Al-Hakam II (915–976): El Califa Erudito que Hizo Brillar a Córdoba en su Edad de Oro
El esplendor de al-Andalus en tiempos de Abd al-Rahman III
Consolidación del Califato de Córdoba
Durante las primeras décadas del siglo X, al-Andalus experimentó una transformación radical bajo el liderazgo de Abd al-Rahman III, quien en el año 929 se proclamó califa, rompiendo toda subordinación religiosa a Bagdad y consolidando así un poder omeya independiente en la península ibérica. Este acto fue mucho más que simbólico: significó el nacimiento del Califato de Córdoba, una entidad política y religiosa que alcanzaría su máximo esplendor bajo el mandato de su hijo y sucesor, al-Hakam II.
El Califato se convirtió en un centro neurálgico del mundo islámico occidental. Córdoba, su capital, rivalizaba en magnificencia con ciudades como Bagdad o Constantinopla, destacándose por su arquitectura monumental, sus mercados vibrantes, y su vida intelectual floreciente. Este clima de prosperidad sentó las bases sobre las que al-Hakam II edificaría un reinado excepcional.
Proyección cultural y política de la capital andalusí
La corte cordobesa era el centro político, diplomático y cultural del califato. En este ambiente fue educado el joven príncipe al-Hakam, quien crecería rodeado de embajadores extranjeros, eruditos, poetas y administradores altamente capacitados. Córdoba no solo era un referente en términos de urbanismo e ingeniería, sino también un bastión de tolerancia donde judíos, cristianos y musulmanes convivían bajo la tutela del poder omeya.
Orígenes y educación de Al-Hakam II
Linaje omeya y nacimiento en Córdoba
Al-Hakam II nació el 20 de noviembre de 915 en Córdoba, en el seno de la familia omeya, descendiente directa del califa omeya de Damasco. Hijo de Abd al-Rahman III, heredó no solo una posición de privilegio dentro de la jerarquía estatal, sino también un legado político ambicioso. Su madre, Subh, una concubina vasca convertida al islam, fue una figura de enorme influencia tanto en su educación como en la vida cortesana posterior.
El joven al-Hakam recibió una educación excepcionalmente rigurosa y extensa, centrada en la jurisprudencia islámica, la gramática árabe, la historia, la poesía y las ciencias naturales. Desde temprana edad mostró una especial predilección por la lectura y el coleccionismo de manuscritos, rasgo que más adelante marcaría profundamente su política cultural.
Formación intelectual, espiritual y política al lado de su padre
Durante los años de esplendor del califato dirigido por Abd al-Rahman III, al-Hakam actuó como aprendiz directo del ejercicio del poder. Asistía regularmente a audiencias diplomáticas, participaba en reuniones del consejo, y era testigo de las campañas militares organizadas desde la corte. A su vez, su padre promovía su desarrollo como futuro gobernante, delegándole funciones administrativas complejas y haciéndolo responsable de la gestión de algunos territorios claves en al-Andalus.
Esta formación práctica lo convirtió en un hombre de criterio maduro y pragmático cuando llegó el momento de asumir el trono, un rasgo poco común en monarcas musulmanes que, como él, heredaban el poder a edad avanzada.
Al-Hakam II, heredero designado
Experiencia administrativa y diplomática previa al trono
Para cuando al-Hakam II subió al trono en 961, a los 46 años, ya había acumulado casi tres décadas de experiencia en la administración estatal. Su perfil no era el de un príncipe guerrero, sino el de un intelectual meticuloso, profundamente interesado en la gestión eficaz, el conocimiento, y el equilibrio político. Su padre había confiado en él desde mucho antes de su muerte, otorgándole el título de heredero con carácter público y permanente.
Esta legitimación anticipada evitó las luchas sucesorias típicas de otros momentos de la historia andalusí. Su ascenso fue pacífico, ordenado, y bien recibido tanto por la élite como por el pueblo, lo que permitió una continuidad institucional casi perfecta respecto al periodo anterior.
