Juana María, Sor (1696-1748).
Escritora y religiosa hispano-peruana, nacida en Abancay (Perú) el 3 de julio de 1696, y muerta en el monasterio de las Capuchinas de Cajamarca (Perú) en 1748. Su nombre verdadero era Josefa Francisca Azaña y Llano, pero su obra aparece rubricada con el apelativo de Sor Juana María, nombre que eligió cuando, a los veinticuatro años, profesó en el convento de Jesús María de Lima.
Era hija del general don Pedro de Azaña Solís y Palacio, y de la dama doña Juana Ruiz de Llano, ambos españoles nacidos en Lima. En 1698 la familia entera se trasladó a esta ciudad, en la que, tras vencer la resistencia paterna, Josefa Francisca logró ver cumplido su deseo de abrazar la vida contemplativa. Desde 1720 hasta 1748 estuvo Sor Juana María en el mencionado convento limeño de las Capuchinas, de donde salió este último año para hacerse cargo, en calidad de abadesa, de un nuevo convento que su Orden abrió en Cajamarca. Allí falleció Josefa Francisca, a los nueve meses de haber arribado a su nuevo destino, y habiendo dejado un manuscrito en el que recogía sus obras poéticas y dramáticas.
Es el suyo, pues, un caso más de monja poeta que, como las madrileñas Sor Marcela de San Félix y Sor Francisca de Santa Teresa(y, en el siglo siguiente, Sor Ignacia de Jesús Nazareno), pone su talento creativo al servicio de la comunidad religiosa a la que pertenece, para escribir poemas espirituales y piezas dramáticas que fortalecen la fe de sus hermanas, las entretienen y, de paso, conmemoran hechos notables del calendario cristiano o del propio convento en que se hallan. Parece ser que la obra de Sor Juana adquirió cierta notoriedad fuera de los muros de su monasterio, ya que el manuscrito en el que recopiló su quehacer literario estuvo a punto de ser publicado en 1747; sin embargo, el traslado de la monja a Cajamarca y su inmediato fallecimiento impidieron esta primera edición de sus obras.
En cualquier caso, su ejemplo extiende hasta la España de Ultramar la importancia que adquirió este teatro conventual durante los siglos XVII y XVIII. Pero, curiosamente, las influencias de Josefa Francisca Azaña y Llano no proceden del espléndido teatro de Sor Marcela de San Félix ni de la obra no menos brillante de su continuadora, Sor Francisca de Santa Teresa, sino del teatro español del primer Renacimiento (particularmente, de Juan del Enzina y Gil Vicente), y de los autos navideños tradicionales. De ahí que no haya en el lenguaje, la sintaxis y la temática de su dramaturgia ese ingrediente barroco que sería de esperar en la fecha en que Sor Juana María vive y escribe su teatro, sino más bien un tono de ingenua tradición popular que recuerda, en ocasiones, las representaciones sacras medievales.
Extraídos del manuscrito en el que, para recreo de sus futuras hermanas de Orden, Sor Juana María dejó copiadas sus obras, he aquí los títulos de todas sus piezas dramáticas conocidas: Coloquio a la Natividad del Señor; Coloquio de Julio y Menga, pastores, para celebrar el Niño Jesús; Coloquio al Sagrado Misterio de la Circuncisión; Coloquio al Sagrado Misterio de los Santos Reyes; y Coloquio que se ha de decir en la Dominica del Niño perdido. Se trata, en todos los casos, de coloquios espirituales escritos en verso y representados con acompañamiento musical, en los que la altura poética de la autora alcanza momentos de elevado lirismo, lo que tal vez provoca que no se remonte, al mismo tiempo, a tan altas cotas dramáticas.
Bibliografía
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HORMIGÓN, Juan Antonio (dir.) Autoras en la Historia del Teatro Español (1500-1994). (Madrid: Publicaciones de la Asociación de Directores de Escena de España, 1996).
JRF.