Pedro Carrillo de Huete (1380–1448): El Halconero que Retrató la Corte deJuan II

Raíces, linaje y los primeros pasos en la corte

Orígenes familiares y posición social

Pedro Carrillo de Huete nació hacia el año 1380 en la localidad conquense de Huete, en el seno de una familia de la baja nobleza castellana, los Carrillo, que contaban ya con una sólida tradición de servicio a la monarquía. Aunque con frecuencia ha sido confundido con su nieto —de ahí el frecuente error de llamarle “Pedro Carrillo de Albornoz”—, el propio Pedro firmó siempre como Pedro Carrillo de Huete, haciendo referencia a su lugar de origen y a la posesión señorial familiar. Esta identidad geográfica no es un mero dato anecdótico, sino un reflejo del sistema de fidelidades nobiliarias y señoriales que estructuraba el poder en la Castilla bajomedieval.

Su padre, Fernán Carrillo Calvillo, había ingresado en la corte del rey Enrique II de Trastámara en 1377, sirviendo como montero mayor del infante Juan, futuro Juan I de Castilla. Esta proximidad al núcleo del poder regio abrió a Pedro Carrillo un camino directo hacia la esfera cortesana, aunque él supo capitalizarlo con una mezcla de habilidades caballerescas, discreción política y fidelidad constante al trono. La madre de Pedro, Teresa García, permanece en las sombras de las crónicas, pero su matrimonio con un servidor de la corte sugiere una pertenencia al círculo de familias acomodadas que nutrían la baja nobleza de servicios.

La familia Carrillo había recibido el señorío de Huete como merced real del monarca Fernando IV en 1298, cuando este lo concedió al tatarabuelo de Pedro, Alonso Ruiz Carrillo. Este linaje, aunque no entre los más encumbrados, consolidaba así una posición de relativa autonomía y prestigio regional, reforzada por su continuidad en el servicio a la monarquía a lo largo de varias generaciones.

Educación, formación y primeras armas

Aunque no hay testimonios directos sobre la educación temprana de Pedro Carrillo de Huete, el hecho de que terminara siendo uno de los cronistas más fiables del reinado de Juan II indica un nivel de alfabetización notable para un hidalgo de su tiempo. Lo más probable es que su formación combinara los saberes prácticos de la vida cortesana —cetrería, equitación, etiqueta nobiliaria— con una preparación básica en lectura y escritura, probablemente adquirida en un entorno clerical o palaciego.

A finales del siglo XIV, Pedro Carrillo ingresó en el séquito del infante Fernando de Antequera, un príncipe ambicioso y audaz, que no tardaría en convertirse en figura clave de la política peninsular. El joven Pedro destacaba por su destreza en la caza con halcones, una disciplina que no solo era entretenimiento real, sino símbolo de control, elegancia y jerarquía social. Esta habilidad sería central en su posterior nombramiento como Halconero Mayor del Reino.

Uno de los momentos definitorios de esta etapa formativa fue su participación en las campañas contra los musulmanes en el sur peninsular. En el marco de las escaramuzas previas a la conquista de Antequera, Pedro Carrillo fue armado caballero por el propio Fernando en la localidad de Setenil (Cádiz) el 19 de octubre de 1407. Este rito de paso, fundamental en la cultura caballeresca medieval, simbolizaba no solo el ingreso formal en el estamento militar-nobiliario, sino el reconocimiento público de su valor, lealtad y disposición al servicio del príncipe.

Este nombramiento marcó el inicio de su visibilidad dentro de la red de fidelidades feudales de la Corona de Castilla. Sin embargo, cuando en 1412, Fernando fue elegido rey de Aragón por el Compromiso de Caspe, Pedro Carrillo optó por no seguir a su señor a tierras aragonesas, decisión que revela su preferencia por la continuidad en Castilla y, quizás, su deseo de consolidar una posición estable dentro de la corte castellana emergente.

Matrimonio y primeras conexiones cortesanas

En torno a 1408, Pedro Carrillo de Huete contrajo matrimonio con Guiomar de Sotomayor, una dama vinculada a la corte femenina de Leonor de Alburquerque, esposa de Fernando de Antequera. Esta unión supuso un importante refuerzo de su posición dentro del mundo cortesano, pues la familia Sotomayor gozaba de cierta notoriedad, y la cercanía a Leonor proporcionaba un canal privilegiado hacia las esferas de poder.

