Cervantes, Rodrigo de [padre] (1509-1585).


Cirujano español, padre del escritor Miguel del Cervantes, nacido en Alcalá de Henares en 1509 y fallecido en Madrid el día 13 de junio de 1585. Nieto del humilde pañero Ruy Díaz de Cervantes, era hijo de los cordobeses Juan de Cervantes (hombre de Leyes, licenciado por la Universidad de Salamanca) y Leonor de Torreblanca (hija de un reputado médico establecido en dicha ciudad andaluza). Su oficio facultativo no implicaba en su época, en modo alguno, la pertenencia a un grupo de elevado rango económico y social, ya que por aquellos tiempos un cirujano ocupaba el peldaño más bajo entre los continuadores del legado de Hipócrates. Eran, en efecto, los encargados de realizar las prácticas curativas más elementales (sangrías, curas de urgencia, suturas menores, reducciones de torceduras y dislocamientos, etc.), labores que, en ocasiones -cuando no había cerca ningún cirujano- solían realizar también los barberos.

Conviene tener en cuenta todas estas precisiones acerca del oficio de Rodrigo de Cervantes para entender que el futuro autor del Quijote no vino al mundo en el seno de una familia económicamente privilegiada; por contra, puede afirmarse que el cirujano de Alcalá había venido a menos respecto a la fortuna y la posición social que alcanzara en su día su progenitor, que había llegado a ser consejero del duque del Infantado, don Diego Hurtado de Mendoza. En parte, la adversa fortuna que acompañó a Rodrigo de Cervantes a lo largo de toda su existencia se debió al abandono del hogar familiar por parte de su padre, quien dejó a doña Leonor de Torreblanca y a sus hijos en Alcalá de Henares y volvió a afincarse en su Córdoba natal, donde vivió muy holgadamente (con el desempeño de altos cargos y la atención de varios esclavos y criados) mientras su familia pasaba por estrechas dificultades en la ciudad complutense.

De la infancia y juventud del padre de Cervantes apenas han llegado noticias hasta nuestros días, salvo las que le recuerdan como un niño afectado tempranamente por una grave sordera. A pesar de ello, fue por aquel entonces cuando, en medio de la prosperidad que rodeaba a su familia -todavía unida- en Alcalá de Henares, debió de vivir los mejores momentos de su existencia. Los bienes de que hizo ostentación el licenciado Juan de Cervantes antes de abandonar definitivamente a su familia en Alcalá (servidores, caballos, ricas galas, etc.) justifican la predilección del joven Rodrigo por los buenos corceles, y su afición a tomar parte en justas y torneos ecuestres en los que solía brillar por encima de sus adversarios. Se sabe también que, a pesar de sus defectos de audición -o, tal vez, precisamente a causa de ellos-, fue muy aficionado al tañido de la viola.

Con poco más de veinte años -es decir, en los primeros años de la década de los cuarenta-, contrajo nupcias con Leonor de Cortinas, una joven perteneciente a una familia de ricos campesinos procedentes de Castilla la Vieja, pero establecidos en la vecina localidad madrileña de Arganda. Fruto de este matrimonio fueron siete hijos (tres hembras y cuatro varones), que vinieron al mundo por este orden: Andrés (nacido en 1543 -cuando Rodrigo y Leonor llevaban casados uno o dos años-, y muerto a los pocos días de su alumbramiento); Andrea (nacida en 1544 y fallecida en 1609; madre de Constanza, una de las muchas mujeres que vivieron durante varios años en casa de su célebre tío); Luisa (nacida en 1546 y fallecida en la tercera década del siglo XVII; profesó en el convento carmelita de la Concepción, de Alcalá de Henares, el 11 de febrero de 1565); Miguel (1547-1616); Rodrigo (nacido tres años después de que hubiera venido al mundo el futuro escritor, con el que compartió algunos destinos tan señalados como la milicia en Italia y el cautiverio en Argel; y fallecido en 1600, cuando tomaba parte activa en la batalla de las Dunas); Magdalena (nacida en 1553 y fallecida cinco años antes de que perdiera la vida el escritor, con el que también compartió residencia, fuera ya del hogar familiar); y Juan (nacido en 1555 y desaparecido en fecha ignorada).