La corte de Medina Azahara como centro de aprendizaje y poder
La fastuosa Medina Azahara, mandada construir por Abd al-Rahman III, se convirtió en el epicentro político del nuevo reinado. Al-Hakam II continuó su uso como sede califal, pero dotándola además de una función eminentemente intelectual. Rodeado de secretarios, calígrafos, filósofos y astrónomos, el califa estableció allí su famosa biblioteca, una de las más impresionantes del mundo islámico.
Medina Azahara no era solo símbolo de poder y lujo, sino también una manifestación concreta del ideal califal: sabiduría, justicia y esplendor artístico, proyectados desde un trono rodeado de manuscritos en lugar de espadas.
El inicio del reinado (961)
Continuidad y novedades respecto al gobierno de Abd al-Rahman III
Aunque heredó una estructura estatal consolidada, al-Hakam II no se limitó a administrar pasivamente el legado de su padre. Su estilo fue más pausado y reflexivo, menos centrado en la expansión militar y más orientado a la estabilidad interna y el desarrollo cultural. Aun así, no abandonó del todo las políticas exteriores heredadas: mantuvo la vigilancia sobre los reinos cristianos del norte y renovó la presión diplomática sobre el Magreb.
Sus primeras decisiones como califa incluyeron reformas fiscales para redistribuir ingresos del califato hacia obras públicas y educación. También impulsó el registro censal de la población, una innovación que permitió una mejor administración de recursos y tributos.
Elección de nuevos colaboradores y el ascenso de Almanzor
Una diferencia significativa con el gobierno de su padre fue la elección de sus principales colaboradores. Al-Hakam II optó por figuras de confianza técnica más que política, como el chambelán al-Mushafi, el visir Ibn Abi-Amir —futuro Almanzor— y el general Galib. Todos ellos destacaban por su competencia administrativa o militar, aunque su ascenso marcaría, irónicamente, el inicio de un proceso que culminaría en la concentración del poder en manos no califales.
Este equipo funcionó eficazmente durante los primeros años del reinado, combinando la diplomacia, la contención militar y la eficiencia económica. Sin embargo, la falta de previsión respecto a una sucesión fuerte y adulta terminaría abriendo una grieta que el tiempo agrandaría.
La política y los desafíos militares del califato
Tensiones y negociaciones con los reinos cristianos
Intervención en conflictos dinásticos del norte peninsular
Uno de los principales retos del reinado de al-Hakam II fue continuar la política de contención y diplomacia activa frente a los reinos cristianos del norte. Su estrategia se apoyó en una mezcla calculada de presión militar, alianzas puntuales y el uso de parias —tributos en oro— para asegurar la supremacía del califato omeya.
Al-Hakam II, desde su ascenso al trono, enfrentó la resistencia de antiguos aliados que ahora cuestionaban el dominio cordobés. Entre ellos estaban Sancho I el Craso y García Sánchez I, quienes se negaron a cumplir los acuerdos firmados con Abd al-Rahman III, especialmente en lo referido a la entrega de fortalezas estratégicas.
Esta situación llevó a una escalada diplomática que derivó, finalmente, en acciones militares defensivas y ofensivas. El conflicto alcanzó un nuevo nivel cuando se conformó una coalición antiomeya compuesta por astur-leoneses, castellanos, navarros y algunos condes catalanes.
El califa supo capitalizar los conflictos internos de sus adversarios: el depuesto Ordoño IV pidió refugio y apoyo militar a Córdoba, a cambio de convertirse en vasallo del califato. Esta jugada diplomática, aunque temporal, permitió a al-Hakam II proyectar su influencia más allá de la Marca Media.
La construcción del castillo de Gormaz y la afirmación del poder omeya
Para sostener su poder en la zona fronteriza, al-Hakam II ordenó la construcción del castillo de Gormaz, una de las fortalezas más imponentes de su tiempo, en la actual provincia de Soria. Esta construcción se convirtió en símbolo de la capacidad defensiva del califato y un centro de operaciones militares desde el que se supervisaba la frontera norte.
Bajo el mando de los generales Muhammad al-Tuchibi, Galib y Said, las tropas omeyas derrotaron en repetidas ocasiones a la coalición cristiana. Estas victorias restablecieron el equilibrio geopolítico favorable al califato y generaron una nueva ola de respeto entre los reinos peninsulares.