Este entorno de lealtades cruzadas entre la nobleza media fue también el caldo de cultivo de una incipiente cultura cortesana, donde la poesía, la crónica y la cetrería convivían como manifestaciones de un ethos caballeresco. No es casual, por tanto, que Pedro Carrillo aparezca citado en el Cancionero de Baena, la célebre antología poética de corte compilada hacia 1445 por Juan Alfonso de Baena. Allí, el poeta Alfonso Álvarez de Villasandino lo menciona elogiosamente en una composición fechada hacia 1408:

“Mi señor Adelantado,
aquí tengo un anillo
que me dio Pero Carrillo
en grant preçio apodado”.

Este testimonio indica no solo su presencia en el núcleo cortesano desde fecha temprana, sino también el respeto y notoriedad que empezaba a granjearse en ese círculo elitista de hombres de armas y letras. En aquella Castilla de principios del siglo XV, marcada por tensiones dinásticas y conflictos nobiliarios, Pedro Carrillo supo posicionarse con habilidad en los márgenes del poder, sin enfrentarse directamente a los grandes señores, pero ganándose el favor del monarca a través de un servicio leal y constante.

En 1415, ya bajo el reinado de Juan II de Castilla, sería finalmente nombrado Halconero Mayor del Reino, uno de los cargos más codiciados de la corte. Este nombramiento sería el punto de inflexión que lo llevaría de ser un servidor hábil y respetado, a convertirse en un testigo privilegiado de los principales eventos del reinado. Desde ese momento, y durante más de dos décadas, Pedro Carrillo de Huete vivió entre bastidores los juegos de poder, las conspiraciones y los esplendores de la corte, al tiempo que construía, casi sin proponérselo, una de las crónicas más valiosas del siglo XV castellano.

Halconero Mayor: servicio fiel y testimonio histórico

Ascenso en la corte de Juan II

El año 1415 marcó el inicio de la etapa más significativa en la vida de Pedro Carrillo de Huete, al ser designado Halconero Mayor del Reino por el joven Juan II de Castilla. El cargo, de gran prestigio y confianza, lo situaba físicamente cerca del monarca en sus tiempos de ocio y caza, pero también lo integraba en las dinámicas políticas internas del reino. La cetrería, además de ser una pasión regia, se consideraba una habilidad simbólica, asociada a la capacidad de mando y discernimiento. El halconero era, por tanto, mucho más que un sirviente especializado: era confidente, acompañante e interlocutor íntimo del rey.

Pedro Carrillo supo explotar con prudencia esta cercanía. Su austeridad personal, su fidelidad sin ambigüedades y su habilidad para mantenerse al margen de los conflictos cortesanos más virulentos, le hicieron destacar en un entorno en el que la traición y la ambición eran moneda corriente. Juan II, quien carecía del carácter firme de su padre, depositó en él una confianza excepcional, que se fue traduciendo en distintas recompensas y misiones de confianza a lo largo de las décadas siguientes.

Uno de los beneficios más destacados fue la tenencia de las fortalezas de Alcañabate y Zafra, concedida tras su intervención en la liberación del rey en Montalbán (1420), cuando fue hecho prisionero por su primo, el infante Enrique de Aragón. Esta acción heroica consolidó a Pedro Carrillo como uno de los pocos hombres de armas que, sin ostentar título ducal o condal, gozaban de plena legitimidad en el entorno real.

El cronista inadvertido: la Crónica del Halconero

En paralelo a su vida cortesana, Pedro Carrillo fue recopilando apuntes, documentos oficiales y recuerdos personales que, con el tiempo, conformarían una de las obras históricas más valiosas del siglo XV: la Crónica del Halconero de Juan II. Comenzada hacia 1420 y concluida alrededor de 1441, esta crónica constituye una fuente insustituible para comprender la política, la cultura y las tensiones del reinado de Juan II.

Existen tres versiones conocidas de esta obra:

  1. La Crónica del Halconero, la más difundida.

  2. La Abreviación de la Crónica, de menor extensión.

  3. La Refundición de la Crónica, ampliada por el obispo Lope de Barrientos, amigo y confidente del Halconero.

La obra, lejos de estar escrita con intenciones literarias, destaca por su estilo sobrio, directo y documental. Como señaló el historiador Juan de Mata Carriazo y Arroquia, máximo especialista en el tema, Pedro Carrillo no era un escritor de formación, sino un testigo riguroso que narraba los hechos con la precisión de un notario. Su falta de artificio estilístico se traduce en una objetividad inusual, que hoy se valora como una de sus principales virtudes historiográficas.

