Azaña Díaz, Manuel (1880-1940)


Manuel Azaña, presidente de la Segunda República Española. E. Segura.

Político, abogado y escritor español, presidente del Gobierno (1931-1933, 1936) y presidente de la II República (1936-1939), nacido en Alcalá de Henares el 10 de febrero de 1880, en el seno de una familia liberal de clase media alta, y muerto en Montauban, Francia, el 3 de noviembre de 1940.

Síntesis biográfica

Manuel Azaña era el segundo de los tres hijos que tuvo el matrimonio entre Josefa Díaz-Gallo y Muguruza y Esteban Azaña Catarineu. Su madre falleció en 1889 y al año siguiente falleció su padre. Huérfano, fue criado por su abuela paterna. Estudió en el colegio Complutense, en el instituto Cardenal Cisneros y, desde 1893, en el colegio de los agustinos de El Escorial. En 1897 comenzó sus colaboraciones periodísticas en la revista Brisas del Henares, firmando sus artículos bajo el seudónimo de Salvador Rodrigo.

En 1898 se licenció en Derecho por la Universidad de Zaragoza y el 20 de junio de 1900 se doctoró en la Universidad Central de Madrid con la tesis La responsabilidad de las multitudes. Meses después de presentar su tesis, comenzó a trabajar como pasante en el bufete de Luís Díaz Cobeña. En 1901 inició sus colaboraciones con la revista Gente Vieja, en la que mantuvo el seudónimo de Salvador Rodrigo. Al año siguiente pronunció un discurso en la Academia de Jurisprudencia, sobre la Libertad de asociación. Su estancia en Madrid se vio interrumpida por la necesidad de desplazarse a Alcalá para ocuparse de los intereses familiares. Los negocios acabaron en fracaso y con la ruina del patrimonio familiar.

En 1909 ingresó en el cuerpo de abogados de la Dirección General de Registros. Continuó colaborando con diversas publicaciones, como La Avispa o La Correspondencia, bajo el seudónimo Martín Piñol. También en estos años pronunció discursos como el famoso: El problema español. Entre 1911 y 1912 estuvo en París, donde entró en contacto con la vida política e intelectual francesa y estudió la organización de su Ejército. Fruto de este viaje fue la obra de 1919 Estudios de la política francesa contemporánea.

A partir de 1913 comenzó su acercamiento a la política, al ingresar en el Partido Reformista de Melquiades Álvarez. Fue uno de los fundadores de la Liga de Educación Política de Ortega y Gasset. Su carrera política continuó con la fundación de Acción Republicana en 1925 y con la integración de este partido en Alianza Republicana en 1930. Firmó el Pacto de San Sebastián, acuerdo firmado por los opositores a Alfonso XIII y a la Monarquía como forma de gobierno. El fracaso de la Sublevación de Jaca le obligó a esconderse en casa de sus suegros.

Entre 1913 y 1920 fue secretario del Ateneo de Madrid, del que en 1930 fue elegido presidente, y viajó a los frentes de Francia e Italia desde donde enviaba crónicas a varios periódicos. Las colaboraciones con la prensa y las conferencias fueron una constante en estos años. En 1918 fundó Unión Democrática Española y entre 1919 y 1920 regresó a Francia como corresponsal de El Fígaro. Al volver a España, colaboró en la revista España y fundó La Pluma (1920); además, colaboró en los diarios El Imparcial y El Sol. En 1927 escribió la novela El jardín de los frailes, en 1928 la obra teatral La Corona y entre 1930 y 1931 la inconclusa novela Fresdeval. Tradujo las Memorias de Voltaire y La Biblia en España de George Henry Borrow. Publicó también los ensayos: Plumas y palabras (1930) y La invención del Quijote (1934). El 27 de febrero de 1929 contrajo matrimonio en Madrid con Dolores Rivas Cherif.