A la muerte de figuras clave como Fernán González y García Sánchez I, y la subida al trono de un niño, Ramiro III, la inestabilidad en los reinos cristianos permitió a al-Hakam II recuperar el control de la situación. La consecuencia inmediata fue la renovación de las parias, que aportaban una renta fija y considerable a las arcas cordobesas.
El frente atlántico: las amenazas normandas
Las incursiones vikingas en Lisboa y Silves
No todas las amenazas al califato procedían del norte peninsular. En 966, una poderosa flota de piratas daneses, rechazada por el duque normando Ricardo I, descendió por las costas atlánticas hasta alcanzar el litoral de la actual Portugal. Allí, asolaron la región de Alcácer do Sal y se preparaban para avanzar sobre Lisboa.
Al-Hakam II reaccionó con rapidez y eficacia: organizó una campaña marítima desde Sevilla, donde se encontraba atracada gran parte de la flota califal, y lanzó una ofensiva en la desembocadura del río Silves. El resultado fue la destrucción de la mayoría de las 28 embarcaciones vikingas y la liberación de numerosos cautivos musulmanes.
Esta acción no solo fue una victoria militar contundente, sino que sirvió para disuadir futuros intentos de invasión marítima. En 971, una nueva incursión vikinga fue desbaratada mediante una operación conjunta de las flotas del Atlántico y del Mediterráneo, reunidas estratégicamente en Sevilla.
Este despliegue naval demostró que el califato podía proteger sus fronteras marítimas y su comercio, reforzando la imagen de al-Hakam II como un gobernante capaz de salvaguardar la integridad de al-Andalus ante amenazas externas de toda índole.
El tablero africano
El legado de Abd al-Rahman III en el Magreb
La política norteafricana de al-Hakam II fue una continuación estratégica de la impulsada por su padre. Abd al-Rahman III había logrado implantar una presencia sólida en Ceuta y Tánger, además de mantener alianzas con tribus bereberes como los zanata. Sin embargo, los fatimíes, enemigos ideológicos y territoriales del califato omeya, continuaban expandiendo su influencia desde Egipto hacia el Magreb occidental.
La fundación de El Cairo por los fatimíes en 969 alteró profundamente el equilibrio regional. Esta expansión debilitó su atención sobre el oeste, lo que abrió a al-Hakam II una ventana para reafirmar la autoridad omeya en la región.
El conflicto con los fatimíes y los idrisíes
La retirada fatimí fue aprovechada por al-Hakam II para intervenir militarmente en el norte de África. El objetivo era frenar el avance del líder idrisí al-Hasam Ben Gannun, quien había tomado el control de Tánger, Arcila y Tetuán. En 972, el califa envió una flota bajo el mando de Ibn al-Rumahis, con instrucciones claras de recuperar el control de las principales ciudades costeras.
Aunque la primera ofensiva terrestre, liderada por Muhammad ben Qasim, resultó en una derrota el 22 de diciembre de ese año, la reacción del califa fue rápida y decisiva: los generales Galib y Yahya ben Muhammad fueron enviados con un gran ejército, logrando finalmente la rendición de al-Hasam y la reinstauración del protectorado omeya en Marruecos.
Esta victoria fue crucial no solo en términos estratégicos, sino también simbólicos: Córdoba volvía a proyectar su autoridad más allá del Estrecho, consolidando su papel como potencia imperial en el occidente islámico.
Campañas militares, alianzas con tribus y restauración del poder omeya
La clave del éxito en el Magreb fue la alianza táctica con los zanata, enemigos históricos de los sinhacha, tribu apoyada por los fatimíes. Esta división tribal permitió a al-Hakam II aplicar una política de “divide y vencerás”, manteniendo en equilibrio a las facciones locales mientras proyectaba poder desde al-Andalus.
La consolidación del dominio en la región magrebí no solo aseguraba rutas comerciales valiosas, sino que ofrecía acceso a recursos militares y humanos que serían esenciales para sostener el califato en años venideros.
El dilema de la sucesión
La enfermedad de al-Hakam II
Hacia finales de 974, al-Hakam II sufrió una grave apoplejía que redujo considerablemente su capacidad para gobernar. Consciente de su deterioro físico y de la necesidad de una sucesión ordenada, decidió nombrar heredero a su único hijo varón, Hisham, quien contaba entonces con solo once años de edad.