Al parecer, los padres de Leonor de Cortinas no vieron con buenos ojos el matrimonio de su hija con Rodrigo de Cervantes, tal vez debido a que sus buenas posesiones en Arganda (donde eran dueños de ricas tierras paniegas) les permitían albergar fundadas esperanzas de que la joven concertarse un enlace mucho más provechoso para ella y para toda la familia. Por su parte, el licenciado Juan de Cervantes, desde su egoísta retiro cordobés, ni siquiera se molestó en contestar a Rodrigo cuando éste le escribió para solicitar -en un mero gesto de respeto y cortesía- su aprobación al matrimonio que pretendía contraer. Así pues, ambos cónyuges habían ido al altar sin las respectivas bendiciones paternas, y sin ellas debieron de afrontar su vida marital a partir de entonces, como queda bien patente en la ausencia de todos los abuelos -con la excepción de la madre del cirujano, que permaneció a su lado por espacio de varios años- durante los bautizos de su nutrida prole.

Las dificultades económicas pronto comenzaron a apretar a Rodrigo de Cervantes, quien a duras penas mantenía una exigua clientela en una ciudad universitaria como Alcalá de Henares, donde, por sobreabundancia de todos los alumnos rebotados de las aulas de medicina, ejercían a la sazón el oficio de «médicos zurujanos» centenares de jóvenes que apenas tenían pacientes a los que atender. A estas dificultades se vinieron a sumar, en el caso particular de Rodrigo, los problemas derivados de los malos servicios que, por descuido o negligencia, dispensó a uno de los hijos del marqués de Cogolludo, quien tildó al cirujano de incompetente y se negó a abonar sus honorarios. Amigo de pleitos -herencia que le había dejado, sin duda alguna, su progenitor-, Rodrigo de Cervantes intentó reclamar su paga por la vía judicial; pero las muchas dificultades con que se topó a la hora de promover un proceso contra tan alto personaje contribuyeron definitivamente a consolidar su desánimo.

Ante esta nulas perspectivas de progreso en su ciudad natal, el padre del futuro escritor decidió mudar de sede para establecerse en Valladolid, una de las ciudades más florecientes de Castilla a mediados del siglo XVI, cuyos treinta y cinco mil habitantes bien podrían surtir de clientela a un modesto cirujano necesitado de atender muchas curas para sostener su ya extensa familia. En abril de 1551 se instaló, pues, en compañía de su madre, su hermana María, su esposa y los cuatro hijos con que, a la sazón, contaba el matrimonio (Andrea, Luisa, Miguel y Rodrigo, pues recuérdese que el primogénito Andrés había muerto en la misma cuna), en una casa alquilada por dicha hermana en el barrio de Sancti Spiritus, donde, a juzgar por la calidad del vecindario, decidió invertir fuertemente en su negocio para ganarse pronto una fiel y solvente clientela. Así, contrató un ayudante y tomó un criado a su servicio, y se metió en una serie de gastos suntuarios que, exigidos por la necesidad de ponerse a la altura de sus posibles pacientes, pronto estuvieron muy por encima de las posibilidades económicas de los Cervantes.

Así las cosas, no llevaba ni un año establecido en la vieja ciudad castellana cuando, en noviembre de 1551, Rodrigo de Cervantes se vio forzado a pedir un préstamo cuyo vencimiento, fijado para el día de San Juan del año siguiente, puso de manifiesto la insolvencia del desafortunado cirujano, quien se declaró no sólo incapaz de devolver la cantidad prestada, sino imposibilitado incluso de satisfacer los intereses (establecidos, por lo demás, en unas condiciones muy próximas a lo que hoy se tendría por usura). Ello le condujo a la cárcel el día 2 de julio de 1552, y a ser embargado cuarenta y ocho horas más tarde, intervalo de tiempo que aprovechó su madre para poner a su nombre la mayor parte de los bienes familiares; de ahí que el inventario de las propiedades embargadas apenas si dé cuenta de algunos elementos de su modesto mobiliario, humildes ajuares y ropajes (como un juego de sábanas y algunos vestidos), una espada, su inseparable viola y una de las bibliotecas más pobres entre las que han dejado noticias en nuestros días (pues estaba compuesta por dos volúmenes de medicina y una gramática). Tal vez la rápida acción de doña Leonor de Torreblanca logró poner a salvo del embargo una parte considerable de los bienes que poseía su hijo; pero, aunque así hubiera sido, parece innegable que de la lectura del citado inventario se desprende que los Cervantes no vivieron con demasiadas holguras en Valladolid.

Sea como fuere, lo cierto es que permaneció en prisión durante el resto del verano y buena parte del otoño de aquel año de 1552, sin que su familia lograra reunir la cantidad necesaria para hacer frente a las deudas contraídas. El 7 de noviembre salió en libertad bajo fianza, pero al cabo de diez días volvió a dar con sus huesos en la cárcel, ya que sus acreedores seguían sin recibir ninguna muestra de que pudiera satisfacer los pagos pendientes. En diciembre de aquel mismo año y en enero del siguiente volvió a sufrir idénticos procesos de puesta en libertad e inmediato retorno a la celda, hasta que, ya en febrero de 1553, logró liquidar las pertenencias que su madre había puesto a salvo y saldar, con ellas, todas las cuentas que aún tenía pendientes con sus acreedores. En cuanto lo hubo hecho, volvió a subir a su familia en una carreta y regresó a Alcalá de Henares, en donde apenas pasó medio año.

