María de Portugal (1313–1357): Reina Olvidada, Madre del Cruel y Sombra del Poder Castellano

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Contexto histórico y dinástico en la Península Ibérica

Tensiones entre Castilla y Portugal en el siglo XIV

Durante el primer tercio del siglo XIV, la Península Ibérica se encontraba en una constante pugna por la supremacía entre los reinos cristianos, especialmente Castilla y Portugal. Las campañas de la Reconquista se combinaban con luchas intestinas, alianzas cambiantes y ambiciones personales de la nobleza y la realeza. En este clima volátil, el matrimonio se convirtió en un instrumento político de primer orden para asegurar pactos, disuadir conflictos o reforzar reclamaciones territoriales.

En particular, la Corona de Castilla, bajo el reinado de Alfonso XI, se hallaba en una fase de consolidación interna tras una serie de regencias, minorías de edad y guerras con Granada. Por su parte, el reino de Portugal, gobernado por Alfonso IV, buscaba reforzar su influencia peninsular sin caer en la subordinación a Castilla. Ambos reinos compartían historia, sangre y conflictos, lo que hacía que las alianzas entre ellos fueran a la vez necesarias y peligrosamente inestables.

El papel estratégico de los matrimonios reales

En ese contexto, los enlaces entre casas reales se convertían en maniobras diplomáticas cuidadosamente calculadas. La consanguinidad, aunque prohibida por la Iglesia más allá de cierto grado, era a menudo ignorada o dispensada por motivos políticos. De este modo, la unión entre María de Portugal y Alfonso XI de Castilla, primos dobles, no fue excepción, sino parte de una estrategia mayor que pretendía garantizar la cooperación militar y política entre ambos reinos.

Orígenes familiares y proyecto de alianza

Alfonso IV de Portugal y Beatriz de Castilla: ascendencia política de María

María de Portugal, nacida en 1313, era hija del rey Alfonso IV de Portugal, apodado el Bravo, y de la infanta Beatriz de Castilla, lo que la convertía en miembro de ambas casas reales. Esta doble herencia aumentaba su valor como figura política. Su madre, Beatriz, descendía del rey Sancho IV de Castilla, con lo cual María era portadora de un linaje útil para cualquier operación dinástica con Castilla.

Desde muy temprana edad, su destino quedó trazado como instrumento diplomático. Su padre, deseoso de consolidar su posición frente a Castilla y de asegurar un papel destacado para su hija, empezó a gestionar su matrimonio con el joven Alfonso XI, entonces rey de Castilla y León, aunque aún bajo tutela.

Doble consanguinidad con Alfonso XI y la política matrimonial

La consanguinidad entre ambos jóvenes era doble: eran primos tanto por vía paterna como materna. Aun así, y pese a los impedimentos canónicos, Alfonso IV presionó con intensidad para que el compromiso se llevara a cabo. Su principal aliado en esta empresa fue Alvar Núñez Osorio, privado del rey castellano, a quien convenció para que rompiera el compromiso anterior de Alfonso XI con Constanza Manuel, hija del poderoso don Juan Manuel.

La operación fue un éxito diplomático para Portugal, pero sembró las semillas de futuros conflictos internos en Castilla, pues la ruptura con los Manuel trajo resentimientos duraderos. La boda entre María y Alfonso XI se celebró finalmente en 1328, cuando ella tenía unos quince años, y fue recibida como una victoria estratégica por la corte lusa.

Matrimonio y marginación en la corte

El matrimonio forzado con Alfonso XI (1328)

Lejos de inaugurar una etapa de cooperación y respeto mutuo, el matrimonio entre María de Portugal y Alfonso XI fue desde el principio un vínculo desequilibrado y lleno de tensiones. El rey castellano, de carácter fuerte y ambiciones expansivas, nunca mostró verdadero interés por su esposa. Desde el inicio del matrimonio, la reina se vio relegada a un papel meramente protocolario, sin acceso a las decisiones políticas ni a la vida diaria del monarca.

Además, Alfonso XI mantuvo un círculo de influencia dominado por mujeres fuertes, como su madre, Constanza de Portugal, lo que desplazó aún más a María. El aislamiento de la joven reina se acentuó con la llegada de Leonor de Guzmán a la corte.