Este nombramiento generó de inmediato tensiones dentro de la corte. Aunque el juramento de fidelidad fue prestado formalmente, era evidente que el joven príncipe no tenía la madurez ni la experiencia para asumir las riendas del poder.
Nombramiento del joven Hisham II y consecuencias del vacío de poder
La juventud de Hisham II abrió un amplio margen de maniobra para las ambiciones de figuras poderosas como Abu al-Hasam Chafar y Ibn Abi-Amir, este último conocido posteriormente como Almanzor. Tras la muerte de al-Hakam II el 1 de octubre de 976, se formó un Consejo de Regencia que pronto sería dominado por estas dos figuras.
Aunque la transición fue aparentemente pacífica, en realidad marcó el inicio de un cambio profundo: el poder efectivo se desplazó desde la figura del califa hacia los administradores militares y civiles que gobernaban en su nombre. Este proceso sería determinante en la evolución posterior del califato y anticiparía la era de Almanzor, donde Hisham II se convertiría en una figura meramente ceremonial.
El legado cultural de Al-Hakam II y su impacto histórico
Mecenazgo y pasión por el conocimiento
La gran biblioteca del califa y la búsqueda de manuscritos
Si hay un rasgo que distingue a al-Hakam II entre los califas de al-Andalus, es su devoción absoluta por el conocimiento. Habiéndose formado desde niño en un ambiente de erudición, al-Hakam llevó esta inclinación intelectual a niveles sin precedentes. Durante su reinado, impulsó la creación de una de las bibliotecas más vastas del mundo islámico occidental, con más de 400.000 volúmenes, según algunas fuentes.
Esta colosal colección no era un capricho decorativo: el califa había leído personalmente una gran parte de los textos y mandó organizar la biblioteca con una meticulosa clasificación temática, acompañada de índices y comentarios marginales. Su corte envió emisarios especializados a Bagdad, Damasco, El Cairo y Basora, con el encargo de adquirir manuscritos raros y copias únicas, como el célebre Kitab al-Aghani de Abu al-Faraj al-Isfahani, por el que pagó una suma considerable.
La biblioteca del palacio incluía además una escribanía oficial y un taller de encuadernación, donde se copiaban y decoraban los volúmenes adquiridos, haciendo de Córdoba un auténtico centro de producción del saber.
Fomento de escuelas públicas y protección de los sabios
Al-Hakam II no se limitó a concentrar el conocimiento en su corte: también impulsó su difusión entre las clases más desfavorecidas. Fundó un total de 27 escuelas públicas en Córdoba, con maestros remunerados por el estado, encargados de instruir gratuitamente a huérfanos y niños pobres. También estableció un centro de caridad cerca de la Mezquita Aljama, donde los desamparados podían recibir atención básica y educación elemental.
En su corte convivían gramáticos, matemáticos, médicos, astrónomos, teólogos y filósofos, muchos de ellos procedentes del Magreb o de Oriente. Este clima favoreció el intercambio interdisciplinario, la traducción de obras clásicas al árabe y el florecimiento de una auténtica república de las letras islámica en la península.
Obras públicas y visión urbanística
Ampliación de la Mezquita Aljama y su mihrab bizantino
El deseo del califa de dotar a Córdoba de una estética digna de su papel como metrópoli se manifestó con especial intensidad en la ampliación de la Mezquita Aljama, uno de los proyectos arquitectónicos más ambiciosos de su tiempo. Bajo su reinado, se añadió el mihrab más suntuoso de todo el islam occidental, decorado con mosaicos dorados y mármoles traídos de Bizancio.
Para ello, al-Hakam II envió emisarios a Constantinopla que regresaron acompañados de artesanos bizantinos especializados en técnicas de mosaico. Este episodio es especialmente revelador del nivel de sofisticación diplomática y cultural del califato, capaz de integrar lo mejor del arte oriental cristiano en un edificio islámico.
