Quiroga Santa Cruz, Marcelo (1931-1980).
Poeta, narrador, periodista y político boliviano, nacido en Cochabamba en 1931 y fallecido en 1980, víctima de los asesinatos llevados a cabo por los militares golpistas que, encabezados por el comandante general Luis García Meza, tomaron el poder el 17 de julio de dicho año. Hombre de profundas convicciones cívicas orientadas siempre hacia el espectro ideológico de la izquierda marxista, luchó denodadamente en defensa de los grupos sociales menos favorecidos y dejó impresa una espléndida novela que, traspasada de principio a fin por el desencanto a que condujo en muchas naciones de Hispanoamérica el fervor revolucionario, marcó una importante ruptura en la narrativa boliviana tradicional (casi siempre supeditada, hasta entonces, al relato de hechos históricos de un pasado lejano) y abrió la prosa de ficción nacional a las corrientes experimentalistas procedentes de Europa, al enfoque subjetivista de los hechos y -en palabras de uno de sus discípulos más notables, Renato Prada Oropeza– a la «tematización de lo cotidiano«.
Vida
Alentado desde su juventud por una entusiasta vocación humanística, comenzó a escribir versos a muy temprana edad, aunque después no llegó a dar a la imprenta estos poemas primerizos. Al tiempo que cultivaba esta vocación poética con espaciada dedicación (a lo largo de su vida sólo publicó tres poemas, y no pasan de quince los inéditos de su juventud), Marcelo Quiroga Santa Cruz comenzó a interesarse por la narrativa, interés que arrojó por fruto a mediados de los años cincuenta una de las novelas más significativas de las Letras bolivianas contemporáneas, titulada Los deshabitados (La Paz: Talleres Gráficos Bolivianos, 1957). Convertida de inmediato en una de las obras de culto no sólo de la crítica y los lectores, sino también de la mayor parte de los escritores bolivianos de la segunda mitad del siglo XX, esta novela aupó al joven autor de Cochabamba a la primera plana del panorama intelectual y artístico de su nación, en el que pronto comenzó a sobresalir también por su bulliciosa actividad periodística, que le llevó a fundar el semanario cultural Pro-Arte y el diario El Sol.
A través de las páginas de estas y otras publicaciones periódicas, Marcelo Quiroga Santa Cruz se reveló no sólo como un agudo ensayista capaz de orientar sus reflexiones hacia los aspectos más variados de la vida cultural de su nación, sino también como un severo y riguroso analista político seriamente preocupado -en estos comienzos de su trayectoria cívica- por la defensa y conservación de los recursos naturales no renovables. Cada vez más integrado, por vía de esta encendida postura ecologista, en la vida pública boliviana, en 1966 fue elegido diputado, cargo desde el que protagonizó una meteórica carrera política que, al cabo de tres años, ya le había conducido hasta el puesto de ministro de Minas y Petróleo. Al frente de esta importante cartera ministerial, bajo el mandato presidencial del general Ovando (que puso en marcha una audaz política de reformas tendentes a asegurar la autonomía nacional frente a las continuas injerencias de los Estados Unidos de América), Quiroga Santa Cruz tuvo el honor de firmar, entre otros, el Decreto de Nacionalización de la Gulf Oil Company.
Impulsado por un insaciable deseo de justicia que nacía de la lacerante contemplación de las desigualdades sociales y políticas existentes en todo el territorio nacional, Marcelo Quiroga fue extremando sus posturas ideológicas hasta llegar a fundar, el día 1 de mayo de 1971, el Partido Socialista Uno (PS-1), una inquieta y combativa formación marxista que de inmediato aglutinó en su seno no sólo a buena parte de la clase trabajadora boliviana, sino también a numerosos estudiantes universitarios que compartían las inquietudes políticas de Quiroga Santa Cruz y, en general, a un alto porcentaje de votantes pertenecientes a la clase media, lo que parecía augurar un pronto asentamiento del partido y sus programas marxistas en las principales instituciones del país. La alarma que provocó este ascenso de la izquierda radical capitaneada por el escritor de Cochabamba movilizó a todos los sectores conservadores y reaccionarios de la nación del Altiplano, que consiguieron en primera instancia el encarcelamiento del líder del PS-1, y posteriormente su expulsión del país. Durante este período de exilio (que le condujo primero a Chile, luego a la Argentina y, finalmente, a México), Marcelo Quiroga Santa Cruz se dio a conocer en todo el ámbito hispanoamericano como un político sereno y reflexivo que, a pesar de la radicalidad de algunas de las medidas de su programa marxista, era capaz de reflejar e interpretar en lúcidos textos ensayísticos (publicados en los medios de todos estos países) la realidad política, económica y social del subcontinente americano.
