Sánchez Fernández, Antonio, o «Sánchez Puerto» (1952-VVVV).
Matador de toros español, nacido en Cabezarrubias del Puerto (Ciudad Real) el 10 de mayo de 1952. En el planeta de los toros es conocido por su sobrenombre artístico de «Sánchez Puerto».
Impulsado desde su niñez por una encendida afición, pronto empezó a foguearse en el duro aprendizaje del oficio taurino, acudiendo con ilusión y entusiasmo a las tientas, capeas y funciones populares que se celebraban en su ámbito local manchego. Tuvo la fortuna, por aquellos primeros años de su andadura novilleril, de contar con el apoyo y las enseñanzas del veterano maestro segoviano Victoriano de la Serna y Gil, que a la sazón vivía retirado en su finca campera del valle de Alcudia, próxima al pueblo natal del joven Antonio Sánchez. Merced a las lecciones y las influencias de este privilegiado mentor, «Sánchez Puerto» logró entrar en el circuito de festejos menores que se verificaban por aquellos contornos, lo que le permitió estrenar su primer traje de luces el día 10 de mayo de 1970, cuando actuó en calidad de sobresaliente en una función de toros celebrada en la localidad toledana de Borox, donde estaban anunciados como matadores su hermano mayor Víctor y el diestro Fernando Cacho. Siguió, a partir de entonces, tomando parte en diferentes novilladas sin picadores, hasta que el día 30 de abril de 1972 hizo el paseíllo en Talavera de la Reina (Toledo) para enfrentarse, en compañía de los novilleros «Angelete» y Alfredo Herrero, a su primera novillada asistida por el concurso de los varilargueros.
La lenta progresión de su aprendizaje novilleril, propia de un diestro modesto como él, no le brindó la oportunidad de presentarse en la primera plaza del mundo hasta el día 2 de mayo de 1976, fecha en la que, ya próximo a cumplir los veinticuatro años de edad, realizó una buena faena que fue recompensada por la exigente afición madrileña con la entrega de una oreja. Gracias a este tardío despegue, su nombre apareció en los carteles de algunas plazas importantes (como la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, en la que compareció el día 23 de mayo de aquel mismo año), y su carrera comenzó a despuntar entre las de los restantes novilleros que hacían méritos por aquel entonces. Así las cosas, el día 7 de marzo del año siguiente se anunció en solitario en el pequeño pero relevante coso madrileño de Vista Alegre, donde despachó con solvencia y buen estilo a siete novillos (los seis de rigor, más la propina del sobrero) marcados con el hierro de don Juan María Pérez-Tabernero. Según refleja el popular Cossío, aquella tarde Antonio Sánchez Fernández «se mostró variado y artista con el capote, acertado con la flámula y poco seguro con el acero, pese a lo cual cortó las dos orejas de la res que cerró plaza«.
Esta lucida actuación le permitió afrontar aquella temporada de 1977 con la fundada esperanza de recibir pronto la oportunidad de convertirse en matador de toros; no obstante, aún hubo de aguardar hasta el 21 de mayo del año siguiente, fecha en la que volvió a cruzar el pequeño redondel de Vista Alegre flanqueado por su padrino, el coletudo cordobés Antonio José Galán, quien le cedió los tratos con los que había de muletear y estoquear a un astado criado en las dehesas de don Román Sorando. El testigo de aquella toma de alternativa fue el espada alicantino Luis Francisco Esplá, protagonista, junto con el toricantano y su padrino, de un cartel bastante mejor rematado que el que, mucho tiempo después, anunció la confirmación de «Sánchez Puerto» como matador de reses bravas.
En efecto, tras más de dos años sin recibir la pertinente invitación para que acudiera a confirmar su alternativa ante el severo público de la plaza Monumental de Las Ventas, el día 14 de septiembre de 1980 el diestro manchego cruzó el redondel de la primera plaza del mundo apadrinado por lidiador albaceteño Gregorio Tébar Pérez («El Inclusero»), y acompañados ambos por el coletudo manchego José Ruiz Baos («Calatraveño»), que comparecía en calidad de testigo. De esta confirmación, transcurrida sin pena ni gloria, «Sánchez Puerto» salió del coso venteño convertido en un torero del montón, y condenado a luchar tarde tras tarde para conseguir las ofertas que, a pesar de las injusticias anejas al complejo mundillo de los taurinos profesionales, se merecía un lidiador de su clase. Pero los contratos apenas llegaban, por lo que el progresivo declive de su breve trayectoria profesional le fue relegando, durante el primer lustro de los años ochenta, a los últimos puestos del escalafón, en los que se hallaba atrapado a finales de la aciaga temporada de 1985, a la que puso fin después de haberse vestido de luces en tan sólo dos ocasiones.