Infraestructura agrícola y censos urbanos
Más allá de las artes, el califa también mostró una preocupación notable por la economía y la ingeniería civil. Mandó construir una red de acequias y canales para fomentar la agricultura en regiones como Granada, Murcia, Valencia y Aragón, y promovió la extracción minera en diversas áreas del califato. También introdujo especies vegetales exóticas, con el fin de aclimatarlas y diversificar la producción local.
Uno de sus legados administrativos más notables fue el empadronamiento sistemático de la población urbana, medida pionera en la península ibérica. Este censo permitía controlar con precisión los recursos fiscales, organizar mejor la distribución del grano y planificar nuevas obras públicas en función de la densidad poblacional.
La imagen de Al-Hakam II en su tiempo
Relaciones diplomáticas internacionales
El prestigio de al-Hakam II se extendía mucho más allá de al-Andalus. A lo largo de su reinado, Córdoba recibió embajadas de diversos rincones del mundo conocido, incluyendo misiones diplomáticas enviadas por el emperador bizantino Juan Tzimisces en 972 y por el emperador germano Otón II en 974.
Estas visitas no eran meramente protocolares: reflejaban el reconocimiento internacional del califato como potencia intelectual y política. Córdoba era admirada no solo por su poder militar, sino también por su papel como centro de cultura y estabilidad en una Europa fragmentada por conflictos internos y disputas dinásticas.
Reconocimiento dentro y fuera de al-Andalus
En el interior de al-Andalus, el califa fue ampliamente respetado por su equilibrio entre justicia, cultura y firmeza militar. Aunque su carácter era más introspectivo que el de su padre, su gobierno fue percibido como un período de oro, especialmente entre las élites urbanas, los ulemas y los intelectuales.
Para las clases populares, las obras públicas, la educación gratuita y las campañas contra los piratas normandos le valieron un alto grado de legitimidad popular. Las mezquitas y escuelas construidas bajo su mando continuaron funcionando mucho después de su muerte, manteniendo viva su memoria durante generaciones.
Repercusiones históricas tras su muerte
El ascenso de Almanzor y la sombra sobre Hisham II
La muerte de al-Hakam II en 976 marcó el fin de una era. Su hijo, Hisham II, fue incapaz de ejercer el poder por sí mismo, y el control del califato pasó rápidamente a manos de su visir Almanzor, quien se erigió en el verdadero gobernante de al-Andalus durante casi tres décadas.
Aunque Almanzor continuó ciertas políticas de defensa y expansión, su enfoque más militarista y centralista contrastó con la visión ilustrada y civil de al-Hakam II. El poder califal se fue erosionando lentamente, y las tensiones entre facciones desembocaron, en el siglo XI, en la fragmentación del califato y el surgimiento de los reinos de taifas.
Reinterpretaciones de su figura en la historiografía
Los cronistas árabes medievales retratan a al-Hakam II como un modelo de sabio-gobernante, comparable con figuras de la antigüedad clásica. Durante siglos, su figura fue asociada al equilibrio perfecto entre espada y pluma, entre la autoridad política y el amor por la sabiduría.
En tiempos modernos, historiadores como Pierre Guichard, Anwar Chejne o R. Arié han resaltado su papel como artífice de la edad de oro del Califato de Córdoba, destacando su habilidad para integrar estabilidad política, tolerancia religiosa y promoción cultural. Su reinado es hoy considerado el cenit del islam andalusí, antes del inicio del lento pero inexorable proceso de decadencia.
Un califa entre la sabiduría y la política
Al-Hakam II representa un arquetipo singular en la historia medieval ibérica: el del monarca intelectual, capaz de gobernar con eficacia sin renunciar a su pasión por el conocimiento. Supo rodearse de hombres capaces y forjar un legado que trascendió las fronteras del islam peninsular.
Su corte, su biblioteca, sus embajadas y sus escuelas dejaron huellas indelebles en la memoria histórica de al-Andalus. Pero su mayor mérito fue demostrar que la cultura no es incompatible con el poder, y que un califa puede vencer no solo con ejércitos, sino también
MCN Biografías, 2025. "Al-Hakam II (915–976): El Califa Erudito que Hizo Brillar a Córdoba en su Edad de Oro". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/al-hakam-ii-rey-de-granada [consulta: 18 de octubre de 2025].