Pedro Caro y Sureda (1761–1811): Estratega de la Independencia y Patriota entre Dos Lealtades

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El siglo XVIII español y el contexto del nacimiento de Pedro Caro y Sureda

España entre el reformismo borbónico y las tensiones internacionales

El nacimiento de Pedro Caro y Sureda, conocido como el marqués de la Romana, tuvo lugar en Palma de Mallorca en 1761, en un momento crucial de la historia española. El reinado de Carlos III, iniciado en 1759, impulsaba una serie de reformas ilustradas destinadas a modernizar la administración, el ejército y la economía del país. Era una época de tensiones diplomáticas y guerras constantes en Europa, marcadas por las rivalidades entre las coronas borbónicas y los poderes marítimos como Gran Bretaña.

En este marco, España participaba en conflictos como la Guerra de los Siete Años (1756–1763) y, posteriormente, en operaciones como la fallida expedición contra Argel de 1775. Estas acciones mostraban las aspiraciones del Imperio por mantener su influencia mediterránea, a la vez que evidenciaban la necesidad de reformas profundas en el aparato militar.

El peso de la nobleza militar y su rol en el Imperio español

La nobleza, especialmente aquella con títulos y funciones castrenses, seguía desempeñando un papel clave en la estructura del Estado borbónico. Ser miembro de una familia aristocrática con tradición militar, como los Caro, implicaba estar destinado desde joven a servir en las armas y en la política. Los grandes de España, como lo era el linaje de Pedro Caro, se encontraban en la cúspide de la jerarquía social y eran educados con la idea de gobernar y comandar.

En este contexto, el joven Pedro creció bajo una fuerte influencia familiar y política que marcaría sus futuras decisiones como militar y como representante de los intereses de la monarquía en tiempos de crisis.

Linaje aristocrático y primeras influencias del marqués

La familia Caro: tradición militar y privilegio nobiliario

Pedro Caro y Sureda era hijo del brigadier Pedro Caro Maza de Lizana, II marqués de la Romana, quien murió en combate durante la expedición de Argel en 1775. Esta pérdida temprana impactó profundamente al joven Pedro, que con apenas 14 años debió abandonar su formación en el extranjero para regresar a España. El apellido Caro estaba vinculado desde generaciones atrás a la defensa del reino, lo que explicaba su incorporación casi automática a la carrera militar.

Su familia ostentaba no solo un título de nobleza sino también la dignidad de grandeza de España, lo que le situaba entre las figuras de mayor prestigio de su tiempo. Este contexto le garantizó acceso a una formación privilegiada, tanto en instituciones religiosas como en centros militares de élite.

Educación en el Oratorio de Lyon y regreso tras la muerte paterna

En 1771, a los diez años, Pedro fue enviado al Oratorio de Lyon, un centro educativo dirigido por sacerdotes que ofrecía una formación humanística y religiosa de alto nivel, típicamente reservada a la alta nobleza europea. Su estancia allí permitió el contacto con las ideas ilustradas francesas, aunque filtradas por una perspectiva católica y moderada. La prematura muerte de su padre interrumpió su estancia en Francia, obligándolo a volver a España.

A su regreso, continuó sus estudios en la Universidad de Salamanca y posteriormente en el Seminario de Nobles de Madrid, una institución clave en la formación de jóvenes aristócratas destinados a altos cargos del Estado. Allí no solo se reforzó su educación clásica y militar, sino que se consolidó su sentido de deber hacia la Corona y el país.

Formación académica y primeros pasos en la carrera militar

Universidad de Salamanca y el Seminario de Nobles

Los años de estudio en Salamanca y Madrid proporcionaron a Pedro Caro una sólida base intelectual. Como otros jóvenes nobles, aprendió latín, derecho, filosofía moral y táctica militar. Su paso por el Seminario de Nobles fue decisivo, pues allí recibió instrucción directa de oficiales veteranos y pudo establecer redes con futuros altos mandos del ejército y la administración.

A la par, comenzó su formación técnica como marino, lo que refleja la dualidad de su perfil: a medio camino entre la marina y el ejército, entre el mundo ilustrado y el pragmatismo bélico.