Cuando el 14 de abril de 1931 se proclamó la II República Española, Azaña fue nombrado ministro de Guerra del gobierno provisional de Alcalá Zamora. Entre el 14 de octubre de 1931 y el 9 de septiembre de 1933 fue presidente del Gobierno. En estos dos años desarrolló una intensa tarea reformista, como ministro de Guerra trató de reformar el Ejército y como presidente del Gobierno aprobó el Estatuto de Autonomía de Cataluña y la Ley de Reforma Agraria. La oposición de los sectores tradicionalistas, junto con el insurreccionalismo anarquista, desestabilizaron su gobierno. Las medidas políticas adoptadas por Azaña le granjearon el desprecio de los conservadores y el no apoyo de los obreros. Tras la sangrienta represión de los anarquistas de Casas Viejas, el prestigio de su gobierno se vino abajo y el 9 de septiembre de 1933 dimitió.

Desde la oposición, en abril de 1934, formó con los partidos de Marcelino Domingo (radical-socialista) y Santiago Casares Quiroga (Organización Republicana Gallega Autónoma), Izquierda Republicana. En octubre fue detenido en Barcelona bajo la falsa acusación de estar implicado en los sucesos revolucionarios del 6 de octubre en Asturias (véase, Revolución de Octubre). Fruto de su encarcelamiento fue el libro Mi rebelión en Barcelona (1935). En enero de 1935 fue liberado. En 1934 había escrito el ensayo político: En el poder y en la oposición.

A lo largo de 1935 dio una serie de mítines que tuvieron gran audiencia popular. Estos mítines se publicaron como Discursos de campo abierto (1936). Su popularidad le convirtió en el eje de la coalición política del Frente Popular que triunfó en las elecciones de febrero de 1936. El 10 de mayo de 1936 dimitió para presentar su candidatura a la Presidencia de la República. Elegido por las Cortes, comenzó a ejercer la presidencia pocos días después, en sustitución de Diego Martínez Barrio. El 17 de julio estalló el levantamiento militar que dio lugar a la Guerra Civil.

En octubre de 1936 el Gobierno Azaña abandonó Madrid, asediado por las tropas franquistas, y se refugió en Barcelona. En 1937 escribió La velada de Benicarló. Más adelante se instaló en Valencia, donde continuó con sus diarios Los cuadernos de La Pobleta. Sus reiterados intentos de llegar a una paz negociada fracasaron. En julio de 1938, pronunció su famoso discurso de las tres «P» (Paz, piedad y perdón). El 7 de febrero de 1939, tras la caída de Cataluña, se exilió en Francia, allí, el 27 de febrero, dimitió como presidente de la República. El 3 de noviembre de 1940 falleció en Montauban, Francia, donde se encontraba exiliado desde el fin de la Guerra Civil.

Como creador literario, Azaña sorprende por la variedad de sus escritos y su precocidad. Su obra literaria de plenitud se inserta dentro de la generación de 1915 de Ortega y Gasset, Marañón y Américo Castro. Como crítico literario destacan sus estudios sobre Juan Valera y Cervantes, entre los que cabe citar Vida de don Juan Valera, que le valió el Premio Nacional de Literatura en 1926. Sus memorias de los últimos años se recogen en Memorias políticas y de guerra, Cuaderno de la Pobleta y Cuaderno de Pedralbes. Fue un brillante orador político y por ello gozó de fama en su momento, ya que sus discursos eran ampliamente seguidos por el pueblo.

Los primeros años: dudas e incertidumbres

Manuel Azaña nació en el seno de una familia de la burguesía alcalaína de ideas liberales. Como miembro de la clase dirigente, el joven Azaña recibió una educación esmerada, pero las tempranas muertes de sus progenitores dejaron a los tres hermanos Azaña en una complicada situación afectiva.

El joven Azaña, indolente e indeciso, reflexionaba sobre su vida y alcanzaba la conclusión de que no iba hacia ningún sitio. Sus días se sucedían sin novedad y se sentía incapacitado para acabar ninguno de los múltiple proyectos que iniciaba.

