CayetanoOrdóñez y Aguilera (1904–1961): El Niño de la Palma, Pionero de una Dinastía Taurina
Cayetano Ordóñez y Aguilera (1904–1961): El Niño de la Palma, Pionero de una Dinastía Taurina
Orígenes y Primeros Pasos en el Toreo
Cayetano Ordóñez y Aguilera, conocido en el mundo taurino como el «Niño de la Palma», nació en Ronda (Málaga) el 4 de enero de 1904. Desde su infancia, la afición al toreo le fue transmitida por el ambiente familiar y cultural de su ciudad natal, una localidad vinculada históricamente al arte taurino. En su juventud, Cayetano mostró una inclinación natural por la tauromaquia, algo que no sorprendió a los que le conocían, ya que la tradición torera era algo inherente en su entorno.
A los catorce años, su pasión se hizo evidente cuando debutó en un festejo cómico-taurino en La Línea de la Concepción, Cádiz, el 5 de octubre de 1918. Aunque su actuación se enmarcó dentro de un evento más festivo y menos formal, la respuesta positiva del público le dio la seguridad y el impulso necesarios para seguir su vocación taurina. A partir de ese momento, el joven Cayetano se dedicó a prepararse para una carrera que ya se atisbaba prometedora.
Su temprano debut fue solo el principio de una carrera fulgurante. En los siguientes años, Ordóñez pasó por numerosas novilladas, un proceso que lo llevó a darse a conocer en plazas de renombre. En 1924, se presentó en la Maestranza de Sevilla, el 5 de octubre, donde demostró su valía ante una plaza llena de expectación. El 28 de mayo de 1925, hizo su aparición en Madrid, consolidándose aún más como un joven talento con un prometedor futuro.
El Inicio de su Carrera Profesional
El 11 de junio de 1925, Cayetano Ordóñez recibió su alternativa en la Real Maestranza de Sevilla, de manos de uno de los más grandes toreros de la historia, Juan Belmonte García. Belmonte, tras haber pasado dos años en retiro, regresaba al ruedo en esa fecha especial, y fue el padrino que entregó la alternativa a un joven Cayetano que, bajo el testimonio de José García Carranza («Pepe Algabeño»), comenzó a escribir su nombre en las páginas doradas del toreo. La tarde fue memorable, ya que Ordóñez brindó faenas excepcionales y recibió una oreja de su segundo toro, un morlaco de la ganadería de Félix Suárez.
Ese mismo año, el 16 de julio, se produjo la confirmación de su pertenencia al escalafón superior en Madrid. En una corrida extraordinaria celebrada en beneficio de la Asociación de la Prensa, Ordóñez compartió cartel con el mejicano Luis Freg Castro, el turolense Nicanor Villalta y Serrés, y el joven Manuel Báez («Litri»), quien fue rival de Cayetano en los medios taurinos. A pesar de la competencia, el «Niño de la Palma» no solo demostró su maestría con el capote, sino que también cortó una oreja de su segundo toro. Este éxito consolidó aún más su estatus dentro de la élite taurina de la época.
El Renacer de una Estrella: La Campaña de 1925
El año 1925 fue sin lugar a dudas un hito en la carrera de Cayetano Ordóñez. La naturalidad, frescura y espontaneidad con la que toreaba cautivaron a la afición. Cada pase, cada lance, parecía fluido y sin esfuerzo, lo que lo convirtió en un referente de los toreros jóvenes que llenaban las plazas en esos años. A lo largo de la temporada de 1925, Cayetano participó en 40 corridas, demostrando su valía en varias plazas españolas y abriéndose paso hacia el reconocimiento que su arte merecía.
A mediados de esa campaña, Ordóñez se embarcó en un viaje a México, donde continuó ampliando su repertorio y consolidando su nombre. Las plazas mexicanas, tan importantes en la época dorada del toreo, acogieron con entusiasmo a un torero que, por entonces, ya había demostrado su capacidad para conectarse con el público y dejar su huella en cada faena. Después de su regreso a España, la acogida en las plazas fue igualmente calurosa, y en 1926 se convirtió en el torero que más contratos cumplió en toda España. En 1927 repitió la hazaña, consolidándose como uno de los diestros más solicitados de la época.
Crecimiento en el Toreo y su Estatus en la Temporada de 1926-1927
La temporada de 1926 consolidó a Cayetano Ordóñez como una de las figuras más importantes del toreo. Con 68 corridas en su haber, fue el torero que más paseíllos cumplió en toda España. Su estilo fresco, su dominio del capote y la espada, y su capacidad para improvisar sin perder la elegancia que caracterizaba su figura, le ganaron la admiración y el respeto del público y de sus compañeros de profesión.
En 1927, repitió el éxito del año anterior, actuando en 65 corridas y demostrando que la popularidad que había adquirido no era mera casualidad, sino el resultado de un estilo genuino que lo hacía destacar entre las figuras de la época. Sin embargo, a pesar de su éxito rotundo, la carrera de Cayetano se vería pronto marcada por una decisión sorprendente que dejaría a la afición taurina en vilo.
Retiro Temporal y Reaparición en 1928
En 1928, cuando su carrera parecía consolidarse como una de las más brillantes de su tiempo, Cayetano Ordóñez sorprendió a la afición al anunciar su retiro. Con solo 24 años, y en el ápice de su carrera, tomó una decisión que desconcertó a todos: dejar los ruedos a mitad de temporada. Aunque su actuación en los ruedos fue altamente exitosa, con la admiración del público y sus compañeros, algo en su interior lo llevó a apartarse temporalmente del toreo. Las razones detrás de su retiro fueron muchas, pero la principal de ellas podría haber sido el agotamiento personal, sumado a una creciente apatía hacia la vida taurina. Sin embargo, esta decisión solo tuvo validez durante esa mitad de temporada, ya que, en 1929, el «Niño de la Palma» regresó a los ruedos con renovado ímpetu.