La fallida aventura vallisoletana le invitó a probar fortuna por otros derroteros, por lo que dejó a su familia instalada en la ciudad complutense y viajó hasta Córdoba, en donde, según algunos documentos que han llegado hasta nuestros días, ya estaba instalado a finales de octubre de 1553. Compró, entonces, algunos bienes que le eran imprescindibles para la vida cotidiana (varias varas de tejido de lino y algodón), pero hubo de volver a endeudarse en su adquisición, ya que apenas debía de disponer de hacienda alguna después de haber gastado lo poco que le quedaba en volver a abrir una casa en Alcalá de Henares y dejarla equipada para que pudiera habitarla su familia.

Afincado, pues, al paso del Guadalquivir, en el barrio de San Nicolás de la Ajerquía, Rodrigo se convirtió en confidente (o, como se decía entonces, «familiar«) de los tribunales de la Inquisición, al tiempo que empezaba a prestar algunos servicios relacionados con su profesión (ora en la cárcel del Santo Oficio, como ayudante de un médico amigo de la familia, ora en el hospital de la Caridad). A pesar de que, en un principio, el licenciado Juan de Cervantes continuó desentendiéndose de la suerte de los suyos (como queda patente en el mencionado préstamo que hubo de pedir Rodrigo nada más llegar a Córdoba, sin que su padre le socorriera en este trance), parece ser que, a la postre, fue él quien movió sus influencias para que su hijo fuera admitido en algunos de estos trabajos.

Paso a paso, Rodrigo de Cervantes fue saliendo adelante merced al desempeño de su oficio en la ciudad natal de sus padres, quienes perdieron la vida poco tiempo después (Juan de Cervantes, en 1556; Leonor de Torreblanca -que, probablemente, había regresado a Córdoba en compañía de su hijo predilecto-, en 1557). Se ignora, en cambio, si durante este período de asentamiento hizo venir a su mujer y sus hijos desde Alcalá de Henares, por lo que no resulta fácil demostrar la estancia del futuro escritor, durante su infancia, en la capital cordobesa (como pretenden algunos de sus biógrafos).

Durante siete años, el nombre de Rodrigo de Cervantes no dejó huella alguna en los documentos de aquel período que habrían de llegar hasta nuestros días. Se supone que, tras haber sobrevivido en Córdoba gracias a las ocupaciones que le habían buscado sus familiares, volvió a ampararse en el auxilio de los suyos y viajó hasta la vecina localidad cordobesa de Cabra para reunirse con su hermano Andrés, quien, después de un ventajoso matrimonio, gozaba de una envidiable posición social en el municipio egabrense (donde llegaría a ocupar el cargo de corregidor). Y, en efecto, aparecen referencias que sitúan a Rodrigo de Cervantes en Cabra en 1564, aunque más relevantes son las que, en octubre de aquel mismo año, lo ubican ya en Sevilla, donde a la sazón regentaba varias casas de alquiler. El propietario de al menos una de esas viviendas era su hermano Andrés, quien sin duda había enviado allí a Rodrigo para ocuparle en el mantenimiento y la administración de sus bienes.

Se ha demostrado con testimonios fehacientes que, en la capital andaluza, el padre del «Manco de Lepanto» estuvo acompañado por su hija Andrea; pero, al igual que durante su estancia anterior en Córdoba, se ignora si hizo llegar hasta allí a su mujer y al resto de su prole. También se sabe con certeza que, en su residencia sevillana, Rodrigo de Cervantes vivió en vecindad con el dramaturgo Lope de Rueda, circunstancia que han aprovechado algunos biógrafos del autor del Quijote para justificar esa entusiasta afición al mundo de la escena que el propio Miguel confesaba sentir desde su juventud («desde muchacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula«). Otros estudiosos de la vida y obra de Cervantes, empecinados en probar la estancia del joven Miguel en la capital andaluza, en compañía de su padre, durante su adolescencia, afirman que asistió al colegio que regentaban los padres jesuitas en la calle de Don Pedro Ponce, donde -supuestamente- compartió aulas con su primo Juan (hijo de Andrés, el hermano de Rodrigo afincado en Cabra) y con el joven Mateo Vázquez (que acabaría convirtiéndose en secretario de Felipe II). Pero lo único cierto y comprobado por medio de los documentos que se conservan actualmente es que Rodrigo estaba en Sevilla acompañado por su hija Andrea, cuya conducta «disoluta» volvió a sumir al pobre cirujano de Alcalá en el concurrido tráfico de las instancias judiciales.