Sin embargo, esta sobriedad no impide que, en momentos clave, la prosa del Halconero adquiera una intensidad notable, sobre todo cuando describe episodios que lo conmovieron profundamente, como el confinamiento de la reina Leonor de Aragón o las justas de Valladolid. Estas excepciones convierten su crónica en un mosaico vivo, donde la precisión factual convive con ráfagas de emoción genuina.

Intervenciones diplomáticas y militares

La labor de Pedro Carrillo no se limitó a las tareas cortesanas ni a la redacción de su crónica. A lo largo de dos décadas, fue comisionado por Juan II en misiones delicadas, tanto diplomáticas como militares. La confianza en su persona era tal, que se le encargaban gestiones que requerían no solo discreción y lealtad, sino también capacidad negociadora y firmeza.

En 1421, junto a los maestresalas Fernán Pérez de Illescas y Fernando de la Maleta, fue enviado a parlamentar con el infante Enrique de Aragón sobre la controvertida ocupación del marquesado de Villena. Durante esta misión, el Halconero conoció al literato y noble Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres, con quien mantendría una relación tensa, especialmente durante los años posteriores en los que Pedro Carrillo participó en su encarcelamiento.

En 1423, se le encomendó resolver el conflicto con el obispo de Segovia, Juan de Tordesillas, quien se negaba a entregar el inventario del tesoro regio. Aunque el Papa había designado como mediador al obispo de Zamora, Diego de Fuensalida, el propio Juan II prefirió enviar a Pedro Carrillo acompañado de treinta caballeros armados, prueba inequívoca de que la misión podía tornarse peligrosa.

La peligrosidad de estas tareas se acentuó en 1427, cuando viajó a Tudela para arrestar al rico judío Abraham Benveniste, acusado de financiar a los infantes de Aragón. Esta operación, aparentemente de naturaleza financiera, estaba en realidad profundamente inserta en las luchas políticas internas de la corte castellana. Pedro Carrillo ejecutó la orden con eficacia, reforzando aún más su perfil de servidor inflexible del poder regio.

Al año siguiente, en 1428, fue uno de los jueces en las justas de Valladolid, uno de los eventos más fastuosos del reinado de Juan II. Su relato de estas celebraciones, recogido en la Crónica, constituye uno de los pocos pasajes donde su voz se torna lírica y asombrada, testimonio de la vitalidad cultural que coexistía con las tensiones políticas.

A esta etapa pertenecen también otras misiones más discretas pero igualmente relevantes, como la escolta de dos misioneros aragoneses desde Burgos hasta Miraflores, en 1429. En estos años, Pedro Carrillo era percibido como un hombre de entera confianza del rey, capaz de ejecutar tareas complejas sin ambiciones personales, algo excepcional en una corte fracturada por la ambición nobiliaria.

La última gran acción militar que protagonizó fue el asedio y conquista del castillo de Montánchez, en diciembre de 1429. Aunque su propia crónica no lo menciona directamente —una constante en su estilo, donde evita el protagonismo—, la versión revisada por Lope Barrientos lo incluye como participante clave. Este dato permite intuir que Pedro Carrillo no era simplemente un cronista pasivo, sino un actor comprometido con los vaivenes del poder.

La fidelidad de Pedro Carrillo a Juan II se mantuvo firme incluso en situaciones políticamente ambiguas. En 1430, asistió al confinamiento de la reina Leonor de Aragón en el monasterio de Tordesillas, un acto impulsado por el temor del rey hacia sus primos, los infantes de Aragón. La crónica del Halconero transmite la tristeza y tensión de aquel momento, revelando una sensibilidad inusitada para quien había narrado tantos episodios con tono impersonal. Ese pasaje se ha convertido en uno de los más citados de la obra, por su capacidad para conmover sin artificios.

El Pedro Carrillo de estos años aparece como un testigo privilegiado, discreto y eficaz, que no solo servía al monarca, sino que también documentaba con rigor el pulso del poder, dejando para la posteridad un testimonio inestimable del reinado de Juan II.

Entre la espada y la pluma: conflictos, política y memoria

Protagonista de hechos históricos

La década de 1430 representó para Pedro Carrillo de Huete una fase de mayor exposición pública, no sólo como Halconero Mayor y cronista, sino como protagonista directo de eventos políticos y militares que definieron la historia del reinado de Juan II de Castilla. A su papel habitual como emisario regio y testigo de la vida palaciega, se sumaron ahora participaciones en conflictos abiertos y momentos de gran simbolismo cortesano.