El prolongado alejamiento de su patria, acompañado de una entusiasta necesidad de entrar en acción, le animaron a regresar clandestinamente a Bolivia en 1977, para consagrarse de nuevo a ese proyecto socialista que, al cabo de un tiempo, le permitió volver a ocupar un escaño de diputado en el parlamento de su nación, e incluso presentarse como candidato de las filas socialistas a la Presidencia de la República. Cada vez más asentado en la vida pública boliviana, tras la elecciones generales de 1980 el PS-1 se convirtió en la cuarta fuerza política más votada, lo que elevó el liderazgo de Marcelo Quiroga Santa Cruz hasta unas cotas pocas veces alcanzadas dentro de la vida institucional del país por un político marxista. Esta inesperada proyección del nuevo líder de la izquierda socialista volvió a asustar seriamente a la derecha terrateniente, al conservadurismo económico y a los sectores reaccionarios de las fuerzas armadas, que se aunaron para convertir al escritor de Cochabamba en un objetivo que debía derribarse. Así las cosas, el citado 17 de julio de 1980, a raíz del golpe de estado de García Meza, Marcelo Quiroga Santa Cruz fue prendido por los militares golpistas en la sede de la Central Obrera; conducido a dependencias secretas, fue sometido a las más viles torturas y, finalmente, asesinado.
Obra
Generalidades
La aparición de Los deshabitados supuso un punto de inflexión en la narrativa boliviana de mediados de siglo, tanto por las razones apuntadas al comienzo de esta semblanza bio-bibliográfica (ruptura con la tradición histórica anterior, introducción de modelos experimentalistas y conversión subjetiva del presente cotidiano en material narrativo) como por su capacidad para movilizar a una serie de grandes escritores que, deslumbrados por las propuestas temáticas y estilísticas de Quiroga Santa Cruz, se sumaron con nuevas obras a ese desencanto que, envuelto en un escepticismo radical, sobrevino entre la clase intelectual boliviana tras el fracaso del proceso revolucionario iniciado en el año 52. La decepción expresada en Los deshabitados se hizo patente, así, siguiendo los modelos narrativos del escritor de Cochabamba, en Los habitantes del alba (1969), de Raúl Teixido (1943); en Sombra de exilio (1970) y Morder el silencio (1980), de Arturo von Vacano (1938); en Los réprobos (1971), de Fernando Vaca Toledo (1935); en El valle del Cuarto Menguante (1975), de Hugo Boero Rojo; y en Yo, un boliviano cualquiera (1976), de Óscar Barbery Justiniano (1929). Entre las páginas que configuran todas estas novelas anidan ese desencanto y esa desolación que son los auténticos protagonistas de la novela de Quiroga Santa Cruz, a quien, por este innegable influjo de temas y enfoques, hay que considerar forzosamente como uno de los padres de la moderna narrativa boliviana y, de forma muy especial, de la novelística centrada en los movimientos guerrilleros que florecieron en Ñancahuazú y Teoponte entre 1967 y 1970, bien relatados por el ya citado Prada Oropeza en Los fundadores del alba (1969) y Larga hora: la vigilia (1979); por Julio de la Vega en Matías, el apóstol suplente (1971); por René Poppe en Después de las calles (1971); por Óscar Uzín Fernández en El ocaso de Orión (1972); y, entre otros, por Gaby Vallejo en Los vulnerables (1973).