La irrupción de Leonor de Guzmán y el inicio de una vida desplazada

En 1329, apenas un año después del matrimonio, Alfonso XI inició una relación pública y notoria con Leonor de Guzmán, una dama sevillana de noble linaje, inteligente y ambiciosa. Lejos de ocultar su relación, el rey la convirtió en su favorita, y con ella tendría hasta ocho hijos bastardos, que serían criados y favorecidos abiertamente.

Este hecho supuso un verdadero desplazamiento de María de Portugal dentro de la corte. Aunque ostentaba el título de reina, carecía de poder real y de la intimidad con su esposo. Marginada y humillada, optó por retirarse a un monasterio en Sevilla, donde organizó una pequeña corte paralela. Desde allí empezó a construir una red de alianzas políticas, apoyando al partido francófilo castellano, y en especial al noble Juan Alfonso de Alburquerque, quien se convertiría en su principal consejero y brazo político.

El nacimiento de Pedro I y su valor político como único hijo legítimo

En medio de esta situación humillante, María sólo tuvo un hijo con Alfonso XI, el infante Pedro, nacido el 30 de agosto de 1334. Este nacimiento fue crucial, pues Pedro era el único hijo legítimo del monarca, y por tanto el heredero indiscutido al trono de Castilla.

El nacimiento de Pedro no cambió la actitud del rey hacia su esposa, pero proporcionó a María un elemento de poder: la maternidad del futuro rey. A partir de ese momento, la reina reforzó sus maniobras políticas en torno a la figura de su hijo. Su corte sevillana empezó a adquirir carácter de facción en la lucha por el control futuro del reino, preparando el terreno para lo que, tras la muerte de Alfonso XI, se convertiría en una pugna abierta por el poder regencial.

Durante años, María mantuvo una tensa y dolorosa existencia, humillada públicamente pero tejiendo alianzas discretas, esperando el momento en que el fallecimiento del monarca la devolvería al primer plano. Ese momento llegaría en 1350, tras la batalla del Salado, cuando Alfonso XI murió repentinamente en Gibraltar, víctima de la peste. Fue entonces cuando María se lanzó, junto con Alburquerque, a recuperar el poder perdido y a ejercer su influencia sobre el joven Pedro I.

El ascenso de María como reina madre

La muerte de Alfonso XI (1350) como punto de inflexión

La repentina muerte de Alfonso XI en 1350 durante el sitio de Gibraltar supuso un profundo cambio en el equilibrio político de Castilla. Para María de Portugal, fue también el inicio de una nueva etapa: la posibilidad de ejercer el poder desde la posición de reina madre, respaldada por la autoridad de haber dado a luz al nuevo monarca, Pedro I, entonces de tan solo 16 años.

Aunque Pedro era ya considerado mayor de edad para reinar, su juventud y la falta de experiencia permitieron que su madre —junto con su consejero de confianza, Juan Alfonso de Alburquerque— interviniera decisivamente en los asuntos de Estado. Ambos constituían el núcleo de una facción que pretendía desmantelar las redes de poder creadas por el difunto rey y su favorita, Leonor de Guzmán.

Alianzas y ambiciones junto a Juan Alfonso de Alburquerque

La relación entre María y Alburquerque trascendía la mera amistad política. Aunque no hay pruebas concluyentes, las fuentes de la época y posteriores rumores apuntan a una cercanía que muchos consideraron sospechosa o incluso adúltera. Lo cierto es que Alburquerque se convirtió en el brazo ejecutor de las decisiones de María, actuando como regente en la sombra durante los primeros años del reinado de Pedro.

Desde su posición privilegiada, consolidaron el “partido de la reina”, basado en alianzas con nobles descontentos, figuras francófilas, y sectores clericales opuestos a los bastardos de Alfonso XI. El objetivo era claro: controlar la corte, eliminar rivales y asegurar la hegemonía política de la reina madre.

