Castro González, David, o «Luguillano» (1969-VVVV).
Matador de toros español, nacido en Valladolid el 5 de junio de 1969. En el planeta de los toros es conocido por su sobrenombre artístico de «Luguillano», apelativo de heredó de su progenitor, el también torero Santiago Castro Sanz. Además, dentro de su saga familiar también han vestido el traje de luces sus tíos Santiago y Clemente Castro Sanz, así como su hermano mayor Jorge Castro González.
Alentado por el ambiente taurino que respiró en su entorno familiar desde su temprana niñez, muy pronto decidió seguir los pasos de su padre con el propósito de alcanzar el honroso título de figura del Arte de Cúchares. Y así, tras un duro aprendizaje por las tientas y capeas a las que tenía acceso por influencias familiares, hizo su debut en una novillada picada el día 1 de septiembre de 1984 en la pequeña plaza vallisoletana de Medina del Campo, donde compartió cartel con su hermano Jorge y con el caballero rejoneador madrileño Manuel Vidrié Gómez, para enfrentarse con un lote procedente de la ganadería de doña Carmen Lorenzo Carrasco.
A pesar del apoyo hallado entre sus mayores, las asperezas inherentes a los difíciles comienzos del oficio de torero no le permitieron presentarse ante la primera afición del mundo hasta el día 4 de junio de 1987, fecha en la que el joven David Castro González hizo el paseíllo a través del redondel de la plaza Monumental de Las Ventas acompañado por otras dos grandes promesas del momento: el albaceteño Rafael Jiménez Mingo («Rafael de la Viña») y el toledano Juan Carlos Collado García («Niño de la Taurina»). Se jugaron aquella tarde reses criadas en las dehesas de don Manuel Martín Peñato, y el primer novillo que lidió y mató «Luguillano» ante el público madrileño era un astado negro mulato y bragado que atendía a la voz de Centenero. Posteriormente, regresó al coso venteño -todavía en calidad de novillero- el día 30 de mayo de 1989, fecha en la que resultó corneado de gravedad en un muslo.
Tras varias temporadas situado en los puestos intermedios del escalafón novilleril (y, en honor a la verdad, sin cosechar grandes éxitos que hicieran presagiar su futura inclusión entre las figuras del Arte de Cúchares), David Castro González afrontó la campaña de 1990 con el firme propósito de ingresar, por fin, en la nómina de los matadores de reses bravas. Así las cosas, el día 13 de mayo de dicho año, en las arenas de su Valladolid natal, «Luguillano» hizo el paseíllo apadrinado por su paisano Roberto Domínguez Díaz, quien le cedió la muleta y el estoque con los que había de trastear y despenar a Ruiseñor, un burel negro marcado con el hierro de Los Guateles. En calidad de testigo, se halló presente aquella tarde en el coso vallisoletano el diestro cartagenero José Ortega Cano, quien tuvo ocasión de contemplar las buenas maneras del toricantano durante la lidia del segundo enemigo de su lote, al que cortó una oreja.
Torero de alarmante pobreza en su registro de recursos técnicos, «Luguillano» sorprendió, en cambio, ya desde sus comienzos por una peculiar concepción estética del toreo que recordaba los alardes plásticos de otro célebre coletudo artista, el jerezano Rafael Soto Moreno («Rafael de Paula»). Sin embargo, lo que en Paula era -y sólo en muy contadas ocasiones- una composición plástica, entre agitanada y barroca, plagada de gracia y belleza, en su joven émulo se traducía demasiadas veces en un retorcimiento alambicado y antinatural de la figura, poco grato a los ojos de los aficionados puristas. Poco a poco, el diestro vallisoletano consiguió librarse de esta obsesiva fijación a la hora de componer -o, según cómo se mire, descomponer- la figura, para ir desplegando un toreo más personal y menos artificioso, en el que la persecución de la serenidad clásica no renuncia, empero, a algunos detalles pintureros de plasticidad estética. Ello quedó bien patente en la tarde de su confirmación de alternativa en la Monumental de Las Ventas, verificada el primer día de octubre de 1991, en el transcurso de la Feria de Otoño madrileña. Acompañado, en dicha ocasión, por el espada alicantino José María Dols Abellán («José Mari Manzanares») -que hacía las veces de padrino-, y por el genial lidiador colombiano Julio César Rincón Ramírez («César Rincón») -que comparecía en calidad de testigo-, «Luguillano» enjaretó una espléndida faena a su primer enemigo, de nombre Taquillero, adornado -como el resto del encierro- con la divisa de Sepúlveda. La lentitud, el temple y la ligazón que consiguió imprimir a algunos de sus muletazos puso en pie a la afición madrileña, que a buen seguro habría premiado el oficio y el arte de «Luguillano» con las dos orejas de su oponente, si el espada vallisoletano no hubiera fallado estrepitosamente a la hora de ejecutar la suerte suprema. Y, aunque las buenas maneras exhibidas por David Castro González quedaron impresas en las retinas de los aficionados cabales, lo cierto es que este inoportuno fallo a espadas le privó de una gloria que, para mayor desgracia del propio «Luguillano», también se habría visto eclipsada por la lidia magistral que el triunfador rotundo de aquella excelsa temporada de 1991, César Rincón, aplicó esa tarde a un sobrero procedente de la vacada portuguesa de Joao Moura. Desde entonces, David Castro González permanece en los puestos intermedios del escalafón superior, alternado demasiadas tardes anodinas con algún que otro resonado triunfo.
Bibliografía.
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– ABELLA, Carlos y TAPIA, Daniel. Historia del toreo (Madrid: Alianza, 1992). 3 vols. (t. 2: «De Niño de la Capea a Espartaco«, págs. 231-232).
– COSSÍO, José María de. Los Toros (Madrid: Espasa Calpe, 1995). 2 vols. (t. II, pág. 367).