Manuel Fraga Iribarne (1922-2012): Arquitecto del conservadurismo español y protagonista de la transición democrática

Manuel Fraga Iribarne (1922-2012): Arquitecto del conservadurismo español y protagonista de la transición democrática

Orígenes y Formación Académica: De Villalba a Madrid

Manuel Fraga Iribarne nació el 23 de noviembre de 1922 en la localidad gallega de Villalba, en la provincia de Lugo. Hijo de emigrantes cubanos, pasó algunos años de su infancia en la isla caribeña, donde nacieron varios de sus hermanos. Esta conexión con el continente americano fue una característica singular en la vida del futuro político, quien no solo tuvo un marcado acento gallego, sino que también conservó siempre una especial vinculación con la cultura y la historia de América Latina. De vuelta a España con su familia tras la Guerra Civil, Fraga vivió de primera mano las dificultades de una España devastada por el conflicto, un escenario que marcaría su pensamiento y su carrera política en los años venideros.

Desde joven, Fraga demostró una gran inclinación hacia los estudios. En 1939, al regresar a Galicia, inició sus estudios de Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela, un periodo que estuvo lleno de tensiones sociales y políticas debido a la recién instaurada dictadura franquista. El joven Fraga, sin embargo, mostró desde el inicio una mentalidad pragmática y una ambición desmesurada por lograr un futuro destacado. Este rasgo lo acompañaría a lo largo de toda su carrera política. Al año siguiente, en 1940, se trasladó a Madrid, donde continuó su formación en la Universidad Complutense, consolidando una de las trayectorias académicas más destacadas de su generación.

La Universidad Complutense de Madrid fue, en esa época, un punto neurálgico del pensamiento político y de la formación de las élites españolas. Fraga, con su dedicación y esfuerzo, consiguió graduarse en Derecho en 1944, obteniendo el título con un premio extraordinario, una distinción que destacaba no solo sus habilidades académicas, sino también su capacidad de análisis y síntesis en un contexto intelectual difícil y plagado de censura. Su excelencia académica no pasó desapercibida, y en el mismo año obtuvo el doctorado en Derecho con una tesis sobre un tema de gran relevancia para su futuro ideológico: “Luis de Molina y el derecho de la guerra”. En este trabajo, Fraga exploró las bases jurídicas de la guerra en la tradición del pensamiento español, algo que sería una constante en su carrera, en la que la teoría política y la ética del poder jugarían un papel fundamental.

Además de su formación en Derecho, Manuel Fraga se interesó profundamente por las Ciencias Políticas y Económicas, un campo de estudio que le permitió comprender mejor las estructuras de poder, la administración pública y los mecanismos de control social. Obtuvo un segundo doctorado en Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad de Madrid, lo que consolidó aún más su perfil académico. Durante esta etapa, Fraga no solo fue un brillante estudiante, sino también un joven pensador en formación, cuyas ideas sobre el Estado y la política fueron moldeadas por los sucesos históricos que marcaron a España a mediados del siglo XX, como la dictadura de Franco y la Segunda Guerra Mundial.

En 1945, con apenas 23 años, Fraga comenzó a destacar en el ámbito profesional al aprobar la oposición para ingresar como letrado en las Cortes Españolas, un paso que le permitió establecer relaciones con los círculos de poder del régimen franquista. Desde ese momento, su carrera política y académica tomarían caminos paralelos, ambos cargados de influencia, hasta convertirlo en uno de los pilares más importantes del panorama político español. Fraga fue un hombre que entendió que la educación era una herramienta fundamental para el ascenso en el mundo político, y en ello basó buena parte de su estrategia de poder.

Fraga, ya como funcionario de alto nivel, ingresó en la Escuela Diplomática de Madrid en 1946, donde se formó como diplomático. En 1947 obtuvo el puesto de secretario de tercera clase en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Esta formación diplomática fue clave para comprender su visión del Estado y las relaciones internacionales. En un contexto donde España se encontraba aislada de la comunidad internacional, Fraga se movió con soltura en estos círculos, y su presencia en el Ministerio de Asuntos Exteriores permitió a su carrera internacional dar un paso importante.

