Carpio, Marcela del o Sor Marcela de San Félix (1605-1687).
Dramaturga, poetisa y religiosa trinitaria española, nacida en Toledo en 1605 y muerta en Madrid el 9 de enero de 1687. Aunque en su partida de bautismo (fechada en Toledo, el día 8 de mayo de 1605) consta que era hija de padres desconocidos, ya en su época se sabía con certeza que su progenitor era el mismísimo «Fénix de los Ingenios», Lope de Vega y Carpio.
Vida.
Peripecia vital.
En efecto, Marcela -que fue apadrinada por otro dramaturgo, muy amigo de su padre, José de Valdivieso– era fruto de los amores del «Fénix» con la actriz Micaela Luján, festejada en la obra poética de Lopebajo el nombre de «Camila Lucinda»; y comoquiera que ambos progenitores estaban casados con otros cónyuges cuando Marcela nació, el poeta madrileño movió todas sus influencias –Valdivieso era capellán del Arzobispo de Toledo- para que su pequeña Marcela no arrastrase desde su nacimiento la entonces deshonrosa condición de ser hija de padres adúlteros.
Lope, además, se cuidó de que Marcela y su hermano Lope Félix (nacido de las mismas relaciones ilícitas que ella) estuviesen bien atendidos por una criada pagada ex profeso para ello, hasta que en 1613, tras el fallecimiento de Juana de Guardo (su, a la sazón, legítima esposa), acogió a ambos en su propia casa. Allí se educó Marcela, aunando el aprendizaje de la sensibilidad poética paterna con el ejemplo simultáneo de su disoluta conducta amorosa, hasta que, a los dieciséis años de edad, decidió ingresar en el famoso convento madrileño de las Trinitarias Descalzas. Dotada -merced otra vez a las influencias del archifamoso Lope-, nada menos que por el Duque de Sessa, la joven Marcela ingresó en dicha comunidad en 1621, para profesar, bajo el nombre religioso de Sor Marcela de San Félix, el día 5 de marzo del año siguiente. A partir de entonces, todas las referencias hacia su persona, incluidas las rúbricas de las obras que compuso, usan el nombre religioso que Marcela del Carpio adoptó.
Tras haber ocupado varios cargos en la administración de su comunidad religiosa (fue gallinera, refitolera, provisora, maestra de novicios e, incluso, prelada), el día 9 de enero de 1687 falleció Sor Marcela de San Félix en el mencionado convento de la Trinitarias, no sin antes haber dado a la hoguera, por recomendación de su confesor, gran parte de su obra literaria. Por fortuna, se conserva un manuscrito (al parecer, autógrafo) donde la propia monja poeta recogió aquellas obras suyas que le parecieron dignas de salvarse de la quema. En el siglo XIX se encargó a una trinitaria de aquella comunidad, la madre Carmen del Santísimo Sacramento, que hiciera una copia de este manuscrito, destinada a quedarse en los anaqueles de la Real Academia de la Lengua; hízolo así la encargada, pero censuró gazmoñamente varias loas. El original se sigue conservando en el madrileño convento de las Trinitarias, donde es casi imposible acceder a su estudio.
Las difíciles relaciones con Lope.
Respecto a sus relaciones con su padre -siempre difíciles, teniendo en cuenta la complejidad psíquica de un hombre como Lope de Vega y Carpio– conviene precisar que Sor Marcela de San Félix admiraba a su progenitor hasta el extremo de adoptar el nombre de pila paterno para componer, junto con el suyo propio, su nuevo apelativo religioso. Además, el poeta debió de quererla apasionadamente (siempre a su manera, claro está), pues no dejó de ir a visitarla -algunos estudiosos, con no poca ingenuidad, aseguran que «diariamente»- hasta que falleció en 1635. Y es digno de reseñar el hecho, muy comentado entonces en todos los mentideros de la Corte, de que al cortejo fúnebre que conducía los restos mortales de Lope camino de su sepultura se le permitió pasar por delante del convento de las Trinitarias, para que su hija pudiera dar su último adiós al finado.
Pero, por otra parte, no puede olvidarse que Marcela del Carpio sufrió durante los primeros ocho años de su vida la desgracia de verse apartada de sus verdaderos padres, atendida por una simple criada; ni que, una vez instalada en casa del poeta, la agitada vida de éste no siempre le permitió ocuparse con paternal diligencia de todos sus hijos. De ahí que Sor Marcela de San Félix confesase a la monja que escribió su biografía que se refugió en el convento huyendo del «poco amor» que le mostraban sus padres, como los delincuentes que se acogen a sagrado para hurtarse al rigor de la justicia.
Obra.
El teatro conventual femenino de los siglos XVII y XVIII.