En 1898 llegó a Madrid para realizar sus estudios de doctorado en la Universidad Central, dos años más tarde presentó su tesis: la Responsabilidad de las Multitudes. En esa época, entró en contacto con la vida política y la intelectualidad madrileña, visitó frecuentemente el Ateneo y participó de las discusiones de la Institución, pero pronto perdió interés. A los 22 años, Manuel Azaña pronunció su primer discurso público, en la Academia de Jurisprudencia, trataba sobre la libertad de asociación. En esos momento, todo parecía presagiar un brillante futuro al joven Azaña, doctor en Derecho, tenía trabajo en un respetable bufete y su conferencia provocó el interés de ilustres personajes de la jurisprudencia. Sin embargo, Azaña no emprendió una exitosa carrera, reclamado por asunto familiares, regresó a Alcalá para ponerse al frente de los negocios familiares, los cuales acabaron en un completo desastre y en la ruina familiar. Durante casi diez años llevó una vida tranquila, dedicado al estudio (aprobó una oposición para la Dirección General de los Registros y del Notariado en 1909) y a colaborar con la revista alcalaína La Avispa y en La Correspondencia. En 1911 reapareció públicamente al pronunciar una conferencia en la Casa del Pueblo de Alcalá de Henares, el título: El problema español.

Sus problemas económicos se solucionaron tras aprobar las oposiciones a la Dirección General de Registros, por lo que pudo regresar a Madrid. Al poco tiempo, en 1911, obtuvo una beca de la Junta de Ampliación de Estudios que le llevó a París. En la capital francesa estuvo hasta finales 1912, dedicado a la lectura y asistiendo a cursos y conferencias.

A su regreso a España, fue elegido, en 1913, en la candidatura presidida por Romanones, como Secretario del Ateneo de Madrid. En octubre de ese mismo año, Azaña ingresó en el Partido Reformista y formó parte de los fundadores de la Liga de Educación Política de Ortega y Gasset. Años más tarde, en 1918, Azaña fue también uno de los fundadores de Unión Democrática Española. En 1920 empezó a editar La Pluma, revista literaria muy apreciada por la intelectualidad del momento. Posteriormente, dirigió la revista España. Por medio de estas publicaciones, Azaña no sólo entabló contacto con intelectuales, también con la clase política. Pese a todo, Azaña se sentía frustrado, se lamentaba de no acabar de definir su vida, no había logrado cimentar su carrera política al negarse a participar en el viciado sistema de la Restauración; tampoco su carrera literaria, tenía pánico a que algunas de sus obras fuera rechazada y eso acabara con sus anhelos de escritor; gestionaba el Ateneo, pero no lo dirigía. Azaña había escrito en 1919 un gran volumen sobre la política militar francesa, que no interesó a nadie, había realizado una brillante traducción de La Biblia en España, de Borrow; estudió la figura de Juan Valera y escribió una biografía por la que le concedieron el Premio Nacional de Literatura en 1926, pero el libro no se publicó; había pronunciado eruditas conferencias, que posteriormente se publicaron en forma de libros, pero su brillante oratoria no parecía llevarle a ningún sitio; escribió una obra de teatro imposible de representar, trató de escribir una novela, pero no logró acabarla, tampoco acabó su proyecto de tres volúmenes sobre la política francesa, ya que sólo escribió el primero. Azaña se desesperaba en busca de su auténtica vocación, todo lo había probado y a nada había llegado. No fue hasta 1930 cuando Manuel Azaña emergió realmente en todo su brillo, no fue hasta ese momento, cuando su oratoria abandonó los salones del Ateneo para alzarse en los mítines políticos y asombrar a la intelectualidad española y a la clase política. Azaña, que no había sido capaz de encontrar su sitio hasta ese momento, pasó en un año de presidente del Ateneo a presidente del Gobierno; de una multitud de vocaciones vacilantes a una férrea decisión, la política.

De reformista a republicano

Su carrera política se inició en 1913, al ingresar en el Partido Reformista, no obstante, entre 1913 y 1923 su principal ocupación no fue la política sino el Ateneo. A partir de 1923, con el golpe de Estado de Primo de Rivera, y a lo largo de los siete años que duró la dictadura, Manuel Azaña se convirtió en un convencido republicano, se puso a la cabeza de un grupo de intelectuales que se oponían a la Monarquía y a la dictadura (desde Alianza Republicana) y, en definitiva, empezó a tomarse más en serio su vocación política.