A pesar de sus nuevas responsabilidades en el ámbito de la diplomacia, Fraga no dejó atrás su faceta académica. En 1948, a los 26 años, se convirtió en catedrático de Derecho Político en la Universidad de Valencia, un nombramiento que no solo le brindó estabilidad laboral, sino también la oportunidad de influir en futuras generaciones de pensadores y políticos. Su labor como docente era reconocida tanto en España como en el extranjero, y fue un espacio donde pudo ampliar su pensamiento y las conexiones que serían cruciales en sus futuros cargos políticos.

En 1953, Fraga regresó a la Universidad de Madrid, donde asumió la cátedra de Teoría del Estado y Derecho Constitucional en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas. Este puesto consolidó su figura académica y le permitió formar parte de una de las universidades más prestigiosas del país, donde ejerció su magisterio durante casi cuatro décadas. Fue un periodo en el que Fraga se convirtió en una de las voces más respetadas del pensamiento conservador español, un conservadurismo moderado, pero a la vez pragmático, que adaptaba las ideas tradicionales a los cambios sociales y políticos que se sucedían en Europa. Durante estos años, Fraga también ocupó numerosos cargos honoríficos y fue reconocido por sus contribuciones a la ciencia política y el Derecho.

La combinación de su formación académica y su temprano ingreso en la administración pública le permitió a Fraga labrarse una carrera que no solo se apoyaba en sus conocimientos, sino también en su capacidad para moverse entre los círculos de poder. Fue un hombre que, desde sus primeros pasos en la política, supo que el éxito no solo dependía de la brillantez intelectual, sino también de la habilidad para crear redes de influencia. Su influencia académica le permitió proyectarse como un líder, no solo dentro de su campo de estudio, sino también como un referente dentro del régimen franquista.

En 1987, cuando celebró su 65 cumpleaños, Fraga decidió retirarse del ámbito académico, cerrando así un capítulo importante de su vida. Sin embargo, su influencia en la academia y la política nunca desapareció. Siempre destacó por su habilidad para conciliar su pensamiento académico con la acción política, creando un puente entre el pasado, el presente y el futuro de España.

La Transición y la Formación del Partido Popular: De la dictadura a la democracia

La carrera política de Manuel Fraga estuvo íntimamente ligada a los cambios históricos que marcaron la transición de España desde la dictadura franquista hacia una democracia parlamentaria. Fraga, que se había formado en un contexto autoritario y conservador, supo adaptarse a las nuevas circunstancias políticas que emergieron tras la muerte de Francisco Franco en 1975. Su papel en la política española de los años 60 y 70 fue crucial no solo en términos de liderazgo en el régimen franquista, sino también en el proceso de apertura política y en la consolidación de un espacio para la derecha española en la nueva democracia.

Fraga debutó en la política nacional en 1951 cuando fue nombrado secretario general del Instituto de Cultura Hispánica, un cargo en el que comenzó a desempeñar funciones de relevancia en el ámbito cultural del régimen. Posteriormente, asumió varias posiciones clave dentro del aparato estatal, incluyendo la Secretaría General del Consejo Nacional de Educación (1953), y la Secretaría General Técnica del Ministerio de Educación (1955-1958). Su habilidad como burócrata eficaz le permitió consolidarse como un político influyente dentro del régimen de Franco, lo que le abrió nuevas puertas en el futuro. Sin embargo, no fue hasta 1962 cuando Fraga alcanzó un cargo ministerial de relevancia: el Ministerio de Información y Turismo, un puesto en el que se ganó la fama de ser un político reformista dentro del propio régimen.

Durante su mandato en el Ministerio de Información y Turismo, Fraga promovió una serie de reformas que marcaron un hito en el franquismo. En un momento en que España comenzaba a integrarse cada vez más en la economía global, Fraga apostó por modernizar la estructura informativa y turística del país, y promulgó la Ley de Prensa e Imprenta de 1966, que suprimió la censura previa, permitiendo un mayor margen de libertad en los medios de comunicación. Esta medida fue vista como una clara señal de que Fraga deseaba una apertura dentro del propio régimen. Además, se comprometió con el desarrollo del turismo, transformando esta industria en una de las principales fuentes de ingresos del país y promoviendo la creación de los paradores nacionales, un hito en la estrategia de promoción turística.