El regreso de Ordóñez en 1929 fue celebrado por la afición. Aunque algunos de sus seguidores temían que el retiro hubiese afectado su toreo, la realidad fue que su estilo natural y su maestría seguían intactos. A lo largo de esa temporada, participó en 43 corridas y se llevó los aplausos del público en cada una de ellas. A pesar de algunos momentos de falta de motivación, como le ocurrió en ocasiones a lo largo de su carrera, el torero malagueño volvió a demostrar que el arte del toreo fluía de manera innata en él.
Los Años de Altibajos: La Década de 1930
Los años siguientes, durante la década de 1930, fueron marcados por una mezcla de altibajos en la carrera de Cayetano. Si bien en ciertos momentos volvió a ofrecer actuaciones deslumbrantes, su motivación y afición por el toreo parecían fluctuar. En 1930, tras torear en 31 corridas en España, decidió llevar su arte a Venezuela, un destino habitual para muchos toreros de la época. Allí, continuó exhibiendo su extraordinario talento, pero comenzó a ser evidente que su pasión por los ruedos ya no era la misma.
En 1931, participó en 22 festejos, pero no logró recobrar la consistencia de años anteriores. Su ánimo parecía estar mermado por la rutina de los viajes y la presión que implica estar constantemente bajo la mirada de la crítica. Fue en 1932, sin embargo, cuando Cayetano recuperó brevemente su mejor versión. El 16 de octubre de 1932, en la plaza Monumental de Las Ventas en Madrid, el torero malagueño volvió a salir por la Puerta de Madrid, un honor reservado solo para aquellos que triunfan de manera rotunda en este coso histórico. Esa tarde, Cayetano realizó dos faenas memorables, con la misma gracia y frescura de sus mejores días, y recibió el cariño del público que lo consideraba una figura indiscutible del toreo.
A pesar de este resurgir, la temporada de 1932 fue una de las más breves de su carrera. Solo participó en 13 festejos, lo que evidenció que sus altibajos emocionales y su falta de motivación seguían siendo una constante. Los años siguientes no fueron más fáciles para él. En 1933 sufrió dos graves cogidas en Madrid y Aranda de Duero (Burgos), lo que le impidió torear durante parte de la temporada. A pesar de las lesiones, continuó con su carrera, y en 1934, tras un año de varias incidencias, consiguió torear en 35 corridas, tanto en España como en el extranjero. Sin embargo, los altibajos de su carrera seguían siendo notorios, y aunque sus habilidades no se veían afectadas, su ánimo parecía cada vez más distanciado de la vida en los ruedos.
La Guerra Civil y sus Últimas Actuaciones
La Guerra Civil Española fue otro factor determinante en la carrera de Cayetano. Durante este periodo, las corridas de toros fueron limitadas, y el torero malagueño participó solo en unas pocas. En su mayoría, las plazas donde actuó fueron las de Hispanoamérica, donde encontró una acogida más cálida debido a la escasez de toreros europeos en esos años convulsos. Sin embargo, su presencia en los ruedos no fue la misma que antes de la guerra, y la crítica ya no se centraba tanto en su capacidad técnica, sino en su resistencia emocional para mantenerse en activo a pesar de las dificultades.
Ya en la década de 1940, a pesar de estar pasando por un momento de su vida personal en el que la responsabilidad de ser padre de cinco hijos le pesaba cada vez más, Cayetano no se retiró por completo. En 1942, realizó siete actuaciones, mostrando que aún podía ofrecer destellos de su genialidad, pero cada vez con menor frecuencia. Fue entonces cuando comenzó a alejarse de la muleta y el estoque para unirse a las cuadrillas de subalternos, donde se desempeñó como banderillero, sin pertenecer a ninguna cuadrilla fija. Esta nueva faceta le permitió seguir en contacto con el mundo taurino, pero con un rol menos exigente.
El Cambio de Rol y su Retiro Definitivo en 1950
A medida que sus años de gloria pasaban, Cayetano fue dejando atrás la gloria de su juventud. En 1950, con 46 años, decidió retirarse definitivamente de los ruedos. Su cambio de rol, pasando de matador a subalterno, fue un símbolo de su adaptación al paso del tiempo, un paso hacia la retirada que también le permitió disfrutar de su familia, a la que ya había dado un legado de toreros.
El Legado Familiar y la Dinastía Ordóñez
Cayetano Ordóñez no solo dejó una huella imborrable en el toreo por su destreza y estilo, sino que fundó una de las dinastías más emblemáticas de la tauromaquia española. Sus hijos, Cayetano, Antonio, y José Ordóñez Araujo, siguieron sus pasos en el mundo taurino, llevando el nombre de la familia Ordóñez a lo más alto del toreo. Además, sus otros hijos, Juan y Alfonso Ordóñez Araujo, continuaron la tradición en el gremio de los subalternos, enriqueciendo el legado familiar.
El «Niño de la Palma» fue más que un torero; fue el iniciador de una saga de matadores que, a lo largo de generaciones, mantuvieron viva la esencia de su arte. Aunque su carrera fue marcada por altibajos y un retiro prematuro, Cayetano Ordóñez dejó una marca indeleble en la historia del toreo, y su nombre sigue siendo sinónimo de maestría, pasión y dedicación al arte de Cúchares.
MCN Biografías, 2025. "CayetanoOrdóñez y Aguilera (1904–1961): El Niño de la Palma, Pionero de una Dinastía Taurina". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/ordonnez-y-aguilera-cayetano [consulta: 1 de octubre de 2025].