Entre 1913 y 1930 se produjo pues la evolución del pensamiento de Azaña desde sus ideales reformistas hasta su convencido republicanismo. Durante la mayor parte de este período, lo que realmente fue Azaña fue un demócrata radical. Para él, la solución a los males de España pasaban por la instauración de un sistema plenamente democrático. Para Azaña, el problema de España radicaba en que unas pocas familias se habían hecho con el control del Estado, por ello, rechazó formar parte del aparato de Gobierno y participar en el reparto de prebendas, igualmente rechazó olvidarse del Estado y tratar de crear un nuevo sistema de organización; no, para Azaña la solución pasaba por lograr conquistar el Estado y convertirlo en el motor del cambio de toda la sociedad.

En los primeros tiempo, Azaña no hablaba de republicanismo, su única pretensión era la reforma radical del Estado, pero veía completamente factible que dicha reforma pudiera tener lugar desde dentro del sistema monárquico. Su anhelo era evitar la revolución social que muchos grupos preconizaban, ya que rechazaba de plano el derramamiento de sangre como medio para lograr sus fines políticos. Azaña soñaba con la reforma radical del Estado, pero manteniendo el orden social y desde la moderación política; estos ideales los encontró en el Partido Reformista de Melquíades Álvarez.

Las ideas reformistas de Azaña se encontraban en sintonía con lo que sucedía entonces en el Ateneo de Madrid. Desde su primera estancia en Madrid, Azaña había asistido a las reuniones del Ateneo y había participado en las discusiones políticas. El Ateneo de su primera estancia en Madrid, era la cuna del Regeneracionismo, sin embargo, a partir de 1930 el Ateneo, presidido por Azaña, se reformó y la vieja Generación del 98 dio paso a nuevos aires cargados de Reformismo, a la Generación del 14. Desde el Reformismo brotó la idea de cambiar el Estado desde dentro, participando en las instituciones vigentes para lograr transformarlas. La nueva generación de intelectuales rechazaba completamente los postulados derrotistas de la Generación del 98, mientras que en política se encontraba alejada tanto de los partidos monárquicos como de los republicanos y socialista. Esta corriente encontró su paradigma en Ortega y Gasset, el cual fundó en 1913 la Liga de Educación Pública, todo un manifiesto de intenciones del grupo. En todos los vaivenes políticos de estos años participó Manuel Azaña, su nombre apareció con frecuencia en textos fundacionales de publicaciones, partidos o manifiestos políticos.

Como dijimos, Azaña estaba convencido de la necesidad de cambiar el Estado desde dentro, pero sin contar con los partidos políticos de la Restauración, los cuales no habían logrado más que el fracaso absoluto de sus postulados y se habían convertido en el principal problema del país. Por este motivo, se desengañó del Partido Reformista cuando este aceptó hacia una alianza con los liberales para entrar en el Gobierno. Azaña continuó aún formando parte del partido, pero se fue alejando y eso provocó que no entrase en el juego de los repartos de influencias y cargos. Su vida política se estancó para desesperación de Azaña, que veía una vez más como otro de sus proyectos vitales quedaba suspendido.

Desengañado con la actitud de Melquiades Álvarez, Azaña encontró refugio en su puesto de secretario del Ateneo. Entre 1913 y 1920 se ocupó de reformar el Ateneo, sanear sus cuentas y dar un impulso decisivo a su papel como Institución. Su labor fue tal que durante esos años el Ateneo de Madrid vivió una época de esplendor. El pensamiento político de Azaña se fue radicalizando, al tiempo que su oratoria fue desarrollándose. Así, durante la Primera Guerra Mundial, Azaña mostró un fiel compromiso con la causa de los Aliados, por ello, y en representación del Ateneo, viajó, junto a intelectuales de la talla de Américo Castro, Rafael Altamira, Miguel de Unamuno o Menéndez Pidal; por los frentes de guerra. De igual modo, atacó la neutralidad de España en el conflicto y a aquellos que deseaban el triunfo de Alemania. En esta época, Azaña pasó de identificar al Estado como el principal problema de España, a considerar que las penurias del país se debían a una poderosa minoría social que, para mantener su posición privilegiada, perpetuaba la miserable condición del resto de la nación. Azaña, alababa a Francia e Inglaterra, cuyos pueblos eran libres y sus estados fuertes, de ahí su actitud en la Guerra Mundial, frente a las tendencias neutralistas defendidas por el Partido Reformista. Por ello, se inició la ruptura definitiva de Azaña con el reformismo y su conversión a la democracia radical, así, en 1918 se convirtió en uno de los fundadores de la Unión Democrática Española. Al año siguiente, publicó Estudios de política francesa contemporánea, donde criticó el papel del ejército español en la vida política del país y lo enfrentó al ejército francés, garante de las libertades y de la seguridad de Francia.