En el convento de las Trinitarias, Sor Marcela de San Félix ejerció todos los cargos posibles, y llegó incluso a ser prelada en tres ocasiones (1660, 1668 y 1674). Sin embargo, la fama y el aprecio que adquirió entre sus hermanas de religión se debió, sobre todo, a su condición de monja poeta, encargada de componer esas piezas teatrales que, durante los siglos XVII y XVIII, animaron continuamente la vida cultural de los monasterios femeninos españoles. Con estas obras dramáticas se celebraba la solemnidad de algún día destacado en el calendario cristiano (v. gr., el nacimiento de Cristo), o algún acontecimiento singular dentro de la vida de la Orden (v. gr., el día de su fundador) o de cualquiera de los miembros de la comunidad (como, por ejemplo, la profesión de alguna nueva hermana). Sor Marcela de San Félix inaugura así una larga lista de monjas dramaturgas españolas e hispanoamericanas que, durante los siglos XVII y XVIII, van a sentar las bases del teatro femenino escrito en lengua castellana; entre ellas, sobresalen con luz propia Sor Francisca de Santa Teresa, hermana de Orden de Sor Marcela, que llegó a convivir con ella y recogió su legado en el convento de las Trinitarias; Sor Ignacia de Jesús Nazareno, sucesora de ambas, en el siglo XVIII, dentro de aquella comunidad; Sor Juana María, capuchina hispano-peruana, que implantó en Hispanoamérica esta figura de la monja poeta; Sor Luisa del Espíritu Santo, franciscana turolense que prolongó el legado de todas ellas hasta el último tercio del siglo XVIII; y, entre otras muchas, la portuguesa Sor María do Ceo, que escribió -también en el siglo XVIII- obras de teatro religioso tanto en portugués como en castellano. Naturalmente, no puede olvidarse en esta apresurada relación la figura inmensa de Sor Juana Inés de la Cruz, cuya supremacía literaria eleva su obra muy por encima de la anecdótica categoría del teatro conventual.
Obras de Sor Marcela de San Félix.
En el manuscrito arriba mencionado, supuestamente copiado por la mano de la propia Sor Marcela de San Félix, se ha conservado una parte de su poesía lírica y otra porción de su quehacer dramático, compuesta por seis coloquios espirituales y ocho loas. Toda su obra fue escrita y subida a las tablas en el propio convento, en representaciones en las que también desempeñaba algún papel la autora. El contenido de estas piezas no se aparta nunca de la temática religiosa, aunque no deja de sorprender un mordaz sentido del humor que no vuelve a estar presente en el teatro posterior de las restantes monjas poetas.
Por lo demás, su visión de la espiritualidad monacal anima a Sor Marcela de San Félix a no bajar nunca la guardia en lo tocante al celo religioso de sus hermanas, fortaleciendo su fe siempre que puede, para lo que se adentra en complejos problemas teológicos de los que sale airosa merced a la llaneza del lenguaje que emplea y a la sencillez de sus construcciones dramáticas. Sin embargo, esta ligereza de estilo produce, en ocasiones, algunos descuidos (sobre todo métricos) que afean el acabado formal de sus piezas (dirigidas, por otra parte, a un público no demasiado riguroso en estos aspectos).
Los títulos de los coloquios espirituales de Sor Marcela que conocemos en la actualidad son los siguientes: Coloquio espiritual del Santísimo Sacramento; Coloquio espiritual del Nacimiento; Coloquio espiritual intitulado «Muerte del Apetito»; Coloquio espiritual «de virtudes»; Coloquio espiritual «El celo indiscreto»; y Coloquio espiritual de la estimación de la Religión. Todos ellos están escritos en versos no demasiado regulares (generalmente, en romances y pareados), y debieron de representarse con acompañamiento musical.
Respecto a las loas, cabe destacar que en ellas es donde Sor Marcela da rienda suelta a su espléndido sentido del humor, retratando a personajes propios del teatro popular (v. gr., el estudiante sopista) y dirigiendo algunas tímidas críticas a las monjas que rigen los destinos de su comunidad religiosa. Hay cuatro loas sin título, que son conocidas por sus primeros versos: «Después de dar a mis madres», «Como sé que la piedad», «Pensarán sus reverencias» y «Dos intentos me han traído»; además, Sor Marcela escribió otras dos, llamadas ambas Loas a una profesión, otra Loa a la soledad de las celdas, y, finalmente, otra Loa en la profesión de la Hermana Isabel del Santísimo Sacramento.
Bibliografía
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HORMIGÓN, Juan Antonio (dir.) Autoras en la Historia del Teatro Español (1500-1994). (Madrid: Publicaciones de la Asociación de Directores de Escena de España, 1996)