Ingreso en la marina y experiencias en Mahón y Gibraltar

En 1777, ingresó como guardiamarina en el departamento de Cartagena, una de las bases navales más importantes del Imperio español. Dos años después, ya era oficial, y en 1782 participó en el sitio y toma de Mahón, en Menorca, entonces bajo control británico. Al año siguiente, participó en el bloqueo de Gibraltar, una operación compleja que reforzó su experiencia táctica, aunque también evidenció las limitaciones estructurales del ejército español frente a la potencia naval británica.

Estos años fueron fundamentales para moldear su pensamiento militar. Observó de primera mano la organización británica, cuyas técnicas y métodos admiraba, lo que explicará su anglofilia posterior, especialmente durante la Guerra de la Independencia.

Viajes formativos y consolidación de su perfil ilustrado

Estancias en París, Berlín y Viena: exposición al pensamiento ilustrado

En 1784, tras un breve retiro en Valencia, Pedro emprendió un viaje por Europa que lo llevó a París, Berlín y Viena, tres capitales del pensamiento ilustrado y del poder político continental. En París, se empapó de las ideas racionalistas y de las teorías sobre organización militar moderna. En Berlín, pudo observar el orden prusiano, admirado por muchos oficiales europeos. En Viena, el contacto con el aparato imperial de los Habsburgo le ofreció una visión del reformismo desde el catolicismo.

Estos viajes no solo respondían al ocio aristocrático, sino a un proyecto formativo deliberado. Pedro Caro no era un militar ordinario: era un noble con inquietudes intelectuales, y este periplo europeo contribuyó a definir su espíritu reformista y su sentido de Estado.

Regreso a España y campañas iniciales junto a Gravina y Ventura Caro

De vuelta en España en 1790, Pedro fue ascendido a capitán de fragata y participó en campañas navales junto al prestigioso Carlos Gravina, duque de Gravina, con quien forjó una relación profesional significativa. Pronto abandonaría la marina para ingresar en el ejército de tierra, justo al comenzar la guerra contra la Francia revolucionaria en 1793.

Fue entonces destinado a las fronteras del norte, donde combatió en Navarra y las Provincias Vascongadas bajo el mando de su tío, el veterano Ventura Caro, otro miembro prominente del clan familiar. Allí demostró capacidad táctica y valor, ascendiendo rápidamente a brigadier en 1794, y al año siguiente a mariscal de campo y teniente general.

Su prestigio crecía, y voces contemporáneas como la del general francés Foy lo destacaban como uno de los pocos oficiales españoles con visión estratégica, disciplina y pensamiento moderno. Para muchos, Pedro Caro representaba el ideal de un general ilustrado, capaz de unir las tradiciones de la nobleza con los principios de la reforma borbónica.

Ascenso en el ejército y primeros cargos de responsabilidad

De brigadier a teniente general: méritos en Cataluña y Navarra

La fulgurante carrera militar de Pedro Caro y Sureda continuó en Cataluña, donde fue trasladado tras sus campañas en el norte. En 1794 había sido promovido a brigadier, y tan solo un año después alcanzó el rango de mariscal de campo y teniente general, lo que lo situaba entre los oficiales de más alto rango en el ejército borbónico. Su intervención en diversos frentes, marcada por una clara comprensión de las tácticas modernas y una actitud flexible ante las cambiantes condiciones de guerra, lo distinguió de muchos de sus contemporáneos.

Sus superiores y subordinados lo consideraban un comandante eficaz, culto y respetado, que equilibraba el sentido de la autoridad con una capacidad singular para conectar con las tropas. Esta combinación de prestigio y eficiencia lo convirtió en un nombre recurrente en los despachos del Estado Mayor.

Interés por la arqueología y los debates intelectuales de su tiempo

A partir de 1796, con España inmersa en una política exterior volátil, el marqués de la Romana aprovechó ciertos periodos de calma para dedicarse al estudio de las antigüedades, una afición que compartía con otros ilustrados del momento. Su erudición era conocida en los círculos intelectuales, y no era raro encontrarlo colaborando con académicos o recolectando libros raros para su creciente biblioteca personal.

