Gómez Restrepo, Antonio (1860-1947).
Poeta, ensayista, traductor, crítico literario, político y diplomático colombiano, nacido en Bogotá en 1860 y fallecido en su ciudad natal en 1947. Humanista fecundo y polifacético, cultivó con limpieza y pulcritud la creación poética en su vertiente más clásica, aunque en la actualidad es principalmente recordado por su extensa y fructífera labor como crítico literario e historiador de la literatura, por medio de la cual se convirtió en uno de los grandes especialistas en el estudio de las letras escritas en lengua castellana (especialmente, en la literatura española del Siglo de Oro), así como en una de las voces más autorizadas en el análisis de las nuevas formas de expresión poética de su tiempo.
En su faceta de hombre público, Antonio Gómez Restrepo prestó grandes servicios a la Administración de su país, tanto en su condición de secretario del presidente Carlos Holguín (1832-1894) como en su posterior desempeño de la cartera ministerial de Educación. Asimismo, desplegó una intensa carrera diplomática que, además de elevarle en diferentes etapas de su vida al rango de embajador (así, v. gr., en México y Perú), le permitió recorrer numerosos países de América y Europa, y entrar en contacto con los principales foros artísticos e intelectuales del VIejo Continente (sobre todo, en Madrid, donde recibió una poderosa influencia de la escuela filológica tradicionalista representada por Marcelino Menéndez y Pelayo, hasta el punto de convertirse en uno de los más señalados discípulos del erudito santanderino).
Aún no había, en efecto, cumplido los veinticinco años de edad cuando ya fue distinguido con el honor de ser propuesto para ocupar un sillón como miembro de número en la Real Academia Española, a instancias nada menos que del propio Menéndez y Pelayo, del dramaturgo Manuel Tamayo y Baus y del poeta Gaspar Núñez de Arce, a la sazón figuras precipuas del panorama literario español (posteriormente, fue también elegido miembro de la Academia de la Historia). Sin duda alguna, estos precoces contactos con la escuela tradicionalista española dirigieron su interés vocacional y profesional hacia el estudio de los clásicos del Siglo de Oro, a los que durante toda su vida rindió un reconocido tributo, tanto en su faceta creativa como en sus labores de crítico e historiador de la literatura. También influyeron en sus criterios estéticos y en su concepción del hecho literario los grandes maestros colombianos que representaban la continuidad de la tradición humanística, como Miguel Antonio Caro, Rufino José Cuervo y, entre otros, Marco Fidel Suárez.
Por lo demás, sus arraigadas convicciones conservadoras (en las que ocupó un lugar relevante su firme religiosidad católica) le llevaron a establecer, en su particular baremo de los méritos que han de adornar una obra literaria, algunos valores clásicos tan reñidos con la modernidad como el orden, la armonía, el equilibrio, la naturalidad, la armonía y el respeto a la moral vigente y a las buenas costumbres. Por ello, no es de extrañar su confusión a la hora de aproximarse a la obra de los poetas modernistas de su tiempo, en los que, por un lado, admiraba sus grandes hallazgos expresivos y su apelación a la mejor tradición medieval, renacentista y barroca, mientras que, por otro lado, rechazaba sus excesos formales y expresivos, tan alejados de la serena quietud del clasicismo. Lo más significativo de su obra crítica está reunido en los cuatro gruesos volúmenes de su monumental Historia de la literatura colombiana (Bogotá: Imprenta Nacional, 1938-1945), en la que, con más afán de erudición que rigor historiográfico, ofrece un interesante recorrido cronológico por las letras de su nación, desde la época colonial hasta el estallido del Romanticismo procedente de Europa. También publicó, en colaboración con Juan Valera, Antonio Rubio y el ya citado Menéndez y Pelayo, La literatura colombiana (1918), y fue autor de otros trabajos críticos tan relevantes como Ensayo sobre los estudios críticos de Rafael M. Merchán, cuya redacción inició cuando sólo contaba dieciséis años de edad.
Bien destacable resulta, asimismo, el trabajo de traducción que llevó a cabo Antonio Gómez Restrepo al verter al castellano las obras de algunos de los más relevantes poetas italianos del siglo XIX, como Giosué Carducci y Giacomo Leopardi, de quien presentó unos espléndidos Cantos de Giacomo Leopardi, traducidos en verso castellano (Roma: Scuola Tipográfica Salesiana, 19129).
Como ya se ha indicado al comienzo de esta breve semblanza bio-bibliográfica, la trasnochada producción poética original de Antonio Gómez Restrepo no merece apenas la atención de la crítica y los lectores modernos (con la anecdótica excepción de su famoso soneto «Los ojos», presente en numerosas muestras antológicas de poesía española e hispanoamericana). Sin embargo, el erudito bogotano se aplicó en vida con tenacidad a la creación lírica, y dejó impresos algunos poemarios como Ecos perdidos (París: Imp. de Durand, 1893), Relicario (1928) y Amor supremo. Su ya superada inspiración romántica y, al mismo tiempo, su emulación intencionada y consciente de los moldes formales de la tradición clásica quedaron también patentes en otras colecciones de versos como Leyendo a Homero y Viaje a Grecia.
Bibliografía
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BONILLA, Manuel Antonio. «Don Antonio Gómez Restrepo y su obra literaria», en Revista de América (Bogotá), I, 1 (1945), págs. 132-136.
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CAPARROSO, Carlos Arturo. «Gómez Restrepo, crítico literario», en Boletín Cultural y Bibliográfico (Bogotá), III, 3 (1960), págs. 191-194.
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CARRANZA, Eduardo. La musa sosegada de Gómez Restrepo», en Boletín Cultural y Bibliográfico (Bogotá), III, 8 (1960), págs. 498-500.
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MARTÍN, Carlos. «Antonio Gómez Restrepo», en Boletín Cultural y Bibliográfico (Bogotá), IV, 3 (1961), págs. 194-197.
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MAYA, Rafael. «Antonio Gómez Restrepo, poeta y crítico», en Letras y letrados (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1975), págs. 29-49.