Uno de los más emblemáticos fue su participación en las justas celebradas en Valladolid en mayo de 1428, un espectáculo de magnitud sin precedentes en la corte castellana. Estas justas, que buscaban exhibir el esplendor caballeresco del reino, contaron con una suntuosidad pocas veces igualada. La descripción que Pedro Carrillo ofrece en su Crónica se aparta del tono sobrio habitual para desplegar una narrativa visual, entusiasta y folclórica, que da cuenta tanto del boato como de la percepción emocional del evento. Su rol como juez del torneo, además, confirma la alta consideración de la que gozaba entre sus contemporáneos, siendo reconocido como árbitro ecuánime en los códigos del honor caballeresco.

Ese mismo año, en diciembre de 1429, Pedro Carrillo participó en el asedio del castillo de Montánchez, plaza fuerte afín a los infantes de Aragón, enemigos del condestable Álvaro de Luna. Aunque la Crónica no menciona expresamente su implicación —en coherencia con su habitual modestia narrativa—, la Refundición realizada por el obispo Lope Barrientos sí lo incluye entre los actores clave. Esta omisión deliberada en el texto original refuerza la interpretación de Pedro Carrillo como escritor escrupuloso, más interesado en la fidelidad documental que en la autocomplacencia.

En 1430, otro acontecimiento con gran carga simbólica sacudió la corte: la reclusión de la reina Leonor de Aragón, abuela de los infantes aragoneses, en el monasterio de Tordesillas. La orden partió del propio Juan II, temeroso de las maniobras de sus primos, y buscaba aislar a una figura materna que aún ejercía influencia. El relato que hace Pedro Carrillo de este episodio es uno de los más intensos de su crónica. Las líneas en que describe la despedida de Leonor reflejan una rara compasión y una capacidad de evocación emocional que contrastan con su estilo habitual. Este pasaje ha sido celebrado por los historiadores como una página de antología, donde el cronista alcanza una dimensión literaria sin perder su rigor.

Participación en la campaña de La Higueruela (1431)

El punto culminante de la participación militar de Pedro Carrillo tuvo lugar en 1431, en la batalla de La Higueruela, librada el 1 de julio entre el ejército castellano —bajo el mando del condestable Álvaro de Luna— y las fuerzas del reino nazarí de Granada. Aunque el enfrentamiento tuvo un carácter más simbólico que decisivo, fue presentado en Castilla como una gran victoria y un acto de afirmación del poder real frente a las amenazas internas y externas.

Pedro Carrillo participó en la campaña, aunque su crónica, fiel a su tono institucional, se abstiene de exaltar su propio papel. La victoria, como era habitual en su obra, fue atribuida a la pericia y sabiduría del rey Juan II, en lo que parece una estrategia consciente de evitar desvíos personalistas. Este enfoque ha sido interpretado por los estudiosos como un acto de lealtad narrativa, en el que el Halconero no solo sirve al rey con hechos, sino también con palabras, modelando una imagen majestuosa de la monarquía en un tiempo de fracturas.

La omisión de detalles potencialmente negativos, como el uso de espías dentro del reino de Granada para facilitar la victoria, evidencia también un uso selectivo de la información, propio de un escritor comprometido más con la legitimación del poder que con la crítica histórica. Aun así, la Crónica del Halconero conserva un alto grado de precisión en cuanto a fechas, lugares y actores, lo que la convierte en un documento insustituible para los historiadores.

Los años sombríos: persecuciones y misiones controvertidas

Tras los fastos de Valladolid y la campaña granadina, Pedro Carrillo se vio envuelto en episodios más oscuros, vinculados a la consolidación del poder del condestable Álvaro de Luna. En febrero de 1432, el rey ordenó la prisión de varios nobles opositores a la política de Luna. Entre ellos se encontraban figuras destacadas como el conde de Haro (Pedro de Velasco), el obispo de Palencia (Gutierre de Toledo), el señor de Valdecorneja (Fernán Álvarez de Toledo) y el ya mencionado literato Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres. Pedro Carrillo fue el encargado directo de arrestar a este último, lo que debió de suponer una escena cargada de tensión entre dos escritores cortesanos con visiones probablemente opuestas del poder.

