladora, acabó siendo un tema recurrente en su vida y obra. Aunque la película no fue un éxito de crítica, y Burton fue tachado de excesivo en su interpretación de Marco Antonio, su relación con Taylor fue fundamental para su carrera. La conexión entre ellos le permitió consolidarse como una figura aún más icónica dentro del universo de Hollywood. Si bien el talento de Burton era innegable, su vida personal, marcada por los escándalos, pasiones y conflictos, generaba un tipo de mito cinematográfico que sobrepasaba la pantalla.
Colaboraciones cinematográficas con Elizabeth Taylor
Tras el éxito de “Cleopatra”, Richard Burton y Elizabeth Taylor protagonizaron una serie de películas juntas, consolidando su estatus de pareja no solo en la vida real, sino también en el cine. Entre ellas, destaca “¿Quién teme a Virginia Woolf?” (1966), dirigida por Mike Nichols. Esta película, basada en la obra teatral de Edward Albee, fue un gran éxito de crítica y se convirtió en uno de los momentos cumbres en las carreras de ambos actores.
En “¿Quién teme a Virginia Woolf?”, Burton y Taylor interpretaron a una pareja de edad madura atrapada en una relación destructiva, llena de recriminaciones, celos y amargura. La tensión emocional y la complejidad psicológica de los personajes hicieron de esta película una de las más desgarradoras de la época, con Burton entregando una de sus interpretaciones más intensas. El trabajo de ambos fue tan destacable que Elizabeth Taylor recibió su segundo Oscar por su papel en la película, mientras que Burton, aunque nuevamente nominado, no consiguió el premio. A pesar de este revés, su trabajo fue considerado uno de los más sobresalientes de su carrera, y el filme fue clave en el renacimiento de su prestigio actoral.
La relación entre Burton y Taylor, llena de altos y bajos, comenzó a tomar forma también en el cine. Si bien muchas de sus películas posteriores no alcanzaron la misma calidad que “¿Quién teme a Virginia Woolf?”, seguían manteniendo una atracción indiscutible para el público. El morbo que generaba su relación se convirtió en un factor de taquilla que atrajo a multitudes a las salas de cine. Así, películas como “Castillos en la arena” (1965), aunque de calidad desigual, se convirtieron en éxitos comerciales debido a la presencia conjunta de ambos actores.
Sin embargo, la relación personal de la pareja comenzó a ser cada vez más turbulenta. Se casaron y se divorciaron dos veces, un reflejo de su pasión desbordante y de las tensiones que se generaban en sus vidas. Este torbellino de amor y conflicto también influiría en su carrera, ya que tanto Burton como Taylor se convirtieron en símbolos de una era dorada del cine donde el glamour, el escándalo y el talento se entrelazaban de manera inseparable.
Otras obras destacadas de los años sesenta
A pesar de que la vida personal de Burton seguía siendo un tema constante en los medios, su carrera continuaba en ascenso, particularmente durante la década de los 60. En este período, Burton demostró su versatilidad al abordar una variedad de papeles en diversos géneros cinematográficos.
En “La noche de la iguana” (1964), dirigida por John Huston, Burton interpretó a un sacerdote que, tras ser desterrado de su iglesia, se convierte en un guía turístico en México. La película está basada en una obra de Tennessee Williams, y Burton logró capturar la fragilidad emocional de su personaje, un hombre perdido en un mundo de deseos insatisfechos y autodestrucción. La película recibió elogios por la complejidad de su narrativa y la actuación de Burton, que demostró una vez más su capacidad para sumergirse en personajes profundamente humanos y conflictivos.
En “Becket” (1964), Burton se enfrentó a un nuevo desafío al interpretar al rey Enrique II, en un enfrentamiento dramático con el arzobispo Thomas Becket, interpretado por Peter O’Toole. La película se basó en la obra de Jean Anouilh y ofreció a Burton una de las mejores oportunidades para mostrar su habilidad en el drama histórico. Su rivalidad con Becket y la dinámica de poder entre ambos personajes fueron interpretadas con gran habilidad, y la película obtuvo varios premios y nominaciones, destacándose especialmente por las dos actuaciones principales.
Finalmente, en “El espía que surgió del frío” (1965), Burton interpretó a Alec Leamas, un espía británico desgastado por la vida y la traición, que debe enfrentarse a su último desafío antes de retirarse del servicio secreto. Dirigida por Martin Ritt y basada en la novela de John LeCarré, esta película se destacó por su tono sombrío y su crítica a la guerra fría, un ambiente en el que Burton encarnó a un hombre amargado y cínico, luchando contra su propio desmoronamiento moral.
Decadencia, redención y legado final
Desgaste físico y artístico en los años setenta
A medida que avanzaba la década de los 70, Richard Burton comenzó a experimentar un desgaste tanto en su vida personal como en su carrera profesional. Los años de excesos y la tensión continua entre su vida pública y privada comenzaron a pasar factura. Burton, conocido por su presencia magnética en la pantalla y en el escenario, se encontraba atrapado en una espiral de fiestas, alcohol y problemas personales, lo que hizo que su rendimiento actoral fuera cada vez más irregular.