En efecto, Andrea tuvo una hija natural (y la consecuente reparación financiera decretada por los tribunales) del gentilhombre Nicolás de Ovando, sujeto demasiado elevado como para unirse en legítimo matrimonio con la hija de un modesto cirujano, ya que era hijo de un magistrado del Consejo del Rey y sobrino del vicario general de Sevilla. No obstante, merced a sus luego incumplidas promesas de matrimonio engendró en Andrea a Constanza -la sobrina que luego viviría durante varios años con el escritor-, y se vio obligado a satisfacer la reparación que, por haber faltado a su palabra, le exigieron Rodrigo y su hija.

A comienzos de 1565, Rodrigo de Cervantes abandonó Sevilla para reunirse con su familia en Alcalá de Henares, en cuyo cenobio carmelita de la Concepción su hija Luisa hizo sus votos de obediencia, pobreza y castidad el día 11 de febrero. Pero permaneció poco tiempo en su ciudad natal, porque el día 10 de abril ya estaba de nuevo en Córdoba, de donde pronto pasó nuevamente a Sevilla. Allí, su mala cabeza como administrador de sus propios bienes le enredó otra vez en un proceso por deudas, ya que, aprovechando su ausencia de la ciudad hispalense, un tal Rodrigo de Chaves había reclamado el embargo de sus bienes para satisfacer, con su venta, el pago de las cantidades que le adeudaba el cirujano. Esta vez, a falta del auxilio materno, fue su citada hija Andrea quien puso a salvo el exiguo patrimonio de Rodrigo, pues alegó que los bienes reclamados por el acreedor no eran propiedad de su padre, sino suya. Poco después de este episodio, Rodrigo recibió en Sevilla el aviso de que había muerto doña Elvira de Cortinas, madre de su esposa, motivo que le indujo a reunirse nuevamente con los suyos en Alcalá de Henares. Pero, consciente del escaso éxito laboral que había tenido en su ciudad natal, en el otoño de 1566 tomó la decisión de trasladarse con toda su familia a la vecina población de Madrid, que cinco años antes había estrenado, ufana y orgullosa, su flamante capitalidad.

La herencia de su suegra permitió a Rodrigo empezar a ganarse la vida en la Corte ejerciendo un oficio muy alejado de las labores de cirujano que había venido realizando hasta entonces. En efecto, en diferentes actas notariales que han llegado hasta nuestros días aparece citado nuevamente en relaciones financieras, pero ahora no como deudor, sino como prestamista. Al parecer, se asoció con diferentes hombres de negocios (como los italianos Pirro Bocchi y Francesco Musacchi, o el español Alonso Getino de Guzmán, organizador de espectáculos en Madrid) para asumir estas operaciones financieras, que se supone le permitieron sobrevivir sin estrecheces hasta el fin de sus días. Ello no implica, empero, que viviera con demasiadas holguras, a tenor de la donación que el 9 de julio de 1569 recibió del caballero genovés Francesco Locadelo, quien agradecía con su generosidad los cuidados médicos dispensados por Rodrigo de Cervantes y, de paso, en una acción de honorabilidad harto sospechosa, dotaba a su hija Andrea para que pudiera casarse con la mayor honra y dignidad posibles. Algunos biógrafos sospechan que la aceptación por parte de Rodrigo de tamañas muestras de liberalidad procedentes de este comerciante italiano ocultaba ciertos favores prestados previamente por Andrea, con la interesada connivencia de su progenitor.

Otra prueba de que Rodrigo de Cervantes no vivió en la abundancia durante sus últimos años de vida estriba en las dificultades que encontró su familia a la hora de enviar a Argel el importe de los rescates exigidos a cambio de la libertad de sus hijos Miguel y Rodrigo. En cualquier caso, lo cierto es que en su testamento (dictado en su lecho de muerte el día 8 de junio de 1585) nombró ejecutoras de sus disposiciones finales a su mujer, Leonor de Cortinas, y, sorprendentemente, a Catalina de Palacios, madre de su joven nuera Catalina de Salazar y Palacios, que se acababa de casar con Miguel de Cervantes, en su Esquivias natal, a finales del año anterior. Y aunque a su muerte se supo que apenas le quedaba nada para legar a los suyos, al menos se marchó de la vida con el orgullo y la satisfacción -fundamentales en quien tanto había echado mano de su ejecutoria de hidalguía- de no dejar sobre sus herederos ninguna deuda pendiente.

Bibliografía

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