Este interés cultural también se reflejaba en su inclinación a estudiar la organización militar de los ejércitos clásicos, así como las reformas aplicadas por los ejércitos modernos, especialmente los británicos. Esta faceta de pensador-militar lo distinguiría de muchos de sus pares durante la guerra que se avecinaba.

Participación en la Grande Armée y el dilema del juramento a José I

Misión en el Norte de Europa y relaciones con Bernadotte y Napoleón

En 1807, por sugerencia del embajador ruso Strogonov, el gobierno español le confió el mando de un cuerpo expedicionario que debía unirse a la Grande Armée de Napoleón en el norte de Europa. Aunque se ha mitificado a esta división como «la flor del ejército español», lo cierto es que estaba compuesta por entre 450 y 600 artilleros, mal pertrechados y con una moral frágil.

El marqués llevó a sus tropas por diversas localidades del norte alemán y danés, logrando un contacto pacífico con las poblaciones locales. Sin embargo, las fricciones con las tropas francesas eran constantes. El general Bernadotte, príncipe de Pontecorvo, intentó forzarlo a reconocer como legítimo a José I Bonaparte, el nuevo rey impuesto por Napoleón tras la abdicación de Carlos IV y Fernando VII.

El marqués aceptó provisionalmente esta autoridad, lo que ha generado controversia histórica. Algunos afirman que actuó por prudencia para evitar represalias mientras organizaba su fuga; otros, como Lorenzo Calvo de Rozas, sostienen que fueron los propios soldados quienes le impusieron ese gesto.

Polémicas cartas de adhesión y tensiones internas en la tropa

Entre mayo y julio de 1808, Pedro Caro envió diversas cartas de adhesión a José I, dirigidas al príncipe de Neufchâtel y a otros representantes imperiales. En ellas, expresaba aparente entusiasmo por el nuevo orden napoleónico, felicitaba a Murat por el «control del motín de Madrid» y agradecía la condecoración de la Legión de Honor.

Estas cartas, publicadas en periódicos como la Gazeta de Zaragoza, alimentaron la sospecha de traición. Sin embargo, se sabe que en esas mismas fechas el marqués había recibido en secreto a emisarios británicos, y que comenzó a planear una fuga organizada de sus tropas para regresar a España.

La situación era tensa: la moral de los soldados se deterioraba y se gestaba un ambiente de rebelión. La división española en Dinamarca se había convertido en un problema político y diplomático para todos los actores implicados.

La fuga desde Dinamarca y regreso a España

Coordinación con los ingleses y proclama a sus soldados

A principios de agosto de 1808, Pedro Caro redactó varias cartas en las que describía la crítica situación de sus tropas y el deseo generalizado de volver a España. Con la ayuda del almirante británico Keats y de Rafael Lobo, enviado de las Juntas de Galicia y Asturias, se trazó un plan de evacuación.

El 17 de agosto, desde Rudkiobing, el marqués proclamó a sus soldados: “Soldados, ha llegado la hora de acudir a la salvación de la patria…”. Este documento, que sería impreso y distribuido a su llegada a España, fue decisivo para galvanizar a su división.

La fuga fue una operación logística arriesgada, que logró evitar el conflicto directo con los franceses y permitió la llegada de la mayoría de sus efectivos a Gotemburgo, desde donde se trasladaron a Londres. El propio marqués llegó a La Coruña el 11 de noviembre de 1808, donde fue recibido como un héroe.

Paso por Gotemburgo, Londres y llegada a La Coruña

Durante su paso por Gotemburgo, Pedro Caro entregó el mando provisional al conde de San Román y continuó su ruta hacia Londres, donde fue recibido por autoridades británicas con respeto y admiración. Su huida se convirtió en un símbolo de resistencia patriótica, aunque no exenta de críticas por su actitud inicial ante el régimen napoleónico.

En Madrid se publicó su Tratado de ejercicio y maniobras de la Infantería (1808), un manual militar moderno que mostraba su conocimiento táctico y su interés por profesionalizar el ejército nacional.