Consolidación del partido francófilo en la corte

El poder acumulado por María y Alburquerque se tradujo en una purga sistemática de los partidarios del antiguo régimen. Su corte atrajo a una serie de nobles que veían en Pedro I un instrumento útil para desplazar a los bastardos y a las clientelas creadas por Leonor de Guzmán. Con el respaldo de importantes figuras eclesiásticas, el partido francófilo impulsó una agenda de alianzas exteriores con Francia y de limpieza interna.

Uno de los objetivos más inmediatos era acabar con la influencia residual de Leonor de Guzmán, símbolo del poder alternativo que había eclipsado a María durante décadas. La reina madre, alimentada por un resentimiento larvado, estaba decidida a destruir todo lo que representara a su antigua rival.

La caída de Leonor de Guzmán

El conflicto entre las dos “reinas” de Castilla

Tras la muerte de Alfonso XI, Leonor de Guzmán quedó políticamente expuesta. Se refugió en Medina Sidonia, alejada de la corte, mientras sus hijos —especialmente Enrique de Trastámara— trataban de mantener su estatus. No obstante, el nuevo clima en la corte castellana no ofrecía lugar para ella. María de Portugal no había olvidado su humillación, y consideraba que la eliminación de Leonor era una condición indispensable para el restablecimiento de su autoridad.

El conflicto entre ambas mujeres se intensificó cuando Leonor intentó recuperar influencia casando a su hijo Enrique con Juana Manuel, hija del infante don Juan Manuel. Este matrimonio no solo fortalecía la legitimidad de los Trastámara, sino que representaba una amenaza directa al trono de Pedro I, y por ende, al proyecto político de su madre.

La detención, traslado y ejecución de Leonor en Talavera

El golpe definitivo lo dio Juan Alfonso de Alburquerque, quien logró atraer a Leonor a la corte con promesas de seguridad, solo para hacerla prisionera. Tras una breve reclusión, fue trasladada bajo vigilancia al señorío de María en Talavera de la Reina, donde sería asesinada en 1351. Aunque no existen documentos que incriminen directamente a la reina madre, todo apunta a que la ejecución fue ordenada por María, bien como ajuste de cuentas personal o como medida estratégica.

El asesinato de Leonor fue un acto calculado que provocó conmoción en la nobleza y dividió a la opinión pública. Aunque eliminaba a una figura peligrosa, también creaba mártires y aumentaba el resentimiento entre los hijos bastardos de Alfonso XI, quienes no tardarían en convertirse en los principales enemigos de Pedro I y su madre.

Interpretaciones históricas sobre la implicación directa de María

Los cronistas contemporáneos, así como la historiografía posterior, han oscilado entre la acusación directa y la ambigüedad calculada respecto al papel de María. Algunos la presentan como instigadora cruel, otros como víctima de un sistema patriarcal que la obligó a usar la intriga como única herramienta de poder. Sea cual fuere la verdad, lo cierto es que el asesinato de Leonor consolidó momentáneamente el control de la reina madre sobre la corte, aunque a costa de su reputación y de la estabilidad interna del reino.

Intrigas cortesanas y fricciones con Pedro I

El matrimonio frustrado con Blanca de Borbón

A partir de 1352, las tensiones entre María y su hijo comenzaron a aflorar con más claridad. Uno de los principales desencuentros fue el matrimonio de Pedro I con Blanca de Borbón, una princesa francesa que María había promovido como reina consorte con el fin de reforzar la alianza con Francia y consolidar su propia influencia.

La boda se celebró en 1353, pero apenas tres días después, Pedro abandonó a Blanca para regresar junto a su amante, María de Padilla, una dama de la nobleza castellana con la que mantenía una relación apasionada. Esta decisión causó un escándalo político y familiar, además de un profundo desprecio por parte de la reina madre, quien veía reflejado en su hijo el mismo patrón de adulterio que ella había sufrido por parte de Alfonso XI.

El rechazo del rey y el exilio político de Alburquerque

El conflicto no se limitó al ámbito doméstico. María envió a Alburquerque a conminar a su hijo a cumplir con su deber conyugal, pero Pedro, irritado y desafiante, amenazó la vida del valido, obligándolo a huir de la corte. Esta ruptura marcó el declive del partido de la reina y la consolidación de Pedro como monarca independiente, dispuesto a gobernar al margen de su madre.