Junto a esta influencia temática, cabe anotar también la importancia de la obra de Quiroga Santa Cruz en la renovación estilística de la novela boliviana y, en general, hispanoamericana, hasta el extremo de que su recurrente y acertada utilización del monólogo interior, su estructura fragmentaria y, en suma, el resto de las innovaciones experimentales tributarias de algunos autores europeos como Virginia Woolf, James Joyce y Marcel Proust, deben contarse entre los elementos desencadenantes, pocos años después, del denominado Boom de la narrativa hispanoamericana.
Obra poética
Pero antes de entrar de lleno en el estudio de Los deshabitados conviene detenerse, siquiera brevemente, en la escasa pero significativa producción poética de Marcelo Quiroga Santa Cruz, habida cuenta de que fueron sus versos los primeros escritos dictados por su innata vocación literaria. La serie de quince poemas titulada «Un Arlequín se está muriendo», escrita durante su adolescencia, revela por un lado las todavía pesadas influencias que acusa toda producción lírica temprana, procedentes casi siempre de un desbordado tributo de admiración que, en el caso del autor de Cochabamba, va dirigido a la obra del poeta granadino Federico García Lorca. Pero, por otra parte, al lado de esta excesiva dependencia respecto al modelo admirado cabe advertir también en estas composiciones primerizas de Marcelo Quiroga la aparición de unas fijaciones temáticas que habrían de mantenerse constantes no sólo en el resto de su quehacer poético, sino en su posterior obra narrativa: la obsesión por el amor y la muerte, la angustia existencial, la impronta terrible de la violencia inmediata y el énfasis en la denuncia social, con el anhelo de limar esa injusticia secular patente en todo lo que rodea al poeta.
Parece evidente, pues, que estos quince poemas (al parecer, nunca entregados a la imprenta) de la serie «Un Arlequín se está muriendo» anticipan ya las constantes temáticas y las claves ideológicas en las que se sustenta toda la obra de madurez de Quiroga Santa Cruz, tanto su gran novela Los desheredados como su narración inconclusa -y publicada póstumamente- Otra vez marzo (1990), sin olvidar los tres poemas tardíos que publicó en el suplemento cultural Presencia literaria, bajo el pseudónimo de «Pablo Zarzal». Aparecidos los tres pocos meses antes de la muerte de Marcelo Quiroga (quien se valió de dicho nombre falso para -según su propio testimonio- escapar a la dimensión pública del político y ceder la voz lírica al poeta que seguía viviendo en su interior), estos poemas vinieron a poner un perfecto broche a toda su obra, con la recuperación de esas constantes temáticas que habían aflorado ya en sus versos juveniles.
En efecto, el primero de ellos, titulado «No es en vano» (Presencia Literaria [La Paz], 2, 12 [1979], p. 1), entra de lleno en la temática política y social para denunciar valientemente la violencia y el terror generados por el golpe militar de noviembre de 1979, por medio de un brillante lenguaje metafórico que, a la postre, pone de manifiesto el triunfo final de la muerte, único elemento que asume un papel victorioso en medio de esa «tematización de lo cotidiano» que vuelve a hacerse presente en estos versos (con alusiones más o menos explícitas a los golpistas, la represión, la resistencia popular, etc.). Se trata de la respuesta artística de un «Pablo Zarzal» que, desde su condición de poeta, necesita añadir una denuncia literaria al ya severo documento de denuncia que, sobre los mismos acontecimientos del presente, publicó también el político Marcelo Quiroga.
Su segundo poema, publicado en el mismo rotativo bajo el título de «Amormuerte» (Presencia Literaria [La Paz], 15, 6 [1980], p. 2), revela ya desde su título esa tensión entre Eros y Thánatos que anima el resto de su obra, ahora envuelta por una densa capa de erotismo que preside la fusión carnal entre dos cuerpos cuya propia pasión les conduce inexorablemente hacia la muerte. La inevitable aparición de ésta coincide con el momento culminante de la unión amorosa, con lo que resulta imposible delimitar las fronteras entre la pasión erótica y la destrucción. Idéntica propuesta queda plasmada en su tercer poema editado, «Muertamada» (Presencia Literaria [La Paz], 22, 6 [1980], p. 1), en el que ahora la fusión entre Eros y Thánatos viene servida por una añoranza de la unión amorosa que es, al mismo tiempo, un vivo recuerdo de la presencia constante de la muerte en medio de toda pasión.