Aunque sus políticas en el ámbito de la información y el turismo fueron notables, no todos los sectores del régimen franquista vieron en Fraga una figura que representara una verdadera transformación. De hecho, Fraga se enfrentó a una fuerte oposición interna por parte de los sectores más conservadores del régimen, conocidos como los inmovilistas, quienes consideraban que cualquier tipo de reforma comprometía la estabilidad del sistema. No obstante, la visión de Fraga de un régimen más moderno y flexible le permitió ganar popularidad entre los sectores más reformistas del franquismo.

En 1969, tras una serie de desacuerdos con otros sectores del régimen, Fraga fue apartado del Gobierno y se retiró momentáneamente de la política activa. Sin embargo, su figura no desapareció de la escena política. En 1973, tras la muerte de Luis Carrero Blanco, el presidente de Gobierno de Franco, se reactivó la posibilidad de que Fraga asumiera una responsabilidad de liderazgo en el régimen. Fue entonces cuando su nombre apareció junto a los de otros políticos como Carrero Blanco y Fernández Cuesta en la terna de «presidenciables» que el Consejo del Reino presentó al dictador Francisco Franco, como posibles sucesores para el cargo de presidente del Gobierno. Sin embargo, Franco optó por elegir al almirante Carrero Blanco, dejando a Fraga en una posición secundaria.

A raíz de la muerte de Franco en 1975, España experimentó una transición hacia la democracia que fue rápida y compleja, pero necesaria. Fraga, que hasta ese momento había sido un político profundamente vinculado a la dictadura, se vio ante un dilema: cómo adaptarse a un nuevo contexto político sin perder su base de apoyo dentro de la derecha. Fue en este momento cuando decidió dar un paso decisivo en su carrera y convertirse en uno de los arquitectos de la nueva derecha española en la democracia.

En 1976, tras la muerte de Franco, Manuel Fraga fundó un nuevo partido político: Reforma Democrática (RD), en un intento por aglutinar a los sectores más conservadores del franquismo y ofrecer una alternativa política viable en un entorno democrático. Este movimiento se concibió como una propuesta de reformas dentro de un sistema político democrático que garantizara la perpetuación de los principios de la derecha tradicional. No obstante, Fraga fue consciente de que la situación política del momento requería una mayor amplitud de miras para conseguir una representación más fuerte. En este sentido, fue clave la creación de Alianza Popular (AP), una coalición que unió diversas fuerzas políticas conservadoras y reformistas bajo un mismo paraguas ideológico.

La creación de Alianza Popular en 1976 fue un hito crucial para Fraga y para la política española de la época. Este movimiento político se presentó como un conglomerado de partidos de derecha, que abogaba por la estabilidad política y el mantenimiento de los valores conservadores en una España que se dirigía hacia la democratización. En sus primeros años, Alianza Popular no tuvo un apoyo electoral masivo, pero fue en gran medida la punta de lanza para organizar a la derecha española en el nuevo marco democrático.

Fraga, que se había erigido como la figura más destacada de la nueva Alianza Popular, asumió su liderazgo en el partido, consolidándose como el principal referente de la derecha en los años de la transición. Durante las elecciones generales de 1977, Alianza Popular no logró un resultado significativo en términos de representación, obteniendo solo 16 diputados en el Congreso. Sin embargo, Fraga y su equipo decidieron persistir en su proyecto político. En los años siguientes, Alianza Popular logró una cierta consolidación, pero sus primeros años estuvieron marcados por luchas internas y la necesidad de redefinir su estrategia política.

A pesar de los modestos resultados de Alianza Popular en las primeras elecciones democráticas, Fraga continuó ejerciendo una notable influencia en la política española. En 1978, Fraga se convirtió en uno de los miembros más importantes de la Comisión de Asuntos Constitucionales encargada de redactar la Constitución Española de 1978. Aunque su participación en el proceso constitucional fue fundamental, su visión del nuevo marco democrático era más conservadora que la de otros miembros de la ponencia, lo que le permitió tener un peso destacado en los debates constitucionales.