La caída de Alburquerque dejó a María aislada políticamente. Aunque seguía siendo la madre del rey, su influencia había disminuido drásticamente, y la corte se dividía entre sus últimos partidarios y los seguidores del rey y de su amante, María de Padilla.

El desgaste de la autoridad de María en la corte

Con el tiempo, María fue desplazada de los círculos de poder. Las humillaciones sufridas —ahora como madre y no como esposa— reactivaron su instinto de supervivencia política. Sin embargo, su figura empezaba a verse como un obstáculo incómodo en una corte dominada por un rey impetuoso y por nuevas alianzas nobiliarias.

La situación se tornó insostenible cuando Pedro I se negó a reconocer los derechos de Blanca de Borbón, e ignoró los consejos de su madre. La ruptura entre ambos se hizo pública, y María, resentida, buscó nuevas formas de oposición, incluso si eso implicaba enfrentarse a su propio hijo en el campo de batalla.

Rebelión, exilio y la sombra de la propaganda

Alianzas con la nobleza y guerra civil

En 1353, tras la caída de su partido en la corte, María de Portugal optó por un camino drástico: la rebelión abierta contra su propio hijo, aliándose con los nobles descontentos que veían en Pedro I un rey autoritario, inestable y poco respetuoso de los equilibrios tradicionales del poder nobiliario. Entre estos aliados se encontraban miembros de la alta aristocracia castellana y, especialmente, los Trastámara, bastardos de Alfonso XI que habían quedado marginados tras la muerte de su madre, Leonor de Guzmán.

Uno de los episodios más significativos fue la alianza entre María de Portugal y Juana Manuel, esposa de Enrique de Trastámara, el hijo mayor de Leonor. Este gesto no solo era una ironía histórica —la esposa legítima aliándose con la descendencia de la amante ejecutada—, sino una clara estrategia para socavar el poder de Pedro desde varios frentes: el político, el militar y el simbólico.

La sublevación de 1353 fue contenida por el rey, pero las tensiones no cesaron, y en 1355 María volvió a unirse a los nobles rebeldes en una nueva conspiración. Su papel ya no era el de madre protectora, sino el de líder política de una oposición armada, convencida de que Pedro I debía ser depuesto o, al menos, limitado en sus acciones.

La sublevación de Toro y la derrota definitiva

El desenlace llegó en enero de 1356, cuando María se refugió junto con sus últimos seguidores en el castillo de Toro, una plaza fuerte leal al bando rebelde. Las fuerzas de Pedro I, mejor organizadas y con el control de las principales ciudades, asediaron y derrotaron la guarnición del castillo. La reina madre, consciente de su debilidad y confiando en el respeto filial, decidió entregarse pacíficamente, esperando clemencia por parte de su hijo.

Pero Pedro, decidido a enviar un mensaje claro de autoridad, ordenó la ejecución inmediata de los principales partidarios de su madre ante sus propios ojos. Este acto de crueldad no solo marcó el final del poder político de María en Castilla, sino que selló la fractura definitiva entre madre e hijo. Para María, fue el fin de toda esperanza de reconciliación o influencia. Para Pedro, fue un acto de afirmación como rey absoluto, sin ataduras familiares ni compromisos sentimentales.

El castigo ejemplar de Pedro I y la caída de María

Tras la derrota en Toro, Pedro I decretó la expulsión de su madre del reino, negándole toda función oficial o derecho de residencia. Despojada de poder, prestigio y protección, María regresó a Portugal, donde fue acogida por su familia y se retiró a un monasterio en Évora, la ciudad donde moriría en 1357 a los 44 años.

Su muerte pasó casi desapercibida para la corte castellana, centrada en la creciente guerra civil entre Pedro y los Trastámara. Sin embargo, su figura sería pronto reutilizada como arma propagandística, tanto para reforzar como para desprestigiar la imagen del monarca.

Exilio en Évora y muerte

Últimos meses en Portugal

Los últimos meses de María fueron, según las fuentes disponibles, de aislamiento y melancolía. El fracaso de su proyecto político, la muerte de su aliado Alburquerque y el rechazo de su hijo la sumieron en una profunda decepción. La reina depuesta vivió sus días finales en el anonimato monacal, alejada de las intrigas que durante años había alimentado.