El resto de la producción lírica de Marcelo Quiroga se completa con un breve poema original que el autor de Cochabamba insertó en su novela inconclusa Otra vez marzo.
Obra narrativa
Tanto la estructura fragmentaria de Los deshabitados como su carencia de una trama perfectamente definida que opere como hilo conductor de los hechos narrados constituyen dos procedimientos constructivos de los que se vale Quiroga Santa Cruz para poner de manifiesto el sentido fundamental de esta gran novela: la irremisible soledad a la que parece estar condenado el ser humano, una soledad terrible e infranqueable que atenaza a todos y cada uno de los personajes de Los deshabitados, y que se hace aún más patente, de forma quizás no tan paradójica como en un principio pudiera parecer, a través de los encuentros y las conversaciones que dichos personajes mantienen entre ellos. Asimismo, otros recursos empleados por el narrador de Cochabamba (como el empleo abundante del monólogo interior y la división de la obra en múltiples secuencias aparentemente inconexas) acentúan esta sensación de abandono, soledad y vacío existencial, y contribuyen de manera ejemplar a configurar esa atmósfera subjetiva, cargada de desencanto y frustración, que envuelve los hechos relatados.
Como acertadamente señaló la crítica especializada desde la aparición de esta magnífica novela, Los deshabitados abanderó con su llegada a los anaqueles de las librerías una drástica reacción contra las fórmulas tradicionales del costumbrismo, el relato histórico y el realismo social que, durante la primera mitad del siglo XX, habían copado las posibilidades estéticas de la narrativa boliviana. La introspección subjetiva de que hacen gala sus personajes (algo hasta entonces infrecuente en las Letras del Altiplano) abría una expedita vía de escape por la que huían a borbotones los sentimientos y las emociones de los personajes, unos seres «deshabitados» que, sin necesidad de protagonizar grandes actos (porque otra de las grandes innovaciones de esta obra es su ausencia casi total de acción), revelan a través de sus dudas, temores y frustraciones todos los conflictos existenciales del ser humano. Son seres carentes de esperanzas (es decir, «deshabitados» por la ilusión), en torno a los cuales gira, de forma obsesiva e implacable, la presencia de la muerte, única salida que tal vez pueda conducir al hombre a liberarse de esa angustia existencial. En medio de la soledad radical que asfixia a los personajes más destacados (dos niños, dos ancianas, una enfermera, un sacerdote y un escritor fracasado), la caótica confusión de los planos temporal y espacial induce al lector a centrarse en las miserias y frustraciones interiores de estos seres que, en contra de lo que cabría esperar en un escritor de la dimensión política de Quiroga Santa Cruz, no son portadores de ninguna proclama de denuncia social (por más que el autor quisiera ver en esa carencia de destino que une a sus personajes, cuando habían transcurrido más de veinte años desde la salida a la calle de Los deshabitados -es decir, en plena efervescencia de su trayectoria política-, una novelización simbólica de la falta de expectativas de la clase media en el contexto social hispanoamericano).
Respecto a los rasgos estilísticos, cabe empezar por señalar que Marcelo Quiroga no lleva el alcance de sus innovaciones hasta los dominios de la expresión lingüística, por lo que su novela se sirve de un lenguaje literario tradicional cargado, eso sí, de hondas connotaciones simbólicas y brillantes imágenes metafóricas, todo ello fruto de ese talante poético que le acompañó a lo largo de toda su vida.