Nuevo protagonismo en la Guerra de la Independencia

Mando en las provincias del norte y tensiones con las Juntas

Ya de regreso, fue nombrado comandante en jefe de las provincias septentrionales y se convirtió en una de las figuras más influyentes en la resistencia contra el invasor francés. En 1809, acumulaba el mando de Galicia, Castilla la Vieja y Asturias, y su autoridad fue cuestionada por algunas Juntas provinciales.

El 2 de mayo de 1809, en una acción polémica, disolvió por la fuerza la Junta de Asturias, acusándola de fomentar el caos y la desobediencia. Este hecho fue duramente criticado por Gaspar Melchor de Jovellanos, quien lo consideró una usurpación ilegítima del poder civil.

El conflicto se agravó cuando el marqués impuso una nueva junta a su medida, cuyos actos fueron tildados de espurios por intelectuales liberales. Esta intervención fue uno de los factores que facilitaron la reocupación de Asturias por los franceses.

Publicaciones políticas y reformas administrativas impuestas

En octubre de ese mismo año, publicó la Representación a la Suprema Junta Central, también conocida como el “Voto de la Romana”, un texto donde defendía su actuación y criticaba el desorden institucional que debilitaba la causa patriótica. La obra tuvo amplia difusión, con ediciones en Valencia y Lisboa, y fue traducida al portugués.

En Lisboa, durante su estancia posterior, difundió varias proclamas dirigidas al ejército y a los pueblos de Andalucía, llamando a la unión contra “los pérfidos enemigos de Europa”. Esta dimensión política y propagandística consolidó su imagen como un líder comprometido con la independencia española, aunque severo con los poderes civiles.

Últimos años y redefinición del liderazgo militar

Misión en Portugal y colaboración con Wellington

En los últimos años de su vida, Pedro Caro y Sureda intensificó su papel como uno de los principales estrategas de la resistencia peninsular. En febrero de 1810, la Junta Central volvió a confiarle el mando del Ejército de la Izquierda, función que retomó con firmeza tras su experiencia política y administrativa. Su prestigio, tanto dentro como fuera de España, era considerable.

En marzo de ese mismo año, fue enviado a Portugal con la misión de coordinar acciones militares con el general británico Arthur Wellesley, duque de Wellington. Esta colaboración fue clave para fortalecer el frente occidental, donde la alianza anglo-española debía resistir los avances de las tropas de Massena, uno de los más experimentados mariscales de Napoleón.

Durante su estancia en Lisboa, La Romana promovió acciones de propaganda con un marcado tono patriótico. Publicó una serie de documentos como el Prontuario de voces y Proclamaçâo do heroi defensor da patria…, dirigidos tanto al ejército como a la población civil. Sus mensajes apelaban a la unidad peninsular contra el enemigo común, reforzando el sentido de identidad compartida entre españoles y portugueses.

Actividad legislativa y peso en la Junta Central

Simultáneamente, el marqués fue el único militar incorporado a la Comisión Ejecutiva de la Junta Central, lo que le dio voz en decisiones cruciales de estrategia, política y organización militar. Aunque tuvo que abandonar temporalmente el mando de sus tropas, su papel dentro de la administración patriótica fue determinante en el diseño de las políticas de defensa y movilización nacional.

En este nuevo escenario, La Romana combinaba la autoridad castrense con una creciente influencia como ideólogo militar, convencido de que la victoria sobre Napoleón no solo dependería de las armas, sino también de la regeneración institucional y del fortalecimiento del patriotismo ilustrado.

Muerte, honores póstumos y lugar en la memoria nacional

Fallecimiento en Portugal y traslado a Mallorca

A pesar de su fortaleza, Pedro Caro no alcanzó a ver el desenlace de la guerra. Falleció el 23 de enero de 1811 en Cartaxo, localidad portuguesa en la región de Santarém. Tenía apenas 52 años, pero su figura ya era considerada legendaria en muchos sectores de la España patriótica. Su muerte fue sentida tanto en los frentes de batalla como en los círculos políticos y literarios.

Sus restos fueron trasladados a su ciudad natal, Palma de Mallorca, donde inicialmente fue enterrado en el convento de Santo Domingo. Más tarde, por decreto de las Cortes del 8 de marzo de 1811, se ordenó erigir un mausoleo en la catedral de Palma, un honor reservado a los grandes patriotas de la nación. Este reconocimiento oficial consolidó su figura como símbolo de resistencia nacional.