El éxito de Fraga no se limitó solo a su capacidad para influir en la política española, sino también en su habilidad para establecer alianzas con otros líderes de la derecha, como José María Aznar, con quien más tarde formaría una relación estratégica que garantizaría la continuidad del liderazgo popular en la política española.

Fraga fue reelegido presidente de Alianza Popular en 1979, durante un congreso que consolidó su figura al frente del partido. Sin embargo, sus primeras victorias en las urnas fueron modestas y marcaron el comienzo de una transición interna en Alianza Popular hacia una organización más cohesionada, que eventualmente daría lugar al Partido Popular (PP) en 1989.

La Presidencia de la Xunta de Galicia: Un líder regional en el corazón de la política española

En 1989, tras años de consolidación política dentro del Partido Popular y una relevante carrera a nivel nacional, Manuel Fraga Iribarne decidió centrarse en su tierra natal, Galicia. A los 67 años, había alcanzado una etapa crucial de su vida política, y la oportunidad de liderar la Xunta de Galicia representaba una nueva etapa en su carrera, con un desafío único: aplicar su visión política en un contexto regional. Tras décadas de política nacional, Fraga optó por dar un giro estratégico a su carrera y luchar por el liderazgo de su comunidad autónoma, un paso que marcaría profundamente tanto a su figura como al futuro del Partido Popular en Galicia.

En 1989, Fraga decidió presentar su candidatura a la presidencia de la Xunta en las elecciones autonómicas del 17 de diciembre. Con el respaldo del Partido Popular, que en ese momento vivía una reestructuración interna tras la salida de algunos de sus miembros más prominentes, Fraga ganó la primera mayoría absoluta del PP en Galicia, lo que permitió al veterano político asumir el cargo de presidente de la Xunta. Este triunfo fue visto como un hito importante no solo para Fraga, sino también para el PP, que logró por primera vez situarse en una posición de dominio político en una comunidad autónoma.

La investidura de Manuel Fraga como presidente de la Xunta el 5 de febrero de 1990 en Santiago de Compostela estuvo marcada por un evento simbólico y colorido. La ceremonia fue celebrada con gran pompa, y la presencia de 1.200 gaiteiros (músicos que tocan la gaita gallega) y 500 litros de queimada, una bebida tradicional gallega, añadió un tono festivo y cultural a la ocasión. Este evento no solo reflejaba la importancia de su investidura, sino también la identidad de Fraga como líder regional, que entendió desde el principio que su liderazgo no solo era político, sino también cultural y simbólico.

Durante su primer mandato como presidente, Fraga se dedicó a resolver algunos de los problemas más acuciantes de Galicia, un territorio históricamente afectado por la dependencia del sector pesquero y las dificultades estructurales de su economía. El sector pesquero gallego, que en los años 80 atravesaba una grave crisis debido a la sobreexplotación de los recursos marinos y la competencia internacional, se convirtió en uno de los principales objetivos de la política de Fraga. A solo tres meses de su investidura, solicitó al Gobierno central que le cediera las máximas competencias en el ámbito pesquero, buscando mejorar la gestión de puertos y pesquerías, y otorgar mayor autonomía a Galicia en este sector clave para su economía.

Su primer mandato también estuvo marcado por un fuerte impulso en infraestructuras y en la modernización del sector agrícola y ganadero de la región. Fraga fue un defensor del desarrollo de las infraestructuras de transporte, y uno de los proyectos que impulsó con mayor fuerza fue el de la autovía del Atlántico, un proyecto vial que mejoraría la conexión entre las principales ciudades gallegas y facilitaría el acceso a puertos y aeropuertos, crucial para el desarrollo del comercio y el turismo en Galicia. Este tipo de iniciativas infraestructurales fueron vistas como un avance importante en un territorio históricamente marginado en cuanto a inversiones públicas y desarrollo de infraestructuras.