En 1919, sin nada que le atase en Madrid y hastiado por la deriva que había tomado el Partido Reformista, al que aún pertenecía, Manuel Azaña decidió emprender un viaje por los frentes de la recién acabada Guerra Mundial, con el pretexto de enviar artículos para un efímero periódico, El Fígaro. De nuevo en Francia, tras su primera desilusión con la política española, Azaña se dedicó a no hacer nada, a ver pasar los días entre lecturas y paseos, a refugiarse en su mundo interior y aislarse del resto.

De vuelta en España, el golpe de Estado de Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, llevó a Azaña a la ruptura definitiva con el Partido Reformista, incapaz de aceptar que el reformismo aceptase sin más la implantación de la dictadura y su convivencia con la Monarquía. Azaña trató de que el Partido Reformista reaccionara, pero por ello fue expulsado. El ideal de juventud de cambiar el Estado desde dentro, había fracasado ante la negativa de la Monarquía a democratizarse, por ello, para Azaña la única salida que quedaba era derrocar a la Monarquía e instaurar la República. La evolución del pensamiento de Azaña fue recogida por él mismo en el manifiesto: Apelación a la República, escrito en mayo de 1924, en el que hizo un llamamiento a una gran coalición frente a la Monarquía y el Absolutismo. Pese a los deseos de Azaña, su manifiesto encontró serias dificultades para publicarse y una vez logrado, fueron pocos los que se adhirieron. Azaña se encontraba políticamente aislado, sus antiguos compañeros reformistas nada quisieron saber de él, al tiempo que tanto los republicanos históricos como los socialistas permanecían ocultos ante el temor de represalias. Los artículos que escribió en estos momentos, en contra de la Dictadura, tuvieron que ser publicados en Francia o Argentina, ya que nadie se atrevía a publicarlos en España. El enfrentamiento con la Dictadura provocó además el cierre de España en marzo de 1924.

En 1925, Azaña, junto con José Giral y Enrique Martí Jara, fundó un nuevo grupo político, Acción Republicana. En el manifiesto fundacional, escrito por Azaña, se retomaron las mismas ideas que había expuesto en la Apelación a la República. Pero, una vez más, las adhesiones brillaron por su ausencia. Ante la falta de entusiasmo despertado, la nueva formación no podía hacer otra cosa que buscar el apoyo de otras fuerzas políticas, así, se produjo el acercamiento de Acción Republicana al Partido Radical de Lerroux, la unión de ambas fuerzas dio lugar en 1930 al partido Alianza Republicana. Desde ese momento, Azaña y el resto de líderes republicanos se dedicaron a conspirar contra la Monarquía, pero con poco éxito dada la férrea censura de la dictadura y la clandestinidad a la que se veían sometidos.

Pasado el entusiasmo inicial, Azaña se desesperaba ante la inactividad de los republicanos. Muchos eran los planes y más aún las charlas en los cafés y las discusiones, pero pocas, muy pocas las acciones. Ante esta situación, Azaña se volcó en su vocación literaria. En 1927 publicó El jardín de los frailes y un ensayo sobre la obra de Juan Valera, Pepita Jiménez; el año anterior había obtenido el Premio Nacional de Literatura por su ensayo: Vida de don Juan Valera; en febrero de 1928 publicó su obra teatral, La Corona.

El 27 de febrero de 1929, Manuel azaña contrajo matrimonio, en la madrileña iglesia de los Jerónimos, con Dolores de Rivas Cherif, hermana de su gran amigo Cipriano de Rivas.