Este episodio refleja con claridad la posición delicada del Halconero, atrapado entre su fidelidad al rey y la necesidad de ejecutar órdenes que implicaban la represión de otros miembros del estamento nobiliario al que él mismo pertenecía. Su lealtad, sin embargo, no flaqueó. Aunque no se jacta de estas intervenciones en su crónica, los documentos históricos permiten reconstruir su papel activo en estos conflictos internos.

Tras este episodio, el rastro del Halconero se atenúa. Su nombre aparece como aposentador real en Madrid en enero de 1433, pero luego desaparece de las fuentes hasta 1437, cuando anota en su crónica una anécdota trivial pero reveladora: una gran nevada impidió al rey practicar la cetrería, su pasatiempo favorito. Esta observación, aparentemente menor, muestra el apego de Pedro Carrillo no solo a la figura del monarca, sino también a los rituales cotidianos que estructuraban la vida palaciega. La cetrería no era solo una afición, sino un símbolo de orden, jerarquía y continuidad.

Desde 1437 hasta 1440, las menciones a Pedro Carrillo se tornan vagas. El historiador Carriazo y Arroquia sugiere que pudo haberse aproximado a las posturas conciliadoras del conde de Haro, partidario de negociar una salida pacífica a las luchas internas del reino. Esta hipótesis encaja con el perfil de un hombre que, tras décadas de servicio, había comprendido los límites del poder y la fragilidad de la autoridad real.

La firma definitiva del Halconero como testigo de excepción de su época llega en 1440, con su participación en el seguro de Tordesillas, una especie de pacto forzado por los nobles que obligaron a Juan II a aceptar una serie de reformas en la gobernanza del reino. Este momento marcó uno de los puntos más bajos de la autoridad regia, y Pedro Carrillo lo relata con un tono inusualmente crítico y sombrío, subrayando la tristeza del monarca y su incapacidad para resistir a su levantisca nobleza. Este pasaje rompe el tono complaciente habitual y sugiere una madurez narrativa, quizás también una desilusión acumulada.

Pedro Carrillo de Huete, que había empezado como un servidor caballeresco leal y discreto, se había convertido con el tiempo en cronista lúcido de la decadencia del poder real, testigo de una época de conflictos intestinos, fastos efímeros y lealtades difíciles. Su pluma, tan sobria como precisa, se mantenía fiel a los hechos, pero empezaba a filtrar una melancolía implícita, como quien ha visto demasiado y sabe que la historia no siempre recompensa la virtud.

El último mensajero: ocaso, legado y desaparición

Últimos servicios y retiro

A comienzos de la década de 1440, Pedro Carrillo de Huete, ya septuagenario, seguía cumpliendo funciones de importancia dentro de la corte de Juan II de Castilla. En febrero de 1441, se le encomendó entregar un mensaje a don Enrique, príncipe de Asturias y futuro Enrique IV, quien se encontraba en Segovia. La misión muestra que el Halconero seguía siendo uno de los intermediarios de mayor confianza del rey, incluso a una edad avanzada.

Pero fue en marzo del mismo año cuando Pedro Carrillo protagonizó una de las gestiones más arriesgadas de su vida, y paradójicamente también la última conocida. En un contexto de creciente tensión entre el rey y los nobles enemigos del condestable Álvaro de Luna, se había formado una conjura poderosa, liderada por figuras como el conde de Benavente (Rodrigo de Pimentel), el almirante de Castilla (Fadrique Enríquez), el conde de Paredes (Rodrigo Manrique) y Pedro de Quiñones. Estos señores preparaban un ejército con el objetivo de devastar los dominios toledanos de Luna, incluyendo villas clave como Maqueda y Escalona.

Alarmado, Juan II decidió enviar a su Halconero como emisario portador de cartas de apaciguamiento, con el fin de evitar la confrontación armada. Pedro Carrillo partió desde Ávila y llegó a Maqueda, donde acampaban los insurgentes. Sin embargo, su presencia fue recibida con hostilidad: el almirante y el conde de Paredes, irritados, estuvieron a punto de asesinarlo, salvándose solo por la intervención de Pedro de Quiñones, con quien mantenía cierta amistad.

Este episodio extremo, en el que su vida estuvo literalmente en peligro, parece haber marcado un punto de inflexión. Como sugiere el historiador Juan de Mata Carriazo y Arroquia, es probable que, tras esta experiencia, Pedro Carrillo decidiera retirarse de la vida cortesana activa. No volvió a mencionarse en misiones oficiales, y su crónica, que había sido tan meticulosa en recoger cada evento, se interrumpe definitivamente en 1441.