En 1993, Fraga revalidó su triunfo en las elecciones autonómicas, obteniendo una victoria arrolladora con 43 diputados frente a los 19 obtenidos por los socialistas de Antolín Sánchez Presedo y los 13 del BNG (Bloque Nacionalista Galego). Esta victoria consolidó la figura de Fraga como un líder político de primer orden no solo en Galicia, sino también a nivel nacional. A pesar de los retos inherentes a la gestión de una comunidad autónoma en una España democrática en proceso de consolidación, Fraga logró posicionarse como una figura clave en la política gallega y española, mostrando una habilidad excepcional para mantener el control de su partido en la región y presentar una alternativa política sólida en medio de los desafíos de la época.

El apoyo que Fraga recibió de los gallegos durante sus mandatos también fue el reflejo de un proceso más profundo: la consolidación del Partido Popular de Galicia (PPdeG) como una fuerza política dominante en la región. Aunque Fraga ya había liderado el PP a nivel nacional, fue en Galicia donde consolidó su mayor bastión de poder. La relación estrecha de Fraga con Galicia, su tierra natal, le permitió conectar emocionalmente con los gallegos, y su figura se convirtió en un símbolo de la autonomía y la fuerza política de la región.

Durante su segundo mandato como presidente, que comenzó en 1997 tras una nueva victoria electoral, Fraga continuó avanzando en proyectos de desarrollo regional y bienestar social. Se centró en áreas como la educación y la sanidad, donde implementó medidas para mejorar los servicios públicos y la calidad de vida de los gallegos. Uno de los puntos más destacados de su segundo mandato fue su intervención frente a la crisis sanitaria generada por el brote de “vacas locas”. A pesar de las críticas recibidas por su gestión, Fraga consiguió superar este reto, defendiendo la salud pública mientras mantenía el apoyo de su base electoral.

No obstante, su segundo mandato no estuvo exento de controversias. En 2002, la región vivió uno de los momentos más difíciles de su historia contemporánea: el desastre del Prestige, un petrolero que se hundió frente a las costas gallegas, provocando una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia de España. La crisis del Prestige puso a prueba la capacidad de Fraga para gestionar situaciones críticas. Las decisiones tomadas por su gobierno durante la gestión de la catástrofe fueron fuertemente cuestionadas tanto por la oposición como por la ciudadanía, lo que desencadenó una crisis política dentro de su partido. A pesar de este escándalo, Fraga logró salvar una moción de censura presentada por el BNG en el Parlamento gallego, demostrando su capacidad para navegar por momentos de gran tensión política y mantener el control de su gobierno.

A pesar de los esfuerzos de su gobierno por mejorar la imagen de Galicia y garantizar su prosperidad económica, los retos eran inminentes. En 2005, después de haber sido elegido nuevamente en las elecciones autonómicas, Fraga se enfrentó a una difícil situación política. A sus 82 años, su salud comenzaba a decaer, y la crisis interna en el Partido Popular de Galicia también afectaba su liderazgo. En los comicios de 2005, el PPdeG no consiguió una mayoría absoluta tan aplastante como en el pasado, y las tensiones dentro del partido y la oposición de los socialistas y los nacionalistas gallegos crearon un ambiente de incertidumbre. Finalmente, a pesar de ganar las elecciones, la falta de apoyo de algunos sectores clave en el Parlamento gallego llevó a la alternancia de poder con la llegada de Emilio Pérez Touriño del PSdG a la presidencia de la Xunta, tras una negociación con los partidos nacionalistas.

Crisis, Desafíos y Legado: Un hombre bajo presión

Durante las últimas décadas de su carrera, Manuel Fraga se enfrentó a una serie de crisis políticas, internas y externas, que pusieron a prueba no solo su habilidad como líder, sino también su capacidad para adaptarse a los cambios en la política española y gallega. Aunque logró superar muchos de estos obstáculos, los últimos años de su presidencia en la Xunta de Galicia estuvieron marcados por una creciente presión política, tanto dentro de su propio partido como por la competencia externa. Sin embargo, su habilidad para mantener su figura como uno de los líderes más influyentes de España durante más de medio siglo sigue siendo un testamento de su capacidad política.