Los años del triunfo, el advenimiento de la República

El 28 de enero de 1930, Miguel Primo de Rivera presentó su dimisión irrevocable a Alfonso XIII y abandonó España. La crisis de Gobierno fue inmediata y la Monarquía se apresuró a tratar de buscar un sucesor al dictador que asegurase su mantenimiento. En febrero de ese mismo año, en Madrid y en las principales ciudades españolas no se hablaba de otra cosa que de la inminente revolución y de la llegada de la República. El fin de la Monarquía era comentado en las tertulias, los cafés, los ateneos y hasta por las calles. Al fin, tras tantos años de estar en el centro de la vida política e intelectual y al mismo tiempo al margen de ellas, ante Azaña se presentaba la oportunidad de dejarse ver, de salir de las sombras en las que parecía haber transcurrido su vida. Efectivamente, Manuel Azaña cambió las tertulias de café por las calles, las reuniones clandestinas en casas de amigos por las asambleas políticas y los mítines multitudinarios a cielo abierto.

La debilidad del Gobierno del general Berenguer provocó una relajación notable de la censura, lo que a su vez propició el nacimiento de nuevas publicaciones y el despertar de un fuerte interés por los republicanos. Los principales líderes republicanos se apresuraron a llenar las librerías con sus libros, así como los periódicos con sus entrevistas y artículos. Además de los textos, fue espectacular la explosión de mítines, en el Ateneo, en la Academia de Jurisprudencia, en el Colegio de Abogados e incluso en los teatros, cines y plazas de toros.

Fue en este contexto donde emergió Azaña como líder no sólo de Acción Republicana, ni tan siquiera de Alianza Republicana, Azaña se convirtió en el líder más sólido de cuanto abogaban por el establecimiento de la República. Su discurso fue el más claro y contundente, sus constantes llamamientos a la unidad de los republicanos frente a los enemigos de la República, lograron aglutinar en torno a su figura infinidad de voluntades. Las ideas de Azaña pronto empezaron a dar frutos, así, el 14 de mayo de 1930, se alcanzó un acuerdo entre Alianza Republicana y el Partido Radical Socialista para aunar esfuerzos en pro de la instauración de la República en España. Esta primera colación se amplió, el 17 de agosto, en el Pacto de San Sebastián, a todos los partidos representativos del republicanismo, el objetivo era claro: implantar cuanto antes la República.

El 29 de septiembre de 1930 se convocó un gran acto en pro de la República en la plaza de toros de Madrid. Este acto, al que acudirían los diferentes partidos republicanos unidos, se convirtió en una manifestación multitudinaria del pueblo en favor de la República. Manuel Azaña instó en su discurso a terminar con la Monarquía, al tiempo que situó al pueblo como el sujeto de la revolución republicana, no nos da la gana seguir siendo vasallos; queremos la libertad, llegó a afirmar. Azaña habló de revolución ya que su idea no era sólo acabar con la Monarquía sino además derruir todo el sistema político que la acompañaba, era necesario reformarlo todo, acabar con el caciquismo, con las injusticias, con el poder del ejército y el clero, era necesario en suma, crear un nuevo Estado y para ello era imprescindible la participación del pueblo y no sólo de unas élites más o menos aburguesadas. Azaña planteó ya entonces la necesidad de que todos los republicanos trabajasen juntos, que nadie quedase al margen de la revolución, era imprescindible formar una gran coalición republicana en la que tuvieran cabida tanto los burgueses como el proletariado.

En el verano de 1930 Manuel Azaña fue elegido para la Presidencia del Ateneo, en una votación en la que la suya era la única candidatura. Como presidente del Ateneo, Azaña se lanzó a una labor reformadora que perseguía recuperar el esplendor perdido por la Institución durante la dictadura de Primo de RIvera. Logró, en poco tiempo, sanear las cuentas y poner en marcha un plan de obras y remodelación de las instalaciones. Bajo la presidencia de Azaña, el Ateneo se convirtió en un órgano político desde el que se denunciaban los abusos cometidos por la Dictadura. El comité revolucionario se reunía asiduamente en el Ateneo y allí fraguaba sus planes y conspiraciones.