Mausoleo, cruz de Carlos III y legado bibliográfico

Entre los múltiples honores que recibió, destaca la Gran Cruz de la Orden de Carlos III, una de las distinciones más prestigiosas del Reino de España. Además de su legado militar y político, dejó una biblioteca personal notable, que fue inventariada en 1865 al ser trasladada a Madrid. La colección, rica en obras de estrategia, historia clásica, derecho y literatura ilustrada, fue incorporada a los fondos de la Biblioteca Nacional de España.

Este fondo bibliográfico es una valiosa fuente para estudiar la formación intelectual del marqués y su relación con los movimientos ilustrados europeos. En él se aprecia el perfil de un noble erudito, comprometido no solo con el deber militar, sino con la reflexión humanista.

Visiones contemporáneas y reinterpretaciones posteriores

El debate sobre su lealtad: ¿pragmático o patriota traicionado?

La figura del marqués de la Romana no ha estado exenta de controversia. Su conducta en Dinamarca, en particular su juramento temporal a José I, ha sido objeto de intensos debates historiográficos. Algunos, como Lorenzo Calvo de Rozas, lo acusan de colaboracionismo inicial, argumentando que su aceptación del rey intruso fue más que táctica. En cambio, otros autores, como Joaquín de Osma, lo defendieron con vehemencia, argumentando que su adhesión fue forzada por las circunstancias y que su fuga organizada demuestra su verdadero compromiso patriótico.

Una carta publicada en El Conciso en enero de 1811 —firmada por E.C., D.G. y S.— defendía que al prestar juramento, La Romana no conocía aún los sucesos del Dos de Mayo en Madrid, aunque los registros históricos demuestran que sí estaba informado. Este tipo de contradicciones alimentaron una leyenda ambigua, que oscila entre la traición y el heroísmo.

Visiones opuestas: Calvo de Rozas, Joaquín de Osma y la historiografía liberal

La polémica alcanzó su punto álgido con la publicación del folleto anónimo atribuido a Joaquín de Osma, titulado Observaciones sobre el libelo publicado por Don Lorenzo Calvo de Rozas… (Cádiz, 1811). El texto era tanto una defensa política como una agresiva crítica personal, y fue seguido de una acción violenta que derivó en el famoso episodio de la “Apología de los palos” al propio Calvo, protagonizada por Osma.

Estos episodios reflejan la polarización ideológica del momento y cómo La Romana se convirtió en un símbolo en disputa, apropiado por unos como mártir patriótico y por otros como exponente del autoritarismo militar ilustrado. Su figura quedó así marcada por la tensión entre la obediencia al orden establecido y la defensa del ideal nacional.

Influencia duradera y símbolo de una España dividida

Su ejemplo en el ejército español y las Cortes de Cádiz

La influencia de La Romana persistió más allá de su muerte. En el seno del ejército español, su modelo de mando se convirtió en un referente para oficiales jóvenes, muchos de los cuales participarían en las Cortes de Cádiz y en los movimientos constitucionales posteriores. Su defensa de un patriotismo ilustrado, alejado tanto del absolutismo como del jacobinismo, fue retomada por pensadores liberales moderados.

En el contexto de las Cortes de 1812, su ausencia se hizo notar. Muchos diputados lo mencionaron como un ejemplo de “militar con conciencia nacional”, comprometido con la regeneración de las instituciones y el restablecimiento del equilibrio entre el poder civil y el militar. Su legado político, aunque más discreto que su fama militar, influyó en la construcción del nuevo Estado liberal.

De héroe polémico a figura compleja del nacionalismo ilustrado

La figura de Pedro Caro y Sureda fue revalorizada en diferentes momentos del siglo XIX, especialmente durante el romanticismo patriótico y la restauración borbónica. En épocas de co

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Pedro Caro y Sureda (1761–1811): Estratega de la Independencia y Patriota entre Dos Lealtades". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/caro-y-sureda-pedro-marques-de-la-romana [consulta: 18 de octubre de 2025].