Aunque era todavía una figura relevante dentro del linaje portugués, la corte lusa evitó un enfrentamiento abierto con Castilla, limitándose a brindarle asilo sin comprometerse con sus ambiciones. El ocaso de María fue silencioso y sin gloria, pero sus acciones dejarían una huella imborrable en los años venideros.

El monasterio de Évora como refugio final

El monasterio de Évora, lugar de retiro y muerte de María, representa simbólicamente el exilio interior de una reina sin trono. En ese lugar vivió sus últimos días contemplando la disolución de sus alianzas, la consolidación del poder de su hijo y la violencia que había ayudado a desencadenar. Su muerte, lejos de Castilla, marcó el fin de una vida marcada por la humillación, la venganza y la ambición política.

Muerte y sepultura de una reina sin corona

María fue enterrada en Portugal, sin honores reales castellanos. Su sepultura, discreta y sin conmemoraciones notables, contrasta con la importancia que tuvo en los años más convulsos de la corte castellana. Su nombre quedó, sin embargo, ligado a los grandes conflictos dinásticos de su tiempo, así como a la leyenda negra construida en torno a su figura.

La memoria distorsionada: propaganda y leyenda

Las acusaciones de origen ilegítimo y relaciones adúlteras

Durante la guerra civil castellana entre Pedro I y Enrique de Trastámara, la figura de María fue objeto de múltiples campañas de desprestigio. En especial, los cronistas afines al bando trastamarista difundieron rumores sobre una supuesta relación adúltera de la reina con un judío llamado Pero Gil, con quien habría concebido a Pedro I. Este rumor, carente de base histórica, sirvió para debilitar la legitimidad del rey al insinuar que no era hijo del rey Alfonso XI, sino de un amante clandestino.

De ahí surgió el apodo despectivo de “emperegilados”, aplicado a los seguidores de Pedro I. Esta propaganda reflejaba tanto el antisemitismo de la época como la voluntad de los Trastámara de destruir la imagen del monarca a través de la difamación de su madre.

El apelativo “emperegilados” y su peso político

El uso del término “emperegilado” tenía una doble carga: ridiculizaba al rey como bastardo ilegítimo y, al mismo tiempo, despreciaba a su madre como una mujer lujuriosa y traidora. En un contexto donde la pureza de sangre y la legitimidad dinástica eran esenciales, estas acusaciones erosionaban el prestigio tanto de Pedro como de la memoria de María.

Aunque historiadores posteriores han desmentido tales imputaciones, el término persistió como símbolo del odio político y del poder de la propaganda medieval. María de Portugal, incluso tras su muerte, siguió siendo un campo de batalla discursivo en la lucha por el trono castellano.

La figura de María en la historiografía castellana y portuguesa

Con el paso del tiempo, la imagen de María de Portugal fue reinterpretada según las necesidades políticas e ideológicas de cada época. En la historiografía castellana tradicional, se la retrató como una mujer vengativa y ambiciosa, símbolo de los excesos del poder femenino. En Portugal, sin embargo, su figura recibió un tratamiento más matizado, destacando su inteligencia política, su papel como madre del rey y su trágico destino.

En la actualidad, los estudiosos tienden a ver en María una figura compleja, atrapada entre las estructuras patriarcales de su tiempo y las exigencias de un entorno político despiadado. Su vida osciló entre el poder y la humillación, la influencia y el exilio, el linaje regio y la difamación pública. Como reina, fue invisible; como madre, fue repudiada; como mujer, fue temida y vilipendiada.

Sin embargo, su historia permite comprender mejor las dinámicas del poder femenino en la Castilla del siglo XIV, así como el papel que las reinas podían jugar no solo como esposas o madres, sino como actrices políticas de primer orden. María de Portugal, más que una víctima, fue una protagonista activa de su tiempo, y su sombra siguió proyectándose sobre la historia castellana mucho después de su desaparición.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "María de Portugal (1313–1357): Reina Olvidada, Madre del Cruel y Sombra del Poder Castellano". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/maria-de-portugal-reina-de-castilla [consulta: 29 de septiembre de 2025].