A partir del 17 de agosto de 1930 se produjeron una serie de conversaciones entre los republicanos y los socialistas para tratar de aunar esfuerzos en su lucha común. Maura y Azaña, en representación de los republicanos, se entrevistaron con Besteiro, líder del PSOE y la UGT, el cual se mostró reticente en un principio a apoyar la causa republicana. En octubre, los republicanos presentaron a los socialistas un plan perfectamente orquestado para iniciar la revolución. Ante esto, los socialistas, guiados por Largo Caballero, aceptaron participar. El 19 de octubre Largo Caballero, Besteiro y Fernando de los Ríos, por parte socialista, se reunieron con Alcalá Zamora y Azaña para acordar las condiciones de la participación socialista en la sublevación. El plan de Azaña y los republicanos consistía en que al tiempo que los militares comprometidos con la sublevación saliesen de los cuarteles, los socialistas lanzarían una huelga general, de forma que la revolución naciera no de una asonada militar sino del propio pueblo. Fue en el transcurso de una de estas reuniones cuando se alcanzó el acuerdo para el reparto de los ministerios de la futura república, hubo algunos problemas de asignación, pero nadie discutió que Azaña debería ocupar el Ministerio de Guerra, ya que era el único de los presentes que había realizado algún estudio sobre el ejército. Por lo tanto, estos acuerdo no sólo eran compromisos para poner en marcha una sublevación, eran pactos de gobierno para fundar la República en unas sólidas bases que garantizaran su éxito.

Para Azaña, a diferencia de otros muchos republicanos, era fundamental la alianza con los socialistas, pensaba que la República estaría condenada al fracaso si marginaba a las clases obreras. El proletariado suponía una fuerza creciente e imparable, organizada en partidos y sindicatos, que no podía ser marginada de la vida política. Al mismo tiempo, trató de evitar el riesgo de una revolución social, que él creía consecuencia inevitable de la marginación de los obreros de la vida política. La República, para Azaña, no era viable si no contaba con una gran apoyo social y eso es lo que trató de asegurar en los acuerdos alcanzados con los socialistas el 20 de octubre de 1930.

El 12 de diciembre de 1930 estalló la esperada sublevación en Jaca. El resultado fue desolador, los sublevados se quedaron solos y fueron fácilmente controlados por el Gobierno. La sublevación militar estalló un viernes y la huelga general no podía comenzar hasta el lunes, demasiado tiempo para que los militares se sostuvieran en solitario; por otro lado, las órdenes de huelga enviadas por UGT no siempre llegaron a tiempo y cuando lo hicieron no siempre fueron obedecidas, el resultado fue que no hubo tal huelga y que los militares republicanos se encontraron completamente solos, carentes de apoyo popular alguno. Tras el fracaso de la Sublevación de Jaca, los principales líderes republicanos fueron encarcelados, el Ateneo clausurado y los socialistas perseguidos; Azaña desapareció de la vida pública y se refugió en casa de su suegro. En este encierro, Azaña empezó a escribir una nueva novela: Fresdeval, que no llegó a terminar; al mismo tiempo, fue publicado su libro Plumas y palabras, que recibió una buena acogida de la crítica.

Las elecciones de 1931, la República según Azaña

A principios de abril de 1931, Azaña rompió su silencio de varios meses y publicó una serie de reflexiones sobre la situación política y sobre el modo en el que la República debería ser instaurada. Se mostraba completamente contrario a que se produjera una transición entre la Monarquía y la República, ya que pensaba que ningún gobierno instaurado por la Monarquía tendría validez. Azaña consideraba que la República sólo podría triunfar por medio de una revolución social y que esta había comenzado con la sublevación de diciembre de 1930.

El 12 de abril de 1931, ante la crisis de gobierno y el malestar popular, el ejecutivo presidido por el general Aznar se vio obligado a convocar elecciones. El calendario electoral preveía convocar sucesivamente elecciones a todos los órganos de Gobierno, empezando por los cargos municipales, pero el resultado de esta primera consulta precipitó los hechos. En las elecciones del 12 de abril, la opción republicana ganó en 41 de las 50 capitales de