Uno de los momentos más críticos de la etapa final de su carrera política fue la gestión de la crisis del Prestige en 2002. Este desastre medioambiental, causado por el hundimiento del petrolero Prestige frente a las costas gallegas, se convirtió en un test político fundamental para Fraga. La catástrofe ecológica no solo afectó al medio ambiente, sino que tuvo un impacto devastador en la imagen de su gobierno y en la percepción pública de su liderazgo. Las decisiones del gobierno gallego, como la gestión inicial de la catástrofe y las controversias sobre la forma en que se trató el derrame de petróleo, fueron fuertemente criticadas. La situación se agravó por la percepción de que el gobierno central, presidido por el Partido Popular, no estaba tomando las medidas necesarias para mitigar los efectos del desastre. El manejo de la crisis, desde la falta de previsión en la respuesta hasta la polémica evacuación de los barcos a zonas alejadas de la costa gallega, resultó en un aumento de las tensiones tanto con los medios de comunicación como con la oposición política.

La crisis del Prestige marcó un punto de inflexión en la carrera de Fraga. Mientras la oposición nacionalista y socialista se manifestaba con virulencia, presentando mociones de censura en el Parlamento gallego, el presidente de la Xunta se vio obligado a defender su gestión ante un panorama de creciente descontento social. A pesar de las presiones, Fraga logró superar las mociones de censura gracias al apoyo de su mayoría absoluta en el Parlamento gallego. Sin embargo, el impacto del desastre ecológico fue profundo, ya que, aunque pudo mantenerse en el poder, la imagen de su liderazgo sufrió un daño considerable. Esta crisis hizo que muchos comenzaran a cuestionar si Fraga, con su avanzada edad y su historial de salud delicada, debía continuar liderando Galicia.

Más allá de la crisis del Prestige, otro desafío importante para Fraga fue la incertidumbre sobre su sucesión. A medida que su salud empeoraba y su liderazgo dentro del partido y la región comenzaba a ser cuestionado, surgieron voces dentro del Partido Popular que pedían un relevo generacional en la política gallega. La tensión interna creció con cada elección, y a pesar de las victorias continuas del PP bajo su liderazgo, la necesidad de encontrar un sucesor adecuado se convirtió en un tema recurrente dentro de la formación política. En 2005, cuando Fraga decidió postularse nuevamente a la presidencia de la Xunta, la situación política en Galicia ya había cambiado significativamente. Los resultados electorales fueron mucho más ajustados que en anteriores ocasiones, y las tensiones dentro de su propio partido y en la oposición se intensificaron. El PSdG y el BNG lograron formar un pacto de gobierno, y la alternativa de poder finalmente se hizo realidad con la llegada de Emilio Pérez Touriño a la presidencia de la Xunta, lo que marcó el fin de la era de Fraga al frente del Gobierno gallego.

Aunque Fraga perdió la presidencia de la Xunta, su influencia política no desapareció de inmediato. A pesar de los desafíos internos y externos, el legado de Manuel Fraga permaneció intacto, sobre todo debido a su capacidad para remodelar el Partido Popular y consolidar una estructura de poder que perduraría incluso después de su retiro. A nivel nacional, su papel en la creación y consolidación del PP fue crucial, ya que fue uno de los principales arquitectos de la transición de Alianza Popular a un partido que desempeñaría un papel fundamental en la política española. Aunque Fraga nunca alcanzó la presidencia del Gobierno español, su figura fue indiscutiblemente una de las más destacadas en la política de la transición.

En este sentido, su legado dentro de la derecha española es incuestionable. Manuel Fraga fue un hombre que supo adaptarse a los tiempos sin perder de vista sus principios. Su capacidad para liderar en tiempos difíciles y su enfoque pragmático le aseguraron una posición de relevancia dentro del panorama político español durante más de medio siglo. A lo largo de su carrera, fue clave para consolidar la alternancia política en España y para posicionar al Partido Popular como el principal referente de la derecha democrática.

Sin embargo, el legado de Fraga también está marcado por contradicciones. Si bien fue un defensor de la unidad de España y un ferviente promotor de la autonomía regional, su política en Galicia estuvo marcada por la tensión entre el regionalismo gallego y la identidad española. Aunque Fraga siempre defendió el desarrollo de Galicia como una comunidad autónoma dentro del marco de España, sus relaciones con los sectores más nacionalistas de Galicia fueron complicadas. A pesar de su habilidad para consolidar el poder en la región, su figura también fue objeto de críticas por aquellos que veían en él una representación del centralismo y el autoritarismo de su época en el franquismo.