Pero su enorme afición y su tenaz empeño por salir adelante y relanzar su carrera deparaban aún gratas sorpresas al aficionado cabal, siempre atento a lo que pueda aportar cualquier persona que se enfunda un terno de alamares, con independencia de que goce -en muchas ocasiones, más por alardes mediáticos que por méritos artísticos- o no de la engañosa condición de «figura». Ocurrió, pues, que en la tarde de la festividad de la Virgen de la Paloma (15 de agosto) de 1986, después de haber recibido una de las escasas oportunidades ofrecidas por la empresa de Madrid, Antonio Sánchez Fernández compareció ante la primera afición del mundo dispuesto a demostrar que era merecedor de mejor suerte. En compañía del sevillano Manuel Ruiz Regalo («Manili») y del madrileño Fernando Galindo González, salió al ruedo venteño para enfrentarse con un encierro de los hermanos Rodríguez Camacho (remendado con dos bureles de don José Murube), y enjaretó a cada uno de sus oponentes sendas faenas espléndidas, galardonadas, cada una de ellas, con un apéndice auricular. En volandas sobre los hombros de la entendida afición madrileña, a través de la Puerta Grande, el esforzado y valiente «Sánchez Puerto» gozó por vez primera de la gloria de contemplar cómo el pueblo de Madrid abría a su paso un apretado pasillo para honrarle con las voces entusiastas de «¡torero!, ¡torero!«.
Este ruidoso triunfo le hizo merecedor de un puesto en los abonos de las principales ferias españolas durante la temporada de 1987; pero, por desgracia, su adversa fortuna se interpuso en su irregular trayectoria para impedirle alcanzar los puestos cimeros del escalafón. Aconteció, en efecto, que el día 15 de agosto de la citada campaña, cuando se cumplía un año justo desde su clamorosa salida a hombros de Las Ventas, un toro le asestó, en las arenas del coso gijonés, una tremenda cornada que a pique anduvo de costarle la vida. La cogida, sobrevenida cuando el diestro manchego ejecutaba la suerte suprema, le acarreó la sección limpia de la arteria femoral y la subsiguiente intervención quirúrgica de urgencia, de la que se derivó un largo período de convalecencia que mantuvo alejado de los ruedos durante muchas semanas al desventurado «Sánchez Puerto».
Tampoco perdió, entonces, esa afición que le impulsaba desde niño a tomar los útiles de torear; así que, tan pronto como se hubo repuesto de este gravísimo percance, volvió a luchar con denuedo para firmar nuevos contratos en las plazas de primera categoría. Llegó, así, otra oportunidad de encandilar al público madrileño, esta vez en los compases postreros del ciclo ferial isidril de 1989 (concretamente, el día 5 de junio), y frente al complicado ganado de Victorino Martín. Salió, de nuevo, a por todas el afanoso «Sánchez Puerto», y tras la lidia de su primer enemigo -jugado en tercer lugar- acertó a despenar al victorino con una soberbia estocada que le valió, por sí sola, una vuelta al ruedo entre las ovaciones del respetable. Consciente de que tenía el público a su favor, el coletudo manchego vio con claridad que había llegado la ocasión de consagrarse como figura del Arte de Cúchares en el transcurso de la lidia que aún había de aplicar al burel que cerraba plaza, por lo que se fue decidido a por él y, durante la faena de muleta, le enjaretó varias series de naturales que aún perduran en la memoria de los buenos aficionados. Fue aquel, sin lugar a dudas, uno de los escasos momentos sublimes que ofreció el abono madrileño de dicha temporada; pero, una vez más, la mala suerte se cruzó en uno de los puntos culminantes de la carrera profesional de «Sánchez Puerto», ya que el diestro de Cabezarrubias falló estrepitosamente en la ejecución de la suerte suprema, con lo que quedó privado de los triunfos auriculares que, a buen seguro, le habría otorgado la afición venteña si hubiera sabido despenar a ese sexto toro con un estoconazo tan certero y fulminante como el que había recetado a su primer oponente.
Con tantas adversidades en los momentos más inoportunos, no llegó a dar mucho más de sí la andadura torera de Antonio Sánchez Fernández, que en los años noventa regresó a los peldaños inferiores del escalafón, para acabar desapareciendo discretamente del panorama taurino contemporáneo.
Bibliografía.
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– ABELLA, Carlos y TAPIA, Daniel. Historia del toreo (Madrid: Alianza, 1992). 3 vols. (t. 3: «De Niño de la Capea a Espartaco«, págs. 206-208).
– COSSÍO, José María de. Los Toros (Madrid: Espasa Calpe, 1995). 2 vols. (t. II, págs. 739-740).
– POSADA, Juan. En busca de la competencia: Temporada taurina 1989 (Madrid, 1990).