Cuando se pensaba que Quiroga Santa Cruz pasaría a la historia de las Letras hispanoamericanas como uno de esos autores de una única novela, se supo que el escritor de Cochabamba venía redactando desde 1966, en los escasos ratos libres que le dejaba su consagración a la política, otro magno proyecto narrativo que, en la planificación inicial del autor, habría de constar de tres libros, aunque a la postre sólo quedó acabado el primero de ellos (titulado «El estiércol») y un capítulo del que habría de ser el segundo (concebido bajo el título de «La sangre»). El conjunto de lo que llegó a dejar concluido Marcelo Quiroga fue publicado, diez años después de su muerte, bajo el título de Otra vez marzo (Cochabamba: Los Amigos del Libro, 1990), novela que, aunque inconclusa, permite vislumbrar a las claras no sólo la estructura global que había ideado su autor antes de morir, sino también el desenlace (anticipado ya en lo que logró dejar terminado Quiroga Santa Cruz) y, en suma, todos los propósitos del escritor de Cochabamba a la hora de escribir esta nueva obra de ficción. Entre ellos, destaca esa introspección psicológica y ese análisis interior de los personajes que ya estaba presente en Los deshabitados, con idéntica preocupación por el vacío existencial y la falta de expectativas que envuelve al ser humano contemporáneo; pero, al mismo tiempo, hay en Otra vez marzo una trama ficticia mucho más perfilada que permite, ahora sí, a su autor plasmar el conjunto de sus inquietudes políticas y sociales en la figura de su protagonista, un militar retirado que, en sus años de servicio a las fuerzas armadas, tomó parte activa en la masacre de mineros. Con la redacción, pues, de esta obra, Quiroga Santa Cruz saldaba una vieja deuda personal: dedicar, desde su dimensión de artista y creador, una atención pareja a la prestada, en calidad de político, a las injusticias sociales de su época. Y tanto acertó en este empeño -a pesar de no haber logrado terminar esta obra-, que el lector de Otra vez marzo acaba identificando todas las lacras sociales que han lacerado al pueblo boliviano durante el siglo XX, con lo que la insignificancia existencial del hombre halla su correlato en la inanidad de un sistema social que sólo sirve para hacerlo su esclavo o su víctima.
El procedimiento estructural más significativo de esta novela inconclusa estriba en la anulación de las coordenadas temporales lógicas; así, la acción presenta indistintamente a los protagonistas en su niñez, durante su juventud o ya en plena madurez, en una intencionada confusión de planos temporales que reducen esta dimensión a una figura circular en la que se mezclan deliberadamente pasado, presente y futuro. Por lo demás, el tratamiento del lenguaje sigue siendo esmerado, con grandes aciertos poéticos plasmados en imágenes que captan a la perfección todo tipo de sentimientos y sensaciones, y bellas descripciones que, al igual que ocurría en Los deshabitados, delatan la enorme sensibilidad lírica de Marcelo Quiroga. Cabe anotar, por último, en contraste con la anterior novela, que Otra vez marzo sí presenta innovaciones expresivas en lo que a la utilización del lenguaje se refiere, con amplias concesiones regionalistas o de estratificación social en función del origen de los personajes, y numerosas técnicas de escritura vanguardistas (como la ausencia de puntuación a lo largo de varias páginas, el quebrantamiento intencionado de las reglas sintácticas o la utilización de recursos fónicos como la onomatopeya).
Bibliografía
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PRADA OROPEZA, Renato: «Los deshabitados: el círculo de la desolación», en Revista Iberoamericana (Pittsburgh [U.S.A.]), LII, 134 (1986), pp. 127-138.
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ZAVALA DE QUIROGA, Giancarla: «En torno a Los deshabitados de Marcelo Quiroga Santa Cruz», en GARCÍA PABÓN, Leonardo: El paseo de los sentidos. Estudios de literatura boliviana contemporánea, La Paz: Instituto Boliviano de Cultura, 1983, pp. 249-258.
-
—: Los mundos de ‘Los deshabitados’, La Paz: Piedra Libre, 1980.
-
—: «Quiroga Santa Cruz, Marcelo», en MEDINA, José Ramón [dir. literario]: Diccionario Enciclopédico de las Letras de América latina (DELAL), vol. III, Caracas: Biblioteca Ayacucho/Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1995, pp. 3893-3896.
-
—: «Sobre tres poemas de Marcelo Quiroga Santa Cruz», en Signo (La Paz), nº 13 (1985), pp. 19-21.