Una de las características que definió su personalidad fue su lealtad al Partido Popular y su profunda convicción de que su liderazgo era necesario para garantizar la estabilidad política y económica de Galicia. Este sentido del deber y su visión de la política como una misión lo llevaron a seguir al frente de su partido durante años, incluso cuando los problemas de salud y la crítica pública comenzaron a minar su resistencia. La transición de poderes dentro del PP gallego fue otro de los grandes desafíos de los últimos años de su carrera, y fue en este contexto que se presentó la figura de Alberto Núñez Feijóo, quien sería su sucesor y continuaría con el proyecto político que Fraga había iniciado.

La relación de Fraga con Feijóo y con otros miembros del PP fue clave para asegurar el futuro del partido en Galicia. El apoyo de Fraga al liderazgo de Feijóo representó el cierre de un ciclo, el paso de un modelo de liderazgo personalista hacia un estilo más renovado y adaptado a los nuevos tiempos. A pesar de que Fraga ya no estaba en el poder, su influencia seguía siendo fuerte dentro del PP gallego, y su figura fue clave para garantizar la estabilidad interna en los años sucesivos.

A nivel internacional, Manuel Fraga también dejó su huella. Fue un firme defensor de la Unión Europea y un apasionado promotor de la internacionalización de Galicia y España. Durante su tiempo al frente de la Xunta, Fraga participó activamente en varias organizaciones internacionales, como la Asociación de Regiones Fronterizas de Europa (ARFE) y la Comisión del Arco Atlántico, buscando siempre situar a Galicia en el mapa europeo y global. Su visión global de la política regional fue una de las claves para posicionar a Galicia como un actor relevante dentro del contexto europeo.

El Final de una Era: El Retiro y la Muerte

Tras más de medio siglo de intensa vida política, Manuel Fraga Iribarne decidió dar por cerrada su etapa en el primer plano de la política activa en 2006, tras una carrera de éxitos y retos constantes que marcaron tanto la historia de Galicia como la de España. Sin embargo, la transición hacia su retiro no fue sencilla ni automática; como ocurrió con otros grandes políticos de su generación, la salida de Fraga del escenario político implicó un proceso que estuvo marcado por una serie de cambios y transformaciones en su partido y en el contexto político que él mismo había contribuido a configurar.

Fraga continuó desempeñando un papel importante en el Partido Popular de Galicia (PPdeG) incluso después de haber dejado la presidencia de la Xunta. En 2006, con la llegada de Alberto Núñez Feijóo como nuevo líder del PP gallego, Fraga pasó a ostentar el título de presidente honorífico del PPdeG, un cargo simbólico que consolidaba su legado como el fundador y máximo referente del partido en Galicia. Este relevo en la presidencia de la Xunta fue recibido como una señal de renovación dentro del partido, mientras que Fraga mantenía su influencia como una figura de peso dentro de la política gallega y española. A pesar de la llegada de nuevos líderes, como Feijóo, la figura de Fraga seguía siendo un símbolo tanto de la historia del PP como de la política gallega en su conjunto.

Fraga se mantenía activo en su vida pública, pero en un papel más secundario. Su figura seguía siendo respetada por muchos dentro de su partido y en la sociedad gallega, pero ya no tenía el mismo poder político de antaño. En 2006, Manuel Fraga decidió poner fin a su vida política activa, y aunque no abandonó completamente la política, optó por reducir significativamente su presencia pública. Un año después, en 2007, se confirmó su retiro definitivo de la política activa, cuando Mariano Rajoy, líder nacional del Partido Popular, lo felicitó públicamente por su servicio a España, señalando que, tras años de incansable dedicación, su tiempo había llegado a su fin.