Últimos años y desaparición de escena

Aunque la Crónica del Halconero cesa en 1441, hay constancia de que Pedro Carrillo de Huete seguía vivo al menos hasta 1447, cuando aún figura en registros indirectos. Sin embargo, no hay ninguna evidencia de que permaneciera activo en la corte, lo que sugiere que pasó sus últimos años alejado del centro del poder.

Carriazo y Arroquia apunta a la posibilidad de que Pedro se refugiara en tierras de Murcia, región que entonces era periférica pero políticamente estable. Allí habría dedicado sus últimos años a revisar y compilar su crónica, basándose en las notas y documentos que había reunido durante décadas. Esta imagen de un viejo halconero convertido en escritor meticuloso, retirado del ruido de la política, confiere a su figura un aire de sabiduría postrera y de desapego sereno.

El hecho de que su Crónica no haya sido continuada por otro autor inmediato indica también que Pedro Carrillo era una figura única en su género. No se trataba de un cronista oficial ni de un literato profesional, sino de un testigo privilegiado cuya autoridad provenía de su cercanía al rey y de su fidelidad incuestionable. Su obra fue retomada, años más tarde, por el obispo Lope de Barrientos, lo que permitió su conservación y ampliación, pero sin alterar el tono sobrio y testimonial que la caracteriza.

Descendencia, confusión de apellidos y legado cronístico

El linaje de Pedro Carrillo de Huete no fue especialmente numeroso, pero sí tuvo una cierta proyección en la nobleza castellana posterior. De su matrimonio con Guiomar de Sotomayor, nació su hija Teresa Carrillo, quien contrajo nupcias con Diego Hurtado de Mendoza, hijo de Inés Manuel y de Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla. Esta unión entre los Carrillo y los Mendoza, dos linajes de creciente influencia, consolidó el prestigio familiar.

El hijo de Teresa y Diego, Pedro Carrillo de Mendoza, adoptó posteriormente el apellido Carrillo de Albornoz, dando lugar a una confusión onomástica persistente. Esta confusión ha llevado a que, erróneamente, muchas fuentes se refieran al Halconero como “Pedro Carrillo de Albornoz”, cuando ese nombre corresponde en realidad a su descendiente. El propio Pedro Carrillo nunca usó ese apellido, como lo demuestran los documentos y las firmas de su tiempo.

Al margen de su hija legítima, algunas crónicas mencionan también un hijo bastardo llamado Juan de Rivera, casado con Juana de Guzmán, aunque su vinculación biológica con el Halconero no está plenamente documentada. Lo que sí se sabe con certeza es que ninguno de sus descendientes heredó el cargo de Halconero Mayor. De hecho, tras su desaparición, no se vuelve a encontrar una figura con ese título hasta 1455, cuando Enrique IV nombró a Miguel Lucas de Iranzo. Aun así, las investigaciones del profesor Torres Fontes han sugerido que durante ese interregno el cargo pudo haber sido ejercido por un sobrino suyo, Pedro Carrillo Calvillo, hijo de su hermano Fernán Pérez Calvillo.

Más allá de la genealogía, el legado más duradero de Pedro Carrillo de Huete es su Crónica, considerada por los historiadores como una de las fuentes más fiables del siglo XV castellano. Su valor no reside en la belleza literaria —ausente casi por completo—, sino en su rigurosidad documental, su sentido del detalle y su objetividad inusual en un tiempo en que las crónicas solían estar teñidas de intereses ideológicos.

La obra de Pedro Carrillo ha sido citada, estudiada y editada por expertos como Juan de Mata Carriazo y Arroquia, quien subrayó la importancia de un cronista que, sin proponérselo, ofreció un retrato incomparable de la vida cortesana, los conflictos internos, los rituales caballerescos y las fragilidades de la monarquía castellana en una época decisiva.

En tiempos de propaganda y guerras de papel, la figura del Halconero emerge como la de un testigo honesto, alguien que prefirió el rigor al aplauso, la lealtad al oportunismo, y que convirtió su oficio —a medio camino entre la caza y la escritura— en una forma de servicio a la historia.


Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Pedro Carrillo de Huete (1380–1448): El Halconero que Retrató la Corte deJuan II". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/carrillo-de-huete-pedro [consulta: 17 de octubre de 2025].