Aunque seguía siendo una figura reconocida en Hollywood, sus papeles comenzaron a decaer en calidad y relevancia. Películas como “Barba Azul” (1972) y “El asesinato de Trotski” (1972) no lograron capturar la esencia de lo que Burton había sido en su apogeo. Aunque su talento seguía siendo evidente, estos filmes mostraban a un actor mucho más resignado y menos comprometido con la excelencia que había definido su trabajo en décadas anteriores.
Uno de los pocos proyectos destacados de esta época fue su participación en “Muerte en Roma” (1973), dirigida por George Pan Cosmatos, donde Burton interpretó a un personaje inmerso en un drama de corte histórico. Sin embargo, la película fue criticada por su tono poco convincente, y la presencia de Burton no pudo evitar que la película fuera opacada por otras producciones más exitosas de la época.
Además, en “Breve Encuentro” (1974), una versión televisiva de la famosa película de David Lean, Burton no pudo escapar del imposible reparto que le imponía el guion, donde la voluptuosa Sofía Loren interpretaba a una ama de casa insulsa, lo que no lograba conectar con la narrativa profunda y emocional que se esperaba del filme. Este tipo de proyectos mediocres y mal dirigidos reflejaron cómo Burton, aunque aún capaz de grandes interpretaciones, estaba tomando decisiones cuestionables que limitaban su capacidad de brillar.
Retorno al teatro y último gran papel
A pesar de estos altibajos cinematográficos, Burton se recuperó parcialmente con un regreso a las tablas de Broadway. En 1976, volvió a interpretar uno de los papeles más desafiantes de su carrera en la obra de Peter Shaffer, “Equus”. En esta obra, Burton interpretó al atormentado psiquiatra Dr. Dysart, quien intenta descubrir la razón detrás de la violencia inexplicable de un joven que ha dejado ciegos a varios caballos. El papel le permitió a Burton redimir su carrera en los escenarios, mostrando la profundidad emocional y psicológica que había sido una de sus principales fortalezas en sus años de juventud.
El éxito de “Equus” no solo revivió su carrera teatral, sino que también le permitió regresar al cine en la adaptación cinematográfica de la obra, dirigida por Sidney Lumet en 1977. La interpretación de Burton como Dr. Dysart le valió su última nominación al Oscar, un recordatorio de que, a pesar de sus altibajos personales y profesionales, seguía siendo un actor de primera categoría cuando estaba realmente comprometido con su arte.
Últimos años, muerte y mito
En los últimos años de su vida, Richard Burton se retiró de los focos mediáticos, en gran parte debido a su salud deteriorada y sus deseos de vivir una vida más tranquila. Acompañado de su cuarta esposa, Sally Hay, Burton se mudó a una casa en Celigny, Suiza, un refugio alejado de las fiestas y el bullicio de Hollywood. Allí, dedicó la mayor parte de su tiempo a la lectura, a la que se entregó con una pasión similar a la que había puesto en su carrera actoral.
Pese a su retiro, Burton no pudo escapar completamente de la tensión entre su legado y los fantasmas de su pasado. Su última actuación cinematográfica fue en la controvertida adaptación de la novela “1984” (1984), de George Orwell, donde interpretó al oficial del partido O’Brien. La película, aunque oscura y árida en su enfoque, destacó la presencia y el talento de Burton en un papel marcado por la distopía y la opresión. Fue una despedida enigmática para un hombre cuya vida estuvo marcada por la contradicción entre el brillo y la autodestrucción.
La muerte de Burton el 5 de agosto de 1984, a los 58 años, fue el resultado de una hemorragia cerebral, ocurrida poco después de completar su trabajo en “1984”. La noticia de su fallecimiento conmocionó al mundo del cine y del teatro, dejando atrás una figura inconfundible y una voz única que nunca fue completamente comprendida, pero siempre admirada.
El legado de una voz inigualable
A pesar de sus dificultades personales y de los demonios internos que lo atormentaron, Richard Burton dejó un legado cinematográfico y teatral que ha perdurado en el tiempo. Su voz profunda y resonante, junto con su capacidad para dar vida a personajes complejos y multifacéticos, lo ha convertido en una figura legendaria del cine y el teatro del siglo XX.
Burton fue un actor que desperdició tanto talento como lo consumió en su vida personal, una contradicción que le dio una profundidad humana única. Aunque sus excesos le impidieron alcanzar el mismo nivel de éxito sostenido que otras estrellas de su época, su influencia en el arte de la actuación sigue siendo inequívoca.
Hoy en día, se le recuerda no solo por sus logros artísticos, sino también por el mito que se construyó a su alrededor: el actor tormentoso, el genio que nunca dejó de luchar contra sus propios demonios. Su nombre sigue siendo sinónimo de pasión, fuerza emocional y presencia escénica. En definitiva, Richard Burton sigue siendo un mito que, aunque se apagó demasiado pronto, dejó una marca indeleble en el mundo del cine y el teatro.
MCN Biografías, 2025. "Richard Burton (1925–1984): La Voz Trágica del Cine y el Teatro del Siglo XX". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/burton-richard [consulta: 18 de octubre de 2025].