Uno de los gestos más simbólicos de su retiro fue su elección como senador autonómico por Galicia en 2006, cargo que asumió como representante de la comunidad gallega en la Cámara Alta del Congreso de los Diputados. En ese contexto, Fraga se convirtió en uno de los políticos más longevos en activo, alcanzando la distinción de senador más veterano de España, lo que le permitió presidir la mesa de edad del Senado en 2008. Esta presidencia era un reconocimiento a su dilatada carrera, pero también simbolizaba el cierre de una era en la política española. En ese sentido, Fraga fue testigo de la llegada de nuevas generaciones de políticos al poder, quienes, a pesar de su respeto hacia él, representaban un cambio generacional que inevitablemente lo distanciaba del centro de la política.

En su última etapa, Fraga se dedicó a sus memorias y a compartir sus experiencias en la política a través de escritos y entrevistas. A lo largo de su carrera, Fraga fue un prolífico autor, con decenas de libros y publicaciones sobre temas de política, Derecho y teoría política. Muchos de sus escritos fueron fundamentales para entender su visión del Estado y la política española, ya que en ellos se reflejaba su profundo análisis del franquismo, la transición política y los procesos sociales y económicos que transformaron España en las últimas décadas. Entre sus obras más conocidas se encuentran “Así se gobierna España” (1949), “La crisis del Estado” (1955), “El pensamiento conservador español” (1981) y “Memoria breve de una vida pública” (1980), entre otras. Estos textos fueron una forma de consolidar su legado intelectual y político, permitiendo que las futuras generaciones comprendieran la evolución de su pensamiento y su papel en los momentos cruciales de la historia contemporánea de España.

A nivel internacional, Fraga también continuó siendo un referente de la internacional conservadora. A lo largo de su carrera, Fraga fue un defensor acérrimo de la Unión Europea y del papel de las regiones en el proyecto europeo. Durante los años 80 y 90, participó activamente en la Unión Democrática Internacional (IDU), una organización que agrupa a los partidos conservadores y de centro-derecha de todo el mundo, y con la que se comprometió a promover la unidad de las regiones y la defensa de los intereses de las comunidades periféricas en Europa. En este sentido, Fraga fue un defensor incansable de la autonomía regional y de la necesidad de fortalecer la cohesión social y política dentro del marco de la UE.

A pesar de su aparente retirada, la influencia de Fraga seguía vigente, y su figura se mantenía como un símbolo tanto para sus partidarios como para sus detractores. Los que lo admiraban lo consideraban un gran estadista que había sido fundamental en la consolidación de la democracia en España, mientras que sus críticos lo veían como un personaje del pasado, ligado a una época que España ya había superado. Sin embargo, no se puede negar que Fraga fue un hombre cuya huella perduró en la historia de España, tanto en el ámbito político como en el cultural.

El final de su vida llegó el 15 de enero de 2012, a los 89 años, cuando Manuel Fraga falleció en su casa de Madrid. La noticia de su muerte conmocionó a España y a Galicia, donde muchos lo consideraban un referente insustituible de la política regional. Su fallecimiento marcó el final de una era, la de uno de los últimos grandes actores de la transición española, cuyo liderazgo y influencia fueron fundamentales para el diseño de la democracia en el país.

Tras su muerte, Fraga fue recordado con honores por diversas instituciones, que le rindieron tributos póstumos destacando su papel en la historia política española. Desde su vinculación al franquismo hasta su participación activa en la transición democrática, su legado fue objeto de diversas interpretaciones, pero indudablemente, Fraga fue uno de los arquitectos más importantes del sistema democrático actual en España.

Aunque su figura fue compleja y su carrera estuvo marcada por momentos de controversia, lo cierto es que su contribución al desarrollo de la democracia española y la consolidación del sistema autonómico en Galicia le otorgaron un lugar destacado en la historia. A lo largo de su vida, Manuel Fraga supo superar adversidades, mantenerse en la vanguardia de la política española y adaptarse a los cambios de su tiempo, consolidándose como un actor clave en la política europea y española. Su legado es incuestionable y perdurará como uno de los grandes nombres de la historia política de España.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Manuel Fraga Iribarne (1922-2012): Arquitecto del conservadurismo español y protagonista de la transición democrática". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/fraga-iribarne-manuel [consulta: 28 de septiembre de 2025].