Robles Hernández, Avelino Julio, o «Julio Robles» (1951-2001).
Matador de toros español, nacido en Fontiveros (Ávila) el 4 de diciembre de 1951, y fallecido en Salamanca el 14 de enero de 2001. Estrenó su primer terno de alamares en la localidad salmantina de Villavieja de Yeltes un 28 de agosto de 1968, y a partir de entonces emprendió una exitosa andadura novilleril que le permitió debutar con picadores en la plaza de toros de Lérida el día 10 de mayo de 1970, para enfrentarse con novillos de la vacada de doña María Lourdes Martín de Pérez-Tabernero, en compañía de los principiantes Paco Núñez y Avelino de la Fuente. Dos años después (concretamente, el día 10 de junio de 1972), pisó por vez primera el madrileño ruedo de Las Ventas, donde se midió con reses de Juan Pedro Domecq en unión de los jóvenes novilleros Ángel López Rodríguez («Angelete») y Pedro Gutiérrez Moya («Niño de la Capea»). Demostró, entonces, que ya estaba en sazón para ascender al escalafón superior de los matadores de reses bravas, pues cortó una oreja de su primer enemigo y dio tres vueltas al ruedo tras despenar al segundo astado de su lote.
Así las cosas, el día 9 de julio de aquel año de 1972, Julio Robles recibió la alternativa en la Monumental de Barcelona, donde tuvo por padrino al gran espada sevillano Diego Puerta Diánez, y por testigo al también sevillano Francisco Camino Sánchez («Paco Camino»). El primer toro que mató el diestro abulense -aunque criado en Salamanca- en su condición de doctor en Tauromaquia fue Clarinero, un cornúpeta procedente de la ganadería de don Juan María Pérez-Tabernero.
La confirmación de esta alternativa tuvo lugar -como es de rigor- en la Monumental de Las Ventas el día 22 de mayo de 1973, fecha en la que Julio Robles hizo el paseíllo apadrinado por el genial coletudo madrileño -aunque nacido circunstancialmente en Caracas- Antonio Mejías Jiménez («Antonio BIenvenida»); el cual, bajo la atenta mirada del matador jiennense Sebastián Palomo Martínez («Palomo Linares»), que se hallaba presente aquella tarde en calidad de testigo, le facultó para dar lidia y muerte a estoque a Pernote, un morlaco negro entrepelado, de quinientos veinticinco kilos de peso, que había pastado en las dehesas de Eusebia Galache de Cobaleda.
Durante muchas temporadas, Julio Robles se mantuvo en los primeros puestos del escalafón, convertido en uno de los toreros predilectos de la afición peninsular, francesa, lusitana e hispanoamericana, pues su exquisita sobriedad -manifiesta, sobre todo, en el toreo de capa- dotaban a su estilo de una fineza, una elegancia y una depuración absolutas. Protagonizó muchas tardes de gloria en Madrid, donde pronto obtuvo un merecido reconocimiento unánime como gran figura del Arte de Cúchares: el día 15 de julio de 1979 cortó una oreja de un astado de don José Francisco Ortega; el 10 de julio de 1983 salió a hombros por la Puerta Grande, tras haber desorejado a un pupilo de la vacada del Puerto de San Lorenzo; y el 7 de julio de 1985 volvió a ser sacado en volandas por la afición capitalina, esta vez tras haber cortado una oreja de cada uno de sus dos oponentes, marcados con la señal de Aldeanueva. Otros triunfos clamorosos en su fecunda y enjundiosa trayectoria profesional fueron los cosechados en las arenas de Santander el día 24 de julio de 1983 (con la entrega de cuatro orejas y un rabo en reconocimiento de su magistral actuación), en la localidad toledana de Talavera de la Reina el 16 de mayo del año siguiente (tres orejas) y el 8 de junio de 1986 en Plasencia (dos apéndices auriculares).
La tragedia se cruzó en esta intachable carrera profesional un fatídico 13 de agosto de 1990, cuando Timador, un toro burraco de quinientos cuarenta y cinco kilos de peso, marcado con el hierro de Cayetano Muñoz, le prendió de mala manera durante los lances de recibo que le administraba Julio Robles en la plaza francesa de Béziers. Volteado de forma aparatosa, el desventurado espada abulense-salmantino giró en el aire y fue caer bruscamente sobre su cuello, con lo que se produjo instantáneamente una gravísima lesión cervical que quedó dramáticamente descrita en el parte de los facultativos que lo atendieron: «Tetraplejia incompleta de los miembros superiores por lesión de la parte baja del raquis cervical«. Trasladado con urgencia al hospital «Guy de Chauliac», de Montpellier, fue sometido a una desesperada intervención quirúrgica que no logró reducir el alcance de la desastrosa lesión que acababa de sufrir, por lo que quedó condenado de por vida a una silla de ruedas. En ese penoso estado sobrevivió, rodeado de la admiración de las gentes del toro (que le tributaron sinceros homenajes) por espacio de diez años, hasta que el agravamiento de su estado físico y, sobre todo, las torturas psíquicas que padecía desde el momento de la tragedia pusieron fin a su malograda existencia, a comienzos del año 2001.
J. R. Fernández de Cano.